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Capítulo 20. Ya hemos oído suficiente

Capítulo 20
Ya hemos oído suficiente

—¡Orden!, ¡guarden silencio todos! —espetó Maximus acompañando su reclamo con el incesante golpeteo de su martillo. Más de una persona se había alterado, y antes de que aquello se saliera de control, él se aseguraría de que se mantuviera el orden—. Lo que está diciendo es algo muy, muy serio, señorita. Más le vale que no esté jugando con ello.

—No es un juego —respondió Invannia con absoluta seguridad—. Ese era el plan, o al menos eso era lo que Hagak nos había dicho.

—¿Y quién es este Hagak que tanto mencionan?

—Es el líder de la banda, él fue quien decidió todo y se contactó con la persona que nos contrató...

—Todo esto es obviamente un intento desesperado de salir librada de su cargo —intervino el regente Edik, cortando lo que Ivannia pensara decir a continuación—. De entrada, supongo que no tiene ninguna prueba de lo que alega salvo su palabra, ¿o no?

Ivannia lo miró con expresión apagada, y por los segundos siguientes no fue capaz de dar una respuesta concisa, salvo algunos balbuceos incomprensibles; los nervios parecían estarla dominando.

—Eso creí —concluyó Edik—. No creo que valga la pena seguir...

—Un momento, por favor —profirió Frederick, parándose de su silla para que su voz y su presencia se hicieran notar más—. Yo quiero escuchar lo que esta mujer tiene que decir. —Clavó entonces sus ojos verdes fijamente en Ivannia—. Habla, ¿quién los contrató?

—Yo... eso no lo sé... —masculló Ivannia, dudosa—. Sólo Hagak lo sabía. Hace un par de semanas se ausentó y no le dijo a nadie a dónde iba. Supongo ahora que se reunió con esa persona, pues un par de días después volvió al campamento con una bolsa repleta de uprias en monedas de plata. Nos dijo que esa era apenas la mitad del pago, y que habría más cuando termináramos el trabajo. Usó una parte para comprar más armas y municiones, e hizo que todos nos moviéramos hasta esta zona a aguardar su llegada.

—¿Hace dos semanas? —Soltó Armientos desde su asiento, con cierto grado e incredulidad.

El viaje, así como el itinerario, había sido decidido con bastante anticipación, poco después del nombramiento del príncipe como emperador segundo. Esto con el fin de avisar oportunamente a las personas que ocuparan saberlo, incluidos los regentes de los pueblos por lo que pasarían, la marina que se encargaría de preparar el buque, y el personal de Volkinia Astonia que debía preparar todo para la llegada. Pero fuera de esas contadas personas, hace dos semanas nadie conocía con exactitud la ruta que tomarían o qué día saldrían. Aquello sólo dejaba a la vista una posibilidad; una pavorosa posibilidad.

—¿Cómo sabían que pararíamos en ese punto específico? —Cuestionó Frederick un poco después, notándosele algo tenso tanto en su postura como en sus palabras—. La parada no fue planeada, y habíamos decidido continuar el viaje toda la tarde sin descanso.

—No lo sabíamos —respondió Ivannia, algo más inequívoca—, aquello fue... una coincidencia, más o menos.

—¿Cómo que una coincidencia?

—Nosotros estábamos esperándolos un poco más adelante en el camino. El plan de Hagak era atacarlos mientras aún seguían en movimiento, distraerlos con explosivos y un grupo de tiradores con rifles y ballestas, ocultos a un costado del camino, se encargarían de disparar al mismo tiempo al carruaje de molduras de oro, en dónde Hagak sabía que usted iba.

—¿Cómo sabían eso exactamente? —Musitó Armientos con alarma, poniéndose abruptamente de pie.

—Oficial, por favor no... —intentó Maximus de reprenderlo, pero Ivannia se apresuró a responder primero.

—No lo sé, quizás lo adivinó... dijo que sería el carruaje más elegante, y que de seguro iría por la parte del centro de la caravana.

Maximus miró todo aquello con contenida rabia. Fue claro para él que aquello había escalado más allá de él.

Sin embargo, lo que menos le importaba a Armientos en esos momentos eran los sentimientos de aquel juez. Lo de dispararle al carruaje más elegante y que iría en el centro, era quizás fácil de suponer. Pero las molduras de oro... Era algo específico; ¿cómo sabía siquiera que sólo el carruaje en el que viajaba el príncipe tendría molduras de oro como para que aquello no confundiera a sus hombres? Con un plan tan arriesgado y rápido como ese, no se podía alguien dar el lujo de dejar tal punto importante a un mero "lo adiviné." Aunque quizás alguien en alguno de los pueblos que pararon podrían haberle advertido de ese dato, o de a qué hora saldrían... pero, ¿y si era algo más?, ¿y si esa información les había llegado desde antes?

El viejo soldado pasó su mano por su rostro, abrumado por todas las posibilidades que le invadían la cabeza.

—Mi familia iba en ese carruaje conmigo —murmuró Frederick, tan molesto que su voz casi le temblaba por la rabia—. Mi esposa y mis dos pequeñas hijas. ¿Las hubieran acribillado a ellas también sin remordimiento alguno?

—¡Yo no lo decidí! —Se defendió Ivannia contundente—. Ya se los dije, yo sólo era básicamente la rehén, o incluso la mascota, de esos sujetos. Debía hacer lo que me dijeran, o me hubieran matado en cualquier momento.

—¿Incluso asesinar a cuatro inocente? ¿A cuatro miembros de la Familia Imperial... por unas cuantas sucias monedas? —Frederick la miró con un desprecio que desbordaba por cada poro de su ser como el agua de una fuente. Aunque él sabía que ese odio no debía ser del todo depositado en aquella muchacha, de momento era la única presente en la que podía hacerlo.

Ivannia se sobresaltó un poco al escuchar tal cuestionamiento, pero intentó no perder la compostura. Respiró hondo y se paró derecha, intentando sostenerle la mirada al príncipe, casi desafiante.

—Lo lamento —susurró despacio—. Pero mi único fin era sobrevivir fuera como fuera, y no pienso pedir disculpas por eso. Pero sí lamento que su familia haya tenido que ser involucrada, especialmente las niñas... Eso... no fue correcto...

Bajó su mirada como si sintiera vergüenza. Aquellas palabras no tranquilizaron del todo a Frederick, pero sí lo suficiente para al menos no exigir en ese mismo momento que la mandaran a ejecutar. Se sentó recargado contra su silla, respiró hondo, y entonces preguntó lo que quizás también pasaba por la mente de Armientos y algunos más de sus soldados.

—¿Por qué no me mataron entonces? —Murmuró con aspereza—. Me tenían ahí parado, fuera de mi carruaje y en su mira. ¿Por qué no me dispararon directamente y terminaron con eso? ¡¿Por qué fueron por mi familia y las traumatizaron de esa forma?! ¡Ya no tenían por qué involucrarlas!

—También fue idea de Hagak —respondió Ivannia—. Cuando los vigías le informaron que la caravana se había detenido y que al parecer las princesas se apartarían, pensó rápidamente en lo fácil que sería tomarlas. Y dijo que usted sería el único dispuesto a pagar lo que fuera para recuperarlas con vida. Así que decidió dejarlo vivir a cambio de obtener el doble de lo que hubiera ganado si lo mataba. Cambió los planes y enfocó a la mayoría del grupo en tomar a las princesas, y a un grupo más pequeño en distraerlo a usted y a los demás soldados.

—De nuevo el dinero; eso es todo lo que los motiva —masculló Frederick, casi asqueado—. ¿Dónde está ese tal Hagak? El soldado Rubelker comentó que perdió un brazo durante la pelea. ¿Está muerto?, ¿dónde se oculta?

