8
El silencio de la cena fue palpable.
A pesar de que Aster intentaba crear una conversación era complicado sacarle algo a Jude, que respondía a cada pregunta con monosílabos y se negaba a hacer contacto visual. En general el ambiente de la cena no estaba siendo el correcto, así que finalmente se rindió. La parte más frustrante fue que olvidó llevarle el pastel que había preparado para el postre y en su lugar Rosemary sirvió una especie de natilla con fruta.
Cuando le preguntó por el pastel, ella aseguró que no era el momento adecuado y que lo serviría al otro día, durante el almuerzo. Jude estuvo de acuerdo rápidamente con la mujer y luego se retiró a su estudio.
Aster decidió esperarlo para hablar un rato con él antes de dormir, sin embargo, cayó rendido antes de que el hombre apareciera en el cuarto y al despertar solo lo acompañaban las sábanas arrugadas.
Conseguir algo de intimidad con su marido estaba siendo ridículamente difícil.
El desayuno fue exactamente igual que la cena, incluso la parlanchina Octavia se había quedado mortalmente callada durante todo el tiempo en el que Jude estuvo presente, por lo que Aster decidió poner manos a la obra y optar por una estrategia mucho más agresiva.
Durante el transcurso de la mañana intentó crear situaciones en las que pudieran convivir, aunque le estaba costando mucho trabajo. Sin embargo, a pesar de lo mal que estaba saliendo su plan, todavía tuvo un momento en el que el destino le sonrió al descubrir a Jude dirigiéndose a los establos.
Rápidamente se asomó en el lugar, donde encontró a Jude cepillando a su caballo con un cariño y paciencia que contrastaban con su imagen de frialdad absoluta. El establo casi siempre estaba vacío, el único caballo que tenían era el de Jude y permanecía en casa durante pocas semanas al año, su otro carruaje era manejado por un autómata.
Si querer se le escapó una sonrisa ante la escena, Jude realmente amaba a ese caballo, lo observaba con una adoración impropia de él.
—¿Cómo se llama? —preguntó, sin poder contenerse.
El hombre se giró, observándolo con cierta sorpresa, como si no se esperase encontrarlo en aquel lugar. Aster sintió que la nostalgia lo invadía, aquella escena se había repetido muchas veces entre los dos cuando eran niños.
—El caballo —insistió al no tener respuesta—. ¿Tiene un nombre?
Jude suspiró, cerrando los ojos y negando con la cabeza. No dijo nada, puso el cepillo en su lugar y salió del establo, dirigiéndose a la casa. Aster fue extremadamente consiente de que el hombre no lo miró mientras pasaba a su lado, era como si no estuvieran compartiendo el mismo espacio, como si Jude no pudiera verlo.
Durante un instante Aster se sintió invisible.
—No me contestaste —insistió, no estaba dispuesto a dejarse amedrentar por el carácter de su esposo. Prefería cortarse la mano que resignarse a que lo dejaran con la palabra en la boca.
El hombre se detuvo, se giró hacia él y lo miró unos segundos.
—Bonnie —dijo—. Es una yegua —y luego continuo su camino.
Aster fue a buscarlo una hora después con un trozo de pastel de calabaza. Todavía no estaba dispuesto a rendirse y si quería consumar su matrimonio, primero tenía que calentar las cosas entre ellos.
Un delicioso postre siempre era una buena forma de romper el hielo.
Con renovada energía se dirigió al estudio, donde el hombre pasaba la mayor parte del día encerrado, como si quisiera poner una barrera física entre ambos. Una conjetura que no parecía muy descabellada después de recordar sus interacciones en las últimas veinticuatro horas. Jude era un hueso duro de roer, pero Aster era peor que un perro hambriento.
Una vez frente a la puerta, suspiró, contando hasta tres, para luego tocar.
—¿Quién es? —La voz de Jude se escuchó indecisa, no era normal que alguien lo llamara fuera de las horas en las que sucedían las comidas.
—Soy yo, esposo mío —Aster tenía una sonrisa en los labios.
No hubo respuesta.
Aster se quedó un rato parado afuera, considerando el volver a tocar, cuando la puerta se abrió. Jude estaba medio vestido, tenía puesta una camisa blanca cuyos primeros botones se encontraban abiertos, un pantalón negro, de algodón y los pies descalzos. Su cabello estaba ligeramente despeinado y caía sobre su rostro dándole una apariencia más juvenil, más cercana al muchachito que conoció en la casa de los Winchester.
El hombre le dedicó una mirada perspicaz, como si pudiera leer sus pensamientos con solo echarle un vistazo. Aster sonrió, ignorando el gesto, estaba distraído con otras cuestiones.
Por ejemplo, el hecho de que podia ver su cuello blanco de Jude, las clavículas y el pecho. Aquello era algo distinto, golpeaba de una forma que no podía describir.
—Traje pastel de calabaza, lo preparé yo mismo —dijo, mostrándole el plato que llevaba en las manos. No pudo controlar el ligero temblor que presentó su pulso en una primera instancia.
