33. Quién muere primero
Laila inhaló despacio, respiró el aire frío y ligero que le clavaba agujas en los pulmones cada vez que intentaba incorporar más de lo que necesitaba. El vaivén del bote se acompasaba con los movimientos de su diafragma mientras ella elegía las palabras justas para saludar a su hermana, que la esperaba con paciencia, casi curiosa. Se permitió ser consciente de su entorno, percibir la brisa como parte indivisible del mar, la que estaba en contacto con ella y evidenciaba sus emociones. O quizá fuera el agua misma, vibrante bajo sus pies, la que sabía qué sueño acercar a ella. Fijó la mirada en el cielo gris, en las nubes que se agolpaban, amenazantes, sobre la pequeñez del bote que las mantenía a salvo del mar.
—Me molestó pensar que me podía haber usado para acordarse de vos —dijo sin bajar la mirada—. Antes de enterarme, llegué a pensar que le pasaba algo conmigo. Me estaba empezando a enganchar.
Sol se inclinó hacia ella. Por más que hubieran decidido pasar algunos minutos juntas, conversando, antes de tomar algún sueño durante las últimas noches, mantenían el acuerdo tácito de no mencionar a Mateo hasta que Laila sacara el tema.
—¿Qué te hace pensar que no le pasa nada? El sueño fue transparente.
—No me volvió a hablar. Está con alguien, quiere a esa piba. A mí no me habló de salir como parte de su relación abierta, directamente me bloqueó y desapareció. Si le importara, no me habría borrado tan fácil.
—O le importás tanto que te tuvo que poner en pausa porque no sabía qué hacer con vos.
Solo en ese momento miró a su hermana. Sol estaba tranquila, con la sombra de una sonrisa en los labios y un brillo de paz en los ojos.
—Es más fácil si pienso que no le pasa nada conmigo.
Sol se enderezó. Desvió la mirada hacia el mar antes de hablar y, cuando lo hizo, su voz fue un murmullo que se perdió en la superficie.
—¿Querés saber cómo fue?
Laila deseó contestar con un «no» firme y rotundo, pero su hermana era su única alternativa para terminar de decidir si Mateo la había buscado por un recuerdo o por un error.
—¿Tenemos tiempo?
Sol inhaló el aire frío con los ojos cerrados.
—Estás haciendo las paces con algo. El sueño que nos toca es una especie de conciliación, de los que no nos piden que tomemos otro sueño en la misma noche. Tenemos tiempo.
Laila aceptó con un movimiento leve, tan sutil que podría haber pasado desapercibido, pero Sol sabría de igual manera que necesitaba terminar con las dudas que no mencionaba ante ella. Se acomodó el pelo a un costado del cuello, como hacía cada vez que abordaba un asunto serio, y la miró a los ojos.
—Entré al bar para preguntar si podíamos usar el baño —empezó. Laila supo que no tendría voluntad para frenarla—. Un chico me dijo que teníamos que consumir, así que me senté mientras las chicas iban y pedí algo para tomar. Mateo estaba en la barra. Cuando me acerqué para hacer el pedido, me preguntó si había ido a no sé qué recital. El de la remera que me diste.
—Sapphire Fire. Vinieron en septiembre, esa remera es de esa gira.
—No sé por qué le mentí. Le dije que no había conseguido entradas, que me había quedado con las ganas de ir. Me dijo que era una pena, que él compró entradas apenas se anunció, pero las tuvo que revender unos días antes.
—¿Te dijo por qué?
—La novia. A último momento pelearon y le hizo vender las entradas para que no fuera sin ella. Me dijo que estaba en Carlos Paz porque quería cortar definitivamente, pero que lo había dejado esperando todo el día.
—¿Le creíste?
—No, pensé que era todo verso. Cuando las chicas volvieron del baño, se sentaron en una mesa y no me hablaron porque pensaron que me lo quería levantar.
—No se equivocaron tanto. —Laila intentó sonreír.
—Sí se equivocaron, hasta ese momento lo quería dejar hablando solo. Se me dio por preguntarle por qué no volvía a Córdoba y trataba de hablar con la ex otro día, ahí me contó todo. Se habían terminado de separar en diciembre, pero ella llevaba un mes escribiéndole como si nada. Le pregunté cuánto de eso era verdad y cuánto era para hablar con chicas, y me mostró la conversación, incluyendo la parte de las entradas. Cuando ya me había convencido, dijo que se acababa de preguntar si estaba haciendo bien cuando entré al bar y se acordó de la pelea por el recital y se dio cuenta de que la tendría que haber dejado en ese momento, que tenía que terminar todo cuanto antes. Se levantó y se fue al patio del bar, ahí te escribí.
Laila miró el cielo sobre ellas. Recordaba esa charla.
—Te pregunté si estaba bueno y me dijiste que sí, y te contesté que no importaba con qué verso te levantaba. Qué consejos de mierda que doy a veces.
Sol dejó escapar una risa suave, espontánea. Era la primera vez que alguna de las dos se reía en el mar.
—Las chicas te festejaron el consejo, así que lo fui a buscar. Le pedí perdón, le conté que estaba a la defensiva porque venía de una relación larga y desgastante. Me habló un poco de la ex, pero parecía que me hablaba más por compromiso que otra cosa. Como si me quisiera explicar que no tenía ninguna intención conmigo. Lo invité a tomar algo, me dijo que no tomaba. Le pregunté qué quería hacer, contestó que se quería ir a la mierda. Le pregunté si me podía ir a la mierda con él. Si no pensaba en levantarme, en ese momento creo que se le ocurrió que era una posibilidad. Yo lo busqué, Mateo se dejó llevar. Fuimos a un hotel por ahí cerca, no creo que quieras saber mucho más. Después me llevó al boliche donde estaban las chicas y se fue.
«Se fue». Al parecer, lo más constante en él era irse. Sol suspiró y dejó caer los hombros, era visible que se había sacado un peso de encima.
—Cuando vi que era él en el sueño, no supe qué pensar —siguió—. No sabía por qué soñaba con vos, por qué te soñaba... así. Tengo las herramientas para interpretar las manifestaciones del subconsciente, pero no las quise ver. Esa noche te pedí que te fueras porque necesitaba pensar.
Laila entrecerró los ojos. Le resultaba fácil creer que Mateo no la quería porque le simplificaba las decisiones. Lo mismo habría pasado si Sol hubiera manifestado que le importaba lo que pasó aquella noche. Con esa idea ya había hecho las paces.
—¿Y vos? ¿Cómo fue lo tuyo?
Laila, por primera vez en días, se permitió recordar esa noche sin sobreanalizar cada paso, cada gesto, cada movimiento. Pensó en atenuar los detalles, tal como su hermana había hecho para que ella no tuviera que escuchar su experiencia completa, pero decidió que, si iba a ser honesta con alguien, ese alguien estaba ahí, esperando una respuesta. Omitió las razones de su enojo y que se había despertado después de que Sol la echara del mar, y le habló de cómo Mateo había cuidado no perderla de vista cuando ella manifestó el temor de Mercedes, cómo había medido las distancias, cómo confesó que no sabía qué hacer con ella. Cómo lo confundía no saber qué hacer. Le habló de la lluvia y de cómo se sintió protegida, de cómo se habían lastimado. De cómo durmieron juntos. Cuando terminó, Sol la contemplaba con tranquilidad, con la confianza de quien había tomado la decisión correcta.
—Yo sé que preferís que no le pase nada porque sería más fácil hacerte la tonta y no involucrarte, pero espero que te quiera en serio. Si no es ahora, más adelante, pero siempre mereciste más de lo que tuviste.
Laila abrió la boca para contestar que no tenía nada, que era justo lo que merecía, pero otra idea ocupó el lugar de esas palabras.
—¿Qué ves en los sueños? ¿Qué viste en el de él?
—Veo... intenciones. Sentimientos. Veo deseos que no se dicen en voz alta. Veo miedos. —Hablaba casi en un susurro, como si hubiera recordado que no estaban solas—. El sueño de Mateo era pura culpa y vos eras el centro. Interpreto que te adora y siente que te falló, pero te imagina vengativa y rencorosa, y piensa que te alegrarías si le pasa algo. Cómo se nota que no te conoce.
—No quiero que le pase nada. Ni siquiera tengo la intención de discutir por esto.
—Está perdido. —Buscó su atención, que entendiera la importancia de sus palabras—. Necesita paz para encontrarse. Vos le podés dar esa paz.
Laila chasqueó la lengua.
—Lo que necesita es dar la cara. —Desvió la mirada hacia el mar, agarró los remos con firmeza—. ¿Estamos lejos?
Sol le indicó una dirección con un movimiento vago de mano y dio la conversación por finalizada. Se conocían lo suficiente para entender que habían llegado a un punto del que no podrían salir sin una discusión y Mateo no era un tema que mereciera arruinar uno de los que prometían ser sus últimos días. Si cumplían al pie de la letra, podían convertir esos días en semanas, en meses. Laila había decidido que no dejaría de visitar a su hermana hasta que la muerte se la arrancara de las manos por segunda vez. Y, aun así, pelearía de nuevo por conservarla.
Sol rozó la superficie del mar con la punta de su uña y Laila pudo ver cómo el alma brillaba mientras su hermana se la llevaba a los labios. Se miraron a los ojos. Las nubes no bajaron hacia ellas esa vez. La brisa se convirtió en viento, el viento agitó el bote. Laila se aferró a la madera hasta que sus dedos se volvieron blancos contra la superficie. Miró a Sol con una pregunta fija en los ojos y la respiración entrecortada.
Hasta ese momento, siempre que un alma ingresaba a la representación del cuerpo de Sol, se activaba un mecanismo que unía cielo y mar, que atraía las nubes hacia el bote, y de la conjunción del entorno surgía el sueño. Esa vez, el viento se arrastró hacia ellas, envolviéndolas en un remolino que no les permitía ver con claridad. Laila se cubrió los ojos con el pliegue del codo y esperó. Alcanzó a percibir que Sol se movía, pero no podía distinguir más que la túnica negra balanceándose a merced del viento. Sus pies fríos sintieron agua. Laila levantó la vista al cielo a tiempo para ver cómo empezaba a llover.
A pesar del movimiento, el bote no parecía inestable. Se concentró en su hermana, en la palidez de su piel, en la debilidad de sus brazos. Sol mantenía el equilibrio lejos de su alcance mientras el mar formaba una nueva figura entre ellas. Laila se enderezó. El recién llegado aparentaba unos cuarenta años y vestía un traje que no parecía hecho para él. La camisa le quedaba grande y el pantalón era, al menos, una talla más de lo que correspondía. Las contempló con confusión, distraído por la tormenta que se apaciguaba con prisa. El hombre tosió. Solo una lluvia fina los acompañaba.
Sol inclinó el cuerpo hacia él.
—Bienvenido, Carlos. Tengo entendido que ya se te explicó cuál es nuestra misión y qué tan importante es la decisión que vas a tomar.
Laila centró su atención en su hermana, en la calma con la que pronunciaba cada palabra, en su solidez ante la incertidumbre.
—No entiendo... ¿Elegir qué? ¿Entre mis sobrinos? —Tenía la voz ronca, seca, y carraspeaba. Laila podía imaginar que llevaba días sin hablar en el mundo de los vivos.
—Ella es mi hermana. —Sol extendió una mano hacia ella—. Somos gemelas idénticas. Yo morí, ella vive. Gracias a eso, podemos establecer un puente entre el mar de los muertos y el sueño de los vivos. Nosotras conectamos la muerte con los sueños, igual que cada pareja de gemelos en nuestra misma condición.
—¿Tengo que matar a uno de mis sobrinos?
Sol sonrió con amabilidad. Laila agradeció no ser ella quien explicaba la situación.
—No. No se te podría pedir eso porque ni muertos ni vivos pueden decidir quién muere. Solo tenés que decidir a cuál de ellos querés visitar en sueños.
—¿Y la consecuencia? Porque tiene que tener una consecuencia, me dijeron que tenía que tomar una decisión importante.
Laila se enderezó. Su mente veía una escena similar en paralelo.
—La persona que decidas visitar va a ser, entre las dos posibilidades, la última en morir.
—No entiendo. ¿Yo digo quién se muere antes que el otro? Esto es una locura.
Intentó ponerse de pie, pero el vaivén del bote lo desestabilizó y volvió a sentarse. El temor a lo desconocido acababa por transformarse en furia y sus ojos la habían dirigido a Sol.
—Entendemos que pueda parecer una decisión que no debería estar en tu poder porque se siente más allá de lo que debería estar permitido para un mortal, pero lo cierto es que este mundo solo necesita el puente. Quién permanezca de qué lado es indistinto.
Laila no lo creía así. Si ella hubiera tenido que pasar lo mismo que Sol, ver cómo sus días se acumulaban mientras en el mundo de los vivos pasaban solo algunas horas y no tener contacto con nadie durante ese tiempo, no habría mantenido su acuerdo durante esos cuatro meses.
Sol continuó.
—Tu decisión puede ser basada en el criterio que te parezca mejor, pero es importante que sepas que solo vas a visitar el sueño de quien hayas decidido que sea el extremo vivo del puente. Vas a poder hablar con esa persona en el sueño y despedirte. Ninguna muerte va a adelantar su curso por tu elección, solo va a llegar primero la que definas que sea el extremo del lado de las almas, y esa muerte va a llegar cuando ya está escrito que llegue.
—¿Y qué cambia mi decisión?
Cuando Sol habló, miró a Laila a los ojos.
—Si la persona que hayas elegido como extremo vivo está en peligro de muerte, no va a morir, por más que tenga destinado su final. Podés salvar a uno, pero no condenar. Y la decisión se basa en un sueño.
—¿Tengo que elegir ahora?
—Sí. Tenés que pensar en visitar a alguno de tus sobrinos.
—¿Y si no elijo a ninguno?
Esta vez, fue Laila quien contestó.
—Las muertes van a seguir su curso, ninguna se va a evitar. Ninguno de ellos va a establecer contacto con el mar. No se van a poder reencontrar cuando el primero muera, no se van a poder despedir. Si yo no tuviera esta oportunidad de ver a mi hermana todos los días, odiaría con el alma a quien me lo hubiera negado si tenía la posibilidad de juntarnos otra vez.
Los segundos de silencio parecían contarse con las gotas de lluvia casi imperceptibles que seguían cayendo sobre ellos, a su alrededor. La mirada de Sol le apuñalaba el corazón con aquella expresión de tristeza que Laila no podía combatir. El tiempo parecía eterno entre ellos. Carlos se mojó los labios con la lengua.
—Cuando vea a uno de mis sobrinos, ¿le puedo pedir que le dé un mensaje al otro?
Sol asintió.
—Bueno, entonces, sí. Ya elegí.
Un trueno los alertó y las nubes descendieron en el acostumbrado espiral mientras Carlos se focalizaba en el sueño de su sobrino.
Estaban en una playa. El joven elegido tenía poco menos de veinte años y tenía una mano a la altura de las cejas mientras miraba el horizonte. Carlos se paró a su derecha. Laila no alcanzó a escuchar sus palabras. En su lugar, caminó hasta situarse a una distancia prudencial y se sentó sobre la arena. Sol se sentó a su lado. El sol las forzó a cerrar los ojos.
—En cierta forma, siempre supe que me había salvado —murmuró—. No sabía cómo, pero estaba segura.
—Mi primer pensamiento fue que te eligió a vos porque pensó que yo iba a morir de grande y a vos te podía pasar algo, y así se aseguraba de que las dos tuviéramos mucho que vivir.
—¿No fue esa su idea?
Sol no pudo esconder la tristeza en su voz.
—No estoy segura. También puede ser que sabía que vos ibas a estar mejor sin mí que yo sin vos de aquel lado.
