Capítulo 10. El joven Iván
Capítulo 10
El joven Iván
El joven Iván estaba teniendo una pésima noche, aunque sabía muy bien que podría ser mucho peor. Sí, lo tenían sentado en el suelo húmedo, atado con una gruesa cuerda de sus muñecas, y ésta al árbol más ancho y fuerte que encontraron sus captores. Sentía el trasero húmedo y congelado, y su rostro... bueno, ya ni siquiera lo sentía por el frío, en realidad.
Tenía hambre y sueño, pero por la posición en la que lo habían atado no era capaz de recostarse en la tierra a descansar sin dislocarse el hombro en el proceso; quizás esa había sido la intención.
Pero, pese a todo, seguía con vida.
Podría haber terminado tirado en la nieve con la garganta abierta como Jenoh, o con sus intestinos de fuera como el tonto de Mak, o incluso sin cabeza como el malhablado y asqueroso de Rufin. Ninguno de ellos le agradaba particularmente, pero no creía que merecieran morir de esa forma tan horrible. Pero era parte de la vida que les tocó vivir, y el líder que decidieron seguir.
Si alguien en ese grupo de bastardos merecía haber terminado en esa hoguera sin ceremonia ni lágrimas, ese era el maldito de Hagak. Todo eso había sido su idea; él los había arrastrado a ese plan sin sentido inspirándolos con promesas ambiguas, y en su caso con algunas amenazas. Y lo peor era que, conociéndolo, era probable que incluso sin un brazo seguiría causando problemas y arruinando la vida de la gente dentro de poco.
Y tampoco era que a él le esperara un destino mejor, ¿o sí? Se las había arreglado para sobrevivir esa noche, y quizás un par más. Pero era obvio que tarde o temprano esa espada que estaba tan dispuesta en decapitarlo esa tarde, terminaría por cumplir su trabajo. Y por supuesto que Hagak no movería ni un dedo para rescatarlos; aunque supiera que habían sobrevivido, igualmente los daría por muertos. Estaban solos en eso, y así morirían.
—Sea lo que sea que estén cocinando, huele bien —comentó Benny, de momento su compañero de celda, o más bien de árbol. El hombre pelirrojo extendía cómo podía su cara al aire, olfateando el aroma del estofado que lograba llegar hasta ahí—. ¿Qué crees que sea?, ¿carne de res? Tienen que alimentarnos, ¿no? No pueden matarnos de hambre si nos quieren vivos para su dichoso juicio.
—¿Cómo puedes tomarte esto tan a la ligera? —le reprendió el muchacho rubio con voz carrasposa.
—¿Qué te hace pensar eso? —Benny se volvió entonces a sentar derecho, con su espalda contra el tronco—. De todas formas, preocuparnos no nos sacará de ésta en la que nos metiste, chico.
—¿Qué dijiste? —Exclamó Iván, virándose hacia él con el ceño fruncido—. Nadie te pidió que te quedaras. Esa fue tu decisión.
—Sí, es cierto —murmuró Benny de mala gana, virándose hacia otro lado—. Y no ha sido de las más inteligentes de mi vida, cabe mencionar.
Iván agachó su cabeza. Aunque su rostro reflejaba enojo, en el fondo se sentía algo apenado. Aunque no lo diría en voz alta, sabía en el fondo que estaba vivo gracias a él. Benny era de los pocos en esa banda que era medianamente amable con todos. Él definitivamente no merecía estarlo acompañando en ese árbol. Pero, ¿qué se supone que debía hacer?, ¿darle las gracias y estrechar su mano? Eso definitivamente no los llevaría más lejos de la horca.
—No debimos haber hecho esto —musitó Iván entre dientes—. Si Hagak no hubiera cambiado de plan a último momento sólo por su cochina codicia... O simplemente no debimos meternos con la Familia Imperial en primer lugar. Fue algo estúpido.
—No tanto —soltó Benny, encogiéndose de hombros—. En realidad, casi tuvimos éxito. ¿Cómo íbamos a saber que este príncipe Rimentos tenía en su guardia a un maldito monstruo como ese? ¿Viste lo que hizo? Era como un lobo destripando a sus presas.
