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36. La soledad de los que viven

Los dedos de Mateo se movían frenéticos dentro de sus bolsillos. Si tuviera un cigarrillo a mano, habría parado un minuto a relajarse y dejar que su amigo controlara la situación. Ni siquiera sabía por qué tenía que estar él ahí. Pero, mientras avanzaba, la ansiedad de pensar que podía tener relación con el estado de Laila conseguía que no pudiera seguir otro camino que no fuera el que lo llevaba directo hacia ella, como si un hilo tenso tirara entre los dos.

Caminaba sin ser consciente de sus pisadas cansadas, de cómo era ella el destino de sus pasos. Caminaba sin notar que respiraba, sin percatarse del frío que se le pegaba a la garganta. Sin sentir. Lo único que se mantenía como una realidad palpable, tangible, era el miedo que lo obligaba a fijar la mirada en la sombra de Luciano, en las chicas que se mantenían a unos metros de él, en la iluminación de esa esquina en particular. En el semáforo que parpadeaba en amarillo y él sentía como una alerta.

—Mecha está desesperada —decía Luciano. Estaba lo bastante cerca para entender sus palabras—. ¿No me querés contar qué pasó? —Un suspiro cansado, casi de hastío—. Estabas bien, te fuiste de casa bien. ¿Qué pasó para que hicieras esto? ¿Hablaste con Lu?

La única respuesta era el silencio. El ruido de la calle, si se quería, pero de la figura que descansaba sobre el marco de una ventana, solo silencio.

Una de las chicas dirigió la mirada hacia Mateo y él le hizo una seña con la cabeza. Las tres mantenían los brazos cruzados, una distancia prudente y una expresión preocupada que parecía llevar minutos instaurada en el grupo. Cuando la chica se acercó, él mantuvo su voz en un susurro calmo, ajeno al temor que lo invadía. A su derecha, a unos metros, Laila le daba la espalda.

—Yo hablé con una de ustedes —explicó—. ¿Qué pasó? ¿Cómo está?

La chica asintió. Imitó su tono para responder.

—Estábamos en el boliche, fuimos al baño y la vimos sentada en el piso. Pensamos que le habían hecho algo. Sabemos que tomó alcohol por el aliento, intentó mezclar con pastillas, pero pudo vomitar. —Por cómo hablaba, más centrada en cómo él percibía sus palabras que en formularlas, Mateo dedujo que no era la primera vez que tenía que asumir ese rol—. La sacamos del boliche, le hicimos tomar líquido...

—¿Por qué no la llevaron al hospital?

—No tiene signos de intoxicación, no perdió la conciencia en ningún momento y está lúcida. —Ante la mirada confundida de Mateo, se vio obligada a aclarar—: Soy paramédica, reconozco una emergencia cuando la veo. —Señaló a sus amigas—. Una es médica residente, la otra es enfermera. El único fin de semana que tenemos libre las tres y miranos.

Mateo desvió la mirada hacia Laila mientras la desconocida detallaba cómo la habían asistido y en qué se basaban para resolver que tenían la situación bajo control. Sin embargo, él ya no escuchaba. Podía percibir cómo Laila apoyaba las rodillas en la ventana cerrada de un negocio de ropa y mantenía el torso alineado en la misma dirección. No podía ver su expresión ni distinguir sus manos en la oscuridad. Luciano estaba casi de rodillas a su lado, intentando conseguir una reacción.

—¿Cómo la ven? —preguntó en un susurro más suave que antes.

—Si nos dijeras que consumió lo que parece que consumió, no te creeríamos. Parece bien, está lúcida. Ahora no quiere hablar, pero con nosotras respondía bien. Puede ir a la casa, pero lo ideal sería que no esté sola. El riesgo de sufrir complicaciones respiratorias o sedación sigue ahí, por más despierta que parezca ahora.

—¿No debería estar en observación?

