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7. El único en su contra

Mateo sabía que existía el infierno. Lo había cruzado de rodillas y arrastrando las manos por el suelo, lo había andado desnudo y agachando la cabeza para esconder la vergüenza que lo instaba a avanzar, lo había transitado con la aceptación de quien lo merece. El cielo, inalcanzable en su utopía, era tan lejano que sus límites se fundían con las líneas que delimitaban la muerte. Él las había visto.

Laila fumaba en el balcón, con la cadera apoyada en el borde y la cabeza inclinada hacia atrás. Tenía un cigarrillo entre los dedos y dejaba escapar el humo despacio, con un control que Mateo habría encontrado interesante años atrás. Si la hubiera conocido a los diecisiete, se habría obsesionado con ella, con su mirada indiferente y lo difícil que era sacarle una sonrisa. Al menos, para él. Ahora la miraba con el arrepentimiento en la garganta y una disculpa siempre al borde de los labios.

Luciano daba vueltas por el departamento, preparando la mesa para cuando llegaran los demás mientras él acomodaba en una tabla de madera lo que necesitaba para cocinar. Lo siguiente era hacer el fuego en el balcón.

Culpaba a su mejor amigo del concepto que tenía de Laila. Durante años la había descrito como alguien tan importante para él que Mateo no se habría atrevido a acercarse a ella por más que Luciano no se lo hubiera prohibido de manera explícita. Era la caja de cristal que no se animaba a rozar por si acababa tirándola al piso, y Mateo siempre fue consciente de su incapacidad para mantener relaciones serias durante la adolescencia. Más de una vez se preguntó si Luciano le mencionaba a Laila para asegurarse de que entendiera lo importante que era para él y lo poco dispuesto que estaba a perder a alguno de los dos por un desliz. Pero, en su cruzada por advertirle, había conseguido que las expectativas de Mateo se mantuvieran latentes con el paso de los años y la realidad les hizo justicia durante el último mes.

Laila era lo que esperaba y más.

Sin notar que él la miraba, cerró los ojos. Sola, con la noche enmarcando la palidez de su piel, parecía una ilusión. Las puntas azules de su pelo se mecían con la brisa nocturna y los tatuajes de sus piernas resaltaban con la escasa luz que llegaba al balcón. El blackwork que le cubría hasta medio muslo destacaba esa noche más que otras, y Mateo se preguntaba si de verdad le llamaba la atención el diseño de los tatuajes o si mirar a Laila a la distancia se había convertido en su vicio durante las últimas semanas. Temía que fuera lo segundo; por un vicio conoció el infierno.

Salió de la cocina con la tabla en las manos y sus ojos encontraron los de Laila en cuanto puso un pie en el balcón. Ella tomó aire, apagó el cigarrillo en un cenicero que Luciano había comprado para las visitas y murmuró un «te dejo hacer lo tuyo tranquilo» antes de entrar al departamento y dejarlo solo.

Destapó la parrilla para empezar el fuego cuando Luciano se asomó por la puerta.

—¿Te ayudo con algo?

—Traeme una birra y andá con tu invitada, que se nota que me está evitando.

Luciano pasó el resto del cuerpo y cerró la puerta corrediza a sus espaldas.

—¿La podés juzgar? Sabe que le mentiste el otro día y que vos te ofreciste a llevarla.

Contuvo un suspiro de derrota. Esperaba que lo supiera, pero no que lo escondiera cuando podía reclamárselo en la cara.

—Lo hice por vos, para hacerte un favor, no por ella.

—Ya lo sabe. No te hace frente porque le pedí que tratáramos de tener una noche en paz, pero no le gusta que le mientan. Sabés a qué me refiero.

Con una hoja de diario en una mano y un encendedor en la otra, Mateo miró de reojo a través del cristal. Laila elegía la música del reproductor sin prestarles atención, con los pies arriba del sillón y abrazándose las rodillas. Su expresión tensa era la antesala del caos y Mateo evocó por medio segundo la gelidez del infierno que conocía.

