27. El poder de decidir
Tenía la espalda mojada, el agua le rozaba el cuello. Tomó aire antes de que su cabeza se hundiera, aunque sabía que no necesitaría respirar. No lo necesitó la primera vez que estuvo bajo el agua, al menos. En esta ocasión era diferente.
Descendía despacio, como si se hubiera recostado sobre la superficie quieta del mar y la gravedad tirara de ella hacia lo más profundo. El agua le cubrió las orejas, le tocó las comisuras de los labios. Laila los juntó en un movimiento brusco.
No cerró los ojos mientras el mar la arrastraba con una lentitud agonizante hacia la oscuridad. Mantuvo la mirada fija en las nubes grises, en el cielo que no era más que una ilusión. Se preguntó por qué el imaginario colectivo ponía a un dios omnipresente en las alturas, si en ese mundo reinaba la muerte y el mar era su cuerpo, su conciencia y su dominio.
No, no su dominio. Su dominio era el sueño.
Estaba soñando.
Giró la cabeza con fuerza. Había pasado tanto tiempo desde la noche de su acuerdo con la muerte que no recordaba si esa vez también había sentido que su cuerpo se entumecía bajo la superficie. El agua se resistía a su movimiento, como siempre que navegaba, pero era diferente. La atención que recibían sus movimientos no era la usual.
El agua helada le arañaba la piel con un roce que Laila, contrario a lo que esperaba, sentía cómodo. Como si se cepillara con alambre y sus brazos entumecidos apenas sintieran un cosquilleo. Como si le aliviaran el ardor de una herida que desconocía tener. Le provocaba placer mientras la lastimaba, y, mientras se esforzaba para no dejar escapar un suspiro por miedo a que le entrara agua en la boca, se preguntó si su vida entera no consistía en encontrar placer en el dolor.
Dio media vuelta en el agua para enfrentar la profundidad. Vio el brillo sutil de las ondulaciones que producían las almas al moverse, sintió en la lejanía cómo el mar le llevaba las vibraciones suaves que emitían mientras se desplazaban. No recordaba haber notado el detalle la primera vez y se preguntó, con un dejo de preocupación, si había algún motivo para que su cuerpo reaccionara de esa manera a las almas que antes solo había sido capaz de ver. Sus sentidos captaban las diferentes trayectorias, las velocidades con las que se acercaban a ella. Su piel reaccionaba a la cercanía y, sin embargo, una alerta le indicaba que no era lo que veía lo único que la acompañaba. No eran solo las almas próximas a soñar lo que alcanzaba a percibir. Había más.
En el corazón de la negrura, hablándole, llegaba un tono pulsátil que apelaba a la culpa que yacía en su conciencia. Laila pensó en su pacto, en su promesa, en cómo había determinado que lo más importante de sus días sería dormir a tiempo para navegar con su hermana y, así, poder mentirse y fingir que no la había perdido.
A lo lejos, acercándose entre las almas que existían a su alrededor, una voz la llamaba.
«¿Cuánto vale la palabra que se quiebra con la brisa de una ilusión?».
Su cuerpo se paralizó al reconocer la voz. Era la misma de su primer sueño, la que le había ofrecido compartir cada noche con Sol hasta que decidieran separarse. La misma que Laila había intentado engañar al imaginar que podía elegir quedarse en el mar para siempre.
«¿Cuánto vale una ilusión que se apaga ante el mínimo conocimiento?».
Su corazón, como siempre, estaba listo. Su mente, estancada.
«¿Cuánto vale un conocimiento sembrado en la mentira, regado con ignorancia?».
Le hormigueaba la piel. La familiaridad de la voz le sugería que se acercara, pero Laila no era capaz de manejar su cuerpo ni creía que era seguro sentir confianza por la muerte. Tensó la espalda, intentó erguirse para poner distancia. Sus ojos seguían abiertos, pendientes de las almas que se desplazaban a su alrededor como si nadie vivo hubiera irrumpido su espacio.
Había entrado al sueño de Mateo cuatro veces. Una parte de ella esperaba ese encuentro la próxima vez que lograra dormirse, pero no había contado con que podía ocurrir durante el día. La falta de aire le molestaba.
«No va a volver a pasar», pensó, esperando que el mar tomara sus palabras como una promesa. Sin embargo, ¿cuánto valía su compromiso?
El agua se sacudió a su alrededor. Laila se vio arrastrada por una corriente suave que, aun así, tenía más poder sobre su cuerpo que ella misma. Sus labios se separaron en contra de su voluntad. Tragó para no ahogarse.
