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La Esfera de Dos Estrellas

Vegeta despertó con el sol, y el primer pensamiento que vino a su mente fue...

¿Es este un buen momento para una propuesta o tendrás que explicarme de nuevo las costumbres de mi propio planeta?

El gruñido que soltó entonces casi hizo retumbar las paredes.

«¡Qué terrible!»

Tomó una respiración honda e intentó acomodar sus pensamientos. ¡Él era un guerrero, un saiyajin! No podía ablandarse por una simple alucinación que provocó un árbol maldito.

¡Que se vayan al infierno él y sus endemoniados poderes!

«Pero Kakarotto fue tan amable...»

El calor subió a sus mejillas, no sabía si de la vergüenza o de la ira.

«¡Kakarotto es un pobre diablo que no tiene dignidad!»

Sostuvo su cabeza en sus manos como si doliera. Las palabras hostiles que lo habían atormentado justo después de sumergirse en el Geoul volvían a acumularse en su mente.

«Qué débil, vulnerable, ingenuo. ¿Es ese tu insignificante deseo?»

El golpe a su orgullo era demasiado fuerte. De todas las cosas que podía haber deseado... Y lo peor era que se había permitido ignorar aquello cuando Kakarotto se arrodilló frente a él la noche anterior, mirándolo con ojitos brillantes y hablándole con voz dulce.

«¿Desde cuándo estoy tan en conflicto conmigo mismo?»

Bufó, saliendo de la habitación camino a la ducha con los puños apretados.

Rogaba por que el agua le quitara de encima todos esos sentimientos que nunca debieron ser descubiertos. Qué pesadilla.

[...]

Para su desgracia, el agua no había quitado nada.

Refunfuñaba por lo bajo mientras salía del baño con el cabello húmedo, pensando en alguna estrategia para cancelar la ridícula búsqueda de las esferas y alejarse de Kakarotto lo más pronto posible. Existía la posibilidad de que pudiera escaparse y no tener que enfrentarlo nunca más. Si era lo suficientemente rápido...

Sin embargo, nunca había sido un hombre con suerte, y quizá tampoco la merecía.

Vegeta se congeló en su lugar cuando el dueño de sus pensamientos apareció frente a sus ojos.

Parecía que acababa de despertar, su cabello era un desastre, y como era de esperarse, sonrió de manera bobalicona cuando sus ojos se posaron en Vegeta, como si acabara de ver la fuente de toda felicidad en el universo.

«Maldición»

—Buenos días, Vegeta —su voz parecía contener un suspiro soñador, y Vegeta se sintió de malhumor al descubrir que algo dentro de sí mismo se removía por eso.

Patético, quiso decir.

Encantador, le dijo su corazón.

Apretó los labios en una línea tensa y esperó transmitir con su mirada todo el odio que sentía por Kakarotto, pero lo cierto era que ese odio no existía, y la sonrisa suave y gentil no se borró del rostro del idiota. Lucía un poco engreído también, con la confianza renovada en sí mismo y en su estúpida propuesta, y eso era sólo culpa de Vegeta y de su momento de debilidad. Él le había dado falsas ilusiones.

La cuestión era... ¿Realmente eran falsas?

—¿Me escuchaste, Vegeta?

Kakarotto parecía confundido, y Vegeta descubrió que llevaba hablándole por algunos segundos sin recibir respuesta de su parte.

—¿Q-Qué? —tartamudeó, podía jurar que por primera vez en toda su existencia.

—Que sería adecuado que nos vayamos antes de que Piccolo se ponga malhumorado, ya lo conoces —respondió Kakarotto, algo dubitativo—. ¿Te encuentras bien?

Vegeta le dio la espalda.

—Claro que sí —contestó a secas, como si fuera obvio, sin saber muy bien a dónde dirigirse pero definitivamente lejos de Kakarotto.

¿Podría pedirle a Shenlong que su maldito cuerpo le obedeciera de una vez por todas?

[...]

Luego de una apresurada despedida con el namekusei, los saiyajin retomaron su viaje, siguiendo las instrucciones del radar en la mano del príncipe, que estaba haciendo esfuerzos descomunales por no romperlo en mil pedazos para así tener una excusa para escapar.

