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38. Si te pasa algo

Tenía miedo de dormir. Las horas de cada día se consumían con una lentitud agonizante y sus pensamientos eran incapaces de hilarse en una idea clara. Apenas se podía concentrar, apenas conseguía mantener su cuerpo funcionando. Mercedes le sugirió buscar ayuda más de una vez. Laila se negó a sacar turno con quien fuera y a intentar descansar.

Tampoco había hablado con Mateo. Cuando pensó que estaba lista para escribirle, fue a su conversación con él para convencerse de que no quería tener noticias suyas, pero encontró que ya no tenía su número bloqueado y se permitió creer que sí aceptaría que le escribiera. Casi podía pensar que la invitaba a hacerlo. Se sentó en el suelo, apoyó la espalda contra la pared de su pieza silenciosa. Si Mateo quería estar disponible para cuando ella lo necesitara, no podía haber elegido peor momento. Lo último que deseaba era buscarlo y que el mar decidiera que él sabía demasiado. Que la muerte se sintiera expuesta.

Habló con Abel ese mismo día. Le preguntó si su mamá también había tosido aquel ácido negro que delataba la conexión con el mar cuando él habló con ella de sus sueños, pero Abel no había visto ninguna señal; solo tuvo una advertencia, la primera y única. Laila había recibido la suya antes de hablar con Mateo. Cortó la llamada antes de confirmar que lo había puesto en peligro y volvió a pasar una noche entera sin poder dormir.

Sí había hablado con Lucía para tranquilizarla y habían encontrado una explicación lógica para la crisis, aunque su amiga insistió tanto como pudo en conseguir ayuda para Laila. Ella se negó de nuevo. La conversación murió.

Luciano había sido más cauteloso. Sus preguntas parecían satisfacer la inquietud de alguien más, aparte de la propia, y Laila se preguntó si Mateo estaba más pendiente de lo que ella pretendía. Desechó la idea de inmediato; según lo que había escuchado, llevaban días sin hablarse.

El jueves recibió un mensaje de Nicolás. Era una invitación breve, concisa, para el día siguiente. Antes de que ella pudiera contestar, le aclaró que era una reunión para todo el grupo, para que pudieran hablar o pasar una noche tranquila, lo que surgiera. Creía que, como grupo, necesitaban verse. Cuando Laila se disponía a buscar una excusa para evitar el encuentro, recordó que todas las discusiones se habían originado por ella. La culpa era un nudo que le comprimía la garganta. Accedió.

Luciano la buscó por su casa ese viernes. Hicieron el trayecto en silencio, sin pronunciar en voz alta que serían los mismos cinco que se juntaban el año anterior; Mateo no participó en ningún intercambio sobre la organización. Cuando llegaron, Lucía llevaba algunos minutos ahí. Abrazó a Laila como si ella lo necesitara más que su amiga y le susurró un «Después te cuento» que fue ahogado por el saludo de los chicos.

A pesar de los intentos de Nicolás, los cuatro evitaban mirarse como si un gesto fuera capaz de dinamitar la noche y exponer su privacidad ante los demás.

Durante la primera media hora, mientras esperaban a Jazmín y después de confirmar que serían solo ellos cinco, Luciano se dedicó a llenar los vacíos de la conversación. Nicolás había ofrecido la casa considerando que podían terminar en una discusión y era mejor que lo hicieran en un ambiente privado, pero todos parecían cuidarse de ser el detonante.

Laila fue a la cocina a buscar el encendedor para prender un cigarrillo. Encontró a Lucía sentada sobre la mesada, mirando su teléfono.

—Jaz no contesta —le dijo—. Es la única que estuvo al margen de todo esto y que puede hacer que no nos terminemos matando entre nosotros.

Laila apoyó la cadera contra la mesada y habló en voz baja.

—¿Todo bien con Nico? ¿Pasó algo antes de que llegáramos?

Lucía dudó. Apretó los labios antes de contestar, como hacía siempre que perdía el control de la situación.

—Me dijo que sabía que no estaba siendo el amigo que yo merecía y que me iba a dejar en paz. Siento que se cansó. —Dejó caer la cabeza hacia delante.

Laila apoyó la cabeza en su hombro.