«Un incumplimiento merece una advertencia. Un alma con tiempo por delante no es prioritaria frente a las que están a punto de perder su único punto de contacto con el mundo de los vivos».
Sus pulmones se expandieron, pero no había aire a su alrededor. Laila tosió, pero no fue suficiente para alejar el agua de su garganta. Se llevó las manos al cuello, sintió su pulso acelerado. El mar estaba dentro de ella y se abría camino por su organismo para mostrarle lo incómodo que sería morir.
Mercedes le dio una cachetada. Laila la escuchaba gritar su nombre mientras la sostenía. Tenía frío, toda su ropa estaba mojada y su mamá le envolvía el cuello para sostener su cabeza fuera de la bañadera. Cuando abrió los ojos, notó que solo las alumbraba la luz del pasillo.
Tosió. Mercedes la sostuvo mientras vomitaba y se dejó caer a su lado, todavía sosteniéndola. Las dos temblaban. Laila se arrastró en dirección al suelo y su mamá cerró la canilla que seguía abierta.
—Casi pido una ambulancia —dijo Mercedes entre respiraciones entrecortadas—. No puedo con esto, Laila. Ahora no. Con lo de tu hermana, lo de esta chica, las cosas que pasan sin que nos enteremos... —Se sentó al borde de la bañadera. Sacó el tapón para desagotarla—. ¿Te tengo que encerrar para que no te mates? ¿Y si igual encontrás una forma estando encerrada? ¿Qué voy a hacer si te pasa algo?
Laila sacudió la cabeza. No podía con la voz temblorosa de su mamá, no cuando amenazaba con derrumbarse y ella era la única persona cerca.
—No me quiero matar —le aseguró, esperando sonar tan firme como lo sentía—. Me dormí en el sillón, no sé cómo llegué acá.
—Caminaste, llenaste la bañera, con agua helada, encima, y te ahogaste. Así llegaste acá. Y si no era por esa gata insoportable que tenés, yo nunca me habría dado cuenta.
—Te salvó una hija y sigue siendo «la gata insoportable». —Volvió a toser. No sentía que hubiera expulsado todo lo que debía—. No quise hacer nada, me acosté en el sillón. —Miró a su mamá, deseó que pudiera ver la verdad en su expresión con la poca luz que tenían disponible—. Te juro que no lo quise hacer.
En otra circunstancia, habría mentido para no sembrar sospechas sobre una conducta que no dependía de ella y que la anclaba a su hermana, pero era incapaz de mentir desde que la muerte había cuestionado el valor de su palabra y la angustia de Mercedes le impedía pensar con claridad. Si hubiera preguntado por Sol, Laila no estaba segura de poder esconder lo que pasaba en realidad.
La mujer se levantó despacio, sosteniéndose de cada superficie que podía. Si se había asustado tanto como Laila, todavía le deberían temblar las piernas. Prendió la luz, se arrodilló al frente de su hija. Había llorado.
—Te pedí que hablaras con alguien. Si empezás a hacer cosas dormida, aunque no tengas la intención... Si lo que hacés dormida te lastima, vas a tener que hablar con alguien.
—En serio, ma. No quise...
—Me muero si te pierdo. Grabatelo.
Se levantó y salió del baño. Volvió solo para acercarle ropa seca.
Laila se secó y se puso una bata de toalla. Tenía frío, el agua estaba helada, pero no era capaz de cambiarse como si no hubiera pasado nada. Buscó a su mamá en la cocina. El televisor estaba caído contra la pared y la radio descansaba en la olla con salsa caliente. Escuchó un maullido suave, tranquilo. Roma se había sentado en la esquina del sillón, lista para recibirla. Laila le rascó el cuello despacio.
—¿Ahora vos me cuidás a mí?
Giró la mano para acariciarle el espacio entre las orejas y se descubrió el dorso cubierto de arañazos profundos. Alzó a Roma y la sostuvo contra su pecho, la escuchó ronronear.
—Gracias —susurró despacio.
Escuchó un estornudo en la pieza de Mercedes. Caminó con la gata todavía en sus brazos y tocó la puerta. Cuando su mamá le abrió, Laila dejó a Roma sobre la cama y ella se sentó también. Había fotos de ella y de Sol en tres de las cuatro paredes, solo porque la cuarta estaba ocupada con un ropero que la tapaba por completo. Sin embargo, Laila sabía que, si abría la puerta, iba a encontrar pegados en el interior algunos de los dibujos que ella y su hermana hacían cuando eran chicas.
—No te quiero hacer mal —empezó. Era incapaz de mirarla a los ojos—. No quiero saber qué tan mal estás después de lo de Sol porque de casualidad puedo manejar cómo estoy yo. No puedo manejar lo que le pasa a otra gente. Ni siquiera puedo manejar lo que me pasa a mí. —Se le quebró la voz.
Mercedes se sentó con ella, le acomodó el pelo mojado atrás de una oreja.
—No tenés que poder manejar nada, está bien que esto nos pase por encima.
—No está bien que piense que lo único que me importa es lo que me pasa a mí.
Su mamá le mostró una sonrisa triste, apagada.
—Si lo único que podés manejar es lo que te pasa a vos, es lo único que te tiene que preocupar. Y si no podés ni siquiera con eso, con más razón. No me tenés que cuidar. Al revés, soy yo la que te tiene que cuidar. Y soy yo la que no sabe cómo.
Apenas podía respirar. Sentía el pecho rígido, incapaz de moverse al son de sus pulmones, y el aire que le llegaba lo hacía de forma entrecortada. Inhaló profundo una única vez, notó que seguía temblando. Subió los pies a la cama.
—Cuando Sol estaba en el hospital, esas horitas que aguantó, llegué a pensar que iba a salir bien porque tenía que ser así. Un mal susto por cada hija, una noche de sentir que me moría por cada una de ustedes dos, y listo. A casa. Ni siquiera se me ocurrió pensar que no íbamos a volver a casa las tres.
Laila inclinó el cuerpo hacia el de su mamá. Se dejó abrazar. Ya no podía recordar esa noche sin que el recuerdo terminara con la tristeza en la mirada de Sol cuando la esperaba en el mar.
—Que seas tan independiente y siempre estés entera me ayuda un montón porque no te tengo que cuidar tanto, pero me da miedo saber lo que pensás. Me da miedo imaginar lo que debe ser tu cabeza después de haber aguantado tanto para parecer tan entera después de lo que pasó.
—Mi cabeza es un lugar de mierda —murmuró sin pensar, y los brazos de Mercedes la envolvieron con más fuerza. Laila le sostuvo un brazo con ambas manos como única muestra de que necesitaba el contacto—. No te quiero preocupar. Lu viene un rato mañana, no estoy sola.
Mercedes le dio un beso en la sien.
—Te creo. Por mucho que me cueste, te creo.
Laila giró el torso tanto como su mamá se lo permitía y le correspondió el abrazo. Escondió la cara en su cuello, respiró la humedad de su pelo desarreglado por la angustia de estar a punto de perder a la única hija que le quedaba. Supo que Sol no existía para ella más que en fotos y recuerdos, y trató de imaginar cómo sería no poder verla todos los días, no tener la seguridad de que hablarían cada noche.
Estaba cerca de perderla también, tenía la certeza. Sin embargo, era la primera vez que se preguntaba, con genuina curiosidad, cómo habían asimilado las personas a su alrededor que habían perdido a Sol. No había hablado con las amigas de su hermana, ni siquiera con el ex que había compartido años con ella. Era posible que los demás esperaran que ella se acercara para respetar su dolor, pero no se había preguntado hasta ese momento cómo habían llevado la pérdida, qué medidas habían resultado y cuánto la lloraban, si es que lo hacían. Pensó en sus propios amigos y se percató de que nunca había hablado con ellos de Sol para no poner en palabras su pesar, pero lo que había conseguido era no saber cómo se sentían ellos al respecto. Lucía y Sol tenían buena relación. Luciano siempre le llevaba regalos cuando viajaba. Laila no era la única que había perdido a alguien y, aunque lo hubiera creído durante semanas, su mamá tampoco.
—¿Puedo dormir acá?
Mercedes puso distancia entre ambas para mirarla a los ojos. A pesar de haber vivido los peores minutos del mes, una ilusión brillaba ínfima y cálida en sus pupilas. Asintió con firmeza. La abrazó más fuerte.
Laila volvió a respirar.
¡Hola! ♥ Este sueño no es largo, pero la escena es importantísima. Roma viene haciendo las cosas mejor que Mateo. 😅
¿Esperaban una advertencia cuando todo parecía solucionado? Y ¿de verdad parecía solucionado?
¿Mercedes termina la historia cuerda?
GenesisDeSousa hizo estas ilustraciones de Roma. ¿No es una belleza? Hasta tiene capa por ser una heroína cuando tira la radio a la salsa para llamar la atención de Mercedes. ♥
Este capítulo va dedicado a , que es una de las personitas más especiales que llegaron a esta historia y me hace feliz que la pueda disfrutar. Gracias por darle tanto amor a Laila. ♥
¿Saben que amo que sigan acá? Porque amo que sigan acá, no sé si se los dije lo suficiente. 🥺
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