—No digas eso, no tenés idea de cómo estoy o de cómo estuve. Vos habrías hecho las cosas mil veces mejor.
—A esta altura, no tenemos cómo saber.
Laila evocó el sueño donde se había despedido, la presencia de un mar que rompía contra las piedras y danzaba al ritmo de su respiración, como si el mar de su sueño y ella hubieran sido uno.
—Cuando soñé con el abuelo, también había un mar. —Señaló el agua con un movimiento de cabeza—. ¿Es su forma de estar?
—No es nuestro mar. Estos mares de los sueños no tienen nada que ver con la muerte. Son representaciones de que algún aspecto de la muerte va a disputarse, pero no está acá. No entra en los sueños.
Laila se recostó. Contempló el cielo en silencio.
—¿Qué te dijo el abuelo? —Sol no la miraba.
—Que no lo despertara.
—Capaz que sabía que lo ibas a querer buscar.
Las palabras fueron una alerta. Se incorporó en un segundo.
—¿Podemos buscar a alguien que ya murió sin que nos encuentre en el mar?
Sol se mordió el labio inferior mientras buscaba las palabras justas para detener la marea de pensamientos que, sabía, acababa de generar.
—El mar es mucho más que agua. Es el mundo gobernado por la muerte. Es la muerte. Lo que vemos no es todo lo que existe.
—Eso no contesta mi pregunta.
—Podemos, pero no está permitido. Ahí no hay margen de error, es un «no» rotundo.
No contestó. Esperó que Sol se convenciera a partir de su silencio de que no tenía intenciones de buscar a nadie porque no sería capaz de arriesgar los últimos días que le quedaban con ella.
Si su abuelo no hubiera muerto, Graciela no habría sido la visita de acompañamiento cuando perdieron a Sol. Laila creía, incluso, que su abuelo podría haber evitado la separación de sus padres. Si Gustavo no hubiera sido el único en el que podía apoyarse Mercedes, si no hubiera sido el único que iba a quedar con la responsabilidad de dos hijas, habría respondido a la situación de otra manera. Su abuelo se había encargado de ella y de Sol cuando Mercedes perdió el primer embarazo, y Gustavo se encomendó en cuerpo y alma a su esposa. Mientras más evocaba aquellos momentos, más creía que su papá se había dejado consumir por la desesperación. Más empatía sentía por él, más necesitaba sacarse del pecho la puntada que nunca había dejado de doler, el abandono que ni Mercedes ni ella podían perdonar.
El sol cambió de posición en el cielo. Sol se acostó a su lado, sin perder de vista al hombre que debía llevar de regreso en cuanto el sueño terminara. Laila cerró los ojos, inhaló el aire de playa hasta que le llenó los pulmones.
—Me hace falta el abuelo —confesó en voz baja.
Sol acomodó la cabeza unos milímetros más cerca de ella.
—A mí también.
No saben las ganas que tenía de llegar a esta parte. Hola. ♥
¿Notaron que Laila lleva días sin ver a Mateo y su cabeza ya pasó por todos los estados posibles con respecto a todos los temas en los que puede llegar a pensar? Mateo ya vuelve, por la garrita. Nos queda poco para verlo.
¿Qué piensan de la conversación sobre Mateo? ¿Qué lectura pueden hacer sobre Sol?
¿Cuál era su teoría sobre la decisión de qué gemelo se quedaba en qué plano? ¿Alguien esperaba lo que resultó ser?
Mención especial para 2007RAGM, que adivinó en el grupo de lectores quién tuvo la responsabilidad de elegir quién moría primero.
Este capítulo va dedicado a PriscilaGonzlezBruno porque fue la primera en cuestionar que yo creyera que se iban a ir cuando me veía en la hoguera por lo que se menciona en estos primeros párrafos. Gracias por sacarme una sonrisa. Te anoté una dedicatoria desde ese momento. ♥
No quiero decir cuántos capítulos quedan para el final, pero ya están delineados y son menos de quince. Hace rato pasamos la mitad de la historia y siguen acá, no saben lo feliz que me hacen. Gracias por tanto. ♥
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