Jude pareció dudar un momento, luego soltó un suspiro.
—Gracias —dijo, tomando el pastel en un ademán educado. Aster notó que incluso en esos momentos de relajación llevaba los guantes de cuero puestos.
—¿No me invitas a pasar? Me llevaré el plato cuando termines de comer —dijo, antes de que el hombre lo despachara de la habitación. Jude no era de los que se andaban con rodeos, así que Aster supuso que lo mandaría al diablo.
No fue así.
Ambos se sumieron en un extraño silencio, hasta que finalmente Jude se hizo a un lado.
—Pasa —dijo, dejándole el camino libre.
Entusiasmado, pero intentando no demostrarlo, Aster dio un paso dentro del estudio. Había estado ahí pocas veces, casi siempre encargándose de la limpieza, ese era el único sitio en el que Jude no dejaba que nadie pasara. Estar ahí, en compañía del hombre, era una oportunidad única.
Él estudió estaba compuesto por un pequeño escritorio con un par de estanterías repartidas alrededor. Había algunos cuadros y papel tapiz de color caqui, con patrones de hojas otoñales. Sin embargo, el gran protagonista de la habitación era el enorme sillón al lado de la ventana, el cual era lo suficientemente grande como para que Jude se pudiese recostar un rato y dormir si era necesario. Aster siempre se sentía consternado al verlo, porque parecía la prueba tangible de que su esposo nunca se metía a la cama con él.
Como sea ambos se sentaron en el dichoso sillón en silencio. Jude parecía cansado, más de lo que había demostrado cuando llegó, Aster se dio cuenta tarde que estaba interrumpiendo el descanso del hombre. Avergonzado, apretó los labios, preguntando si debía retroceder un poco.
No pudo hacerlo.
En ese instante Jude se llevó una cucharada de pastel a la boca y casi enseguida soltó una exclamación de sorpresa. Aster se quedó quieto al ver su reacción, el hombre tenía los ojos abiertos de par en par y se había puesto rígido. A su alrededor la magia empezó a ondularse, retorciendo el entorno como si estuviera desdibujando la realidad, de inmediato reconoció la magia de su marido rezumbando sobre su piel.
Algo estaba sucediendo, algo peligroso.
—¿Estás bien? —preguntó, intentando tocarle el hombro, pero Jude se puso en pie, plato se le resbaló de las manos. La porcelana se rompió, el pastel quedó destrozado, Aster abrió los ojos de par en par, sorprendido por la reacción del hombre.
De repente Jude comenzó a tener arcadas y se tambaleó hasta el escritorio, el cual utilizó como apoyo para mantener el equilibrio.
—¿Esposo mío? —su voz sonó temblorosa al a hablar. Jude se giró hacia él, lanzándole una mirada furiosa como la de un animal salvaje.
—¿Qué me diste de comer? —preguntó, como acusándolo de algo. Aster tartamudeo, sin saber que decir, no tenía idea de lo que estaba pasando.
Jude no pudo contenerse, vomitó sobre el suelo un líquido negro y denso, una especie de fango que se arrastró en el suelo, volviéndose más grande en segundos, mutando rápidamente hasta tomar la forma de un animal, una especie de lagarto cuyos bordes todavía no estaban completamente definidos, a excepción de los dientes, que ya se asomaban en su boca.
La criatura empezó a crecer hasta alcanzar rápidamente el tamaño de un caballo, ocupando el centro de la habitación. Aster pegó un grito ante la escena, llamando la atención de la criatura, que se giró hacia él, observándolo con sus ojos aún deformes. Asustado se llevó las manos a la boca, pero el monstruo ya lo había notado y se lanzó por él sin dudarlo, el ataque fue tan repentino que apenas tuvo tiempo de empujarse contra el respaldo del sillón, intentando retroceder inútilmente.
Aquellos colmillos nunca se clavaron en su piel, porque Jude se puso de pie y atrapó al monstruo con los brazos, tumbándolo al suelo.
Estupefacto, Aster vio como Jude sometía al animal contra el suelo y luego, con las manos desnudas, lo tomaba de la mandíbula, tirando de ella, obligándolo a mantener la boca abierta. La criatura se resistió, luchando por soltarse, hasta que la fuerza de Jude, cuyos músculos se tensaban por el esfuerzo, prácticamente le desprendió la mandíbula, causando que soltara un gruñido agonizante, transformándose en una especie de líquido que se evaporó rápidamente.
La habitación se sumió en una repentina calma, donde sólo se escuchaba una respiración agitada. Las miradas de ambos se cruzaron y eso pareció desatar la ira de Jude, que apretó los puños y le miró con algo muy parecido al desprecio.
—Lárgate —masculló.
Aster se quedó en su sitio, notando como la mano del hombre comenzaba a sangrar.
—Estás herido —dijo, con un hilo de voz. Aquello pareció enfurecerlo aún más.
—¡Lárgate!
Aster no discutió con él, se marchó de la habitación lo más rápido posible.
Pobre Aster, nada le sale bien con su querido esposo. :,)
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