—No creo que se haya cansado. Creo que se dio cuenta de que ninguno de los dos cede y así es difícil llegar a algo. ¿Cómo estás con eso?

Lucía buscó su espacio. Suspiró, miró la puerta de la cocina.

—Siento que me va a costar acostumbrarme si hablamos menos que antes, pero es lo mejor. No me quiero decepcionar de Nico y la única forma es no darle oportunidad para que la cague.

La entendía. Quiso decirle que estaba de acuerdo, que creía que había tomado la mejor decisión, cuando sonó el timbre. Esperaron escuchar la voz de Jazmín, pero la respuesta de los chicos no era cálida ni amable.

Laila dio un paso hacia la puerta cuando lo escuchó. La pregunta fue suave, confiada, lo bastante para que ella supiera que no lo podría evitar.

—¿Laila está?

Salió de la cocina, seguida por Lucía, y encontró a Mateo parado al lado de la puerta de entrada. Luciano no lo miraba. Nicolás estaba pendiente de su reacción.

—¿Pasó algo? —preguntó ella.

Mateo tenía la mirada cansada de las últimas semanas, pero algo había cambiado. Laila no podía definir si se debía a su último encuentro o si había conseguido algo de paz después de soñar con Verónica y ella no lo había notado antes por el estado en el que estaba aquella noche.

—¿Podemos hablar?

Podría haber agregado que tenían una conversación pendiente, que se debían esa charla, pero le daba la oportunidad de negarse. No miró a ninguno de sus amigos, no prestó atención a nada que no fuera la determinación en los ojos de Mateo. Asintió.

Lo vio salir al jardín y lo siguió. Cerró la puerta. Mateo tenía la espalda apoyada contra la pared y los ojos cerrados. Laila se abrazó el abdomen.

—¿No preferís hablar adentro? —le preguntó—. Hace un frío de cagarse.

—¿No trajiste campera?

—Vine en auto.

—Nos quedemos acá —propuso él—. Por si querés fumar.

Laila chasqueó la lengua.

—No voy a fumar sabiendo que te sacaste el vicio.

La sonrisa de Mateo le quitó un nudo de la garganta. Él se sacó el buzo que llevaba bajo la campera de cuero y se lo dio. Era más abrigado, mantenía el calor de su cuerpo.

—Estoy fumando de nuevo.

El buzo le quedaba grande. Se apoyó en la pared junto a él y murmuró que igual no iba a ser ella quien lo incentivara. Miró el cielo despejado, las estrellas que prometían una helada. Había imaginado esa conversación tantas veces que no sabía qué esperar.

—Marisol tiene una casa en Carlos Paz —empezó él cuando los segundos de silencio comenzaban a sentirse eternos—. Alquila acá por trabajo, pero en vacaciones vuelve. El año pasado cortamos como cinco o seis veces, ya perdí la cuenta. Estaba todo como el culo. Yo no aguantaba nada, pero siempre estiraba por una cosa u otra. Al final, la dejé antes de Navidad y unos días después ella me pidió que pase unos días en su casa. Que quería mostrarme algo, no sé. Fui la primera semana de enero. La llamé toda la tarde, nunca me contestó. A la noche me dijo que tenía otros planes y que no iba a poder ir, que no la esperara. Yo no había llevado ropa ni nada porque quería ir y volver en el día. Fui porque me enteré de que estaba diciendo que nos habíamos tomado un tiempo y quería dejar claro que no, que habíamos terminado.

—¿No había quedado claro en su momento?

—Con Marisol nunca las cosas quedan claras. Entiende lo que quiere. Esa tarde me quedé a esperarla. Estaba empecinado en no irme hasta que entendiera que no la quería ver más. Le dije que la iba a esperar en la puerta de la casa, me contestó que no iba a volver, que hablábamos otro día. Me fui a un bar. Ahí conocí a Sol.

Laila tragó saliva.

—No hace falta que me cuentes.

—Hace rato te quiero contar. —Sus ojos le suplicaban.

—Está bien.

—No quería hablar con nadie, pero le vi la remera de Sapphire Fire y me nació preguntarle si había ido al recital. Yo estuve a punto de ir, pero tuve que vender la entrada a último momento. Sol no entendió un carajo cuando le pregunté. Ni sabía cuándo habían venido.

