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39. Que la muerte lo cuide

Había pasado una hora. Durante ese tiempo, Lucía no había dejado de intentar localizar a Jazmín, Nicolás no paraba de mandar mensajes y de mirar por la ventana, Luciano no se había sentado. Laila los miraba desde la distancia del sillón, entumecida. No había pronunciado palabra, no había interactuado con ninguno de sus amigos. Era posible que todos creyeran que tenían una solución, que los tres guardaran alguna esperanza con respecto a esa noche, pero Laila escuchaba de fondo el murmullo del mar como una amenaza latente, definitiva.

Su primera falta fue tomar el pedido de Verónica hasta resolverlo. Si no hubiera permitido que su día a día se interpusiera en sus noches con Sol, podría haber cerrado aquellas visitas en dos sueños y habría descubierto la causa de la angustia de Mateo antes del cumpleaños de Nicolás. Podría no haberlo provocado esa noche, se podría haber sentado con él en la oscuridad del patio de su amigo y preguntarle cómo se sentía. Si hubieran hablado, si no hubieran llegado a la intimidad de compartir un cigarrillo en la puerta de su casa, si no lo hubiera tenido tan cerca... Si hubieran hablado esa noche. Todos los caminos que su mente podía trazar acababan ahí y no podía pensar en una culpa que no fuera compartida. La responsabilidad era de uno en la medida en que lo era del otro, y en ese pensamiento encontró un hilo de paz del cual sostenerse.

Mateo fue cobarde; ella, egoísta. El daño, si no era mutuo, no existía.

—¿Alguien trató de llamar a Martín? —preguntó en voz baja.

Creyó que nadie la había escuchado, pero Nicolás contestó.

—Me mandó a la mierda y me dijo que no quería saber nada con ese chabón. Creo que recién ahora se da cuenta de la gente que tiene cerca.

—¿Te dijo algo de Jaz?

—No, se iba a su casa.

Laila apoyó la cabeza contra la pared, cerró los ojos. Alguien se sentó con ella.

—¿Cómo estás? —Luciano le habló lo bastante bajo para que la conversación se mantuviera privada.

—¿Cómo querés que esté?

Su amigo suspiró. Se sacó las zapatillas, subió los pies al sillón. Laila lo tomó como un indicio de calma. Si él podía sentarse y esperar, todos podían.

—¿Te contó que no se está quedando más en el departamento?

Giró la cabeza hacia él, todavía apoyada en la pared.

—No, no hablamos de vos. ¿Se pelearon por algo relacionado conmigo?

—Por ahí explotó todo por vos, pero empezó hace rato. Ni yo sabía que estaba aguantando cosas que le iba a terminar echando en cara.

—¿Que no me contara lo de Sol?

—Eso es parte de lo nuevo, pero influyó. Siento que hice tanto por cuidarlo, por cuidar a los dos...

—Que la cagaste.

Lo tajante de su respuesta lo dejó sin palabras.

—¿Sabés qué pienso? —continuó ella—. Que nos tendríamos que haber conocido antes.

—No iba a salir bien.

—No importa, en algún momento lo íbamos a resolver por vos, porque te queremos, pero me habría gustado conocerlo antes.

—¿Por qué?

Dudó. Por un segundo, pensó en callarse. No lo había admitido ante Mateo, pero sentía la necesidad de reconocerlo ante cualquiera que le diera una oportunidad. De alguna forma, lo tenía que decir.

—Porque no se habría acostado con mi hermana. Y, si lo hacía, me habría enterado antes de que pase algo conmigo porque Sol me iba a contar. Es más, me habría conocido primero a mí y capaz que no llegaba a tener nada con Sol.

A Luciano le brillaban los ojos. Laila podía ver que la última porción de él que creía haber hecho lo correcto se desvanecía en esa noche que los tenía al borde de una crisis.

—¿Habrías preferido que se conocieran en un mal momento de los dos y que se hicieran mal?

—Ya nos hicimos mal ahora. Y sí, habría preferido eso, porque iba a ser más sincero. Si nos hacíamos mal, iba a ser porque estábamos mal. Es lo que teníamos para ofrecer, es lo que éramos. Es lo que somos.

—Pensé que les hacía un bien.

—Ya sé. Y seguro que él también sabe. De todas formas, nada cambia que Sol estuvo antes.

—¿Y eso te jode?

Más de lo que se atrevía a decir en voz alta. Cuando iba a darle una respuesta, Lucía los interrumpió.

—Jaz está bien, está con la hermana.

—¿Dónde están? —Laila se levantó del sillón.

Lucía le mostró el teléfono con una conversación abierta. Antes de que pudieran hacer más preguntas, entró una llamada de un número que no aparecía agendado. Lucía atendió y puso el altavoz.

—Hola, Rocío. ¿Me pasás con tu hermana?

Nicolás también se acercó. Se paró al lado de Lucía con los brazos cruzados y la mirada fija en el teléfono.

—Está ocupada, ¿querés que le deje un mensaje?

—Tengo que hablar con ella, es algo serio.

—Dice que la perdonen por la demora, no podía usar el horno en su casa y quería llevar algo rico. Que empiecen a comer sin ella.

Lucía la frenó.

—Ni se te ocurra cortar.

—¿Qué más querés?

—Hablar con Jazmín.

—Mirá, te estoy llamando porque me pidió que te avise y por mensaje sos insoportable, no te pongas densa.

Lucía levantó una mano hacia Nicolás. El gesto era lo único que necesitaba para no arruinar su única oportunidad de resolver uno de los tantos problemas de esa noche.

—Martín la vino a buscar. Si no me pasás con ella, ¿le podés decir que vuelva a la casa? Que no venga.

Al otro lado del aparato hubo movimiento, se cerró una puerta. La voz de Rocío se convirtió en un susurro.

—¿Qué hizo el pelotudo ese?

A unos pasos de Laila, Luciano suspiró. Los cuatro estaban pendientes del más mínimo sonido de esa conversación.

—Vino con un amigo de los suyos y se armó bardo. Lo mejor va a ser que Jaz no venga. Que se quede con vos. No creemos que Martín la quiera buscar hoy, pero es mejor si no está sola.

—Bueno, bueno. Sí, mejor. Ustedes son unas blandas, a mí el boludo ese no me va a querer pasar por encima.

Esta vez, fue Luciano quien sostuvo a Laila de los hombros para que no contestara.

—Que nos llame cuando tenga el teléfono —dijo Lucía antes de cortar.

—¿Desde cuándo te tiene tanta bronca? —preguntó Luciano.

Nicolás, todavía al lado de Lucía, le apretó un hombro despacio, llevó el cuerpo de su amiga hacia el suyo. Ella no se opuso. Rocío era uno de los pocos temas de los que prefería no hablar sin importar la ocasión. Fue Laila quien respondió.

—Desde que Lu le dijo a la novia que cortaron porque Rocío la cagó. Se ve que había contado otra historia.

—Un problema menos —concluyó Lucía en voz baja.

Ninguno habló durante un instante que sintieron eterno. El reloj de la cocina marcaba los segundos mientras nadie se movía. Tampoco podían mirarse. Fue Luciano el que puso en palabras lo que las chicas no se animaban a pronunciar.

—¿De Mateo sabemos algo?

—El teléfono suena, pero no contesta. —Nicolás usó su mano libre para revisar sus notificaciones—. Ahora le aviso que Jaz está bien y le digo que vuelva. Hablé con unos amigos que conocen a Luis para que estén pendientes. Más no podemos hacer.

—Pasó más de una hora.

—Ya sé, Laila. Ya sabemos. No conozco más gente para ubicarlo, ya agoté los contactos de confianza. Hasta ahí llego. ¿A quién más querés que llame?

La miraba a los ojos. Laila pudo ver el instante en que se arrepintió de sus palabras.

—Salgo un minuto, necesito aire —avisó antes de que la frenara.

—No seas boluda.

—¿Boluda por qué?

Nicolás soltó a Lucía y rodeó la mesa. Luciano, por instinto, dio un paso al frente y se interpuso entre él y Laila.

—¿Qué pasa?

—Preguntale a tu amiga qué pasa. Preguntale qué estupidez quiere hacer.

—No es una estupidez, es lo único que nos queda.

Luciano entrecerró apenas los ojos, pero, aunque intuyera la respuesta, le hizo caso a Nicolás.

—¿Qué ibas a hacer?

Laila se aseguró de tener el teléfono en el bolsillo. Dio un paso atrás. Miró a Lucía con una disculpa que no era capaz de poner en palabras.

—Es el único que puede saber dónde está.