—Por eso no tiene que estar sola. No está para internar y en la guardia lo que harían sería estabilizarla, pero estable ya está. Lo que necesita es reposo y cuidado. Y contención profesional para que no se repita lo de esta noche.

—Gracias. En serio, gracias. Si podemos hacer algo...

—No, no es nada. No la íbamos a dejar sola. —Contempló a Laila a la distancia, entrecerró los ojos—. No quería hablar con nadie, no pensamos que se iba a cerrar igual cuando la buscaran.

Mateo sacó una mano del bolsillo, se apretó el puente de la nariz.

—¿Estás segura de que está bien?

La chica se acercó más a él. Le puso una mano en el hombro.

—Está estable, es lo único que te puedo asegurar.

Mateo asintió. Le agradeció una vez más y volvió a centrarse en Luciano, en sus intentos vanos por conseguir que Laila reaccionara.

—No los quiero apurar, pero nos gustaría saber que está cómoda con ustedes antes de irnos —le susurró la chica que no se había apartado de su lado.

Miró el cielo. Se engañaba creyendo que Laila podía estar bien cuando la urgencia de sus palabras le punzaba la conciencia desde que la había escuchado.

Caminó hacia ella. La luz de la calle lo iluminaba de frente, por lo que su sombra no se proyectaba en una dirección que Laila pudiera ver. Apoyó el hombro contra la pared, a medio metro de ella. Inhaló despacio. Parte de arreglar sus asuntos pendientes consistía en hacerse cargo de lo que era su responsabilidad.

—Mecha quiere saber si estás bien —insistía su amigo—. No hace falta que hables si no querés, pero tu mamá necesita estar tranquila. Siente que estás así por ella y que es su culpa.

Luciano levantó la mirada hacia él. Mateo le dio a entender con una seña que necesitaba lugar. Su amigo se acercó a las chicas para enterarse de los detalles que Mateo ya sabía. Se alejaron algunos pasos. Tenía el espacio y el tiempo, lo que le faltaba era el valor.

Laila estaba sentada en el marco de una ventana, con las rodillas contra el pecho, abrazándose las piernas. Tenía la cabeza apoyada contra la persiana cerrada del local y no había emitido sonido. Mateo se preguntó si lo podría haber evitado, si tenía el poder de cambiar aquella situación. Si era capaz de hacerle un bien.

Dio un paso hacia ella. Se agachó a su lado. Laila no lo veía. Tragó saliva antes de hablar.

—Si no querés volver a tu casa, te podés quedar en el departamento esta noche. Yo me voy.

Como si su voz la hubiera despertado de un trance, Laila giró la cabeza hacia él. Lo miró con los ojos brillantes, desencajados de angustia.

—No me puedo dormir —le dijo.

Necesitaba correrle el pelo de la cara, asegurarse de que no hubiera llorado. Necesitaba pedirle perdón por haber sido incapaz de responder como ella merecía, por permitirle creer que le era indiferente dañarla. El corazón le latía al ritmo que se manifestaban sus pensamientos frenéticos y Mateo no sabía qué decir ni qué hacer ante una Laila que esperaba una palabra, un gesto, algo que él no podía descifrar.

O, quizá, solo lo esperaba a él.

Era consciente de las miradas pendientes de ellos, de cada movimiento que evitaban, de cada palabra que no salía de sus labios. Los segundos se desvanecían en la distancia que los separaba y le permitían recuperar el control sobre su cuerpo, sobre lo que demostraba ante los demás. De todo lo que podía decir, eligió lo único que podía conseguir que la mañana no los encontrara todavía discutiendo en esa esquina.

—¿Por qué me atendiste a mí?

Laila negó despacio con un movimiento suave de su cabeza.

—No sé. No me podía dormir.

Quería buscar ayuda en Luciano, pero era consciente de que él había conseguido más en un instante que su amigo en minutos. La idea de que era responsable, al menos en parte, del estado de Laila no lo abandonaba.

