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6. Rodanzos, Ratonia, Rodolfo

Llegó a casa con las manos cubiertas de manchas resecas y buscó en los bolsillos las llaves con tal temblor que a punto estuvo de dejarlas caer varias veces; cuando por fin logró entrar, echó los tres candados que la protegían cada noche y se sentó con la espalda apoyada contra la pared mientras el pastor alemán -que no había parado de aullar de agonía desde que percibiera su olor a sangre y miedo al otro lado de la puerta- se precipitaba sobre ella para lamerla e interrogarla con su profundo pero cariñoso ladrido, como un padre preocupado por una hija que vuelve tarde.

—Bull, me han localizado... tenemos que marcharnos, no hay tiempo que perder —explicó al perro, tratando de mantenerlo a distancia y resistiéndose a devolverle las caricias para no ensuciarlo.

Lo primero era una ducha para desprenderse de los repugnantes fluidos de aquel tipo. Trató de dar forma a una estrategia bajo el chorro de agua, pero le resultaba imposible concentrarse. Aunque estaba acostumbrada a huir y entrenaba a diario con una disciplina rayana en la obsesión, había llegado a pensar que lo peor había pasado y que podría vivir con algo de tranquilidad.

Cerró el grifo, se envolvió en una toalla, hurgó en el botiquín hasta encontrar la pomada antiinflamatoria y se untó una generosa cantidad en frente y pómulo; después engulló un paracetamol, se secó y desinfectó los rasguños y se dirigió al dormitorio seguida en todo momento por el viejo Bull, que no despreció las caricias que ella le ofreció con una sonrisa llena de tristeza.

Se vistió con rapidez. Estaba nerviosa, lloraba y temblaba mientras se ponía unos vaqueros limpios, una camiseta de tirantes y una sudadera con capucha, todo negro. Desde la ventana del viejo apartamento, la calle continuaba vacía y silenciosa, una buena señal que le daba tiempo para reaccionar. Aún no conseguía asumir lo sucedido, pero, pese a todo, las cosas no habían ido mal. Había actuado con sigilo, conforme a la estrategia imaginada mil veces en su cabeza (si alertas a los vecinos, vendrá la policía, te llevarán a comisaría y un agente corrupto te entregará a la banda; si te cargas a alguno defendiéndote y te pillan, no llegarás ni al juicio: te matarán en la cárcel durante la prisión preventiva, porque esos cabrones tienen ojos hasta en el culo) y eso la hizo felicitarse internamente: que nadie la hubiese visto le otorgaba cierto margen de actuación.

Todavía preocupada, se secó la cara con la sudadera, reprimiendo un ramalazo de desprecio hacia sí misma por el ataque de llanto. Era hora de diseñar el plan de huida. Se deshizo de la ropa sucia quemándola en la pila de la cocina con un buen chorro de alcohol mientras se retorcía los nudillos en busca de su siguiente destino, tan angustiada que no se dio cuenta de que estaba clavándose las uñas en las palmas, y después lavó a conciencia los cuchillos y los secó con mimo. No quería regresar a Atenas, tan llena de recuerdos tristes, ni a su Salónica natal, donde nadie la esperaba. Quizá alguna de las islas... las compañeras del Vengeance decían que Skiathos tenía un ambiente muy acogedor para gays y lesbianas y ella prefería trabajar en bares de mujeres. Parecía una opción interesante, aunque en un lugar tan turístico podrían reconocerla de nuevo; tal vez debería cortarse el pelo y hacerse con unas gafas para cambiar un poco de imagen...

Sus efectos personales cabían en dos maletas y una mochila, puesto que no tenía apego a las cosas materiales: la documentación, ropa, comida para Bull, libros y cuadernos, un walkman antiquísimo y una caja metálica cerrada con combinación. Viajaría ligera de equipaje, fiel a su costumbre.

Había sido sincera cuando le dijo al tipo que no pretendía matarle. Jamás habría dado el primer paso, solo aspiraba a una vida tranquila, pero estaba condenada a la clandestinidad. Por eso entrenaba para defenderse como una luchadora, por eso llevaba dos cuchillos encima y nunca hablaba de sí misma; el enemigo podía aparecer en cualquier momento y necesitaba estar lista y alerta.

Las manos le temblequeaban con tanta intensidad que casi volcó los cuencos en los que estaba ofreciendo a Bull comida y agua mientras cavilaba. Las islas eran una idea, sí, pero estaban mal comunicadas y eso las convertía tanto en sitios aislados y tranquilos como en trampas mortales si volvían a encontrarla: ¿qué haría, arrojarse al mar?

Skiathos quedaba descartada por el momento, se dijo, sin dejar de caminar por el dormitorio a la caza de cualquier cosa que pudiera resultarle útil. Algo sin turistas, apartado y carente de interés...

Si algún día quieres salir de aquí, por la razón que sea, hay un lugar donde nadie podrá encontrarte jamás. Es el más seguro del mundo, de todo el planeta... si logras entrar, claro.

Sí, un pueblucho como el que le había dicho la italiana del bar al día siguiente de su cumpleaños...

No hay tecnología, ni móviles... es como vivir fuera de la civilización.

Joder.

Ahí tenía la respuesta. ¡La respuesta y hasta un mapa! Si existía de verdad, era el momento de averiguarlo. Esbozó una amplia sonrisa, elevó los brazos igual que si acabase de ganar un trofeo, abrazó a Bull y le susurró un "eureka" que el animal correspondió con un entusiasta lametón. Iría a aquel sitio... Rodanzos. Ratonia. ¿Rodolfo? Como fuese. Solo tenía que seguir las instrucciones que la borracha italiana le había dibujado en aquel papel que...

...en aquel papel que, seguramente, llevaría meses pudriéndose en la basura.

No, no, no podía ser. Seguro que lo había guardado. Tenía que estar por allí, en algún lugar, escondido entre los materiales de estudio que había guardado. No podía haberlo tirado; Rodolfo era su única esperanza, suponiendo que la chica no se lo hubiese inventado...

Abrió una de las maletas de un tirón y volcó el contenido por el suelo, revolviendo los cuadernos con desesperación. Se giró, rodeada de objetos, y repitió la operación con la de la ropa, en el neceser, incluso en el interior de las botas, sin hallar nada.

El puto, reputísimo papel no estaba.

A su lado, Bull aulló lastimeramente y ella escondió la cara entre las manos, incapaz de soportar la tensión por más tiempo. Estaba aterrorizada, el cadáver de aquel cabrón estaba lleno de sus huellas y solo podía desear que la policía catalogase el incidente como un ajuste de cuentas y no se esforzase mucho en esclarecerlo, pero aun así tenía que marcharse.

—No te agobies, Bull, algo se nos ocurrirá... hasta ahora, siempre hemos salido adelante, ¿verdad? Yo voy a cuidar de ti y tú de mí, tranquilo...

Su vista vagó por el dormitorio y se posó por fin en un viejo mapa de Grecia fijado con chinchetas en la pared. ¡Claro, ahí tenía un excelente punto de partida! Quizá, si se esforzaba, lograría encontrar por sí misma el pueblo de Rodizio y entonces solo tendría que ir a la estación, tomar el tren a Atenas y desde allí buscar la aldea intermedia... con el corazón latiendo a toda velocidad, se levantó y se acercó para pasar el dedo por cada nombre y accidente geográfico, con toda su atención volcada en la tarea, pero al cabo de unos minutos tuvo que rendirse: como la italiana había dicho, era un sitio perdido, fuera de la civilización, tan remoto que ni siquiera figuraba en los mapas. O a lo mejor la tía iba ciega de narices y se había inventado toda la historia para ligar con ella...

Recordaba a la perfección su sonrisa alcoholizada y su gesto pícaro, pero aun así parecía honesta y sin artificios, vestida con vaqueros anchos y una sencilla camiseta blanca que brillaba bajo la luz negra del local. Ella, por el contrario, estaba maquillada hasta las orejas, según las normas de la empresa, y llevaba el top de encaje y aquel incomodísimo pantalón de cuero sintético que siempre se le caía...

El pantalón. Joder. El pantalón.

—El puto pantalón, ahí está la clave... —farfulló, abriendo la mochila y armando otro revuelo con el corazón cada vez más acelerado ante aquella última esperanza— ¿te acuerdas, Bull? Me quedaba grande y lo envié a lavar y arreglar... ¿y qué nos dijo la modista? ¿Qué nos dijo, chico? ¿Te acuerdas? ¡Porque yo sí! Dijo que tenía unos papeles en el bolsillo y que me los había grapado en el resguardo de recogida... Así que supongo que los guardaría en nuestro libro de gastos, ¿verdad?

Rebuscó entre los documentos con el pulso tembloroso y el ánimo dividido entre la esperanza y el miedo a equivocarse, hasta que dio con la vieja agenda que usaba para controlar el dinero y pudo hojearla rápidamente:

—¡Míralo! ¡Este es, aquí está! Arranqué la hoja y me la metí en el bolsillo para que mi encargada no viese la ida de olla de esa chica y quizá ahora nos sea útil...

Enarboló triunfante la hoja sustraída al bloc en la cual la italiana le había garabateado unas instrucciones que solo ella comprendía y lo apretó contra su pecho, feliz. Ya solo restaba descifrarlo. Tardó algunos minutos, pero por fin logró hilar el recorrido y regresó al mapa con la esperanza de localizar el pueblo, llamado -ahora estaba claro- Rodorio y no Rodolfo. Sin embargo, no aparecía donde en teoría debía estar, ni por ningún otro lado y eso le hizo volver a plantearse si habría sido víctima de una broma pesada, a la vez que se apartaba del rostro el flequillo mojado con un bufido.

—Vale, Bull, la cosa está así: no se me ocurren más lugares donde ir, así que correremos el riesgo, ¿tú qué opinas? Dame la pata si estás de acuerdo y ladra si no.

El perro le plantó en el muslo una enorme extremidad y ella sonrió.

—Nos vamos, pequeño. Todo irá bien —le tranquilizó, besándole la enorme cabeza mientras cargaba los bultos.

Miró a su alrededor por última vez, con nostalgia anticipada. Tras casi dos años de felicidad en Patras, había llegado el momento de dejar atrás la ciudad y, con ella, a Clío, la dependienta-camarera que la había devuelto a la vida en sociedad, al mundo normal donde el crimen y la violencia solo eran titulares en los periódicos. No echaría de menos a nadie, ni nadie la añoraría, y era mejor así: cualquiera que se le acercase demasiado terminaba arrastrado por el hado que la perseguía.

El ruido sordo de la puerta al cerrarse a su espalda le recordó que no era más que una sombra, una vagabunda, y, por mucho que quisiera escapar del destino, una asesina.

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