Se asomó al interior y llamó a Laila. Ella lo miró, confundida.

—Jaz no viene hoy —mencionó—. Vi que le preguntaste en el grupo, no va a contestar.

—¿Cómo sabés que no viene? —preguntó ella, desconfiada.

—Me crucé con Martín cuando venía de la carnicería. Salía del gimnasio. Me dijo que cenaban con sus viejos esta noche y dudo que Jaz le diga que no porque tenía planes con nosotros.

Volvió al balcón en el tiempo que a Laila le llevó levantarse del sillón y llegar hasta él. Luciano, a dos metros de ellos, no pronunciaba palabra.

—¿Te hablás con ese hijo de puta?

—Yo iba a ese gimnasio antes de que él empezara a entrenar ahí.

—¿En qué momento dejaste? —atinó a preguntar Luciano.

—La semana pasada. Me secó los huevos el ambiente y quiero volver al club.

Laila entrecerró los ojos y se acercó más a él. No tanto como para invadir su espacio personal, pero sí para hacerse con toda su atención.

—¿Hace cuánto empezó a ir ese infeliz?

—Mes y medio, ponele.

Se llevó las manos a la cabeza y les dio la espalda. Todos tuvieron el mismo pensamiento.

—Se metió ahí para vigilarte, así como empezó a ir a la imprenta de Nico por pelotudeces y a figurar en las juntadas de Jorge. Se está acercando a los tipos del grupo para tenerlos en la mira. ¿Y vos le das bola?

—Chicos, les pedí que bajaran un cambio y sabemos lo que pasa cuando sale este tema. No hace falta que le demos más vueltas.

—¿Me estás diciendo que no te preocupa? —Laila no iba a dejarlo pasar, sin importar lo que hubiera prometido antes.

—No, no me preocupa tanto como a vos. Mateo ya dejó ese gimnasio, Nico no trabaja solo y Jorge sabe con quiénes se junta. Me preocuparía si las siguiera a vos o a Lucía, pero Mateo y yo nos podemos defender de un pelotudo así, y Nico...

—También podemos defender a Nico —agregó Mateo.

—A nosotras no nos hizo nada, a ustedes los mira de lejos, pero es Jaz la que está todo el tiempo con él. ¿En serio no les preocupa?

Entró al departamento sin esperar una respuesta y Luciano la siguió. Mateo no alcanzó a escuchar lo que le decía, pero la frialdad con la que ella lo miró bastó para saber que su amigo estaba dando el tema por terminado. Ella miró su celular y lo señaló antes de buscar la llave que siempre dejaban colgada al lado de la puerta y salir. Luciano se asomó a la puerta del balcón.

—Lucía y Nico están abajo, les fue a abrir. Gracias por no contestarle.

Mateo acomodó los troncos sobre el fuego y demoró algunos segundos en responder. Si Luciano no hubiera tomado la palabra, él lo habría hecho y la noche habría empezado mal.

—Te dije que iba a hacer un esfuerzo. Igual, es difícil si me busca discusión.

Luciano le apretó un hombro despacio y le regaló una sonrisa agradecida antes de volver a la cocina a buscar una cerveza para los demás.

El teléfono de Mateo sonó en su bolsillo. Atendió en cuanto distinguió quién lo llamaba y cerró la puerta corrediza para que no se escuchara su conversación.

—¿Qué pasó?

La voz al otro lado de la línea se entrecortaba en respiraciones temblorosas. No parecía que hubiera dejado de llorar.

—Me acaban de llamar para que vaya mañana a primera hora. Parece que sí.

Dejó de sentir que le latía el corazón. El frío de la noche lo cubrió hasta congelarle el pecho.

—Te acompaño. Decime a qué hora y te busco.

—No, bebé. No puedo ir. Vas a tener que ir solo.

Miró de reojo cómo Luciano ignoraba que estaba hablando por teléfono. Mejor así.

—Pero tenés que estar.

—Ya sé, ya sé, pero no puedo. Te juro que no puedo. Necesito que vayas. Te dejé registrado para que te dejen entrar.

—¿Es joda? El otro día fuiste.

—Sí, pero esta vez me adelantaron algunas cosas y... Andá vos, bebé. Tengo un mal presentimiento y es más fuerte que yo.

—¿Estás sola?

—Sí, no me animo a hablar con nadie.

—Andá a lo de mi viejo, quedate ahí esta noche. Mañana paso a verlos cuando vuelva.

—No avisé que iba. Mirá si está ocupado y le molesta.

La puerta se abrió y Laila entró al departamento, seguida de Lucía y Nicolás. Mateo se dio vuelta a tiempo para que no vieran su expresión.

—Haceme caso y andá. Yo me hago cargo del resto.

—¿Estás seguro, bebé? No quiero que sea demasiado para vos.

Dos golpes en el vidrio lo distrajeron. Laila le mostraba una botella chica de cerveza y se la ofrecía en silencio. Era una tregua.

—Yo me hago cargo, tía. Hablamos mañana.

Cortó la llamada y abrió la puerta corrediza para recibir la botella. No iba a manejar esa noche y necesitaba tomar algo, lo que fuera, para distraerse. Fijó su mirada en los ojos indiferentes de Laila y una cuerda en su interior vibró para decirle que tenía que hablar con ella, que necesitaba saber.

Dio un paso hacia el interior para saludar a sus amigos y evitar estar a solas con Laila. No se veía capaz de frenar una discusión con el corazón latiendo tan fuerte como lo hacía en ese momento. No se veía lo bastante concentrado como para medir sus palabras.

—Me preocupa lo de Jaz —mencionó Lucía mientras recibía el vaso de cerveza que Nicolás le había servido—. A veces no contesta los mensajes y siempre tiene un motivo para no juntarse. Empecé a preguntarle por su vida antes de invitarla para que no tenga tiempo de inventar excusas, pero se ataja de antemano. Ya no sé qué hacer.

—Dejarla en paz —murmuró Mateo.

Los demás, salvo Luciano, lo ignoraron. De su amigo solo recibió una mirada de advertencia.

—Podemos juntarnos nosotras. —Laila buscó la atención de su amiga—. Podemos hacer algo las tres. Si el tipo está celoso de los chicos, no le va a hacer problema si estamos solas.

—Si está celoso de nosotros, es un imbécil.

Nicolás tenía un buen punto.

—¿Por qué la tratan como si fuera una nena? —Mateo, sentando en una esquina, dejó su celular sobre la mesa—. ¿Por qué no aceptan que tiene la cabeza metida en su relación y que no las quiere ver porque lo único que hacen es decirle todo el tiempo que corte con el tipo?

Laila se enderezó. Mateo pudo notar cómo la tregua se diluía entre ellos y cualquier promesa que le hubieran hecho a Luciano moría antes de cumplirse.

—Jaz no se da cuenta de lo que pasa. No ve cómo nos habla cuando ella no escucha, no entiende que el tipo quiere que deje de hablar con todo el mundo para aislarla.

—Es así —intervino Lucía—. Se cansa de hablarle mal de nosotras.

Nicolás se sentó en uno de los sillones chicos. Miró a sus amigos uno a uno antes de hablar.

—No hay mucho que podamos hacer para que vea lo mismo que nosotros. Se tiene que dar cuenta sola.

—¿Y si es tarde? —lo cuestionó Laila—. ¿Y si se da cuenta cuando pasa algo que no podamos anticipar?

Mateo, que había terminado su botella, se concentró en Laila, en su mirada furiosa, en sus manos convertidas en puños. Se concentró en la molestia que la desbordaba y en la impotencia que sentía.

—Jazmín es una mina grande y sabe lo que hace —pronunció despacio, lo bastante alto para que ella lo oyera—. Si quiere seguir con él, es su decisión. Si Martín le hace algo y ella sigue con él, también va a ser su decisión. Nosotros somos de palo.

—No voy a hacer como si nada si mi amiga está con un manipulador de cuarta.

—No vas a salvar a todas las minas del mundo. Tenés buenas intenciones, pero así no vas a conseguir nada.

Luciano, dispuesto a salvar la noche del desastre, intervino.

—Basta, Jaz no está y no da que hablemos de ella como si pudiéramos decidir algo en su lugar.

—Ni se te ocurra decir que todo depende de ella —lo interrumpió Lucía—. De Mateo lo acepto porque dejó claro desde el principio que tiene un pensamiento de mierda, pero de vos no. Vos conocés a Jaz y sabés que nunca ve las cosas malas.

—No es un pensamiento de mierda —se defendió él—, es la verdad. Mientras peor le hablen de Martín, menos va a hablar con ustedes de él. Mientras menos hable con ustedes, menos se van a enterar de lo que él le dice.

—Tiene lógica —agregó Nicolás.

—Y si Martín mantiene el discurso de que no lo queremos y le llenamos la cabeza, Jaz va a pensar que tiene razón —agregó Luciano, y asintió en dirección a Mateo—. Si la queremos alejar de Martín, hablándole mal de él vamos a conseguir que se aleje de nosotros. Es lo que hace la gente como él, aísla a la persona en cuestión sin hablarle mal del entorno, así no parecen los culpables. Es el entorno de la víctima el que no los acepta. Eso es lo que hace Martín y no es la primera vez que lo veo.

—La única que puede decidir qué hacer es Jaz —finalizó Mateo, ajeno a la mirada de su amigo, que no lo abandonaba—. Ella es la que elige seguir con él.

—No ve lo que pasa —insistió Laila—. No ve que el infeliz está pendiente de nosotros y no nos quiere cerca.

—Y le doy la razón. Ustedes viven hablando mal de él.

Laila se paró y todos la contemplaron. La furia brillaba en su mirada, dirigida a él. Mateo nunca había llamado tanto su atención como en ese instante.

—No somos los malos por querer sacarla de una relación de mierda. No es nuestra culpa que siga ahí.

—No, no es culpa de ninguno de los que estamos acá. —Mateo dejó la botella en la mesa central.

—¿Qué querés decir? —preguntó Lucía. Había murmurado tan bajo que apenas la habían escuchado.

—Quiero decir que es culpa de Jaz estar donde está. Ella es la que toma las decisiones sobre su vida y es la única que las puede deshacer.

—Jaz no ve la mitad de lo que pasa, es una víctima más en esto.

Mateo se concentró en Laila una vez más, en sus labios apretados y en la decepción que se mezclaba con la ira de sus ojos. Nadie más hablaba, sus amigos estaban pendientes de lo que él iba a responder. Laila esperaba su contestación y, durante un instante, se preguntó si ella creía que iba a cerrar el conflicto. Miró de reojo el celular y recordó las palabras de Lorena, cómo le temblaba la voz de la impotencia cuando hablaba con él. Laila y él tenían conceptos diferentes de víctima.

Luciano fue el primero en anticipar sus palabras, quizá porque notó en sus ojos el brillo que tan bien conocía. Negó despacio, pero Mateo ya había separado los labios para hablar y, esta vez, no iba a callarse.

—Jaz ve lo que quiere ver y, si sigue con ese tipo a pesar de todo, va a ser su decisión. Así como tu hermana eligió irse con un tipo que no caminaba derecho del pedo que tenía y vos te seguís culpando como si la hubieras subido a la moto a la fuerza.

—No metas a mi hermana en esto.

Mateo la ignoró. Se paró también y dio un paso hacia ella.

