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La Esfera de Cinco Estrellas

Vegeta despertó temprano sobre el improvisado colchón de hojas que Kakarotto había construido para ambos. Para su sorpresa, había tenido una buena noche de sueño gracias a él. Jamás lo diría en voz alta, pero el idiota tenía ciertas habilidades más allá de las que involucraban una pelea.

El idiota dormía a su lado, sus extremidades extendidas de forma desordenada a lo largo del colchón. Se había mantenido a una distancia razonable de su cuerpo, y no esperaba menos de su parte luego de haberlo amenazado con quitarle toda esa blanca dentadura si lo tocaba con apenas la punta de un dedo. Su boca estaba abierta, una gota de baba desbordaba por la comisura. Vegeta frunció el ceño. Ese era el más poderoso de sus rivales, el guerrero legendario entre todos los saiyajin.

No quiso despertarlo al instante, tomándose sus propios momentos de silencio para desperezarse. Si no tuviera que seguir con la búsqueda de las esferas, probablemente estaría entrenando a solas en esos momentos, distrayéndose de lo que sea que se le pudiera ocurrir a su mente para molestarlo.

—¡Buenos días! —escuchó de repente decir a Kakarotto, que acababa de incorporarse y se encontraba estirando sus brazos.

—Ya era hora de que despertaras —dijo Vegeta, rehuyendo de la vista de Kakarotto. Por alguna razón, verlo soñoliento, desperezándose bajo los primeros rayos de sol hacía temblar su corazón. Como si estuviera viendo algo que no debía, la intimidad de la imagen poniéndolo nervioso. Podría compararlo con el sentimiento de cometer una travesura infantil, pero Vegeta no conocía cosa semejante.

Kakarotto siguió estirándose, sus ojos aún cerrados.

—Disculpa si dormí mucho. ¡Muero de hambre! Iré por algo para desayunar.

El hombre ya estaba caminando lejos de su vista, y Vegeta pensó en si debería seguirlo o no.

Se decidió por hacerlo, sólo porque él también estaba algo hambriento.

—¿Sabes pescar? —preguntó, escéptico cuando encontró a Kakarotto al borde del río, sosteniendo una rama de punta filosa.

—¡Así es! De pequeño utilizaba mi cola para llamar la atención de los peces —contestó simplemente, y Vegeta sintió un cosquilleo de curiosidad ante la mención de su cola.

Kakarotto había crecido sin conocer su verdadera identidad, adaptándose a un mundo en el que no pertenecía pero del que terminó apropiándose. Era uno con la naturaleza, uno con la humanidad. Su sonrisa estaba hecha del sol que salía por las mañanas, sus ojos llevaban amor por la tierra que lo había acogido, y a día de hoy no tenía muchos conocimientos sobre su cultura originaria. Vegeta creyó en un principio que eso era vergonzoso. No había nada más bajo que desconocer la procedencia de uno, sobre todo si esa procedencia era saiyajin.

Vegeta solía estar orgulloso de serlo. No había tenido tiempo en su vida para sentir otra cosa. Se había aferrado a su sangre, a su odio desmesurado, al salvaje deseo que encendía su pecho en llamas. Ciertamente los saiyajin habían nacido para ser bestias despiadadas.

Kakarotto desafiaba todo eso, pero tarde o temprano tuvo que descubrirlo por sí mismo, encontrar su propia relación con su herencia. Su energía, a pesar de conservar esa fuerza bruta e incluso después de saber lo despiadados que eran los saiyajin, se mantuvo diferente de la de aquellos que se habían criado en el Planeta Vegeta. De alguna manera, que fuera así tenía sentido para Vegeta. Mirando lo que había logrado en la vida, la gente que lo rodeaba, los valores tan férreos de su corazón; todo cuadraba. Quizás Kakarotto había tenido suerte de ser desterrado.

Viéndose a sí mismo envuelto en ese azar del destino, quizás Vegeta estaba un poco agradecido por eso.

—Ugh, dame eso —dijo, quitándole la lanza improvisada a Kakarotto luego de intentar repetidamente y fallar en atrapar el mismo pez.

Kakarotto sonrió hacia él, una ceja arqueada de diversión infantil.

—¿Crees que puedes hacerlo mejor que yo? —preguntó, la emoción apoderándose de su tono.

Vegeta bufó, casi sonriendo. Casi.

—Por supuesto.

—¡Entonces es una competencia!

[...]

Emprendieron vuelo una vez que llenaron sus estómagos de fruta. De fruta, porque ninguno de los dos pudo conseguir nada más, principalmente porque los peces salieron despavoridos una vez que Vegeta se impacientó y provocó un pequeño terremoto. Kakarotto se había reído de él, pero el príncipe no tuvo la voluntad para reprenderlo.

Vegeta observó hacia abajo atentamente; una aldea se extendía en las profundidades de las montañas. Notó que toda su extensión representaba el radio en el que se encontraba una esfera.

