3. El primer sueño
•
• A D V E R T E N C I A D E C O N T E N I D O •
Este capítulo habla de muerte infantil. Si este tema te da ansiedad o te incomoda, te aconsejo leerlo a tu ritmo y evaluar cómo te vas sintiendo. Si no podés seguir, no te preocupes. Podés leer el siguiente capítulo sin perder demasiada información.
La primera visita de Laila al mar de los muertos estuvo marcada por la lluvia y el dolor. Sol le había prometido que no sería igual cada noche, pero los días pasaban y nada existía a su alrededor fuera del agua y de la pena, nada que valiera el esfuerzo contemplar.
Su hermana estaba igual que la última vez que la vio con vida, con el pelo rubio hasta media espalda y las puntas de un rosa claro que empezaba a desteñirse. Llevaba una túnica negra igual a la suya que le cubría el resto del cuerpo, excepto las manos. Y en las manos de Sol se fijaba su mirada cada noche.
Tenía las muñecas pálidas, de un blanco impoluto que no parecía la piel que recordaba. Hacia la punta de sus dedos se dirigían ondas translúcidas que se movían al ritmo de la superficie del mar, como si debajo de la túnica todo su cuerpo fuera un reflejo del agua. Tenía una única uña, casi tan larga como el dedo, en el índice derecho. En los dedos restantes no había nada, excepto el juego de luces que imitaba el entorno.
—Pensé que no ibas a venir —susurró despacio. Tenía la voz quebrada, como cada noche, y se mantenía en el extremo del bote, lejos de ella.
Laila evitó perderse en los vaivenes de su piel. Lo único normal en Sol era su rostro. Lo único creado a partir de su memoria, también.
—Salí a comer con los chicos. No sabía a qué hora volver.
—Tenés que dormir antes de la hora a la que entraste al mar la primera vez —murmuró.
—¿Hay alguna forma de saber la hora exacta?
Era imposible para ella tener registro del momento en que abrió los ojos y se encontró con el manto que acabaría por convertirse en el abrigo de sus noches. El cansancio la había vencido antes de las diez y Laila no fue capaz de moverse cuando abrió los ojos. Después de lo que sintió una eternidad vio que el reloj marcaba poco más de las dos de la madrugada.
Había cuatro horas entre las diez y las dos. Cuatro horas dentro de las cuales estaba su minuto límite para entrar al mar.
—¿A qué hora te dormiste hoy?
—Más de la una.
—Y pudiste entrar. Hacé la cuenta.
Entre la una y las dos. Una hora en vez de cuatro. Ojalá hubiera mirado el reloj en vez de llorar esa noche. Ojalá no se hubiera concentrado en saber si seguía viva en lugar de anotar a qué hora se había despertado.
—¿Te enojaste? No quise llegar tarde. Te juro que... —Se calló.
Sol no la miraba. Sus ojos se perdían en la superficie calma que se extendía ante ellas, su mano se había levantado en espera del primer llamado.
—Mañana voy a entrar a tiempo —prometió—. No voy a esperar al límite.
—Mañana, mañana... Para vos es mañana. Acá pasan días hasta que te vuelvo a ver. —Su voz no le reclamaba.
Laila empezó a remar despacio, sintiendo cómo el mar se resistía a su avance. El primer sueño de la noche era el más complicado, el que se sentía más invasivo. El agua parecía olvidarse de ella y recibirla con recelo cada vez que se dormía, dando fuerza al argumento de Sol que afirmaba que un día en el mundo de los vivos eran entre siete y diez en el mar.
—¿Siempre es así? —preguntó en un susurro—. Me asusté cuando... cuando me llamaste.
La mirada de su hermana se ancló a sus ojos. Entrecerró los párpados con desconfianza.
—¿Me escuchaste?
—¿Vos no me escuchaste a mí?
Sol sacudió la cabeza sin dejar de mirarla.
—No te escuché, pero sentí... paz. Cuando estás abajo, no percibís nada. Fue como si el agua me envolviera para decirme que venías.
Estar abajo. Como si en ese momento no lo estuviera, como si navegara con ella en carne y hueso.
—Yo sí te escuché —siguió Laila—. Me pediste que me apurara y vine como pude. Estaba en el baño, el agua se volvió negra. Pensé que me hablabas.
—Pensaba en vos, pero no te podría haber hablado. Fue el mar, es el único que puede conectar los dos mundos. Nosotros no tenemos esa capacidad.
