Capítulo 44. Aqua
Capítulo 44
Aqua
En apariencia, el Colibrí parecía ser sólo una elegante casa blanca, apenas decorada con algunas flores rosadas en la puerta que solía ser el indicativo que se usaba para marcar ese tipo de establecimientos. En la entrada había tres hombres de trajes negros, los tres de ellos visiblemente armados con espadas y revólveres y dos con rifles, que servían como la seguridad privada del local. Los tres guardias los reconocieron en cuanto los vieron, y los dejaron entrar sin mayor problema.
Por la hora, no les sorprendió ver que el establecimiento estaba prácticamente solo, pero en un par de horas más eso cambiaría así que se podría decir que habían llegado en buena momento. La planta baja del establecimiento era un bar más convencional, con unas cuantas mesas y sillones, una barra, y un pequeño escenario donde algunas noches se presentaban espectáculos; a veces de un tipo distinto al giro principal del negocio. Del lado izquierdo había unas escaleras con molduras doradas que llevaban a las plantas superiores, en donde se encontraban las habitaciones y las salas privadas.
Cuando entraron, algunos meseros estaban limpiando las mesas y las barras, y algunas de las chicas, todas en ropas ligeras que dejaban sólo lo necesario a la imaginación, se paseaban por el lugar o aguardaban sentadas en los sillones de terciopelo rojizo. Algunas de ellas, al verlos entrar, cambiaron de su postura y andar un tanto más relajados, a optar por un aire más misterioso que muchos considerarían más "acorde" a su trabajo.
—Príncipe Erios, bienvenido —oyeron cómo pronunciaba alto la voz chillona de Monty, el encargado y gerente del local. Era un hombre un poco bajo, de cabello gris oscuro con un pequeño bigote que casi parecía una mancha sobre su labio—. Qué sorpresa verlo por aquí.
—Tan pronto, dirás —le susurró Hilbert a sus amigos, que intentaron contener sus risas lo mejor posible.
—Monty, vamos a festejar la próxima llegada de mi primo Frederick —indicó Erios dando un paso al frente, y sacando de su abrigo algunas uprias para el primer pago de la noche—. Consíguele unas chicas a mis amigos y un par de cuartos, ¿quieres?
—¿Así que el nuevo emperador segundo ya va a llegar? —Murmuró Monty, al parecer maravillado por tal información.
—Sí, de seguro estás ansioso de conocerlo y librarte de mí, viejo amigo —bromeó Erios, extendiendo su mano para introducir las uprias en el bolsillo del saco de Monty—. Pero, mientras tanto, haz lo que te pedí, por favor.
—Seguro, seguro —asintió Monty, inclinando su cabeza con respeto—. Conseguiré a las mejores mujeres del establecimiento sólo para ustedes, alteza.
El hombre se alejó con su cabeza agachada en forma de reverencia. A sus espaldas, Erios escuchaba como sus amigos reían y festejaban, aunque su humor no parecía contagiársele del todo. En silencio se aproximó a la barra, pidiéndole al cantinero que le sirviera un vaso de lo que fuera, justo antes de colocar una brillante moneada plateada sobre la superficie lisa. El cantinero, quizás demasiado joven para un sitio así, pasó a servirle de inmediato.
Mientras le servían, Erios recorrió su vista por el lugar, echándole un vistazo a las chicas que por ahí pasaban. La mayoría se tornaba indiferente ante su presencia, como si ni siquiera lo notaran. Pero todo era parte del juego; por supuesto que lo habían notado. Aunque no hubiera sido bendecido con los cabellos rojizos de su padre como Katherine, todos sabían que era un Rimentos; la oveja negra de la familia, ciertamente, pero un Rimentos aun así. Y sólo por eso las personas le tenían ciertas consideraciones.
Pero todo eso quizás cambiaría un poco en tres días. A partir de entonces, el centro de las adulaciones de todos serían el primo Frederick y su familia. Y si éste decidía que su presencia le resultaba indeseada y lo echaba de su corte (cosa que estando en su lugar hasta él mismo haría), entonces con más razón las personas pasarían a... buscar menos el estar en su lado bueno. Incluso ese trío de vividores con el que estaba era probable que ya ni siquiera le dieran los buenos días dentro de poco. Así que sí, como bien le habían dicho, esos podrían ser sus últimos días como noble respetable, si es que en algún momento realmente lo fue, y debía intentar aprovecharlos lo mejor posible.
