Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

43. El descanso y el castigo

Desde que sacó a Mateo del mar, Laila no había regresado al bote. Cada vez que dormía, llegaba a una playa de tierra negra, con la costa al borde de sus pies y la entrada a las cuevas por las que podía llegar a los sueños a un costado.

La primera noche fue cuando volvió a su casa después del hospital. Se bañó sin tener noción de lo que hacía y se acostó, todavía en bata. No le importaba despertarse enferma al día siguiente ni tener que cambiar las sábanas. Y fue esa misma noche, en ese primer sueño, cuando lo supo: el mar quería que deseara morir.

Vio a Mateo a lo lejos, perdido en la playa. Se mantuvo fuera de su alcance, sin saber qué le diría si se encontraran. Verlo dentro de su propio sueño, en la fantasía que su propia cabeza había creado para castigarlo, era diferente a verlo en el plano donde la muerte y los sueños trabajaban en sincronía para que los lazos del duelo permitieran a las almas continuar su viaje. Era distinto verlo ahí, tan vivo y confundido, tan... recién salvado. O condenado. No estaba segura de que él considerara su intervención como una salvación. Tampoco tenía el valor de averiguarlo.

Esa noche, después de admitir que buscaría a Sol, tuvo miedo de dormir. Más bien, de encontrarlo en su sueño. Tuvo miedo de que él la viera arriesgar su última cuota de humanidad por su hermana mientras lo dejaba con la duda de si debía hacer lo mismo. Pero Laila no podía esperarlo, no si consideraba que una noche de incertidumbre para ella podía ser un periodo incalculable en el mar.

La entrada a la cueva no era subterránea, aunque el lugar exacto donde descansaba Sol lo fuera. Laila intentó no pensar en el miedo de Abel mientras le indicaba cómo llegar, antes de que ella terminara de desprenderlo de la pared que lo conectaba con el plano de los sueños que lo apresaba. Cada una de sus palabras sonaba agónica mientras hablaba, mientras le revelaba que Sol estaba cerca, pagando por haber tomado sueños que no correspondían y haber salvado a Mateo. Abel lo conocía, había descifrado su importancia en los silencios de Laila, en la desesperación de su voz cuando lo llamó para decirle que planeaba entrar al mar a la fuerza para sacarlo de ahí. Lo conoció en su sacrificio, en la importancia que le daba. Y decidió que, si no iba a recordar a Laila después del mar, podía ayudarla tanto como le fuera posible sin arrepentirse después.

Se mojó los pies. El agua parecía fundirse con la arena en la grieta que se abría en la piedra y se vio obligada a tocar el mar para entrar. Se sintió observada, descubierta. Se mantuvo firme. Su corazón palpitaba nervioso y Laila inhaló profundo para calmarse. Estaba atrapada en ese mundo, al menos, hasta despertar. No podían prohibirle recorrerlo. Tocó la cara interna de la grieta con la palma de su mano en un intento de pedirle permiso. El hueco en la piedra se abrió aún más.

—¿Es ahí?

La voz de Mateo la sobresaltó. Laila lo descubrió a unos pasos de ella y se preguntó cómo había conseguido avanzar tanto sin que lo notara.

—Sí. Creo que sí.

—¿Vero también está ahí?

Esta vez, solo asintió.

—Voy con vos.

—No sé si es la mejor idea.

—No te pregunté qué pensás, te dije que voy con vos.

Apoyó la espalda en la piedra, contó tres segundos antes de hablar.

—No sé si están acá, ni siquiera sé si están juntas. Si los dos hacemos esto y los dos quedamos atrapados acá... ¿Cómo las devolvemos a donde deberían estar si nos va mal a los dos?

—¿Y si están las dos? ¿Y si están acá? Si viniste, es por algo. Vos también confiás.

—Llevo meses acá, vos llevás una semana, como mucho. Si esto sale mal, yo sé que lo puedo aguantar.

—Vero no estaría acá si yo la hubiera buscado. No pienses que sabés cuánto podría aguantar por asegurarme de que esté bien ahora.

