Capítulo 12: Un Chico Pequeño
Capítulo dedicado a: AliciaPerez446, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
—Vayan a casa con cuidado —pidió Daichi a los dos chicos de primer grado. La idea era que todo el equipo de voleibol acompañara a Shoyo a su hogar; sin embargo, por insistencias de Nishinoya, donde les susurró pequeñas persuasiones para que los dejaran solos y un guiño nada discreto que líbero le dirigió a los dos «enamorados», la situación terminó de esa forma.
Una buena parte del rato juntos la pasaron sentados en un parque cercano a la institución y a la tienda del entrenador Ukai, riendo y hablando de temas triviales. Nadie volvió a sacar a flote el tema de la falta de transporte para su cercana concentración de verano, quizás al sentirse ligeramente aliviados por la petición que Shoyo al día siguiente entregaría al directo, tras ser redactada por Daichi. Pero Shoyo siguió ligeramente preocupado, sin una razón en aparente, teniendo la corazonada de que algo podría llegar a salir mal.
—¡Nos vemos! —Shoyo se mostró notablemente feliz ante el buen momento que pasó en el club, dando un pequeño brinco con sus dos manos bien abiertas en señal de despedida.
Noya y Tanaka fueron los primeros en responderle el agradecimiento, siendo el más bajo el que copió sus acciones y terminó saltando como una pulga. Muy al contrario, Tobio fue silencioso, sólo agitando su mano en señal de despedida y observando a cada uno de los integrantes del grupo. Frenó en seco cuando sus orbes oceánicas y rasgados encerraron la figura esbelta de Kei, quien no se despedía de ellos ante lo cansado que era mover la boca y manos para un saludo, pero fácilmente pudo articular de sus labios una sonrisa burlona, enfrascada entre su pálida piel y tomando desprevenido a Tobio.
—No vayan a desviarse del camino e ir a un hotel —destacó el rubio, no esperando respuesta de ellos, demostrándolo al voltear su cuerpo por completo para alejarse e irse a casa, al lado contrario del Omega que dejó de saltar con emoción y Tobio arqueó sus cejas con obvia molestia.
—¡Tsukki, voy contigo! —Yamaguchi interrumpió el ambiente a una velocidad impresionante, moviendo su cuerpo como un impulso creciente de querer ir tras Tsukishima, recogiendo sus pasos con sus propias huellas.
—¡Tsukishima, idiota! —gritó a pulmón demasiado alto Shoyo, no conteniendo ni regulando su vocabulario a pesar de ser un Omega, todo con tal de querer insultar a ese hombre alto que ni siquiera volteó para verlo, sólo levantó su mano al aire en señal de despedida.
Eso hizo rabiar más al pequeño mánager, sacando un chirrido de sus dientes y apretando las plantas de sus pies contra el suelo. Casi se puso rojo de la ira. Muy al contrario, Tobio pasó de largo esa aclaración tras comerse su enojo, dando un vistazo con sus pupilas la figura mucho más baja de ese chico, dio un diminuto carraspeo, con los nervios a flor de piel por su oportunidad de caminar a solas con Hinata a casa: debía de ser una señal divina del Dios Nishinoya para que fuera tras ese Omega.
—¿Nos vamos? —comentó con casualidad, sacando de su trance a su futuro acompañante, tirándolo de su espesa nube de golpe, que tuvo que girar su rostro perdido hacia el azabache de perfil atractivo que hace poco le había comprado un delicioso bollo sorpresa, que resultó ser de chocolate.
Sus mejillas ardieron con levedad, se vio en medio del vértigo de sus propias emociones y su exanimación de sí mismo: sus neuronas hicieron sinapsis por primera vez en ese bonito ambiente de un amigable combo deportivo, y posó sus dos palmas abiertas sobre sus mejillas que se empezaban a teñir de rojo.
S.O.S.
S.O.S.
¡Estaría a solas con ese Alfa de camino a casa!
A su nariz, de nuevo, volvió a llegar ese embriagante aroma de un Alfa a unos días de entrar en celo, chocando contra sus fosas nasales por la cercanía que mantenían los dos y su boca infectada en un sabor agridulce que lo terminó por destruir. Para colmo, su Omega interior parecía empezar a aceptar ese simple hecho, sintiéndolo agitarse y generar cerca de su vientre una sensación de calidez que acompañaron sus cosquilleos. Shoyo volvió a gritar en su interior, ¡sabía qué le pasaba! ¡Se lo enseñaron en la escuela!
Cuando un Alfa está a días de entrar en celo, y está cerca a un Omega, si ese Alfa es del interés del Omega, empezará a reaccionar positivamente con el Alfa, empezará a desear acercarse más a esa persona en cuestión y posiblemente, su celo se acoplará al ajeno para que así los dos puedan tener más posibilidades de fecundar durante el coito.
En pocas palabras, ¡era su cuerpo queriendo tener los cachorros de ese Alfa! Shoyo tenía deseos reproductivos internos que fácilmente pudo frenar, con un golpe seco directo sobre su propio corazón para endurecerlo, se mordió los labios y bajó con lentitud sus manos de su cara, mirando con una sonrisa al Alfa.
—Está bien —apoyó, dando más forzada la sonrisa de su boca y paralizando a alguna parte de los que todavía quedaban del club de voleibol y el mismo Tobio.
Debía de controlarse. No debía de ser demasiado obvio que sus instintos internos que ya lo habían aceptado como su Alfa, querían apoderarse del celo ajeno.
¿Por qué siempre hacía lo contrario a lo que su mente decidía?
Justo en ese mismo instante, Shoyo se mantenía aferrado al brazo de Kageyama, en una extraña marca de conquista claramente inexperta en alguien como él. Sus dos manos se aferraban al brazo ajeno, se enroscaba en él y por las estaturas extrañamente convenientes para cada uno, podía recargarse libremente de su hombro. Todo debía de ser una mera coincidencia para un encaje perfecto.
Kageyama no se rehusó a recibirlo, y cuando Shoyo preguntó si eso le molestaba, simplemente negó. Negó y ya no dijo nada después. ¡No dijo nada después! ¿Cómo era eso posible?
Lo miró de reojo, pasando por las oscuras calles con todavía algo de gente transitando cerca, se sentía seguro tomando el mismo paso que ese Alfa puro de imponente mirada que caminaba rígido, con la mirada bien puesta hacia el frente y con una aura tan imponente, que posiblemente era una advertencia sin palabras de que su Omega no debía de ser tocado.
Claro.
Claro...
Tobio entró en pánico mentalmente, la razón por la que estaba rígido, era porque la cercanía de Hinata, recargándose de él y aferrándose a su brazo, era algo que nunca antes había hecho: le gustaba pero lo hacía sentirse nervioso. Tenía una mirada asesina porque no sabía qué hacer, trataba de conectar los cables: ¿debía de decirle algo a Hinata? ¿Halagarlo? ¿Abrazarlo? En vano, era simplemente un manojo de fusibles rotos en su cerebro. Ni hablar de su mirada fija al frente, es que, ¿adónde mas podía mirar? El dulce aroma de las feromonas de Shoyo podía llegar a ser adictivo, lo sentía un poco más pronunciado de lo normal por su cercano celo, y el roce entre sus cuerpos era definitivamente una invitación al apareamiento algo discreto.
Debía de alejar todo, de pensar en otra cosa, poder llegar. ¿Qué podía hacer? ¿Qué podía decir? ¿Cómo iniciar una conversación? Nunca fue bueno en eso, sólo tenía un reducido grupo de conocidos a los que apreciaba mucho, y ninguno antes le había llamado la atención como un posible ligue.
Con ese terror en mente, se esforzó lo suficiente como para poder dar vistazos a las calles oscuras iluminadas por las enormes lamparas, queriendo encontrar algo que le sirviera, algo que pudiera ayudarlo a iniciar una conversación.