Cuando su trago estuvo listo, se giró para tomarlo, lo aproximó a sus labios, y entonces sus ojos se posaron en una persona que había pasado desapercibida para él hasta entonces, como si acabara de alguna forma de aparecerse en ese comedor. Ella caminaba entre las sillas hacia uno de los sillones, donde dos chicas se encontraban sentadas. En aquel momento le daba la espalda a Erios, pero pudo notar que usaba un vestido entallado color blanco con azul, con una larga cola que arrastraba por la alfombra, y que además dejaba a la vista gran parte de sus largas piernas mientras caminaba. Pero lo más llamativo para el príncipe fue sin duda alguna la larga cola de cabello azul verdoso que caía sobre su espalda, hasta rebasar la cintura, cayendo libre como una pequeña cascada.
La misteriosa chica se sentó en el sillón a lado de las otras dos, con sus piernas juntas y sus manos sobre sus rodillas. No actuaba tan misteriosa e indiferente como sus compañeros, aunque se notaba que lo intentaba. De hecho, Erios la notó un poco incómoda, incluso nerviosa. El príncipe pudo verla entonces de frente, sorprendiéndose un poco por el singular tono de su piel de un gris claro, casi parecido al color de la ceniza, apenas con un ligero sonroso que bien podría ser obra de maquillaje. Era a simple vista algo más alta que las otras chicas, de complexión más fuerte, y además su rostro tenía rasgos un tanto toscos en la forma de sus pómulos y su nariz. Sin embargo, todo en conjunto le daba un cierto atractivo inusual; exótico, se podría decir.
Pero el rasgo más distintivo de la misteriosa chica no era el inusual color de su cabello, o el tono de su piel, o sus muy bien dotados pechos y caderas que su vestido destacaba admirablemente. Su mayor rasgo era sin lugar a duda sus ojos: grandes y de un color grisáceo más claro que su piel, casi como si los envolviera una misteriosa neblina.
A Erios le pareció un ser un tanto fuera del lugar, como alguna clase de espíritu apareciéndose mágicamente y que sólo él lograba ver. Pero no era nada de eso; Erios sabía lo que ella era. Ya había visto a personas parecidas antes en esa ciudad, con ese mismo color de cabello o similar, con ese mismo tono de piel, y también con esos mismos ojos... pero muy rara vez las tres cosas al mismo tiempo.
Monty salió en ese momento de una puerta lateral, que Erios sabía bien que llevaba a las oficinas. Antes de que se dirigiera a algún otro sitio, el príncipe le hizo un ademán con su mano para que se le acercara, instrucción que el hombre de bigote atendió sin espera.
—Monty, ¿ella es nueva? —cuestionó curioso, señalando con su vaso en dirección a la misteriosa mujer.
El encargado miró en la dirección que señalaba, y pareció saber de inmediato a quién se refería.
—Oh sí; relativamente, alteza. Lleva apenas dos semanas con nosotros.
—Dos semanas, ¿eh? —Murmuró Erios, al parecer impasible por el dato, pero ciertamente le resultaba un poco sorprendente que no la hubiera notado en su última visita (que en efecto había sido hace menos de dos semanas). Quizás ella estaba con un cliente, o él simplemente había ido a lo que iba sin poner mucha atención—. ¿Y en serio es una zarkonia pura o es sólo un disfraz?
—Su apariencia es bastante real, se lo aseguro —respondió Monty con aparente orgullo—. Fue recién descubierta y entrenada por Madame Winks en persona. Le falta algo de experiencia, pero lo compensa con su belleza natural, ¿no le parece?
El gerente lo contempló atentamente, como si intentara leer algo en su rostro. Aquello incomodó un poco a Erios, y por mero reflejo se viró a otro lado para terminar su trago en paz.
—¿Le interesa conocerla, alteza? —le preguntó Monty, un tanto provocador en su tono.
Erios no respondió de inmediato, sino hasta que terminó el licor de su vaso. Y dicha respuesta fue un simple "sí," sin mostrar mucho interés o emoción en él.
A diferencia de lo que Monty o sus amigos creerían, aquella decisión no había sido inspirada por lujuria. De hecho, cómo bien había dicho en la cantina, no estaba de ánimos en ese momento. Su intención original era dejar que sus amigos se divirtieran, y él se limitaría a sólo sentarse en la planta baja y seguir bebiendo. Pero ahora lo acababa de invadir algo más fuerte que su deseo de beber o de coger: su curiosidad.
Creía ya hace mucho haber conocido todo lo remotamente interesante que esa ciudad tenía por ofrecer, y ya no habría nada que pudiera despertar su interés de alguna forma. Pero esa chica zarkonia lo había logrado.
Los zarkonios eran el pueblo que habitaba todo el Continente Noreste, antes de convertirse en territorios conquistados. Desde entonces, muchos de ellos se habían ido adaptando a la vida moderna, teniendo sus negocios familiares, trabajando en minas o en construcciones, o como sirvientes en las residencias acomodadas. Pero los más arraigados a sus costumbres antiguas, aquellos considerados puros por casi no haber mezclado su sangre con los "sucios invasores," no solían vivir en las ciudades y normalmente habitaban en sus propios pueblos entre las montañas y los bosques. A estos últimos Erios sólo le había tocado verlos fugazmente, cuando iban a comprar o intercambiar sus cultivos y artesanías con los mercaderes locales, o las contadas veces que algunos de ellos habían ido a ver a su padre. Pero fuera de eso, al parecer preferían mantenerse lo más lejos posible de todos ellos.
Y ahora se encontraba de pronto con una mujer que a todas luces era una zarkonia pura, quizás la más pura que había visto, no sólo viviendo en la ciudad, sino trabajando en un burdel. ¿Qué hacía alguien de su estirpe en un sitio así? Eso era inusual, por decirlo menos.
Sus tres amigos ya habían subido a uno de los cuartos que les había alquilado, donde sus respectivas chicas ya los esperaban. Erios tuvo que aguardar un poco más, por lo que se permitió otro trago. Una vez que Monty le avisó con entusiasmo que ya todo estaba listo, se empinó lo último de alcohol que quedaba en su vaso y se dispuso a subir por su propia cuenta.
Adicional a las salas privadas para varias personas a la vez, cada chica en la casa tenía su propio cuarto individual con sus cosas, y se encargaban de cuidarlo y mantenerlo limpio para recibir a sus clientes. Erios no conocía ese en especial ubicado en la tercera planta, pero en cuanto entró se dio cuenta de que era uno relativamente más amplio y decorado que los otros que había visto. Había incluso algunas plantas en las esquinas, como pequeños árboles, y un dulce aroma a jazmín inundaba todo el interior. El tapiz de las paredes era azul y blanco, con formas que asemejaban a montañas nevadas y animales en el bosque. La cama era amplia, con sábanas de seda azul celeste. Y de rodillas en el centro de ésta, se encontraba la misteriosa mujer de cabello azul verdoso, contemplándolo atentamente con sus grandes ojos grises en cuanto entró, y una sonrisa de apariencia honesta en sus delgados labios.
—Bienvenido, alteza —le saludó inclinando su cabeza hacia adelante, con un tono de voz bastante más suave del que Erios se esperaba por su complexión un poco más corpulenta.
—¿Sabes quién soy? —Le cuestionó curioso el príncipe, aún de pie delante de la puerta.
—Las demás chicas hablan de usted —se explicó la mujer en la cama sin alzar su mirada—. Es el hijo mayor del fallecido emperador segundo, qué Yhvalus lo ayude a descansar.
—¿Es lo único que te han dicho de mí? —preguntó con un falso tono de molestia, a lo que la mujer no respondió, quizás temiendo que de verdad lo hubiera hecho enojar.
El Rimentos se aproximó entonces al pequeño mueble licorera a un lado de la puerta, que todas las habitaciones tenían para el uso de sus clientes (y a su cargo). A pesar de que prácticamente estaba bebiendo desde el desayuno, no se sentía aún ni un poco ebrio. Qué triste era que su mente estuviera tan envuelta en cosas que no se pudiera siquiera dar el lujo de emborracharse.
—¿Cómo te llamas? —preguntó con normalidad, mientras servía un líquido claro en dos vasos.
—Aqua, alteza.
—No lo creo; ¿en serio no le darás tu nombre real a un príncipe Rimentos? —Cuestionó justo después, e incluso sin verla pudo sentir la incertidumbre, casi miedo, que aquella repentina pregunta le había causado, por lo que de inmediato soltó una risa burlona para aligerar los ánimos—. Descuida, sólo te estoy molestando. Sé que no te permiten decirlo.
Al mirarla de nuevo, la notó más calmada, pero aun así no del todo. ¿Tan mal le habrían hablado de él las otras? No creía haber cometido algún acto en ese establecimiento que lo hiciera digno de ello. Erios esperaba que no fuera cosa de él, o quizás era parte del personaje que la chica deseaba interpretar para sus clientes.
Se aproximó hasta pararse a un lado de la cama, y le extendió uno de los vasos servidos. Aqua lo tomó entre sus manos, agradeciendo el gesto con un asentimiento de su cabeza, y lo acercó a sus labios dando un ligero trago. El líquido era fuerte, y el primer trago solía quemar un poco la garganta, pero ella ni siquiera pestañeó. Eso le reveló a Erios que en efecto era más fuerte de lo que quería hacer parecer.
—¿Tu cabello es natural? —preguntó el príncipe de pronto, tomándose la libertad de tomar uno de sus mechones azulados entre sus dedos; era bastante suave—. Me refiero a su color.
—Sí, alteza.
—Supongo que tus ojos y tu piel igual son totalmente tuyos.
—Desde que era pequeña.
—Entonces, ¿eres una zarkonia pura de verdad?
—Eso dicen.
Aquella última respuesta le sonó un tanto extraña a Erios, pues fue casi como si se estuviera refiriendo a otra persona totalmente ajena a ella.
—He vivido toda mi vida aquí en Volkinia Astonia —comentó el Rimentos con inusual seriedad—, y aun así no me he cruzado con muchos cómo tú. Creí que los pocos que quedaban vivían fuera de las ciudades, en sus propios pueblos.
—Eso he oído también, pero en realidad no lo sé, alteza.
Volvió a responderle con la misma indiferencia de antes, incluso encogiéndose de hombros.
—¿No lo sabes?
La curiosidad de Erios se había turnado en ese momento en desconcierto, que debió volverse muy evidente en su rostro pues en ese momento Aqua pareció decidir tomar la iniciativa.
Antes de que el príncipe pudiera preguntar algo más, la mujer se estiró a dejar su vaso sobre el buró a su lado, y luego se alzó en la cama, apoyándose en sus rodillas. Aproximó lentamente sus manos hacia él, apoyándolas sobre su vientre, y subiendo lentamente por su torso, haciendo que toda su palma lo recorriera en el camino. Siguió hasta su pecho, sus hombros, y luego su cuello, terminando por rodearlo con sus brazos. Se inclinó hacia él, presionando su cuerpo entero contra el suyo, y su rostro lo suficientemente cerca como para que el príncipe pudiera percibir el aroma de su maquillaje, así como otro más dulce como flores, pero diferente al del jazmín.
—¿Cómo puedo complacerlo este día, alteza? —le susurró muy despacio, colocando especial cuidado en cada palabra, y entonces no tuvo más miramiento en unir sus labios a los suyos. Al inicio sólo lo mínimo necesario para considerarlo un beso; apenas un roce. El segundo se volvió más presente, y el tercero igual. Al cuarto, Erios reaccionó lo suficiente para corresponderle, y se permitió también rodear la cintura de la mujer y atraerla más contra él.
El humor de Erios se fue calentando poco a poco, con tan sólo esos besos que ni siquiera llegaban a ser demasiado apasionados. Él había dicho que no tenía ánimos para eso, pero al parecer eso estaba cambiando poco a poco.
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