6. Cuando un amigo lo vale
Llevaba días sin contestar los mensajes de Luciano, pero leía todo lo que llegaba al grupo. Había esperado a último momento del viernes para confirmar que iría al departamento y una hora antes de la pautada lo llamó. Que él hubiera respetado su silencio era la prueba que necesitaba para asegurarse de que podía ceder. Con Luciano, siempre podía.
—No hablarme por una semana no es la mejor manera de hacer de cuenta que no pasó nada —dijo él apenas atendió.
—Resulta que estaba más enojada de lo que pensaba. Estoy más enojada de lo que pensaba.
—Decime que venís hoy. Te prometo que te llevo a tu casa. O dormís acá si querés. —Podía oír el arrepentimiento en su voz.
—Uy, sí, a una pieza de distancia de los ronquidos de tu amigo.
—Mateo no ronca. El único ruido que puede salir de su pieza es... —Se interrumpió. No tenía motivos para quedarse callado—. Bueno, cuando pone música se escucha.
—¿Es una forma de decir que se escucha cuando lleva alguna mina?
—Siempre pone música cuando está con alguien.
—Como sea, no sé si estoy de humor para dormir allá.
—¿Eso quiere decir que venís? —La ilusión en su voz se hizo palpable.
Contuvo un suspiro. Luciano siempre esperaba lo mejor de ella y era el más dispuesto a respetar sus tiempos y condiciones. Lo único que le había pedido era que no lo dejara al margen de lo que sintiera, que le permitiera estar cuando necesitara a alguien. Se había comportado como el hermano que sentía que era y ella no podía enojarse con él sin darle la oportunidad de explicarse. Por momentos creía que Luciano era lo único que le quedaba, y, si lo perdía, perdía todo.
—Depende. ¿Puedo ir ahora así hablamos?
—Estoy solo, te espero.
Laila cortó la llamada y bajó del colectivo. No mencionó que estaba a dos cuadras porque necesitaba la posibilidad de arrepentirse y volver a su casa si a metros del departamento sentía que era demasiado. Luciano era la única persona por la que podía tolerar compartir espacio con Mateo. Ni siquiera compartía un mismo espacio con Martín, a pesar de que Jazmín le había pedido que no fuera cortante con él. Pero por Luciano era capaz de caminar el infierno descalza.
Compró una etiqueta de cigarrillos en el kiosco que estaba frente a la parada, sin entrar. Antes de recibir el vuelto, le pidió fuego al chico que la había atendido y prendió el primero de la caja.
—¿Día complicado? —le preguntó él mientras dejaba el cambio en el mostrador.
Laila, que se había apoyado contra la pared y no sacaba la mirada de la calle, asintió.
—Día de mierda como pocos.
Lo miró de reojo cuando entró un nuevo cliente. El chico era nuevo, no debía llevar más de un mes trabajando ahí. Tenía los rulos cobrizos atados en la nuca y las puntas del pelo teñidas de negro, y Laila sabía que Lucía le había hecho el nostril que tenía del lado derecho de la nariz porque era la última foto que su amiga había subido a la página del estudio. También se le marcaba un hoyuelo cada vez que sonreía desde donde ella podía verlo.
Dejó escapar el humo sin alejar la mirada de las pestañas del vendedor. Si lo hubiera conocido algunos meses antes, le habría dejado su número.
—¿Chicles de menta tenés? —le pidió en cuanto el cliente se fue.
El chico le mostró una sonrisa tímida mientras buscaba algo que ofrecerle.
—¿Para tapar el aliento? ¿A alguien no le gusta?
Laila contuvo una sonrisa de suficiencia cuando apagó el cigarrillo. En otra ocasión, le habría correspondido el coqueteo. Si no hubiera decidido que iba a elegir con extremo cuidado sus parejas sexuales desde que perdió a Sol, ya le habría respondido con un: «No sé, decime vos. ¿Te molesta?». No era del todo su tipo, pero ya no recordaba cuándo había sido la última vez que estuvo con alguien que sí lo fuera.
—Son para mis amigas —contestó por fin—. El novio de una es insoportable con el tema del olor a pucho.
El chico se acercó con los chicles y le hizo una seña cuando ella se dispuso a pagarlos.
—No hace falta, llevalos.
—¿No te van a hacer problema?
—Son chicles, no birras. Igual, no son del todo gratis.
