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15. El fantasma del olvido

Ya no medía el paso del tiempo. Laila dejó que la luz que entraba por la ventana se deslizara lenta y silenciosa por el suelo de la habitación. No abandonó su cama, no se cambió la ropa de dormir. Ni siquiera se puso un pantalón.

Antes de soñar con el mar por primera vez, Laila tenía una lista. Era similar a una que Sol había hecho meses atrás, solo que su intención era diferente. Sol buscaba un cambio radical en su vida, Laila quería adecuar su realidad a una en la que su hermana no estuviera. En la primera lista, que todavía estaba doblada con cuidado dentro de una libreta, Sol se había propuesto aprender a manejar, probar el vodka puro, tener una conquista de una noche, tatuarse y hacerse un piercing. La lista de Laila, escrita después de un velorio que parecía no terminar, solo tenía tres puntos: volver a tocar la guitarra, conseguir un trabajo y ahorrar.

Solían apostar por quién sería la primera de las dos en independizarse, y siempre concluían que Laila sería la primera en irse de la casa. Sol era incapaz de dejar sola a Mercedes, y ambas creían que, si se quedaba, le costaría demasiado tomar la decisión de irse. Su muerte fue el detonante que Laila necesitaba para darse cuenta de que era el momento.

La lista de Sol tenía dos líneas tachadas. La lista de Laila terminó quemada, usada para prender un cigarrillo cuando cumplió su primera semana en el mar y supo que no era un sueño, que no era un invento para lidiar con la soledad. Con el papel hecho cenizas y el cigarrillo entre los labios, Laila contestó los mensajes de pésame que llevaba días ignorando. Ya no sentía que fueran para ella. Podía leerlos, podía agradecer sin sentir que se rompía por dentro. Podía pretender que la cercanía de gente con la que apenas hablaba le hacía bien. Se permitió creer que no tendría que despedirse de Sol hasta que Graciela dejó una caja con su ropa, dispuesta a matar el recuerdo.

Levantó una mano en el aire. Contempló el brillo que la luz del sol dejaba en su piel. Alguien soñaba con ella. Cada vez que lo pensaba, el corazón le latía acelerado, revelándole que ella sabía la verdad. Y, cuando eso pasaba, Laila cerraba los ojos con fuerza y llevaba a su mente la caja de ropa que seguía inerte al lado de la puerta. No estaba lista para decirlo en voz alta.

Tenía miedo. Había creído que ayudar a la chica les conseguiría un castigo por haber saltado el ciclo natural según el cual otras almas debían entrar antes a sueños de sus familiares, pero que esa línea del mar se tocara con su realidad podía ocasionar algo peor.

Sol creía que Laila no tenía miedo, pero durante las últimas semanas crecía en ella un temor cada vez más palpable y visceral: el de perderla. Había aceptado a ciegas el trato con la muerte, conmovida por la imagen de su hermana, impasible sobre el bote, pero era incapaz de recordar que le hubieran advertido sobre las consecuencias. Tenía prohibido llevar el mar a su mundo descubriéndolo ante quienes ignoraran su existencia, tenía prohibido llevar a Sol mensajes de quienes vivieran. Su propósito era el de acompañar a las almas a los sueños que las liberarían para que pudieran cumplir su ciclo sin dejar pendientes que las anclaran al mundo de los vivos. Laila atraía determinados sueños, Sol daba con el alma que conociera a la persona que soñaba. El alma que esa persona recordaba y que necesitaba romper el vínculo. ¿Podía considerarse una infracción si Laila las llevaba una y otra vez al mismo sueño? No debían interferir en la escena, su presencia era la de espectadoras silenciosas. Aun así, un sueño se había visto interrumpido por Laila y se sentía incapaz de presenciarlo demasiadas veces antes de que la chica pudiera lograr su cometido.

Se tapó los ojos con el antebrazo. Alguien soñaba con ella. Que ella veía cómo moría. Metió los pies bajo las colchas.

No estaba lista para despedirse. Sabía, por palabras sueltas de su hermana, que en algún momento dejarían de navegar. Sabía que el alma de Sol tenía que seguir su curso, igual que las demás, y que Laila no recordaría jamás que el mar existía y que las había marcado desde su nacimiento. Se preguntó si todos los gemelos recibían la propuesta al poco tiempo de la muerte del primero, quiso saber si había un límite de edad. ¿Los niños también navegaban? ¿Los bebés? ¿Alguien recibía la propuesta del mar años después de haberse acostumbrado a la pérdida, con su vida arreglada, y recibía el peso de despedirse para no recordarlo?

¿Qué haría Sol en su lugar?

Buscó la remera de Sapphire Fire y volvió a la cama. La apretó contra su pecho.

Alguien soñaba con ella. Laila tenía los ojos húmedos, aun así, le era imposible llorar. Estaba a una decisión de arruinar la experiencia que la había mantenido entera durante las últimas semanas, pero, si lo pensaba mejor, no se sentía entera desde que supo del accidente.

Buscó su teléfono. Abel estaba conectado.

Laila
Alguna vez tuviste un sueño recurrente?

Él vio el mensaje y la llamó.

—Estoy trabajando, pero quería dejar clara una cosa y quiero saber que me escuchás.

Laila contuvo la respiración durante dos segundos. Habían decidido hablar de los sueños que visitaban como si fueran suyos, sin mencionar lo que los unía. El mar solo reconocía cuando lo mencionaban.

—Para darte cuenta de que un sueño es recurrente, tenés que haberlo tenido más de una vez. Eso quiere decir que algo pasó para que la primera vez no alcanzara.

—La primera vez me desperté.

—Y hubo una segunda. ¿Una tercera?

Laila negó despacio. Tardó algunos segundos en darse cuenta de que él no la veía.

—No, todavía no.

—¿«Todavía»? ¿La segunda vez también te despertaste?

—No era un lindo sueño. No sé si lo quiero tener de nuevo.

Abel suspiró. Laila desvió la mirada hacia la puerta, como si alguien pudiera aparecer de un momento a otro y escuchar su conversación.

—No sé si sabías, pero no te podés equivocar más de dos veces. Si volvés a tener ese sueño, tratá de no despertarte.

—¿Y si sale mal?

—No puede salir mal. Con dos errores estás salvada. —Su voz se convirtió en un susurro cercano—. Esto va en serio. Tenés que resolver todo en un solo sueño, dos como máximo. Si necesitás tres, estás al límite. Si en tres no lo resolvés...

—¿Qué? ¿Qué nos puede pasar?

—No te cuenta nada, ¿no?

Tampoco podían mencionar a sus hermanos cuando hablaban del mar. Abel tenía las reglas tan claras que Laila sintió algo de envidia porque él sabía cómo manejarse y cuáles eran los límites. Ella, en cambio, daba cada paso sin estar segura de si tenía permitido avanzar.

—No hablamos de eso. No hablamos de nada.

Se sentía estúpida. Tenía la oportunidad de ver a Sol todas las noches cuando nadie más que ella contaba con ese privilegio y era incapaz de decirle lo que sentía, lo que vivía sin ella. No era una cobarde por tener miedo, pero tenía miedo y era una cobarde. Se mordió el labio inferior cuando notó que había empezado a temblar.

—Está bien, mirá... La próxima tiene que salir bien. Si no, se va a notar. Y se permite un solo error. La próxima vez que te equivoques puede ser la última.

—A ver si entendí. Si esto sale bien, no pasa nada. Si sale mal, ya estoy en la mira. Si algo más sale mal después de esto...

—Te voy a dar un consejo rápido porque acaba de entrar un cliente. Hablen. Posta, tienen que hablar más. Y tratá de ir a dormir tranquila esta noche. Suerte.

Cortó antes de que Laila pudiera agradecerle. Las conversaciones con Abel eran breves y la confortaban, aun así, no quería delegar en él todo el peso de su tranquilidad. Ni siquiera era capaz de delegarlo en sí misma.

Buscó las pastillas y las dejó abajo de su almohada. Se acostó mirando la pared. Alguien soñaba con ella.

Escuchaba las voces de Mercedes y Graciela en la cocina, cómo discutían sin ánimo por algo relacionado con el almuerzo. A Laila no le podía importar menos lo que comieran, ni siquiera tenía hambre. Lo único que quería en ese momento era desaparecer. No ver a su mamá, no ver a su hermana. No tener su cuerpo en un mundo y su cabeza en otro. Ser una, mantenerse entera, y desaparecer.

Agarró el teléfono de nuevo y vio que Lucía le había escrito. Laila la ignoró y fue directa a su conversación con Mateo, a su foto de perfil.

«Tu hermana se murió porque quiso».

Pero alguien soñaba con ella.

Si permitía que sus mundos se tocaran, si dejaba la puerta abierta y su pesadilla se encontraba con la realidad, podía perder a Sol. Si no lo hacía...

La imagen de Mateo era una foto de él apoyado contra el asiento de su moto, mirando el teléfono. Estaba distraído y, aun así, cada línea de su rostro parecía medida para la foto.

Mateo se conectó. Laila buscó la conversación con su amiga.

Lucía
Venís hoy? Va a estar Jaz

Laila
No sé, no me estoy sintiendo bien

En otro momento, Lucía habría insistido. Le habría pedido que aprovechara esa tarde para despejarse, que no se aislara. Laila esperaba que lo hiciera.

Lucía
Jaz no fue al cumple de Nico, quería que estuviéramos todos

Lucía
Pero no pasa nada

Lucía
No te pregunté si Mateo estuvo insoportable anoche y debés tener la cabeza seca

Laila
No te jode que no vaya?

«Decí que sí».

Lucía
No, posta

Lucía
Les digo que te sentís mal

Apretó la remera contra su pecho. No podía con la ropa de Sol esa tarde, pero tampoco quería salir de la cama. Nicolás no le había reclamado que se hubiera ido temprano de su casa, Luciano no se había quejado de que desapareciera. Lucía no insistía en que se juntara con ellos. La caja seguía a un costado y Laila tenía la tarea de limpiar el recuerdo de su hermana de la casa, poco a poco. Pensó, con una nota de irónica frustración, que lo único que conseguía era convertirse en recuerdo para quienes la rodeaban.

«No te cuenta nada, ¿no?».

Laila y su realidad eran una mentira. Todas sus realidades lo eran. Su hermana no le hablaba de lo importante y ella no tenía el valor de preguntar por si era el dolor lo que las frenaba, como una barrera que nunca lograrían atravesar. Su mamá se daba por vencida antes de intentar acercarse a ella y sus amigos habían dejado de insistir. Su relación con Abel estaba anclada al mar y a sus respectivas soledades. Todo vínculo que creía cuidar acababa por deshacerse entre sus dedos.

Alguien soñaba con ella y el mar no la esperaría para siempre. Iba a perder a Sol en algún momento. Sintió la humedad en los ojos, la saliva espesa en su boca. De sus dos realidades, solo podía conservar una por el resto de su vida. Separó los labios para respirar, apenas conseguía que el aire le llegara a los pulmones.

Iba a ver a sus amigos esa tarde. Iba a visitar ese sueño por última vez.

Iba a descubrir quién soñaba con ella aunque una voz en su pecho se lo gritara, porque nunca había sido buena con las corazonadas y necesitaba estar segura antes de tomar cualquier decisión. Sin embargo, lo viera o no, ya lo había hecho.

Laila acababa de elegir.

¡Hola! ♥ ¿Notaron que estoy actualizando más seguido?

¿Qué piensan de la decisión de Laila? ¿Ya saben en qué se está metiendo? ¿Creen que ella misma lo sabe?

Con este capítulo cerramos el primer arco de la historia. ¿Qué les parece como introducción a la trama? ¿Sienten que queda planteado el conflicto de la historia? Me sirve mucho saber lo que piensan para poder editar y arreglar lo que no se entienda bien.

Este capítulo va dedicado a arrtangell por sus comentarios y porque hace interpretaciones muy bonitas y las refleja en sus escritos. Gracias por alegrarme siempre que te veo leyendo. ♥

No les puedo explicar lo bien que me hace saber que esta historia les está gustando. Gracias por seguir acá. ♥ 

No se olviden de que tengo grupo de lectores en Telegram y que ahí aviso sobre actualizaciones, doy adelantos y hablamos de todas mis historias y cositas varias. Si se quieren unir, les paso el enlace por privado.

Gracias de nuevo. Están haciendo que la experiencia de compartir esta historia sea hermosa. ♥

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