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26. Los peligros de especular

Buscó su teléfono en cuanto pudo moverse. Fue a la conversación con Mateo para saber si estaba despierto, si esa noche también quería mantenerse al borde del precipicio que implicaba hablar con ella, pero descubrió que había bloqueado su número y, con eso, aniquilado cualquier posibilidad de que Laila le escribiera de madrugada.

—Cagón del orto.

Descartó la idea de llamarlo en cuanto se le ocurrió. Si seguía durmiendo, manteniendo el sueño en el que lo había dejado, Laila no quería ser quien lo despertara. No esa vez. Hundió la cara en la almohada. Detestaba ser capaz de hacerle un favor. Sentía la desesperación de Verónica como un cosquilleo y no se la podía sacar de la piel, aunque supiera que, si Mateo seguía en el sueño, no estaba con ella de verdad. No los podía separar, sin importar si lo había dejado con ella o con una ilusión. Que la abrazara hasta que consiguiera despertarse, que la llorara durante el día como Laila no podía llorar a Sol.

Sol.

Mateo lo había sabido desde el principio. Diez minutos después de conocerla había deducido que Laila no era Sol, que nunca había estado con él y que lo quería tan lejos como fuera posible. Había evitado acercarse aunque sus impulsos le jugaran en contra y había aprovechado cada oportunidad para que Laila pudiera pensar mal de él, como si intentara compensar el secreto que no era capaz de revelarle.

Pero sí podía pedir respuestas, aunque no fuera a él. Buscó entre sus contactos marcados como favoritos y se mantuvo en espera hasta que escuchó el contestador. Intentó de nuevo. Era una emergencia, tenía que atender. No había notado cómo apretaba las sábanas por la ansiedad.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien?

Laila tomó aire antes de hablar. No le importó su preocupación ni escuchar que parecía estar saliendo de la cama tan rápido como el sueño se lo permitía.

Su voz, para su alivio, sonó tan fría como en su mente. Casi parecía que no era capaz de perder el control.

—Si me llego a enterar de que vos sabías que Mateo se acostó con Sol, no te vuelvo a hablar en tu puta vida.

Silencio. Presionó el aparato contra su oído.

—No es algo para hablar por teléfono, menos a esta hora.

—¿Sabías o no sabías? Es una pregunta fácil. Sí o no.

Lo escuchó suspirar.

—¿Quién te dijo?

Movió las colchas de un tirón y salió de la cama. Roma se sobresaltó.

—¿Me estás jodiendo? Te pido que me contestes con dos letras y te las arreglás para esquivar lo único que te pido que digas. ¿Hasta cuándo lo vas a defender?

—Laila, calmate...

—¡No me puedo calmar! ¡Vos sabías! —Intentaba no levantar demasiado la voz—. ¡Sabías que se metió con mi hermana y no me dijiste nada cuando te conté que me había buscado, que casi pasa algo! —Se acercó a la puerta. Su mamá no parecía despierta—. No me lo dijiste cuando me encontraste en la cama de él.

Se sentó al lado de Roma, de espaldas a su mirada impaciente. Luciano sabía. Lo había esperado como una posibilidad tangible, como el camino lógico para un secreto de Mateo, pero quería que no fuera verdad. Tenía la respiración agitada, los pies inquietos. Luciano sabía, y lo había sabido, con seguridad, desde el principio.

—Hablemos, pero no ahora —pidió él—. Te busco a la mañana, vamos a desayunar.

Le dolía el pecho, le costaba expandir los pulmones. No había un «mañana». No para Luciano.

—No puedo, Lucho.

—¿Por qué no?

—¿Para qué? ¿Para que lo defiendas? Ya está.

—No te podía contar. No me correspondía a mí. En serio, hablemos. Si querés ahora y por teléfono, está bien, pero hablemos.

Se palpó la boca del estómago con la punta de los dedos, hizo una ligera presión. El disgusto le provocaba arcadas. Roma maulló.

—Ya está, Lucho —sentenció en un susurro entrecortado—. No te quiero escuchar más. No te puedo escuchar más.

Cortó la llamada, segura de que él respetaría su espacio, y tiró el teléfono a la cama. Tenía motivos para enojarse, para no querer hablar con ninguno de ellos, pero el único sentimiento que conseguía colonizar su interior era la decepción. Y ni siquiera se relacionaba con los chicos.

Había confiado en Luciano porque tenía una vida de razones para creer en él a ciegas. Había bajado la guardia con Mateo a pesar de lo que sabía de él porque Luciano lo defendía. Había animado a su hermana a no buscar un compromiso por una noche sin saber a qué situación la exponía. A quién la exponía.

 «A un insensible de mierda», se contestó, y calló la voz que le decía que, en el fondo, lo de Mateo no era insensibilidad. No cuando la miraba con el vacío clavado en sus ojos oscuros, como si todo en ella le afectara demasiado.

Las arcadas seguían. Quería pensar que exageraba, que no tenía motivos para que le cambiara el ánimo de esa manera, pero la mentira siempre había sido un detonante. Sol había definido la culpa en Mateo y ahora, mientras repasaba cada uno de sus encuentros, Laila no podía dejar de verla como el común denominador de cada instante que compartieron en las últimas semanas, de cada paso que él había dado hacia ella antes de arrepentirse y alejarse.

Luciano conocía esa culpa, era posible que, incluso, la hubiera alimentado durante ese tiempo. En su afán por no tomar una postura que favoreciera a uno u otro, había permitido que Laila eligiera lo que más terminaría por generarle arrepentimiento. Ella había convencido a su hermana para que le diera una oportunidad al chico que acababa de conocer, pero era Mateo el que había conseguido que Sol se animara a más. Mateo, su primera no relación, fue una experiencia tan agradable que Sol creyó que la podía repetir con cualquiera.

Se acercó a la ventana, abrió la hoja de vidrio. No demasiado, lo justo para que entrara algo de aire fresco y le quitara la sensación de asfixia. Luciano sabía y, en lugar de ayudarla a encontrar la verdad, permitió que siguiera culpándose.

Buscó el teléfono de nuevo. Había una sola persona con la que podía hablar a esa hora.

—¿Laila? ¿Qué pasó? —La voz de Lucía apenas se entendía por el cansancio.

—No te quise despertar.

—No importa, yo me comprometí. ¿Estás bien? ¿Qué hora es?

Nada le costaba esperar tres horas para esa llamada. Evitaba buscar a Lucía porque era la única persona de su entorno que había tomado la responsabilidad de convertirse en su salvavidas emocional y Laila sabía que era capaz de dejar cualquier cosa con tal de contenerla en ese momento. Se sintió culpable.

—Son las cinco. No es urgente, no es nada.

—Es algo. ¿Qué pasó?

—Nada, en serio. Volvete a dormir.

Esperó. No tenía intenciones de cortar aunque tuviera el dedo a un centímetro del botón.

—Si me cortás, voy ya a tu casa. Si es algo que no justifica que te busque a las cinco de la madrugada con este frío de mierda, me vas a contar. Y si todavía pensás que tampoco amerita que me quede despierta un rato más, lo hablamos a la tarde, pero lo hablamos. Nadie llama a esta hora por nada.

Estaba acorralada, pero ¿no era esa su intención? ¿No era el motivo por el que Lucía era, por decisión de ambas, la última salida?

—Mateo estuvo con Sol.

De repente, Lucía parecía más despierta que ella.

—¿Estás segura?

—Luciano sabía, me lo acaba de confirmar.

—¿Y cómo te enteraste?

No había preparado una mentira.

—No por Mateo, que es como me tendría que haber enterado. —Chasqueó la lengua. No quería que le afectara—. No me dijo nada, no me lo sugirió, Luciano dejó que nos acerquemos sin decir que ya había estado con mi hermana...

—Menos mal que lo mandaste a la mierda de entrada y quedó todo ahí. ¿Qué vas a hacer?

Tenía un nudo en la garganta. Por evitar pensar demasiado en lo que había pasado, había terminado por esconderlo.

—No quedó todo ahí, Lu. Nos acostamos. Yo no sabía lo de Sol, te lo juro. No sospechaba nada. Si hubiera sabido... Me cago en todo, si este hijo de puta me hubiera contado...

—Respirá. Nadie tenía cómo saber, yo tampoco. No es tu culpa. Dejá que me organice un poco y te voy a visitar, así no estás sola.

—¿Tenés guardia hoy?

—Entro en dos horas, voy a ver si consigo que me la cambien.

Laila sacudió la cabeza. No era urgente, podía esperar.

—Vení mañana, posta. Yo voy a aprovechar para dormir. Necesitaba contarle a alguien para no romper algo.

Lucía puso algunas excusas, pero terminó cediendo. A fin de cuentas, no la podía presionar y necesitaba darle tiempo para digerirlo. Ella misma lo necesitaba.

No pudo volver a dormir. Se levantó temprano, apenas escuchó ruido en la cocina, y se duchó. No quería hablar con Mercedes durante la mañana, pero tampoco podía evitarla durante el resto del día. No sin darle explicaciones, no sin encerrarse y preocuparla. Graciela no era una buena compañía, pero conseguía que su mamá funcionara y era más de lo que Laila podía lograr en su estado.

No habían mencionado a Mateo desde su consejo y habían evitado hablar de temas demasiado íntimos. El malestar de Laila había evolucionado por su resistencia a entrar al mar y no había pasado desapercibido para Mercedes, quien, en lugar de tomarlo como una oportunidad para poner sus preocupaciones sobre la mesa, volvió a aislarse como el primer día. Laila no insistía, ella tampoco. Empezaba a creer que la presencia de su tía sí era importante, que era la suya la que sobraba. Sin embargo, no podía dejar a su mamá con el veneno de su hermana destrozándole los nervios.

Pensó en esa madrugada de abril, cuando recibió la noticia del accidente. Llevaba solo una remera que no le pertenecía y su ropa interior, y su compañía por esa semana se había levantado de la cama para ir al baño. Tenía llamadas perdidas de Mercedes, que no había escuchado, y una de Luciano, que llegó a atender en el último tono.

—Ocupada —le dijo en un susurro—. Bueno, ocupadísima.

Las palabras de su amigo se repitieron en un bucle cada noche hasta que recibió el llamado del mar.

—Sol está en el hospital, tuvo un accidente. Tu vieja no se puede comunicar con vos, pensó que estabas conmigo.

Puso el altavoz mientras pedía detalles, como si de verdad los quisiera saber. En su mente, la voz de Luciano era lo único que la mantenía conectada a la realidad. Había tomado demasiado, le ardía la boca del estómago. Necesitaba ir al baño, también. Cuando el dueño de casa volvió a la habitación, Laila estaba cambiada y más despierta que diez minutos atrás. Alcanzó a pedirle que la llevara al hospital donde estaba su hermana y se aseguró de cortar esa aventura en cuanto llegaron a destino. Él entendió. No tenían ningún vínculo que lo obligara a acompañarla en ese momento que consideraban tan íntimo. Si lo hacía, se verían envueltos en una relación que ninguno había buscado, que ninguno necesitaba. Él no era de los que se quedaban y Laila sabía cuándo alejarse.

