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29. Alguien que se quede

Si le hubieran preguntado cuáles eran sus rituales personales, esos que prefería hacer sin compañía, que era incapaz de realizar apurada y que le podían ocupar una tarde entera, Laila solo podría pensar en uno: cambiar las cuerdas de su guitarra. Prefería hacerlo sola, tomarse el tiempo de limpiar los trastes y las clavijas, de proteger la madera del mástil, de encerar la caja. Tenía un orden definido, una secuencia que la relajaba y la mantenía ocupada cuando su cabeza le sugería que su existencia pesaba demasiado.

Estaba sentada en su cama, con la ventana abierta y el instrumento sobre las piernas, cuando dos golpes en la puerta la distrajeron.

—Pasá.

Lucía se asomó con una bandeja en las manos. Llevaba un termo con agua caliente, el equipo de mate y una bolsa con medialunas. Laila la saludó sin levantarse. Su amiga corrió la silla del escritorio con un pie, apoyó la bandeja ahí y le dio un abrazo rápido antes de mover la silla hasta el borde de la cama, sacarse las zapatillas y sentarse.

—¿Cómo estuvo la guardia?

Lucía empezó a preparar el mate. Laila aflojó la primera y la sexta cuerda.

—Horrible. Cayó una familia por un accidente. La bebé quedó en la neo, el nene murió en el acto. El papá murió en el hospital.

—¿La mamá?

—Hecha mierda. Primero no, primero no entendía nada. La tratábamos de calmar y ella no entendía por qué la conteníamos. Después se dio cuenta. Una de las enfermeras me dijo que estaba a un accidente más así de cambiar de trabajo y dedicarse a otra cosa.

Laila suspiró.

—No sé cómo hacés para ver esas cosas. ¿Qué hacés cuando salís de un día de mierda como ese?

Lucía le dio el primer mate.

—Depende la hora. A veces, llamo a Nico y hablamos un rato por teléfono hasta que llego a casa y duermo. A veces, paso por la imprenta y tomamos algo.

El mate estaba amargo, como ambas lo preferían, y Laila se fijó en la expresión cansada de su amiga mientras esperaba que se lo devolviera.

—¿Me lo estás contando a mí porque no hablaste con él?

—Sí hablé con Nico. Salí del hospital, fui a desayunar a una cafetería y esperé a que abriera la imprenta. Cuando llegó, hablé con él.

—Pero no de eso. —Le devolvió el mate.

—No, no de eso. Le pregunté si sabía lo de Mateo y Sol. Resulta que sí sabía, que no me dijo nada porque sabía que te iba a contar a vos y era algo que Mateo tenía que decirte. Peleamos, me enojé, me pidió perdón... Abrió media hora tarde, después de que me fui. Volví a casa a dormir, almorcé y acá estoy.

Laila apoyó la espalda contra la pared. Cerró los ojos, contuvo un suspiro.

—Vos te peleaste con Nico, yo me la agarré con Lucho... Jaz no va a entender nada cuando nos vea.

—¿Hablaste con Mateo?

Laila abrió los ojos, fijó la vista en el techo.

—No puedo. Me tiene bloqueada.

—Lo podés llamar. Podés ir al departamento. Si hablás con Lucho, con tal de no seguir peleado con vos es capaz de ayudarte.

—Ese es el problema —dijo en un suspiro—. No lo quiero obligar. Mientras más piense que es algo para hablar, más significado le voy a dar. Y no quiero que signifique nada.

Lucía se acercó la bombilla a los labios, pensativa.

—Si no te importara, ni siquiera pensarías en si significa algo o no. No le darías bola.

Laila se tapó la cara con las manos y respiró despacio. No estaba segura de qué esperaba de esa visita, no sabía qué tenía en mente cuando decidió que necesitaba a Lucía con ella, pero lo cierto era que el último día había cambiado todo. Desde su llamada de madrugada hasta ese momento, había ido al mar dos veces y había visto la cara de la muerte y la felicidad de su mamá.

—No sé qué querés que te diga.

—Quiero que me digas cómo te sentís, qué sentís. Cómo pasó, en qué términos pasó. Lo que necesites decir para sacarte esto de encima.

