Capítulo 16: Cámara Fotográfica
Advertencia: contenido sexual sólo al inicio.
Tobio dejó escapar de su boca un gemido ahogado que trató de contener a través de sus cuerdas vocales, estando en un cubículo de los baños masculinos del segundo piso del Karasuno (los que casi no eran concurridos a esa hora), pudo satisfacer sus impulsos sexuales que pudo contener estando con Shoyo. Sus dedos pasaron por su pene, por todo el tronco, dejando que éstos acariciaran el miembro algo grande.
Palpitaba, palpitaba. ¿Desde hace cuánto tiempo no se masturbaba? La última vez fue en su último y primer celo, si no mal recordaba. Su segundo celo estaba a días de llegar, y él podía sentirse afortunado porque así podría ir a la concentración de Tokyo.
Su cuerpo cavernoso se había hecho más grande por la erección, se seguía sintiendo duro y la erección no había bajado. Hinata le había insistido en esperarlo afuera del baño, pero francamente no sabría cómo mirarlo a la cara después de todo lo que hizo por mero impulso. En realidad, ni siquiera le dio muchas vueltas al principio, pero ahora que lo pensaba con detenimiento...
¿Por qué le dio un beso en la mejilla?
Sus manos empezaron a frotar más rápido todo el tronco de su pene ante los recuerdos bochornosos, casi como un reflejo de querer mantenerse al margen de la situación. Su cara se calentó a una visibilidad más grande y su única mano que no se estaba masturbando, llegó a posar dos dedos sobre sus labios, algo retraído y apenas procesando lo que ocurrió.
Ése había sido su primer beso. Es decir, antes había besado en la mejilla a sus padres, abuelo y hermana, pero nunca a otra persona ajena a su familia.
Los nervios lo llenaron de golpe, y se encontró posando su mano completa sobre su boca, deteniendo sus gemidos y haciendo más pronunciado y rápido el frote, de arriba a abajo, parando en el frenillo y bajando casi al instante a la base.
Pensar a Hinata en esa situación anterior era raro, pero extrañamente pareció funcionar. Los Alfas eran personas desarrolladas con instintos animales que los obligaban a tener celos o reaccionar positivamente a aromas de Omegas; sin embargo, no eran bestias sin raciocinio: un Alfa excitado podía controlarse ante un Omega en celo aunque su naturaleza quisiera anudarlo. Que muchos Alfas no lo hagan era algo distinto.
Los gemidos se hicieron más pronunciados que Tobio tuvo que apretar su mano contra su boca con un poco más de fuerza, cerrando sus ojos ante la sensación de espasmos formándose en su estómago, sólo atinando a tener la imagen de Shoyo en su mente. Un chico Omega, con su bonito rostro estropeado por el placer, sus mejillas sonrosadas, sus ojos deseosos de más, su boca abierta por los gemidos expulsados a través de su voz. Su cuerpo desnudo, su pecho, sus pezones erectos, su figura delgada, su espalda ancha, sus caderas bien trazadas.
—H-hina-... —Kageyama ni siquiera pudo terminar de pronunciar la última sílaba del apellido ajeno, al sentir como el semen por fin comenzó a brotar. Tobio tuvo un ligero sobresalto, abriendo uno de sus ojos y alejando la mano de su boca para estirarse a tomar el papel, y empezó a limpiar su glande y dedos para que el líquido no escurriera y manchara su ropa.
El papel limpió por completo cualquier rastro de lo ocurrido en su falo, y tras desecharlo miró su mano con la sustancia pegajosa.
Eso le sirvió para dar un respiro al limpiarse la mano lo mejor que pudo, se puso de pie, y se subió los pantalones de su chándal y ropa interior. Así por fin pudo salir de cubículo, sintiéndose a salvo cuando no se topó con nadie afuera en el pequeño pasillo del baño, ni tampoco había un aroma de alguien cercano. Tobio pudo acercarse al lavabo para lavarse las manos.
Mientras el agua acariciaba su piel cubierta de jabón y cualquier rastro que podía quedar se iba por el desagüe, fue que su cabeza y sus neuronas parecieron conectar las escenas visibles que había proyectado en su mente: fantasía donde estaba en una situación sexual con Shoyo se debía quizás a lo que pasó en el almacén del gimnasio.
Toda su cara se puso roja y su corazón dio un vuelco, incluso al secarse sus manos y salir del baño, no pudo bajar todo su color revolcado en su cara. No ayudó el tener la figura de Shoyo recargado de la pared, a un lado de la puerta, quien trató de no mostrar que su olfato había logrado capturar el aroma a chocolate ligeramente distorsionado por la excitación del Alfa.
—¿Has podido encargarte de tu erección? —cuestionó Shoyo sin tacto, pero por suerte fue a un volumen bajo para que sólo Kageyama escuchara su cuestión. El azabache de ojos azules, a pesar de todo, sólo enrojeció más de lo que ya estaba y le evadió la mirada.
¡Ya no podía verlo a los ojos!