—No es muy fan. La remera era mía.

—Te la pusiste esa noche que fuiste al departamento.

No había hecho la asociación hasta ese instante.

—No me di cuenta. Se la di cuando estaba saliendo para Carlos Paz porque vi que tenía la de ella manchada. Y la amiga que la estaba esperando era insoportable con los horarios y no la dejó entrar a cambiarse, así que entré, me saqué la remera que tenía puesta y se la tiré por la ventana para que se cambiara en el auto. Me dijo que no se la quiso sacar después porque le gustaba cómo le quedaba y se la regalé.

Mateo sonrió en la ironía. Laila se permitió creer que, incluso sin conocerla, había elegido algo que le pertenecía sin saberlo.

—Nos quedamos hablando y me contó que se quería tatuar. Le dije que, si quería cambiar algo, que empezara por algo menos permanente. Si ya se teñía, que se arriesgara a más. Que se perforara. Que dejara los tatuajes al último.

—Nos tatuamos juntas cuando volvió. No te hizo mucho caso.

—Pensé que sí. Cuando te vi, pensé que tenía otro color de pelo y un septum porque me había escuchado. —Mateo se separó de la pared y dio media vuelta para mirarla de frente—. Esa noche te dije que estabas hermosa por dos cosas. Primero, porque le había dicho que seguro le quedaba lindo y lo quería confirmar para festejarle que se hubiera animado. Segundo... Porque era verdad. Es verdad. Sos hermosa.

Quería pedirle que se limitara a contar lo que quería explicarle, sin hablar del presente. En el presente tenían que mantener la distancia.

—¿Nunca se te ocurrió preguntar? —le preguntó en un susurro.

—Lucho me dijo que no ibas a ir. Se suponía que te iba a conocer ahí, pero Lucho me dijo que a último momento le avisaste que no te fuera a buscar y me quedé con esa idea.

—Jaz me mandó un mensaje para saber si estaba allá porque me quería ver. No le pude decir que no.

—Hiciste bien, Jaz estaba como el culo esa noche. Me la quise cortar cuando Nico me dijo que eras vos.

A pesar de tener el jardín entero para ellos, los separaba un espacio de medio metro que parecían mantener a conciencia. La mirada de Mateo era tan oscura como el cielo estrellado que los acompañaba y Laila se preguntó si alguna vez se acostumbraría a la intensidad de sus ojos fijos en ella, si él era consciente de su reacción.

—¿Por qué no me dijiste antes?

—Esa noche no pude. Después me di cuenta de que no te gustaba quedarte sola conmigo y, cuando Lucho me preguntó cuándo te iba a decir, le contesté que no podía si no me querías ni ver. Y ahí me di cuenta de que, si me odiabas, no tenía forma de decirte. Lo podía patear todo lo que quisiera.

—Como el cagón que sos.

—Sí. Y dejé que pensaras mal de mí porque era lo único que me servía para justificar que no te había contado lo de Sol todavía. Y después pasó lo de Vero y no tuve cabeza. No te quería cerca porque no quería que supieras que estaba mal.

Dio un paso hacia él. La sensación de que el mar la acompañaba a cada segundo se incrementaba con su cercanía a Mateo.

—Ya no sé si me importa por qué no me contaste. Me importa más que te hayas ido esa mañana y que no te hayas hecho cargo de esa noche.

—Me hice cargo, Laila. Corté con Meli.

Se alejó. Como con cada secreto de Mateo, parecía que nadie se lo había contado para que él tuviera el privilegio.

—Me dijiste que ella sabía y estaba todo bien —le reclamó en voz baja—. Me dijiste que no la estábamos cagando.

—No te mentí. Pero me di cuenta de que no era tan sincero con ella como pensaba. Meli me dio tiempo para pensar si quería salir con vos también y yo...

—¿Vos qué? —Fue una exhalación, apenas un susurro.

Mateo se sentó en el escalón de la puerta y apoyó los codos sobre las rodillas. Escondió la cara entre las manos. Laila se agachó frente a él, se contuvo de acomodarle el pelo, de rozarle las muñecas desnudas que la campera dejaba a la vista. Le resultaba fácil acercarse a Mateo, mantener el contacto, desde que no la había rechazado esa noche. Sentía que tenía que parar.

