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1. El vacío de cada noche

Para Laila, el vacío existía, inconmensurable, en tres niveles: en su voluntad delineada por la pérdida, en la oscuridad de la mirada de Mateo y en el mar que se anclaba con un hilo invisible y pulsátil a su corazón. Esa noche, se trenzaron en el espiral que la encadenaría a la vastedad eterna.

Era más de medianoche y los segundos corrían en su mente más agitados que en el reloj. Escuchaba los graves de la música reverberar en la puerta de madera que apenas se mantenía en el marco y, con un eco que solo ella podía oír, se elevaba un llanto que nacía y moría en su garganta.

Una gota de ácido le acariciaba el borde de la mandíbula, a punto de caer al inodoro sucio del baño de mujeres. Otra se sostenía a la piel de sus labios con un hilo que no se cortaba a pesar del tiempo que llevaba ahí. El abdomen le temblaba, junto con las manos y los muslos que la mantenían de cuclillas sobre el piso mojado. Ella misma era una única agitación, vulnerable a la fuerza que la instaba a mecerse con los ojos cerrados, perdida entre la inmundicia de su entorno y la inquietud de su mente.

Tosió y escupió con esfuerzo la poca saliva que acumulaba en la boca. Era tan densa que apenas podía conseguir que abandonara sus labios, tan ácida que le daba pavor tragarla. Tan negra que no parecía haberse originado en su cuerpo.

Apoyó los codos sobre sus rodillas, cansada, e inhaló despacio en un intento de relajarse. La mezcla de orina y desinfectante que llegaba del baño contiguo le daba arcadas, pero, a pesar de que había comido más de lo que había tomado, lo único que ascendía por su esófago era más líquido.

Ojalá hubiera vomitado por el alcohol o por una indigestión. Ojalá no fuera un compromiso el que tiraba de su estómago como si quisiera vaciarla por una impuntualidad.

Se incorporó de a poco, intentando no detener sus movimientos. El mareo no le impedía ubicarse; era el cansancio quien la obligaba a cerrar los ojos. Y, operando sobre el cansancio, se erguía la inmensidad de sus sueños.

Se miró en el espejo que tenía a la izquierda. Las marcas negras de saliva le surcaban la piel como ríos y la quemaban.

—Me cago en todo —susurró.

Abrió la canilla para enjuagarse las manos cuando pasó. El agua helada se enredó entre sus dedos, rodeó su piel y ascendió hasta su muñeca en un camino gélido que le recordaba al contacto con la superficie del mar. Allí, al rozar su pulso acelerado, el líquido se oscureció.

—No. No, no, no... —murmuró asustada.

El agua trepó por sus brazos dejando el mismo rastro oscuro que su saliva y se abrió camino por debajo de la ropa hacia su cuello. Ascendió despacio, con un control que escapaba a su entendimiento, hasta colarse por las comisuras de sus labios y por su nariz.

Tosió una vez más. Dejó salir el aire con tanta violencia como pudo al sentir que los hilos se unían en algún punto de su faringe y avanzaban hacia sus pulmones, ahogándola.

Cerró la canilla y se inclinó sobre el inodoro, dispuesta a expulsar ese reclamo de su interior, aunque tuviera que vomitar de nuevo.

Alguien golpeó la puerta con fuerza.

—¿Te falta mucho? Ya nos vamos.

Sus manos eran dos manchas negras. El agua con la que podía lavarlas parecía tinta oscura que la invadía. Contuvo la respiración para aplacar los movimientos apresurados de su pecho.

—¡Laila!

—No jodás —alcanzó a pronunciar—, ya salgo.

—¿Estás bien?

—¡Sí, ya salgo!

Su amiga no insistió. Laila creyó que estaría en silencio, esperándola al otro lado de la puerta. Se preguntó si algún día podría hablar con ella de la presión que sentía cada noche, de la ansiedad con la que cerraba los ojos para dormir y la soledad que la acompañaba al saberse presa de un pacto que no tenía voluntad para deshacer. Se preguntó si algún día podría hablar con alguien.

Abrió la canilla otra vez, dispuesta a lavarse la cara. El agua, en su fluir, conseguía que el líquido que había ingresado a ella se meciera en su interior y chocara con sus mucosas con un vaivén que murmuraba, con un eco que se replicaba en sus venas, que hacía temblar su sangre.

«Apurate».

Se miró al espejo. La voz de su hermana seguía el ritmo del mar que ahora navegaba dentro de ella y Laila fue incapaz de mantenerse de pie. Se dejó caer contra la puerta mientras su corazón latía al ritmo de los graves de la música. Su cuerpo estaba en el bar; su mente, en la tempestad de un sueño. Ella se ahogaba en la culpa.

«Necesito verte».

Una lágrima caía, irrefrenable, por su rostro y se perdía en su cuello, en la negrura de su piel transgredida.

Era la primera vez que llegaba tarde al mar desde que había aceptado el compromiso que la mantenía cerca de su hermana. Había incumplido su contrato y no estaba lista para la consecuencia. Ojalá fuera física. Ojalá solo le prometieran vomitar ácido negro todas las noches.

Ojalá el pago no fuera perder a Sol por segunda vez.

Llevó sus labios al borde de la canilla y cerró los ojos antes de susurrar:

—Esperame.

Se secó las manos en el pantalón y trató de limpiarse la cara con el borde de la remera, pero las marcas no desaparecían. Se resignó a salir del baño con los restos de una pesadilla en la piel cuando lo notó: el agua volvía a ser cristalina.

Su hermana la había escuchado. O, en su defecto, la muerte que tiraba de ella hacia el mar como cada noche.

Era temprano cuando salió del baño y la música todavía ahogaba las voces a su alrededor. Laila se había asegurado de borrar todo rastro del episodio con el mar de su piel, consciente de que tenía que volver a su casa y dormir si pretendía llegar a tiempo. La fuerza de su llamada bastaba para hacerle creer que, si no aparecía esa noche, se vería pronto bajo la superficie, privada del único contacto que la hacía despertar cada día y volver cada noche para navegar. Privada de su hermana.

Cuando alcanzó el final del pasillo, lo vio apoyado contra una pared, esperando a menos de dos metros de ella. Los ojos de Mateo estaban fijos en los suyos. Parecían negros bajo la luz del bar; el iris no se diferenciaba de la pupila y sus párpados entrecerrados apenas dejaban ver la esclerótica. Laila envidió la intensidad de su mirada en ese instante, lo expresivo que era en su mutismo. Deseó reflejar tan bien como él el abismo que la había amenazado minutos atrás, pero estaba tan cansada que apenas podía contener los temblores.

Inhaló despacio y escondió sus manos convulsas en un movimiento que no le era propio. Dio un vistazo rápido al baño desde el que había gritado sin que nadie se percatara y se estremeció. No descartaba que el pedido de ayuda jamás hubiera alcanzado su garganta. La línea que separaba el sueño de su realidad se difuminaba alrededor de la medianoche y había pasado casi una hora.

Se adelantó para evitarlo. Él mantuvo la mirada impenetrable sobre ella y, cuando la tuvo cerca, pronunció las primeras tres palabras que le dirigió en toda la noche.

—Lucho se fue.

Laila no se movió. Entrecerró los ojos para pedirle una explicación, sin atreverse a buscar a Luciano con la mirada, y Mateo le hizo una seña para que lo siguiera. 

El corazón le latía en los oídos mientras lo veía alejarse y Laila se frotó las manos para que entraran en calor y dejaran de temblar. Caminó con él hasta un rincón aislado del ruido y del movimiento, donde la luz era más tenue y Mateo parecía más grande. El tatuaje que tenía en el cuello perdía nitidez y se convertía en una extensión de su remera. Si no se hubiera puesto la campera de cuero, la tinta negra de sus brazos también habría conseguido el mismo efecto. Sus ojos estaban más apagados ahí y la sombra de sus ojeras se perdía en la penumbra. Laila no consideró preguntarle si estaba bien. Él habría hecho lo mismo.

—El pelotudo del novio lo llamó para que lo buscara y Lucho me pidió que te lleve a tu casa porque no hacía tiempo. Sabés cómo se pone aquel otro si no le hace caso.

—¿Qué?

—Que está como taxi del novio.

Laila respiró despacio, consciente de que él se mantenía atento a su reacción. El incidente de minutos atrás ya no le importaba; la amenaza de su mundo onírico no era nada al lado de la posibilidad de romper la única promesa que valía la pena.

Los segundos se alineaban con los latidos de su corazón. Tenía que llegar a su casa cuanto antes.

—No, lo otro. ¿Cómo que te pidió que me lleves?

—Mirá, yo tampoco quiero volver con vos, pero Lucho le dijo a tu vieja que él te llevaba para que se quedara tranquila y yo soy el único que tiene lugar.

—¿Y Jazmín?

—La llevó Lucho, le quedaba de paso.

Cerró los ojos, frustrada, y se apretó el puente de la nariz. Aunque entendía la situación, no la podía aceptar. Luciano era el único del grupo con auto y se había hecho responsable de ella. Tendría que haber cumplido.

Mateo le acercó el casco, pero Laila lo rechazó y se adelantó. El frío de mayo la envolvió cuando se asomó a la intemperie y un escalofrío le arañó la espalda. Si no la mataba el viaje en moto, lo iba a hacer el viento.

—Mirá, prefiero tomar un taxi —resolvió—. Me podés acompañar a la esquina si no querés que Lucho deje de confiar en vos, o podés ver desde acá si me subo a uno.

—O me puedo ir ahora y dejar que le avises a Lucho cuando estés en tu casa. —Se apoyó contra uno de los pilares que sostenían el portón de rejas del bar—. El problema es que no voy a hacer ninguna de esas tres.

Le acercó el casco una vez más. Era negro y llevaba dos calcomanías blancas: el esqueleto de una serpiente enroscada sobre sí misma a la derecha y un cráneo a la izquierda. Laila veía el cráneo.

La transpiración le pegaba la ropa a la piel. Podía notar que llamaban la atención. Mateo se aclaró la garganta y miró de reojo las mesas cercanas. Se acercó a ella despacio, como si anunciara cada movimiento antes de hacerlo.

—Ya sé que querías volver con Lucho en auto, pero nadie quiere que vuelvas sola y parece que soy mejor opción que un taxi.

No lo era. Aun así, Laila pudo entender por qué él y no un desconocido. Nadie confiaba en que ella respondiera el teléfono una vez que llegara a su casa.

—No me jode ir en moto —mintió—, me jode ir con vos. Me voy en taxi.

Mateo la siguió a la calle y pronunció su nombre despacio, con una seriedad que nunca había percibido en él. Su voz envolvente y seria fue lo único que Laila escuchó cuando cruzó el portón. El resto de la ciudad dejó de existir.

—No quiero ir con vos —repitió—. No quiero que me lleves.

—¿Querés que te lleve Nico?

—Ya se fue.

Mateo dio un paso decidido hacia ella y le habló en un susurro.

—Está en la esquina, con Lucía. Están esperando porque piensan que vas a hacer un drama y no vas a querer volver conmigo. Si tu problema soy yo, podés volver con él. En moto. Si el problema es la moto, subite a un taxi y yo te sigo para asegurarme de que llegues bien así Luciano no me rompe las pelotas.

Dudó. Una parte de ella quería ir a la esquina y obligar a sus amigos a explicarle por qué la trataban como si fuera adolescente. La otra parte entendía que mirar a un costado era darles la razón y hacerles ver que Mateo se había visto obligado a contarle. Estaba haciendo el drama que habían previsto y el tiempo corría en su contra.

La expresión apagada de Mateo apenas se distinguía en la noche. En el brillo de su mirada se había agotado la paciencia y no había espacio para las excusas, y su mutismo se tornaba inquietante conforme los segundos morían entre ellos.

—A ver... —Mateo parecía dispuesto a intentarlo una vez más. Tenía la mirada cansada y no discutía con la intensidad de siempre. Cerró los ojos con fuerza y, al abrirlos, se enfocó en ella como rara vez hacía—. Todos sabemos que no te subiste a una moto desde que murió tu hermana. Hasta yo lo sé, que te conocí después. Y está bien, cada quien evita lo que le hace mal, pero a los chicos les preocupa que tengas miedo de algo que antes te encantaba.

—¿Y obligarme a ir con vos es su forma de arreglarlo?

—Nadie planeó esto para joderte, Lucía hasta pensó en irse en taxi con vos y que después Nico pasara a buscarla por tu casa. Se cansaron de buscar ideas para que no volvieras sola porque nunca avisás cuando llegás y recién aparecés al otro día. Quieren saber que llegás bien, que no te pasó nada.

—¿Qué me puede pasar si tomo un taxi y me deja en la puerta de mi casa?

Mateo no necesitó contestar para que ella supiera que había preguntado una estupidez. Había tardado semanas en volver a salir con sus amigos desde la muerte de Sol y, cada vez que se encontraban, Laila buscaba irse cuanto antes y desaparecer. Cumplía porque era lo que esperaban de ella y se encerraba en su mundo porque era el único lugar donde deseaba estar. En sus sueños, donde Sol vivía.

—Si no lo planearon, ¿por qué trajiste dos cascos?

Mateo sacó su celular y le mostró una conversación reciente para probar que se iba a encontrar con alguien más tarde. Laila evitó leer los mensajes en cuanto distinguió la intimidad de algunas respuestas.

En cierto modo, Luciano había confiado en la persona justa. A Mateo no podía importarle menos lo que le pasara esa noche y lo único que quería era cumplir con lo que se le había pedido.

Esperó unos segundos antes de hablar. La vulnerabilidad de su voz le supo a fracaso.

—¿Podés pedirle a Nico que se vaya así tomo un taxi? —susurró—. Podés seguirme si querés, no importa. Quiero volver sola. Necesito pensar.

Él no discutió. Escribió un mensaje rápido y esperó la confirmación de que Nicolás se había ido.

Era posible que Mateo no lo supiera, pero ella había aprendido a manejar en esa moto. Le molestó saber que el dueño anterior se la había ofrecido a él y no a ella antes de irse del país, pero también era consciente de que, en ese momento, no tenía cómo pagarla. Cuando sus ahorros iban camino a conseguirle una parecida, decidió usar lo poco que tenía para pagar la cremación de Sol.

—Cuando quiero pensar y es de noche, salgo a manejar. Me relaja. Si querés, podemos dar una vuelta antes de ir a tu casa, de todas formas, lo iba a hacer. Tomalo como una tregua por hoy.

—¿No te vas a ver con una mina?

—Después le explico que llegué tarde porque un amigo me tuvo de niñero.

—Ni siquiera sé por qué te escucho. —Desvió la vista justo cuando Nicolás desaparecía por la avenida.

Mateo también lo miraba, él sin disimular. Puso la moto en marcha antes de que Laila tomara una decisión.

—Si te vas en taxi, acaba de llegar uno a la parada. Yo te sigo. —Se puso el casco y estiró una mano para recibir el que Laila sostenía.

Ella dudó. El plástico le quemaba los dedos. En sus oídos rugía el mar tempestuoso que la reclamaba.

«Nunca», había jurado.

La noche en que se conocieron fue la primera vez que ella se enfrentó a su promesa. Esa sería la segunda. Dos veces en menos de un año. Las dos a causa de él.

El motor ronroneaba despacio, tan grave que a Laila le entibiaba el corazón.

Esa moto era segura, sólida, y Mateo era el que mejor manejaba en el grupo. Podía confiar en que no iba a perder el control.

«Nunca».

—Vamos directo a casa —le pidió.

Se puso el casco y evitó hablar al subir. Mateo arrancó y se perdió en la noche mientras Laila calculaba cuántos días había tardado en caer. 

•   G L O S A R I O   •

Celular: móvil.

Mina: joven, mujer. 

Hola. ♥

¿Qué piensan de Mateo y su relación con Laila? 

¿Alguna opinión sobre Luciano y lo que hizo?

Si alguien acá lee Para que te perdones, sí, la moto de Mateo era de Cliff. Si no leen esa historia, se las recomiendo muchísimo porque también trata sobre un proceso de duelo y en algunas partes aparecen Mateo y Laila. Para que te perdones pasa después de El mar donde sueñan los que mueren, pero no hay nada que se pueda considerar spoiler, así que es seguro leerla. De paso conocen a Irina, que va a aparecer en esta historia también. 

La canción de multimedia va porque en este recital Jeff Buckley es IGUAL al Mateo de mi cabeza. Hay que agregarle tatuajes y piercings, pero en este recital es idéntico. Tienen a Laila en los banners, ¿quieren que haga a Mateo también?

Capítulo dedicado a ClaudetteBezarius porque apoyó esta historia desde que supo la idea principal y me animó a planearla cuando tenía más ganas de hundirme que de escribir. No pierdan a la gente que les da impulso para ser mejores que antes y crecer. ♥

Les dejo una ilustración HERMOSA que hizo BeatriceLebrun  de esta escena. Miren la angustia de Laila, esa desesperación sólida y palpable. ¿No les da la impresión de que quedaría increíble como novela gráfica? Me muero de amor con esta belleza. ♥

Gracias por seguir acá. ♥

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