Sus palabras, frías y cortantes, se le clavaron en el corazón.

—Lo de tu prima no fue tu culpa. Vos sabés que no dependió de vos.

Mateo desvió la mirada.

—Podía pedirle a Lucho que me llevara el auto y buscarla en el auto. O decirle a Lucho que la buscara. Le pude evitar el mal rato. —No parecía seguro mientras hablaba.

—No tenías cómo saber. Vos no tuviste la culpa y no tenés que tirarte encima la responsabilidad de que ahora esté donde tiene que estar. —Dudó. Decidió que, si lo que estaban a punto de hacer salía mal, esta era su última oportunidad de decir lo que pensaba—. Tampoco tuviste la culpa con lo de tu ex.

—¿Qué tiene que ver eso? No estamos hablando de Marisol.

—Tiene todo que ver porque eso es lo que pensás. Pensás que vos tuviste la culpa de meterte con tu ex y no poder salir. Y lo tratás de creer con tanta fuerza que necesitás buscar ese mismo patrón en otros lados, creer que todos hacen lo mismo. Por eso me dijiste que Sol tuvo la culpa, porque pensás que ella tendría que haberse ido apenas vio una situación peligrosa, igual que vos te tendrías que haber ido cuando te sentiste incómodo la primera vez con tu ex. Por eso insistís con que Jazmín puede salir sola de su relación, porque te echás la culpa por no haber salido de la tuya. No pensás que ellas tienen la culpa, pero querés ser responsable vos por lo que te pasó y tenés que creerte ese discurso pelotudo de que las víctimas son víctimas porque quieren.

—Vero no tuvo la culpa.

—¿Por qué? ¿Porque es tu prima o porque lo suyo fue un peligro aislado que no se relaciona con tu problema? ¿O porque podés tirarle mierda a cualquiera, menos a ella porque es tu familia?

—Como si vos no le tiraras mierda a cualquiera que no fuera tu hermana. Como si vos no te hubieras puesto como responsable de todo para no decir en voz alta que ella hizo una pelotudez.

—Pero tu prima no hizo una pelotudez, según tu lógica, y por eso no tiene la culpa. —Negó despacio, sin dejar de mirarlo a los ojos—. Decime que no tengo razón y entramos juntos.

Mateo se acercó a ella. No demasiado, lo suficiente para mojarse los pies también.

—Vero no tuvo la culpa de que yo no la fuera a buscar.

Laila sonrió. Era una sonrisa triste, apagada. Casi incrédula.

—No sabés cómo te odié cuando me dijiste que Sol se quiso morir, como si ella nos hubiera querido hacer esto a propósito. Sol se cortaba las manos y la lengua antes de hacer algo que pudiera lastimar a mi vieja y a vos se te ocurrió decir que era una inconsciente y que no le importó que la lloremos.

—Te pedí perdón.

—Pero no sos capaz de decir que te equivocaste. Una cosa es que me pidas perdón por decir eso de mi hermana, porque sabés que me hiciste mal a mí, y otra es que de verdad sepas que te equivocaste porque la raíz de tu pensamiento está en echarte la culpa a vos en una situación que sentís que tiene un paralelismo con la suya. Y con Jazmín igual, la ayudaste sabiendo que la situación es una mierda y no sos capaz de decir que no es su culpa. Y si lo decís, es porque sabés que nos pesa verla en el papel de responsable, pero no pensás lo mismo de cuando vos estuviste en el mismo lugar. No sos capaz de perdonarte y eso hace que cada vez que pedís perdón por hablar mal de ellas, se termine sintiendo como una mentira.

Mateo no contestó. No alejó la mirada de Laila, no intentó defenderse. Los ojos le brillaban, inocentes y desprotegidos, mientras ella daba un paso hacia él.

