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31. Recuperar la vida

Bastaron siete horas para que Laila reafirmara su decisión: tres para que una llamada de Jazmín cambiara el curso de su día, cuatro para salir en su encuentro y convencerla de que era importante.

Se bajó del colectivo pensando en Mercedes, en cómo había escondido de ella la visita de Nicolás y cómo su mamá había elaborado una excusa para justificar que se había ausentado de la casa durante toda la mañana. Se escudó en la compra de la semana, en la cantidad de gente que había en el supermercado, en que Liliana había insistido para que se quedara a tomar mate con ella porque no había nadie en la peluquería. Le mostró con cierta vergüenza que su amiga le había unificado el tono del pelo y que le había cortado las puntas secas como un mimo para la amargura de aquel día. Para Laila, era una flor de plástico: hermosa en su carencia de vida, vacía en su intento por imitar el esplendor de la naturaleza.

Ya era de noche y la casa de Jazmín tenía las luces del jardín apagadas. La luz de la calle iluminaba la puerta de entrada. De no ser por el ruido de llaves que escuchó en cuanto tocó el timbre, Laila habría pensado que nadie la esperaba.

Jazmín la invitó a pasar disimulando la vergüenza en su expresión.

—Menos mal que viniste —dijo, y la abrazó sin darle tiempo a reaccionar.

Laila le acarició el pelo despacio.

—¿Qué pasó, Jaz?

Su amiga no contestaba. Laila desvió la mirada hacia el pasillo para descifrar si estaban solas. La casa estaba en el más imperturbable de los silencios. Escuchaba la estática de la radio, el ruido de la heladera, la canilla que goteaba en la cocina. Cada sonido era tan vivo que delataba la quietud en la que Jazmín se había mantenido a conciencia durante los últimos minutos.

Se obligó a suavizar la voz.

—No tengo paciencia ni ganas de ponerme a adivinar. ¿Qué pasó?

Esperó algunos segundos. Cuando iba a intentar por tercera vez, Jazmín habló.

—¿Estás enojada conmigo?

Alejó la cabeza unos centímetros, lo justo para enfocar su mirada en la poca luz que las envolvía.

—¿Por qué voy a estar enojada con vos?

—Porque sigo con Martín y todos me están evitando después de lo de la otra vez.

Laila le corrió el pelo de la cara, se lo acomodó despacio atrás de la oreja. Fue incapaz de hilar una frase coherente sin revelar que lo último que había surcado sus pensamientos durante esos días era la relación de Jazmín con Martín. Era mentira que no los había mencionado, pero la imagen de su amiga abandonando la cafetería con Nicolás no duraba más de cinco segundos en su mente antes de que el desdén con el que Mateo había ignorado su mensaje minutos después se apoderara de la escena. El momento se enlazaba con el sueño de aquella noche y terminaba con ella en la puerta del departamento, con sus labios en el cuello de Mateo, con las manos de él a su alrededor y los gritos de Luciano la mañana siguiente.

No podía enojarse con Jazmín.

—Nadie te está evitando a vos —la tranquilizó—. Nos estamos evitando entre nosotros, que es diferente. Estos días son jodidos y estamos todos en otra.

—El que más jodido está es Mateo con todo lo de la prima y es el único que me llamó y me vino a ver.

No le sorprendió que Jazmín supiera lo que pasaba. No le extrañaría que lo hubiera sabido desde el principio.

—¿Querés algo para tomar? Últimamente estoy tomando té de tilo todos los días porque es lo único que me baja los nervios.

Aceptó el té. Ninguna habló mientras el agua se calentaba.

—¿Estás así por lo de Martín?

Jazmín asintió. Sirvió las tazas en silencio y las llevó por el pasillo oscuro. Prendió la luz de su habitación con el dorso de la muñeca. Se sentó en la cama, Laila la acompañó.

—No sé qué impresión les quedó el otro día.

—No sé el resto, pero a mí me pareció que el tipo te sigue y que sabés que no es bueno que te siga. No sé cuántas chicas habrían reaccionado como vos si alguien les dice «tu novio está acá».

Jazmín sopló la infusión despacio. Tenía los labios agrietados, la piel seca. Parecía una muñeca olvidada.

—Siempre me encuentra. No creo que sea él el que me sigue porque me encontró en momentos donde yo sabía que estaba en otro lado. Por eso le miento, pero me da mucha ansiedad que me encuentre cuando le miento porque siento que me podría reclamar más él a mí que yo a él.

