Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 14. Mi nombre es...

Capítulo 14
Mi nombre es...

El juicio comenzó al día siguiente justo cómo se acordó. La corte del pueblo era relativamente pequeña, pero tendría que bastar; después de todo, aquello prometía ser un proceso rápido. La sala de la corte tenía forma de cilindro con una cúpula con ventanales de cristal en la parte superior. A cada lado se encontraban gradas de madera que seguían la forma circular de las paredes para los asistentes. Justo en el lado contrario a las altas puertas de madera que servían como acceso, se encontraba el área asignada para el juez, un podio de madera alto, que tenía además dos asientos a cada lado que servían para miembros auxiliares que podían acompañar al Juez en su deliberación si lo veía necesario; debido a la naturaleza del caso, en esa ocasión aquello parecía más que necesario.

En el centro del cuarto, en un punto desde el cual el juez, los auxiliares, y todos los asistentes en las gradas podían verlo con claridad, se encontraba el área del acusado, marcado en el suelo con tres círculos rojos concéntricos. Desde ese sitio el acusado, o en esta ocasión los acusados, tendrían que presenciar su juicio de pie y encadenados. Por último, del lado contrario al podio del juez, a espaldas de los acusados, había una silla rodeada por una barda baja de madera, donde los testigos que fueran a pasar a dar testimonio se sentaban mirando al juez, y los acusados no los veían a ellos, aunque en realidad era algo más simbólico que práctico.

La sala se estuvo llenando desde temprano por algunos habitantes curiosos de Vistak. No era común que un juicio llamara tanto la atención de las personas, salvo los directamente relacionados con ellas. Pero tampoco era común que se presidiera un juicio que involucrara a miembros de la Familia Imperial, y la sola presencia de uno de ellos era suficiente para que los hombres más acaudalados del pueblo, y también algunos no tanto, sacaran sus mejores trajes y se despertaran temprano para conseguir el mejor asiento posible, como si de alguna obra de teatro se tratase. Cuando la sala se llenó, algunos otros curiosos tuvieron que conformarse con mirar desde las ventanas, pues cuando el juicio comenzaba las puertas eran cerradas y no se abrían hasta que el juez así lo determinaba, o hubiera una emergencia.

Maximus Hallen era un hombre alto, de complexión gruesa, rostro ancho y ojos pequeños. Tenía una larga cabellera grisácea, sujeta en una cola que caía libremente por su espalda. Cuando entró a la sala, vestido con un elegante atuendo azul de botones dorados y botines negros recién lustrados, un aire denso y casi sombrío lo acompañó, y todos los que ya se hallaban ahí guardaron silencio de golpe. Detrás de él vinieron las dos personas que servirían de sus auxiliares, y cuya mayor responsabilidad era al final repasar los hechos del caso y darle sus opiniones y sugerencias. Tal y como la importancia del caso lo ameritaba, estos dos individuos eran el regente Aren Edik y el propio príncipe Frederick Rimentos.

Cabe mencionar que se considera una irregularidad que uno de los afectados directos del crimen que se imputa sirva como auxiliar, no se diga juez. Pero, tratándose de un Rimentos, siempre se podían hacer algunas excepciones. Además de que la reputación de honorabilidad y rectitud que acompañaba al nuevo emperador segundo de Volkinia Astonia le daba algo más de credibilidad que la mayoría.

Sentados en la grada de la derecha, se encontraban el capitán Armientos y Rubelker, con la princesa Isabelleta entre ambos; estos últimos dos se encontraban ahí para rendir testimonio, como se había solicitado. Isabelleta alzó su mano haciendo un saludo tímido a su padre cuando pasó delante de ellos. Él no pudo responderle, pero se aseguró de indicarle que la había visto.

Rubelker y Armientos no eran los únicos soldados presentes; al menos diez más ocupaban varios de los asientos de la grada, claramente vestidos con sus uniformes. Su propósito de estar ahí no era sólo cuidar de la princesa, sino presenciar directamente el juicio y posterior castigo de dos de los asesinos de sus compañeros. Si por ellos fuera, todos los del escuadrón estarían ahí llenando esa sala, pero era contra los procedimientos; además de que no podían dejar desprotegida a la emperatriz segunda y a la princesa Mina. Entre esos diez soldados adicionales, obviamente se encontraba el sargento Fiodor Nilsen, quién quizás había sido de los primeros en llegar esa mañana. Era de los más ansiosos en verles las caras de nuevo a sus dos prisioneros, y poder gritarles algunas verdades, o incluso más; claro, no lo haría en ese sitio, y menos en presencia de un juez y del príncipe. Pero, en su imaginación, los haría pedazos cada segundo que estuviera ahí sentado.

El juez Maximus tomó su lugar en el podio central, mientras Aren tomó la silla de su derecha y el príncipe la de su izquierda. Tomó con su gran mano blanca el pesado martillo que descansaba sobre el podio, y golpeó tres veces la superficie de madera con fuerza, provocando un fuerte retumbar en el eco de la sala, a pesar de que en realidad todos estaban callados.