—Me sigue doliendo lo que dijiste de Sol aunque te haya perdonado. Y más me duele que lo hayas dicho porque no sos capaz de perdonarte, siendo que ella habría sido la primera persona en decirte que no poder salir de una mala relación no te saca valor como persona. Me lo dijo a mí cuando terminé con el Tato. Sol nunca mereció que la hicieras parte del odio que te tenés.

—Perdón.

—Yo ya te perdoné. Lo que quiero es que te perdones vos.

—¿Qué ganás vos con eso?

—Saber que te arrepentís en serio de haber pensado así y no que te arrepentís de haberme puesto mal a mí. Que me pidas perdón solamente porque viste que me afectó no sirve. —Se acercó a él, le puso ambas manos sobre los hombros—. No tuviste la culpa de estar en un momento vulnerable y que alguien se aprovechara de vos. No tuviste la culpa de sentirte cómodo y querido con la persona que te manipulaba. No tuviste la culpa de no saber cómo salir.

Mateo estaba a media lágrima de que sus ojos se desbordaran.

—Pero podría haber hecho algo. —Se le quebró la voz.

Laila lo abrazó. Le permitió apoyarse en su hombro, llorar contra su piel.

—Si te contara la cantidad de veces que sentí que merecía lo que me pasaba por no haber hecho nada... No estabas obligado a hacer algo. Estabas mal, tenías que ocuparte de vos y era demasiado. Sacarte el peso que tenías encima era demasiado. Nadie te puede juzgar por haber bajado la guardia porque sentías que alguien te quería.

Laila sentía cómo le temblaba la espalda debajo de sus manos. Consideró decirle que podían volver la noche siguiente, pero el paso del tiempo en el mar era una amenaza que no tenía intenciones de provocar. Lo abrazó con la firmeza que creía que necesitaban, con la confianza de que estaba ahí para él. Le permitió derrumbarse frente a ella, confiar en que era la compañía justa para mostrar su vulnerabilidad, despojarse de la vergüenza.

Cuando Mateo retrocedió para mirarla a los ojos, Laila no pudo evitar acariciarle los pómulos para limpiar el camino de sus lágrimas.

—Sos hermosa —murmuró.

—Y por mí estás acá.

Mateo puso distancia. El aire frío la envolvió como si todo su calor se hubiera ido en aquel contacto con gusto a final.

—Voy con vos.

Esta vez, no se opuso. Dio un paso hacia la roca y la grieta se ensanchó lo suficiente para permitirle entrar. Laila caminó con la seguridad que no sentía y Mateo la siguió.

No había humedad en el interior de la piedra, tampoco luz. Avanzaron a tientas por un tramo de agua que les llegaba a los tobillos. A lo lejos se oía, mezclado con el sonido de un río, el latido de un corazón. Laila avanzó más rápido, segura de que ese llamado le pertenecía, y se sumergió en un laberinto antes de saberse perdida. Mateo ya no la seguía, todo lo que podía percibir era cómo el mar se acercaba a ella mientras el tiempo se acababa.

Corrió sin dirección fija, siguiendo su instinto.

—Decime dónde estás —le pidió en un susurro angustiado—. No me hagas salir de acá sin vos. Decime dónde estás.

Cayó de rodillas al suelo. Podía sentir las irregularidades del piso bajo sus manos. Se impulsó para ponerse de pie una, dos, tres veces, pero en todas volvió a caer. Una lluvia fina la acompañó durante algunos metros de su avance. Tenía miedo de no encontrarla, de saber que su hermana se perdería sin que ella tuviera la oportunidad de permitirle volver al ciclo que le correspondía. Tenía miedo de fallarle en la última oportunidad que tenía para ayudarla, más cuando Sol había estado para ella cuando Laila decidió que iba a sacar a Mateo del mar sin importar el costo.

Ahora que pensaba en ese momento, se preguntó por qué nunca había considerado que no iba a ser la única en pagar el precio.

El murmullo del agua se alineó con las palpitaciones que la llamaban. Era apenas perceptible, pero la relación estaba ahí, como si le indicaran coordenadas de las que estaba cada vez más cerca. Como si Sol estuviera donde el mar y su corazón se unían.