—Alguien debe tenerla —le dijo a Kakarotto cuando tuvo la misma observación.

Descendieron lado a lado e intentaron no llamar mucho la atención de los habitantes. Vegeta asumió que no le permitirían simplemente entrar en las casas para tomar lo que quería, así que le asignó a Kakarotto la tarea de preguntar a los aldeanos mientras él lo seguía por detrás, algo apartado.

Un segundo de distracción podría significar la muerte. Era algo que tenía claro desde que era un niño, pero las viejas costumbres se le habían perdido durante los años de tranquilidad que vivió en la Tierra.

Si hubiera sido unos años atrás, habría reaccionado al instante en que la presencia se acercó a su espalda. Pero ya no era la misma persona que antes.

Incapaz de defenderse ante el ataque, su visión se volvió negra y cayó inconsciente.

[...]

Despertó con el nombre de Kakarotto en la punta de la lengua.

Comenzó a desprender energía de su cuerpo tan pronto como recobró la consciencia y sus ojos se movieron rápidamente por la oscuridad.

—Tranquilo, guerrero.

Centró su atención en la voz femenina. Un par de velas se encendieron, trayéndole claridad a su alrededor. La imagen de una mujer con largas túnicas lo recibió al voltear.

—¿Quién diablos eres y por qué me trajiste a este lugar? —preguntó, contando mentalmente para no volar el lugar en pedazos.

—Soy la guardiana de esta aldea, y te traje aquí sin intenciones de herirte —las palabras tranquilas salieron de los labios rojos de la mujer.

Vegeta casi carcajeó con ironía.

«¿Herirme?»

El Ki que desprendía era insignificante comparado con el suyo. Consciente de su ventaja, se cruzó de brazos y alzó el mentón, instándola a continuar.

—He notado una energía negativa alrededor de tu cuerpo —dijo la mujer, y Vegeta pudo apreciar algunas arrugas en su rostro cuando se acercó más a la luz—. ¿Por qué un ser como tú vendría a un lugar como este? ¿Cuáles son tus intenciones?

Vegeta enarcó una ceja. En ese instante, comenzó a oír ruidos extraños a la distancia. Una voz particular sonaba por sobre el alboroto. Casi sonrió cuando reconoció el Ki acercándose.

La figura de Kakarotto se mostró a través de una apertura en la tienda.

—¡Vegeta! ¿Qué ocurrió? ¿Quién es ella?

El saiyajin lucía confundido y un deje de preocupación se veía en la manera en que su ceño permanecía fruncido. Se posicionó a su lado, inspeccionándolo en busca de heridas inexistentes.

Permitiendo que Kakarotto sobrepasara el límite de su sagrado espacio personal solo por el momento, Vegeta se adelantó a las palabras de la extraña mujer.

—Ella es la guardiana de esta aldea y cree que soy una amenaza —respondió con desdén.

Kakarotto lo miró, luego a ella, y de vuelta a él para esta vez reír con gracia.

—¡Pero se equivoca! Vegeta es un héroe. Además, hemos venido porque estamos buscando algo de suma importancia y luego de encontrarlo nos iremos de inmediato.

El príncipe rodó los ojos. Héroe, lo había llamado héroe.

La Guardiana pensó durante algunos momentos antes de hablar.

—Confiaré en tus palabras, Son Gokú, salvador de la Tierra —dijo, haciendo una pequeña reverencia. Vegeta casi se ahogó por la sorpresa. En cambio Kakarotto soltó una risilla y se sonrojó ligeramente.

—Ahora... ¿De qué se trata ese algo de suma importancia?

[...]

Al menos los aldeanos habían sido amables y les habían entregado la Esfera de Cinco Estrellas sin más preámbulos.

Además, les habían ofrecido un banquete de bienvenida, y sin ser un poco pudorosos, se amontonaron con emoción alrededor de Kakarotto, llenándolo de preguntas sobre sus aventuras, casi dejando caer sus mandíbulas al suelo del asombro ante cualquier mínimo detalle que escuchaban. Vegeta sólo podía pensar que eran unos exagerados, y Kakarotto un tonto por complacerlos.

—¿Él no es un villano? —preguntó un jovencito curioso, apuntando a Vegeta casi con miedo.

Vegeta apretó la mandíbula, la tensión tirando de sus músculos, pero Kakarotto sólo le dio una sonrisa cálida.

—No realmente —contestó.

La Guardiana había permanecido en silencio todo el tiempo, permitiendo el alboroto a su alrededor con una expresión de calma en su rostro. Sin embargo, cuando se levantó de su asiento, los aldeanos callaron.

—Son Gokú, sígueme, por favor.

Los ojos de Kakarotto se abrieron con curiosidad.

—¿Mmhm?

El príncipe tuvo que aguantar el impulso de decirle que no fuera grosero y tragara antes de hablar.

Sin esperar una verdadera respuesta, la Guardiana comenzó a alejarse y Kakarotto se apresuró a seguirla, no sin antes arrastrar a Vegeta a su lado.