—No sé si esté muerto o no... y no sé dónde esté ahora. Pero puedo darles los puntos de reunión que teníamos pactados, las bases que usábamos, y... —intentó pensar rápido en algo más que pudiera hacer ver el trato lo más jugoso posible, pero no se le vino nada a la mente. Realmente, eso era todo lo que sabía; no tenía más que ofrecer.

Tras un rato de silencio que se prolongó por casi un minuto, Maximus retomó rápidamente la palabra.

—Ya hemos oído suficiente. Si no hay más, declaro... —el juez alzó su martillo preparado para cerrar esa parte del juicio con un último golpe de éste. Pero entonces, alguien más intervino.

—Yo tengo más información que les puede ser de utilidad —soltó de pronto Benny alzando de más la voz, luego de haberse quedado en un imperioso silencio durante todo ese rato. Las miradas de todos se giraron hacia él, incluida la de una realmente sorprendida Ivannia. Benny sonreía despreocupado, como si nada de ello tuviera que ver con él—. De entrada, puedo dar fe de que todo lo que ella ha dicho es cierto —señaló entonces a Ivannia con su cabeza—. Era como la mascota del grupo y estaba con nosotros a la fuerza; y como todos los presentes pudieron darse cuenta, hasta hace una hora atrás no tenía idea de que fuera mujer, si de algo sirve eso para darle veracidad a su historia.

»Pero también les podría dar algunos datos interesantes, como el verdadero nombre de Hagak, su pueblo natal al que quizás podría haberse ido a esconder a recuperarse de esa fea herida... Y aunque tampoco sé quién lo contactó para este ataque, sí puedo decirles a dónde se dirigió y se reunió con dicha persona cuando se ausentó esos días del campamento. Curiosamente, fue justo aquí —señaló en ese momento con sus dedos hacia el suelo—. Vino a Vistak a verse con esa persona, y de aquí se fue con todo ese dinero.

Aquello provocó una serie de reacciones en cadena entre los presentes, de sorpresa y horror por igual. Y esta vez, ni los incesantes golpes del martillo de Maximus lograron calmarlos.

—Así que —siguió Benny, casi gritando para que su voz se oyera entre todo el aborto—, tuvo que ser alguien que supiera de su viaje e itinerario, ¿no? Alguien importante, como el regente, por ejemplo —culminó sus palabras, señalando a como sus cadenas le permitían hacia el hombre sentado en el asiento del Auxiliar Derecho.

El regente se exaltó aturdido, y el resto del público le siguió.

—¡¿Qué dijiste, malhechor?! —Espetó el noble, parándose furioso de su silla—. ¡¿Cómo te atreves a calumniarme?! ¡¿Quién rayos te crees... rata de pradera?!

—Rata de pradera, ¿fue el mejor insulto que se le ocurrió? —se burló Benny, soltando un par de risas.

—¡Ya verás...! —espetó el regente, queriendo aparentemente salir de su área asignada y dirigirse él mismo a estamparle un puñetazo bien dado en su cara sonriente y ladina.

—¡Aren!, ¡por favor! —le gritó Maximus furioso, golpeando tan fuerte con su martillo que casi parecía que se rompería—. ¡Saquen a los acusados de aquí!, ¡ya ha sido suficiente!

Los dos guardias tomaron a Ivannia y Benny, y los jalonearon con fuerza hacia la salida.

—¡Pero...! ¡Excelencia! —gritaba Ivannia mientras la arrastraban hacia afuera—. ¡¿Qué sucederá con mi pedido de clemencia?! ¡Excelencia! ¡Colaboraré con todo lo que pidan!, ¡por favor!

—¡He dicho que fue suficiente!, ¡llévenselos de mi vista! —Espetó más fuerte y despectivo el juez. Los dos acusados no tardaron en desaparecer tras las puertas—. Como se especificó, tomaremos un descanso de media hora, y luego los Auxiliares y yo comenzaremos con las deliberaciones. Todos los demás deberán desalojar la corte antes de ese momento.

Culminó con un último golpe de su martillo, y rápidamente se retiró a la parte trasera del edificio antes de que alguno de los presentes en el público tuviera la osadía de hostigarlo con alguna pregunta. Quien se quedó atrás para recibir tales cuestionamientos fue el propio regente.