Se obligó a pararse otra vez, se sostuvo de las paredes de piedra para no resbalar. Avanzó despacio, sin perder el ritmo, siguiendo las indicaciones del sonido.

No supo cuánto tiempo pasó hasta encontrarla. Una gema dorada brillaba incrustada en la roca. Laila se lastimó los dedos para sacarla de la grieta que empezaba a cerrarse a su alrededor, pero lo consiguió. Se llevó la piedra a los labios, le pidió perdón por haber tardado tanto. El alma de Sol se enredó en sus dedos y le regaló una última visión de su hermana. Laila no podía abrazarla, pero una parte de ella se había acostumbrado a solo verla, como un recuerdo nítido incapaz de borrarse.

—Perdón por dejarte acá. —Le costaba vencer el nudo en su garganta—. Perdón por no haber pensado en lo que te podía pasar.

Sol le sonrió con tristeza.

—Sabía que ibas a venir. También sabía que ibas a ser capaz de pagar el precio por venir. Estás loca.

—Mirá si no lo iba a hacer.

—No, más vale que ibas a hacer lo imposible por sacarme de acá, pero igual estás mal de la cabeza. No sé si tenés idea de lo que hacés.

—Estoy dejando la posibilidad de morir algún día. ¿Eso?

Sol le dedicó una mirada incrédula que la hizo parecer la misma Sol que Laila recordaba.

—¿Te parece poco?

—Si es por vos, no me parece nada.

—Laila... —Se calló. Pareció entender que el tiempo no las favorecía, que no podía dedicar sus últimos minutos a discutir.

Porque eran sus últimos minutos.

—Si hubiera sabido que te iba a pasar algo a vos...

—Lo habrías hecho igual, porque no podías dejar que le pasara algo a Mateo. No podías dejar que terminara metido en algo que no le correspondía. Y no quiero que dejes de ser así.

—¿Qué querés decir?

—Que no quiero que dejes de arriesgarte por la gente que querés. No quiero que el miedo te paralice, que le creas más a la posibilidad de que algo salga mal que a tu propio instinto. No quiero que te apagues.

—Me apagué hace rato.

Sol le acarició un mechón de pelo. Su tacto era inexistente, pero podían mentirse diciendo que se habían tocado.

—Vos no te podés apagar —le dijo, más convencida de lo que Laila podría llegar a estar—. Vos no sabés lo que es apagarte. Mientras más oscuro es el lugar en el que estás, más brillás.

—Sabés que te voy a extrañar, ¿no?

—Las dos nos vamos a extrañar, pero también vamos a estar juntas siempre. Y siempre, mientras tenga algo de memoria, voy a estar feliz por haber sido tu hermana. Esa es la palabra, Laila: feliz.

Le ardían los ojos, pero no quería llorar frente a ella. No podía hablar.

—No te olvides de nada —pidió Sol. Su figura empezaba a confundirse con el aire—. No te olvides de nada que hayamos hecho juntas, de nada que hayamos vivido. Ahí estoy, ahí voy a estar siempre.

—No me pienso olvidar de vos —prometió, pero sus palabras la encontraron sola en el laberinto de piedras.

Sol ya no estaba. Ni atrapada en un sueño en bucle ni en compañía de las almas del mar.

Se había ido.

Es oficial: Laila se despidió de Sol.

¡Hola! Siento que en cada capítulo les digo que no veía la hora de llegar a ese punto, pero acá es verdad. Toda la historia apunta a este último momento. 

Nos queda un último capítulo antes del epílogo y siento que les va a gustar. O espero que les guste, porque así todo el viaje por esta trama tendría sentido. 

Tengo una sola pregunta que hacerles antes de pasar al final: ¿cómo se sienten?

Gracias por no dejarme sola con este proyecto y acompañarme. Es más lo que hicieron por mí que yo por ustedes, y por eso siento que vale la pena compartir lo que hago. Por ustedes. Gracias. ♥

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro