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25. La verdad

Esa noche, Laila se preparó para enfrentar el sueño que era más fuerte que ella. Preparó la cena antes de que Mercedes terminara de acondicionar la parte de la casa a la que había dedicado toda la tarde y se sentaron juntas a la mesa, como llevaban días sin hacer. Solas, como estarían a partir de ese momento, pero juntas.

Llevó la caja con ropa de Sol a la pieza que seguía siendo de su hermana, dispuesta a olvidarse de su recuerdo por una noche para enfocarse en su presencia, en la que solo ella podía percibir. No prendió la luz para entrar, no dejó que su mirada vagara por los objetos que, con toda certeza, Graciela había tocado y hasta cambiado de lugar. Tomó aire antes de entrar, cerró los ojos. Dejó la caja al lado de la puerta, segura de que tenía un espacio libre, y salió.

Dejó escapar el aire despacio, en un suspiro suave. Ahí, apoyada de espaldas contra la puerta, se palpó la boca del estómago. La acidez persistía, apenas le permitía comer, pero se había obligado a cenar sólidos esa noche. También había seguido el consejo de Abel y había tomado un té. Presentía que el cambio en su rutina —la ausencia de Graciela, el acercamiento con Mercedes, una infusión antes de dormir— podía lograr que la chica no la encontrara en esa ocasión, sin embargo, la culpa de que Luciano postergara sus propios asuntos por ella y la situación con Mateo conseguían que su mente no olvidara que estaba en crisis. Podía sumar la discusión con Sol, cómo sentía que su mamá se relajaba en su presencia, como si todo lo malo hubiera pasado, pero mientras más pensaba, más se aceleraba. Más cerca estaba de que la chica no le diera tiempo a hablar con su hermana. Y necesitaba hablar con Sol.

Roma dormía en su cama. Laila cerró la puerta y acomodó a la gata cerca de los pies.

—Si no me puedo despertar, me mordés —le susurró—. ¿Estamos?

El animal maulló despacio, entre ronroneos, y Laila se desvistió. Se paró frente al espejo, con la única luz de su velador iluminando la pieza. Se rozó las clavículas con la punta de los dedos, se estiró la piel de los muslos. Podía notar los efectos de tres días casi sin comer, lo que no podía hacer era imaginar lo que pensaría alguien más al verla. Una parte de ella agradeció que Mateo no prendiera ninguna luz mientras más vulnerable se encontraba; habría detestado verse observada por él. Por cualquiera. Dio un paso atrás, no alejó la mirada de su reflejo. Levantó un pie para meterse entre las sábanas. Roma volvió a maullar.

Le resultaba irónico querer que él la mirara y, al mismo tiempo, no tolerar los ojos de Mateo sobre su cuerpo. En otras circunstancias, se habría mostrado sin vergüenza. Nadie pensaría que no se quería lo suficiente, nadie vería su pasado en cada poro. Mateo, desde que supo que habían sobrevivido a miserias similares, no podría verla sin pensar por cuánto había pasado. Ella misma ya no podría.

Se tapó, apagó la luz. Roma se acercó para dormir en su abdomen y ronroneó más fuerte. Laila le acarició la cabeza con las uñas hasta que se percató de que no dormiría si no cerraba los ojos, pero una parte de ella tenía miedo de entregarse a la soledad del mar con la vulnerabilidad a flor de piel. Exhaló despacio, consciente de que nada ni nadie podía interrumpir su sueño. Apenas eran las once.

El primero de sus sentidos en notar el cambio fue el olfato. El aire del mar era más frío, más húmedo que el de su pieza. La impasibilidad de lo permanente flotaba en la brisa a su alrededor y Laila era capaz de percibirlo. Era una emoción extraña, ajena a la naturaleza de su cuerpo, que escondía más fuerza de la que ella poseía en su humanidad. Pero ¿cómo podía sentirse externa a su realidad, si no había nada más natural que la muerte? Abrió los ojos despacio, preguntándose si Sol estaría ahí, si habría ido esa noche y las anteriores. ¿Cómo podía no estar, si respondía a la muerte y no a sus fallos humanos?

Su hermana permanecía sentada, con la mirada perdida en ella. La pena de su semblante era más fuerte que cualquier alivio que le produjera el verla.

—Viniste —murmuró, y Laila sintió que el corazón se le encogía.

Movió la cabeza de un lado a otro sin dejar de mirarla. Eran los ojos de Sol, los que se había acostumbrado a ver todos los días desde que tenía memoria. Eran sus mismos ojos, también.

—No te quise dejar. Necesitaba pensar para poder hablar con vos. Necesito hablar con vos.

Su hermana asintió despacio.

—Tenemos que hablar —coincidió, y fue lo único que dijo.

Laila esperó durante algunos segundos antes de ser quien eligiera el tema de conversación. Tenía demasiado que decir y no había trazado un camino entre sus pensamientos para abarcarlos a todos, pero estaba segura de que Sol tenía sus propias líneas de discusión. Le dio tiempo, como si le sobrara, confiada de que lo tenían.

Sol habló.

—Se acaba de dar cuenta de que llegaste, te estuvo buscando.

—¿Cómo sabés, si no la sentís hasta que vengo?

—Por lo apurada que está ahora.

Laila escondió una mueca de frustración.

—Entonces, ¿vamos a esperar a que terminemos ese sueño? ¿Vamos a entrar así, con lo mal que estamos?

Sol sacudió la cabeza.

—Si querés más tiempo, pedilo. —Ante la mirada confundida de Laila, Sol se explicó—: Yo siento y veo lo que está abajo de la superficie porque estoy ahí. Vos sos la que puede elegir.

Laila desvió la mirada hacia el mar calmo que las rodeaba. Recordó cómo había sentido que el tiempo se detenía la primera vez que estuvo ahí, cómo la noción de las almas acercándose a ella le permitían creer que podía vivir una eternidad en ese segundo y, aun así, no habría tenido suficiente tiempo para tomar la decisión que le ofrecían. Se recordó esa noche, cómo había intentado mantenerse despierta para no levantarse temprano al día siguiente y mantenerse lejos de la angustia de Mercedes, de las preguntas de quienes se acercaban a ofrecer sus condolencias. Mientras más evitara el mundo que la rodeaba, mejor llevaría las horas en las que podía estar sola de verdad.

Contempló el mar a la distancia, la fina línea del horizonte que parecía imposible de alcanzar en cualquier vida que lo intentara. Miró a Sol, la figura que la muerte había creado para ella, y se preguntó quién de las dos retenía con más fuerza el lazo que esas noches intentaban romper. Inhaló despacio, segura de que no era nadie para pedir un favor, y cerró los ojos. Deseó que tuvieran más tiempo, que pudieran resolver sus silencios antes de sumergirse en la pesadilla de la que no había retorno —pero que siempre volvía—. Lo imploró desde lo más profundo de sus intestinos, desde el abismo de su conciencia. En cuerpo y mente deseó tener unos minutos más con Sol.

Su hermana asintió con una sonrisa que apenas asomaba a sus labios.

—Conseguiste más tiempo. La pregunta es para qué.

Laila relajó los hombros. Respiró despacio, consciente de que el mar estaba pendiente de ella, de sus emociones. ¿Cómo, si no, podía sintonizar los sueños que más se relacionaran con su subconsciente? Parpadeó rápido, miró a su hermana.

—Puedo soñar. —La confusión de Sol la obligó a terminar su idea—: Se supone que no puedo soñar porque tengo que estar toda la noche con vos, pero que yo atraiga determinados sueños en función de cómo estoy... Tendría que ser una forma de soñar. No por mí misma, porque no puedo, pero sí por otros.

—No uses esa lógica con este sueño —le advirtió Sol—. Acá no atraés el sueño, es ella la que me ubica cuando llegás y la que elige a dónde ir. Por eso es un quiebre, no es lo que tendríamos que hacer.

—Pero es algo que tranquilamente podría estar soñando ahora —sugirió en voz baja—. Por eso nos salió mal la primera vez, por eso me pegó ver cómo terminaba la segunda. Si hubiera sabido que no lo podíamos arruinar de nuevo...

—Te dije que no lo podíamos repetir.

—Sí, de la forma vaga que siempre tenés para decirme las cosas. Vos no sos así, no hablás así. No me escondés nada.

La mirada de Sol se ensombreció. Su expresión tensa abrió camino a la angustia.

—Es difícil hablar acá. —La voz apenas se le quebraba—. Es difícil pensar en todo lo que absorbo para que estemos seguras al mismo tiempo que pienso que todo depende de vos. Que, cuando estés lista, me vas a pedir que elija de quiénes me quiero despedir y se va a terminar. Te voy a perder. A veces pienso que me podrías perder vos a mí, pero ¿qué te doy yo? Por estar acá no soñás, los sueños a los que vamos me dicen cómo te sentís. Te estoy haciendo mal y todavía no sé cómo mantener la cabeza fría para explicarte cosas técnicas. —Bajó la cabeza, se tapó la cara con las manos. Laila pudo ver cómo las mangas bajaban algunos centímetros y descubrían más piel pálida que imitaba los patrones del mar—. Estás acá porque me extrañabas y te mantenés porque sabés que me muero si... Me pierdo si no estás. Pero ni siquiera tendrías que estar acá.

—No seas estúpida —susurró Laila, acercándose a ella—. No me voy a ir sin que estés lista. Yo no estoy lista. Lo que me duele es que seas tan diferente acá y sentir que estoy hablando con una mentira.

—Sabés que no te miento.

—No me mentís, pero me escondés cosas.

Sol desvió la mirada. Cerró los ojos y apretó los labios, y Laila pudo entender cuánto le costaba definir los límites que harían explícita la situación en la que estaban inmersas. Supo, antes de que su hermana lo dijera, que la despedida se haría tangible en el momento en que ella pudiera pronunciar los términos de su última noche.

Vio, con un dolor punzante en el corazón, cómo Sol evitaba poner en palabras el dolor que le recordaría que estaba muerta.

—¿Hay algo que quieras saber ahora?

Laila estuvo a punto de fingir que no tenía dudas puntuales si eso alcanzaba para borrar la angustia de su hermana. Había separado los labios para hablar, confiada de que ella podía esperar una noche por una respuesta y Sol podía disponer de más días para prepararse, cuando la interrumpió.

—Dejá de cuidarme tanto. Me morí, Laila. Trato de no pensar en eso, pero me morí y cualquier cosa mala que me pase de ahora en más está lejos de tu alcance. No va a cambiar nada que te preocupes.

—Pero sí va a cambiar todo si hago lo que se supone que deberíamos hacer.

—Estamos ayudando a alguien a quien no deberíamos ayudar. No estamos haciendo lo que deberíamos.

No supo cómo seguir. Se sentía inútil para ayudar a Sol y, sin embargo, no podía pasar una noche más lejos de su compañía. Se preguntaba si su hermana también pensaría en ella, si esas tres noches se había sentado en el bote a esperarla. Si sentía, al igual que ella, cómo el hilo que las unía se hacía más fino a medida que pasaban los días.

—No tendrías que haber tenido vos ese accidente —murmuró Laila.

—Yo me tenía que morir primero. Si hubiera sabido, no me habría preocupado tanto cuando te llevamos al hospital. Vos tenías que navegar, yo tenía que estar de este lado. Alguien lo eligió así y, mientras más lo pienso, más creo que tenía razón. Yo no podría haberme quedado sola de aquel lado. Veo cómo pasan los días acá y...

Laila había dejado de escuchar.

—¿Quién eligió?

Sol dudó antes de responder. Se mordió un labio, insegura y asintió, más para ella que para Laila, cuando tomó una decisión.

—Te prometo que, si no lo descubrís en ningún sueño de acá hasta que esto se termine, te lo voy a contar. Es una de las pocas cosas que es mejor verlas que escucharlas de alguien más.

—¿Cuándo se va a terminar todo?

—Cuando vos decidas. Cuando sientas que podés seguir sin verme todos los días, yo voy a buscar el sueño que ya elegí para despedirme. Una sola persona, nada más. Un solo sueño. Después de eso, podemos navegar algunas noches más, hasta que nos terminemos de despedir nosotras, y me vas a dejar en la orilla. Yo te voy a guiar. La próxima vez que te duermas, tus sueños van a ser tuyos. Nunca más vas a venir acá.

No podía afirmar que el dolor en la voz de su hermana era real o si era un reflejo del propio. No había pensado cómo se esperaba que terminaran ese acuerdo, solo en las situaciones que podían llevarlas a romperlo de forma precipitada.

—No voy a estar lista hasta que estés lista.

—Creeme, vos vas a estar lista antes que yo.

Laila sacudió la cabeza, cansada, y se acercó a ella. Sol parecía vulnerable esa noche más que otras, y en su mirada veía el dolor que le producía hablar. Su hermana no le escondía lo que sabía para hacerle un daño, lo sentía. Tendría que haberlo entendido desde el principio.

—Prometeme que me vas a decir todo lo que necesite saber. No te pido que me cuentes todo, pero sí lo importante. ¿Puede ser?

Laila estiró una mano hacia su hermana. Sol, con una sonrisa, la imitó. Sus dedos no alcanzaron a rozarse, pero estaban tan cerca que podían mentirse y creer que se tocaban. Era la ilusión de un contacto que tendría que ser suficiente hasta el último día.

—Te lo prometo.

Laila tomó los remos y le pidió que le indicara hacia dónde ir. Sol señaló de manera vaga en qué dirección estaba la chica y decidieron tomar el primer sueño de la noche.

El mar rechazaba su avance como siempre que recién llegaba. Mover el bote le costaba más que otras veces, quizá por el tiempo que llevaba sin dormir a horario. Se preguntó si otras cosas también le costarían más, si la brecha que había abierto con su inasistencia le haría perder el control.

—¿Viniste estas tres noches que no estuve? —preguntó sin pensar.

—Siempre vengo. —La voz de Sol no transmitía molestia—. Me imaginé que podías no venir por cómo te pedí que te fueras. Sabía que no podías dejar del todo hasta que yo tuviera mi sueño, pero por un momento tuve miedo de que entraras a la fuerza.

No quiso preguntar más. Se concentró en la energía de sus brazos, en la resistencia del agua y en la urgencia de la mirada de su hermana mientras escudriñaba la superficie en busca del llamado que se acercaba a ellas por última vez. Sol levantó la mano que le permitía rasgar el mar y, con un roce suave y delicado, se abrió camino hacia el alma que clamaba por ellas. Laila soltó los remos en cuanto vio cómo el hilo resplandecía entre los dedos de su hermana.

—Tenemos que hacer que la moto no choque —le susurró Sol, y llevó el alma a sus labios.

Laila cerró los ojos. Notó el cambio del aire a su alrededor, la iluminación tenue del bar. Miró con recelo su reflejo, sin saber qué hacía ella ahí. Mientras más lo pensaba, más sentía que estaba fuera de lugar. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando detalló sus facciones y notó que seguía siendo hermosa, que incluso la veía más radiante que la última vez.

—No soy tan linda —murmuró.

Sol la ignoró. Se dirigió a la chica y le sugirió que podía pararse en medio de la calle. Era la única de las tres que podía ser vista. Laila prestó atención a las directivas de su hermana y entendió que era lo mejor. Si el accidente no se evitaba, la persona nunca iba a poder hablar con quien quería despedirse. Se apoyó contra una columna, a una distancia prudencial para ver de quién se trataba sin interferir en la posibilidad de comunicación de la chica, y Sol la acompañó.

—¿Qué pasa si hoy sale mal?

Sol no dudó.

—No vas a dejar que salga mal. —Se giró hacia ella. Laila vio la determinación en su mirada—. Esta es la última vez.

Escucharon el motor a lo lejos. Se enderezaron, sin notar que se habían movido, y dirigieron la mirada hacia la calle al mismo tiempo. Laila se llevó una mano al pecho, como si no sintiera en cada espacio de su cuerpo cómo le latía el corazón. Había intentado escribirlo, había intentado pensarlo, pero era incapaz. No era miedo, no era inseguridad. El único motivo que la separaba de descubrir la verdad que se escondía tras el casco era la cobardía. Y, si indagaba más en su interior, también la vergüenza.

La chica estaba parada frente al árbol donde la moto iba a chocar. A esa distancia, tenía que verla a tiempo para frenar. Tenía que notarla en la oscuridad. La moto no se detuvo, no parecía ser capaz, pero quien conducía consiguió desviarla del árbol y saltar en dirección contraria. La moto desapareció del sueño, la persona no era capaz de levantarse. Laila separó la espalda de la pared.

La chica se acercó tan rápido como pudo. Había visto el accidente tantas veces como ellas, sabía lo que podía esperar. Aun así, había accedido a ponerse en el camino de la colisión sin quejarse, sin sugerir que podía quedar en medio del choque. Había confiado en ellas. Le sacó el casco despacio y Laila solo alcanzó a ver el pelo negro que se confundía con la oscuridad del otro lado de la calle. Tragó saliva.

—No —murmuró. Fue casi una exhalación.

—Pase lo que pase, no lo cortes —le pidió Sol.

La chica se sentó en el suelo. Le acomodó algunos mechones, como si lo importante fuera el pelo desordenado y no el cuerpo que permanecía inmóvil por la impresión. Sus manos respondieron de a poco, buscando las de ella, y hubo un instante, un segundo durante el cual Laila no respiró, en el que su torso giró lo suficiente para acercarse a la chica que contenía las lágrimas y Laila lo vio de perfil.

El contorno de su rostro se delineaba contra la oscuridad igual que aquella noche, y el dolor le bañaba la expresión con la misma intensidad.

Era él. Y, si cerraba los ojos y se permitía imaginar que la brisa le rozaba la piel del cuello, sabría que no tendría que haber dudado de que fuera él.

—¿Quién es? —le preguntó su hermana.

Tomó aire y lo expulsó con rapidez. De su entereza dependía que esa pesadilla pudiera terminar.

—Mateo, un amigo de Lucho. Lo conocí hace poco.

«Conocerlo» era una expresión ambigua. Sabía quién era, a quiénes conocía, quiénes podían representar un problema para él. Sabía quién era cuando estaba con ella. Pero, si se lo preguntaban dos veces, no conocía a Mateo.

Él dudaba en acercarse, ella tomó la iniciativa. La miraba con lágrimas en los ojos, como si la pudiera perder por segunda vez, como si se pudiera morir en su sueño.

—No tengo mucho tiempo —dijo ella lo bastante fuerte como para que pudieran escucharla—, pero necesito pedirte una cosa.

Mateo le envolvió la cara con las manos y detalló cada centímetro con su mirada.

—¿Cuándo te dije que no a algo? —pronunció, y la chica hizo una mueca para esconder la sonrisa.

—Necesito que no me busques.

Mateo la soltó. Sacudió la cabeza, se pasó las manos por la cara. Se enredó los dedos en el pelo. Laila sintió la urgencia de acercarse.

—Ya te encontramos, Vero.

Las nubes se arremolinaron, amenazantes, y Sol susurró un «no» que la obligó a mantenerse entera ante la revelación. Imaginaba lo que había pasado. No había pensado que Mateo estaba siquiera cerca de aquella realidad.

—Pero... ¿Quién me vio? —Estaba asustada. Laila no podía asegurar si igual o más que en el momento de su muerte, pero el hecho de que hubieran dado con su cuerpo le producía pavor—. ¿Mi mamá?

Mateo la abrazó despacio, anunciando cada movimiento. Ella acercó el torso a él, confiada.

—Yo. Tu mamá no se animó.

—No podemos ver esto —le dijo a Sol—. Es demasiado íntimo, demasiado personal.

—Pero te incumbe —señaló su hermana—. Esto le duele, sueña que se muere y sueña con vos.

—No me tendría que enterar así.

De verdad lo creía. Cada vez que Luciano mencionaba que Mateo estaba pasando por un momento complicado, Laila se mordía la lengua para no preguntarle, segura de que no debía ser él quien se lo contara. Se había convencido de que Mateo y ella no tenían ningún vínculo que lo obligara a hacerla parte de sus problemas, incluso después de haber pasado una madrugada juntos, y había conseguido convencerse de que estaba bien así, que no tenían que hablar de cuestiones personales que no los involucraran por igual. Lo que no tenía en cuenta era que, en realidad, ninguno estaba bien.

Verónica no había conseguido contener las lágrimas y Sol parecía a punto de acompañarla. Laila se abrazó el abdomen, se clavó los dedos en la cintura. Nada, ni el fantasma de Marisol, ni la verdad de su pasado, ni verse parecido a quien lo había incitado a consumirse, absolutamente nada había hecho que pareciera tan hundido como en ese momento. La abrazaba como si supiera que era la última vez que la vería, como si estuviera seguro de que era ella y no su imaginación. La abrazaba como si necesitara conservarla para siempre, como si la fuerza de sus brazos pudiera vencer el sueño.

—No quería que me vieran —alcanzó a pronunciar ella entre sollozos.

Mateo la abrazó con más fuerza. Desde donde estaban, Laila podía notar cómo le temblaban las manos, cómo apretaba la mandíbula.

—Nos podemos ir ahora —sugirió Sol.

—No se la quiero sacar tan rápido.

—Va a seguir soñando que la abraza, pero no van a hablar. Vamos, ya terminamos lo que vinimos a hacer.

Laila asintió mientras cerraba los ojos. Había decidido que Luciano tenía razón y que debía esperar antes de volver a hablar con Mateo, pero, después de esa noche, no estaba segura de poder evitarlo. No con su imagen al borde de desarmarse todavía anclada en su mente.

El cielo bajó a su encuentro y el mar las recibió, ajeno a su dolor y al tiempo. Sol se despidió del alma antes de permitirle volver al agua.

—¿Qué te hizo? —preguntó—. Ese chico.

Si mencionaba que ella era el asunto colateral de su tema central de discusión, no podría mantener a su hermana al margen de su realidad, y podía darle detalles que, en sus recuerdos, la llevaran al mundo de los vivos. Demasiado la había retenido al mencionar a Graciela.

—¿Mateo? Nos llevamos medio como el culo, pero no me hizo nada. ¿Por?

Sol apoyó los codos sobre las rodillas. Tenía una línea apenas marcada en su entrecejo y una expresión preocupada que le atravesaba el rostro.

—Algo te tiene que haber hecho. Vos atraés los sueños, yo los leo, y ese sueño es pura culpa. Piensa que tendrías que verlo... así. Piensa que estarías bien si él está mal, y que, por algún motivo, tendrías razón en sentirte así.

—No me cuenta algunas cosas, pero no es nada que me incumba. Tardó un poco en contarme que salía con alguien, es lo único que me podía afectar. Fuera de eso, no se me ocurre nada que justifique el sueño.

No era verdad, pero los años y las malas experiencias le habían enseñado que, por momentos, tenía que mentirle a su hermana por su propio bien. No iba a mencionar que, para Mateo, Sol había elegido estar ahí. No después de haber conocido el mar y sentir el dolor que implicaba para ella el saberse privada de su mundo. Y, si sacaba ese detalle, no encontraba ningún motivo por el que su reflejo estaba ahí.

—¿Tuvieron algo? ¿Y fue antes o después de que supieras que sale con alguien?

Agradecía no estar sola y que su hermana no hubiera tomado otro sueño hasta desentrañar juntas lo que acababan de descubrir. Si no lo hacía ahí, se vería buscándolo de madrugada una vez más, dispuesta a resolver lo que les quedaba por hablar.

—Nos acostamos una vez, fue después de que me contara de la mina. Tienen algo abierto, no puede haber sido eso... Salvo que me haya mentido, pero lo dudo. Lucho también me lo confirmó.

—¿Te habló de la chica del sueño?

Laila negó despacio, con la mirada fija en la superficie del mar.

—No, no tengo idea de quién es.

Sol hizo una pausa. Sus ojos reflejaban un quiebre que Laila no podía dimensionar. Cuando habló, lo hizo en un susurro suave, tembloroso.

—¿Te habló de mí?

Laila levantó la cabeza hacia ella. La alarma que había nacido en su mente tras esas cuatro palabras se instauró en su garganta, en su estómago, en sus intestinos.

—¿De dónde lo conocés?

Su voz fue una disculpa que se disolvía en el aire.

—Es el tipo con el que estuve en las vacaciones. El que te dije que me había tirado onda y me pediste que, por favor, no lo descartara tan rápido. Con el que me acosté esa vez.

Laila se paró en un movimiento rápido, el bote se tambaleó. Se tapó la boca con el dorso de una mano, asqueada.

—Nunca me preguntaste cómo se llamaba —siguió Sol—. Él no me dijo nada de vos. Yo no le dije que tenía una gemela.

—No nos conocíamos —contestó con esfuerzo—. No te podría haber relacionado nunca conmigo porque no sabía cómo era yo.

La sonrisa compradora con la que Mateo se había acercado a ella la noche que se conocieron apareció como una revelación en su memoria. No estaba siendo imprudente ni molesto, no si pensaba que hablaba con Sol. Se encontró repasando sus últimos cruces, sus últimos intercambios, y preguntándose cuándo se lo iba a decir, si es que tenía intención de hacerlo.

—No fue nada —agregó Sol. El miedo era palpable en sus palabras—. Sabés que no fue justo con él que me enganché. Fue... una prueba. Lo que vos me dijiste esa vez. Quería ver si podía y él estaba ahí, me habló... No fue nada —repitió, y Laila se preguntó si trataba de convencerla a ella o a sí misma.

—Lo mío tampoco fue nada —murmuró.

Su hermana se paró también, se acercó con cuidado. Laila no sabía si podían caerse del bote y, por un instante, tuvo la intención de descubrirlo.

—Tiene tanta culpa que sueña con vos. Con vos, ¿entendés eso? No con la ex que lo hizo mierda, no conmigo. Con vos.

—¿Sabés de la ex?

—Acababan de cortar, me contó un poco. Pensé que era un verso para levantarme, pero me mostró la conversación. Quería hablar más que hacer otra cosa, yo lo busqué. —Esperó una respuesta que no llegó y, después de algunos segundos, decidió que habían visto demasiado—. ¿Querés que dejemos acá por esta noche?

—Por favor.

Sol asintió y volvió a sentarse. Ambas cerraron los ojos.

«Usada» no era el mejor término para describir cómo se sentía, tampoco «traicionada». Había empujado los límites a pesar de saber que estaban en un callejón sin salida y había agradecido que fuera él. Ahora, esa idea le revolvía el estómago.

Roma le mordisqueaba los dedos de una mano. Laila no podía moverse, era incapaz de buscar el teléfono y llamarlo. Tenía que estar despierto, igual que esa noche. Tenía que despertarse al mismo tiempo que ella, también. Ahora entendía por qué tenía su conversación abierta, por qué pensaba en ella cuando el sueño le recordaba que Laila era mejor persona que él.

«Lo único que me frena es que me odies», le había dicho, pero se había equivocado de tiempo.

No lo frenaba creer que Laila lo odiaba en el momento, sino saber que, cuando descubriera la verdad, no iba a ser capaz de mirarlo a la cara.

¿Hola? ¿No me abandonaron?

Lo menos importante primero: ¿quiénes supieron desde el momento cero que el sueño de la moto era de Mateo? ¿Quiénes lo adivinaron cuando Laila se vio en el sueño?

¿Verónica dejará de aparecer? ¿Piensan que va a cumplir su promesa de que ese era el último sueño que quería visitar?

¿Les puedo seguir robando tiempo antes de preguntar lo importante?

Ahora sí: ¿la confesión de Sol? ¿Cuántas cosas empiezan a tener sentido ahora?

Este capítulo va dedicado Marthalilaa, que supo todo desde el principio y cumplió años. Ni esta historia ni muchas otras habrían visto la luz de no ser por vos. Te quiero con el alma. ♥

Les quiero dejar esta ilustración bellísima de Mateo que hizo GenesisDeSousa y que nos lleva a un momento de mucha vulnerabilidad, cuando él tenía en la cabeza todo lo que Laila acaba de descubrir. Esa expresión es todo lo que está bien. ♥

Gracias, gracias, gracias por seguir acá. Y más gracias si me acompañan hasta el final, que vamos por la mitad de la historia. ♥

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