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Epílogo. Coda a lo efímero


Laila nunca pensó en la muerte antes de perder a su abuelo, el primer familiar que vio partir. Tenía el vago recuerdo de haber abrazado a una compañera del colegio en la puerta de una funeraria, pero no tenía del todo clara la razón. La muerte era, para ella, un concepto que no era el momento de estudiar y que, si lo mantenía en la ignorancia, no tocaría su mundo.

Hasta que su abuelo murió. Hasta que la eligió para seguir viva.

Hasta que ella eligió no morir.

El mar de los muertos permaneció tranquilo desde entonces. Lo había estado durante siglos antes y recuperó su calma con una última decisión. Laila, desde la orilla, había acompañado la llegada de cada persona que marcó su vida.

La primera en aparecer fue la tía de Mateo. Laila la esperaba, consciente de que la enfermedad que le descubrieron con los años sería su fin. Mateo le dio un sueño permanente para mitigar el dolor, pero no fue hasta que murió que ambos comprendieron qué hacían en el mundo.

Después de Gustavo, llegó Mercedes. Laila la acompañó día y noche, y le pidió saber cuándo quería irse. En el momento en que su mamá pronunció las palabras, ella le dio un beso en la sien y le agradeció con las mismas palabras que Sol le había dicho en su último sueño: «Estás en todos mis recuerdos felices, ma». Tomó su alma del mar, la llevó con amor hacia su destino; si ella no podía soñarla, no había necesidad de que permaneciera junto a los demás hilos brillantes que esperaban su turno.

De sus amigos, el primero en morir fue Nicolás. Un infarto lo tomó desprevenido a los sesenta y nueve años, al día siguiente de que su nieto recibiera un reconocimiento por ser el mejor promedio de su colegio. Su hijo mayor se fue del país, decidido a volver al año siguiente con lo necesario para pagarle una universidad privada, de ser posible, en el exterior. Nadie intentó convencerlos de que se quedaran. Las cenizas de Nicolás acabaron en una capilla del interior y Laila se encargó de que su viuda soñara con él trece veces, hasta que él le dijo que estaba en paz.

Jazmín fue la siguiente. Encontró la muerte mientras dormía con su marido, en la calma de un invierno solitario. Sus hijos los encontraron al día siguiente, cuando aparecieron dos horas antes del almuerzo dominical que habían marcado como tradición porque les preocupaba que nadie contestara el teléfono. Ninguno notó la fuga de gas hasta que llegó el equipo médico. Laila no recordaba un velorio con tanta gente que de verdad sufriera, que de verdad se preocupara. Había tantos niños que la tarde entera se sintió como un recordatorio de por qué seguían ahí. Por qué vivían, por qué tenían que morir. Por qué lo efímero de sus vidas importaba. Laila lloró mientras separaba sus almas en el mar.

La hija de Lucía solía contar que su mamá murió de tristeza. Su sonrisa fue lo primero en apagarse, seguida del calor de sus ojos. El paso inexorable del tiempo se volvía una carga que acrecentaba el miedo que le producía lo desconocido.

Una semana antes de morir, pidió que nadie la visitara. La única persona capaz de calmar el temor de su hija y acercarse a la puerta sin que Lucía la echara fue Laila. Su amiga la recibió como si la hubiera esperado durante los últimos años, como si aquella visita no tuviera la naturaleza de sus reuniones semanales. En cuanto estuvieron solas, le preguntó cuándo sería su momento. Laila, incapaz de mentirle esa vez, le propuso elegirlo.

Lucía murió esa misma noche. Dejó de respirar mientras dormía, sin dolor que la aquejara, sin angustia que la destruyera por dentro. Su hija, al día siguiente, encontró junto a su cuerpo la caja de fotos familiares.

Luciano fue el último. También, el más difícil de ver. Pasó días en el hospital, sin voz, apenas consciente por los calmantes. Laila y Mateo se turnaban para acompañarlo, aunque sus hijos no lo abandonaran en ningún momento. Su cuñada lo visitó cuando los médicos dijeron que solo quedaba esperar y llevó un anillo con ella. Luciano reconoció la alianza y entregó su última lágrima al recuerdo de la persona que más había querido. Entregó la suya también, su cuñada prometió nunca separarlas.