Sí, claro que lo había visto, y estaba seguro de que un lobo no hubiera sido tan salvaje y mortal como aquel individuo. Tan enorme y fuerte, pero a la vez tan frío y calmado. Mientras luchaba, sus ojos permanecieron vacíos, como si le diera lo mismo partir en dos o destrozar de esa forma a las personas... como si no fueran nada. No parecía ser siquiera un ser humano.
—Maldita sea —oyó como Benny exclamó casi con espanto—. Hablando del demonio... ¿para qué vendrá?
Iván levantó de nuevo su vista, y ahí lo vio. Alumbrada por las antorchas, divisó la enorme figura de aquel soldado de barba oscura, con su camisa abierta y sus dos sables en su mano derecha. Se aproximaba directo hacia ellos, con esos mismos ojos vacíos fijos en sus personas... no, más bien fijos en él. Su sola presencia le provocó un desagradable nudo en el estómago a Iván.
—No creo que venga a traernos la cena, ¿o sí? —le susurró Benny despacio, pero Iván no le contestó nada. Sus labios se habían sellado.
El soldado se paró justo delante de ellos y los miró desde arriba con una irritante prepotencia. Desde su posición, se veía incluso más alto, si es que aquello era posible.
—Buenas noches, señor —le saludó Benny con un tono nada disimulado de sarcasmo—. Se ve muy bien, si me permite decírselo. Y se ve que no tiene nada de frío —señaló con sus ojos hacia la parte abierta de su camisa—. ¿O sólo desea lucir sus atributos un poco? Bastante bien trabajado ese vientre, por cierto. ¿Hace abdominales?
—Cállate ya —le susurró Iván, irritado.
—Oye, es un halago —murmuró Benny con sorna en su voz—. No lo estoy molestando, ¿o sí, señor?
—Hazle caso a tu camarada —masculló Rubelker cortante, y sin decir más se aproximó hacia Iván. Éste intentó retroceder por reflejo, pero sus muñecas atadas no le permitieron hacer mucho con esa idea.
El soldado se agachó y comenzó a desatarlo del árbol.
—¡Déjame!, ¡¿qué quieres?! —vociferó Iván completamente a la defensiva. Él no le respondió. Sólo lo soltó del árbol, pero dejando sus muñecas atadas. Volvió a tomar sus armas con una mano, y con la otra sujetó fuertemente las sogas de las muñecas de Iván y comenzó a jalarlo hacia el interior del bosque. El chico intentó resistirse al inicio, pero la fuerza de aquel individuo terminó por llevárselo arrastrando como si fuera un simple animal.
—¡Hey!, ¡espere! —Le gritó Benny, zarandeándose e intentando zafarse—. ¡¿Qué quiere de él?!, ¡venga acá!
El soldado no lo escuchó, o no le importó. Siguió arrastrando al chico por el suelo hasta que se perdió de su vista. Benny soltó una maldición, y entonces se quedó de nuevo sentado como antes. En su mente lo lamentó por el buen Iván, pero aunque quisiera ya no podía estarlo cuidando más. No era que lo necesitara en realidad; no por nada era de los más rápidos y precisos peleadores de su quizás ya desmantelado grupo. Pero, aun así, había terminado por adoptar ese papel de hermano mayor con él. Quizás era porque no había logrado proteger a su propio hermano menor en su momento, pero ya daban igual los motivos. Ese papel era lo que lo tenía ahí en el suelo húmedo esa noche, y no terminaría sin cuello antes de tiempo por seguirlo haciendo.
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Rubelker arrastró al joven de cabellos rubios hasta un claro en el cuál no llegaba ni la luz ni el calor de ninguna antorcha o fogata. Ahí sólo los iluminaban las estrellas y la luna, y los rodeaban los árboles que en esos momentos se cernían altos como grandes y oscuros pilares hechos de la noche misma. Una vez que estuvieron ahí, el soldado lo jaló hacia arriba para obligarlo a pararse. Iván tiró, gimoteó, e incluso intentó lanzarle algunas patadas para hacer que lo soltara.
—No te muevas —murmuró el solado con fastidio. Lo tomó más firmemente de sus ataduras, y entonces... ¿comenzó a desamarrarlas?
Eso tomó por sorpresa a Iván, pero también provocó que se sintiera más intranquilo. Un segundo después, sintió como las sogas liberaban sus muñecas, y sus manos comenzaron a sentir un gran alivio cuando la sangre comenzó viajar más libremente hacia ellas. Vaciló un momento, pero rápidamente volvió a su estado de alerta. Retrocedió, creando mayor distancia entre ambos, y alzó sus manos delante a modo defensivo.
—¿Qué te propones? —le cuestionó tajantemente. Pero en lugar de responderle, aquel extraño individuo hizo algo aún más confuso. Primero tiró al suelo la soga con la que había estado atado, y después hizo lo mismo con una de sus espadas, pero haciendo que ésta cayera justo delante de los pies del muchacho. Iván miró aquella arma, perplejo.
—Tómala —le ordenó Rubelker con tono autoritario, y acto seguido tomó la empuñadura de su otra arma y la sacó de su funda de un largo jalón. El brillo de su hoja resaltó entre toda esa oscuridad.
Aquello alertó, por no decir que asustó, al muchacho rubio. No sabía qué pasaba, pero no lo dudó más. Rápidamente se agachó, tomó el arma a sus pies y le quitó la vaina, tirando ésta a la tierra despectivamente. Sujetó el sable delante de él en diagonal en pose de protección. Notó en ese momento que aquella espada no era del todo normal. La sentía más pesada de lo que su apariencia hacía parecer, y su acero, aunque brillante, era de un color oscuro inusual. Y el filo se veía como nuevo, sin ninguna magulladura o marca, aunque había visto con sus propios ojos cómo habían cortado madera y hasta huesos esa tarde. ¿Qué tipo de arma era en realidad?
No pudo contemplar mucho lo inusual del sable, pues en ese momento notó como el soldado delante de él separaba los pies, jalaba su propia arma hacia atrás, y sin el menor aviso se le lanzó encima.
Iván se defendió lo mejor que pudo de ese primer golpe. El peso inusual del sable lo destanteó un poco, pero logró reaccionar lo suficientemente rápido. Rubelker no perdió el tiempo y de inmediato siguió atacando, lanzando sablazo tras sablazo en su contra. Iván comenzó a retroceder paso a paso, intentando mantener la mayor cantidad de espacio entre ambos. Aquel sujeto era rápido; lo había notado de sobra esa tarde. Pero él también lo era y no se iba a dejar alcanzar tan fácil.
Al principio se limitó a retroceder, cubrirse lo mejor que podía, esquivar, y resistir la tremenda fuerza con la que la espada del soldado golpeaba la suya. Poco a poco, sus manos y piernas entumidas comenzaron a despertar, y el peso del sable igualmente ya no le fue tan extraño; de hecho, comenzaba a sentirlo más ligero que otras armas que había sujetado antes. Su cuerpo comenzaba a reaccionar como siempre lo había hecho, y sus movimientos se volvieron más seguros. Ahora no sólo se defendía, sino que incluso se había atrevido a contraatacar. Cubría, repelía el arma de su enemigo, y lanzaba estocadas directas a su cuello y pecho, estirando lo más posible su brazo. El soldado igualmente lo desviaba, y volvían a repetir el mismo ciclo.
Llegado un momento, parecía como si ambos hubieran comprendido y tomado deliberadamente el ritmo del otro. El tintineo del choque de las armas era su música, y aquello era como un baile. Iván incluso comenzó a sentir que aquello le divertía de alguna forma. Pero no había nada de divertido en eso, y no podía dejarse llevar. No entendía cómo o por qué habían llegado a esa situación, pero de alguna forma debía aprovecharla.
Rodó por la tierra a los pies de su atacante, sacándole la vuelta. Giró todo su cuerpo, estirando su pierna e intentando golpear con todas sus fuerzas los tobillos del soldado. La fuerza no fue suficiente para hacerlo tambalearse, e incluso él mismo terminó por resentir el golpe.
