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30. A primera vista

Las palabras de Lucía llevaban días alimentándose en su mente y Laila las masticaba cada noche antes de ir a dormir. No hablaba de Mateo con Sol y, cuando abandonaba el mar, permanecía despierta por un lapso que oscilaba entre la media hora y los cuarenta y cinco minutos, con la mirada fija en el techo que no distinguía en la oscuridad y una mano acariciando a Roma por inercia.

Sus días y noches seguían el reloj por rutina y avanzaban a un ritmo decadente por miedo a perder la escasa estabilidad que había conseguido. Mercedes confiaba en ella, Sol la esperaba como al principio. Su mamá respiraba tranquila en su presencia y su hermana relajaba los hombros cada vez que aparecía en el mar. Su entorno hacía equilibrio sobre una cuerda en puntas de pie y su única prioridad era evitar la duda cada vez que adelantaban un paso.

El primer error apareció una mañana de junio.

Tenía la guitarra a un costado, en el sillón, y a Roma durmiendo sobre el respaldo. Frente a ella, congelada en la pantalla de su teléfono, había una foto de Sol. Una de sus amigas la había subido con un texto breve, un «Otro mes en el que te extraño como nunca extrañé a nadie en el mundo» que le partió el corazón. Entró al perfil y encontró que, por cada mes que pasaba desde el accidente, ella subía una foto de las dos. Y Laila ni siquiera lo había notado. Reaccionó a la publicación, pero fue incapaz de leer los comentarios que otras amigas habían dejado algunas horas antes. Sí revisó sus perfiles y encontró que todas la mantenían presente. Una había destacado fotos de y con Sol para que no se perdieran, otra tenía una foto con ella como imagen de perfil, y Laila sintió que se hundía cada vez más en el sillón al notar que la gente que la quería seguía teniéndola presente. Que Sol seguía en sus vidas, que no era solo un recuerdo.

Que no dependía de ella y de Mercedes que no cayera en el olvido.

Levantó los pies, se acercó las rodillas al pecho. Siguió revisando publicaciones y, cuando se percató de que llevaba más de media hora en esa posición, estiró las piernas. Roma la imitó. Mientras se acomodaban de nuevo, el timbre rompió la quietud de la que se habían adueñado por esa mañana.

Laila corrió la cortina de la ventana, lo justo para distinguir una campera de cuero y los tatuajes de una mano mientras la visita se rascaba el cuello. Se acercó a la puerta con hastío, con la molestia brotando en su piel como si los últimos días hubieran sido una ilusión y la realidad le exigiera que pusiera en orden lo que llevaba tiempo evitando.

Abrió la puerta. La recibió un intento vago de sonrisa.

—Mirá, si viniste a pedirme que hable con Lu...

Nicolás sacudió la cabeza despacio. Las ondas oscuras de su pelo acompañaron el movimiento.

—Mis cosas con Lu las arreglo yo —la cortó—. Vos no tenés nada que ver ni te tenés que meter en eso.

Laila se apoyó en el marco de la puerta. De todas las personas que podían visitarla ese día, Nicolás era su última opción. No sabía qué esperar.

—¿Entonces?

—¿Podemos hablar?

Laila le dio espacio y le permitió la entrada. Él estiró una mano hacia Roma, que esquivó su cariño con desconfianza, y se sentó en el lugar que Laila había ocupado hacía unos minutos. Dejó el abrigo a un costado, le hizo una seña para invitarla a sentarse en el sillón que tenía enfrente. No habló hasta que supo que ella lo escuchaba, que tenía interés en sus palabras o, al menos, curiosidad por sus intenciones.

—Mateo hizo dos cosas mal —empezó—: meterse con vos sin decirte nada y pedirnos que no hablemos porque te lo tenía que decir él. Y yo me banco que no me quieras ver y que estés enojada conmigo...

—No estoy enojada con vos.

—... pero Lucho está como el culo. —Entrecerró los ojos—. ¿No estás enojada conmigo porque te chupa un huevo lo que yo haya hecho?

Laila se paró y le dio la espalda.

—¿Querés algo para tomar? Pensé que esto iba a ser más rápido.

Nicolás la siguió hasta la cocina cuando ella buscaba las tazas.

—No es que quiera que te enojes conmigo, pero a Lucho lo mandaste a la mierda y a mí me estás preparando un café.

Laila prendió la cafetera, inhaló despacio. Si hablaba con Nicolás, el riesgo de que su enojo se diluyera aumentaba.