Vegeta había dejado de lado cualquier pensamiento insensato que pudiera venir a su mente, y su único consuelo era que una vez juntaran todas las esferas, podría seguir su vida como si nada de todo esto hubiera ocurrido nunca.

Kakarotto permanecía en silencio por el momento.

—Uh, Vegeta.

Obviamente, eso no iba a durar mucho.

—Mira —apuntó hacia un árbol una vez tuvo la atención de Vegeta. En él colgaba una especie de anuncio con grandes letras rojas e imágenes de varios hombres fornidos, presumiendo técnicas de defensa y de ataque bastante inútiles, a su parecer.

—¿Torneo de Artes Marciales? —leyó el príncipe en voz alta—. Y el premio es la Esfera de Dos Estrellas —bufó—. Me pregunto qué tan estúpidos pueden ser los humanos.

Kakarotto se encogió de hombros.

—Aún así, podría ser divertido. ¿No lo crees? —preguntó, arrancando la dirección del panfleto, prácticamente rogando con los ojos por un sí.

Vegeta aún estaba lidiando con ciertas ocurrencias fugaces de su desastrosa mente, y empeoraba si Kakarotto lo miraba de esa manera. No pudo hacer más que evadir su mirada y restarle importancia al asunto.

—Como sea.

A Kakarotto le brillaron los ojos al instante.

—¡Andando!

[...]

A decir verdad, el torneo no estaba nada mal.

Por supuesto que ninguno de esos luchadores eran rivales dignos para ningún saiyajin, fue por eso que Vegeta rechazó la oportunidad de participar y dejó todo en manos de Kakarotto, que permanecía emocionado e impaciente por su turno. A Vegeta le parecía un poco ridículo y sin sentido que se sintiera de esa manera en un lugar con tan baja calidad de lucha, pero no podía decir que no entendía esa emoción pura por la competencia.

Se sentó en la tribuna, rodeado de personas que desgarraban sus gargantas gritando por sus luchadores favoritos. Él se limitó a observar en silencio a Kakarotto jugar con sus contrincantes. El idiota incluso les daba consejos para mejorar sus técnicas. Obviamente ellos lo tomaban como una burla y avanzaban enrabietados hacia un sonriente Kakarotto, que se limitaba a sacarlos del ring en lugar de derrotarlos debidamente, como Vegeta sabía que podía.

«Lo quiero»

Vegeta sólo podía gruñir cuando esa añoranza irracional le dificultaba la respiración con cada gesto estúpido de Kakarotto.

«Lo quiero, ahora. Lo quiero»

Como era de esperarse, Kakarotto ganó el torneo sin usar siquiera sus dos manos.

Lo que resultó inesperado, fue el sentimiento salvaje que despertó en Vegeta.

«Lo quiero, lo quiero, lo quiero. ¡Lo necesito!»

—¡Hey, Vegeta! ¡Lo conseguí!

Kakarotto se acercó a él, sosteniendo la esfera en su mano con la felicidad escrita en su rostro. Y a Vegeta le parecía encantador, pero no podía dejar de pensar en que había jurado matar a ese hombre. ¿Qué clase de guerrero era, cayendo a los pies del único rival al que jamás podría derrotar?

Un cosquilleo repulsivo se asentó en su pecho cuando la colisión de sus ambiciones explotó en su mente.

—Ya quita esa tonta sonrisa de tu estúpida cara y vámonos —gruñó, y provocó que el gesto de alegría de Kakarotto se desvaneciera con lentitud de su rostro.

—¿Te encuentras bien, Vegeta? —preguntó el idiota, pronunciando su nombre como si fuera algo bonito, hablando despacio como si pudiera lastimarlo.

Sólo consiguió empujar a Vegeta al límite.

—¡Eso no es asunto tuyo! —gritó el príncipe, y haciendo estallar el suelo a su alrededor, salió volando impulsado sólo por la ira.

Al menos, la pregunta que se había hecho al despertar ya había sido respondida.

¿Desde cuando estoy tan en conflicto conmigo mismo?

Desde siempre, era la cruel respuesta.

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