—Bueno, sí... —Fue lo único que pudo decir al principio, mirando de reojo al mánager que era mucho más pequeño que él en cuanto a estatura, y se topó con el ligero rastro de sospecha que ya se iba apachurrando en su pecho. Parecía intuir lo que pasaba—. T-te acompaño a tu autobús —murmuró con rapidez Tobio, queriendo desaparecer ese tema de conversación al sacudir su cabeza, tratando de ocultar su boca y el naciente impulso de gritar del pánico con el cuello de su chamarra deportiva ya devuelta.
Shoyo asintió, no queriendo ahondar más en el tema anterior y aceptó la invitación de Tobio de caminar hacia el autobús los dos juntos.
Anduvieron por el pasillo del segundo piso con calma, sólo topándose con estudiantes que salían de un aula de un club cultural de manualidades.
Shoyo dejó que su cuerpo se llenara de nervios nacientes, el paso tranquilo de ambos extrañamente no fue incómodo, incluso cuando bajaron las escaleras a la par. Tanto, que el Omega se tomó sus libertades.
—Kageyama, ¿sabías que yo en primaria podía brincar hacia el suelo desde el sexto escalón? —sostuvo su pregunta Shoyo, cuando los dos llegaron al primer descanso de las escaleras. Tobio parpadeó perdido ante esa extraña forma de hacer plática, quedándose quieto en el descanso y viendo como Shoyo se apresuraba a bajar las escaleras que llevaban al primer piso, sólo deteniéndose en el sexto escalón—. ¿Puedes creerlo? Sólo una vez me caí de cara, pero no me pasó nada... —aseguró lo que pasó, dando un vistazo a Tobio antes de hacer lo que insinuó, y topándose con el paralizado joven ante lo revelado: ¿cómo es que Hinata seguía vivo?
Kageyama tragó grueso, y ni siquiera le dio tiempo de contestar, antes de que el Omega diera un salto largo que lo impulso desde el sexto escalón hasta el pasillo.
Tobio volvió a ver esa delgada silueta del chico portando el chándal del Karasuno, el color negro hizo más pronunciada su mirada, y aunque la distancia no parecía mucha, en definitiva, el cuerpo de Hinata, la forma en la que sus pies se movían, y como éstos aterrizaban contra el suelo como si el peso y la gravedad hubiera desaparecido, lo dejó ensimismado.
Un salto largo, la forma de mover su cuerpo, su flexibilidad... Hinata podría ser una buena arma en la cancha.
Tobio apretó sus manos a sus costados, haciéndolas puños hasta que sus nudillos quedaron blancos, una sensación mentirosa de un cosquilleo naciente, la agitación en su estómago se volvió inestable y todo se tornó de un colorido naranja cuando los orbes orgullosos de Shoyo se cruzaron con los suyos, felices porque no se agitó.
—¿Qué tal? ¿No es increíble? —formuló su pregunta con una risa a medio camino, arqueando sus cejas con burla y levantando su pulgar arriba. Kageyama, todavía algo perdido, terminó por asentir, y Shoyo aprovechó esa idea para enaltecerse, sacando el pecho, listo para dar un bufido. Todo apuntaba a que iba entrando en confianza—. ¿Puedes hacer esto, Kageyama? Es extremadamente difícil —insistió Shoyo en un impulso de querer retarlo, y eso bastó para que el Alfa saliera de su trance, aceptando el desafío con mentalidad ganadora (aunque nunca había hecho algo así), y bajó los escalones, deteniéndose en el número siete.
—Puedo hacerlo incluso desde el número siete —mintió, porque nunca había hecho algo como eso. Aun así, sus impulsos de no querer perder, lo orillaron a la estupidez, y ante la atenta mirada expectante de Shoyo, Tobio dio un salto hacia el piso a partir de ese escalón.
Su salto fue un poco más brusco que el de Shoyo, pero con facilidad logró llegar casi a la misma altura que su acompañante. ¡Increíble!
Por alguna razón, Hinata se sintió humillado y derrotado en su propia apuesta, posando una de sus manos en su pecho, apretando esa mano con la tela y chirriando sus dientes, ¡no, no, no!
—Lo logré... —Para empeorar las cosas, sus ojos rasgados lo miraron con simpleza, como si lo que hubiera hecho fuera demasiado fácil. Shoyo se enfocó en ese pequeño rastro que no se percató de la sorpresa contenida en la cara ajena por su logro sorpresa—. Gané.
—¡Tienes las piernas largas, no es justo! —chilló Shoyo en modo acusador, rabiando a Tobio ante esa excusa barata por obvias razones.
—¿Ah? ¿Eso tiene que ver? —marcó con fuerza sus facciones, afilando todo. Shoyo soltó un diminuto grito del susto, pero no retrocedió o se disculpó, en su lugar, se dedicó a tratar de hablar.
—¡E-eso quiere decir que fue un empate!
—¡No, no lo fue! ¡Yo gané! —gritó Tobio, al querer defender su postura. Hinata detuvo su pelea a medio camino, teniendo un impulso de ésos que llegan de golpe y se dedicó a señalar con todo su brazo bien estirado, el pasillo casi vacío que daba hacia la entrada trasera donde estaban los autobuses.
—Para decidir quién es el ganador definitivo, hay que resolverlo de una forma más equitativo, ¡el primero en llegar al autobús gana! —estalló Shoyo, olvidando por completo las etiquetas y reglas sociales que debía de seguir con los Alfas, preparándose para correr cuando Tobio no siquiera protestó ante la propuesta y se paró a su lado.
Los dos se quedaron rectos, ni siquiera tomaron la posición normal que un corredor promedio tendría, en su lugar, los dos sólo parecieron dejar que el silencio se comiera sus gritos anteriores, se quedaron viendo el pasillo con el campo abierto, antes de mirarse de reojo por un buen rato...
Y sus impulsos los terminaron empujando a salir corriendo.
Hinata fue el ganador, incluso tras dar un respiro algo suave que se escapó de sus fosas nasales. Antes de subir al autobús se había tomado su medicamento tras sentirse agitado, y Tobio fue lo suficientemente paciente con él como para mantenerse apegado a él por si algo llegaba a pasar, y se contuvo de tocarlo a pesar de que quizás sus impulsos le exigían hacerlo.
Ahora, en el autobús, sentado a un lado de su compañera de clases, Hitoka Yachi, él pudo desenvolverse y pensar correctamente en cada una de sus acciones. Había hecho una estupidez, ¿verdad?
¡Literalmente le había ofrecido tener sexo con él! Había sentido su erección presionando su entrepierna, se frotó con ella y pudo comprobar el considerable tamaño, y fue consciente de que mientras esperaba afuera del baño al Alfa, éste se debió de haber tocado y eyaculado para liberar su excitación.
Shoyo quería hacerse chiquito, tapando toda su cara con sus dos manos y sufriendo un colapso rojizo que se extendió por toda su cara. Un diminuto grito se le escapó de sus labios, que ni siquiera pudo concentrarse en el paisaje o en Yachi que lo miraba con terror, dejando de examinar su cámara fotográfica para mirarlo con pánico: ¿Hinata se estaba muriendo? ¡Hinata se estaba muriendo!
—¿Hi-hinata? —dijo Yachi, asustada y a instancias de que le diera un ataque de pánico.
Pero Shoyo ni siquiera la notó o le hizo caso alguno, bajando sus manos lentamente de su cara y dejando que una sonrisa algo torcida llegara a sus facciones. A pesar de todo lo anterior, lo que más le había gustado no había sido eso.
Su sonrisa fue imposible de ocultar y su mano izquierda se posó sobre su mejilla, recordando los labios ajenos posándose en esa parte y dejando húmedo el sitio. Su mano derecha también quemaba, sus dedos se habían entrelazado y se sintió afortunado.
Lindo, demasiado lindo.
—¡Hinata! —elevó su voz un poco más la rubia, sacando de su burbuja a la fuerza al mencionado, teniendo un brinco, borrando su sonrisa de golpe y encontrándose con los redondos ojos de la chica con cámara en mano, asustada.
Shoyo sonrió con cierta suavidad al ver los ojos preocupados de la Omega, dando una media sonrisa algo nerviosa. ¿Cómo podía ser eso posible?
—Yachi-san, ¿qué sucede? —intervino de golpe, atropellando sus palabras, y posando sus dos manos en sus mejillas todavía calientes. La sonrisa de Hinata volvió a aparecer, y la de cortos cabellos se tranquilizó, entendiendo que el chico no parecía estar sufriendo.
En su lugar, quiso expulsar una suave sonrisa y sus manos apretaron la cámara.
—¿Pasó algo bueno, Hinata? —Se mostró curiosa. Y el susodicho no tardó en asentir, revolviéndose en su felicidad de un adolescente.
—Me hice más cercano a Kageyama, creo... —confesó con cierta emoción y timidez, aplastando más sus propios cachetes y no siendo imposible borrar su felicidad por más que quiso destruirla.
Imposible.
Hitoka amplió su mueca a una nerviosa ante esa revelación, no sabiendo exactamente qué había pasado. El Omega de hebras naranjas se revolvió ante esa realidad, sintiéndose cohibido por la atenta mirada castaña de la menor, y se vio en la necesidad penosa de cambiar de tema.
¿Cuál fue el siguiente tema?
La cámara que la chica tenía en manos.
—¿Qué están haciendo con la cámara? —Rio con nerviosismo en su intento desesperado de desviar el tema, bajado una de sus manos de su mejilla y señaló la cámara profesional. Yachi bajó la vista al aparato, y se mostró ligeramente alegre por el interés de su amigo.
—¡Va-vamos a hacer carteles que tengan de base fotografías! —contó con seguridad, levantando la cámara al aire y dejando que todo se le viniera abajo tras exaltarse. Y Shoyo lo único que hizo fue dilatar sus pupilas y abrir sus ojos con sorpresa.
De pronto, algo dentro suyo hizo click.
Un cartel en base a una fotografía.
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