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NamJoon atravesaba las calles del pueblo con pasos apresurados, como si cada zancada lo acercara un poco más a la absolución que necesitaba con desesperación. Su mirada iba fija al suelo, evitando los rostros de los pocos transeúntes que lo cruzaban. Sabía que lo juzgarían si conocieran los pensamientos que lo atormentaron durante toda la semana. Desde hacía días, su mente no le daba tregua, reviviendo una escena que lo perturbaba profundamente, tanto por su naturaleza como por las sensaciones que despertaba en él.
Había sido un accidente, se repetía a sí mismo una y otra vez que se maldecía por haberse quedado a presenciar aquello. El hecho de haber abordado el lucero azul en busca de sabotearlo había sido un completo error. No había querido quedarse, pero tampoco había sido capaz de apartar la vista de la escena.
Ese instante lo había marcado de formas que no entendía del todo. Algo dentro de él se revolvía entre la indignación, el escándalo, y algo más oscuro, más íntimo, que lo llenaba de profunda culpa. Por eso estaba ahí ahora, en busca de redención.
La iglesia se alzaba imponente al final del camino, un edificio de piedra gris coronado por una cruz desgastada por los años. NamJoon inspiró profundamente antes de entrar, sus pasos resonando en el silencio solemne del lugar. El padre Matthias, un hombre de mediana edad con un marcado acento local, estaba de pie junto al altar, ajustando un candelabro. Al verlo entrar, levantó la vista y esbozó una leve sonrisa.
-Hijo, ¿en qué puedo ayudarte? -preguntó Matthias con voz tranquila, dejando a un lado su tarea.
-Padre, necesito confesarme -respondió NamJoon, sintiendo cómo el peso de sus palabras le encogía el pecho.
Matthias lo condujo hasta el confesionario, un pequeño espacio de madera que olía a incienso y cera derretida. Una vez dentro, NamJoon se sentó, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en sus oídos.
-Dime tus pecados, hijo -dijo el padre desde el otro lado de la rejilla.
NamJoon tragó saliva, sintiendo como el nudo en su garganta dificultaba el poder formular las palabras correctas.
-He visto algo... algo que no debería haber visto. Dos hombres, padre. Dos hombres juntos de una forma que... que no es natural.
Hubo un momento de silencio en el confesionario, tan denso que NamJoon pensó que el sacerdote había dejado de escucharlo.
-¿Y por qué esto te perturba tanto? -preguntó finalmente Matthias, su tono neutro, casi curioso.
-Porque no es correcto, padre. Es pecado. Y porque... -NamJoon se detuvo, las palabras atoradas en su boca-. Porque al verlo, sentí algo que no debí sentir.
Matthias exhaló lentamente, y NamJoon pudo imaginarlo cerrando los ojos, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar.
-Entiendo tu confusión, hijo. Pero no todo lo que sientes es pecado. A veces, nuestros corazones reaccionan de formas inesperadas. Eso no significa que debamos actuar según esos impulsos, pero tampoco que debamos condenarnos por sentirlos.
-No es solo eso, padre -continuó NamJoon, apretando los puños-. Creo que estas cosas están ocurriendo más en el pueblo. Ese hombre, SeokJin, está corrompiendo a otros. Necesita detenerse antes de que...
Matthias lo interrumpió con una voz más firme.
-¿Estás seguro de lo que estás diciendo? Acusar a alguien de esta manera no es algo que se deba tomar a la ligera.
-¡Lo vi con mis propios ojos! -insistió NamJoon, sintiendo cómo la frustración se mezclaba con su culpa-. ¿Cómo puede dudar de mí?
El sacerdote guardó silencio por un instante más largo esta vez.
-Hijo, entiendo que lo que viste te haya impactado, pero como un extranjero aquí, no puedo tomar acciones basándome solo en tu palabra. Este es un asunto delicado, y la iglesia no puede intervenir sin pruebas.
NamJoon sintió cómo una ola de frustración lo inundaba. Había venido en busca de apoyo, de redención, y lo que encontraba era incredulidad.
-Entonces, ¿qué debo hacer? ¿Simplemente ignorarlo? -preguntó con su voz teñida de desesperación.
-Debes reflexionar. Pregúntate por qué esto te afecta tanto. A veces, lo que más nos incomoda en los demás es un reflejo de algo que no hemos aceptado en nosotros mismos.
Esas palabras resonaron en NamJoon como un eco incómodo. Salió del confesionario sintiéndose más perdido que cuando había entrado, con la sensación de que las respuestas que buscaba estaban más lejos que nunca. Mientras se alejaba de la iglesia, la imagen de esos dos hombres volvía a su mente, no como una condena, sino como un enigma que aún no sabía cómo descifrar...
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