22. La protección de una mentira
Cuando Laila se despertó, los dedos de Mateo le acariciaban la espalda con delicadeza y el perfume de su habitación la envolvía. Dejó que él dudara, que decidiera si hablarle o no, y escuchó cómo él se iba en silencio. Abrió los ojos. Ella tampoco tenía el valor de hablarle cuando todavía estaban en la cama, como si tuvieran una relación. Como si hubieran contemplado que despertarían juntos. Como si quisieran verse de nuevo al otro día.
Se permitió inhalar profundo cuando distinguió el sonido de la ducha. No estaba segura de qué hacía ahí ni cómo saldría. ¿Mateo esperaba que desayunaran juntos? ¿Le habría avisado a Luciano para que él se encargara de ella? ¿Se tenía que levantar como si nada y fingir que todos sabían qué hacía ahí? Se sentó en la cama. Si Mateo volvía, se tendría que enfrentar a la idea de que ella seguía ahí, que no había sido un mal sueño. Si no volvía... No, tenía que volver. Con Luciano de por medio, Mateo tenía que volver.
Escuchó voces en la cocina. Hablaban tan bajo que apenas podía distinguir palabras sueltas y nada parecía tener sentido. Si quería entender mejor, tenía que abrir la puerta y mostrarse. Hubo movimiento. Hubo silencio. Hubo una tensión que duró segundos durante los cuales Laila contuvo el aire.
Buscó su teléfono para distraerse; no podía estar pendiente de lo que apenas alcanzaba a escuchar. Si Luciano la descubría, admitiría lo que había pasado. Era adulta, no tenía que rendir cuentas ante nadie. Aun así, le había pedido que mantuviera a Mateo lejos de ella. Luciano sabía que Laila necesitaba ayuda para decir que no. Si la descubría ahí, se decepcionaría.
Tenía varias llamadas perdidas de Mercedes. Le escribió un mensaje rápido diciendo que Luciano había discutido con el novio y que ella había ido temprano al departamento. Se disculpó por no haber dejado una nota. Pidió perdón algunas veces más para que se convenciera de que no había sido su intención preocuparla. Se dijo que era estúpida por no haber avisado sabiendo que Mercedes pensaría lo peor. Se mordió la lengua, contuvo las lágrimas. ¿Cómo iba a avisar que estaba bien, si Mateo trataba de adivinar lo que había vivido mientras le contaba que le debía la vida a Luciano? ¿Cómo iba a decir «ma, estoy bien, estoy con Lucho», si estaba sola y hecha pedazos, apoyándose en la única persona que parecía más destruida que ella?
Los escuchó discutir. No fue capaz de entender la línea general de la conversación, pero sí supo que Luciano lo estaba echando y que iba a recibir un sermón. Contó los segundos hasta distinguir sus pasos hacia la pieza y fijó la mirada en el picaporte. Puso las dos almohadas contra el respaldo de la cama y se recostó como si esperara que la encontraran.
Cuando Luciano abrió la puerta y sacudió la cabeza, Laila tomó la palabra.
—Asumo que tu amigo se fue y te dejó la tarea de avisarle a la mina con la que estuvo que no se haga ilusiones, ¿no?
Luciano la ignoró. Tenía la mirada fija en la remera que había usado para dormir.
—¿Dónde querés desayunar?
Laila salió de la cama como si llevara horas esperando por esa conversación. Lo cierto era que una parte de ella agradecía que Mateo se hubiera ido. No había decidido cómo tenía que tratarlo.
—En el sillón —contestó, desanimada—. ¿Ya sabés todo?
—La parte importante, sí. —Buscó dos tazas de café y le acercó una a Laila—. ¿Me querés contar tu versión?
Su versión, como si existiera más de una realidad. Subió los pies descalzos al sillón. Seguía en ropa interior, vestida solo con la remera que Mateo le había dado para dormir. Sacó una manta del respaldo para taparse las piernas desnudas. Envolvió la taza humeante con ambas manos. En algún momento iba a dejar de sentir el frío de la mañana.
—No sé por dónde empezar.
—¿Por qué viniste?
No era la pregunta más fácil de contestar. Podía hablar de Graciela y de cómo se había metido en sus cosas, pero siempre faltaría una parte de la verdad: la que involucraba a Sol. Por más que fuera real para ella, que interviniera en su día a día, no podía incluirla en lo que acababa por afectarla porque nadie más sabía de su existencia. Era su secreto, su dolor privado.
—Mi vieja me encontró pastillas para dormir y pensó mal.
—Laila...
—No pienses lo mismo que ella —le pidió. Esperaba que sus ojos transmitieran la misma súplica que su voz—. Te juro que no.
—Está bien. Si vos lo decís, te creo, pero no te enojes si es lo primero que pensamos. No es por desconfianza, es que...
—Ya sé —lo interrumpió—, yo pensaría lo mismo. Pero no. —Tomó un sorbo de café y entendió que su amigo esperaba una explicación más contundente—. Es fácil pensar que me quiero matar porque no puedo estar sin Sol, pero tampoco la voy a tener si me muero. La única forma de mantenerla viva es si pienso en ella, si me acuerdo de todo lo que la hace única. Mientras yo piense en ella, va a seguir existiendo. Si me muero, la termino de perder. —Se inclinó hacia él—. No me quiero morir, Lucho. No es eso.
Luciano asintió despacio, convencido, como si ella hubiera dado con la respuesta justa para darle tranquilidad.
—Entonces, ¿qué es? ¿Por qué las tenés?
—Porque duermo como el culo. Mi tía las encontró, se las dio a mi vieja, mi vieja se puso mal. No pude dormir, le quería romper la cara a alguien...
—Y pensaste en Mateo.
Laila se encogió de hombros, fingiendo que no tenía importancia.
—Mateo estaba despierto. Y es la única persona que me cae tan mal que... —Se calló. No sentía que sus palabras fueran sinceras cuando decía que le caía mal—. Mateo me hacía querer pegarle. Necesitaba pegarle a alguien. Estaba despierto y vine.
Describir las emociones que la habían llevado a ese departamento se sentía como narrar acontecimientos familiares de cuando era chica; se sentía lejano, se sentía ajeno. Ella no era la misma persona que lo había visto caminar nervioso mientras la esperaba.
—Tengo miedo, Lucho —confesó en un susurro. No se atrevió a mirarlo.
—¿Miedo de qué?
—De engancharme.
Su amigo se acercó a ella y le sacó la taza de las manos. La abrazó con cuidado, acercándola a él, y le besó la coronilla.
—No seas boluda, no podés controlar eso.
—Con más razón. —Escondió la cabeza en su pecho—. No tendría que ser tan atento porque confunde. No te das una idea...
—Creeme que sí.
—Era como si le importara en serio. Me besaba todo el tiempo, me acariciaba todo el tiempo. Me sentí cuidada. Es más, si te digo que me sentí querida, no estaría exagerando. —Abrazó a Luciano con fuerza—. No me quiero confundir. No quiero pensar que le pasa algo y que sean ideas mías.
—¿Por qué te afectaría si le pasa algo con vos? Me pediste que le hablara para que la cortara.
—¿Le hablaste?
—No, Mateo es grande y hace lo que quiere. Si te hubiera hecho el favor, también te tendría que haber dicho que pongas distancia de él, porque él quería lo mismo. No puedo estar mediando entre los dos como si fueran adolescentes.
Laila se separó para mirar a su amigo a los ojos. Podía confiar en la honestidad de Luciano. Podía creer en él.
—No me quiero enganchar.
Luciano tomó media taza de café antes de contestar. Se sentó de costado, mirándola de frente, y se concentró una vez más en la remera que tenía puesta.
—Laila... Le gustás.
—Dudo que alguien se acueste con una persona que no le gusta.
—No, tonta. Lo que digo... Le importás en serio. Mirá, Mateo es cariñoso de más cuando está con alguien, por más que sea por única vez. Le nace ser así, no lo controla. Por eso confunde. Pero yo no puedo tocar la remera que tenés puesta ni para lavarla. Si dejó que la usaras para dormir...
—Él me la dio.
—Sí, está hasta las manos —dijo sin pensar.
Laila tragó saliva.
—No me podés decir eso.
—¿Y qué querés que te diga? ¿Preferís que te mienta? Eso —señaló la remera— se lo regaló alguien que ya no está. Es el último recuerdo que Mateo tiene de una persona que es importantísima para él. Siempre dice que a mí me debe todo y no me la deja tocar. A vos te la ofrece para dormir a la primera. Sumá dos más dos.
Laila cerró los ojos con fuerza. Esperaba que Luciano la tranquilizara y le dijera que era imposible que Mateo le prestara más atención de la que parecía, que fuera su cable a tierra y la alejara de las ideas que había alimentado durante la madrugada.
—¿Tan mal estoy que siempre atraigo lo mismo? —preguntó en un susurro, y Luciano la abrazó, esta vez con más fuerza.
—No digas eso. Ni Mateo es la basura que pensás, ni vos estás tan mal como decís, ni es tu responsabilidad si llamás la atención de alguien o no. Una cosa no tiene nada que ver con la otra.
—Pero es demasiada casualidad.
Luciano entrecerró los ojos, la alejó lo suficiente para buscar la verdad en su mirada.
—¿Vos sabías algo?
Laila asintió.
—Una chica me habló hace unas semanas. No sabía demasiado, pero sí que se movía por ahí. Por eso lo venía evitando como la peste. Por eso tenía miedo de acercarme demasiado cuando estaba cómoda. Y, si te digo la verdad, también pienso que por eso me siento cómoda con él. Sigo siendo la misma pelotuda que era cuando tenía diecisiete. Y no lo defiendas, a mí tampoco. En algo, Mateo tiene razón: los dos elegimos.
—Él no eligió engancharse.
Contuvo un suspiro. Cerró los ojos, apoyó la cabeza en la pared. No creía que Mateo sintiera algo por ella, pero sí se sentía inclinada a pensar que lo movía la culpa. Que sabía que le había recordado momentos desagradables de una relación pasada y el arrepentimiento obraba por él.
—¿Sabés qué es lo peor? —preguntó en voz baja, sin dejar de mirar el techo.
—¿Que a vos también te gusta?
Lo ignoró.
—Que, si volviera a pasar, no le diría que no. Me sentí tan... cuidada... que quería llorar. —Buscó su mirada. Sentía los ojos húmedos—. No esperó que fuera equitativo, no me pidió nada. Se enfocó en mí, en que yo la pasara bien, y seguimos porque yo insistí. ¿Sabés lo feo que es darte cuenta de que le importaste a muy pocos tipos porque justo diste con uno que te presta atención como si fueras un ser humano normal? ¿Sabés lo feo que es sentir que tenés que retribuir y darte cuenta de que no te lo están pidiendo, que la otra persona ni siquiera espera que lo hagas y que la obligación está en tu cabeza? ¿Sabés lo que me costó entender que no había problema con parar, que podíamos frenar ahí y seguir compartiendo el resto de la noche como si nada?
—Laila...
—Y sí, eso me gusta de él. Me gusta que me haga sentir cómoda, que no me exija. Y odio que algo tan básico como eso me sorprenda y haga que lo quiera ver de nuevo.
Luciano no volvió a hablar. Terminó el desayuno en silencio y le ofreció una segunda taza cuando vio que ella también había vaciado la suya. Demoró en la cocina más tiempo del que le llevaba preparar el café. Cuando volvió, tenía el semblante serio y esquivaba su mirada.
—¿Qué pasa?
—Pasa que te tengo que contar algo porque no conocés a Mateo y hay cosas que no dimensionás. Lo de la remera, por ejemplo. Y no quiero que pienses que ahora se fue porque no te quería ver.
—Escuché que lo echabas.
—Porque es un pelotudo, pero no porque no te quería ver. —Se sentó a su lado, dejó las tazas en la mesa. Esperó algunos segundos antes de mirarla—. Mateo no te la iba a mencionar porque no le gusta ni acordarse de que existe, pero ahora volvió y le dio vuelta la cabeza, como siempre.
—No entiendo. Hablá claro o no hables.
Luciano se acomodó en el sillón. Inhaló despacio.
—Te voy a contar algo que Mateo te tendría que haber dicho anoche para que dimensiones cómo estaba cuando llegaste.
—Me dijo que tuvo una visita desagradable.
—¿Te habló de Marisol, de lo que pasaron?
Laila negó despacio. Agarró la segunda taza de café con ambas manos y se apoyó en el respaldo del sillón. No le resultaba cómodo saber que estaba a punto de escuchar una mala anécdota que involucraba a una chica.
—Te escucho.
—Mateo tuvo una época complicada...
—Me contó que estuvo en rehabilitación.
Le pareció que Luciano intentaba esconder una sonrisa de alivio.
—Te dijo más de lo que pensé. Bueno, cuando salió de rehabilitación, era otra persona. Antes, tenía una confianza impresionante. Sabía que era fachero, no le daba vergüenza acercarse a nadie, era comprador... Unos días antes de internarse, me dijo que no merecía salir bien de ahí, y a partir de ese punto fue un declive. Cuando tocó fondo y decidió que necesitaba ayuda, se terminó de convencer de que todo lo que pensaba de él mismo era mentira. No había forma de hacerlo cambiar de opinión. Cuando volvió a la casa, estuvo semanas sin salir, sin juntarse con nosotros, nada. Yo me quedé varios días con él porque teníamos miedo de que recayera, y estuvo a punto. El padre laburaba, no había nadie que se quedara todo el día. Se turnaba con la tía, la prima era la que más lo contenía, pero, en definitiva, teníamos que estar pendientes. —Hablaba despacio, como si el recuerdo fuera más cercano de lo que parecía—. Esos días, cuando estábamos solos, siempre me decía que hacía lo mejor que podía porque no merecíamos pasarla mal por él, que lo único que le daba miedo de morirse era saber lo mal que íbamos a estar. Fui a una psicóloga porque era insostenible, fue unos meses después de lo tuyo. Mateo se dio cuenta y empezó a hablar menos del tema para no hacerme mal.
Laila le acercó una mano. Había notado el cambio en su amigo, pero se creía la única responsable. Pensó en la mirada de Mateo cuando le preguntó si se quería matar, la normalidad en su tono de voz.
—De a poco, se fue estabilizando. Confiábamos más en él, lo invitábamos a salir. No lo dejábamos solo, pero tampoco hacía falta porque se comportaba. Nunca terminó de recuperar el carisma. Lo que ves ahora no es nada, lo tendrías que haber conocido antes.
—¿Dónde entra esa mina en la historia?
—La conoció una noche que salimos los dos solos a comer. Ella iba con una amiga. Mateo salió a la vereda a tomar aire, Marisol salió a fumar. Él dice que ella le ofreció un pucho y se dio cuenta de lo que le costó decirle que no. Cuando entraron, volvieron juntos y terminamos los cuatro en la misma mesa. Me tendría que haber dado cuenta esa noche.
—¿De qué?
—De que lo iba a hacer mierda. Cada vez que salía un tema complicado del que él no quería hablar, Marisol le apoyaba una mano en el brazo, le tocaba un hombro o ejercía algún tipo de contacto y él se calmaba. Recién se conocían y la mina ya tenía autoridad sobre él.
Laila sintió un escalofrío. Pensó en cómo Jazmín buscaba la aprobación de Martín con la mirada para saber si podía quedarse más tiempo con ellos o si él quería volver. No le sorprendió que Mateo fuera el que mejor adivinara la dinámica de aquella relación.
—Empezaron a salir, era cuestión de tiempo. Al principio, ella estaba pendiente igual que el resto y lo cuidaba como nadie. Le agradecimos muchísimo. Después lo empezó a sobreproteger y pensamos que era porque se preocupaba, nos dijimos que era normal y no le dimos bola. Hasta que, un día, me pude juntar con él y me dijo que no tendríamos que haber gastado plata ni recursos en él, que, por más que no consumiera, seguía siendo un tipo de mierda. Yo no entendía, hasta que me di cuenta de que Marisol le decía que él era una basura y que tenía que agradecer que alguien como ella le prestara atención, que iba a terminar lastimando a cualquiera, pero que con ella no iba a poder porque era más fuerte que el resto. Que, si quería estar con otra chica, la iba a destruir porque él no había cambiado. Que ella era la única inmune.
—No puede haber gente tan mierda...
—Sabés que no me gusta hablar mal de la ex de ningún amigo porque siempre hay matices y cosas que no sabemos, pero Marisol rompió todo lo que veníamos recuperando a paso de tortuga. No sabés lo que le costó dejarla, el tiempo que estuvimos sin hablar porque yo le insistía para que la mandara a la mierda. Al final, cuando se dio cuenta de que no tenían futuro, la dejó. Conoció a alguien que... —Se calló. Alejó la mano que Laila sostenía para apretarse el puente de la nariz. Suspiró—. Conoció a alguien que le hizo sentir que no era tan basura como pensaba. Al poco tiempo, conoció a Meli y se dio cuenta de que la única relación en serio que tuvo fue una cagada. Unas semanas después, te conoció a vos.
—Y Marisol apareció anoche.
Luciano asintió.
—Se enteró de que Mateo está con algo pesado encima y fue a buscarlo a la casa del padre. El padre le dio esta dirección. Volvimos de dejarte en tu casa y la encontramos esperando en la vereda, como si nada. Es impresionante cómo todavía le destruye la moral en cinco minutos. —Hizo una pausa. Laila aprovechó para terminar su café—. Te cuento esto para que sepas en qué estado lo encontraste anoche. El Mateo que te abrió la puerta no es ni de casualidad parecido al Mateo que se juntó con nosotros y distrajo a Martín en la cafetería.
El Mateo que la había esperado no era el mismo que la había llevado a su casa la noche anterior. Entendía el mensaje, solo que, si lo pensaba, sí se sentían la misma persona. Cuando estaban solos, había un único Mateo y siempre parecía a punto de quebrarse.
Laila chasqueó la lengua, frustrada.
—Le dije que era un hijo de puta y me contestó que sí. Al rato, después de hablar, me juró que había cambiado. Me tendría que haber dado cuenta de que había algo más.
—No tenías cómo saber.
—No, pero, así y todo, le hablé del Tato apenas pude. Igual... Me lo venía guardando. En parte, necesitaba que supiera.
—¿Para qué? Ya pasó, hace años que no lo ves. Me juego la cabeza a que Mateo nunca hizo nada parecido a lo que ese tipo te hizo a vos. No vale la pena compararlos.
Laila dejó la taza sobre la mesa, se paró despacio. Se envolvió en la manta para asomarse al ventanal del balcón.
—Lo vi cuando fuimos a cremar a Sol.
Luciano volcó café en la mesa por dejar la taza rápido y pararse al mismo tiempo. Se acercó a ella.
—Me dijo que se había enterado, que sabía quién le vendía al novio de Sol. Que podía hacer algo si yo quería.
Luciano le envolvió la cara con las manos, intentó descifrar la determinación de su mirada.
—Decime que lo mandaste a la mierda. Laila...
—Era parte del trato —contestó en un susurro—. Me iba a dejar en paz hasta que yo necesitara un favor de él. Si alguna vez le pedía algo... No, le dije que no quería hacer nada en contra de nadie. El tipo se mató con Sol, ya está. Seguir la cadena de culpables no me la va a devolver. Nada de lo que haga me la va a devolver.
Sentía un nudo en la garganta. Luciano la abrazó con fuerza, consciente de que estaba a punto de quebrarse. Enojarse con Mateo no la iba a llevar a su hermana. Arreglar sus malentendidos, tampoco. Podía volver al mar y pedirle perdón, salvar ese último sueño juntas. Podía retenerla a su lado tanto tiempo como se lo permitieran, y, aun así, acabaría perdiendo a Sol.
El mar había puesto una pausa en su dolor, pero no lo había detenido para siempre. Laila sentía que, cuando retomara su curso natural, el desprendimiento sería un desgarro en el alma.
Clavó los dedos en la espalda de su amigo. Por escapar de Sol, había lastimado a Mercedes y a Mateo. Por buscar una emoción que la despertara de la soledad, había revivido en ambos temores que ni ella misma podría llevar a la espalda.
—Necesito que confíes más en mí —le pidió—. Por más que te cueste, necesito que creas que puedo con todo. O que me mientas, por lo menos.
—¿Vos te mentís cuando te convencés de que está todo bien?
No fue capaz de contestar.
¡Hola! Ahora tenemos la otra versión de lo que pasó la última noche y sabemos quién es Marisol. Mateo tiene varias cositas que Laila desconoce y casi todas tienen nombre de mujer.
¿Les gusta más Luciano cuando está con Mateo o cuando está con Laila? ¿Creen que hizo bien en hablar?
¿Cómo describirían la cabeza de Laila en este momento? ¿Se imaginan la vuelta a su casa?
Estoy actualizando más seguido y espero que sigamos así de bien así me cuadran las fechas con todo lo que vengo planeando, porque todo es para ustedes.
¿Qué es lo que más les gusta de la historia hasta ahora? ¿Qué es lo que no les gusta demasiado?
Le quiero dedicar este capítulo a MariG112, que me hace saltar de alegría cada vez que le gusta algún párrafo de esta historia. Qué bonito es que el club de lectura te haya dejado por acá. ♥
¿Sabían que hay un grupo de lectores en telegram donde voy avisando de las actualizaciones, dejo adelantos de capítulos y conversamos sobre lo que quieran? Me pueden pedir el enlace si quieren estar. ♥
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