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21. El límite de la tolerancia

Mateo no quería abrir los ojos. Si lo hacía, descubriría a Laila enredada en su remera, durmiendo contra él con los labios entreabiertos. Si se daba cuenta de que estaba ahí, todo lo que había soñado con decirle tendría un lugar en la realidad; se vería con la oportunidad de pedirle perdón, de evocar en ella los mismos recuerdos que la noche anterior, de ser la persona que menos necesitaba y en la que más se había apoyado. Y, sin embargo, quería abrir los ojos y verla. Quería descubrirla durmiendo contra su cuerpo, usando esa remera.

Le acarició la espalda con la punta de los dedos, lo bastante suave para evitar despertarla. No sabía si ella buscaría hablar cuando todavía estuvieran en la cama, si preferiría levantarse para fingir que no había pasado nada o si esperaría algo más de él. No, Laila sabía de la existencia de Melisa. No podía esperar algo más. Aun así, si Laila quería, si tenía la más mínima esperanza...

Abrió los ojos despacio, enfocó la vista en el techo. El único que se había ilusionado era él. El único que creía que podía cambiar algo entre ellos por una noche de compañía era él. La luz apenas entraba por la ventana y Laila dormía con la paz tatuada en el rostro, como si fuera su primera noche de descanso real en semanas. Mateo cerró los ojos y apoyó la frente contra su sien con delicadeza. Si le pedía perdón, corría el riesgo de despertarla. Si le hablaba, terminaría por perderla. Había transitado el camino menos honesto para no arruinar la noche y se había hundido del todo.

Salió de la cama despacio, intentando mantener el silencio. Que Laila no notara su ausencia le produjo alivio y decepción a partes iguales. ¿Qué sentido tenía despertarla si no era capaz de ordenar sus ideas y definir qué quería? Buscó ropa limpia entre lo que no había guardado por miedo a hacer ruido con los cajones y desconectó su teléfono del cargador sin prenderlo. En ese momento, el sueño de Laila era su bien más preciado, su único escape. Abrió la puerta, agradeció haber arreglado las bisagras la semana anterior.

Luciano estaba en la cocina, preparando el desayuno. Cuando lo vio, le hizo un movimiento con la mano para indicarle que se apurara y le señaló la cafetera. Mateo asintió rápido y se encerró en el baño. No había pensado cómo le diría que Laila había dormido con él, que por fin se habían acercado, que había ido más lejos de lo que había sido capaz de anticipar.

Colgó la ropa limpia en la puerta, se miró al espejo. Tenía las ojeras menos marcadas que los días anteriores, como si la última hubiera sido su primera noche de sueño en una eternidad. Se sacó el bóxer con el que había dormido y abrió la ducha. No esperó a que el agua saliera tibia, se metió bajo la lluvia y cerró los ojos. Tenía que sacarse a Laila de la piel cuanto antes.

Le gustaba demasiado. Le había gustado desde antes de conocerla, por lo poco que sabía de ella gracias a Luciano, y se perdió en su mirada indiferente y en el contraste de sus tatuajes cuando la conoció. Melisa tenía razón al decir que Laila tenía sobre él un poder que Mateo no era capaz de admitir. La prueba era que había dormido en su cama.

Apoyó la espalda contra los cerámicos fríos. Había arruinado la noche ideal para hablar con la verdad por una vez y su única alternativa era despedirse. Despertar a Laila, explicarle que, en realidad, sí era un hijo de puta y prometerle que no se iban a volver a ver. Buscar a Melisa, disculparse por haber cancelado la cena de la noche anterior y decirle que no estaba listo ni lo iba a estar nunca, pero que no lo dejara. Hablar con su papá, discutir la posibilidad de volver a vivir en el departamento del fondo de su casa, dejar de molestar a Luciano. Dejar de jugar con la cabeza de su mejor amiga. Dejar de ponerlo al medio de una situación que empeoraba por su capricho egoísta de ser incapaz de hablar.

Tenía que despertar a Laila y darle la oportunidad de que lo echara de su pieza, dejar que le arruinara la moral como él le había destrozado la noche con malos recuerdos. Que descubriera que él no valía la pena y quebrara cualquier ilusión. Que lo odiara. Necesitaba que Laila lo odiara tanto como se odiaba él mismo.

Usó el jabón de Luciano para que también se enojara con él. Se secó tan rápido como pudo antes de que su cabeza encontrara un argumento sólido para obligarlo a cambiar de planes y buscó su celular en el bolsillo del pantalón limpio, donde lo había dejado minutos atrás. Tenía dos llamadas perdidas de su papá y un mensaje de Melisa en el que preguntaba cómo se había despertado. Estuvo a punto de escribir «Con Laila», pero una respuesta así implicaba una llamada inmediata. Le sugirió que necesitaba hablar con ella y se aseguró de que el aparato estuviera en silencio antes de cambiarse y salir del baño.

Luciano no sonreía. Ninguno había cenado la noche anterior y se habían acostado con el ánimo por el suelo. Mateo se apoyó contra el marco de la entrada a la cocina y señaló la cafetera.

—Poné más agua.

—Hay para los dos, ya está listo —contestó Luciano sin mirarlo—. Me llamó tu viejo, dice que tenías el teléfono apagado y que necesita que hoy vayas más temprano para ayudarlo con un portón que tiene que entregar mañana. —Hizo una pausa antes de agregar—: No le dije que vino Marisol. No sabía si querías que supiera que no tenía que decirle dónde vivís ahora.

Mateo se sentó en la barra, de frente al lugar que Laila había ocupado algunas horas atrás.

—Poné más agua.

—Alcanza para los dos.

—Para cuando se despierte.

Luciano se dio vuelta. La tostadora avisó que esa tanda estaba lista, pero él la ignoró. Caminó hacia Mateo despacio, buscando que su mirada lo delatara.

—Escuché que había alguien anoche, pero pensé que se iba a ir después de un rato. ¿Desde cuándo Meli se queda a dormir?

Mateo inhaló despacio, contando los segundos que tardaba en llenar los pulmones. No había pensado en la posibilidad de que Laila se despertara por una discusión con Luciano.

—No es Meli.

Luciano tiró el repasador a un costado y salió de la cocina con prisa. Mateo lo siguió, alcanzó a sostenerle un brazo antes de que abriera la puerta.

—¿Sos pelotudo o te hacés? Te dije que la iba a sacar como sea si la veía acá. No me importa si está en pelotas o lista para irse. Yo la saco.

Reanudó el camino hacia la pieza. Mateo jugó la carta más peligrosa: lo tiró de la remera. Luciano se dio vuelta y lo empujó contra la pared. No le importó golpearse un hombro, lo único que quería era que Laila no se despertara en medio de ese caos. Atrajo a Luciano hacia él y le tapó la boca con una mano.

—Pará, idiota. No es Marisol —susurró—. Bajá un cambio.

El efecto de sus palabras fue inmediato. Luciano se acomodó la remera y los dos se permitieron respirar.

—Si no es Meli, si no es Marisol... —Señaló la puerta cerrada.

Mateo contestó antes de que pudiera formular una pregunta.

—Es Laila.

Una parte de él deseó que Luciano se hubiera despertado antes y no estuviera en ese momento para descubrir lo que había pasado. Lo vio descifrar en su mirada que nada había cambiado y que había perdido el control de la situación.

No dudó de sus palabras. No hizo más preguntas, tampoco. Volvió a la cocina y puso más agua en la cafetera. Sirvió dos tazas antes de prenderla otra vez. Mateo volvió a su lugar. Tenía la respiración agitada y no encontraba cómo sacar el tema, no sabía en qué pensaba su amigo. No esperó que llegara a la conclusión de que Marisol había pasado la noche en el departamento, lo que lo llevaba a la idea de que Luciano estaba casi tan al límite como él y no se había percatado en ningún momento.

Le puso una taza de café al frente con tan poco cuidado que volcó algunas gotas. Mateo buscó un repasador para limpiar y esperó a que su amigo terminara de servirse y estuviera sentado para hablar.

—¿Qué mierda pasó? —preguntó Luciano con voz cansada, todavía de pie.

—Si me vas a cagar a piñas, está bien, pero no hagas ruido. Dejá que duerma un rato, vino como el culo y la puse peor.

—¿Ahora no te da vergüenza decir que la querés cuidar? —Había hastío en sus palabras, en el tono de su voz.

Mateo se preguntó cuántas personas a su alrededor estaban rozando un límite que él era incapaz de ver. Tomó un sorbo de café caliente. Apoyó los codos en la mesa.

—Se ve que se peleó con la madre y se quiso descargar conmigo. Vino, me puteó un rato, se dio cuenta de que no estaba de humor para pelear y se calmó.

Luciano le prestaba atención. Imaginaba que también hablaría con Laila y que necesitaba las dos versiones de lo que había pasado.

—¿Te dijo que quería pelear o vos asumís eso?

