Capítulo 21. Menguar tu lengua
Capítulo 21
Menguar tu lengua
Cuando estuvieron ya refugiados en la privacidad de uno de los estudios, aunque no por ello más tranquilos, Armientos se tomó la libertad de servir un poco del licor oscuro depositado en una elegante botella cuadrada de vidrio, y que estaba dispuesta y a la vista sobre un refinado mueble de madera. No sabía si acaso era propiedad de quien habitualmente ocupaba dicha oficina, o si estaba para el deleite de cualquiera que lo ocupara. Pero cualquiera de los dos que fuera el caso, estaba seguro de que nadie le negaría un trago a un príncipe Rimentos, y al capitán de su guardia de paso.
Sirvió en dos vasos pequeños hasta la mitad, y le extendió uno al príncipe Frederick. Éste se había dejado caer de sentón en una de las sillas terciopeladas de la pequeña sala del estudio. Tomó el vaso que le ofrecían con cuidado entre sus dedos y lo sostuvo delante de su rostro, sin beber de él.
—Cómo le había dicho —comenzó a decir Armientos entre trago y trago de su vaso—, sospechaba que podría estar la mano de alguien involucrada en este ataque. Sin embargo, no consideré a consciencia la posibilidad de que se hubiera hecho con la intención de matarlo o hacerle daño directo a su persona.
—¿Crees que esa mujer esté realmente diciendo la verdad? —murmuró Frederick sombrío.
—No podría estar seguro, pero su relato encaja bien con los hechos. Y, especialmente, es una versión con la que mis instintos parecen sentirse más cómodos.
Frederick no conocía aún lo suficiente al capitán Armientos como para juzgar sus instintos. Pero prefirió, dada la situación, confiar en ellos. Dio al fin un pequeño sorbo del licor, que pasó suave por su garganta.
—No me explico quién me podría desear tanto mal —masculló distraído tras un rato—, en especial al nivel de arriesgarse a intentar asesinar a cuatro miembros de la Familia Imperial. Siempre he intentado ser lo más cortés y justo con todas las personas con las que me he cruzado. Y desde que terminé mi servicio militar, todo lo que he hecho para serle útil al emperador es participar en su nombre en algunos viajes y comitivas. Mi asignación como emperador segundo es el primer deber de gran importancia que se me ha dado, y llevo menos de un mes con la asignación. Ni siquiera he llegado a Volkinia Astonia todavía como para haber hecho un enemigo político.
—Quizás en efecto el motivo no sea personal, y se trate directamente de su asignación —declaró Armientos, mirando al príncipe con severidad—. Quizás alguien, que aún no ha conocido, no quiere que llegue a Volkinia Astonia y tome su nuevo puesto.
—¿Para qué? Igualmente no serviría de nada. Si yo muriera, mi tío simplemente asignaría a otro de inmediato.
—Tal vez ese sea el punto...
Armientos caminó hacia otra silla ubicada a la diestra del príncipe y se sentó a su lado, con el cuerpo inclinado al frente y sus codos apoyados contra sus muslos.
—El anterior emperador segundo, su tío Edgard, que Yhvalus lo ayude a descansar, tenía un hijo, ¿no?
—¿Erios? —Masculló Frederick, algo suspicaz—. Sí, y una hija, Katherine. Mis primos —subrayó esas últimas palabras tajantemente, como si esperara que así se grabaran firmemente en la cabeza del militar.
—¿No es extraño entonces que el emperador le haga a usted hacer todo este viaje y cambiar totalmente de vida de un momento para otro? ¿Por qué no nombró a su primo como el sucesor de su padre?
—Porque mi tío no es ningún estúpido —soltó el príncipe con algo de agresividad en su tono, que a Armientos tomó desprevenido—. Erios es mi primo, y lo quiero. Pero se dicen muchas cosas de él, y ninguna de ellas es indicativo de que sea material para emperador segundo. Según he oído, se convirtió en un hombre perezoso, distraído de sus obligaciones, apostador, bebedor, mujeriego, derrochador... y vaya Dios a saber qué tantos otros pecados cargue consigo. Y sé a dónde quiere llegar con su pregunta, y le pediré que aparte esos pensamientos de su mente lo antes posible. Ni mi primo, ni mi prima, están involucrados en este atroz ataque. La sangre Rimentos es fuerte, y el lazo que nos une no se puede romper fácilmente, y menos por un motivo tan mezquino como un puesto político.
—Me disculpo entonces, alteza —respondió Armientos solemne, inclinando su cabeza hacia el frente en señal de reverencia.
El capitán tenía otras cosas que decir al respecto, pero se volvió bastante obvio que era un tema que incomodaba al príncipe, por no decir que le enojaba demasiado. Por ello la mejor estrategia, de momento, le pareció que era retroceder y quizás tocarlo de nuevo en otra ocasión.