Sus ojos vieron con desespero cada sitio, incluso cuando pasaron por la pequeña tienda abierta a las 24 horas del día que asemejaba un pequeño supermercado dio indicios de ser su salvador. ¡Bingo! Tobio encontró pegado en una de las grandes paredes de vidrio del local, un cartel que el Karasuno hizo para recaudar fondos, y para su suerte, no era el único del sitio, había de otros más de la misma preparatoria: club de fotografía, de danza, de baloncesto y de voleibol. El más bonito era el de fotografía, con colores alegres, una enorme cámara en el centro bien dibujada, y en las esquinas, varias fotos de animales encontrados en Miyagi.
Kageyama vio su propio dibujo mal hecho, con una persona saltando en el aire, a punto de golpear una pelota y con el armador a su lado, en el suelo, haciendo esa pose perfecta. Era hasta casi un chiste como el dibujo de la persona que saltaba, el piso y la red, estaban hechas de la peor forma posible, sin embargo, su pelota y ese armador misterioso e inexistente, estaba dibujado más decentemente, con la posición bien colocada, las manos bien delimitadas al punto de impacto del rematador en cuestión... en pocas palabras, un folleto en busca de donadores que realmente estaba dividido por el fanatismo.
Fue perfecto, una buena razón para hablar con Shoyo y extenderla aun más al decirle que él había dibujado eso. Asintió mentalmente, detuvo sus pasos, deteniendo la tranquilidad de Hinata de paso, levantando su mirada al separarse del hombro ajeno para verlo a la cara, y sólo topándose con el chico azabache con una sonrisa torcida en forma de zigzag, sus ojos algo apenados que viajaban de un lado a otro, y su dedo señalaba la pared de vidrio llena de carteles.
—U-un cartel —dijo lo obvio, cuando los curiosos ojos cafés del Omega preguntaron. Claramente el azabache no tenía buenas habilidades sociales, pero sus palabras fueron lo suficientemente claras y concisas como para que el mánager le apartara la vista y se enfocara en la pared de vidrio, aun sin soltar su brazo.
Shoyo dilató sus pupilas con obvia sorpresa y asintió con emoción, alejando por fin su cuerpo del cálido de Tobio, para poder acercarse más al enorme vidrio y topar su mirada al cartel de ahí que más resaltaba: el del club de fotografía. El club donde estaba su compañera de aula, Yachi.
—¿«El club de fotografía»? ¿Te gusta la fotografía, Kageyama? —concluyó Shoyo, sólo paralizando al joven que olía a chocolate, bajando su mano tras señalar su cartel que no llegaba a verse muy bien porque sólo fue trazado con lápiz y pegado, ni siquiera se podían leer bien las letras pequeñas de contacto—. Tengo una compañera llamada Yachi-san, no sé si pueda llamarla amiga... pero eso no es lo que importa, ¡lo importante es este cartel! ¿No crees que es muy lindo? Ella me ha dicho que la colecta de donaciones ha ido en aumento gracias a los carteles de su club... —Hinata se mantuvo callado por unos segundos después de que su lado parlanchín quisiera salir a la luz. Todo su foco mental se encendió y lo mostró al exterior con un pequeño brinquito, su sonrisa grande se difuminó y señaló con demencia el bello cartel de su compañera Omega—. Ustedes también hicieron carteles, ¿no?
—Bueno, sí... —decretó el alto chico, mirando de reojo su cartel mal hecho que en definitiva no llamaba la atención. Creía que ya iba entendiendo el punto, y todo lo remataba el rostro emocionado de Shoyo.
—¿Podrían pegarlo en los mismos lugares que el de ellos? Así quizás alcancen más gente —externó su idea, bufando con orgullo al creerse merecedor de un halago por su increíble aportación como mánager. Pero, sólo se llevó el ceño fruncido de Tobio y su gesto amenazante, Hinata cerró su boca de golpe, dio un brinco hacia atrás y trató de defenderse de un posible ataque—. ¡N-no te tengo miedo! Si tratas de pegarme, te regresaré el golpe... creo —imaginó cosas sin mucho sentido, poniéndose en la típica pose de artes marciales, y sólo llevándose como contestación, la vista de Tobio sobre el vidrio y su dedo señalando el cartel que prácticamente era invisible.