—¿Por qué le mentís?

—Porque quiero saber cómo hace. Dejé el teléfono en casa, una vez salí y dije en casa que iba a otro lado por si se filtra por acá. Armé una juntada falsa con compañeras de la facu para ver si aparecía allá y supo que no estaba ahí. El problema es que no le puedo hacer frente porque siempre aparece por casualidad. El otro día me contó que se había cruzado con Mateo como si no supiera que yo también estaba ahí. ¿Cómo contesto a eso? ¿«Mirá vos, mandale saludos si lo volvés a ver»?

—¿Te dio a entender que sabía que le mentías?

—Sabe, no es idiota. Pero no me lo sugiere porque igual sabe que me doy cuenta.

Su taza humeaba. Laila tenía las manos tan frías que el calor le entumecía la piel.

—¿Hace cuánto están así?

—Un mes o dos. No quería que ustedes quedaran en el medio.

Laila cerró los ojos, dejó caer la cabeza contra la pared. Conocía ese miedo, entendía ese dolor.

—Nos preocupa más lo que te pase a vos que lo que nos pase a nosotros.

—¿Piensan que me va a hacer algo? ¿En serio?

La pregunta de Jazmín la obligó a incorporarse, incrédula. Por más que se obligara a permanecer imperturbable, estaba en la conversación que llevaba semanas esperando.

—¿Vos sos boluda o te hacés? El tipo te sigue, cela a tus amigos, hace que tengas miedo... ¿Y pensás que va a quedar ahí?

—Laila... Basta. No te pedí que vinieras para esto.

—¿Entonces? ¿Me querías distraer de lo de Sol?

Jazmín desvió la mirada. Tomó un sorbo de té caliente, escondió los pies bajo el acolchado. El vapor parecía esfumarse tan rápido como su molestia.

—No los quiero perder —dijo en voz baja—. No quiero que me dejen de hablar por Martín y siento que es justo lo que están haciendo. Nadie más volvió a hablar en el grupo después de que Nico avisara que ya estaba en casa. Nadie me escribió para saber si estaba todo bien.

—Salvo Mateo.

—Mateo me escribió al otro día, a la noche. Hablamos un par de veces más. Del resto no sé nada.

—¿Qué te dijo sobre esto?

—Que no tiene nada que ver conmigo.

—¿Y necesitás que yo también te lo diga?

Jazmín asintió en silencio, sus ojos vagaban en la lámpara de su escritorio.

—Mateo no es de mentir, pero no sé si me diría si me dejan de hablar de golpe por esto. Vos me decís todo de frente. —Intentó sonreír—. Sabías que los conocí la misma noche, ¿no? Mateo me ofreció hacer de cuenta que estaba conmigo si quería rechazar a Martín y se ponía denso.

Laila apretó los labios.

—¿Mateo no estaba con la chica que está ahora?

—Sí, ya salía con Meli. Es divina, la conocí un día que Martín me dijo que quería invitar a los chicos a un asado. Mateo llevó a Meli, Lucho cayó con Jorge. Te llevarías bien con ella.

Laila vació la taza en un sorbo continuo y lento. No le importó quemarse la lengua y la garganta.

—No te dejamos de hablar por lo de Martín. —Estiró una mano hacia su amiga, le envolvió la muñeca más cercana con sus dedos—. Perdón por hacerte sentir que nos habíamos enojado con vos.

Jazmín sacudió la cabeza despacio, corrió la mano con suavidad.

—Es raro que no me hayas preguntado cómo estaba. No me dijiste nada de Martín después de ese día. Lu tampoco me escribió. Es como si no les importara o no me quisieran hacer pensar en eso, pero al final siento que me evitan y nadie habla. Ayer me crucé con Lucho y se hizo el que no me vio. Nico siempre sube alguna foto con Lu y lleva días sin subir nada. Mateo no te quiere nombrar y pienso que tiene algo que ver con que le agradeciste esa vez y no te dio bola.

—¿Te contó eso?

Una de sus comisuras tembló en un intento por esconder el asomo de una sonrisa.

—También me contó que se acostaron, pero dudo que sea por eso que no se hablan.

Laila golpeó la cabeza contra la pared. Qué fácil le resultaba caer en una trampa cuando involucraba a personas que le importaban más que ella misma. Se levantó.

—Si me llamaste para pedirme que hable con él, para hablar de él o para que diga cualquier cosa que tenga que ver con lo que pasó...

Jazmín dejó su taza en la mesa de luz y se acercó a ella. Le puso las manos sobre los hombros, buscó su mirada.

—No, te llamé porque no te quiero perder. No sé por qué están peleados entre ustedes, pero no quiero que sea por algo relacionado conmigo. Y no quiero que me dejen de hablar, pero tampoco entiendo qué pasa. En parte, me imagino que Mateo no te quiere hablar por Meli, pero Lu y Nico...

Laila contuvo el aire. Esta vez, Jazmín no evitaba detalles para que ella completara la información. Su confusión era genuina.

—¿Qué tiene que ver? Si está en algo abierto, no le tendría que importar.

—Tiene todo que ver. A Meli no le importa si Mateo va y se mete con cualquiera, pero vos no sos cualquiera.

—O sea, si es una amiga de un amigo, se cancela el trato. ¿Es eso?

Jazmín sacudió la cabeza, pestañeó con incredulidad.

—¿Y yo era la boluda? Mirá, hablá con él de Meli, yo ahí no me puedo meter. Ni quiero, tampoco. No me corresponde.

Laila dejó caer los hombros, se corrió el pelo de la cara con una mano. Llevaba cuatro meses sin Sol y los únicos amigos con los que había hablado durante ese día habían conseguido que pensara más en su relación con Mateo que en su hermana. Incluso, en la relación de Mateo con su hermana.

Supo que Jazmín no estaba al tanto y decidió mantenerla en la ignorancia para evitar repensar la situación. Mientras menos recordara esos días, más tiempo podía pasar con Sol sin tener la conversación que llevaba días evitando.

Volvió a sentarse en la cama. Se sacó las zapatillas y subió los pies al acolchado.

—No estoy enojada con vos porque seguís con Martín. Pero te das cuenta, ¿no? ¿Ves que el tipo es un peligro?

Su amiga se acercó a ella, volvió a agarrar su taza.

—Que sea celoso y desconfiado no es un peligro, es algo que se trabaja.

—Jaz...

—Todo en las relaciones se trabaja. No se puede conocer a alguien y esperar que sea la persona perfecta para vos, no todo el mundo tiene esa suerte. Y, aunque alguien lo viviera así, seguro tiene que trabajar algo. Que funcionemos bien como personas individuales y queramos a alguien que también es funcional no quiere decir que vayamos a ser funcionales juntos sin hacer un esfuerzo. Estar en pareja es eso: esforzarse. Encontrar un punto en común.

—No siempre sale bien. Podés hacer todo el esfuerzo que quieras, pero si estás con un infeliz al que le importás tres carajos, igual va a salir todo mal.

Jazmín chasqueó la lengua.

—Posta que no te quiero ofender, pero nunca estuviste en una relación seria. Nunca duraste con nadie, nunca llegaste a hacer ningún esfuerzo por nadie porque te aburrís rápido. Por eso le dije a Mateo que seguro no te habías tomado en serio lo que pasó. Y podés tener una postura válida, pero no puedo...

Laila inclinó la cabeza hacia ella. Fue apenas un centímetro, pero Jazmín lo notó.

—¿Qué le dijiste a Mateo?

—Que no te ibas a enganchar por meterte una vez con él. —Suspiró—. Nunca te enganchaste por eso. Nunca te enganchaste, punto. No valía la pena que se comiera la cabeza por una noche.

Por primera vez en días, Laila sentía que se había quedado sin palabras.

—¿Por qué le dijiste eso?

—Porque es verdad.

—Que sea verdad no significa que lo tengas que decir. ¿Por qué se lo dijiste?

Jazmín entrecerró los ojos. Si hasta el momento no se había dado cuenta de que manejaba la mitad de información, era probable que lo empezara a sospechar.

—Porque me lo preguntó. Se quería asegurar de que para vos no iba a ser nada. No sé, estaba raro. Y tampoco volvieron a hablar, así que no es como si hubieran forjado un vínculo.

Laila inhaló despacio. Se aseguró de que Jazmín hubiera terminado de hablar para ordenar sus ideas. No podía hablar de Mateo otra vez en el mismo día, no con alguien que no conociera todos los detalles. No quería sacar el tema cada vez que se lo mencionaba porque sería anclar su nombre al de Sol en su mente y unirlos en un paquete indivisible.

—Estuve de novia —murmuró—. Era un tipo fachero, carismático, a veces hasta parecía interesante. Lo vi en varias juntadas, pero nunca hablábamos y necesitaba acercarme porque siempre me miraba. La primera vez que hablamos fue cuando yo estaba en una situación de mierda, en un momento de mierda. Mis viejos se acababan de separar, mi vieja estaba en posoperatorio. Le dije que me quería morir y me contestó que me podía hacer cambiar de opinión. —Hizo una pausa, cerró los ojos. El balcón en el que habían hablado se recortaba claro y brillante en sus recuerdos. Bajó la voz—. Si pienso en esos días, me siento la mina más pelotuda del mundo, pero era pendeja. Me llevó años entender que estaba bien sentirme sola y pensar que todo me pasaba por encima.

—Nunca escuché que hubieras tenido un ex.

—Fue dos años antes de que Lu empezara a salir con tu hermana, no te conocíamos. Y si no lo mencionamos nunca es por algo.

Jazmín se acercó más a ella. Se mordía el labio inferior con disimulo, como si no encontrara las palabras para formular la pregunta que tenía en mente.

—¿Qué hizo después?

—Empezamos bien. Me cuidaba todo el tiempo, iba a donde le pidiera, me llevaba y traía para saber que estaba segura. Algunos amigos suyos me conocían y también estaban pendientes de mí. —Separó los labios para ganar tiempo. No todos los detalles de su relación servían al paralelismo con Martín que pretendía establecer—. Todo el mundo me decía que me quería muchísimo y yo me sentía en deuda, como si me hiciera un favor. La primera vez que me acosté con él fue por eso. Me tendría que haber dado cuenta.

—¿Te hacía sentir que le debías algo?

—En ese momento, te habría dicho que no. Ahora te digo que sí, que me miraba por un segundo con decepción y yo ya me arrepentía de haber parado. Sabía qué gestos hacer para que me diera culpa y terminé amoldando mi conducta a él. Era una mierda, Jaz. En lo sexual, era un ciclo constante de hacer lo que él quería. Si volvía de juntarse con los amigos y tenía ganas, me daba cosa decirle que no. Si me hacía la dormida, me despertaba. Si decía que no quería, me convencía. —Exhaló de golpe—. Me convencía, Jaz. Al principio era yo la que no quería dejarlo así y seguía por culpa. Después pensaba que yo lo había acostumbrado a no parar y seguía porque me sentía culpable por haber sido la responsable de eso.

—Pero no eras responsable, no era tu culpa.

—No, pero no había forma de hacerme entender que él me hacía sentir como le convenía que me sintiera para que terminara echándome la culpa por todo. —Sentía los ojos húmedos. Parpadeó, fijó la mirada en la lámpara del techo—. Me sentí insuficiente los primeros meses. Él había cumplido, me había olvidado de lo mal que estaba por todo el tema de mis viejos. La separación pasó a ser algo que me molestaba porque me sacaba tiempo cuando yo tenía la cabeza en otra cosa, pero no era mi preocupación principal en sí. Sol se daba cuenta de que pasaba algo, pero no se animaba a sacar el tema para no hacerle mal a mi vieja. Yo pasé de ponerme agresiva con lo de mi viejo a no reaccionar a nada y era más útil para no pelear todos los días. Servía más para mantener el ánimo general de la casa. En parte, siento que por eso nadie me prestó atención y me fue más fácil... hacer otras cosas. No sé cómo se fue todo a la mierda, no vi el momento. Pensé que no tenía cómo salir de ahí.

—Pero saliste.

Por unos segundos había olvidado la presencia de Jazmín, atenta a sus palabras. Se abrazó las rodillas, intentó sonreír.

—No me preguntes cómo.

Pero Jazmín no era Mateo. Ella sí podía hilar lo poco que sabía en hechos coherentes.

—¿Fue la vez que te internaron?

Laila asintió. No necesitó decir nada más para que Jazmín se acercara a ella y la abrazara.

—No sabía que habías estado con alguien así.

—No tenías cómo saber.

Ninguna habló. El reloj del escritorio de Jazmín marcaba los segundos despacio, guiando sus respiraciones. Las imágenes del pasado se sentían lejanas; las secuelas, recientes. Laila se había resignado a creer que caminaban al mismo ritmo que sus pasos hasta que llegara su turno de convertirse en un alma bajo el mar.

—Por ahí exagero y Martín no es tan malo —susurró Laila—, pero no estás bien con él. Que sientas que tenés la relación bajo control no significa que te puedas bancar sola todo lo que falta.

—Si siento que se me va a ir de las manos, corto con todo. Te lo prometo.

Sonrió con ironía.

—No es solamente cortar el ciclo, es recuperar la vida después. Es dejar que pasen los años y saber que ya no te afecta, que no interfiere en tu forma de relacionarte con el mundo, que no cambia cómo te ves y te sentís. Son dos peleas: la del cierre y la de reencontrarte a vos misma. Y no sé cuál es peor.

Laila se había perdido. Mercedes se había perdido. No por primera vez durante la última semana pensó que ella, igual que su mamá, estaba condenada a sufrir la intensidad de sus emociones cada vez que abriera la puerta y les permitiera la entrada. Ninguna de las dos se había recuperado. Al menos, Mercedes tuvo a sus hijas para obligarse a avanzar. Laila solo sabía aislarse.

—No sabés cuánto lo quiero. —La voz entrecortada de Jazmín la hizo volver a esa habitación.

—No, pero me imagino. Y no te puedo decir nada porque no quiero que me dejes de hablar, pero sabé que, si necesitás cortar con él y por algún motivo no te animás a hacerlo sola, yo voy a estar. No te lo voy a echar en cara, no te voy a dar un sermón. Me avisás y voy. ¿Es un trato?

Jazmín asintió y apoyó la cabeza en su hombro, dudó antes de hablar. Laila contuvo la respiración.

—¿Vos pensás que me estoy perdiendo? ¿Que estoy cambiando por Martín y no me doy cuenta?

Quiso decirle que su mirada todavía tenía el brillo inocente con el que la había conocido y que sonreía con la misma sinceridad que meses atrás, pero no podía mentir. Y, aunque sabía que permanecer callada solo confirmaba el temor de su amiga, Laila fue incapaz de hacer otra cosa más que acariciarle la cabeza y fingir que no había escuchado la pregunta. Cerró los ojos con fuerza, le pidió perdón sin hablar. Se preguntó si había una respuesta más hostil que el silencio cuando alguien esperaba validación y supo que su visita no había aliviado la incertidumbre de Jazmín.

—Cuando quieras salir, voy a estar —repitió en voz baja.

Se sentía un fraude por dar su palabra cuando había traicionado más de una vez a la muerte. Su mundo podía esperar mientras aprovechaba sus últimas noches con Sol, pero no podía desaparecer por transitar sus noches en el mar. Jazmín necesitaba su fuerza, Lucía merecía su atención. Se preguntó cuántas promesas faltaría si no despertara al día siguiente y supo, con la certeza de quien había perdido el control, que su futuro no le pertenecía.

No había cambiado su decisión. Estaba más segura que nunca, solo que necesitaba arreglar su mundo fuera del mar por si no volvía.

Estar viva no dependía de ella.

¡Hola! Un minuto de silencio por la cabeza de Jazmín, que ya no sabía qué pensar mientras pasaba todo esto y nadie le hablaba. 

¿Qué piensan de Jazmín sintiendo que todavía tiene el control? 

¿Cómo sienten que Laila esté solucionando poco a poco sus problemas en el mundo de los vivos?

En el próximo capítulo aparece un personaje que hasta ahora solo se mencionó. ¿Se imaginan quién es? 

Este capítulo me costó horrores porque toda la escena también aparece en la historia de Jazmín, por lo que me tenía que servir para ambas perspectivas, un momento importante para ambas tramas. La de la cafetería también, pero es menos íntima que esta. 

Capítulo dedicado a vmartinezs, que lleva meses leyendo esta historia y se merece una escena bonita. Gracias por seguir esta historia casi desde el principio y no haber abandonado. ♥

El mar donde sueñan los que mueren tiene nueva portada gracias a linaganef. Su inspiración fue el epígrafe y se imaginó una escena con Mateo sacando a Laila del mar. ¿No es una belleza? 

Me da mucha ansiedad que estamos cada vez más cerca de los capítulos que me muero por escribir y adoro que sigan acá. Gracias por acompañarme. ♥

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