—¿Viniste para hablarme de Sol o es una excusa?

Asomó la cara sobre las manos y Laila se preguntó si alguna vez la angustia de sus ojos había desaparecido. Mateo le acomodó un mechón de pelo atrás de la oreja, le rozó el cuello con la punta de los dedos. Ella cerró los ojos.

—La otra noche, cuando dijiste que no me importás... ¿Vos sabés cómo estaba? ¿Sabés cómo me puse cuando pensé que te había pasado algo?

Recordó la preocupación en sus ojos cuando la esperó aquella noche en el departamento. Cómo Mateo estaba roto en su dolor y, aun así, cada fragmento de él estaba pendiente de que Laila llegara, de contenerla. Los días que habían pasado entre un hecho y otro imprimían una distancia que ella eligió leer como desinterés.

—No sé qué pensar —confesó en voz baja—. Pasé de sentirme segura con vos y creer que te importaba en serio a darme cuenta de que me confundiste con mi hermana y te acostaste con las dos. Si pienso que no te pasa nada, sos un hijo de puta. Si pienso que te pasa algo, sos un cagón. ¿Qué preferís?

—No soy un hijo de puta, ya te lo dije. Y hablaba de esto. Lo mal que te hice sentir fue porque soy un pelotudo, no por querer lastimarte a propósito. Porque no sabía cómo decirte lo de Sol sin que pensaras que te estaba usando.

Le habría gustado reírse.

—Lo iba a pensar igual, lo dijeras como lo dijeras. Lo pensé. También pensé que ni Sol ni yo te habíamos importado. Pensé tantas cosas que no entiendo cómo aguanté.

Se alejó algunos pasos, le dio la espalda. Si revivía aquellos días, acabaría en una espiral de autocompasión. Esta vez, sin Sol y con un Luciano que no estaba dispuesto a interceder por Mateo. Lo escuchó acercarse.

—Estoy acá. Podés especular o preguntarme. O putearme. En este punto, si me decís que no me querés ver más, agarro la moto y me voy.

Se dio vuelta despacio. Mateo tenía una última esperanza brillando en los ojos.

—Es más fácil si pienso que nunca te pasó nada.

—Es más fácil, pero es mentira. Y te puedo haber escondido cosas importantes, pero nunca te mentí.

Era una confirmación. Laila entreabrió los labios para discutir cuando fue consciente de que, a su manera, lo había dicho. Sacudió la cabeza con la mirada fija en el suelo. Mateo dio un paso hacia ella y buscó que se fijara en sus ojos. Un escalofrío le nació en la base de la cintura y se perdió camino a su cuello.

—Te estoy empezando a querer, Laila. Corté con Meli porque no era justo para ella. Esperé a resolver otras cosas antes de hablar con vos porque no quería tener nada en la cabeza, salvo esto. Y no es que quiera tener algo con vos, porque sé que no me tendrías que dar bola...

—Dejá de hablar así —le pidió—. Dejá de pensar que sos la peor mierda del mundo. ¿Vos pensás que me habría puesto mal por todo esto si fueras una basura?

—¿Me tiene que consolar saber que te hice mal?

Una parte de ella necesitaba hacerle ver que le importaba, que, al igual que Sol, también había esperado que él la quisiera de verdad. Que se había ilusionado. Que confiaba en él más de lo que confiaba en ella misma. La otra parte recordaba el ácido negro en sus labios y la marca del mar que prometía hacerlo parte de su castigo.

—Yo también te hice mal. Si nos cerramos en eso, nunca vamos a salir de ahí.

Permanecieron en silencio. La noche de invierno que los acompañaba era lo bastante tranquila para aplacar cualquier atisbo de discusión. Dentro de la casa, apenas se escuchaban voces.

Mateo suspiró.

—Tenés razón. Necesitaba contarte lo de Sol, pero también quería estar un rato con vos. Verte, saber que estás bien después de lo de la otra noche. —Le sonrió con la mirada, con un brillo en los ojos que la reconfortó—. Perdón. Por todo. Por no haberte dicho que estuve con Sol, por haber hecho que vivieras enojada conmigo para no tener que contarte, por no haber frenado las cosas esa noche. Igual no me arrepiento de eso, pero siento que lo manejé como el culo y podría haber sido mejor.