[...]

—Un último regalo —dijo la Guardiana luego de detenerse frente a lo que parecía un enorme bonsái con agua a su alrededor, bastante apartado de la aldea—. El Geoul, espejo del corazón —comenzó a explicar bajo la atenta mirada de los dos—. Debes sumergirte en sus aguas, y él se encargará de mostrarte el deseo más profundo de tu corazón. Tan sólo funciona una vez al año. Es nuestro más grande tesoro, sería un honor que lo recibieras por esta vez.

Kakarotto boqueó asombrado.

—Oh... ¡Muchas gracias! Yo...

La Guardiana volvió a moverse lejos, de vuelta a la aldea.

—Ha sido un placer, guerreros —se despidió, y volvió por donde vino.

Hubo un prolongado silencio entre ambos hasta que Kakarotto volteó en su dirección.

—¿Quieres intentarlo tú?

El príncipe entrecerró los ojos.

—¿Qué estás diciendo? Es tu regalo, ya oíste a la mujer.

Kakarotto se acercó y el aire a su alrededor cambió drásticamente y en un solo segundo. La seriedad tomó sus facciones. Vegeta se congeló en su lugar.

—Conozco muy bien el deseo de mi corazón, Vegeta.

Tajante, sin lugar a protestas. Sus ojos eran sugerentes y estaban fijos en él. Sabía a lo que se refería, no había manera de no saberlo. Vegeta sintió su cuerpo retorcerse de los nervios.

—Bien, bien. Lo haré, maldición —empujó a Kakarotto con una mano sobre su pecho y se aproximó al agua cristalina a paso rápido, respirando profundamente.

Bastardo, pensó Vegeta. Bastardo y engreído.

No sabía cuándo Kakarotto se había convenido de que lo conocía tanto, de que tenía las cosas más claras que él. ¿Qué era esa manera de hablarle, de sugerirle cosas que no pensaba? ¿Estaba relacionada con la reciente propuesta que le había hecho?

El idiota definitivamente creía tener una oportunidad con él, pero ante eso Vegeta sólo podía reír. Si el ingenuo de Kakarotto pensaba que el deseo más profundo de su corazón podía llegar a ser algo tan simple y banal como un amor, se equivocaba terriblemente. Lo más seguro era que la fuerza mágica del espejo se aventurase a las zonas oscuras de su mente, a recuerdos rodeados de tinieblas, y le mostrase masacres, mundos diezmados y vidas llenas de tragedias, provocadas por él mismo. Ese había sido el deseo más profundo de su corazón, al menos en otra vida.

Después de todo, él y Kakarotto eran personas muy diferentes.

En medio de su divagación, se sorprendió cuando el agua comenzó a repeler el toque de su cuerpo mientras se adentraba en ella. De un momento a otro, se vio rodeado de una gran burbuja que le impedía ver más allá del agua moviéndose a su alrededor, creando ondas que parecían brillar.

Era ciertamente algo bello, pero comenzaba a impacientarse. Justo cuando sopesó la posibilidad de volver sobre sus pasos, el agua se alzó frente a él y empezó a tomar forma. Vegeta miró la transformación, expectante, y su boca se abrió en sorpresa cuando terminó.

La figura tomó forma de un individuo de pelo alborotado que vestía un dogi naranja muy familiar. Sonreía como si le hubieran contado un chiste, y se aproximó a su cuerpo como si se lo hubiera permitido.

—¿Qué-?

Vegeta estaba atónito. El falso Kakarotto lo tomó en sus brazos fuertes, y su toque se sentía tan real que su corazón comenzó a galopar en su pecho, su mente olvidando que se trataba de una ilusión. Mientras él intentaba boquear una protesta, el otro susurró unas palabras ininteligibles en su oído, y el escalofrío que recorrió su espalda fue casi doloroso. No pudo registrar lo que estaba pasando hasta que sucedió.

Sus piernas temblaron cuando los labios del otro tocaron los suyos, uniéndolos en un beso suave y lento. Vegeta parpadeó, todo en él sintiéndose como gelatina, y se encontró luchando contra su propio cuerpo, el maldito rebelde estaba cediendo ante las caricias y retorciéndose gustoso sobre los músculos que lo rodeaban casi por completo.

¿Qué demonios estoy haciendo?

Abrió los ojos de golpe, sin saber cuándo los había cerrado, y atravesó la figura con una gran descarga de Ki, dejando que toda emoción que había nacido de su interior saliera en forma de energía destructiva. La burbuja se desmoronó a su alrededor y otra vez tuvo la imagen del bonsái y de Kakarotto esperando a su espalda, la sensación muy parecida a la de haber despertado de un sueño.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Kakarotto, inocentemente.

Vegeta aún sentía su pulso acelerado.

—Larguémonos de aquí —respondió a secas y comenzó a volar. Sus labios cosquilleaban.

En el desastre que era su mente en ese momento, el único pensamiento coherente era el de debería haber destruido ese estúpido árbol.

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