—Estupideces, ¡tonterías! —porfiaba el Aren Edik con el rostro enrojecido y su voz carraspeando—. Nunca me habían insultado tanto en mi vida, especialmente un simple... populachero ladrón y mentiroso que intenta hacerse el chistoso para salirse con la suya. Pero no se quedará así, yo se los juro...

El regente se dirigió a la salida, siendo rodeado por una multitud de nobles que lo apoyaban con pequeñas exclamaciones y asentimientos de cabeza, pero que quizás en el fondo más de uno se preguntaba: "¿y si...?"

Por su parte, en cuanto Maximus dio por terminada la sesión, Armientos se paró y se dirigió directo hacia el príncipe. Se inclinó hacia su oído izquierdo y le susurró algo que hizo que éste se parara rápidamente, y ambos se dirigieron juntos hacia la parte trasera también. Algunos de los soldados tomaron la iniciativa de seguirlos, pero Armientos los detuvo.

—Déjenos solos —ordenó el capitán, señalando a sus hombres—. Quédense cerca, pero no nos interrumpan.

Sin explicar más, ambos hombres atravesaron la misma puerta por la que Maximus había prácticamente huido, y desaparecieron. Era claro que buscarían alguna de las salas traseras para poder hablar en privado de lo ocurrido; y definitivamente había mucho de qué hablar.

Los soldados no tuvieron más remedio que quedarse por ahí, alejados pero vigilando que nadie se acercara de más a esa puerta. Pero la conmoción también se había contagiado a ellos, y muchos no sabían qué pensar tras todo lo que habían oído.

—¿Alguien realmente pagó para matar a su alteza? —murmuró uno—. ¿Quién se arriesgaría a tal cosa?

—Asesinar a un miembro de la Familia Imperial —añadió otro con voz sombría—. No ha pasado algo como eso desde hace... ¿Dos Eras?

—Tres —señaló otro—. Ningún miembro de la Familia Imperial ha muerto asesinado en un atentado desde el reinado de Asthor Rimentos... bueno, eso creo. Tampoco es que sea un experto. Pero es tan... si de por sí la sola idea de que intentarán secuestrar a las princesas es tan atroz; querer asesinar a cuatro Rimentos, es prácticamente un crimen contra Dios.

—Al Vantel con el crimen contra Dios —murmuró molesto uno más—. Lo que me enoja más es que hayan tenido el atrevimiento de pedir clemencia, ¡clemencia! Como si la muerte de nuestros compañeros no significara nada. En cuánto Fiodor se enteré de esto...

—Dios nos proteja —concluyó uno más—. Está como loco desde lo de Philip... Qué bueno que se fue, pues no hubiera podido mantener la compostura y de seguro hubiera hecho una locura más grande que las que ya hizo.

Rubelker escuchaba todo lo que decían, pero se mantenía un tanto apartado de su plática sin intención de intervenir; aunque igual ellos no parecían muy interesados en invitarle a opinar. Repasaba en su mente todo lo dicho durante ese corto proceso, las reacciones de las personas importantes involucradas, e imaginaba los posibles caminos que aquello podía tomar. Claro, él no era un experto en leyes ni de cerca, pero no ocupaba serlo para comprender que dada esa situación, las posibilidades de que hicieran caso a ese pedido de clemencia eran muy pocas.

Sentado ahí, acompañado por sus colegas de armas pero en realidad tan solo como era habitual, comenzó a meditar en qué podía hacer él, sin contar la que quizás era una pregunta aún más importante: ¿quería hacerlo realmente? ¿Quería realmente arriesgar lo poco que había conseguido, y quizás todo lo que podría conseguir de ahí en adelante? Cualquier respuesta posible le resultaba incómoda. Pero todas esas cavilaciones no eran más que tonterías para engañarse a sí mismo. Él sabía de antemano qué era lo que quería y debía hacer.

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