—Te perdoné hace rato. Al principio sí me enojé, pero después...

—Después pensaste que no me pasa nada con vos y resolviste que no importaba.

Le costaba admitir que tenía razón.

—Sí, algo así.

—Pero ahora te das cuenta, ¿no? —Una nota temblaba en su voz.

Laila desvió la mirada. Saber que se engañaba no pesaba tanto como descubrir que él estaba dispuesto a convencerla de su error. Inhaló profundo, dejó que el aire frío le colmara los pulmones. Tenía un nudo en la garganta y el vaivén del mar en las venas.

—¿Para qué querés que me dé cuenta? ¿Para que me sienta mal por haber pensado que te chupaba un huevo? ¿Para que me dé culpa que hayas cortado con tu novia? ¿Para qué?

Mateo dio un paso hacia atrás, confundido. Se sentó en el escalón de la puerta. Palpó los bolsillos de su campera antes de mirar hacia la moto.

—¿Buscás un pucho? —Laila se acercó a él.

—Trato de no tenerlos encima todo el tiempo.

Se sentó a su lado, escondió las manos dentro de los puños del buzo. Una parte de ella se arrepentía de no haberlo buscado antes.

—No sé por qué quiero que sepas lo que me pasa —confesó en voz baja—. No quiero que te sientas mal, tampoco espero que me digas lo mismo. Ni siquiera busco que pase algo. Desde que salí de la clínica no sé lo que es estar solo. —No la miraba, no parecía esperar una respuesta—. Conocí a Marisol al poco tiempo del alta, me la saqué de encima este año. Empecé a salir con Meli menos de un mes después de eso. Siento que todo lo que era antes es una persona diferente y que no termino de saber quién soy porque todo lo que fui formando, todo lo que fui construyendo, estuvo influenciado por Marisol. Pienso en la gente que tengo cerca y siento que nadie me conoce porque yo no me conozco. Pienso en vos y me doy cuenta de que no compartimos nada.

Podía interrumpirlo, recordarle que habían compartido un cigarrillo y más de un momento de soledad. Que habían compartido más de un secreto y habían sido compañía en una noche dispuesta a romperlos. Que la había cuidado, que ella se había dejado cuidar. Que lo había perdonado antes de que él se disculpara porque había estado en sus sueños y sabía más de él que Mateo de ella.

—Necesito estar solo por un tiempo. Acostumbrarme a estar sin Vero, no depender de que alguien esté cerca para distraerme si siento que se va a ir todo a la mierda. Aprender a estar solo, en definitiva.

—Me parece bien. —Laila apoyó la cabeza en su hombro con suavidad. Mantener la distancia cuando seguía sin dormir y necesitaba la cercanía era más difícil de lo que había esperado—. No puedo discutir con vos. No quiero pelear.

—¿Y qué querés hacer?

Movió la cabeza unos centímetros, lo justo para mirarlo a los ojos y darse cuenta de que ya lo había dicho. La quería. Sintió el frío de la noche en las manos inquietas que le pedían refugiarse en él. Quería hacer demasiado. Ponerlo en palabras sería caer en un punto de no retorno.

—¿Qué querés hacer, Laila? —repitió él en un susurro suave, cercano.

No pudo contestar. Si se acercaba, si demostraba que llevaba días esperando por hablar con él, lo acabaría orillando a buscarla y romper su intención de seguir solo. Si se acercaba, por más que él estuviera dispuesto, por más que el cuerpo se los pidiera, no dejaría de sentir que había ignorado su necesidad. Y es que necesitaban estar bien, pero Mateo necesitaba no estar con ella.

Él entendió. Sin que Laila pronunciara palabra, supo que la duda era más fuerte que sus instintos. Giró el torso hacia ella, la abrazó despacio. Le permitió desmoronarse en su pecho y aceptar el contacto que no confundía sus intenciones.

—No sé lo que me pasa —admitió Laila—. O sí sé, pero no quiero pensar en eso.

—No hace falta que lo pienses. Tampoco hace falta que me lo digas.

—Vos me lo dijiste.

—Porque me mataba pensar que se te podía ocurrir que no me importás.

Cerró los ojos, escondió las manos debajo de su campera para sentirse más cerca de él. Podía engañarse y pensar que su única preocupación en ese momento era corresponderle, pero notar que la cadencia del mar en su interior se intensificaba con la cercanía de Mateo era motivo suficiente para creer que la muerte seguía con ella, esperando.

Permanecieron unos minutos en silencio, escuchando cómo sus amigos conversaban y prestando atención a la quietud de la calle. Habían construido una cercanía basada en descubrir capas de dolor y ese espacio en el que coexistían su culpa y su remordimiento les pertenecía. Aunque no estuvieran juntos, aunque apenas pudieran llamarse amigos.

Mateo la alejó unos centímetros.

—Andá adentro —le pidió.

Laila levantó la cabeza y vio que dos personas cruzaban la calle en su dirección. Primero reconoció a Martín. Cuando identificó al segundo, era tarde.

Mateo se paró y se acercó a los recién llegados para llamar su atención. No los saludó con alegría, apenas intercambió un movimiento de cabeza. Martín fue el primero en hablar. Su acompañante se apoyó contra el árbol de la vereda, al resguardo de la luz de la calle.

—Jazmín me dijo que se juntaba con ustedes, pero no está acá, ¿no?

—Ni idea —contestó Mateo—. Yo no entré y ya me iba.

Laila no se podía mover. Una parte de ella empezaba a entender, pero la realización no ponía nombres a los rostros y la sombra que le sonreía al otro lado de la reja era más una incógnita que un recuerdo.

—Uno de los chicos cumple años y la pesada de la novia me dijo que lleve a Jazmín —siguió hablando Martín—. ¿Te fijás si está? La llevo así saluda y la traigo.

Como si hubiera salido de un trance, Laila parpadeó. Se levantó despacio, con la intención de pasar desapercibida mientras Mateo acaparaba la atención de los recién llegados, pero tres palabras le clavaron los pies al suelo.

—Tanto tiempo, princesa.

El corazón le palpitaba en los oídos y, entre latido y latido, escuchaba el mar embravecido que se agitaba en su interior. Intentó respirar. Necesitaba aire más de lo que necesitaba salir de ahí.

Mateo cambió el tono de su voz. Laila pudo notar que no fue voluntario.

—A vos te hice mierda cuando no me podía ni parar, no rompás las bolas cuando estoy bien.

—¿Qué vas a hacer? —lo provocó. Se había acercado a la reja para llamar la atención de Laila y les hablaba con la cara entre las barras de hierro—. Te perdonaron una vez por lástima, pero no sé si te van a perdonar de nuevo. Viste cómo es esto, con algunas cosas no se jode. —Miró a Laila.

Ella se dio vuelta y la memoria le brilló con el momento exacto.

—¿Jazmín está o no está? —insistió Martín, esta vez hacia ella. No parecía decidido a intervenir en lo que desconocía.

Laila no lo miraba.

—Te preguntaron algo, princesa.

—¿Y tengo que contestar porque a vos se te ocurre? Dejá de joder, Luis.

Mateo inclinó la cabeza. Fue un gesto apenas perceptible que solo ella notó. Lo que menos esperaba era que se pusiera a la defensiva.

—¿De dónde te conoce? —le preguntó Martín.

A Laila no se le pasó el detalle: por más que conociera gente del círculo de su pasado, no parecía acercarse a ellos por los motivos que le resultarían obvios. Recordó la pelea de la que Luciano le había hablado, cómo no pudieron esperarla esa primera noche que volvió a su casa con Mateo. Se preguntó si sabía en qué estaba metido, si en algún momento lo había sospechado.

—Jazmín no está —interrumpió Mateo—. Buscala en otro lado.

Luis buscó algo en el bolsillo de su pantalón. Dio un paso hacia Laila con el teléfono en la mano.

—Una foto para el recuerdo.

Mateo le pegó en la muñeca y el aparato cayó al piso. Le sostuvo el antebrazo con rapidez, le pegó la cara a la reja.

—Que sea la última vez —le advirtió.

Martín abrió la puerta para frenarlo, pero solo consiguió que Luis se soltara y rodeara la reja para increpar a Mateo. Laila se apoyó en la puerta principal de la casa. Apenas escuchaba las amenazas; el oleaje de un mar embravecido y los latidos de su corazón le colmaban los oídos.

No supo en qué momento el ruido llamó la atención de sus amigos ni cuándo Mateo tiró la campera al suelo para ganar movilidad. No vio el momento exacto en el que empezaron a pelear. Cuando levantó la cabeza, Lucía buscaba su atención, Nicolás intentaba convencer a Martín para que se mantuviera al margen y Luciano se interponía entre Mateo y Luis.

Dio un paso hacia sus amigos. Había perdido firmeza en las piernas. Se preguntó por qué no entraron cuando supieron que ninguno iba a fumar, por qué no eligieron la privacidad del patio antes que el jardín. Se preguntó por qué ella, por qué Mateo, por qué esa noche.

Martín, convencido por Nicolás, llamó a su amigo y lo obligó a irse. Luis, intentando contener la hemorragia nasal, dijo algo que Laila no alcanzó a escuchar. Mateo consiguió pegarle de nuevo a pesar del control de Luciano. El miedo era evidente en su huida y Nicolás cerró la puerta de rejas antes de que Mateo le diera una patada.

—¿Quién era ese tipo? —preguntó Lucía.

Nicolás sacudió la cabeza despacio.

—Hablemos adentro.

Se dirigieron a la puerta. La voz de Mateo los hizo frenar.

—Yo me voy.

—¿A dónde? —preguntó Luciano con la voz seca—. No podés hacer nada.

—Alguien tiene que buscar a Jaz.

Lucía intervino.

—Podemos llamar a otras amigas, a la casa, saber dónde estuvo. La podemos ubicar.

—Martín también —contestó él.

Laila cortó la distancia que los separaba. Le habló en voz baja, se contuvo de tocarlo para que solo la mirara a ella.

—Le va a contar que me vio y va a inventar que estamos juntos. Si vas... —Tenía un nudo en la garganta.

El silencio que los rodeaba le recordaba que no estaban solos, que sus amigos estaban pendientes de cada palabra. Sintió la mirada punzante de Nicolás.

—¿No querías que hiciéramos algo por Jaz? Esto es lo que podemos hacer. —Le dio la espalda, empezó a caminar hacia la reja.

Laila lo siguió.

—Voy con vos.

—Ni en pedo.

—Si esto llega al Tato, tengo que estar. Si el pelotudo de Luis le dice...

Mateo se dio vuelta y la enfrentó. Sus ojos brillaban oscuros y determinantes bajo esa luna.

—Necesito que te quedes.

—¿Por qué?

—Porque me pego un tiro si te pasa algo.

Ni su voz ni su mirada habían dudado. Laila sí. Por un segundo, creyó que podía hablar del mar e impedir que Mateo se fuera, sin importar cuánto lo condenara si eso le aseguraba salvarlo esa noche, pero un pensamiento la detuvo: no podía elegir por él. No podía elegir por nadie, ni siquiera por ella misma.

Y, mientras Mateo se ponía el casco, Laila supo que nada de lo que pasara desde ese momento dependía de ellos.

¿Estamos bien? ¿Y si les digo que en siete capítulos se termina la historia?

Me costó escribir este capítulo porque sentía que siempre faltaba algo en esa conversación, pero me gusta el resultado, me gusta cómo estos dos hablan y se entienden. Siento que hay mucho por editar, pero estoy conforme con estos detalles de los personajes.

AHORA SÍ.

¿Qué les pareció la charla? Ya necesitábamos que hablaran. ¿Era lo que esperaban? ¿Qué piensan de la decisión de Mateo? Quiero saber todo. Este es el párrafo para hablar de la parte bonita.

¿Y la resolución de Nicolás? Acá influyó bastante la conversación que tuvo con Laila.

¿Qué esperan de ese final de capítulo? ¿Podemos empezar la parte crítica de la historia?

Gracias por seguir acá, por acompañarme y por darle tanto amor a Laila. Estoy considerando hacer una lectura conjunta una vez que la termine, ¿les gustaría participar? No hace falta que lean la historia de nuevo (aunque me harían feliz), pero podrían aprovechar la oportunidad para debatir entre ustedes y con más gente, y yo amaría ver eso. ¿Qué les parece?

Me entusiasma lo cerca que estamos del final. Gracias por no dejarme sola. ♥

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