—Muy buenos días a todos —saludó el juez con voz fuerte e imponente, como la de un predicador—. Soy el Juez de Justicia Imperial Maximus Hallen, y seré el encargado de presidir este juicio extraordinario por los crímenes de asalto, ataque y asesinato hacia terceros en los caminos imperiales; ataque físico a miembros de la Familia Imperial; intento de privación de la libertad a miembros de la Familia Imperial; y el cruel asesinato de cinco soldados pertenecientes a la guardia personal de su majestad en el cumplimiento de su deber. De hallarse culpables a los acusados de estos cargos, se les podría condenar a la pena máxima de muerte por estrangulación, ahogamiento, decapitación o desmembramiento, dependiendo de la gravedad final que se determine de los crímenes.

—Mi favorita es el desmembramiento —susurró Fiodor despacio, inclinándose al frente para que Rubelker pudiera escucharlo—. Pero enserio espero que sea decapitación.

—Por favor —musitó Armientos, volteándolo a ver sobre su hombro con desaprobación—. Cuida más tus palabras en presencia de la princesa.

—Descuide, capitán —intervino Isabelleta II con bastante calma—. He leído todo acerca de los diferentes métodos de ejecución que se aplican en la Justicia Imperial. Será fascinante y educativo poder ver con mis propios ojos cómo se llega a cualquiera de ellos, y cómo se lleva a cabo.

—Es usted una persona muy sabia y sensata, alteza —murmuró Fiodor con genuina admiración—. Espero de corazón que esto en verdad le resulte provechoso; sé que para nosotros lo será.

—Gracias, buen soldado —le respondió la pequeña con un pequeño asentimiento de su cabeza.

Armientos le echó una mirada condescendiente a Fiodor, pero de inmediato se viró de nuevo al frente para evitar perturbar de más la calma del salón.

Rubelker, por su parte, parecía calmado. Ni el comentario de Fiodor ni el de Isabelleta parecieron perturbarlo. Aunque, al igual cómo había ocurrido durante la ceremonia mortuoria del día anterior, el tema ciertamente no era de su agrado.

Mientras ellos intercambiaban aquellas palabras, Maximus proseguía con su discurso inicial.

—El regente local de nuestro puerto de Vistak, el señor Aren Edik, servirá durante este juicio como auxiliar derecho. —Edik alzó una mano como saludo a todos los presentes—. A su vez, el recién nombrado emperador segundos de Volkinia Astonia, el príncipe Frederick Rimentos, nos honra con su presencia y servirá como auxiliar izquierdo. A pesar de su involucración directa con el caso, su alteza ha jurado hacer prevalecer primero la justicia y el juicio objetivo.

—Por supuesto —musitó Frederick, serio—. Mi principal interés es que este asunto termine de la forma correcta y justa, excelencia.

—Por último —prosiguió Maximus—, antes de comenzar, sé que este caso despierta en algunos de los presentes sentimientos muy fuertes. Les pido de favor que, si no son capaces de controlar estos, se retiren de esta sala. Pues sean quienes sean, cualquier falta de respeto o desplante será castigado con días tras las rejas, y una multa monetaria. Confío en que todos aquí somos personas civilizadas y sabremos comportarnos acorde a la situación.

—No lo estará diciendo por nosotros, ¿o sí? —Cuestionó Fiodor escéptico, inclinándose hacia Armientos.

—¿Crees que puedes hacerte el ofendido luego del numerito que hiciste la otra noche? —le respondió el capitán con tono casi agresivo—. Sólo compórtate dignamente como dicta el uniforme que portas, y no hagas nada fuera de lugar. ¿Está claro?

Fiodor no le respondió, pero su sola mirada dejó en evidencia dos cosas: le había entendido, y sí, aquello le ofendía y enojaba. El sargento de piel tostada se sentó recto en su lugar, y procuró ya no decir nada por el momento.

—Muy bien —concluyó Maximus—. Hagan pasar a los dos acusados.

Las puertas principales fueron abiertas por dos de los guardias de la corte, hombres altos de túnicas marrones largas, y armados con alabardas. Delante del recinto se había estacionado un carruaje de prisioneros, en donde venían a bordo el hombre pelirrojo y el chico de cabellos rubios que habían capturado en el bosque. Los dos estaban encadenados con gruesos grilletes y cadenas que mantenían juntas sus manos, y una cadena más atada a una pesada bola de acero los aprisionaba de sus tobillos derechos. Los curiosos se habían congregado alrededor del vehículo para inspeccionarlos, pero otros dos guardias, con las mismas vestimentas y armas que los de adentro, cuidaban que nadie se acercara de más. No podían evitar, sin embargo, que algunos de los presentes en la multitud les gritaran insultos, o incluso algunos se atrevieron a arrojarles frutas podridas en su camino.