—Jaz sabe en la que se metió, sabe que está con un celoso de mierda y ya notó cómo la manipula, pero a ustedes no les cuenta porque siente que le van a llenar la cabeza en su contra. Pero, como no pudiste salvar a tu hermana, querés que Jaz la pase mal para hacer algo.

—Mateo... —pidió Luciano.

—Ni siquiera conocías a Sol como para hablar así de ella, no seas tan hijo de puta vos también.

—Pero te conozco a vos y hacés con Jazmín lo mismo que hiciste con tu hermana: echarte la culpa y victimizarlas como si no hubieran tomado sus propias decisiones.

—Ninguna de las dos tiene o tuvo la culpa de lo que les pasó o les pasa, ¿estamos de acuerdo? —intervino Lucía.

—¿Y quién es responsable de lo que les pasa? ¿Solamente el que las hace mierda? —le preguntó Mateo.

—¡Sí! —gritó Laila—. Martín es el único que tiene la culpa de que Jaz se aísle así, el pelotudo que salía con Sol es el único que tuvo la culpa del accidente.

—Pero Jaz podría mandarlo a la mierda y no lo hace. Tu hermana podría no haberse subido a la moto y lo hizo. Las dos eligieron, Laila.

No supo en qué momento se habían acercado. Estaban a un metro de distancia y podía ver con absoluta claridad cómo Laila estaba al límite, cómo ella notaba que él también estaba con un pie en el precipicio. Los demás no hablaban. Sus respiraciones pesadas eran la música que marcaba el paso del tiempo.

—No digas que ellas quisieron lo que les pasó —le pidió ella en un susurro que todos alcanzaron a oír—. No seas tan cínico.

—Lo de tu hermana no fue un accidente, no hay forma de pensar que un chabón en ese estado podía manejar bien. Tu hermana sabía a qué le decía que sí.

Laila dio un paso hacia él. Luciano también se paró. Lucía y Nicolás lo imitaron.

La voz de Laila cuando habló fue un susurro que le congeló los oídos.

—Decilo y mostrá adelante de todos que sos un insensible de mierda. Dale, hablá y dame la razón.

Se acercó más a ella. Podía notar que los demás lo miraban expectantes, pero su atención se centraba en Laila, en la súplica que reprimía, en la furia de sus ojos.

—Tu hermana se murió por inconsciente, por algo que ella eligió, pero te encanta echarte la culpa de cosas que hacen los demás y...

—No fue su culpa.

—Se murió porque quiso, Laila.

Ella cerró el puño y no pareció pensar antes de intentar pegarle, pero Mateo lo atajó con las dos manos y se acercó más a ella, tanto que casi la sentía respirar contra su piel. La forma en que le brillaban los ojos consiguió revolverle el estómago.

—Sos un hijo de puta —susurró ella antes de soltarse de su agarre.

Buscó su campera y salió del departamento, seguida de Lucía. Luciano alcanzó a buscar las llaves del auto y las tiró. Nicolás las atrapó en el aire.

—Llevalas —le ordenó.

Se quedaron solos, como casi todas las noches. Mateo se sentó en el suelo y miró de reojo la etiqueta de cigarrillos que Laila había dejado olvidada al borde del sillón. Sacó el encendedor de su bolsillo y se dispuso a sacar uno, pero Luciano los agarró antes que él.

—Ni se te ocurra.

—Me lo merezco.

—¿Qué? ¿Como si fuera un premio?

—No, merezco hacerme mierda todo lo que quiera.

Luciano se sentó a su lado y guardó la etiqueta en su pantalón. Tardó algunos minutos en elegir las palabras.

—No te voy a echar en cara lo que hablamos porque estás pasando un momento de mierda y sé que te pedí mucho, pero Laila también la está pasando mal. Si de verdad no pueden compartir un espacio en paz, lo mejor va a ser que nosotros nos hagamos cargo de evitarles el mal rato y nos juntemos por separado.