Lucía cortó la distancia que las separaba y agarró a Laila de una muñeca para llevarla al sillón. Cuando Luciano iba a acercarse, Nicolás chasqueó los dedos y le señaló la cocina. Les dieron privacidad, seguros de que no podían convencer a Laila si no eran capaces de mantenerse ellos mismos bajo control.

—Contame bien qué querés hacer —pidió Lucía—. Y decime cómo tenés pensado salir de ahí.

Estaban solas, podía confiar. Se tapó la cara con las manos, sintió el impulso de llorar. Tenía ácido en la garganta y le palpitaba la cabeza.

—El Tato tiene que saber dónde está Luis. Si le digo que lo ubique y que se asegure de que no le haga nada a Mateo...

—¿Y exponerte así? ¿Sentís que vale la pena?

Se mordió la lengua para no decir que sí. Su amiga merecía una respuesta mejor.

—No puedo dejar que le pase algo, Lu. Está arreglando cosas, está tratando de estar bien... y yo quiero que esté bien. Quiero que se deje de sentir una mierda. —Tenía la angustia anudada en la garganta y apenas podía formular una idea completa—. Quiero que se deje de odiar porque no hizo las cosas tan mal como piensa. Y yo sé que puede arreglar todo lo que hizo mal. Quiero que esté bien, Lu —repitió, esta vez mirándola a los ojos.

—¿Aunque eso te hunda a vos?

No pudo forzar una sonrisa para tranquilizarla.

—Yo ya estoy hundida. Hace días que no duermo, no dejo de pensar, no estoy bien.

—¿Pensaste en hablar con alguien?

—Sí, pensé en hablar con el Tato para asegurarme de que a Mateo no le va a pasar nada.

Lucía suspiró. La conversación no tomaba el camino que esperaba y Laila admiró su capacidad para mantener el control.

—Nico tiene conocidos que conocen a tu ex. Conocen al tipo que vino hoy. Ya debe haber gente buscando por ese lado, no tiene sentido que te expongas.

—¿Vos pensás que va a mover un pelo si se lo pide alguien por quien no tiene un interés personal? No les va a dar bola. Si se lo pido yo...

—Si se lo pedís vos, Mateo se va a odiar por haberte expuesto así.

—Prefiero que esté vivo y bien para que me pueda odiar.

Lucía se paró, incapaz de mantenerse quieta, y se apoyó en el respaldo de una silla, dándole la espalda. Laila no podía ver sus gestos, pero podía asegurar que se mordía los labios.

—No puedo dejar que hagas eso —dijo por fin.

—No te estoy pidiendo permiso.

Se dio vuelta, apoyó la cadera contra el borde de la mesa. Le brillaban tanto los ojos que parecía a punto de llorar. Cuando habló, su voz era un susurro que se quebraba con cada palabra.

—¿Por dos segundos podés pensar en vos? ¿Podés pensar en los que te queremos? Si Mateo llega a saber que le querés pedir a tu ex que lo cuide...

—Tengo que hacer algo...

Los chicos salieron de la cocina y se acercaron a ellas con pasos rápidos y firmes.

—¿Qué pasó? —Lucía alternaba la mirada entre los tres, preocupada.

Nicolás dudó. Su mirada pedía perdón por ser quien no tenía las mejores noticias.

—Tu ex ya sabe que Mateo y Luis se cruzaron hoy y parece que dijo que Luis puede hacer lo que quiera, que él no lo va a frenar.

Luciano tomó la palabra.

—Sobra decir que están todos buscando a Mateo para decirle que venga, que Jaz está bien. Tu ex no habló con Luis, así que Luis no sabe nada de esto. Se movilizó un poco más de gente para buscarlo, ahora hay alguien...

—Ya sabe todo —lo cortó Laila. Se tapó la cara, se llevó las rodillas al pecho—. El hijo de puta supo todo desde el principio.

Luciano se sentó con ella, la abrazó. En esa posición, el cuerpo de Laila parecía tan chico y liviano que la sintió más frágil que de costumbre.

—¿Nos explicás mejor?

Ella lo alejó con una mano para ganar espacio. Sentía que le faltaba el aire. El corazón le latía acelerado y el sonido de las olas era tan molesto que se convertía en el ruido de fondo de una radio mal sintonizada.

—El Tato sabe todo. Sabe que pasa algo con Mateo porque me tiene que estar siguiendo, es la única forma de saber siempre con qué me puede presionar. Nos debe haber visto cuando casi nos besamos en mi casa después de fumar, nos tiene que haber visto cuando lo fui a buscar al departamento y casi nos besamos en el hall.

—¿Cuándo fumaron? —preguntó Luciano—. Volvió a tocar un pucho después de que estuvieron.

Laila lo ignoró. Por un segundo, olvidó que había prometido no contarle sobre esa noche.

—Él o alguien más, pero estoy segura de que alguien me tiene que estar siguiendo. Y a Jaz también, es la única forma de que Martín siempre sepa dónde está. El Tato le tiene que haber ofrecido algo y pone a gente a seguir a Jaz. —Miró a Lucía—. No sé si no te sigue a vos también. Martín se acerca a los chicos, que son más difíciles de seguir porque Mateo conoce a muchos de ahí y los tres se van a defender si se sienten atacados. Martín es conocido, no van a estar a la defensiva con él. Y a nosotras seguro que nos sigue.

—Es una idea... —empezó Luciano, pero Nicolás lo interrumpió.

—Tiene razón. Martín es medio imbécil, no sabe disimular. Es más pelotudo que peligroso, pero se junta con gente jodida. No me sorprendería que para mantener a Jaz vigilada haya ofrecido pasar información de nosotros.

—¿Vos estás diciendo que puede haber alguien siguiendonos? —Lucía se sentó—. Yo a veces trabajo sola de noche, ¿me estás diciendo que hay un loco esperando que termine la guardia y me vaya para seguirme?

Nicolás se acercó a ella. Se arrodilló para que pudiera mirarlo a los ojos, envolvió las manos temblorosas de Lucía entre las suyas y se las llevó al pecho.

—Te voy a empezar a llevar y buscar para que estés más tranquila.

—No hace falta.

—Si Laila tiene razón, más vale que hace falta.

Sus amigos buscaron una confirmación en su mirada, pero ella no dejaba de repasar los momentos que había compartido con Mateo que podían ya no ser privados. Por supuesto que su ex sabía y que no le importaba que a Mateo le pasara algo. Por supuesto que había descubierto antes que ella misma lo mucho que le importaba.

—¿Laila?

El miedo de Lucía la trajo a la realidad.

—No se los puedo jurar, pero estoy segura de que es así. Sé cómo piensa, sé que le gusta tener el control de todo. Manipular a Martín le debe parecer más entretenido que poner gente a seguirnos a todos y mantenerse al margen. Martín no es importante, pero al Tato le debe gustar hacerle creer que sí. Le da algo para hacer, le dice que es algo que solamente puede hacer él. Le da otra cosa a cambio porque su tarea es tan valiosa que se la tiene que pagar. Y mientras Martín se entretiene pensando que tiene contactos, el Tato lo vigila a él también por medio de esos supuestos amigos que ni sabe de dónde salieron.

—Como Luis —agregó Nicolás.

—Como Luis. Como los que estaban en la juntada con Jorge esa noche que me tuve que volver con Mateo.

Luciano se llevó las manos a la cabeza, se corrió el pelo de la cara. Laila era consciente de cuánto le costaba fingir una calma que no sentía.

—Y Mateo no contesta ni aparece.

Laila se sacó el buzo prestado y volvió a comprobar que tenía el teléfono en el bolsillo del pantalón. Se dirigió a la puerta.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Luciano.

—No me va a pasar nada —les aseguró. Tenía una mano en el picaporte—. No le voy a pedir ningún favor.

—¿Lo vas a llamar? —El conflicto de Lucía era palpable.

—No me va a hacer nada —insistió—. Esto se termina acá. Confiá en mí.

Salió antes de que la pudieran frenar y se paró en el medio del jardín. Los vio asomarse a la ventana, pudo detallar la expresión de cada uno y cómo ninguno creía que era una buena idea. El miedo de sus miradas atravesó el cristal y se clavó en su pecho. Se fundió con el mar que la acompañaba, el mar que era parte de su cuerpo. Laila levantó la vista al cielo despejado antes de llamar a un número que no tenía agendado, pero que conocía de memoria y no podía olvidar por más que quisiera.

Su ex atendió al segundo tono.

—Sabía que me ibas a llamar, princesa. Decime qué necesitás.

Tenía la misma voz grave e imponente que la había cautivado cuando se conocieron. El mismo timbre que la había llevado a desear escucharlo durante toda la noche porque le podía creer cada palabra que dijera. Años atrás, había encontrado refugio en promesas vacías dichas en un tono agradable. Ahora lo escuchaba y sentía el ácido en su garganta.

—¿Dónde está Mateo? —preguntó tajante. Esperaba haber mejorado en esconder su miedo.

—¿Qué Mateo? —Sonreía. Laila lo podía jurar.

Volvió a mirar el cielo. Las estrellas que brillaban para ella serían cómplices de esa noche.

—Dejá de hacerte el pelotudo y decime dónde está Mateo. Yo sé que sabés.

—La verdad es que no, princesa. —Pronunciaba las palabras con lentitud, sabiendo que perdía tiempo que Laila consideraba valioso—. No tengo la más puta idea. Pero no te pongas mal, seguro que Luis lo está buscando. Si querés que mande a alguien más...

—¿Dónde estás?

—No te puedo decir, ya sabés cómo es esto. Tuvimos que cambiar varias cosas después de que te fuiste. Valió la pena si eso hizo que estuvieras bien, pero nos complicó algunas cosas y te tengo que mantener al margen hasta que vuelvas.

—No voy a volver.

Dejó escapar una risa suave, fugaz, efímera. Laila tensó la espalda.

—Sí, princesa. Vas a volver porque Luis se la tiene jurada a Mateo y el único que lo puede frenar soy yo. Pedilo y lo tenés. Pedilo y te lo mando sano, vivo y entero.

Sus amigos abrieron la puerta. No avanzaron hacia ella, pero estaban ahí, a unos pasos de distancia. Sus miradas suplicaban que cortara la llamada.

Laila cerró los ojos y se concentró en sus pulsaciones, en cómo el mar parecía navegar en ella y su presencia se intensificaba con la angustia que le producía la incertidumbre.

—Yo no voy a volver y vos nos vas a dejar en paz. Y Mateo va a volver sano, vivo y entero porque yo lo digo. No te lo estoy pidiendo.

—¿Qué ofrecés a cambio, princesa?

La llegada repentina de una arcada la obligó a toser. El mar le había ofrecido la posibilidad de ver a Sol bajo la premisa de que era necesaria para mantener un equilibrio. Su ex le ofrecía la vida de Mateo bajo la mentira de que él era el único que podía protegerlo. Ningún ego ajeno valía lo suficiente para esclavizar ni su cuerpo ni su alma.

El mar bramaba en sus venas. Su corazón seguía el ritmo de la muerte y Laila supo que no tenía salvación. 

—A vos te ofrezco.

—¿Qué?

Inhaló despacio, volvió a toser. Bajó la voz para que sus amigos no escucharan.

—Te ofrezco al mar para que deje en paz a Mateo, para que la muerte lo cuide. —Un trueno la interrumpió. Levantó la cabeza—. Y si a Mateo le pasa algo, voy a buscar a tu hermano muerto y te juro por lo que más quieras que no va a descansar. Lo vas a soñar todas las noches y vas a dormir como el orto, porque van a ser sueños de mierda. Te vas a querer morir y, cuando te mueras, vos tampoco vas a tener paz. Ni dormido ni despierto, ni vivo ni muerto. Te lo juro.

La lluvia se desató furiosa sobre ella y Laila deseó poder llorar. Todavía la escuchaba, no la había abandonado. Al otro lado de la llamada, pudo distinguir que también había tormenta.

—Mateo va a volver sano y entero, y vos nos vas a dejar en paz. A mí y a toda persona que tenga contacto conmigo. Y no me vas a volver a hablar en tu puta vida.

Su ex llamó a alguien para avisar que había una falla en el techo, pero la lluvia lo seguía por cada habitación que cruzaba. Empezó a toser. Laila supo, por la fuerza con la que palpitaba su corazón, que el mar también estaba con él.

—Hacé que vuelva o te juro que te vas a arrepentir.

—Hablamos en otro momento, tengo un problema en el depósito.

—Tu problema es algo que no podés resolver vos. Yo soy la única que puede. Buscá un espejo, Tato. Veo a la muerte todas las noches y no me querés obligar a elegir entre Mateo y vos.

—¿Cómo sabés dónde estoy? —Una pausa—. ¿Qué carajo es esto?

En otro momento, Laila se habría permitido disfrutar ver cómo perdía el control de la situación y el miedo avanzaba poco a poco hasta reflejarse en su voz.

—No sé dónde estás. No necesito saber dónde estás para hacerte ahogar. —La voz le temblaba por el frío, pero sentía que había sido clara con todo lo que tenía que decir—. Hacé que vuelva o te vas a arrepentir aunque sea lo último que haga. —Cortó.

Corrió hacia la puerta y se envolvió en el toallón que Lucía tenía preparado. El cielo se despejó tan rápido como se había nublado y Laila deseó haber hecho más. Se encerró en el baño para secarse. Le temblaban las piernas y las manos, tenía los labios fríos. La muerte la escuchaba y, aun así, no le permitía entrar al mar. Se vistió con una remera de Nicolás y un pantalón que Lucía había dejado ahí unas semanas atrás y siempre olvidaba buscar, y se puso el buzo de Mateo. Todavía conservaba algo de calor.

Sus amigos la esperaban. Sus intentos por esconder la impaciencia y la incertidumbre la llevaron a dudar.

—¿Qué le dijiste y qué pasó? —Nicolás tomó la palabra.

Luciano y Lucía permanecieron en silencio.

—Lo amenacé —confesó ella. Esperó parecer tan firme como creía que lo había sido en la llamada—. No le pedí ningún favor y me aseguré de que entendiera que no quiero hacer ningún trato con él. Mateo aparece vivo y bien o le arruino la vida.

Los ojos de Lucía brillaron con ilusión.

—¿Lo amenazaste con denunciarlo?

Podía mentir y decir que sí, pero sus amigos sabían que la protección de su ex era su papá, que sus contactos en la política lo volvían intocable, que ella no tenía ni el tiempo ni los recursos para ir por la vía legal.

Iba a improvisar una respuesta vaga cuando su teléfono vibró por la llegada de un mensaje. Había cumplido. Le temblaban tanto los dedos que apenas pudo abrirlo. Su cuerpo perdió estabilidad. Sentía que se mecía al ritmo del bote en el que navegaba cada noche, pero sin Sol. Luciano la sostuvo antes de que le fallaran las piernas.

—Está yendo la ambulancia —alcanzó a decir. Levantó el teléfono—. Acá está el hospital.

Nicolás recibió el aparato y asintió. Abrió el armario donde dejaban los abrigos y repartió los de sus amigos. Luciano avisó que iba a poner en marcha el auto. Cuando Lucía se acercó a ella, recibió una llamada de Jazmín. Le dio un abrazo rápido a Laila y salió mientras hablaba.

Laila quedó sola con Nicolás, que esperaba que ella saliera para cerrar con llave. Se acercó a él.

—Llevame.

—Vamos en auto, Lucho está esperando.

Sacudió la cabeza.

—No entendés, necesito llegar rápido.

—Casi te desmayás recién, no te voy a subir a la moto.

—Me voy a desmayar si llego y es tarde. Por favor, Nico.

Dudó. La determinación en sus palabras tuvo que surtir efecto. Nicolás se asomó a la puerta, dio una indicación con la mano y la cerró.

—Vamos, salgamos por el costado. Los cascos están con la moto.

Laila deseó poder agradecerle con una sonrisa. Deseó haber hecho lo correcto al buscar a su ex, deseó haber llegado a tiempo. Deseó que Mateo estuviera bien y que fuera solo un susto. Que se salvara.

Y, mientras se subía a la moto de Nicolás y se ajustaba el casco, deseó que su hermana no pagara las consecuencias que le correspondían a ella por haber incumplido el pacto con la muerte una vez más.

¡Hola! ¿Siguen acá? 

Hoy tengo una sola pregunta sobre el capítulo: ¿cómo se sienten con lo que viene pasando?

Me entusiasma mucho la idea de terminar pronto esta historia porque va a ser mi primera historia nueva que termine en años, pero tengo miedo de que los últimos capítulos no tengan tanta fuerza y que no sean tan lindos como capítulos anteriores. Espero que de verdad les esté gustando cómo va este último arco y que el final de la historia sea el que necesitan leer. ♥

Gracias por seguir acá, en septiembre la historia cumple dos años y me resulta increíble que haya llegado a gente tan hermosa. ♥

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