—¿Querés tratar de dormir en el departamento?

No identificó el miedo con el que había formulado la pregunta hasta que notó cómo su respiración se ralentizaba mientras Laila decidía una respuesta. Quería sacarla de ahí, llevarla a un lugar seguro y entender qué pasaba. Quería saber que ella estaba bien, que no la había lastimado. Que nada relacionado con él la había orillado a esa situación.

—No hace falta que te vayas —contestó ella. También susurraba, también cuidaba la privacidad de sus palabras—. No me jode que estés.

Mateo soltó el aire de golpe y asintió.

—¿Vamos ahora o querés esperar un rato más?

Laila bajó los pies al piso sucio de la vereda y se inclinó hacia él. En los centímetros que los separaban se percibía el aliento a alcohol.

—¿Nos podemos ir ya?

Como si hubiera sido una orden, Mateo se incorporó y le ofreció una mano para levantarse. No le importaba si ella lo rechazaba, si evitaba tocarlo.

Ella aceptó su ayuda. Sostuvo la mano de él y le acarició un dedo con el pulgar antes de pararse. Laila tenía los ojos cerrados, los labios rígidos. Nadie más que ellos podía adivinar cuánto les pesaba un roce, cuánto necesitaban el contacto. Si hubieran estado solos, Mateo la habría abrazado. Pero, si hubieran estado solos, de igual forma habría estado él, que le mintió y le dejó creer que la había usado. Soltó la mano de Laila en cuanto ella se puso de pie.

Agradecieron la ayuda de las chicas y caminaron en silencio hacia el auto. Laila subió al asiento trasero antes de que pudieran abrirle una puerta u ofrecerle ir de copiloto. Mateo, por instinto, iba a sentarse al lado de Luciano, pero cerró la puerta antes de subir y se ubicó atrás. Miraba a su amigo por el retrovisor y escondía las manos en los bolsillos de la campera para no delatar que no tenía una excusa para estar ahí. Luciano escribió un mensaje rápido para Mercedes antes de arrancar.

El silencio incómodo que los acompañó durante las primeras cuadras estaba cargado de molestia, miedo e incertidumbre. Una llovizna suave se delató contra el parabrisas y un suspiro de Laila consiguió romper la quietud en la que se habían sumido.

Mateo, fingiendo que Luciano no los escuchaba y pretendiendo que podían hablar en privado, se sentó de costado para buscar respuestas.

—¿Estás segura de que no querés que me vaya? A mí no me molesta, en serio.

Ella subió las rodillas al asiento, se acomodó con el cuerpo hacia él.

—No estoy enojada con vos. Aparte... —Se calló de golpe—. Nada.

—¿Qué?

—Nada.

No insistió. La mirada inquisitiva de Luciano le pedía que volviera a hablar, pero él no se sentía capaz de romper lo poco que había conseguido.

—Pensé que te había pasado algo —murmuró.

—Me pasó. No me pude dormir.

Mateo fijó la mirada en un punto del techo. Cerró los ojos antes de contestar.

—¿Para qué querés dormir? Como si sirviera para algo.

Laila buscó su mano en la oscuridad. La apretó con fuerza, con la determinación que a él le faltaba para acercarse.

—Ojalá te pudiera sacar esos sueños de mierda —susurró ella, y a Mateo le bastó una mirada para descubrir que Luciano no había entendido sus palabras—. Ojalá te pudiera ayudar con eso. No merecés dormir tan mal.

Intentó recordar si la última vez que se vieron admitió que le costaba descansar, pero toda imagen de esa noche lo llevaba a cada instante de cercanía, a cada oportunidad que tuvo de decir la verdad, a cada decisión que lo convirtió en un cobarde. Agarró la mano de Laila entre las suyas, se la llevó al pecho.

—No tenés que ser buena mina conmigo. Ya sabés todo.