Mateo no lo miraba. Sus ojos seguían perdidos en el punto donde estaban antes los cigarrillos y sus pensamientos vagaban por rutas que creía olvidadas. Qué hipócrita era al no admitir que reconocía la culpa en Laila porque él vivía con esa misma culpa bajo la piel.

—Parece que la encontraron —dijo en voz baja. Luciano giró hacia él—. Mi tía no se anima a reconocerla y me pidió que fuera yo mañana.

—¿Cuándo pasó esto?

—Me llamó hace un rato.

Se levantó despacio, sintiendo el cuerpo pesado y ajeno. Salió al balcón, dispuesto a apagar el fuego, y se lamentó por no haber alcanzado a empezar el asado. Había descubierto que le daba placer ver cómo Laila disfrutaba su comida sin decirle una palabra, cerrada en su orgullo, y lo consideraba una batalla personal ganada.

—No nos vamos a llevar bien, Lucho —le dijo cuando volvió—. Olvidate de eso. Sabés que hago cualquier cosa que me pidas, pero esto de Laila me supera.

—Por qué será, ¿no?

Le dio la espalda para encerrarse en su pieza antes de que llegara Nicolás, así podían hablar de él sin escuchar lo que tenían para decir. No estaba de humor para eso.

—Mateo, bancá —lo llamó—. Sabés que la única persona que está en tu contra sos vos, ¿no? ¿Entendés eso?

—Tu amiga me odia.

—Porque querés que te odie.

Cerró la puerta antes de dar una respuesta de la que se arrepentiría y se dejó caer sobre la cama, consumido. El corazón le latía tan fuerte que se sentía al borde de un ataque. Los ojos le ardían, el cuerpo le pesaba. Apenas eran las nueve y media de la noche, tenía casi doce horas para dormir y estaba seguro de que no iba a poder cerrar los ojos de la ansiedad.

Para Mateo, el infierno existía y era un desierto congelado que le dolía en los huesos. Era el frío de un hospital en el que se mantenía despierto, pero incapaz de hablar. Era las calles heladas que transitaba de madrugada, tambaleándose sin saber qué dirección tomar, pero seguro de que lo encontrarían. Era la gelidez de sentir que la muerte no llegaba por mucho que la persiguiera, que su cuerpo aún vivía, que nada de lo que hacía era suficiente para marcar un final.

El infierno existía y Mateo recordaba el camino.

• G L O S A R I O •

Cenicero: recipiente chico para colocar las cenizas de los cigarrillos, por lo general con los bordes adaptados para dejar los cigarrillos encendidos cuando no se los puede sostener.

Parrilla: plancha de hierro para asar.

Birra: cerveza.

Pedo: en este contexto, alcoholizado.

Chabón: hombre, tipo, joven.

Asado: comida hecha con cortes de carne asada.

Bancá: aguantá, esperá.

Necesitaba escribir este capítulo casi tanto como necesito escribir cada momento crítico de la relación entre Laila y Mateo porque este par me puede. Y se vienen varios momentos críticos.

¿Mateo nos cae tan mal como asumo que nos puede caer después de esta escena?

¿Lucho hace bien al tratar de juntar a dos personas que son importantes para él pero se odian?

¿Cómo piensan que Laila va a dormir después de esta noche?

Estoy analizando la posibilidad de hacer un grupo de lectores en Telegram para todas mis historias. ¿Se unirían? Quiero hacer sorteos, dar adelantos y tener dinámicas bonitas para conocerlos más.

Este capítulo va dedicado a CMStrongville, que me recordó que empezó la historia de Laila hace un tiempo y no quiero que se quede sin su dedicatoria porque es una persona llena de amor y que se merece el mundo. Te adoro, corazón. ♥

Gracias por seguir acá, pendientes de esta historia. Les debo muchísimo. ♥

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