—Vos te juntás más con Mateo que conmigo. Para vos, soy la amiga de Lu que la va a avalar cada vez que diga que no quiere nada con vos y que hasta le va a dar razones para que no lo intente si alguna vez se le ocurre que podés ser buena idea. Más vale que te ibas a callar si Mateo te lo pedía. A mí no me debés nada.

—¿Y Lucho sí te debe?

Cuando contestó, no fue capaz de mirarlo a los ojos.

—No. Pero él sabía que esto iba a terminar mal y eligió. Ya está.

Nicolás volvió al sillón sin cuestionarla. Laila pudo escuchar cómo revisaba la afinación de su guitarra y una parte de ella agradeció haberle cambiado las cuerdas.

Esperó en silencio que el café estuviera listo. Demoró tanto como pudo en servir las tazas y llevarlas hasta la mesa donde, días atrás, había confiado en Mercedes. Se preguntó si esa madrugada habría terminado de la misma forma de haber sabido. Se preguntó, no por primera ni última vez, si Mateo había considerado sacar el tema antes de llevarla a la cama.

Nicolás, ajeno a sus pensamientos, le agradeció con un movimiento de cabeza mientras improvisaba un arpegio calmo y triste. Ella desvió la vista hacia la ventana, al árbol desnudo contra el que habían compartido un cigarrillo, consciente de que esa noche había marcado un quiebre en su relación. Sostuvo la taza con ambas manos. La progresión armónica le daba forma al recuerdo y ella no notó las lágrimas en sus ojos hasta que necesitó parpadear.

Por suerte, Nicolás ni siquiera la miraba.

—No te tengo bronca. Ni por Lu ni por nada —murmuró él despacio—. Hace meses que no la busco.

—Te le tiraste en tu cumple.

—Porque ya es costumbre y porque a los chicos de la banda les parece raro si no hago nada cuando la tengo cerca. Y porque, si no digo nada, se le tira algún boludo. Por lo menos, respetan que a mí me guste.

—¿Y qué problema hay si se le tira algún amigo tuyo?

—Que son unos giles. Y te metiste con tres, así que no podés decir que no.

—Cuatro —lo corrigió ella—. Y con el cuarto, confirmo que sí.

Nicolás dejó de tocar para alcanzar la taza de café sin soltar la guitarra. Que no defendiera a Mateo demostró que se esforzaba, pero Laila estaba cansada de rescatar las intenciones detrás de un intento.

—Sos un pelotudo. Querés tener algo con ella en serio, pero la cagás a propósito y, encima, hacés que no tenga chances con gente que vos conozcas.

—No es tan así.

—¿Y cómo es?

Tomó la mitad de la taza sin hablar, con la mirada fija en algún punto del suelo, y buscó una púa en el bolsillo de su pantalón. Volvió a la tarea íntima de improvisar, con Laila esperando una respuesta.

—No la puedo soltar. Yo sé que le hago mal, pero no puedo. Quiero que deje de pensar que, si tenemos algo, la voy a gorrear.

—El historial te vende.

Nicolás chasqueó la lengua y dejó la guitarra a un costado. Inclinó el torso hacia ella y Laila pudo ver el destello de furia en sus ojos.

—«Historial» las pelotas. No estaba con nadie ese día.

—Estabas con tu ex.

—No, mi ex estaba ahí, que no es lo mismo que decir que estábamos juntos. Y ya era mi ex.

—Estaban en el mismo recital, habían ido en el mismo grupo.

—Porque ya teníamos las entradas compradas, pero no estábamos juntos.

—Ella pensaba que sí. Y ponele que tenés razón, que ya habían cortado y que la mina se hizo ilusiones de más. Ponele. Lu no se olvida de lo que le dolió a tu ex que le tiraras onda al frente de ella.

—No éramos nada ya.

—La encontramos llorando, Nico. Eso se lo podés hacer a cualquiera, me lo podés hacer a mí si querés, pero a Lu no. Lu sabe lo que es llorar por cuernos.

Nicolás respiraba despacio, como si no hubiera anticipado que la conversación se volvería en su contra. Laila esperó en silencio, respetó que se permitiera ser vulnerable en una situación en la que ninguno merecía un ataque. Por primera vez en días, no estaba de humor para generar una discusión.

—Eso es lo que me jode, que no puedo hacer que confíe. A mí me cagaron mis propios amigos. Ya sé que de ahí no se vuelve, por eso no la busco más.

—Pero no la podés soltar.

—No, no puedo. Y ya sé que soy una verga por eso, pero tampoco quiero hacer la prueba y ver si me sale. No la quiero ver con ninguno de los chicos. Ninguno se la va a tomar en serio y Lu no es para joder.

Laila se permitió sonreír. Él no podía ver la tristeza en su expresión.

—Pero yo sí. Por eso me los presentás.

—No es tan así —repitió él—. Te los presento porque sé que alguno te va a caer bien. Ese es otro tema. Y tampoco vi que te quejaras mucho.

Laila dejó la taza sobre la mesa y se sentó al lado de Nicolás. Le habló con calma, consciente de que le había mentido y que, en parte, sí estaba ahí para hablar de Lucía.

—Vas a tener que elegir. No le hace bien que des vueltas todo el tiempo, menos si pensás que no puede ni va a poder confiar en vos.

Nicolás buscó su taza, ella hizo lo mismo. Terminaron sus respectivos cafés en silencio, mirando cómo Roma se acomodaba en el sillón que Laila había abandonado.

—¿Sabés lo que es enamorarte de alguien apenas conocés a esa persona?

No esperaba la pregunta, tampoco la confusión en su voz. Seguía sin saber por qué Nicolás estaba ahí.

—No. Sé lo que es que te caliente alguien apenas lo conocés, porque eso existe. ¿Enamorarse? No.

—Es cuando conocés a alguien y ves que se ríe y le querés comer la boca porque necesitás que sea feliz cuando te besa. No es calentura, no es que te gustó y listo. Eso me pasó con Lu cuando la conocí y fue la primera y única vez en la vida que sentí eso. Y siento que no me va a pasar de nuevo si la pierdo.

—Sigo pensando que no existe.

—Vos porque no te podés enamorar.

Laila soltó una carcajada seca.

—¿Quién dice?

Nicolás se acercó a ella despacio. Buscó que lo mirara a los ojos, se aseguró de ser el foco de su atención. La seriedad de sus movimientos hizo que Laila contuviera la respiración por dos segundos.

—Lucho dice que no salís con nadie porque tenés miedo de que alguien te empiece a importar y termine resultando como tu ex. Lu piensa que, mientras más gente conozcas, menos importante va a ser tu ex, como si lo quisieras borrar.

—¿Y tu teoría es...?

—Que tenés miedo, pero no de que un chabón cualquiera sea un obsesivo como tu ex. Tenés miedo de tu ex.

Laila dejó de respirar. Su mutismo lo invitó a seguir.

—Tenés miedo de que un chabón te importe y que tu ex aparezca, y tener que pedirle que no le haga nada como un favor por alguien que estás empezando a conocer, y que ese favor te salga caro. Sabés que sigue pendiente de vos. Sabés que está esperando que lo necesites.

No pudo hablar. La lógica de Nicolás tenía un sentido que ella no se habría atrevido a hilar y una voz en el fondo de su mente gritaba un «sí» que desgarraba el camino de su corazón a sus labios en un intento por salir a la superficie.

—Por eso no buscaste a Mateo para pedirle explicaciones. —Señaló la puerta, como si su amigo estuviera al otro lado—. El tipo está como el culo y sabés que, si se sientan a hablar, capaz que te convence y lo terminás perdonando, y tu ex se va a enterar si tenés algo con Mateo. En especial porque lo conoce. Y por ahí no te arriesgarías a pedirle un favor para proteger a un chabón cualquiera que acabás de conocer, pero con Mateo es diferente porque es un amigo. Y es todo lo hijo de puta que quieras, pero no querés que le pase nada y tenés miedo.

—No soy una conchuda —se defendió ella—. No quiero que le pase nada a nadie.

—Decime que no tengo razón y me olvido de eso. Decime que no le pedirías un favor a tu ex por Mateo y no vuelvo a sacar el tema.

Alejó la mirada de los ojos inquisidores de Nicolás y dejó la taza vacía en la mesa. Se paró despacio, como si no sintiera el cuerpo paralizado ante la verdad que ahora era incapaz de evitar, y lo enfrentó.

—¿Qué hacés acá?

Él asintió una única vez. La conocía lo suficiente para saber que no iban a recuperar el hilo anterior.

—Vine a pedirte que hables con Lucho. Mateo es un boludo, está bien que no quieras saber nada con él. Conmigo igual. El problema es Lucho porque está hecho mierda.

—Lucho eligió.

—Era una decisión imposible, Laila. Los dos son amigos de él, los dos lo necesitan. Y no sabés cuánto le rompió las pelotas para que te contara.

—No, pero sí sé todo lo que hizo para que yo me quedara en el molde: nada.

Nicolás dejó escapar una carcajada que le relajó los hombros y se continuó con una risa incrédula y mordaz. Negó despacio, incomodándola, y entrecerró los ojos.