Como si ella también quisiera que esos minutos fueran solo de ellos dos, deslizó sus dedos por debajo de las manos de Mateo para que los ojos de Luciano no pudieran ver que buscaba los latidos de su corazón. Mateo respiró despacio, consciente del espacio que les pertenecía. La luz de la calle le permitía distinguir el perfil de Laila, la tranquilidad con la que lo miraba. Algo en aquella paz tenía el poder de volverlo miserable.

—No le debés nada a una mina que no te importa.

Luciano frenó en un semáforo en rojo. Mateo era incapaz de hablar. Laila alejó la mano que la unía a él y apoyó la cabeza sobre el respaldo del asiento. Dejó que su mirada se perdiera en la noche que dejaban atrás, en las luces de los autos que la encandilaban a través de la luneta, en las gotas que caían más gruesas a cada segundo.

Quería preguntarle si alguien a quien no le importara su bienestar dejaría todo para buscarla como él había hecho, pero ni siquiera la suma de sus buenas acciones hacia Laila compensaban cada gesto egoísta y cobarde que había tenido hacia ella. No tenía argumentos que sirvieran esa noche, no quería hacerle más daño después de cómo la habían encontrado.

Pasaron minutos enteros antes de que encontrara las palabras justas para responder.

—No te contesto porque tengo mucho que hablar con vos y no sé por dónde empezar y no es el momento, pero no quiero que pienses que no digo nada porque tenés razón.

Luciano asintió a través del retrovisor. A Mateo no podía importarle menos si él estaba de acuerdo con cómo manejaba la situación.

—No es algo malo —insistió ella.

—No tenés razón, Laila.

Ella sonrió. Era una sonrisa triste, apagada. Cuando lo miró, Mateo decidió que el brillo de sus ojos le daba terror.

—Si preferís decir que estoy equivocada antes de admitir que algo te importo, un poco de razón tengo. —Volvió a centrar su atención en la calle mojada—. Te dije que no estoy enojada con vos.

—Porque pensás que me chupa un huevo lo que te pase. —Estaban cerca del departamento. Notó que Luciano doblaba en dirección contraria y asumió que les estaba dando tiempo—. No quiero hablar con vos cuando tengo la cabeza en cualquier lado porque no quiero decir nada que te haga mal. Y ahora no sé en qué estado estás, no sé cómo te sentís, no quiero decir cualquier pelotudez y...

—Ese es el problema —lo cortó—. Vivís esperando el momento para decir las cosas y el momento perfecto no existe. Te tendrías que haber quedado esa mañana y tendríamos que haber discutido.

—No sabés cómo estaba. No sabés todo lo que era capaz de decir.

Laila se acercó a él, le rozó la mandíbula con la punta de los dedos en un intento por sostenerle la cabeza para que no se alejara. En ese instante, Mateo decidió que, si Laila lo besaba, no lo iba a evitar.

—Te tendrías que haber quedado —insistió ella en un susurro. Estaban tan cerca que su aliento le calentaba los labios—. Tendríamos que haber dicho las cosas más hirientes que podíamos decir, nos tendríamos que haber hecho mierda. Me tendrías que haber hecho llorar. ¿Sabés hace cuánto que no lloro? Tendríamos que haber sido la peor mierda esa mañana porque habría sido más fácil.

—Nos habríamos odiado después.

—Pero sabríamos por qué. Yo ahora me arrepiento de cosas que no tengo idea, sé que hice algo mal y no sé qué, quiero pedir perdón y ni siquiera sé a quién.

Se contuvo de responder que habría sido más fácil para ella, porque para él era igual. Él sabía qué había hecho y a quién, y ver que no le guardaba rencor solo conseguía que se preguntara si de verdad entendía que él no merecía su perdón.

La envolvió con sus brazos, le acarició la cabeza. Dejó que Laila se apoyara en su hombro y sintió cómo ella deslizaba las manos debajo de su campera para abrazarlo también. No entendía cómo la confianza que le tenía no se había quebrado con sus secretos, pero una parte de él agradecía poder estar ahí, hacer algo por ella. No podía asegurar que estuviera bien, pero parecía entera y no rechazaba su contacto. Una idea latía profunda y tenaz en su corazón y lo ilusionaba.

—Te prometo que vamos a hablar.

—No hace falta, ya me resigné.

—Justo por eso hace falta.

Cuando Luciano estacionó frente al edificio, Mateo no la podía soltar. Abrió los ojos despacio, como si acabara de despertarse, y miró a su amigo.

—Vayan subiendo —indicó él. Era la primera vez que hablaba durante el viaje—. Yo tengo que ver a Mecha y vuelvo. La quiero tranquilizar en persona y explicarle bien que esta noche no volvés. Mateo, vení un segundo.

Laila bajó despacio y esperó al lado de la puerta del edificio, al resguardo del agua. Mateo se subió al asiento del copiloto sin cerrar del todo la puerta.

—Estoy tratando de hacer las cosas bien —se adelantó.

Luciano negó despacio. Tenía los labios apretados, la mandíbula tensa.

—Ni vos sabés a qué nivel la cagaste.

—¿Hace falta hablar de esto ahora? ¿Me querés putear o querés que me asegure de que Laila esté bien hasta que vuelvas?

—Es que no está bien. —Por primera vez en la última media hora lo miró de frente—. ¿Querés saber qué pasó? Encontró a los padres juntos. Llevan años separados. Y justo antes de eso me había preguntado si siento que es parecida a la madre porque no está enojada con vos. Lo único que Laila no le puede perdonar a Mecha es que Gustavo se haya cagado en la familia y en la relación y ella lo haya perdonado. Si arreglan las cosas, Laila se va a odiar porque va a pensar que está repitiendo los errores de la madre. Si hacés que se enoje con vos a propósito, te va a perdonar igual.

—¿Cómo sabés?

—Andá y acompañala. Yo ya vuelvo. —Cuando Mateo bajó del auto y se disponía a cerrar la puerta, Luciano lo frenó y agregó—: No creo que vos y yo estemos bien después de esto, salga como salga todo.

Cerró la puerta y arrancó. Mateo demoró algunos segundos en reaccionar. Vio cómo el auto desaparecía en la esquina y asimiló el peso de aquellas últimas palabras antes de cargarlas hasta la puerta del edificio, donde Laila lo esperaba en silencio.

No emitieron sonido en lo que duró el viaje en ascensor ni mientras cruzaban el pasillo hacia la puerta. Solo en ese momento, mientras abría, Mateo le preguntó si estaba segura de quedarse esa noche.

—No quiero estar en casa.

Recordó la última vez que había sido su resguardo para no volver y cómo habían terminado. Se preguntó si ella también pensaba en esa madrugada.

—¿Querés algo para tomar? Asumo que vas a dormir con Lucho y él te dará algo para que te cambies cuando vuelva.

Laila se sentó en el sillón y dejó el teléfono sobre la mesa.

—No pensé dónde dormir. Por ahí me quedo acá. —Se acostó entre los almohadones sin sacarse los borcegos. Cuando se dio cuenta, se incorporó y empezó a desatarse los cordones—. ¿Te puedo pedir agua?

Mateo prendió la luz de la cocina y sirvió dos vasos de agua fría. Llevó los dos y se sentó en la esquina de la mesa baja. No sabía cómo empezar. El teléfono de Laila vibró con una llamada de Lucía que ella decidió ignorar.

—¿Por qué no atendías?

Laila se sentó con las piernas cruzadas sobre el sillón y tomó un sorbo corto para ganar algo de tiempo.

—Porque no quería hablar con nadie.

—¿Por qué me atendiste a mí?

Esta vez dudó.

—La primera vez que llamaste, no corté porque no entendía que estuvieras llamando. Me quedé mirando la pantalla como pelotuda. Lucho me dijo que me tenías bloqueada para no escribirme y de la nada me llamabas.