Una vez que las puertas de la sala se abrieron, los dos guardias que los protegían abrieron la puerta de la celda móvil en la que venían, y los bajaron a jalones y empujones para encaminarlos hacia adentro. Más gritos e injurias se hicieron presentes en ese pequeño lapso, e incluso un tomate se estrelló contra la cabellera rubia de Iván, manchándola por completo en su costado derecho.

Era poco probable que a alguna de esas personas le molestara a modo personal el supuesto crimen de esos dos, o incluso era posible que no supieran siquiera de qué les acusaban. Pero al parecer cualquier excusa era buena para dejar salir las frustraciones y los enojos ajenos, especialmente cuando era visto de buena manera por los demás.

Las puertas se cerraron detrás de ellos y los ruidos de la muchedumbre se quedaron afuera. Dentro, la quietud era tanta que sus pasos resonaban estridentemente en el eco, junto con el tintineo de las cadenas y las bolas de acero sobre el suelo de madera.

Los ojos de absolutamente todos estaban puestos en ambos.

Iván procuraba mantener su rostro agachado y no mirar a nadie.

Benny, por su parte...

—Hola, buenos días tengan todos —saludó el hombre pelirrojo, alzando sus manos y agitando sus dedos a modo de saludo hacia ambas gradas—. Gracias por venir, espero que disfruten del espectáculo...

—Guarda silencio —le gruñó uno de los guardias detrás de él, dándole un empujón—. No hables al menos que su excelencia te lo pida.

—Ese tipo de reglas deberían decírtelas antes de que entres —respondió burlón el acusado—. Lo siento, es mi primera vez. Sean gentiles, ¿quieren? Dicen que la primera siempre es dolorosa...

Su comentario, pronunciado con el suficiente volumen para ser claramente escuchado, provocó un par de risas entre los presentes, así como caras de vergüenza e indignación en otros.

—Orden, todos guarden orden —ordenó Maximus, golpeando moderadamente su martillo contra la superficie de su atril—. Que los acusados tomen su lugar, ya.

Los dos encadenados fueron colocados justo en el centro de los círculos en el suelo, uno a lado del otro. Los dos guardias que los escoltaban se pararon cerca de ellos, mirándolos detenidamente por si alguno hacía cualquier movimiento.

—¿No tenemos silla? —masculló Benny despacio con ironía, ganándose una mirada de marcado enojo por parte de uno de los guardias. Al recorrer fugazmente su mirada por las gradas, notó de inmediato una presencia que resaltaba un poco de los demás—. Hey, ahí está tu amigo el soldado grandote.

Benny señaló como pudo, y de forma muy poco sutil, hacia al frente del lado derecho, en donde todos los guardias vestidos de blanco y plateado se encontraban sentados. En la fila de adelante estaba Rubelker, que los miraba fijamente con rostro serio. Iván lo miró también, y su presencia le provocó una extraña sensación de incomodidad, pero también algo de alivio sin que supiera identificar porqué.

Una vez que todos estuvieron en su lugar y en silencio, Maximus comenzó.

—¿Conocen ya los acusados los cargos que se les imputan?

—Yo creo que sí, su majestad —respondió Benny, tranquilo—. ¿O era excelencia? No entiendo cuándo se usa uno u el otro.

De nuevo surgieron algunas risas aisladas que intentaban disimularse. Maximus gruñó ligeramente con molestia, y se talló un poco su boca con una mano. Recién comenzaba el juicio, y era evidente que uno de los acusados ya se había ganado la antipatía del juez.

—Dígale a la corte su nombre completo, jovencito —señaló Maximus con voz grave y violenta.

—Favor que usted me hace con lo de jovencito, excelencia —respondió Benny—. Soy Benny Sluk, de los Sluk de Mirah Violleta. Bueno, más bien de una aldea al sur de Mirah Violleta, pero si les digo su nombre no tendrán idea de qué les estoy hablando...

Maximus dejó caer de forma pesada su martillo una única vez, provocando un golpe más fuerte que los anteriores y haciendo que algunos, incluida la princesa Isabelleta, dieran un brinco de sorpresa. Benny lo tomó como señal de que debía guardar silencio, y así lo hizo. El juez respiró hondo y centró su atención ahora en el otro acusado.

—¿Y tú, muchacho? —Masculló, aun claramente irritado por el último desplante—. ¿Cuál es tu nombre?

Iván continuaba con su cabeza agachada, mirando sus propios pies. Estuvo gran parte de esos últimos días pensando en qué respondería cuándo le hicieran esa pregunta, intentando revisar las implicaciones de elegir una opción o la otra. Igual de momento tenía un pie en la tumba, sin importar qué nombre pusieran en la lápida (si acaso le ponían una).

No hizo esperar mucho más al juez. Respiró hondo para tranquilizarse, se paró derecho, alzó su rostro al frente decidido, y murmuró con una voz clara y suave:

—Ivannia, excelencia. Mi nombre es Ivannia...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro