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30

Alexander observó a Aster, intentando no demostrar emoción ante las palabras de su hermano, por un segundo casi saltó de felicidad al pensar en deshacerse del yugo del viejo, pero rápidamente comenzó a pensar en todos los pormenores de la situación y su cabeza se llenó de preocupaciones.

—¿Estás seguro? ¿No es un problema para ti? —él no tenía mucha idea de lo que estaba pasando en la vida de su hermano, pero había escuchado que estaba haciendo buenos negocios en la capital. De todas formas, el dinero no compraría las influencias del Duque, por lo que un movimiento como ese podría ser muy arriesgado.

—Jude está haciendo un gran trabajo, su puesto en el gobierno es muy sólido y pronto lo será aún más —Aster se recargó del hombro de su marido, aspirando el aroma de su perfume. Alexander se dio cuenta del detalle y puso los ojos en blanco.

—Bueno, si es posible, me gustaría unirme a tu gremio —aunque solía ser un chico muy modesto, la verdad era que no tenía ganas de quedarse con los Winchester. La posibilidad de marcharse pudo con su ansiedad, el siguiente año cumpliría la mayoría de edad y entonces el Duque no tendría ninguna obligación con él.

Tener un poco de protección no le vendría nada mal.

—Vendré a verte cuando todo esté listo —Aster le tomó de la mano, prácticamente recargando el torso sobre la mesa—. Estoy feliz de que hayas aceptado —le hizo saber.

Alexander apretó su agarre, sintiéndose feliz por el gesto. Ambos permanecieron en silencio unos segundos hasta que la cara de Aster se iluminó con un recuerdo.

—Cierto, traje regalos —exclamó, chasqueando los dedos y en medio de la mesa aparecieron tres cajas, una era alta, cuadrada y de color azul rey, la segunda era blanca, plana, redonda con un moño de seda y la tercera era pequeña, de color rojo quemado. Aster tomó esta última y se la entregó con emoción—. Este es de parte de Jude —explicó, ansioso por conciliar la relación entre aquellos dos.

Alexander hizo una mueca, pero no dijo nada y abrió la caja, descubriendo la joya en forma de espiral dorada, con dos alas doradas adornándola y una gota colgando en el centro. El brillo de la piedra era muy peculiar, tenía una magia bastante inusual y su diseño parecía una modal del extranjero. Seguramente fue difícil de conseguir, también estaba seguro de que valía mucho, pero él intentó con todas sus fuerzas no verse impresionado.

—Gracias cuñado —respondió con indiferencia y luego se colocó el arete en la oreja izquierda, era sorprendentemente ligero, debía estar hechizado porque era como no llevar nada puesto.

—Alexander —Aster le miró con la cara roja por la vergüenza, pero Jude no parecía afectado.

—Oh pastelitos —Alexander sonrió, abriendo la caja blanca y fingiendo que no sabía porque su hermano estaba tan afectado. Después de todo él era un niño sin modales y se enorgullecía un poco de ello.

Johan se marchó porque decidieron quedarse a pasar la noche y él realmente amaba su cama, así que llegó a la conclusión de que era mejor volver al día siguiente por ellos. Luego Aster fue a preparar más té para que merendaran los pasteles y eso dejó a Jude sólo con Alexander, cuyo rostro se transformó en una máscara de hostilidad que no lo impresionó en lo absoluto.

—No le has dicho nada ¿Verdad? —preguntó el chico, permaneciendo muy quieto, evaluándole a detalle. Jude negó con la cabeza.

—Me pediste que no lo hiciera —agregó, encogiéndose de hombros.

Alexander le volteó la cara un gesto digno, negándose a reconocer su presencia en aquella sala, era un muchacho sorprendentemente orgulloso. El silencio inundó la habitación durante un par de minutos que se sintieron interminables, hasta que el chico decidió que aquello no era suficiente.

—Nunca me vas a caer bien —lo pinchó, casi esperando que Jude le respondiera con la misma animosidad.

—Lo sé —Jude no le siguió el juego y permaneció en su lugar, observándole con expresión serena.

—Eres un descarado, mi hermano no se merece un marido como tú, mentiroso, hipócrita, caza fortunas —la tranquilidad de Jude alteró por completo a Alexander, cuyo rostro se puso roja de por la ira. Sus ojos brillaban con un rencor difícil de ignorar, tenían un fuego que consumía con una fuerza aterradora.

Suspiró.

—Lo siento mucho, pero no me arrepiento de nada —dijo, su tono permaneció en el mismo tono tranquilo que antes—. De todas formas, baja la voz, no creo que Aster agradezca saber que te colaste en mi habitación la mañana de la boda para pedirme que no me casara —A pesar de apariencia imperturbable, Jude no estaba dispuesto a recibir de buena gana semejantes acusaciones.

—Eres un... —el rostro de Alexander se encendió con más fuerza y se puso de pie, furioso ante el rumbo que estaba tomando aquella discusión.

Un grito proveniente de la cocina interrumpió la pelea. Ambos se levantaron cruzando el pasillo, asomándose dentro, donde Aster yacía en el suelo intentando levantar las tazas de madera que rodaron debajo de una de las alacenas de la cocina. Jude se apresuró a sostener a su esposo para ponerlo de pie. Con un chasquido Alexander levantó los trastes del suelo, colocándolos en una bandeja sobre la mesa.

Aster miró de uno al otro con la cara roja, parecía ligeramente asustado y podía sentirse un olor dulzón inundando la habitación, era magia remanente, un hechizo que fue desactivado cuando entraron a la cocina.

—¿Estás bien? —Jude lo tomó del rostro, intentando comprobar su estado y Aster le sonrió con torpeza.

—Perdón, no estoy muy acostumbrado a hacer estas cosas —su voz se escuchaba ahogada, tenía los pantalones y la camisa mojadas.

—Deja que te preste algo para cambiarte —Alexander intervino, llevándoselo del agarre de Jude—. Tu marido puede encargarse del té —agregó, tomando un trapo y lanzándolo hacia el hombre. Este suspiró, ante el suelo mojado.

Aster le dio una mirada a Jude antes de dejarse arrastrar a una de las habitaciones de la casa. Sólo había dos de ellas y la de Alexander daba al patio interior.

Aquella visita no estaba resultando como se la esperaba.




Nervioso, Aster entró en la habitación, sintiendo el cuerpo engarrotado y la cabeza dándole vueltas. Estaba seguro de que si no podía agarrarse de algo pronto vomitaría ahí mismo. Sin embargo, cuando estaba a punto de caerse de frente, una ráfaga de viento golpeo su rostro.

La ventana del cuarto de Alexander estaba abierta y desde ella pudo ver la imagen enmarcada del mar rompiendo contra la arena blanca, gaviotas y una formación rocosa encerrando el extenso patio. Estaban cerca del invierno, así que el tiempo comenzaba a ponerse frío, pero el sol todavía acariciaba la playa con ternura.

—¿Te gusta? —Alexander sonrió, señalando afuera—. ¿Quieres que tomemos el té en la playa?

Aster asintió con la cabeza. Tenía las ideas hechas un lío, pero la hermosa vista del mar consiguió que pusiera los pies en la tierra.





Aunque dijo que sí, Aster se sorprendió de tenerse a sí mismo sentado en una manta, tomando el té sobre la arena mientras escuchaba a las olas rompiendo en la orilla. Jude les había puesto un hechizo para que la arena no se metiera en la comida y el té permaneciera caliente. Afuera hacía un frio insoportable, así que Alexander les prestó abrigos para que no se congelaran.

La ropa le quedaba grande, era el hermano mayor, pero su hermano pequeño era más alto que él, al menos diez centímetros. Aun así, Alexander seguía pareciendo pequeño al lado de Jude, quien no solamente era alto, tenía un cuerpo construido en el ejército, con músculos cincelados y trabajo duro.

—Seguramente Magnus está disfrutando del sol en la isla tortuga, allá el invierno llega más tarde —Aster se llevó un pastelito a la boca, estaba particularmente orgulloso de aquella bandeja.

—Supongo —Alexander no agregó nada más, él tenía muchos años sin hablar con Magnus y cuando eran niños no se llevaban muy bien.

Las gaviotas siguieron graznando y Aster encontró una extraña paz en el silencio, sin embargo, esta comenzó a sentirse incómoda y una bola de preocupación se asentó en su estómago, subiendo hasta su garganta. Miró de reojo a su hermano y se preguntó por la conversación que habían tenido en la sala.

Para ser justos no era su intención escuchar algo privado, simplemente deslizó un hechizo de escucha para vigilar que no se mataran o que Alexander no fuera demasiado grosero con Jude, era como vigilar a dos niños para que no se pegaran, sin embargo, aquel pequeño intercambio de palabras lo único que hizo fue llenarle la cabeza de ideas.

¿Desde cuándo hablaban aquellos dos? Según él ninguno de sus hermanos había tratado con Jude antes de la boda, de hecho, Alexander ni siquiera estuvo presente en la ceremonia a pesar de las insistencias de Aster para invitarlo.

Nervioso apretó los labios, mientras jugueteaba con la arena.

—¿Ocurre algo? —Alexander lo miró, se había puesto encima de la ropa una especie de abrigo tejido. Parecía un muñequito de peluche, suave y esponjoso. Sus ojos rasgados le miraban con curiosidad e inocencia.

No podía pensar mal de él, pero al mismo tiempo había toda clase de sospechas que su cabeza estaba creando.

—No pasa nada. 

Dramaaaaaa 6-6

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