8. Una ayuda innecesaria
El aire fresco de otoño le acarició el cuello en cuanto abrió la puerta del edificio. Laila frenó a mitad de la vereda, con la mirada perdida en el cielo nublado, y se dijo que la noche, para ella, acababa de empezar.
Lucía le tocó un hombro con suavidad.
—No voy a hablar. Te pongas del lado que te pongas, no voy a decir nada.
Su amiga sacó un cigarrillo y lo prendió. Nicolás les hizo una seña para avisar que iría a buscar el auto de Luciano.
—La verdad es que tampoco sé qué decirte —admitió—. Mateo se fue al carajo, pero no sé cómo estás para hablar de Sol. No sé si querés que te ayude a putearlo o qué hacer para que todo te sea más leve.
—No hablar del tema. Eso es lo único que quiero. —Se palpó los bolsillos—. Me dejé los puchos arriba.
Lucía le ofreció su cigarrillo. Laila sacudió la cabeza.
—Lo tendría que dejar.
—¿Por algo en especial?
—A Sol no le gustaba.
Se apoyó contra la pared del edificio y cerró los ojos. Esa noche llegaría temprano al mar, era su único consuelo. Tenía algunas excusas preparadas para irse antes de medianoche y durante la semana había trazado una estrategia para no fallar a la única persona que le importaba, pero no pudo evitar sentir alivio al saber que no había sido necesario mentir.
—¿Te estoy descuidando?
La pregunta de Lucía la llevó a la realidad. La decepción bañaba sus palabras y Laila sintió una punzada de culpa.
—¿Por qué lo decís?
Lucía se apoyó en la pared, a su lado, y soltó el humo en la dirección justa para que el viento lo alejara de su amiga.
—No quise tocar el tema de Sol desde que pasó porque siento que, si necesitás hablar, me vas a buscar. Pero es como si me olvidara de lo cerrada que sos y muy cada tanto me acuerdo de decirte que sigo acá, que no dejaste de ser como mi hermana. Me hace mal ver cómo cambiaste estas últimas semanas y yo sé que no puedo hacer nada y que no todos los cambios son malos, pero también me preocupa que estés llevando todo esto sola. Asumo que hablás con Lucho, pero Lucho también es amigo de Mateo y en noches como esta puede que no sea tu primera opción si querés hablar con alguien.
—No hablé de Sol con Lucho —musitó—. No hablé de Sol con nadie.
No mentía. Ni siquiera con la misma Sol había hablado de su muerte. Una parte de ella se negaba a mencionar que su hermana no estaba en su mundo porque no la había perdido, no todavía. No cuando la veía cada noche y el mar la formaba idéntica al recuerdo que Laila tenía de ella.
—Sabés que estoy acá, ¿no?
Laila asintió sin dejar de mirar el cielo.
—No hablé con nadie porque no lo necesito, pero vas a ser la primera a la que busque cuando quiera una oreja.
Lucía apoyó la cabeza en su hombro y Laila se relajó. No podía tocar a Sol y no había notado hasta ese momento cuánto necesitaba de la cercanía no invasiva de alguien. Suspiró.
—Si querés evitar a Mateo de ahora en más, yo te banco.
—Quiero que desaparezca.
—Eso no va a ser tan fácil.
Nicolás frenó el auto frente a ellas y Lucía tiró el cigarrillo al borde de la calle. Laila subió en el asiento trasero antes de que le ofrecieran otro lugar para indicar que iba a ser la primera en bajar; no se iba a quedar sola con Nicolás en el camino a su casa. No tenía fuerzas para pasar por una segunda discusión en la noche.
—Les pido perdón por lo de hace un rato —dijo él para romper el silencio cuando pararon en el primer semáforo—. Mateo es medio boludo a veces.
—No —lo cortó Lucía—. No te corresponde a vos pedir perdón por él y no queremos hablar de eso. Dejá que él se las arregle si quiere.
Nicolás dudó.
—¿Laila?
—No te metas —contestó ella. Había cerrado los ojos y tenía la cabeza apoyada en el asiento—. Es lo único que te voy a decir.
Se palpaba en el silencio la incomodidad de Nicolás, su necesidad por poner paños fríos en una situación que escapaba a sus manos. Resaltaba la molestia de Lucía, que ni siquiera había puesto música para hacer más ameno el trayecto. Laila estaba segura de que, una vez que la dejaran en su casa, sería el tema de conversación en ese auto.
Se hundió en el asiento. Las palabras de Mateo se habían tatuado en su mente y se repetían en cámara lenta para que ella las escuchara una y otra vez. Había algo en su discurso, una nota apenas desafinada que bailaba fuera de lugar, una idea subyacente que se escondía tras los ojos negros de Mateo y que Laila no podía alcanzar.
Pararon frente a su casa. Se despidió de sus amigos y miró atrás una única vez antes de abrir la puerta, suficiente para notar que había un segundo auto estacionado y que esa noche tenían visita. Contuvo un suspiro de hastío y empujó la llave con furia.
—Qué milagro que mi sobrina esté en casa antes de la madrugada —gritó su tía, asomándose desde la cocina, en cuanto la vio llegar.
Laila forzó una sonrisa y saludó a las mujeres con la mano antes de encerrarse en su pieza. No veía a Graciela desde el velorio de Sol y tenía la intención de evitarla por el resto del año si era posible.
Se sacó los borcegos y buscó ropa limpia para sacarse de encima los restos de la discusión con Mateo. Se encerró en el baño antes de que se lo impidieran, abrió la canilla del agua caliente y esperó.
Le ardía la piel. Sentía la necesidad de volver al departamento y conseguir que Mateo se sintiera tan quebrado como ella. ¿De qué servía tener la perdición en los ojos si hasta su molestia era una capa superficial que se borraba en minutos? El de Mateo era un rostro disociado, partido entre la indiferencia de su expresión y el abismo de su mirada. Era una mentira, y Laila odiaba las mentiras.
Se desvistió y dejó la ropa tirada a un costado. No por primera vez se preguntó si se animaría a llorar sabiendo que sería un secreto entre el agua de la ducha y ella. No lo había hecho durante las últimas semanas y había llegado a un punto en el que se sentía incapaz de liberar una lágrima. Estaba seca. Dio un paso dentro de la lluvia y cerró los ojos. No notó cómo de agitada estaba su respiración hasta que inhaló profundo. ¿Los demás veían su cansancio, la ansiedad que le generaba el fingir que su día a día importaba? ¿Se preocupaban por ella?
«¿Te estoy descuidando?».
Apoyó la frente contra los cerámicos de la pared. Por supuesto que se preocupaban.
Se envolvió en una toalla y dejó la ropa sucia en un canasto. Se encerró en su pieza para cambiarse y, cuando salió, dispuesta a saludar para ir a dormir, se dio cuenta de que, en realidad, no se había bañado. Había dejado que el agua la mojara, como si así barriera la molestia de su piel, pero seguía con la noche impregnada en los poros.
—Vení, ya estamos por servir —la llamó Graciela en cuando distinguió su sombra en el pasillo.
Laila se asomó fingiendo una sonrisa cansada.
—Cené con los chicos, estoy llena.
—¿Qué comieron? —preguntó su mamá, pretendiendo interés. Si no estuviera su hermana, no le habría importado que Laila se encerrara a dormir tan temprano.
—Mateo hizo matambre a la pizza —mintió. Era el plan original, el que se había caído a pedazos después de la discusión.
—¿Quién es Mateo? —quiso saber su tía—. ¿Un novio nuevo?
—Un amigo de Lucho.
—Amigo tuyo también, ¿no? —preguntó su mamá—. La semana pasada te trajo él. ¿Cómo volviste ahora? No escuché ninguna moto.
Antes de que Laila pudiera contestar y cerrar el tema, Graciela se acercó a la cocina con el disgusto tensándole la mandíbula.
—¿La dejás andar en moto después de lo que pasó? ¿Qué tiene que pasar para que le pongas límites?
—Laila es grande, sabe lo que hace.
—Tan grande que ni perder a la hermana hace que deje...
—Me trajo Nico, ma. Vinimos en el auto de Lucho. Cortamos temprano porque Lucho y Mateo trabajan mañana a la mañana, y Lucía tiene guardia. —Miró a Graciela, que no había abandonado su expresión—. Hace años que no me prohíben algo, mi vieja no va a empezar ahora. Buen provecho. —Les dio la espalda para aislarse en su pieza.
