3. Una dama muy heterosexual
Shaina no volvió a hablar con Ligeia; supuso que la camarera le haría entrega en algún momento de la noche del zumo de tomate que le obsequió como cortesía por su cumpleaños, pero le perdió la pista al centrarse de nuevo en Marin. La japonesa, preocupada por si el pie le daba problemas, no insistió en bailar y se quedó a su lado en el sofá, mimándola y encargándose de la bebida de ambas hasta que el bar cerró y el cansancio les hizo deambular sin rumbo durante algo más de media hora en busca del hotel, desorientadas, pasadas de alcohol y sin parar de reír.
Aunque el sol se colaba sin piedad a través de las delgadas cortinas del dormitorio, ninguna despertó a tiempo para probar el desayuno en el buffet; exhaustas, durmieron hasta más allá del mediodía. Shaina fue la primera en abrir los ojos y desperezarse sin molestarse en mirar el reloj; solo tenía claro que era sábado y aún le quedaban por delante veinticuatro horas más de libertad junto a Marin.
Tras lavarse la cara y los dientes, se acurrucó en el sofá para ver las noticias con el mando a distancia en la mano. No le apetecía ser la amiga pegajosa o creerse con derechos adquiridos solo por haber pasado un par de noches con su compañera, así que se cubrió con una manta y comenzó a cambiar de canal compulsivamente sin dejar de observar de cuando en cuando la silueta de Marin, que se había hecho un rollito con las sábanas y roncaba con la boca abierta y un mechón de pelo pegado al labio inferior.
Por supuesto, ese precioso cabello bermellón no era natural, como tampoco lo era el de Shaina. Ambas habían decidido teñirse siendo aún muy jóvenes, en el momento en que les comunicaron la obligatoriedad de usar las máscaras, en un extraño intento de reforzar la renuncia a su feminidad. Al principio, Shaina había conseguido tinte rojo para las dos, pero de repente Marin tuvo la idea de usar colores diferentes y escogió el verde para su amiga, argumentando que eran tonos complementarios, como ellas mismas.
Los piercings llegaron años después para celebrar su supervivencia y reconciliación tras la batalla de las doce casas: una pequeña joya azul para Marin y un arete para Shaina, ocultos siempre como un pícaro secreto bajo la ropa de entrenamiento o las túnicas que llevaban cuando no estaban de servicio. Por eso, que Marin ya no lo usara le recordaba que alguien se interponía entre ellas, un nuevo obstáculo añadido a los votos de celibato y a la profunda incomprensión hacia quien osase declararse diferente en un entorno que consideraba opresivo y repleto de testosterona. Y, sin embargo, allí estaban tras enrollarse como en los viejos tiempos y ella solo podía pensar en lo bueno que sería poner las cartas sobre la mesa delante de Shion y gritar a los cuatro vientos que estaba enamorada de aquella mujer.
Marin descansó todavía una hora más antes de abrir los ojos y chasquear la lengua con disgusto. Shaina fingió estar concentrada en el informativo mientras la oía levantarse y hacer gárgaras en el baño para eliminar el sabor del alcohol y la pastosidad de la lengua, acartonada por dormir con la boca abierta.
—Buenos días, guapa —dijo al sentarse junto a ella, tirando de la manta para taparse—. Acabo de tomarme tres aspirinas, ¿te duele la cabeza tanto como a mí, o solo un poco menos?
—Bastante menos —respondió Shaina con una sonrisa—, recuerda que yo soy la que sabe beber.
—Eso dices ahora, pero anoche no tenías narices a orientarte para encontrar el hotel...
—Ni tú, por eso preguntamos a ese policía que se empeñó en acompañarnos, ¿te acuerdas de eso o tu cabecita despistada ha decidido borrarlo para ahorrarte un trauma? Le amenazaste con meterle la porra por el culo si me miraba las tetas, no te hagas la loca...
Marin se echó a reír, se cubrió hasta el mentón y descolgó el teléfono para pedir unos cafés al servicio de habitaciones. Shaina reconoció la expresión dulce que su amiga solía esconder bajo la fachada de mujer imperturbable y sintió un ramalazo de ternura recorriéndola por dentro.
—Ya sé que podríamos vestirnos y bajar a tomar algo, pero qué quieres que te diga, Shai, estoy muy vaga —admitió Marin al tiempo que se le acercaba más en busca de calor.
—Tampoco tenemos otra cosa que hacer... por cierto, ayer me dieron el nombre de un bar que, por lo visto, está bastante bien; podríamos ir esta noche, si quieres.
—¿Quién te lo dio, tu nueva amiga?
—Se llama Ligeia.
—Ese nombre no existe —aseveró Marin, muy seria.
—Vaya, ¿otra vez celosa? La verdad es que la chica era guapa, pero no me interesaba...
—¿Celosa? ¡En absoluto! Es normal que intenten meterte fichas, tú sí que eres increíblemente guapa y más aún con la ropa que llevabas ayer... —explicó Marin.
Shaina volvió a fijar la vista en el televisor. Cumplidos y besos, dos cosas que le gustaba recibir de ella y que, una vez más, no sabía encajar, a pesar de lo cual le divertía que se preocupase por una simple civil con la que jamás volverían a cruzarse.
—Te has picado, admítelo.
—No me he picado. Pero pasaste mucho rato parloteando con ella en la barra y ni siquiera me la presentaste. Eso es descortés.
—Es que se fue con sus amigos, estaban de fiesta o no sé qué... —comenzó a disculparse, pero el repiqueteo de unos nudillos en la puerta la distrajo— ¿Han llamado? Debe de ser el café, ¡qué rápidos!
Se levantó de un salto y regresó con una bandeja plateada sobre la cual alguien había dispuesto con precisión milimétrica la cafetera, una jarra con crema de leche, varios cuencos con diferentes tipos de azúcares y endulzantes, dos tazas, servilletas dobladas en forma de flor y galletas envueltas en papel de seda con el anagrama del hotel. Marin apagó el televisor, alisó la manta en el centro del sofá y la palmoteó para indicar a Shaina que dejase todo ahí, tras lo cual sirvió el café con gestos ceremoniosos, como si pretendiese impresionar a sus ancestros.
—Tres azucarillos y una nubecita para ti, nena —anunció tendiéndole la taza con las dos manos.
—Siempre te acuerdas, no sé cómo lo haces.
—Es que no sé de nadie que lo tome así de dulce sin vomitar y, la verdad, no te pega nada...
—Ya, ya lo sé, es raro que a alguien con tan mal genio le guste el dulce, blablablá... —rezongó la italiana.
—No te enfades, tontita —rio Marin mientras desempaquetaba una galleta y se la ofrecía—. ¿Quién te conoce como yo? Por cierto... he estado dándole vueltas a algo y quería comentarlo contigo...
Shaina enarcó una ceja al tiempo que daba un primer trago a su café: caliente, lleno de crema y empalagosamente dulce; era cualquier cosa menos café, según el resto de Italia, pero le daba igual. Frente a ella, Marin mordisqueó su propia galleta y carraspeó:
—Verás, creo que no deberíamos seguir escondiéndonos para liarnos. Ya no somos unas crías, ¿no te parece?
El corazón de la amazona de Ofiuco dio un vuelco al escuchar aquellas palabras, pero no quiso interrumpir a Marin, que terminó de masticar antes de continuar:
—Estoy cansada de sentirme diferente y de tener que ocultarme, Shai. No es justo ni para ti ni para mí. Esta ha sido la última vez. Las cosas tienen que cambiar.
—¿Cómo dices...?
—Voy a hablar con Shion en cuanto volvamos.
Shaina sonrió y asintió con entusiasmo: si Marin compartía su idea de salir del armario por fin, todo iría bien; el resto del santuario las respetaría y serían felices juntas, sin tonterías. Se sentía tan feliz que no pudo evitar apretar entre las manos el rostro de la japonesa y besarle los labios, e incluso la nariz, varias veces:
—¡Es justo eso! ¡A la mierda con todo! ¡Ya está bien de tanto machito con los huevos peludos diciendo a las demás cómo hemos de vivir!
Marin rio brevemente y probó su café.
—Menos mal que me entiendes, Shai. No te lo negaré, me daba miedo que te enfadases.
—¿Enfadarme, yo? ¿Por qué? —interrogó Shaina, incapaz de dejar de sonreír.
—Bueno, no sabía cómo encajarías el hecho de que Aioria y yo vayamos en serio a partir de ahora...
La burbuja de felicidad en la que Shaina había navegado durante el último minuto se pinchó con brusquedad y la dejó caer al suelo, donde sus miedos y dudas la esperaban para masacrarla sin piedad.
—Espera, creo que me he perdido. ¿Es eso lo que quieres decirle a Shion? ¿Que el rubito y tú vais a ser novios?
Marin frunció el ceño con extrañeza y asintió, cautelosa:
—¿De qué hablabas tú?
—De esto... —Shaina dejó la taza sobre el sofá y se levantó, atusándose el cabello con las dos manos— ¡De lo nuestro, Marin!
—Ya, Shai, respecto a eso... sabes cuánto me gustas, pero no podemos seguir así. No debemos. Es lo que intentaba decirte.
Shaina, que había echado a caminar por la habitación, se giró hacia ella con fuego en la mirada:
—¿No podemos, no debemos? ¡Di más bien que no quieres! Pero entonces, ¿a qué ha venido lo de estos días? ¿Todo ese rollo de "me gustas mucho, Shai..." y dormir juntas, y el sexo, y...? —inquirió con voz inusualmente aguda.
—Shai, no te cabrees —trató de aplacarla Marin desde el sofá—; todo lo que te he dicho es verdad, pero no quiero continuar así. Llevamos años en un "ni contigo ni sin ti" que solo nos hace daño a las dos.
—¿Daño? ¡Estar contigo no me hace daño! ¡Esto es lo que me hace daño! —se señaló a sí misma y a Marin después, reiterando el ademán varias veces para reforzar sus palabras— ¡Me hace daño que primero te acuestes conmigo y luego me digas que vas a ser la novia de ese tío! ¡Me hace daño que te deshagas de mí como de algo vergonzoso!
Marin entornó los ojos y dejó la bandeja sobre una mesa lejos de su compañera de armas, cuyo disgusto iba en aumento.
—Shai, jamás te he mentido: eres mi mejor amiga, me gustas muchísimo y, en ocasiones, he creído estar enamorada de ti; por eso hemos ido y venido desde que éramos dos crías... pero estos días he estado pensando y ahora tengo claros mis sentimientos.
—¡Súper claros, como siempre! ¿Vendrás a mi cabaña cuando discutas con él para que te consuele? ¿Quieres que sea la amiga que escucha los rollos de pareja de la chica a la que ama y le da consejitos mientras le hace trenzas? ¡Pues yo paso de ser tu segundo plato! —replicó lo bastante alto para ser oída en las habitaciones contiguas sin dejar de pasear a zancadas.
—No, lo que te digo es...
—¡Ah, no, espera, que ya lo entiendo: queréis ser una pareja abierta y que nos montemos un trío de vez en cuando! ¿Es eso? Porque yo ya te aviso que conmigo no contéis para...
—¡Shaina, por la diosa! ¡Cállate, mierda!
Shaina se detuvo en seco y le dirigió una mirada tan afligida que, por un momento, Marin se arrepintió de haber iniciado la conversación.
—Es una broma, ¿verdad? Dime que sí —murmuró, con los ojos húmedos—. Es por lo de la chica esa, te ha molestado que no te la presentase... Marin, en serio, solo estuvimos hablando de tonterías...
—No, no es nada de eso —insistió la japonesa tratando de acercársele con lentitud—. Shai, tienes que creerme: estoy enamorada de Aioria. Te quiero muchísimo, siento muchas cosas por ti, pero ninguna es ese tipo de amor.
Shaina tragó saliva intentando digerir la humillación y la tristeza; parecía como si el aire no quisiera entrar en sus pulmones y acarició inconscientemente la posibilidad de que todo aquello fuese un sueño del que pronto despertaría en brazos de su amiga, pero no: Marin estaba dejándola por Aioria y no había nada que ella pudiese hacer, salvo desahogarse montando un drama épico digno de la mejor ópera italiana.
—¿No es "ese tipo de amor"? ¿Y qué tipo de amor es, Marin?
—El que une a dos amigas que llevan toda la vida juntas, Shai... hemos confundido las cosas muchas veces, pero ya no lo...
—¿El tipo de amor que te permite perseguirme cuando se te antoja y luego subir a Leo y comerle el rabo a Aioria? ¿Ese tipo?
—¡Shaina!
—¿Shaina, qué? ¡Sabes que lo que digo es verdad! ¡Es un secreto a voces que eres la groupie del leoncito!
—¡No voy a consentir que me organices una escena! ¿Acaso tú no has hecho siempre lo que te ha dado la gana? ¡Venga ya! ¡Si te conocen por tu nombre en todos los bares de lesbianas de Atenas! —estalló Marin, dejando atrás su proverbial contención.
—¿Vas a juzgarme por intentar ser feliz? ¿Así vamos a funcionar a partir de ahora? ¡Solo quería conocer a alguien que me ayudase a olvidarte mientras tú te pasabas las noches escapándote a Leo para acariciarle los huevos! ¿Tan difícil es de entender?
—¡Eres tú quien me está juzgando! ¡No tienes ningún derecho a menospreciar mis sentimientos por Aioria, Shaina!
—¡Ninguna de esas chicas llegó a ser importante para mí! ¡Y eso fue porque te quiero, Marin, joder! ¡Y creía que tú me querías a mí!
Marin escondió el rostro entre las manos para tomar aire y tratar de recuperar la compostura. Comprendía el dolor de Shaina, pero creía en sus propios sentimientos y en la necesidad de defenderlos.
—No, Shai, no es así. Eres mi amiga y deseo que estés en mi vida, pero no vamos a ser una pareja.
—Hay algo entre nosotras, Marin, siempre lo ha habido... —musitó Shaina a la vez que dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas— No me creo que lo ames a él, lo dices porque es más fácil salir con un tío que conmigo... es el mimado de Shion, yo solo soy una amazona con demasiada mala hostia... te avergüenzas de querer a una mujer...
Marin llegó hasta ella y la abrazó, acariciándole el cabello y depositando sobre él pequeños besos. Su voz carecía de la firmeza habitual y las manos le temblaban.
—Shai, siento si te he hecho concebir falsas esperanzas... cuando estoy contigo me cuesta mucho no tocarte o besarte, porque de verdad me atraes; quizá necesitaba volver a estar así contigo para verlo todo claro, ¿sabes? Este fin de semana juntas ha sido precioso, increíble, pero también me ha hecho darme cuenta de que lo que siento por Aioria es auténtico y quiero ver a qué llegamos. No me arrepiento de haber faltado a mis votos contigo ni de nada de lo que ha ocurrido entre nosotras, pero mentiría si te dijese que no le quiero. Lo único que me pesa es haberte hecho daño.
Shaina se revolvió para liberarse del abrazo y se secó el rostro con la manga del pijama. Quería arrojar cosas, destrozar la habitación, quemar el hotel y patear el culo a todo el que se atreviese a respirar cerca de ellas.
—Y me lo sueltas tan tranquila... ¿qué esperabas, que os diese mi bendición? De verdad, Marin, lo tuyo es de psiquiatra...
—No se puede hablar contigo cuando te pones así...
—¿Y cómo imaginabas que me pondría? ¡Es que, en serio, no sé qué pretendes con esta charlita!
—¿Cómo que qué pretendo? —se desesperó Marin— ¡Quería que tú fueses la primera en saberlo! Me pareció lo más correcto, dadas las circunstancias.
—Lo más correcto... no sé si eres una falsa de campeonato o te crees que soy idiota. No estoy ciega, te he visto escribirle haikus cada noche en tu agenda como si tuvieras trece años. ¡Darías risa si no dieses pena!
—Shaina, para y seamos civilizadas, por favor. No sigas por ese camino; no voy a aguantar que me insultes más.
—¿No vas a aguantar que te insulte? ¿Y qué quieres, Marin? ¿Que nos vayamos juntas al bar esta noche agarraditas de la mano y bailemos sin arrimar y yo te sonría sabiendo que mañana te abrirás de piernas para esa montaña de músculos sin neuronas?
—¡Shaina! ¡He perdido la cuenta de las veces que te he avisado! ¡Se terminó la conversación!
Marin dio media vuelta, resopló sonoramente y comenzó a recoger sus cosas. No tardó más de tres minutos en tener lista la maleta -mientras Shaina la contemplaba en silencio, llorosa y con los labios apretados en un rictus de rencor- sin molestarse en quitarse el pijama: solo sus mejillas enrojecidas delataban la ira que la invadía mientras se bebía de un trago un segundo café y se recogía el pelo en una cola de caballo.
—Espera, ¿te vas...? ¿Así, sin más? —preguntó Shaina, sin creer todavía que su amiga hablase en serio.
Marin la miró desde la puerta con tristeza y asintió:
—Siempre te voy a querer como a mi mejor amiga y, cuanto antes lo asumas, mejor para las dos. Aioria no se merece lo que has dicho de él y, si tanto me amas, deberías respetarle, porque es mi pareja. Cuando tengas todo más claro podemos volver a hablar, pero ahora mismo no te soporto y no quiero enzarzarme en una discusión que no nos llevaría más que a herirnos mutuamente.