—Ya tenés demasiado, no te puedo tirar estas boludeces. —Volvió a su tarea y aflojó las cuerdas dos y cinco.

—Dale, tonta. Contame. Si no es para preocuparme, que sea para distraerme. Me hace falta. —Le dio el mate de nuevo.

Laila se acomodó y abrió los sobres de las cuerdas nuevas, las ordenó según su grosor. Hablar de su noche con Mateo implicaba buscar un principio que, en su cabeza, era difuso.

—Estoy soñando con Sol —empezó—. Después de lo de Jaz, soñé con Sol y me desperté enojada. Mateo estaba despierto, lo fui a ver. Necesitaba pelear con alguien y... No, bueno. Antes de eso, mi vieja me encontró pastillas para dormir. Mi tía, en realidad, y se las mostró a mi vieja y peleamos.

Contuvo el aire mientras Lucía procesaba sus palabras. Había decidido hablar igual que con Luciano para asegurarse de que ambas reacciones no estaban condicionadas por sus palabras.

—¿Tan mal dormís?

Se permitió respirar. Estaba segura de que el alivio se percibía en su semblante, pero Lucía esperaba más que una expresión de paz.

—Sos la primera persona que me pregunta eso en vez de pensar que me quiero matar.

—Porque tenemos un trato y confío en vos. Yo sé que, si tenés un impulso así, me vas a llamar.

Levantó la guitarra y se acercó a su amiga. La abrazó despacio, con un «gracias» anudado en la garganta. Por momentos, cuando empezaba a desconfiar de sí misma, se recordaba que Lucía estaba ahí y creía en ella más que nadie. Y la intuición de Lucía era de fiar.

—Te juro que eran para dormir bien.

—No me tenés que jurar nada. —Le acarició la cabeza despacio—. Pero contame bien. Te peleaste con tu vieja, salimos todos mal de lo de Jaz y soñaste con Sol. Y fuiste a ver a Mateo. ¿Así?

Laila asintió despacio. Se alejó de su amiga, la miró a los ojos. Necesitaba que leyera en su expresión el miedo que sentía.

—Se preocupó cuando le dije que lo iba a ver. Hacía un frío de cagarse y bajó descalzo y sin campera. —La imagen de Mateo caminando mientras la esperaba se plantó en sus recuerdos—. Estaba como el culo. La ex lo había buscado y, por lo que escuché, es Martín hecho mina. O peor, no sé. Se me pasó la bronca, tomamos un café. Hablamos de Sol, de si tuvo la culpa o no de lo que pasó.

—¿No te insinuó nada?

—No, ni de casualidad. Se preocupó de una forma que... No sé, Lu. Pensé que lo de Sol no me iba a pegar tanto, pero más pasan los días y más me doy cuenta de que soy una estúpida.

—¿Te enganchaste?

—No, pero esperaba otra cosa.

Lucía la alejó con un brazo y la mantuvo a distancia. Levantó una ceja despacio, apretó los labios para no reírse.

—¿Estás diciendo que el muñequito de torta decepciona?

Laila se liberó de su amiga y abrió la bolsa con medialunas. Rompió una con cuidado, consciente de que tenía que seguir con la guitarra y no quería ensuciarse los dedos con almíbar.

—No decepciona. Diez de diez. Bueno, sin contar que se drogaba con mi ex, pero ese es otro tema.

Lucía se paró y empezó a caminar por la pieza, confundida como si tuviera un problema que resolver. Laila no veía ninguno.

—O sea que se drogaba, encima con el violín de tu ex, se acostó con tu hermana, que es idéntica a vos, y después se acostó con vos y nunca te contó lo de Sol. ¿De qué nos estamos lamentando? ¿De que no te habla?

Si lo veía de esa manera, Mateo le había hecho un favor al bloquearla. Pensó en cómo se había despertado aquel día, cómo la acarició después de haberla acompañado durante toda la noche. Pensó en lo bien que había dormido, en cómo la veía en sus sueños. No podía enojarse si había estado en su cabeza y sabía cuánto le pesaba esconderle la verdad.

Lucía esperaba una respuesta, pero Laila tenía la mirada perdida en un punto de la pared.

—Nadie se queda —murmuró Laila.