Durante algunos minutos, ninguna habló. Laila se estremecía cada vez que Sol hablaba del mar como una entidad y no un cuerpo de agua, como un alguien y no un algo. Al mismo tiempo, nunca habían hablado de la muerte, y Laila había respondido a la oferta de un ser que no podía identificar. Por momentos, ansiaba creer que el mar no había creado una representación a la que ella le ponía rostro para que su hermana pudiera romper la superficie. Deseaba nunca haber preguntado si aquello era real.
Sol le indicaba la dirección con movimientos ligeros de su mano, capaz de percibir en el aire dónde las almas estaban más cerca de la superficie, dónde esperaban por ellas. Laila, capaz de tocar la madera e impulsar el bote, seguía el camino marcado.
El cielo estaba inundado por nubes grises, como cada noche. Si existía un sol más allá, jamás lo sabrían. La luz era escasa, como si la noche las fuera a alcanzar, y cada vez que Laila despertaba, la última imagen que tenía del mar era el brillo sobre las olas diminutas de la superficie, danzando contra la oscuridad. A lo lejos, inalcanzables, se veían montañas que parecían alejarse a medida que avanzaban en su dirección. Eran la promesa de que jamás alcanzarían tierra firme, que el agua era todo lo que tenían. Para Laila, todo lo que tenía era su hermana. En ese mundo o en el otro. En uno, el alma; en el otro, el recuerdo.
Sol levantó la mano en el aire y extendió su dedo índice para que Laila frenara el bote. Acercó su única uña al borde, con cuidado de no tocar la madera, y la hundió en el mar.
La superficie se rasgó con un quejido que resonó en Laila, en sus dientes, en el centro de su corazón. El dolor del mar al ser abierto la quebró. Se fijó en cómo la piel de su hermana se tornaba embravecida, cómo el movimiento oscilante de minutos atrás se convertía en un oleaje violento mientras un hilo de agua se aferraba a su mano para escapar de las profundidades. En cuanto el alma estuvo a salvo en sus manos, retiró la uña capaz de herir la quietud y el escenario adoptó la calma de una bestia inquieta que espera el próximo ataque para defenderse.
El primer sueño de la noche era el más complicado.
—Es una nena —mencionó Sol mientras el hilo de agua recorría sus manos—. ¿Vamos?
Sus ojos no habían cambiado desde el accidente, pero su mirada era la de otra persona. Se fijaba a ella como si quisiera anclarse a su memoria, no ser olvidada. Sol siempre había sido de mirada suave y dispersa, pero en ese plano era tan intensa que a Laila se le erizaba la piel.
—Vamos —accedió.
Su hermana cerró los ojos y bebió. El alma que había respondido al llamado se deslizó entre sus dedos, directa a los labios, y desapareció.
Las nubes descendieron en un espiral hipnótico que parecía dirigirse a ellas. Laila se agachó la primera noche para ponerse a salvo del peligro, pero acabó por acostumbrarse. Ya no se escapaba, sino que esperaba con calma que el cielo cayera sobre su cabeza y se la tragara. Cuando llegó el frío y dejó de respirar, contó hasta diez.
Las nubes se dispersaron de a poco, dejándolas en el medio de un parque. Las acompañaba una nena que no tenía más de siete años y llevaba un vestido morado con flores amarillas. Corría con pasos torpes, sosteniéndose una muñeca con la mano libre y los ojos hinchados de tanto llorar. En un banco la esperaba una mujer.
—Te lastimaste de nuevo —le reclamó—. No te podés quedar quieta, ¿no?
La nena las miró de reojo, consciente de su presencia. Laila pidió en silencio que no las delatara, como cada vez que le tocaba entrar a un sueño con un niño. Era difícil explicarles que nadie podía saber que ellas estaban ahí.
—¿Qué hiciste, Luz? —preguntó con la voz quebrada. A pesar de la molestia, su angustia era imposible de esconder—. ¿Qué hiciste, bebé? —agregó con lágrimas en los ojos.
—Me caí.
La mujer se mordió los labios para contener el llanto. Sol se acercó a su hermana sin llamar la atención de Luz.
—Sabe que es un sueño —le susurró al oído.
Laila asintió en silencio.
—Tenés que dejar de caerte, mi amor.
—Pero...
—Sin peros. Tenías que dejar de saltar.
Luz empezó a llorar. La mujer se acercó con la intención de abrazarla cuando la nena retrocedió.
—No se van a poder tocar si estamos cerca —le explicó Sol—. Vení.
La invitó a seguirla con un gesto rápido y se alejaron de la escena. El parque se tornó borroso a medida que se acercaban a los límites del escenario del sueño. Cuando estuvieron solas, Sol se dejó caer sobre un banco de piedra y suspiró.
—Esto me mata. Sabe que está soñando, sabe que la nena murió, pero no sabe que de verdad le está hablando. Va a pensar que fue su imaginación, no va a aprovechar que pueden hablar por última vez.
Laila se sentó a su lado, mirando la escena a lo lejos. Distinguía manchas de colores en la distancia y asumió que estaban compartiendo el momento que su presencia limitaba.
—¿Qué pasa si nos vamos más lejos?
—Si no podemos verlas, el sueño se pierde. El alma vuelve al fondo del mar y le toca esperar de nuevo. Si desaparece por nuestra culpa, lo tenemos que pagar.
—¿Cómo lo pagaríamos?
—No preguntes. No nos dicen esas cosas. —Hizo una pausa antes de cambiar de tema—. Hoy tuve miedo. Pensé que habías elegido dejar de venir.
—Ni en pedo te dejo.
—Algún día tenemos que dejar de navegar, es parte del acuerdo. Cuando decidas que podés seguir sin mí, el mar no te va a dejar entrar. ¿Y sabés qué es lo peor? Que depende de vos, no de mí. Que yo no puedo elegir esperar hasta que esté lista para...
—¿Para qué?
—Para lo que me toca.
El silencio las rodeaba. La mujer, a sabiendas de que Luz no vivía, había concentrado toda su energía en la nena y se había olvidado del entorno. Su mente llenaría los vacíos en otro momento. Para ellas, veían una película muda en mala calidad.
—Nunca me hablaste de lo que va a pasar después.
—¿Cuando te canses de navegar?
—Cuando llegue al máximo tiempo que me dejen pasar con vos. —Buscó su mirada—. No seas estúpida, no te pienso dejar. Estoy acá por vos, sí, pero por mí también. Te necesito, tonta. Necesito verte porque te extraño. Dejá de decir que estoy bien sin vos.
—Aunque no lo diga, no lo dejo de pensar. —Le brillaban los ojos. Laila quiso abrazarla como nunca desde que la vio por primera vez en el mar—. Tengo ciclos enteros hasta que te veo de nuevo y me sobra el tiempo para imaginar todo lo que podés hacer, cuánto necesitás descansar. Estar acá te agota, te drena de a poco. Y un día vas a estar bien con la idea de haberme perdido.
Laila se acercó a ella y dejó su cara a pocos centímetros de la de Sol, lo bastante cerca como para que aún pudieran mirarse a los ojos.
—Escuchá bien esto y que te entre. Nunca voy a estar bien sin vos. Y si estás sola y tenés miedo, con más razón voy a estar para cuidarte. Como siempre, ¿te acordás? No te voy a faltar nunca.
Sol asintió sin bajar la mirada. Le costaba respirar, aunque no lo necesitara.
—¿Cómo sabés que tengo miedo? —preguntó con un hilo de voz.
—Porque sos mi otra mitad y te conozco más de lo que me conozco a mí.
Las figuras se volvieron nítidas a su alrededor. La nena corría hacia ellas.
El sueño había terminado.
—No quiero que te vayas —pidió Sol mientras el parque se desvanecía entre las nubes.
—No me voy a ir. Te lo prometo.
Hola. ♥
Conocimos a Sol, estuvimos en el mar, ahora sí podemos decir que empezó la historia.
La canción de multimedia es una de las que sentó la idea de la historia de Laila. Ya tenía algunas líneas, pero escuchar Spirits of the Sea terminó de cerrar la idea, en especial porque Laila es argentina y Tarja escribió la letra de esta canción como homenaje a la desaparición de un submarino argentino (el ARA San Juan). Todo me traía a mi país.
Capítulo dedicado a Cabushtak por esta ilustración hermosísima que hizo de Laila y Sol en el mar. ¿Les parece tan preciosa como a mí? El dolor de Sol es tangible y se ve en la mirada de Laila que ella no es indiferente a ese pesar. Las quiero abrazar, quedaron increíbles. ♥
Espero que la historia les esté gustando. ♥
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro