Capítulo 31. Muy tarde para salirse
Capítulo 31
Muy tarde para salirse
El Cáliz de Rosa zarpó sin contratiempo alguno del puerto de Vistak, comenzando justo a tiempo su largo viaje de cuatro semanas hacia Volkinia Astonia. Casi todo el pueblo se reunió para despedirlos con música, aplausos y alabanzas, similar a como lo habían hecho las personas de Marik. Y como respuesta a su cálida despedida, así como a su hospitalidad, el príncipe Frederick y su familia se pararon en la cubierta y agitaron sus brazos hacia la multitud. La más efusiva de todos fue sin lugar a duda la pequeña Isabelleta II; y la menos fue Mina, que apenas y se limitó a estar presente.
Aunque la visita de los Rimentos a Vistak fue corta, e igual su despedida, definitivamente aquello sería un momento que quedaría muy presente en la mente de todos en el pueblo.
Sin embargo, uno de los pocos que no estuvieron presentes para decir "hasta pronto" a la familia imperial y a su comitiva, fue de hecho el juez Maximus Hallen, el encargado de presidir el ahora polémico juicio de los dos asaltantes capturados. Su ausencia en el puerto no extrañó a nadie, pues era bien sabido por todos lo ocupado que siempre se encontraba. Y en efecto, sí tenía otra cosa más "importante" que debía hacer en aquel momento; algo de hecho bastante más importante. Aunque, quizás no el tipo de asunto que la mayoría supondría.
Esa tarde, mientras todos celebraban en el puerto, el juez se encontraba en el despacho privado de su residencia. Su esposa había ido al puerto junto con su hermana y sus hijos. Maximus se había excusado para no asistir, pero además permitió (y prácticamente ordenó) a toda su servidumbre para que fueran también y acompañaran a su familia. Todo ello para así poder tener la casa sola; sola para él, y para su invitado.
—Para estas horas el barco del príncipe ya debe estar partiendo —indicó Maximus mientras se inclinaba hacia los comportamientos inferiores de su estante de licores—. Con toda su familia, su guardia, y nuestros dos amigos a bordo.
El juez sacó de su reserva personal una de sus mejores botellas de licor franqués, y sirvió dos vasos; uno para él, y otro para el hombre de largo abrigo negro y bufanda (un tanto exagerados para el clima no tan frío de ese día), que miraba en esos momentos pensativo por la larga ventana del estudio en dirección al puerto, pese a que en realidad no se podía ver gran cosa de éste desde ahí.
—El duque no estará muy contento con eso —musitó el hombre en la ventana con voz estoica—. Me parece que su deseo era que el nuevo emperador segundo ni siquiera se subiera a ese barco para empezar.
—Lo hecho, hecho está —respondió Maximus encogiéndose de hombros—. El príncipe y su capitán ya sospechaban que hubo algo más detrás del ataque. Un segundo atentado aquí mismo en Vistak sólo hubiera despertado más sospechas. Era ya demasiado riesgo.
—Lo será aún más intentarlo en Volkinia Astonia —respondió aquel individuo con la misma frialdad—. Además de que ya para ese momento no importará mucho.
El inesperado visitante del juez se viró lentamente hacia él. Era un hombre joven en sus veintes, de piel morena, alto y con cabello oscuro corto casi por completo, excepto por su flequillo que caía sobre sus ojos oscuros, casi ocultándolos por completo. A pesar de su diferencia de edad, Maximus no podía ocultar el efecto intimidatorio que aquel individuo le provocaba, y lo hacía en ocasiones agachar su mirada aunque no quisiera.
—Pues entonces tendrán que pensar en otra forma de llevar a cabo sus planes —comentó el juez con simpleza, extendiéndole entonces el vaso con licor a su invitado. Éste lo miró unos instantes como si se tratara de algún bicho raro, pero al final lo tomó con su mano izquierda, meciéndolo un poco para que el líquido en su interior bailara de un lado a otro.
—¿Y por qué permitió que los dos prisioneros permanecieran vivos? —cuestionó el hombre de negro con tono agresivo—. Se suponía que usted se encargaría de que los ejecutaran aquí mismo, antes de que dijeran algo que nos pudiera poner en peligro. Sin embargo, tampoco cumplió con ese encargo, e incluso ahora ambos van en ese barco camino a Volkinia Astonia. Eso suma ya dos graves fracasos a su cuenta, juez; que si bien recuerdo, no estaba precisamente en ceros antes de todo esto.
Maximus suspiró, y tomó asiento en una de las sillas frente a su escritorio, adoptando una posición cómoda que intentara transmitirle a su acompañante lo seguro y calmado que se sentía, aunque no fuera del todo cierto.
—Fue claro durante el juicio que ese par realmente no sabía nada importante —se explicó—. Y la poca información que le compartieron al príncipe no fue suficiente, y además llegó tarde. Hagak y sus hombres, los que quedan al menos, ya se encontraban muy lejos para cuando comenzaron con su cacería. Y no encontraron nada relevante en sus bases tampoco.
Una pizca de curiosidad se asomó en la inmutable expresión del hombre de negro.
—¿Ese sujeto acaso sigue con vida?
—¿Hagak? —Maximus se encogió de hombros, indiferente—. La última noticia que tuve es que sí. Su estado no era muy favorable, pero es muy terco para morir tan pronto, y de esa forma tan humillante.
—¿Y qué tanto sabe él de nuestro plan?
—No tanto, en realidad; apenas y un poco más de lo que esos dos dijeron.
—Pero puede señalarlo a usted —soltó el hombre de negro con ligera agresividad decorando sus palabras—. Y usted sí sabe demasiado, ¿no está de acuerdo? En mi opinión, eso debería ser suficiente para deshacernos de él... Y de usted también, de paso.
Dicho eso, se permitió tomar un sorbo de su vaso con absoluta tranquilidad, como si no acabara de lanzar una amenaza de muerte directa hacia la persona que tenía sentada justo delante de él.
Maximus se estremeció un poco al escucharlo decir eso, pero usó toda su fuerza de voluntad para no dejar que dichos sentimientos fueran apreciables para su invitado. En ese pequeño juego en el que se encontraba, era importante permanecer calmado, y que el otro supiera (o creyera) que tenía todo bajo control. De lo contrario, sabía muy bien lo que podría pasarle ahí mismo, aprovechando que la casa estaba sola y todos en el pueblo estaban demasiado entretenidos en el puerto.
Como casi todo noble medio que se respete, el juez Hallen tenía un revólver oculto bajo su escritorio para ese tipo de situaciones que podría intentar usar. No obstante, si los rumores sobre ese individuo eran ciertos, aquello podría ser más contraproducente que benéfico, pues era posible que para antes de que pusiera el dedo en el gatillo, ya tuviera la garganta rebanada de oreja a oreja. Así que lo dejaría sólo como último recurso.
—¿Es una amenaza? —Murmuró Maximus con falsa calma—. Porque hacer algo contra mí sería el peor error que podrían cometer. Ya que si algo me pasara, hice arreglos para que todo lo que sé, que como bien dijiste es demasiado, llegue a oídos del propio emperador. Y tendrás que creerme cuando te digo que la mía definitivamente sí es una amenaza, y no una en falso.
El hombre de negro lo contempló unos segundos, taciturno. Tomó un poco más de su vaso, dibujando un ligero rastro de desagrado ante el sabor de ese segundo trago. Aparentemente no era un hombre de buen gusto, pues ese era uno de los mejores licores que podía conseguir en esa región. Pero como fuera, su silencio le hizo suponer que le había creído.
—Sobre Hagak —añadió Maximus intentando continuar con el hilo de su declaración—, aún sin un brazo les aseguro que tiene varios recursos por los que nos pudiera ser de utilidad.
—O la misma advertencia que me acaba de hacer se la hizo él a usted —sentenció el hombre de negro, como un pensamiento casual al aire—. ¿O me equivoco?
Maximus no respondió, aunque aquella afirmación tenía bastante de verdad.
—Sea como sea, todo se resume en que es mejor para todos seguir en el mismo barco, ¿no lo crees? —concluyó Maximus con solemnidad, sintiendo que tenía esa partida ganada. Y su seguridad se hizo mayor cuando aquel visitante avanzó hacia la silla justo delante de la suya, y se sentó en ella cruzándose de piernas.
El juez estaba convencido de que el peligro había pasado. Pero entonces su invitado mencionó justo el nombre que tanto temía oír:
—No importa lo que yo crea, sino lo que Escarlata crea. —Oír aquello hizo que Maximus sintiera una opresión en el pecho que casi lo hizo doblarse en sí mismo—. Y de verdad espero que su argumento la convenza, pues acepto que deshacerse de usted sería una verdadera complicación que quisiera evitarme. Pero... lo haré con mucho gusto si ella lo ve necesario.
Maximus agachó su cabeza y acercó lentamente su vaso a sus labios. Se dio cuenta en ese momento de que su mano le temblaba, por lo que se la sujetó firmemente con la otra para evitarlo y así poder dar un sorbo de él.
—Entonces espero que hables con ella a mi favor —susurró despacio, notándosele menos seguro y confiado que antes.
El hombre de negro sonrió, al parecer un poco complacido por su reacción.
—Lo intentaré —murmuró con simpleza mientras bebía de su vaso; al parecer ya le estaba tomando el gusto—. Pero lo que aun no entiendo, y quizás a Escarlata también le confunda, es que haya intercedido para salvarle la vida a los dos prisioneros. ¿Eso fue acaso petición de ese hombre, Hagak?
Maximus se sentó con más firmeza, y se aclaró su garganta para así poder hablar con mayor solidez en su voz.
—No, en lo absoluto. De hecho, hasta donde sé, él aún no está enterado siquiera de que esos dos siguen con vida y fueron aprehendidos. Y yo no intercedí por sus vidas; esa fue una petición directa del príncipe Frederick... por algún motivo que sólo él comprenderá.
—Da igual la razón, usted debió haberse encargado de que los ejecutaran de una vez. Ahora podrían ser un estorbo adicional en el futuro.
—Esa era la idea original, lo sé. Pero cuando el príncipe salió con ese deseo tan extraño de perdonarles la vida, se me ocurrió una mejor opción. Y lo único que tuve que hacer fue jugar un poco con la semántica de esa vieja ley, que por suerte ese inepto Rimentos no conocía en lo absoluto como para dudar de lo que le decía.
—¿Y se supone que debo felicitarlo por su inteligencia o algo así? —le respondió el hombre de negro de forma mordaz.
—No, por supuesto que no... Sólo trato de decir que, dadas las circunstancias en las que nos encontramos ahora, tener a dos elementos nuestros dentro de las fuerzas de nuestro enemigo puede sernos benéfico. ¿No te parece?
La ceja derecha del hombre joven se arqueó, intrigado por aquel comentario.
—Suponiendo que ellos realmente sigan trabajando para usted —señaló, casi como una acusación—. No creo que a ninguno le agrade como sus compañeros les dieron la espalda y los dejaron a su suerte. Y el que le hayan dado toda esa información al príncipe, debe significar que no tienen intención de volver.
—Dado el momento, te aseguro que entenderán de lado de quién ponerse. Y para eso también nos servirá seguir contando con Hagak; te sorprendería la influencia que ese hombre impone entre sus seguidores.
El hombre de negro lo observó silencioso. Volvió a mover su vaso lentamente, haciendo que lo poco del licor oscuro que le quedaba girara en su interior. Luego de unos segundos de cavilación, extendió su mano hacia adelante, dejando el vaso con cuidado sobre el escritorio.
—Espero que tenga razón —pronunció despacio, poniéndose de pie en ese momento. Al parecer ya se retiraba, y de nuevo la tranquilidad volvió a Maximus—. Y espero que todo esto le haga tanto sentido a Escarlata como al parecer le hace a usted —pronunció fugazmente mientras caminaba a la puerta, dejando de nuevo aquel nombre como amenaza latente en el aire—. Tendrá noticias nuestras pronto, juez.
Maximus sólo asintió sin voltearlo a verlo. Al pasar a su lado, sin embargo, aquel individuo colocó su mano firmemente contra su hombro, apretándolo entre sus dedos sólo lo suficiente para causarle un respingo de dolor. Y entonces, casi como un susurro a su oído, pronunció como despedida:
—Por el Rash...
Retiró su mano en ese momento y caminó tranquilamente a la puerta. Maximus siguió sin mirarlo, y sólo escuchó como la puerta del estudio se abría y posteriormente se cerraba detrás de aquel hombre.
Un pesado suspiro de alivio se escapó de sus labios, aunque podría sentirse más similar a un sentimiento de dolor. Se había salvado, al menos de momento. Jamás pensó que todo aquello podría haber resultado tan mal. Pero no podía alegar que era ignorante del peligro que todo aquello significaba, y que él decidió aceptar a cambio de todo lo que ganaría.
Y ya en esos momentos era muy tarde para salirse. Incluso si se fuera lo más lejos de Vistak que pudiera, nunca podría estar completamente alejado de su alcance; nunca podría estar enteramente seguro cuando se trataba de Escarlata...
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