—Me lo dijo. Al final se calmó, me contó que había pasado algo con la madre y la invité a tomar un café hasta que se pudiera ir.

«Mi vieja piensa que me quiero matar». Sentía que se había aprovechado de su necesidad de compañía, de su vulnerabilidad, para cubrir su necesidad de abrazarla como si no llevara días lastimándola.

—Hablamos de Jaz —siguió, tratando de no detenerse en los detalles—. Me contó de la hermana, le dije que ninguna de las dos cosas es su responsabilidad. Traté de hacer que no se echara la culpa. No sé bien cómo contarte porque no me acuerdo bien de toda la charla. Le pedí perdón, la abracé, me besó. —Ya no podía sostener la mirada de Luciano—. Traté de frenar. Todo el tiempo quise frenar, pero... Es Laila.

—Le hubieras mentido. No te cuesta tanto.

—¿Y decirle qué?

—Que te metiste en serio con Meli, que están juntos. Con eso, Laila no se te acercaba más. O hubieras hecho más ruido y yo me levantaba, no sé. Si tanto querías que no pasara nada, hubieras intentado frenar en serio.

Ni siquiera podía mirar las tostadas. Tenía el estómago comprimido, reacio a recibir cualquier tipo de alimento. Se obligó a tomar más café.

—No le quiero mentir.

—Pero tampoco sos capaz de hablar y decirle la verdad. Que ahora me jures que trataste de frenar no es nada. Mirá... Laila cede muchísimo con vos y no le gusta no poder controlarlo.

—Vos sabés por qué cede.

—No tengo la más puta idea y no me interesa. Lo que quiero es que no se sienta como el culo cuando se despierte.

Mateo terminó la taza de un sorbo y se enderezó. Luciano tenía las dos partes de la historia y no había compartido con ellos que tenían fantasmas en común.

—Cede porque sabe que conozco al Tato, que andaba en los círculos del Tato, y piensa que soy la clase de tipo que viene rechazando por su bien. Cede porque se quiere hacer mierda.

Luciano terminó de masticar la tostada en silencio. Cerró los ojos con alivio, pensando que el escenario era diferente al que había imaginado en un principio, y revolvió el café.

—Entonces, ¿hablaron?

—Cuando se puso mal porque se acordó de eso. ¿Por qué no me contaste con quién salía?

—No tengo por qué contar esas cosas de ella. Como con vos, no pasó en la mejor época de su vida.

—Es Laila —repitió—. Sabés cómo me puede. Me hizo mierda ver que le hacía acordar...

—Pará. No te des manija.

—Esas cosas no se van. Marisol tiene razón a veces. Mirá todo lo que quise cambiar y, cuando aparece una mina que me importa en serio, la llevo a esto.

Escondió los dedos en el pelo húmedo, cerró los ojos. Tenía que calmarse antes de hablar con Laila y explicarle que no se iban a volver a ver. Tenía que recuperar el ritmo de su respiración antes de romperla un poco más e irse.

Luciano respetó su silencio, que ignorara su presencia. Permaneció sentado y esperó, como siempre había hecho.

Mateo se levantó despacio, sin mirarlo.

—Marisol tiene razón —murmuró—. No puedo tener a nadie cerca.

—Dejá de decir pelotudeces.

—Es que tiene razón: hago todo mal. —Se humedeció los labios—. Voy a hablar con Laila.

Salió tan rápido que Luciano apenas alcanzó a seguirlo. Lo frenó a la salida de la cocina, se lo llevó lejos de la puerta de su pieza. Le habló en un susurro.

—¿Qué mierda pensás hacer?

—Lo que me venís diciendo hace rato que haga. Hablar con Laila. Y después voy a hablar con mi viejo, a ver si puedo volver allá. Si me dice que sí, busco todo entre hoy y mañana. Y listo, Laila va a poder venir todo lo que quiera sin verme, no te vas a tener que bancar a Marisol buscándome todo el tiempo, todos contentos.

—¿Sos pelotudo? ¿Vos te escuchás cuando hablás?

Era la primera vez en el día que lo pronunciaba en voz alta, pero no parecía tan descabellado como lo había imaginado en un principio. Empezaba a convencerse de que la única forma de liberarse —liberarlos— era rompiendo. Pensó en Laila, en el dolor de sus palabras cuando admitió que su única intención fue la de proteger a su hermana de vivir lo que ella había vivido. Y, ahora, él evocaba esa pesadilla cuando más la acompañaba la culpa.

Sacó el teléfono de su bolsillo, buscó la conversación con Laila para bloquearla. Que estuviera conectada le aceleró el corazón.

—Tendría que haber arreglado todo antes —murmuró—. Dejame pasar.

Luciano se interpuso una vez más en su camino.

—Pará. No vas a hablar con Laila así.

—Soltame.

—No. Sos una bomba de tiempo, ni en pedo dejo que te le acerques y le tires todo sin filtro.

Lo empujó. Luciano se lo devolvió con más fuerza. Abrió la puerta del departamento y lo obligó a salir.

—Andate. Andá a lo de tu viejo, hablá con él y bajá un cambio.

—Me rompiste las pelotas para que hablara con tu amiga y ahora no...

—¡Así no! —Cerró la puerta detrás de él y rodeó el cuello de su amigo con un brazo. Le sostuvo la mandíbula con la mano libre—. Es la primera vez que admitís que Laila te importa. Ya me había dado cuenta, pero es la primera vez que lo decís y no me ponés excusas. No seas pelotudo, no le hagas mal a propósito. No me quiero enojar con vos.

—Quiera o no, la voy a terminar haciendo mierda. Ya sabés eso. Dejá de buscar soluciones, no hay ninguna.

—Te tenés que calmar.

—No, me tengo que ir. —Cerró los ojos, apoyó la frente en el hombro de Luciano—. Hablale de Marisol, de Vero, de lo que me pasa, de todo. Decile que soy un hijo de puta.

—Más que hijo de puta, sos un pelotudo.

—Soy las dos cosas. —Levantó la cabeza, lo miró a los ojos. Notó la preocupación en el semblante de su amigo—. Si no hablo ahora, no hablo más. Decile todo.

Se alejó de Luciano y parpadeó varias veces para evitar que la mirada se le humedeciera más. Pasó el ascensor y buscó las escaleras. Cuando bajó un piso, se dejó caer contra la pared y se corrió el pelo de la cara.

Marisol tenía razón: nunca dejaría de ser quien había sido. Por más que intentara alejarse, había un fuego en su interior que lo consumía y lo llevaba de nuevo a la incertidumbre de saberse en la calle, al frío de las piezas del hospital, a la soledad de saber que a nadie le importaba. Le había jurado a Laila que no era el mismo, pero ella, a pesar de asegurarle que le creía, había evocado una relación abusiva mientras estaba con él.

Aunque no se hubieran conocido en esa época, Mateo era parte de sus recuerdos.

Era parte de su vergüenza.

Era parte de su dolor.

Terminó de bajar las escaleras y buscó la tarjeta del colectivo. Cuando cruzó la puerta de entrada, pensó en Laila parada frente a él, en silencio, la noche anterior. Pensó en cómo apenas podía controlar la preocupación para esperarla, en cómo pudo respirar en cuanto la vio. Pensó en el alivio que le producía abrazarla, en la incomodidad de saberse perdidos y atrapados en la angustia, contenidos por una tormenta.

Laila le importaba, y él era para ella el recuerdo de un infierno que todavía ardía para los dos.

¡Hola! Si esperaban una charla bonita después de la noche que pasaron, recuerden que les llevó un tercio de historia sentarse a hablar. No van a dejar de ser el desastre que son por haber hablado una vez. 

¿Mateo hizo bien en irse? ¿Creen que está siendo lógico?

¿Luciano hizo bien en meterse? ¿Qué tan cerca lo ven del límite? ¿Creen que va a terminar tomando un lado de la discusión?

¿Cuál piensan que va a ser el primer pensamiento de Laila cuando se despierte?

¿Hay algo que quieran mencionar de este capítulo que yo no haya tenido en cuenta en estas preguntas?

Tuve mis últimos días de hospital y se me hizo imposible actualizar porque estuve con una presentación, las últimas guardias y resolviendo varias cosas relativas a mi vida universitaria, pero ya soy libre para escribir. Crucemos los dedos para que recupere el ritmo y no lo pierda. 

Este capítulo va dedicado a EleWolf0605, que siempre estuvo y no podía creer que no le hubiera dedicado nada todavía. Gracias por ser una de las personitas cuyas reacciones siempre espero. ♥

Estoy armando cositas y esquematizando las próximas escenas para la lectura conjunta. Si conocen gente que podría disfrutar de esta historia, sería genial que se sumen para poder conversar en grupo sobre por qué Mateo mete tanto la pata y por qué Laila es tan terca. Si nos quieren acompañar, va a ser hermoso. ♥

Gracias por seguir acá. ♥

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