—Sea como sea —prosiguió Armientos—, debemos dar por hecho de que si alguien estuvo tan desesperado como para contratar a estos bandidos para matarlo, estará igual de desesperado para intentarlo de nuevo. La mitad de Vistak escuchó la declaración de esa mujer, así que si realmente alguien de aquí fue el contacto para realizar este trato, debemos dar por hecho también que el autor intelectual de todo esto se enterará de que lo sabemos más pronto que tarde. Esto indudablemente hará que los responsables se pongan nerviosos, y cuando esto ocurre uno puede volverse más precavido y retroceder, o cometer una absoluta locura.
»Debemos estar alerta todo el tiempo durante el resto del viaje. Sin embargo, me preocupa un poco que ahora somos cinco menos, y quizás tengamos que mandar a un par de regreso a Marik para entregar los restos de los fallecidos a sus familias. Estoy considerando quizás la posibilidad de reclutar a algunos hombres entre la guardia local de Vistak que estén interesados en suplir dichas vacantes, y así estar mejor preparados. No me entusiasma la idea de meter a mi escuadrón a hombres que no conozco, especialmente en estos momentos en los que su seguridad está en juego. Pero dadas las circunstancias, es posible que no tengamos más remedio.
—Haga lo crea necesario, capitán —respondió Frederick con firmeza—. Es su escuadrón y sus hombres. Confío en usted para tomar las medidas correctas para mantenernos a salvo.
Armientos asintió, agradecido por su autorización, y especialmente por su voto de confianza.
—Y estando ya instalados en Zarkon, el peligro puede ser aún mayor —añadió el militar—. Pues si esto se trata de Volkinia Astonia, es casi seguro de que el o los culpables se encuentran allá.
—No sé si intenta tranquilizarme o preocuparme más, capitán —reprochó Frederick, tallándose un poco su cabeza para calmar un ligero dolor que le había surgido.
—Sólo intento describirle la realidad, alteza. La situación se ha vuelto volátil e impredecible. Debe estar alerta por su familia y usted. Por mi parte, le aseguro que mis hombres y yo haremos absolutamente todo para protegerlos. Si cree que no puede confiar en nadie, siéntase tranquilo sabiendo que puede confiar en ellos, y en mí. Llegaremos al fondo de esto, y los verdaderos culpables que pusieron su vida y la de su familia en riesgo, serán colgados en la Plaza Mayor de Zarkon, a la vista de todos.
—Esa no es imagen visual que me traiga mucha paz —señaló el príncipe—, pero entiendo su punto, capitán. Gracias. Tendré que ponerme en sus manos.
De nuevo, Frederick mostraba un sólido temple, digno de su apellido. Pero en el fondo, estaba aterrado por la idea de que no sólo alguien lo quería muerto, sino que además lo quería tanto que estaba dispuesto a incluso asesinar a su esposa e hijas si se atravesaban en el camino.
La imagen de las tres siendo tomadas y arrastradas lejos de él por esos rufianes ya había sido bastante horrible. El pensar ahora que por poco y todo terminaba horriblemente diferente, con el cuerpo de los cuatro atravesados por balas y flechas... Yhvalus los había protegido, era la única explicación que se le venía a la mente para entender el milagro que había sucedido. Pero quizás ni Dios mismo podría quitarle el horrible blanco de tiro que tenían ahora dibujados en sus cabezas.
Escucharon en ese momento que llamaban a la puerta con moderada fuerza. Las miradas de los hombres se posaron ofuscadas en ésta. Armientos se aproximó cauteloso, como si el sentimiento que había acompañado a su conversación previa lo hubiera puesto tenso y desconfiando. Abrió sólo un poco la puerta, lo suficiente para poder ver a la persona del otro lado.
—¿Rubelker? —murmuró Armientos extrañado. El soldado alto y de barba se hallaba de pie en el pasillo, y lo miró con estoicidad—. ¿Qué quieres?
—Necesito hablar con el príncipe —le respondió el soldado secamente.
—Ordené que no nos interrumpieran. Retírate...
—Está bien, capitán —intervino Frederick con un inusitado entusiasmo—. Que pase, por favor.
Armientos miró unos momentos inconforme al príncipe. Al parecer, desde la perspectiva del capitán el tema que estaban tratando aún no se encontraba cerrado. Pero acató la orden, abriendo por completo la puerta y dejándole el camino libre a su subordinado.
Rubelker entró con paso firme y pesado, y el capitán cerró la puerta rápidamente en cuanto lo hizo. El soldado se paró firme delante del príncipe Rimentos, colocando su espalda recta y sus dos manos agarradas por detrás. Una apenas apreciable sonrisa se dibujó debajo del poblado bigote de Frederick mientras lo miraba.
—Es bueno verte de nuevo, Rubelker —declaró—. Gracias por tu testimonio. Causó bastantes emociones en la gente, cómo pudiste ver; incluso en mí. ¿Todo lo que dijiste fue cierto?, ¿sobre cómo peleaste y mataste tú solo a todos esos hombres?
—No sería correcto decir que estaba solo —respondió Rubelker con solemnidad—. Mis compañeros caídos hicieron lo que pudieron protegiendo a la emperatriz y a las princesas. Gracias a ellos, tuve cabida para actuar. Por lo demás, sí; mi testimonio fue verídico.
—Por supuesto —asintió Frederick—. Aun así, si las cosas fueron como describiste, tu esfuerzo por proteger a mi familia fue prácticamente sobrehumano. Creo que te debo más de lo que creía.
—Es por eso que he venido a hablar con usted, alteza —explicó el soldado, tomando un poco por sorpresa tanto a Frederick como a Armientos—. Como recompensa por mi servicio, lo único que deseo a cambio es pedirle humildemente que considere la petición de clemencia por parte de la acusada de este juicio.
Aquellas palabras provocaron que sus dos oyentes se sobresaltaran, cada uno con su diferente grado de desconcierto.
—Rubelker —reprendió Armientos con severidad, avanzando rápidamente hasta colocarse entre el príncipe y él para encararlo directamente—. ¿Has perdido la razón? Éste no es el momento ni el lugar para eso.
—En unos minutos comenzarán a deliberar, ¿no es así? —Respondió el soldado con despego—. Si no es ahora, no podrá ser en otro momento y lugar.
Aquella respuesta, rozando casi en la impertinencia, provocó una reacción de enojo en el capitán que no era posible disimular en lo absoluto.
—Estás fuera del lugar —espetó Armientos, señalándolo—. Retírate ahora mismo. Hablaré contigo después...
—Capitán —pronunció con fuerza Frederick para que su voz resaltara. Al virarse sobre su hombro, Armientos vio que el príncipe tenía alzada su mano derecha para indicarle que se detuviera, y acto seguido con la misma mano le indicó que se hiciera a un lado. Inseguro, Armientos obedeció, y Rubelker quedó de nuevo justo delante del Rimentos. Éste lo miró intensamente, con aquella sonrisa que había esbozado totalmente borrada de sus labios. Y sin quitarle los ojos de encima le dijo—: Sí, recuerdo muy bien haber expresado que te debía algo por tus servicios, y que te daría una recompensa a la altura de ellos. Sin embargo, no esperaba que mis palabras se tomaran como una invitación a que vinieras tan atrevidamente a reclamarme por dicha recompensa. Y encima de todo para pedirme... un sinsentido cómo ese.
—No fue mi intención insultarlo, alteza —respondió Rubelker tranquilamente, sin en realidad mostrar mucha señal de arrepentimiento en su voz—. Fue la premura de la situación, como bien mencioné, lo que me empujó a hacerlo de esta forma.
—¿Y por qué tú interés en el destino de esta mujer, si puedo saber? —Cuestionó el príncipe con severidad—. ¿Fue por la historia que contó? No pareces el tipo de persona que se conmovería tan fácil por algo así.
—No lo describiría con esa palabra, pero sí creo que todo lo que dijo es cierto. No creo que haya estado con esos hombres, ni haya sido parte del ataque, por decisión propia. Ni que haya participado activamente en la muerte de alguno de los cinco soldados. Pienso además que también está más que dispuesta a cooperar con tal de salvar su vida, y ello lo demostró con su actuar hace unos momentos. Usted podría haber dejado que los hombres los ejecutaran a ambos ahí mismo en el bosque, y nadie hubiera renegado. Pero dijo que deseaba que no hubiera más muertes sin sentido, y que se aplicara la justicia. No soy un hombre letrado, alteza, y no conozco con exactitud cómo se decide qué castigo corresponde a qué crimen en este tipo de juicios. Pero desde mi ignorante perspectiva he de decir que considero que la muerte deshonrosa no es el castigo justo para ella, dadas estas circunstancias.
—¿Ahora intentas usar mis palabras en mi contra? —Espetó Frederick, casi ofendido mientras se paraba rápidamente de su silla y lo enfrentaba de frente—. ¿Qué clase de soldado eres? Evidentemente la multa que te impuso el juez no fue suficiente para menguar tu lengua.
—Lo lamento mucho, alteza —intentó intervenir Armientos para apaciguar las cosas—. Le aseguro que este soldado recibirá un fuerte castigo de mi parte. Permítame escoltarlo afuera para que hable con él.
—No me iré —respondió Rubelker tajantemente, sosteniéndole su mirada al príncipe—. No aún...
El aire en el cuarto se había vuelto aún más tenso y pesado, y por un momento Armientos sintió miedo... Miedo de que aquello se saliera de control como había ocurrido otras veces. Miedo que de que ese soldado al que él conocía tan bien y de tanto tiempo, de nuevo perdiera la compostura, se dejara llevar y cometiera la peor locura de su vida, peor que todas las que habían precedido.
Si se atrevía a ponerle un dedo encima al príncipe, o incluso si de su boca salía alguna otra falta de respeto, por más pequeña que fuera, no habría nada que él pudiera hacer esa vez para salvarlo. Y quizás, eso en específico era lo que le causaba más miedo.
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