Rubelker se giró, jalando su arma con fuerza al frente para golpearlo en el suelo. Iván se impulsó con su mano libre hacia atrás, saliendo del alcance de su hoja. Ésta golpeó fuertemente el suelo, atravesando el lodo húmedo. Si la espada se quedaba atrapada aunque fuera unos segundos, eso le daría una oportunidad. Se paró, corrió hacia el frente, y entonces se elevó de un salto, sujetando la punta de su arma en dirección a la cara del soldado.
En su mente pensó rápidamente en las posibilidades. Si le alcanzaba un ojo, eso lo dejaría imposibilitado, y el dolor le rompería esa perpetua concentración que siempre tenía. Sería entonces su oportunidad para atacar un punto más vital; el cuello, su corazón, o incluso sus partes privadas si era necesario. Si lo mataba, podría escabullirse hacia donde estaba Benny, cortar las sogas con esa espada y ambos podrían huir. Benny de seguro querría ir al último punto de reunión acordado y ver si encontraba a Hagak o alguno de los otros. Él no estaba seguro si optaría por ir con él, o quizás tomaría esa oportunidad para irse al fin por su cuenta; a otro lugar, a otra vida... y con otro nombre.
Pensó en todo ello mientras su arma se dirigía derecha a su objetivo. Pero todos sus planes se frustraron más pronto de lo que esperaba. En un parpadeo, aquel soldado simplemente se esfumó de su vista, y su arma sólo golpeó el aire. Iván se quedó perplejo, sin entender qué había pasado, y no lo entendería en mucho tiempo. Por lo pronto, lo siguiente que sintió fue como desde atrás la fuerte mano de su oponente tomaba su camisa por el cuello, y lo jalaba hacia atrás para luego arrojarlo de espaldas al piso, prácticamente azotándolo.
El cuerpo de Iván golpeó fuertemente el suelo, hundiéndose en el lodo pero de todas formas provocándole un intenso dolor que le recorrió toda la espalda. Se quedó totalmente quieto, bocarriba, mareado y apenas consciente. El sable que sostenía se zafó de sus manos y se deslizó lejos de él. Intentó incorporarse de nuevo, pero todo el cuerpo le dolía. Sólo logró reaccionar en el momento en el que sintió la enorme figura del soldado, de pie justo delante de él, y con su espada aún en su mano. Eso lo hizo sacar fuerzas y sobreponerse al dolor, para así comenzar a retroceder rápidamente por la tierra y alejarse.
Se dio cuenta, tristemente, de que sólo estaba jugando con él. Había podido mantenerle el ritmo durante ese corto encuentro, pero sólo porque así lo deseaba su oponente. Podría seguirlo repeliendo y esquivando tal y como esa tarde, pero quizás no llegaría siquiera a tocarlo por más que lo intentara.
Debía cambiar la estrategia. Si no podía vencerlo, entonces intentaría huir, costara lo costara; todo sería mejor que morir apuñalado por ese monstruo, o ejecutado en Vistak. Se paró torpemente y empezó a correr con todas sus fuerzas hacia los árboles. No logró avanzar mucho en realidad, pues la mano libre de Rubelker lo tomó firmemente de su brazo y lo jaló para detenerlo.
Iván no desistió, y siguió intentando impulsarse al frente. Se jaloneó, tiró patadas hacia atrás, e incluso le arañó su mano para que lo soltara. Rubelker musitó un muy pequeño quejido de dolor, pero no lo soltó. Clavó su arma al suelo para tener su otra mano al libre, y la extendió al frente, tomándolo del otro brazo. Sin embargo, el chico no dejó de luchar, ni un poco.
—¡Ya basta! —Gritó Rubelker con ímpetu, y entonces lo rodeó completamente con su brazo derecho, mientras lo seguía sujetando de su muñeca con su otra mano—. ¡Cálmate de una buena vez, jovencita!
Aquellas palabras provocaron un efecto en Iván, tanto como si le hubiera dado un golpe directo en la cara. Notó en ese momento como aquel enorme brazo rodeaba y sujetaba su torso, y sus dedos se presionaban firmemente contra su seno izquierdo, oculto aún debajo de las telas de sus ropas y las gruesas vendas que la rodeaban para intentar disimularlo.
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