El paso de la mañana fue tan lento que parecía no terminar. Laila contó cuatro cigarrillos hasta el mediodía. Consideró escribirle a Abel, pero no estaba segura de querer involucrarlo en cuestiones personales y dejarle ver que, mientras él creía que coqueteaban, ella esperaba que la mirara alguien más. No se sentía en condiciones para buscar a Jazmín y averiguar qué había pasado. Creía que, si la hacía parte de su dilema, su amiga no tardaría en ponerse del lado de Mateo, asegurando que nunca dañaría a Laila a propósito. Argumentaría, también, que era una verdad difícil de revelar en su situación y que merecía que ella lo escuchara, pero Laila ya no podía escuchar. La mentira, que la creyeran demasiado frágil para soportar la realidad, le dolía. Que tomaran decisiones por ella era necesario si su juicio estaba comprometido o si era incapaz de arriesgarse, y ninguno de los casos aplicaba a su situación.

Quería estar sola, pero necesitaba con desesperación hablar con alguien.

Repasó la noche en que conoció a Mateo. Pensó una vez más en el brillo travieso de sus ojos, en cuánto le había molestado que su primer pensamiento fuera preguntarse si podía hacer una excepción y mantener su promesa otro día. Creía que el latido que su corazón había omitido al verlo se debía a que tenía prohibido acercarse y Luciano tenía razón: era su tipo. Laila había escuchado la moto desde la cocina de Nicolás y la reconoció como si le perteneciera. Se había obligado a reaccionar desde el rechazo cuando no era lo que deseaba, sabiendo que acababa de forjar una primera impresión que Mateo nunca iba a olvidar.

—Nunca fui yo —murmuró sin querer.

Desvió la mirada hacia la cocina para asegurarse de que su mamá no la escuchaba y se tapó la cara con un almohadón. Sol los había acercado, era Sol a quien Mateo buscó en ella esa primera noche. Laila creía que podía ver en su lejanía la decepción de no haberla encontrado. Pero no era factible, Mateo no era de los que se quedaban y Sol siempre dejaba claro que buscaba la permanencia.

«Capaz que justo con él no. Capaz que le dio vía libre a repetirlo y él pensó que era una señal encontrarla semanas después».

Era una hipócrita. Había disfrutado mentirse a pesar de todo lo que sabía de él y se había refugiado en la seguridad que el criterio de Luciano le daba, cuando, en realidad, lo único que él hacía era proteger a sus amigos de comerse los ojos. No era culpa de los demás que ella se dejara engañar. No era responsabilidad de su entorno que fuera fácil mentirle. Mateo era capaz de repetir una noche con Sol, pero la había bloqueado después de pasar una madrugada con ella.

Después del almuerzo, Mercedes cambió la emisora de la radio a una de noticias. Había entendido en pocos minutos que Laila estaba hundida en su mundo y no hizo el menor intento por sacarla a la superficie. No se la veía en condiciones de insistir.

Laila alcanzó a escuchar un nombre en la radio. Se corrió el pelo de la cara, se acostó en el sillón.

—Subilo —pidió con urgencia.

Mercedes acababa de salir al patio. Laila se levantó y se acercó a la radio, ansiosa. Sentía el pulso acelerado en los oídos.

—Horrible lo de esa nena —mencionó su mamá. Laila se dio vuelta para verla apoyada contra el marco de la puerta—. Lili está destrozada.

—¿Y Lili qué tiene que ver? —preguntó, pero, como llevaba días pasando, su cuerpo ya lo sabía.

Caminó por su lado como si no hubiera sembrado las palabras justas para que Laila la persiguiera por toda la casa. Mercedes, ajena a su intriga, se sentó en el sillón y prendió el televisor en un canal de noticias.

—Apagá eso —le pidió.

Laila apagó la radio y se acercó al sillón.

—Es prima de Mateo, pensé que sabías. —La ausencia en su voz quemaba—. Una tarde estaba en el gimnasio y empezó a llover torrencial. Mateo la buscaba siempre, pero no podía andar en moto con esa lluvia, así que ella se tomó un taxi en la parada que estaba justo al frente del gimnasio. Nunca llegó.