—Laila —la llamó su mamá—. Tu tía se va a quedar unos días con nosotras.
El anuncio la congeló con un pie en el aire. Graciela tenía una sobrina favorita y Laila siempre supo que no era ella. La miró de reojo, confundida.
—Imagino que les debe costar muchísimo seguir adelante después de lo que pasó, así que vine a ayudarlas, a acompañarlas. Quiero estar con ustedes en estas semanas tan duras. —Sonrió como si le hubieran estirado las comisuras de los labios a la fuerza.
Laila tragó saliva.
—Las veo mañana en el desayuno. Me voy a dormir.
—¿Tan temprano? —Su mamá dejó el plato en la mesa.
—Estoy molida, fue un día eterno. Que descansen.
Apagó la luz del pasillo para que su sombra no la delatara y contó seis segundos antes de escuchar la voz de Graciela.
—Vigilala, Mecha. Nunca es bueno cuando las chicas de su edad duermen tanto.
—¿Por qué lo decís?
—¿No dijiste que dormía mucho últimamente? Las chicas como ella se deprimen fácil y son más propensas a matarse.
Laila contuvo la respiración. Clavó las uñas en la pared.
—¿De dónde sacaste esa pelotudez?
—De una revista —contestó sin darle importancia—. Después de una experiencia traumática, los sobrevivientes se quieren matar. Lo dijo un médico.
Durante algunos segundos, ninguna habló. Laila se enderezó para alejarse en silencio, hasta que distinguió la voz de Mercedes.
—No conocés a Laila y no conocías a Sol tanto como decís. Ni se te ocurra pensar que mi hija va a ser tan egoísta como para ponerse en peligro y sacarme lo único que me queda.
—¿Pensás que es sobre vos? ¿Te parece que Laila piensa en vos cuando vuelve a la casa en la moto de un tipo que no es su pareja estable y te hace estar pendiente de cómo llegó? No confiás en ella, Mecha. Yo tampoco. Vigilá a tu hija antes de que se mate.
—Callate y comé.
Laila tragó saliva. Dio cuatro pasos hacia atrás antes de girar y hacer el resto del camino a su pieza en puntas de pie. Cerró la puerta despacio, levantando el picaporte para que las bisagras no crujieran. Se tapó la cabeza con las sábanas en cuanto subió a la cama. Miró el teléfono en un acto reflejo para saber la hora y encontró una llamada perdida de Luciano y un mensaje de él que decía: «Tenemos que hablar».
Cerró los ojos, cansada. En su interior contenía más impotencia de la que podía manejar, acumulada durante las últimas dos horas, y Sol se mostraba como su salvación, igual que cada noche. Su hermana era la esperanza que le prometía descansar rodeada de tranquilidad, la recompensa a un día eterno.
El mar estaba siempre calmo para equilibrar la tormenta de sus días y, mientras se dejaba vencer por el sueño, Laila quiso saber cómo sobreviviría cuando perdiera el vínculo con su hermana.
Con las manos aún firmes en la suavidad de sus sábanas y los pies sólidos sobre la aspereza del bote, Laila se preguntó si debía dejar el mar algún día. Si sería capaz... y si podía evitarlo.
Hola. ♥
¿Para qué dejar que Laila se vaya a dormir inmediatamente después del capítulo anterior si le podemos dar un disgusto más?
¿Qué piensan de Lucía? ¿La perdonamos por espiar si Laila se iba con Mateo y no decirle nada después?
¿Hoy Laila sueña bonito o sueña feo? ¿Piensan que los sueños dependen de algo?
Laila está cerquita de llegar a sus primeras mil lecturas y me hace feliz. Más allá del crecimiento que tenga la historia en sí, me encanta pensar que es mi primer proyecto nuevo en mucho tiempo y que el hecho de que sigan acá es prueba de que necesitaba escribirla. Si les gusta lo que leen, me harían feliz recomendándola para que lleguen más personitas geniales como ustedes. ♥
Capítulo dedicado a missvimago porque podría haber sido la voz de la razón si hubiera estado en la última discusión entre Laila y Mateo, pero no se dio.
Gracias por tanto. ♥
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