Extra. La primera noche
Era una noche hermosa para manejar, como casi todas las noches de mayo, pero no podía ver la belleza en lo externo cuando sus pensamientos ardían. Apoyó la espalda contra el pilar de la puerta de entrada del bar y cerró los ojos. Quería un cigarrillo. Necesitaba un cigarrillo.
No sabía por qué había aceptado ver a sus amigos cuando tenía el corazón pendiente del teléfono. Luciano había insistido en que no era necesario que los acompañara si no se sentía en condiciones, Nicolás le confió que podían contar con ellos si necesitaba una excusa para no ir, pero lo único que lo distraía era prepararse para esa noche. Aunque no podía expresarlo en voz alta para evitar que su entorno se preocupara demasiado, tenía miedo de pensar, por lo que su única alternativa era hacer cosas. Juntarse con sus amigos, ver a Melisa, ir al taller a la mañana siguiente. Almorzar con su papá, pasar la tarde en el gimnasio para cansar el cuerpo. Esperar a Luciano, invitar a Jorge a cenar para que alguien saque otro tema. Invitar a Melisa también, para aligerar el ambiente. Pensar en el próximo día.
Tenía la boca seca. Si hubiera fumado, la sentiría peor. A un costado, Lucía y Jazmín apagaban sus cigarrillos. Nicolás se acercó a él.
—¿No volvés con Lucho? —le preguntó, señalando su moto con la cabeza.
—Paso por lo de Meli. No nos vimos a la tarde porque se juntaba a estudiar.
Nicolás bajó la voz.
—¿Cómo va eso?
—Dejó de verse con el chabón de la panadería. Y, por cómo va la cosa, en cualquier momento Lorena me manda a la mierda.
—¿No le gusta ser segunda?
—No le gusta no ser la única. Pero sabía cómo era la cosa cuando nos conocimos, desde ahí tenía pinta de que no era su estilo.
Luciano salió a la vereda, se acercó a las chicas. Habló con ellas en un susurro que no alcanzaron a descifrar.
—Van a quedar ustedes dos solos. ¿Ya vamos a poder decir que es tu novia o todavía no?
—Por eso la quiero ver hoy, para que hablemos. No sé qué quiere ella y yo no estoy con cabeza para llevarla a casa. Lo peor que puedo hacer ahora es caer con una mina y decir que estoy de novio.
—¿No hay novedades?
—Nada.
Nicolás se calló. Permanecieron en silencio durante algunos segundos, incapaces de seguir con una conversación que ambos preferían evitar, cuando notaron que sus amigos discutían en voz baja. Mateo inclinó la cabeza hacia el grupo, Nicolás dio un paso hacia ellos.
—¿Qué pasa?
Lucía le contestó como si Mateo no estuviera ahí.
—Jorge quiere que lo busque ahora y parece que Martín está con él. Quiere que lleve a Jaz.
—¿Y qué problema hay? —preguntó Nicolás, pero Mateo ya lo sabía.
Bastó un intercambio de miradas con Luciano para ver el problema.
—Que tiene que llevar a Laila y le queda en la otra punta.
Lucía enfrentó a Luciano. El abrigo que llevaba, exagerado para la frescura de esa noche pero adecuado para volver en moto con Nicolás, la hacía parecer más delgada y frágil.
—Laila vino única y exclusivamente porque le dijiste que la traías y la llevabas. Mecha está tranquila porque sabe que vuelve con vos. No le podés cambiar los planes así.
—No le quiero cambiar los planes a nadie, pero Jorge...
—No podés hacer lo que te dice cada vez que se pone denso —insistió Lucía.
—No está denso —contestó Luciano, y sus ojos hicieron contacto con los de Mateo—. Está preocupado, que es peor.
El frío se colaba por el cuello de la campera y le congelaba la garganta. Mateo tragó saliva despacio, inhaló profundo. Aunque no lo hubiera puesto en palabras, Luciano le pedía ayuda. Y él no se la iba a negar.
—¿Laila dónde está?
Lucía entrecerró los ojos antes de mirarlo. Desconfiaba de cada interacción que tenía con su amiga, pero no iba a decirlo frente a Jazmín. En eso estaban del mismo lado.
—Fue al baño, ya debe venir.
—Yo la llevo.
Sus amigos no reaccionaron de inmediato. El primero en hablar fue Luciano.
—Te puedo dejar el auto, puedo ir con Jaz y volver con Jorge en la moto. Dejame que confirme. —Llamó a su pareja y se alejó unos pasos del grupo.
Jazmín se acercó a Mateo y le habló en un susurro que los demás podían escuchar.
—¿No te tenías que ir temprano?
Él, que seguía a Luciano con la mirada, distinguió que le hizo un gesto para que lo acompañara. Contestó un «Puedo demorar unos minutos» para no ignorar a Jazmín y se alejó del grupo.
—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja.
Luciano le mostró una foto que Jorge acababa de mandarle.
—¿Conocés a alguno?
Amplió la imagen y aumentó el brillo de la pantalla para distinguir los rasgos en la imagen borrosa. Asintió despacio.
—A varios, dos seguro. —Le devolvió el aparato—. ¿Qué pasó?
—Se están agarrando a piñas y Martín no se quiere ir. Ya llamaron a la cana, tengo que buscar a Jorge para que no quede pegado. Y si me decís que conocés a varios... Tendría que ir ya, pero no quiero dejar a Jaz allá.
—No, ni en pedo. Llevate el auto, yo me las arreglo.
—Laila no va a ir en la moto.
—Que se tome un taxi y la sigo. —Ante la mirada de Luciano, agregó—: No la pienso perder de vista.
Lucía se acercó a ellos, preocupada.
—¿Qué pasa? ¿Qué van a hacer al final?
Durante unos segundos, ninguno habló. Luciano asintió despacio, sin dejar de mirar a Mateo.
—Me llevo el auto, voy con Jaz. Buscamos a Jorge y a Martín y los dejo en su casa. Laila se va en taxi y Mateo la sigue.
Lucía fue la primera en oponerse.
—¿No podés ir a buscar a los chicos, venir con ellos y después llevar a Laila?
—No hay tiempo de ver más opciones, nos tenemos que ir.
Luciano llamó a Jazmín con un gesto y se despidió del grupo en general antes de caminar hacia el auto. Antes de que se alejara demasiado, Lucía lo interceptó y volvió a interceder por Laila. Su amigo le susurró algo breve al oído y bastó para que ella dejara de insistir. Apuró a Jazmín para que no se demoraran y pidió que le avisaran cuando estuvieran fuera de riesgo.
Nicolás dio un paso hacia ella cuando quedaron solo los tres esperando por Laila. Lucía fue al baño a buscarla.
—¿Qué le dijo Lucho? —quiso saber Nicolás.
—Ni idea, no alcancé a escuchar, pero mejor si se apuran. Hay gente del Tato ahí, en cualquier momento cae la cana.
—¿Qué vas a hacer con Laila?
Mentirle, en primer lugar. Después, asegurarse de que llegara entera a su casa. Encontrarse con Melisa, hablar de su relación y sus intenciones de mantenerla como hasta entonces o cerrarla y formalizar. A fin de cuentas, el único motivo para evitar la exclusividad fue su incapacidad de mantener una pareja a tan poco tiempo de cortar todo vínculo con Marisol.
—¿Vos decís que no va a querer ir en moto?
—No, olvidate. De última, pueden esperar a Lucho. Si deja a Jorge y a Jaz primero, puede pasar a buscar a Laila.
Esperaba que no fuera tan complicado. Si pudiera conseguir que Laila aceptara el trayecto en moto, no tendría que verla subir a un taxi. Por más que estuviera decidido a seguirla y asegurarse de que llegara a salvo, esos segundos de ansiedad lo acompañarían por el resto de la noche, hasta que conciliara el sueño. Y, una vez dormido, no podría descansar.
Lucía volvió del baño sacudiendo la cabeza.
—Acaba de entrar, no me dijo si ya salía. Mejor me quedo yo y vuelvo con ella en un taxi. La dejo en su casa y sigo.
Nicolás se opuso.
—No me copa mucho que de ahí sigas sola hasta tu casa.
—En taxi.
—Es lo mismo.
—Nos podés seguir y después vuelvo con vos. No sé, no quiero molestar a Mateo.
—A mí no me molesta llevarla.
—Acompañarla —lo corrigió Lucía—. No la vas a llevar, la vas a acompañar.
—Estaba pensando en llevarla.
O ella subía a su moto o él la veía subir a un taxi. Uno de los dos se iba a enfrentar a su temor y no estaba listo para ser él.
—Con más razón prefiero acompañarla yo en taxi y después me vuelvo.
Nicolás intervino.
—¿No tenés guardia hoy temprano? ¿A qué hora vas a llegar?
Pero Lucía no lo miraba. Tenía los ojos fijos en Mateo, decididos, amenazantes.
—No la vas a subir a una moto.
—¿Por qué no? —se defendió él—. Le voy a dar la opción. Ella dirá qué quiere hacer.
—Va a decir que no.
—No sabés.
—Lu —la llamó Nicolás—, me pediste que no te lleve tan tarde. Mateo sabe resolver cosas solo, aunque no parezca.
Ella pareció ignorarlo. Dio un paso hacia Mateo, le habló en un susurro que no pretendía ser privado.
—¿Sabés lo que nos costó hacer que volviera a salir con nosotros? La íbamos a visitar, pero no había forma de sacarla de la casa, menos de noche. Si hoy no se siente bien, no va a haber otra juntada. Y capaz que a vos no te importe porque ni se hablan cuando se cruzan, pero al resto sí nos importa cómo está Laila. No sé si dimensionás lo que Lucho espera que hagas.
Los ruidos de la calle no tapaban las conversaciones del bar, pero ningún sonido conseguía que desviaran la mirada. Solo Nicolás mantenía la vista en la puerta más cercana al baño para asegurarse de que Laila no apareciera a medio reclamo.
Mateo iba a decir que era capaz de cuidar a Laila, pero no podía jurarlo. Lo podía intentar, como venía haciendo, pero no se atrevía a convencerla.
Lucía tiró el cigarrillo a la vereda y lo apagó con la punta de una de sus botas.
—Perdón, me estoy alterando y la cosa no es con vos —reconoció. Se acercó a Nicolás—. ¿Nos podemos quedar cerca por las dudas?
Él asintió y se despidió de su amigo con un apretón de manos y un abrazo rápido. Bajó la moto a la vereda y esperó.
Lucía se acercó a Mateo. Le habló en un susurro que nadie más podía escuchar.
—Una parte de mí está tranquila si vuelve con vos porque sé que sos buen tipo y que te vas a asegurar de que llegue bien. Lo que no quiero es que nos odie.
—Andá a descansar, Lu. Laila va a entender que se complicó todo.
—Cuidala —le pidió antes de saludarlo y subir a la moto de Nicolás.
Como si pudiera cuidar a alguien que no fuera él mismo.
Entró al bar, apoyó la espalda contra una pared en el extremo opuesto del pasillo que daba a los baños. Cerró los ojos. No era capaz de sacar el teléfono del bolsillo para avisar que demoraría unos minutos más, pero tampoco podía calcular cuánto tiempo le llevaría convencer a Laila de volver con él. Sabía dónde vivía, había llevado a Luciano alguna que otra vez, y ya había trazado el camino más rápido para llegar.
Vio a Laila antes de que ella notara su presencia. La siguió con la mirada mientras ella evitaba todo contacto visual con otras chicas que hacían fila. Notó que le costaba respirar antes de que estuviera a pocos metros de él. Supo que temblaba. Sus ojos se encontraron. En los de Laila brillaba el terror.
No habían hablado durante toda la noche. Incluso en las conversaciones donde todos participaban, no se dirigían la palabra ni se respondían entre ellos, como si hubieran llegado al acuerdo de ignorar que el otro coexistía en el mismo espacio. A veces esperaba encontrarla sola y que ese espacio se redujera a ellos dos. Sin hablar, para evitar discusiones, pero sin terceros que se llevaran su atención. Solos, en silencio, para sentirse capaz de compartir un momento con ella. Si volviera a fumar, sería más sencillo. Podría acercarse a pedirle un encendedor cuando ella prendiera un pucho, algo que solía hacer sola, e invadir ese instante de privacidad. Sin embargo, no tenía intenciones de volver a fumar y no quería que se borrara de su semblante la paz que transmitía cuando estaba sola, concentrada en el humo e ignorando el mundo a su alrededor. Laila fumaba sola y no había espacio para él en aquella intimidad.
Ella intentó ignorar que la esperaba y siguió caminando sin dirigirle la palabra. Mateo habló antes de que viera la mesa vacía y el espacio donde estaba el auto de Luciano libre.
—Lucho se fue.
Como si la hubiera anclado al piso, Laila no se movió. Buscó en él una explicación más sólida, más completa, pero tener su atención mientras parecía lista para huir imprimió en él una prisa ante la que no sabía responder. Quería tranquilizarla y ofrecerle la mejor alternativa para volver a la vez que deseaba no ser el que le daba la mala noticia. Y, al mismo tiempo, sí quería ser él para recibir su furia y su molestia, porque convertirse en un aliado cuando sus amigos se habían ido podía llevar a una tregua. Y una tregua lo obligaría a confesar.
Le indicó que lo siguiera y le dio la espalda para ganar espacio. Inhaló profundo para respirar un aire que no fuera el de ella. La guio a una esquina más privada, más cómoda para hablar en susurros, lejos del paso de los baños. Ahí, bajo una lámpara rota que ofrecía su complicidad, Mateo se permitió mirarla sin esconderse, sin pretender que se había distraído con algo cercano a ella, sin poner excusas. Estaban solos, tenía su atención y la noche dependía de él. Que Laila volviera a su casa dependía de él.
—El pelotudo del novio lo llamó para pedirle que lo buscara y Lucho me pidió que te lleve a tu casa porque no hacía tiempo. Sabés cómo se pone aquel otro si no le hace caso.
—¿Qué?
—Que está como taxi del novio.
Podía haberle explicado que Jorge necesitaba irse rápido y que tenían que sacar a Martín para evitar que Jazmín se viera envuelta en una situación incómoda, que Lucía tenía que irse temprano porque le quedaban pocas horas de sueño antes de una guardia de veinticuatro horas, pero a último momento decidió que no quería preocuparla. No cuando le costaba respirar, no con los labios mordidos, no con la mirada perdida. Laila no parecía capaz de ocuparse de nadie más esa noche y no sería él quien le diera motivos para sentirse al margen.
—No, lo otro. ¿Cómo que te pidió que me lleves?
Podía sonreír, a pesar de la amargura. Laila era capaz de aceptar que Luciano se hubiera ido, pero no que la dejara con él. Por momentos creía que imaginaba su desprecio, que lo exageraba para evitar conversar con ella en buenos términos, pero confirmar que Laila lo evitaba a conciencia lo instó a mantenerse firme en su objetivo.
—Mirá, yo tampoco quiero volver con vos, pero Lucho le dijo a tu vieja que él te llevaba para que se quedara tranquila y yo soy el único que tiene lugar.
—¿Y Jazmín?
«Por ver dónde se está metiendo», quiso contestar.
—La llevó Lucho, le quedaba de paso.
Deseó haber elaborado una excusa mejor para retener la atención de Laila algunos segundos más y no sentir la dicotomía que se enredaba en sus pensamientos. Quería que se enojara con él más que con sus amigos, pero al mismo tiempo tenía la oportunidad de ser, por única vez, la persona que le daba una mano. Siempre había alguien antes, por lo general, Luciano o Lucía, y saber que Laila los elegiría antes que a él le aseguraba que podría seguir fingiendo que le daba lo mismo, que no le importaba si ella necesitaba algo, porque ni siquiera sería la tercera opción. Pero sí le importaba. Sí necesitaba estar pendiente a pesar de que nunca pudiera actuar.
Le pasó su segundo casco, incapaz de hablar. Si decía una palabra, le preguntaría qué podía hacer para que dejara de parecer al borde de las lágrimas, le ofrecería su campera y un café para conversar sobre cómo ella quería volver a su casa, le contaría detalles sobre la juntada en la que estaban Jorge y Martín, intentaría acercarse.
Laila se alejó de él y del casco que le ofrecía, pasó al lado de la mesa que habían ocupado y dejó de caminar cuando alcanzó la vereda. En la esquina opuesta se veía la parada de taxis.
—Mirá, prefiero tomar un taxi —le dijo cuando la alcanzó—. Me podés acompañar a la esquina si no querés que Lucho deje de confiar en vos, o podés ver desde acá si me subo a uno.
—O me puedo ir ahora y dejar que le avises a Lucho cuando estés en tu casa. —Se apoyó contra un pilar para obligarse a relajar la espalda—. El problema es que no voy a hacer ninguna de esas tres. —Le mostró el casco de nuevo.
La imagen de Laila subiendo a un taxi, pendiente de que él arrancara la moto unos metros más atrás, le aceleraba el corazón. Se imaginaba manejando rápido para no perderlos, más pendiente de la patente que de los semáforos, y no se sentía capaz de soportar el trayecto.
Se aclaró la garganta. Se acercó despacio, dándole la oportunidad de rechazarlo. Quería y no quería que lo hiciera casi a partes iguales.
—Ya sé que querías volver con Lucho en auto, pero nadie quiere que vuelvas sola y parece que soy mejor opción que un taxi.
Lo era. Quería jurar que lo era. Sus noches de insomnio lo repetían hasta el cansancio. Pero esas mismas noches le decían que Laila no lo veía de esa forma.
—No me jode ir en moto, me jode ir con vos. Me voy en taxi.
No la podía juzgar de la misma forma que no podía dejarla ir. Consideró avisarle que la seguiría hasta su casa si tomaba un taxi para que supiera qué tan dispuesto estaba a asegurarse de que llegara, consideró pedirle que aceptara ir con él. Consideró decirle todo lo que se anudaba en su mente, desenredar cada pensamiento para leérselo en voz alta y así pedirle que confiara en él esa única noche, aunque implicara hacerla parte de sus secretos.
—Laila.
No notó la gravedad de su voz hasta que pronunció su nombre.
—No quiero ir con vos —insistió ella—. No quiero que me lleves.
—¿Querés que te lleve Nico?
Era una opción a medio camino de los extremos que buscaban evitar.
—Ya se fue.
Como si la situación ya hubiera decidido por él, supo qué camino debía tomar para convencerla. Se acercó a Laila.
—Está en la esquina, con Lucía. Están esperando porque piensan que vas a hacer un drama y no vas a querer volver conmigo. Si tu problema soy yo, podés volver con él. En moto. Si el problema es la moto, subite a un taxi y yo te sigo para asegurarme de que llegues bien así Luciano no me rompe las pelotas.
Supo cuánto la había alejado en cuanto terminó de hablar. Si Lucía temía que Laila se enojara con ellos, él acababa de aumentar las posibilidades. Sin embargo, deseó que el rencor que Laila le tenía no pesara tanto como su orgullo y que fuera capaz de entender que él estaba poniendo su enemistad de lado por Luciano. Una parte de él esperaba que ella se convenciera de que, si cedía por Luciano, ella no podía ser menos. Esa estrategia habría funcionado con él.
Laila no contestaba. El silencio lo dejaba al margen de poder responder ante cualquier planteo, el no saber qué pasaba por su cabeza le hacía ver lo ajeno que era a Laila, lo poco que en realidad sabía de ella, lo que había perdido por alejarla.
—A ver... Todos sabemos que no te subiste a una moto desde que murió tu hermana. Hasta yo lo sé, que te conocí después. Y está bien, cada quien evita lo que le hace mal, pero a los chicos les preocupa que tengas miedo de algo que antes te encantaba.
—¿Y obligarme a ir con vos es su forma de arreglarlo?
«No, es mi forma de saber que vas a llegar bien».
—Nadie planeó esto para joderte, Lucía hasta pensó en irse en taxi con vos y que después Nicolás pasara a buscarla por tu casa. Se cansaron de buscar ideas para que no volvieras sola porque nunca avisás cuando llegás y recién aparecés al otro día. Quieren saber que llegás bien, que no te pasó nada.
—¿Qué me puede pasar si tomo un taxi y me deja en la puerta de mi casa?
No contestó. No era capaz. Intentó seguir la conversación de otra manera, pero solo podía pensar en la respuesta que no quería decir en voz alta.
Laila, como si supiera, como si anticipara que estaban en una calle sin salida, cambió de tema.
—Si no lo planearon, ¿por qué trajiste dos cascos?
Melisa. No le había avisado que demoraría, aunque no le había dado una hora exacta, y llegaría a su casa con la frialdad de los ojos de Laila tatuada en cada pensamiento.
Le mostró la conversación, lo justo para que Laila creyera que ya no estaba interesado en ella, y buscó en su mirada alguna expresión que él fuera capaz de leer. Nada. No vio alivio ni disgusto, tampoco interés. En cuanto Laila desvió la mirada, Mateo supo que había actuado mal. Había expuesto a Melisa, había conseguido que Laila se sintiera una carga porque él postergaba un compromiso por cumplir con Luciano, había mentido al sugerir que no se había plantado al lado de la moto porque le importaba.
Seguía callando, seguía mintiendo, seguía permitiendo que los demás tuvieran un concepto de él que se pareciera al que creía correcto.
Laila habló en un susurro que sintió íntimo, pero sabía a fracaso.
—¿Podés pedirle a Nico que se vaya así tomo un taxi? Podés seguirme si querés, no importa. Quiero volver sola, necesito pensar.
Mateo también lo necesitaba, pero su siguiente parada era la casa de Melisa y lo esperaba una conversación que él mismo había sugerido y ahora no se veía capaz de enfrentar.
Le avisó a Nicolás que tenía la situación bajo control. No era verdad, lo único que había conseguido era que Laila se sintiera derrotada, pero debía alcanzar para que se fuera y los dejaran solos. Solos, pero sin la cercanía ni la intimidad de un momento compartido. Los dos tenían la cabeza en algún punto lejos de ese bar y de sus hogares, y no eran capaces de discutir. Él ya no quería discutir.
—Cuando quiero pensar y es de noche, salgo a manejar. Me relaja. Si querés, podemos dar una vuelta antes de ir a tu casa, de todas formas lo iba a hacer. Tomalo como una tregua por hoy.
Si de verdad el problema era él y no la moto, tenía que aceptar. Era su último intento. Si el problema era la moto, esperaba que el orgullo fuera más fuerte y accediera. De una forma u otra, necesitaba despejarse y a Laila cerca. En la moto no podían hablar, sería lo más cercano a unos minutos de paz. De sinceridad, porque si no hablaba, no podía mentirle.
—¿No te ibas a ver con una mina?
Escuchó la moto de Nicolás a media cuadra. Se iban. Confiaban en él.
—Después le explico que llegué tarde porque un amigo me tuvo de niñero.
—Ni siquiera sé por qué te escucho.
Él sí lo sabía: porque sus palabras eran hirientes y Laila las podía usar para lastimarse. No tenía derecho a engañarla para que ella lo cuidara de sus temores. Más bien, era él quien tenía que soportar lo que ella estuviera dispuesta a hacer.
—Si te vas en taxi, acaba de llegar uno a la parada. Yo te sigo.
Le pidió el casco, derrotado. Si Laila prefería volver en auto, él la acompañaría. Le pediría un último minuto de atención y le hablaría desde el miedo, desde la resignación de saber que no podía evitar más aquel momento. Y aceptaría su respuesta sin importar cuál fuera.
—Vamos directo a casa.
El peso de Laila en el asiento le devolvió el aire. Cerró los ojos con fuerza, asintió para ella y para él.
Arrancó sabiendo que aquello no era una muestra de confianza y que no podía considerarlo un logro. Laila lo escuchaba para lastimarse igual que había aceptado ir con él para fallarse a sí misma a propósito. Como si hablaran el mismo idioma, como si aceptaran encontrar en el otro las herramientas para herirse.
No confiaba en él, pero era él quien respiraba aliviado esa noche helada con la tranquilidad de saber que podía dejarla en la puerta de su casa.
No compartiría con él la intimidad de un cigarrillo, pero había aceptado la cercanía de un trayecto en moto aunque se cuidara de no rozarlo.
Y, aunque no sentía haber ganado, Mateo sonrió. Laila estaba con él y de él dependía que llegara a su casa.
La noche podía no terminar en desastre.
Laila estaba con él.
¡Hola, un extra sorpresa! ♥
Quería subir este capítulo el martes, que fue mi cumpleaños (siempre subo algo como regalo para ustedes), pero tuve una semana imposible y no tenía forma de terminarlo.
En este momento estoy reevaluando varios aspectos de mi escritura, por eso en parte me cuesta traer cosas nuevas, pero releí la historia de Laila dos veces en el último mes y todavía me sorprende que me siga gustando, que tenga tan poco anotado para cambiar cuando la edite. Y sé que no me habría motivado tanto para terminarla si no hubieran estado ustedes pendientes de cada actualización, porque una cosa es trabajar algo para mí y otra es comprometerme y saber que no les puedo fallar a ustedes. Gracias por ser el mejor motor para que me obligue a mostrar mis historias. ♥
¿Quedan más extras de Laila? Sí. Incluso hay un capítulo de la historia de Lucía que siento que quedaría bien como extra acá, pero todavía no lo decido.
¿Para cuándo otra historia del rejunte? Todavía tengo en curso la historia de Cliff, donde aparecen alguna que otra vez Laila y Mateo (esa historia pasa un mes después del último capítulo de esta). Quiero retomarla pronto.
Si hay algo que me quieran preguntar, este es el momento y el espacio: →
Espero que estén teniendo un año hermoso y que este último tercio sea el mejor.
Gracias por tanto. ♥
🌊🌙
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