No estaba segura de si la cantidad de gente que se aglomeraba en las calles pidiendo justicia reclamaban solo por ella o si habían tomado el caso más reciente para recordar que la justicia no era compensatoria y que las vidas no se recuperaban con una condena que, encima, pocas veces llegaba. Laila vio fotos de Verónica, y se preguntó cómo no había notado que Mateo y ella compartían la misma forma de labios. Se preguntó si sonreían igual, si él creía que podía sonreír por los dos. Si, en su imaginación, la Verónica del sueño le había sonreído.

La marcha era multitudinaria. Laila siempre había deseado participar de alguna, ser un número más en la multitud para denunciar que, en el fondo, todas eran un número más en alguna estadística, pero se quedaba sin aire cada vez que ponía un pie en la vereda, sabiendo que era demasiado para ella. Consciente de que el dolor ajeno la derribaba y le arrancaba la poca ilusión que tenía de que nada malo le pasara a su hermana, a sus amigas, a las hermanas de sus amigas.

Sintió una arcada en cuanto un periodista, a salvo en su estudio de grabación, relataba las heridas en el cuerpo de Verónica sin caer en la especulación de cómo podrían haberse originado, pero dando la suficiente información para que Laila lo pudiera imaginar.

«¿Quién me vio?».

«Yo».

—Iba a cumplir veintidós —agregó Mercedes, desviando la atención de Laila.

—No sabía nada.

Su mamá se levantó y puso una excusa para ir al baño. Laila no tenía intenciones de mencionarle que no necesitaba mentir y esconderse para llorar, pero no tenía fuerzas para mantener esa discusión, si llegaba al punto que esperaba. No podía ser el respaldo de Mercedes cuando su cabeza se empecinaba en mostrarle que la insistencia de Mateo por llevarla a su casa era, en realidad, una forma de evitar que tomara un taxi.

Por más que hubiera disfrutado creerlo, nunca había sido ella. La culpa se revolvía en su estómago cuando se daba cuenta de que había conseguido que todo se tratara sobre ella cuando, en realidad, su dolor era una de las tantas piezas que marchitaban el mundo a su alrededor.

Laila se había culpado y creía que su influencia había matado a Sol. Mateo creía que él había entregado a Verónica a un destino horrible cuando no la pudo buscar una tarde.

«Cada quien se hace mierda como quiere», le había dicho a Luciano.

No era ella, no importaba que no lo fuera, pero había hecho algo bien. Verónica se había despedido de su mamá, Mateo la había visto entera y sana por última vez.

Se acostó en el sillón, sacó el sonido del programa que seguía recorriendo las calles principales de la ciudad en una marcha por la justicia. Los carteles con la cara de Verónica eran demasiados para contarlos y, mientras miraba a los ojos de esa imagen en baja calidad, Laila supo lo que tenía que hacer.

Nada había cambiado, Mateo no era una opción. Estaba sola, con la posibilidad de ver a su hermana todas las noches, y era lo único que importaba.

Cerró los ojos y, por primera vez de día, supo que estaba en el mar antes de abrirlos. 

¡Hola! Laila asimilando cosas no es la Laila más alegre que hayamos visto. 

¿Mercedes y su regresión a no hablar de nada? ¿A alguien le había hecho ruido el cambio brusco sobre Mateo siendo que lo conocía?

¿Qué piensan de la molestia de Laila con Luciano? ¿Está justificada?

Este capítulo va dedicado a ContuChan, que disfruta el caos emocional que es esta historia con una sonrisa. Te merecés un capítulo bonito, así que te dejo a Laila en crisis. ♥

Voy a dejar como respuesta a este párrafo la playlist de esta historia en YouTube (común y music) y en Spotify. La canción que puse en este capítulo es hermosa, hay líneas que interpelan directamente a varios aspectos de esta historia. Si quieren escuchar las canciones de los capítulos y decirme también qué vieron, me harían feliz, porque no saben el tiempo que dejé en esto.

Espero que la historia de Laila les siga gustando. Gracias por seguir leyendo, por recomendarla (ya vi que lo hacen) y por desearle lo mejor. Son lo más. ♥

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