Murió de madrugada. Laila lo esperó en el mar, lista para despedirse del último vínculo que conservaba de su vida mortal. Le agradeció en silencio, con los ojos húmedos y cansados, con la idea de un futuro en mente. Sostuvo el alma de su mejor amigo sabiendo que él no volvería a reconocerla, que no había otra vida para encontrarla. Luciano fue el comienzo, su compañía para descubrir el mundo desde la niñez, fuera de su familia, y también era el final.

Mateo habló a sus espaldas.

—No puedo hacer que sueñe.

—Está acá —contestó con un nudo en la garganta—. Ya no sueña.

Él le acarició los brazos, los deslizó hasta sus hombros y pegó la espalda de Laila a su pecho. Sus cuerpos eran el reflejo de su imagen en el mundo de los vivos y acompañaban la edad que tendrían sus amigos, la que ellos tenían en realidad. Contemplaron el alma de Luciano, a salvo entre los dedos de Laila.

—Están todos acá —dijo ella—. No nos queda nadie.

—Nos quedan los hijos, los nietos.

—De ellos.

—Nos queda el mundo.

Dejó el hilo brillante en la orilla. Lo vio enredarse en uno de sus dedos antes de abandonarla y se permitió dedicarle una lágrima. Cuando le dio la espalda al mar, descubrió a Mateo. Se veía igual que su primer día en ese mundo, tan joven como cuando la conoció. Más seguro, más confiado. La intensidad de su mirada era la única constante que había mantenido con el paso de los años.

—No podemos nacer de nuevo, pero podemos volver a cuando empezó todo y revivir todo el camino. O quedarnos ahí. No tenemos que elegir ahora.

Se había convertido en su soporte, en su cómplice eterno. Y, si se lo permitía, se convertiría en el resto de su vida. Cerró los ojos, respiró el aire frío de la costa. Recordó su yo de veinticuatro años y sintió el cambio. Lo aceptó.

Cuando abrió los ojos, Mateo le sonreía con tristeza. Los dos sabían que la libertad para volver implicaba haberlo perdido todo.

—¿Qué ideas tenés? —preguntó para distraerlo.

Laila escuchó en silencio, con los ojos brillantes y húmedos, con la certeza anclada en su corazón. Escuchó con la atención de quien vive un instante único, segura de que su nueva vida empezaría antes de que estuviera lista para asimilarla como su realidad.

Escuchó y supo que había crecido equivocada.

No necesitaba conocer a la muerte para aceptarla como una parte indivisible de su ser.

¿Es el final de la historia? Bueno, eso depende de qué consideren «historia», pero sobre este punto en particular les voy a hablar en la próxima entrada. Si tienen curiosidad sobre el futuro de esta gente, lean la nota que sigue.

El mar donde sueñan los que mueren es la primera obra nueva que termino en años (porque pasé los últimos dedicada a reescribir proyectos viejos) y de verdad les digo que amo lo que se generó en estos capítulos. Amo cómo conectaron con la historia, cómo la interpretaron, cómo la enriquecieron, cómo dejaron que Laila les haga compañía en sus procesos personales.

Gracias por haberme hecho parte de su lectura, por haberme hablado de sus sueños y de la gente a la que extrañan. Gracias por haberme abrazado a la distancia cada vez que ponía algo personal en la historia, aunque no tuvieran cómo saberlo. Esta es mi forma de hacer que algunos recuerdos no mueran con el tiempo, de darles un sentido que esté más allá de mi memoria y mi nostalgia. Como les dije una vez, hay cosas que resuenan y cosas que duelen, y elegí dejar que me dolieran porque pienso que el dolor es una prueba de cuánto importa.

Gracias por hablar de Laila en redes, por recomendarla, por hacer que más gente la conozca. Gracias por sus ilustraciones, por sus videos, por decirme que hay canciones que les recuerdan a los personajes. Hay una playlist de Laila solo para las canciones elegidas por ustedes, les dejo el enlace como comentario en este párrafo y acepto sugerencias. Esta playlist es de ustedes. →

La historia de Laila y Sol en el mar terminó, pero la trama no muere acá. Ya saben, no puede morir. Nos vemos en la nota que sigue.

No saquen la historia de sus bibliotecas. Les tengo preparados algunos extras para fechas especiales.

Compartir esta historia fue la mejor decisión que tomé porque llegaron ustedes. Gracias. 🖤

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