Laila se inclinó sobre el mostrador. Entrecerró los ojos, confiada, mientras él sacaba su celular.
—Mis amigas están ocupadas.
—Menos mal que no te iba a preguntar por ellas.
Iba a agregar que ella tampoco estaba disponible cuando vio la imagen que tenía como fondo de pantalla.
—¿Mellizos?
—Gemelos idénticos. Te haría algún chiste sobre que no venimos en combo, pero murió hace casi medio año. No es buen tema de conversación.
Había un destello de tristeza en su mirada, la sugerencia de una pérdida que le aceleró el corazón. Sí, era ahí.
—No, está bien. Perdí a mi hermana hace dos meses. No te sientas mal por querer hablar de él. —Le sonrió con un hilo de culpa anudándose en su estómago—. Laila —le dijo mientras estiraba su mano por encima del mostrador.
—Laila —repitió él—. Qué lindo nombre. ¿Qué significa?
—Creo que es algo sobre la noche. Si el significado de los nombres de verdad dice algo, entonces debe significar que tengo una suerte de mierda.
—Abel —se presentó él, tomando la mano de ella con una sonrisa.
Agarró el aparato sin dudar y se agendó. Si esperaba dos segundos más, se arrepentiría.
Se despidió con la mano en cuanto llegó un nuevo cliente y esperó a doblar en la siguiente esquina para dejarse caer contra la pared. ¿De verdad había encontrado lo improbable? ¿Tenía que hablar con Sol al respecto?
El teléfono vibró en su bolsillo.
Número desconocido
Soy Abel ;)
Laila
Agendado ;)
¿Estaba bien que le respondiera cuando lo cierto era que no se sentía lista para meterse con nadie? Una parte de ella necesitaba volver a la vida que tenía antes del accidente, pero era consciente de que esa Laila tenía los días contados. Que Sol muriera fue una advertencia.
Caminó rápido hasta el edificio donde vivía Luciano mientras decidía qué problema necesitaba más de su atención. Iba a tocar el timbre cuando una señora de pelo blanco abrió la puerta y la invitó a pasar. Laila la conocía, vivía en el departamento de arriba de los chicos. Subieron juntas en el ascensor, en silencio, y Laila contó los segundos que pasaban para calmar su respiración ansiosa.
Luciano no se sorprendió cuando le abrió la puerta.
—No te podía poner ninguna excusa, ¿no?
Ella sacudió la cabeza. Las puntas azules de su pelo se agitaron en un movimiento fugaz.
—No, no te me ibas a escapar.
Luciano abrió una cerveza y la invitó a sentarse en el sillón. Laila se dejó caer como si estar ahí le pesara demasiado. Lo miró mientras él servía los dos vasos y se sentaba, sin ser capaz de pronunciar ninguna palabra hasta estar segura de que tenía toda su atención. Cuando Luciano se sentó a su lado, Laila se inclinó hacia él.
—Quiero que me digas qué pasó la otra noche. Sin mentir.
Su amigo entrecerró los párpados con desconfianza.
—¿Por qué te mentiría?
—Mateo me mintió. Me dijo que vos le habías pedido que me llevara y las chicas me contaron que él se ofreció. Y ya sabemos a quién le creo más.
—Ah, eso. Sí, me dijo que te había dicho que era cosa mía para que no pensaras mal. —Tomó un sorbo corto y dejó el vaso en la mesa donde Laila acababa de subir los pies—. Jorge me escribió porque estaba en una juntada y Martín estaba ahí. Yo sé que lo odiás, pero esta vez hizo las cosas bien. Me llamó porque Martín le dijo que había invitado a Jaz y ella estaba por ir, pero no sabés el bardo que había. Dos chabones estaban peleando, uno peló una navaja y se puso feo. Martín quería que Jaz fuera y él no se iba a ir porque es amigo de uno de los que peleaba. Y Jorge me llamó para decirme que fuera con Jaz y los buscara para irnos, porque en cualquier momento caía la cana.
Laila apoyó la cabeza sobre el borde del sillón. Jazmín no había mencionado nada al respecto, casi como si hubiera anticipado los reclamos.
—Si Jaz no iba, el tipo se iba a volver loco —resolvió.
—No te podía esperar —le aseguró Luciano—. El tema de si te irías con Nico en moto era lo de menos. Y cuando Mateo dijo que él te llevaba...