Su amiga apoyó los antebrazos sobre el respaldo de la silla, se inclinó hacia delante. Entrecerró los ojos despacio.

—No dejás que nadie se quede —contestó en el mismo tono—. Siempre vas vos a la casa de ellos, siempre te vas apenas terminan. Nunca te quedás a dormir con nadie y dejás claro desde el principio que no buscás nada que dure. Es difícil que alguien se quede si no lo permitís.

—Nadie me da motivos para que piense que se podrían quedar.

—¿Y el chabón que comparte pasado con tu ex y que se metió con tu gemela te dio las razones más válidas del mundo para que ahora quieras empezar algo? O te estás explicando como el culo o decime dónde está mi amiga, porque parece que acá no.

Laila giró y se acostó con la cabeza del lado de los pies de la cama. Miró a Lucía, se recordó que podía ser vulnerable con ella. Que, en realidad, era la única persona con la que podía ser tan vulnerable como lo necesitara.

—Lucho tiene la culpa de todo.

—Seguro que sí, pero ¿por qué?

—Porque pensé que Mateo no la iba a cagar con Lucho en el medio. Menos cuando me dijo que Lucho lo llevó a rehabilitación y lo bancó todo ese tiempo. Podía joder con cualquier mina, pero conmigo no. Pensé que no se iba a ir y... No sé, Lu. Me gustó la idea. Me sentí bien con eso. Me quedé a dormir con él. Pensé que tenía que esperar un tiempo hasta que acomodara sus cosas, lo de la ex, todo, y después íbamos a poder hablar.

Lucía rodeó la silla y la ayudó a levantar la cabeza. Se sentó en la cama, le hizo una seña a su amiga. Cuando Laila recostó la cabeza sobre sus piernas, la peinó despacio con los dedos.

—¿De qué querías hablar?

—Lo hice sentir como el culo. Me siento peor por lo que le dije que por lo que él hizo. Le quería pedir perdón, hablar bien.

—¿Pedirle que se quede?

No fue capaz de contestar. Cerró los ojos con fuerza, evocó el cuidado con el que Sol medía las palabras.

«¿Te habló de mí?».

—Se acostó con mi hermana, Lu.

Lucía acomodó la espalda contra la pared y separó un mechón de pelo de su amiga. Con suavidad, lo trenzó mientras hablaba.

—¿Supiste lo de la prima?

—Me enteré por mi vieja, que se enteró por la mamá de Lucho.

—Nico me contó hoy. Me dijo que Mateo le había prometido que iba a hablar con vos después de la marcha porque no tenía cabeza para pensar en otra cosa desde que desapareció. Iba a esperar que pasara la marcha y te iba a invitar a tomar un café en el departamento. Lo tenía todo armado. Te iba a llamar al otro día, a la mañana, para que se vieran a la tarde. Lucho ya había arreglado para no estar. También me dijo que te bloqueó porque sabía que no iba a poder hablar del tema hasta que pasara lo de la prima. Si te decía algo, iba a ser para peor.

Laila se tapó los ojos con una mano.

—Me enteré antes de la marcha.

—Lo que no entiendo es cómo te enteraste.

La pregunta que Laila no podía contestar sin poner a su amiga en peligro apareció en el momento en el que menos capacitada estaba para escapar.

—Viendo cosas de Sol —mintió—. Mi tía quiso limpiar la pieza y me dio una caja con ropa. Mi vieja no quiere hacer grandes cambios, pero sí quiere donar todo lo que se pueda. Abrigos, más que nada.

—¿Tenés cosas de cuando era chiquita? ¿Juguetes, ropa?

—Seguro que sí. ¿Por?

—Conozco gente que hace campañas de donación por el Día del Niño. Te ayudo a buscar, si querés.

Le latía el corazón. Que Sol se despidiera, tener la oportunidad de que sus pertenencias siguieran otro camino... Sentía que la memoria de su hermana se deshacía poco a poco y ella era quien lo permitía, pero también seguía viviendo. Se sentó, sin prestar atención a la trenza que habían dejado a la mitad. Sol vivía ahora en el campo de su abuelo, en los recuerdos felices de Mercedes, en un sueño que la acompañaría de por vida. Vivía en ella, en todas sus noches. Y, si olvidaba sus sueños en el mar, Sol seguiría viva en el brillo de sus ojos en el espejo, en las fotos que se sacaban de adolescentes y ahora veía ridículas, en más de veinte años que habían compartido juntas. Sol no se iba a perder mientras ella la recordara, mientras alguien la guardara en su memoria.

Cuando habló, le temblaba la voz.

—¿Lo podemos hacer ahora?

—Podemos hacer todo lo que quieras ahora.

Se levantaron despacio, se pusieron las zapatillas. Lo iban a hacer.

Laila abrió la puerta del cuarto de Sol por segunda vez en el mes y sentía que llevaba una vida sin entrar. El escritorio seguía con la funda que su hermana había dejado antes de irse aquella noche, juntando polvo. Graciela solía dejar las ventanas abiertas durante todo el día y los muebles tenían una fina capa gris que Laila necesitaba limpiar cuanto antes. La caja de ropa que había llevado días atrás estaba a un costado, intacta. La llevó a la cama, se sentó. Lucía tomó su lugar al otro lado de la caja.

Le resultaba extraño sentir que la huella de su hermana se borraba con el paso de los días cuando cada noche la veía tan nítida como la recordaba. Empezaba a creer que la Sol de sus sueños no era otra Sol, sino una bañada en tristeza.

—¿Cómo separamos?

—Todo esto es reciente, la ropa de cuando era chica está en la pieza de mi vieja. Debo tener algunas cosas mías también, para sumar. Lo de acá se separa entre cosas para donar, cosas que hay que arreglar antes de donar y cosas para tirar.

Lucía asintió y sacó la primera prenda. Era una campera de gabardina verde militar.

—Esta se la regalé yo para un cumpleaños —dijo Lucía con una sonrisa.

—La amaba. Se compró unas botas para combinarla. —Hizo una pausa, se detuvo en cómo las manos de su amiga doblaban la campera y la ponían a un costado—. ¿La extrañás?

—Más vale que la extraño. Me recibía mejor que vos cada vez que venía.

Laila dejó escapar una sonrisa apagada.

—A veces no pienso en cómo se pueden sentir los otros. Hasta ayer, ni pensaba en cómo se sentía mi vieja con todo esto. Lo de Sol le pegó a más gente de la que puedo contar.

Lucía, que conocía sus palabras y sus silencios, estiró una mano para evitar que Laila sacara otra prenda.

—¿Qué pasó ayer?

La idea de mentir apareció como una salvación en su mente, pero lo había prometido. Por eso, sin esperar que su amiga repitiera la pregunta, le habló de cómo se había ahogado mientras dormía, cómo había caminado inconsciente hasta el baño. Omitió todo detalle relacionado con el mar, pero supo, mientras hablaba, que no necesitaba mencionar el acecho de la muerte para mostrar lo perdida que estaba sin su hermana, lo mucho que necesitaba descansar por las noches y lo cerca que estaba de perder el control de su cuerpo.

Lucía no la interrumpió, no alejó la mirada de ella. Cuando Laila terminó, la instó a repetir la historia a base de preguntas, momento por momento.

—¿Probaste algún té para dormir? No vas a conseguir una receta tan rápido y Mecha no debe estar en la mejor situación para ayudarte.

—O sea, para controlar que no me baje todo el frasco.

—Sí, para que no te mates. —Corrió la caja y se acercó a ella—. No juegues a ver quién es la persona más cruda acá porque vengo de una guardia de mierda y, en vez de hablar con la única persona que me aguanta en momentos así, lo busqué para pelear. Conmigo no, Laila.

La expresión de cansancio delató que llevaba horas intentando callar lo que había vivido y había tapado su necesidad para ser su soporte, como siempre. Como se lo había prometido. Lucía tenía lágrimas en los ojos. Se paró y caminó hacia la puerta.

Laila se acercó tan rápido como pudo y la tiró de un brazo para hacerla girar. La abrazó con fuerza, como si se pudiera romper en cualquier momento.

—Perdón, Lu. Soy una pelotuda. Estoy segura de que le hiciste un bien a esa mujer. Es imposible que no le hagas bien a alguien.

Lucía se aferró a ella en silencio.

El abrazo duró una eternidad menos de lo que necesitaban. Se separaron despacio, con los ojos húmedos y la respiración entrecortada.

—¿Te puedo hacer una pregunta que no tiene nada que ver con esto? Bueno, a vos no. A tu intuición infalible.

Lucía asintió y se sentó en la cama. La miró de frente.

—¿Qué pensás de Mateo?

Suspiró antes de contestar. Miró hacia la ventana cerrada, se tomó algunos segundos. Laila los contó. 

—A veces, Nico me hace señas para que le preste atención cuando pasa algo puntual. La vez que pelearon en el departamento, Nico me mandó un mensaje para que mirara a Mateo cuando estaba preparando la carne en la cocina. Se había quedado parado con la bandeja en la mesada y miraba fijo el balcón.

Laila intentó recordar esa noche, pero solo pudo pensar en el dolor provocado por sus palabras. Volvió a sentarse en la cama de su hermana, Lucía decidió seguir.

—Vos estabas fumando en el balcón y Mateo te miraba como si hubieran estado juntos, se hubieran separado y se arrepintiera de haberte perdido. Eso pensé esa noche, tengo el mensaje que le mandé a Nico por si lo querés ver.

—No hace falta.

—Ahora, teniendo un poco más de contexto, lo veo más como que sabía que no tenía chances con vos si te contaba lo de Sol. —Estiró una mano hacia ella—. Entiendo que el tipo te guste, pero también entiendo que te haga mal. No lo veo como un tipo que juegue, por más que tenga sus libertades. Y esa vez que te volviste con él... Te juro que me convenció de que ibas a estar mejor con él que con cualquier otra persona. —Envolvió una mano de Laila con las suyas—. Si ordena un poco el desastre que tiene en la cabeza, le tengo fe. Y a vos también.

—¿Aunque se juntaba con mi ex?

—Hace un rato dijiste que estuvo en rehabilitación.

—Estuvo con Sol.

—Eso es algo que tienen que hablar ustedes dos.

Laila asintió en silencio, con la mirada fija en sus manos juntas. No podía esperar que los demás respondieran por ella si podía confiar en Mateo o no.

—El único muñeco de torta acá es Nico.

Lucía dejó escapar la risa más genuina del día. Le soltó las manos, fingiendo que se había ofendido.

—Mateo es el que está más bueno que el aguinaldo. Ponele un traje y tenés el muñequito de torta.

—Debe ser justo el único del grupo que no tiene un traje en el ropero.

Retomaron la tarea de clasificar, con un alivio indescriptible en la atmósfera de ese cuarto cerrado. En algún momento, Lucía estornudó, y lo consideraron una señal para volver a la pieza de Laila y abrir la ventana. Se sentaron en el marco, prendieron un cigarrillo cada una.

—Te voy a decir una sola cosa para cerrar el tema, salvo que quieras seguir hablando. —Lucía tiró las cenizas al patio—. Si querés que alguien se quede, sea quien sea, no lo eches por miedo. Y, si te nace, pedilo. Muchas cosas se pierden porque alguien fue demasiado cagón para pedirlo y la otra persona fue lo bastante imbécil como para no darse cuenta.

• G L O S A R I O •

Violín: en este contexto, violador.

Gabardina: tejido de algodón, lana o fibra sintética. 

¡Hola! ¿No les resulta sospechoso que estemos teniendo momentos bonitos? Bueno, no sospechen. No hay maldad ni segundas intenciones. 

¿Tenemos una mejor idea de lo mal que la pasó Laila en su única relación previa?

¿Lucía en un día horrible y peleando con Nico por Laila?

¿A quién le queda mejor el apodo de «muñequito de torta»? 

Si se preguntan por Roma, estuvo toda la escena en el patio, tomando sol. Hay que aprovechar las siestas de invierno.

Este capítulo es para RosarioOrtiz5. Quería darte uno más reflexivo sobre el duelo de Laila, pero este me parece lo bastante bonito como para agradecerte por las interpretaciones hermosas que hacés de esta historia. ♥

Gracias por el amor que le dieron al sueño de Mercedes. Igual que en este capítulo, en ese dejé cositas muy personales que no quiero perder.

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