—¡Vale, pues vete! ¡Paséate de la manita con el niñato y ten cuidado, no sea que te desmonte de un abrazo! ¡Disfruta mucho de la vida con él, pero luego no vengas a darme el coñazo con tus lloriqueos!
Marin se mordió el labio y negó con la cabeza. Una última ojeada permitió a Shaina constatar que también ella tenía los ojos vidriosos, pero ninguna de las dos dijo nada más y, por fin, la amazona de Águila cerró la puerta tras de sí con el mismo cuidado que ponía en todo cuanto hacía, lo cual desquició a su amiga hasta el punto de arrojar su pantufla contra la pared.
—¡Claro que sí, Marin! ¡Vete sin dar un portazo, tú eres una dama! ¡Una dama muy educada y súper heterosexual que jamás metería la cabeza entre las piernas de su mejor amiga!
El resto de la tarde se convirtió en un borrón en la mente de Shaina. Vio la televisión, durmió, leyó, incluso se dio un largo baño para intentar relajarse, pero nada logró hacerle olvidar la desagradable conversación con Marin. La maldita pelirroja de bote se había reído de ella jugando a dos bandas y, por fin, había escogido a Aioria, con su carita de buen chico y su sonrisita de no haber roto un plato en su vida. ¿De qué iba ese par? ¿Y por qué Marin había sido tan perversa como para pasarse dos días en la cama con ella si tenía intención de soltarle algo así?
Bufó de rabia mientras doblaba su ropa por cuarta vez con una precisión casi maniaca. Ya había limpiado la mesa, guardado la manta del sofá, estirado las sábanas hasta dejarlas tan tensas como la superficie de un tambor y ahora trataba de concentrarse en lograr que todas sus camisetas se convirtiesen en pulcros cuadrados de dimensiones idénticas.
Marin era lo peor. Una bruja sin corazón que actuaba de un modo u otro según le picase la entrepierna. Se había burlado de ella, le había dado alas y al ver que la cosa se le iba de las manos, había armado aquella discusión para tener una excusa perfecta con la que marcharse de vuelta a Rodorio y meterse todo el fin de semana en la cama de ese pan sin sal llamado Aioria.
Qué guarra.
Guarra, insensible e insaciable. Pero también era dulce, inteligente, considerada... Y guapa, joder. Guapa a rabiar, la muy asquerosa. La odiaba con todas sus fuerzas, la odiaba tanto que cuando se la encontrase en las cabañas de las amazonas o por las escaleras, le daría una patada en el trasero y la mandaría a volar. Le rompería sus pinceles de caligrafía. Le escupiría en esos frascos de tinta tan monos y enanos que la señora Kido le regalaba cuando pasaba por el santuario, se mearía en ellos. Le haría la peineta. No, un corte de mangas.
—No quiero verte, no te me acerques nunca más —farfulló con ira sin dejar de plegar unos calcetines como si pretendiese ganar un campeonato de papiroflexia—, ya verás cuando te abandone ese gilipollas y necesites contarme tus mierdas... es que no pienso hacerte ni caso... ya me buscarás, ya...
Las lágrimas caían de sus ojos continuamente y eso la molestaba aún más. ¿Por qué tenía que llorar por una idiota desagradecida que no reconocería el amor ni aunque le mordiese un dedo? Marin era boba por no darse cuenta. Y ella... ella era la amazona de Ofiuco, ¡coño! ¡Una italiana de rompe y rasga por la que cualquiera, tía o tío, perdería la cabeza sin remedio!
—Voy a buscarme una pareja que fliparás. Te va a comer la envidia, pedazo de aprovechada... y vendrás a suplicarme y yo te mandaré a tomar por el culo y te darás cuenta de lo tonta que has sido por dejarme, sí...
Eso haría. Y lo haría esa misma noche, se dijo, incorporándose como un resorte. No se quedaría en la cama llorando y comiendo helado de pistacho, claro que no. Se pondría la ropa que le diese la realísima gana -al carajo las falditas absurdas, estaba espectacular incluso en pantalones deportivos- y se iría de fiesta sola. Y se demostraría a sí misma y al mundo que no necesitaba a Marin para divertirse, ni para tener sexo, ni para ser feliz.
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