—¿Por qué atendiste después?

Lo miró a los ojos. Supo que iba a mentir antes de que separara los labios.

—No sé.

Esta vez fue su teléfono el que sonó. Mateo lo sacó de la campera y vio que era Lucía. Le mostró la pantalla.

—Le tengo que contestar.

—No dejes que venga —pidió antes de recostarse en el sillón.

Mateo aprovechó que Laila se había acomodado de espaldas al balcón para abrir la puerta y hablar ahí. Sacó una etiqueta de cigarrillos del marco de la ventana que daba a su pieza. Tenía suerte de que el viento y el reparo del balcón consiguieran que la lluvia no lo tocara. Cuando prendió el cigarrillo, el teléfono había dejado de sonar. Mateo la llamó.

—¡Al fin alguien me contesta! —Lucía hablaba en voz baja—. ¿Dónde están? ¿Está con ustedes?

Dio una calada profunda con la mirada fija en Laila. Una parte de él deseaba que no lo viera fumar.

—Estamos en el departamento, está bien.

—Que no se duerma, voy para allá.

—Laila no quiere que vengas.

Lucía se permitió una risa breve, irónica. Escuchó el ruido de llaves.

—Estoy saliendo.

—No te voy a abrir si venís.

Silencio. Aprovechó la pausa para fumar.

—Lucho sabe que tengo que estar ahí.

—Lucho no está. En serio, Lu, Laila no quiere que vengas.

Supo que ella buscaba las mejores palabras por el tiempo que le llevó hablar otra vez.

—Mecha me dijo que desapareció medicación que Laila sabía que existía. Y parece que estuvo tomando. Primero, tendría que estar en un hospital, no en tu casa. Segundo, si Laila quiso hacer algo, yo tengo que estar.

—Te puedo asegurar que está bien. Ya la vio una médica, no hacía falta internarla. —La explicación larga tendría que esperar—. Yo sé que la querés cuidar, pero ella quiso venir acá y te juro que estoy más pendiente que nunca.

—¿Laila te está escuchando ahora?

—No.

—¿Podemos hablar de algo y que quede entre nosotros?

Mateo se alejó de la puerta de vidrio para poner más distancia entre Laila y él. Bajó el tono de voz, giró la cabeza hacia el patio común del edificio para hablar.

—Sí, podemos, pero prefiero que hablemos mañana. Ahora quiero estar pendiente.

—Es que no entendés. Si se quiso matar, tengo que estar ahí.

—No se quiso matar, Lu. Dice que no se puede dormir, pero no parece... No sé... Mirá, sé lo que es estar en ese punto y no veo que Laila esté ahí. Igual no la voy a dejar sola. Dice que quiere dormir en el sillón, me voy a llevar el colchón para estar cerca. O me quedo despierto, no sé. Pero no la voy a dejar sola.

Lucía dudó. No parecía convencida.

—No es que no confíe en vos...

—No te quiero sacar el lugar, pero soy la única persona con la que quiso hablar. Hace un rato ni a Lucho le contestaba y a mí me aceptó quedarse acá. Sigue sin hablar con nadie más. No pienso que soy mejor opción que vos, pero soy la única opción que ella acepta ahora. Y no la quiero obligar a nada.

El silencio hizo que se preguntara si en algún momento había levantado la voz. Esperó algunos segundos, se concentró en el humo y el ruido de la lluvia.

—Cuidala.

—Te lo prometo.

—Si pasa algo...

—Te llamo.

—Gracias.

Lucía cortó la llamada. Mateo terminó el cigarrillo y lo apagó contra el asador antes de tirarlo lejos. Laila se levantó del sillón, se acercó a él cuando vio que no hablaba por teléfono.

—¿Te contó todo?

—No, toda la charla fue convencerla para que no venga.

Laila cerró los ojos, inhaló el aire frío de la noche.

—No quiero que Lu se preocupe. No quiero que nadie se preocupe. No estoy mal, lo que pasa es que no puedo dormir.

—¿Tanto importa?

Ella lo miró. La única luz que los iluminaba era la que venía del interior del departamento. Sus hombros se rozaban.

—Sueño con Sol todas las noches —confesó ella—. Si no duermo, no la puedo ver. Si me muero, la pierdo del todo.

Mateo entrecerró los ojos.

—¿Es una cosa rara de gemelas?

Laila rio. Fue su primera risa genuina en mucho tiempo.

—Sí, algo así. Justo eso.

—Por lo menos la volvés a ver.

Laila giró hacia él. Hizo el ademán de acercarse, pero se frenó. Cruzó el balcón, apoyó la espalda contra la pared. Estaban frente a frente, pero los separaba un espacio que no sería fácil de cruzar.

—Me estoy acercando como si no tuvieras novia, perdón.

Pudo usar ese instante para hacerle saber que habían terminado, que a la única persona que lastimaba con su cercanía era a él, pero decidió callarse. Minutos atrás había estado dispuesto a besarla si ella lo buscaba. Lo ideal era que ella manejara las distancias esa noche. Él no era capaz de responder.

Laila se paró a su lado, apoyó las manos en la barandilla, levantó la mirada hacia el cielo oscuro. No había estrellas esa noche.

—No me va a dejar dormir, pero yo sé que me escucha. De alguna forma me tiene que contestar.

—¿Hablás de tu hermana?

—Hablo del mar. —Un trueno se escuchó a la distancia. Laila asintió—. No me dejó dormir esta noche. Me llamó, pero no me dejó entrar. Es capaz de hacerme lo mismo mañana, pasado y así hasta que se canse. No sé qué mierda quiere.

—¿Qué mar?

—La muerte.

La tormenta se desató sobre ellos sin avisar. La lluvia los ahogaba con su fuerza. Mateo intentó llevarla al interior del departamento, ella lo retuvo en el balcón.

—Sé lo de tu prima porque yo hice que soñaras con ella —le confesó. Clavaba los dedos en sus hombros, lo mantenía a centímetros de su mirada. Se aseguraba de que escuchara cada una de sus palabras por encima del ruido—. Y si pudiera hacer que dejaras de soñar que veo cómo te morís, te juro que lo haría. No es verdad ese sueño. No es verdad que te quiero ver mal. Entendés eso, ¿no?

Quiso contestar, pero tenía la garganta seca. Tosió en dirección al piso. Apenas podía respirar. Nunca había hablado de su sueño con nadie. Era imposible que ella supiera.

Laila lo obligó a mirarla y pasó un dedo por sus labios. La preocupación en sus ojos lo alteró.

—¿Ves esto? —le preguntó. Le mostraba su mano, mojada por la lluvia.

Mateo sacudió la cabeza y tosió una vez más. Abrió la puerta que daba al departamento, entró a Laila con él. Buscó su vaso con agua y lo vació de un trago. Buscó toallones para secarse, le dio uno a Laila. Ella se mantenía de brazos cruzados, con la mirada fija en la llovizna suave que apenas humedecía el balcón. No había rastro del diluvio que les había mojado hasta las medias.

Mateo fue a su pieza a cambiarse. Llevó un segundo pantalón, de cintura ajustable, y una remera negra para Laila. Consideró ofrecerle la misma que la última vez, pero tenía que ser claro y no apoyar el peso de sus emociones en gestos que ella no podía medir. Le acercó la ropa, le ofreció vestirse en el baño.

Cuando Laila volvió, se sentaron en el sillón. Ninguno sabía qué decir. La nube pasajera había conseguido cortar el momento, pero Mateo necesitaba traerlo una vez más antes de que Luciano llegara y asegurarse de que no se lo había imaginado.

—Todo lo que dijiste recién... —empezó.

Laila no le permitió seguir.

—Olvidate. Ni yo sé qué dije.

—Hablaste de Vero. Dijiste que sabés que sueño con vos.

—Hablemos de otra cosa —pidió, y en el quiebre de su voz Mateo entendió que se había cerrado una puerta—. Por favor.

Se miraba los dedos que le había mostrado minutos atrás. El miedo a que delirara hizo que considerara la posibilidad de llamar a Lucía.

—¿Estás bien?

—Te atendí porque sos el único que puede entender.

—¿Entender qué?

—Que estamos solos. Las perdimos y estamos solos. —Sus ojos cansados gritaban en un idioma que él desconocía—. Pensé que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para dormir a tiempo, pero ahora tengo miedo de que te pase algo.

Mateo se obligó a sonreír.

—¿Qué me va a pasar?

—Ya no sé. —Le miró los labios, preocupada—. ¿En serio no sentís nada?

Sentía, pero era incapaz de poner sus emociones en palabras esa noche. Un hilo comenzaba a anudarse en su pecho, fino y tenaz, y delimitaba el lazo que se forjaba en su subconsciente. Laila no podía verlo, pero él era capaz de notar que estaba ahí. Se movía con la precisión de una puntada experta, con la suavidad de un nudo bien hecho. Al otro lado, anclada por siempre a él, estaba su pesadilla.

La Laila de sus sueños se mezclaba con la que tenía su ropa de dormir y la satisfacción y la preocupación de cada una entrelazaban los planos al punto que no podía definir qué era real y qué era una ilusión.

—No me tenés que hacer caso —dijo ella—. Todo lo que hice y dije esta noche... Estuve tomando. No me des bola.

La vio caminar hacia la pieza de Luciano y cerrar la puerta. El hilo que tiraba de su pecho hacia ella hizo que intentara seguirla, pero el ruido de las llaves en la cerradura lo detuvo. Alcanzó a explicarle a su amigo que Laila acababa de irse a dormir antes de salir al balcón y prender otro cigarrillo. Necesitaba pensar.

El corazón le palpitaba en el pecho con calma, ajeno a la ansiedad que le erizaba la piel, y la noche se sentía un amparo seguro para los miedos que habían brotado, incontenibles, de las sombras que lo rodeaban. Sentía los labios rígidos, secos. Los humedeció con saliva antes de llevarse el cigarrillo a la boca.

Laila tenía razón, estaban solos. Sin embargo, mientras fumaba con la mirada clavada en el cielo nublado, una voz en su interior le sugirió que se equivocaba. Había algo más.

En el miedo de los ojos de Laila, en el latido controlado de su corazón, en la oscuridad que siempre conseguía acercarlos existía algo más.

Por segunda vez en su vida, Mateo lo sintió.

¡Hola! ♥ Espero que este capítulo de verdad les haya gustado. 

¿Qué dicen de Mateo y cómo reacciona ante Laila? ¿Ese intento de conversación?

¿El enojo definitivo de Luciano?

¿Este insomnio repentino que llegó para quedarse?

¿Qué les sugiere el final?

Me costó bastante explicar en concreto cómo trataron las chicas a Laila para asegurarse de que estaba fuera de peligro porque no quiero que determinadas partes de esta historia se perciban como incentivo, pero sepan que la situación estaba bajo control. Intento dejar ciertos detalles lo más ambiguos posible a pesar de que tengo claro qué pasó y cómo. Es algo que quiero perfeccionar cuando edite esta historia porque siento que se puede hacer mejor. 

Este capítulo está dedicado a SAE-Kyung27. Gracias por darle tanto amor, te quería guardar un capítulo que hiciera más énfasis en Mateo por cómo confiaste en él. Adoro verte acá. ♥

Miren esta ilustración de CeleValeAranda de la escena del auto. Es tal cual como la imagino, con Laila buscando la cercanía que necesita y Mateo siendo incapaz de alejarla. ¿Se los imaginaban así? 

Gracias por estar siempre. ♥

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