—¿Nadie le sugirió que se podía ofrecer? ¿Nadie dejó caer que me podía llevar él?
—No, le nació de la nada. Dijo «yo la llevo». Nos descolocó. Nico y yo le preguntamos si estaba seguro y no dudó en ningún momento. —Se acercó a ella—. Yo sé que me podés odiar por esto, pero no te puedo explicar lo tranquilo que me dejó saber que él se hacía cargo de que llegaras bien.
A pesar de que entendía la mentira, no era capaz de perdonarla. Tampoco sabía si Mateo se arrepentía de haberle mentido, pero una parte de ella sabía que uno de los motivos para subirse a su moto fue el creer que Luciano había tomado esa decisión, no él. Confió más en su amigo que en ella misma.
—¿Qué pasó en la otra juntada?
—Nos fuimos y cruzamos a la cana a dos cuadras. Jaz no se bajó del auto, yo tampoco. Nadie de esa juntada nos vio.
Terminaron la lata de cerveza en silencio, sin siquiera mirarse. El enojo de Laila cedía con el pasar de los minutos, aun así, no podía evitar sentirse cansada. Deseaba que sus relaciones en el mundo de los vivos fueran lo bastante simples para que su energía se concentrara en Sol y en el mar, en los sueños complicados que le exprimían el corazón. Necesitaba pasar su tiempo libre ideando cómo podía conservar a su hermana por más tiempo, cómo debían comportarse para que el plazo no se acortara por tomar las decisiones incorrectas. La chica que habían conocido la semana anterior llegó a su mente con un suspiro. Tenía que calcular cuántas veces podían irse de lo pautado para no pagar con el olvido.
—¿Por qué Mateo? ¿Por qué tenés que vivir con él? ¿Por qué tenés que tenerlo de amigo?
No supo que lo había preguntado en voz alta hasta que Luciano suspiró. Miró el vaso vacío que tenía entre las manos antes de contestar.
—¿Te acordás de Julián?
—¿El hermano de Agustina? ¿Ese pelotudo?
—Ese, sí. ¿Te acordás de cómo reaccionó cuando supo que las chicas no eran lo único que me gustaba?
—No me pienso olvidar de eso.
—Bueno, por esa época, Mateo llegó al club. Cuando se enteró, le hizo frente y lo retó a una ronda de boxeo. Julián no se animó, pero Mateo insistió y lo terminó cagando a piñas.
—Bien, entonces es tu mejor amigo porque le rompió la cara al pelotudo que te trató de enfermo cuando le dijiste que eras bisexual. Qué estándares bajos que tenés.
Se levantó para buscar otra lata de cerveza en la heladera. Luciano la siguió y llevó los vasos. Se sentó en una de las banquetas de la isla y la invitó a acompañarlo.
—No fue por eso. Lo más importante fue que, cuando le conté, no le importó. Mateo fue el primer pibe de mi edad que se enteraba y le daba lo mismo, ni siquiera pensó que me podía llegar a gustar.
—Bueno, Julián pensó que le ibas a tener ganas y te comiste a la hermana. Eso le pasa por imbécil.
Luciano sonrió. Julián y toda su familia eran un tema delicado que intentaban no tocar, pero Laila se sentía con el derecho de apelar a cualquier punto débil para cobrarse el mal gusto del fin de semana anterior.
—Mateo y yo pasamos por cosas feas y fuertes juntos. Es como un hermano, así como vos sos como una hermana. Me hace mierda que no se puedan ni ver.
—¿Cómo puede ser tan importante alguien que vive diciendo que sos un pelotudo por estar con quien querés estar? ¿Cómo podés seguir siendo amigo de alguien que te hace quedar como el culo cada vez que alguien menciona a tu novio?
—Me lo dice en la cara, eso es lo que más me importa. ¿Y sabés qué? No se bancan, pero cada vez que Jorge viene, Mateo se asegura de invitar a alguna mina para que Jorge no me haga una escena por él. Una vez hasta dijo que estaba de novio y enamoradísimo para que Jorge no me hiciera una escena de celos por vivir con un tipo como Mateo.
—O sea, ¿un tipo que le entra a todo lo que se mueve?
—No, un tipo que está más bueno que comer dulce de leche con los dedos. Y tampoco te creas que le entra a cualquier cosa. Se da el lujo de elegir bien.
Laila escondió la cabeza entre las manos. Le costaba creer que hubiera alguien tan importante en la vida de Luciano sin que ella lo hubiera conocido antes.
—¿Es mucho pedirte que intentes no llevarte tan mal con él?
—Es tu culpa. Si nos hubieras presentado antes, no nos habríamos conocido en el peor momento. Y yo le habría moldeado un poco la cabeza con los años, así no llegaba a esta edad diciendo pelotudeces.
Esta vez, Luciano rio. Dejó el vaso para sostener las manos de su amiga entre las suyas y buscó que lo mirara a los ojos antes de hablar.
—Si los hubiera presentado cuando pude, se habrían acostado esa semana, no habrían esperado mucho. Él era la clase de chabón que usabas para castigarte cuando te sentías una ilusa y vos eras la clase de piba que él buscaba porque encajaba mejor con él. Se habrían hecho mierda, eran un desastre los dos. Y eso sin entrar en detalles.
—¿Qué te hace pensar que yo le habría tenido ganas?
—Era tu tipo. Pero, Laila, era del todo tu tipo. Cada vez que describías una clase de chico a la que no le dirías que no, yo escuchaba que lo describías a él. Pero él tenía varias cosas por resolver, así que no se juntaba demasiado conmigo. Con nadie, en general. Cliff y yo lo veíamos en el club y éramos cercanos, pero no solíamos salir los tres. No andábamos por los mismos círculos.
—No, Cliff y vos andaban cagando adolescencias.
—Te quejás de Mateo, pero andás con el puñal siempre listo para darme con Agus cada vez que podés.
—Porque te dije que no la hicieras mierda y no me hiciste caso. El galés tampoco. ¿Por qué nadie me escucha cuando tengo razón?
La sonrisa de Luciano apareció de a poco. Inclinó la cabeza lo suficiente para que ella lo imitara sin querer y le pellizcó un cachete con suavidad.
—Porque siempre tenés razón con cosas que nos importan demasiado y no queremos dejarlas pasar. Y esto también va para Jorge, no quiero dejarlo pasar. Su único defecto es ser celoso, no es como Martín. No es capaz de hacerte algo por celos. Aparte, es algo en lo que estamos trabajando. Juntos, como la pareja que somos. Y eso quiero que entiendas, que, aunque me molesten algunas de sus actitudes, lo quiero lo suficiente como para intentar arreglarlas. ¿Vos me querés lo suficiente como para intentar no matar a Mateo cuando lo ves?
—No me extorsiones.
Luciano rodeó la mesa y la abrazó. Le besó la sien y dejó su cabeza apoyada ahí, con sus labios a centímetros de los oídos de Laila.
—No te pido que lo veas como el mejor tipo del mundo. Te pido que trates de conocerlo. Son las dos personas que más me importan después de mi vieja, así de mucho los quiero. No sabés cuánto me mata saber que no se pueden ni ver.
Laila giró el torso para encontrarse con su amigo, su hermano del alma, y lo abrazó con fuerza. Se sentía minúscula entre sus brazos, como cuando era chica y él la consolaba después de reprobar algún examen. Como cuando los primeros chicos la usaron para una sola noche y ella no había entendido esa parte del acuerdo. Como cuando su mamá la llamó para decirle que Sol estaba en el hospital. Los brazos de Luciano eran su lugar favorito en el mundo porque era su protección, la seguridad que su propia familia nunca le había dado.
Escucharon la llave en la cerradura y supieron que Mateo había llegado. Laila clavó los dedos en la remera de Luciano sin querer.
—Te quiero, gila —le susurró él—. Me encanta que estés con nosotros de nuevo, pero si te estoy pidiendo demasiado...
—No, está bien. —Tragó saliva. Los pasos de Mateo se acercaban a ellos—. Te prometo que lo voy a intentar.
Hola. ♥
Tengo TANTAS ganas de que lean lo que sigue que no se lo pueden imaginar.
¿Ya perdonamos a Luciano por haber dejado a Laila con Mateo al principio?
¿Hay alguien por quien caminarían el infierno descalzos?
No se me olviden de Abel. ♥
Capítulo dedicado a mgcsgfg porque liquidó los pocos capítulos que llevo de esta historia en poquito tiempo y pocas cosas me hacen tan feliz como ver que la historia de Laila genera un mínimo de interés. Gracias por seguir acá. ♥
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