—A vos no te jode que Mateo no te haya dicho. Te jode no haber sabido antes de que pasara algo y que te haya gustado lo que pasó.

Laila le sacó la taza de las manos y levantó la suya de la mesa, y las llevó a la cocina sin esconder la molestia. Cuando volvió, apoyó un hombro en la puerta. Respiró profundo antes de hablar.

—Me jode no saber si me buscó porque se acuerda de Sol o si está tan mal de la cabeza como para que le gustemos las dos. Me jode haberme metido con alguien del grupo porque nunca me meto con amigos. Me jode que nadie hable de la mina con la que sale, como si fuera lo de menos, cuando en realidad se metió conmigo estando con alguien. Me jode que yo sabía eso y no me importó. Me jode que todos piensen que lo podemos arreglar en una charla de dos minutos como si no fuera nada. Y me jode que hoy se cumplen cuatro meses desde que murió Sol y por tu culpa tengo que perder la mañana pensando en un inútil que todavía no tiene huevos para hacerme frente.

Nicolás ya no sonreía. Se levantó despacio, se acercó a ella con cautela.

—Me jode que Lu se sienta mal por un imbécil como vos, que no la suelta por capricho. Me jode que Jaz esté en una relación de mierda y lo único que les preocupa es si yo perdono a Mateo o no por algo por lo que ni siquiera me pidió perdón. Me jode que Lucho nos use como excusa para no hacerse cargo de las decisiones de mierda que toma. Me jode que estés acá en el peor momento y que ni te acuerdes.

—Laila...

No se movía, no escondía de él el dolor que brotaba de sus palabras. Estaba cansada y tenía miedo. Y no le importaba que la escuchara la única persona que parecía capaz de interceder por Mateo, aunque no lo hubiera intentado hasta el momento.

—Me jode que tengas razón. Me jode saber que viniste a romperme la moral en el peor momento y que te salió bien. Me jode que Lu se apoye tanto en un tipo como vos.

Tenía los brazos cruzados sobre el abdomen, apretaba los puños con tanta fuerza que se clavaba las uñas en las palmas. Nicolás la alcanzó y la acercó a él, la abrazó con la firmeza que sus palabras habían perdido. 

—Perdón, no vi la fecha. ¿Cambia algo si te digo que soy un boludo? 

Apoyó la cabeza contra el pecho de su amigo, no le importó que se le quebrara la voz.

—No, igual, algo de razón tenés. Me jode que Lucho no haya hecho nada porque quiere decir que sabía que no iba a cambiar nada lo que él hiciera.

—Te iba a gustar igual.

—Y me iba a arrepentir igual.

Nicolás la abrazó con más fuerza y Laila pidió perdón en silencio por esconderse detrás de excusas lógicas para proteger el único secreto que le importaba y, con eso, su decisión. Sol ya había tomado su último sueño y el fin de sus noches juntas se acercaba con absoluta determinación. Mateo y sus amigos podían esperar.

Mientras no desafiara la voluntad de la muerte, Laila, su vida fuera del mar, podía esperar.

¡Hola! ♥ Me ausenté muchísimo y escribí parte de este capítulo algo enferma porque ya no lo podía postergar más, pero tengo avanzado el siguiente para que no me tengan que esperar otra eternidad.

¿Quién tiene mayor fuerza de voluntad? ¿Laila porque sigue sin buscar a Mateo o Lucía porque se resiste a los encantos de Nico?

¿Esperaban que Nico fuera tan diferente en privado con respecto a cómo es en grupo?

¿Creen en el amor a primera vista? ¿Qué piensan de la definición de Nico?

Les quiero mostrar algo hermoso: hice una página de Notion para El mar donde sueñan los que mueren. Ahí pongo frases de la historia, enlaces importantes, fanarts y ediciones, hilos que vi que hicieron de la historia y todo lo bonito que quiera compartir con ustedes. Más adelante voy a agregar fichas de los personajes y cosas lindas, va a estar en constante actualización. Les dejo el enlace como respuesta a este comentario. →

Este capítulo va dedicado a RipleyWylde, que hoy cumple años y se merece todo el amor del mundo. Jenny también escribe y volvió a Wattpad después de mucho tiempo, pueden visitar su perfil para conocer sus historias. Se tiró de cabeza a conocer a Laila con confianza y sin paracaídas, y amo que esté acá. Gracias por seguir confiando en mí. ♥

Gracias a ella tenemos estas ediciones de Laila y Mateo, porque yo me había olvidado de que la primera existía hasta que ella hizo la otra. ¿Es muy tarde para presentarlos de esta forma? 

Gracias por la paciencia, por el amor, por la empatía y por volver. ♥

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