—Ya lo intentamos, éste es el nuestro —cortó la idea de Shoyo y el más bajo observó el sitio señalado, recogiendo su pose de pánico para poder mirar el dibujo horrible, que casi no se veía y que parecía hecho por un niño de kinder—. Lo hice yo —finalizó su explicación Tobio, sintiendo sus mejillas arder en rojo y dejando congelado a Hinata, viendo esa abominación.
Se quedó viéndola por un buen par de segundos, antes de que se atascara en sus labios una risa a medio camino, haciendo un extraño ruido de tregua y posando su mano sobre su boca. Shoyo se burló del dibujo a vista del Alfa y el mayor sólo pudo enrojecer hasta las orejas, chirriando sus dientes y buscando una razón verdadera a la risa de ese enano.
—¿Qué es tan chistoso, idiota?
—Es que... —Hinata se carcajeó, no pudiendo evitar ser discreto a pesar de que sus profesores les habían dicho que los Omegas que se reían demasiado alto no eran atractivos. Su cara también siguió el rumbo de Tobio, y sus hermosas facciones finas y delicadas ya estaban hecha de color rojizo, y el agitado corazón de Shoyo buscó esconderse cuando el menor quiso deshacerse de sus temores.
¿Cómo podía ser posible que cualquier cosa que hiciera ese Alfa le gustara?
—Sólo pensé que el dibujo era muy tierno —declaró con honestidad, con sus manos todavía cubriendo su cara y sólo abriendo ligeramente sus dedos para ver al mayor a través de éstos. Tobio tuvo un respingo para nada disimulado y sus ojos se agrandaron con cierta sorpresa—. ¿Te gusta dibujar y por eso te ofreciste a hacer los carteles? —cuestionó el Omega, dando un último respiro para poder bajar sus temblorosas manos con lentitud de su cara y prestarle toda la atención al chico. Tobio, muy a lo contrario, negó esa cuestión, le apartó la vista y la direccionó hacia el suelo.
—Estoy... —proclamó sólo la primera palabra, negando a medio camino al verse en la necesidad de corregir—, estamos desesperados.
Shoyo escuchó cada una de las palabras de esa afirmación algo obvia, dejando otra vez que esa amarga sensación en su pecho se reiniciara. Tuvo que colocar sus dos manos en la parte donde se encontraba su pecho y le dio un ligero apretón, al desconocer esa extraña nueva sensación: la cara de Tobio tenía un pequeño rastro de tristeza, sus irises azules estaban temblando y sus manos a sus costados formaron puños. A su mente, llegó la escena anterior del Karasuno, donde la mayoría de sus miembros mostraron la misma expresión. No ir a un campamento no era algo tan grave, siempre habría otro o podrían no ir. No entendía esa extraña pasión al voleibol que se asomaba con lentitud como primer adjetivo para Tobio y la importancia de ese campamento.
A Tobio no le afectaría no ir allá, no sería el fin del mundo. Quizás estaba exagerando.
Pero incluso así, algo que Shoyo no alcanzaba a comprender, era algo aun más curioso y tentador. No entendía la pasión del voleibol de Kageyama a pesar de haber cambiado su opinión hacia el deporte, se le hizo maravilloso pero no se veía jugándolo, pero muy a su entendimiento, tampoco quería ver a Tobio no disfrutar de lo que le gustaba.
—En el partido de práctica y los otros pocos días que he estado, he visto que casi no rematas el balón, que lo levantas mucho... —dijo de pronto, desviando la conversación a la par y logrando que Kageyama levantara la mirada. Shoyo conectó miradas con él cuando éstas se encontraron, y su pequeña sonrisa alegre se combinó con sus dos manos simulando lanzar un balón invisible al aire, bien extendidas, como las de un armador—. Eres un colocador, ¿no? —destacó, con su intento de hacerle plática.
Era la primera vez que tenían una plática sin la intervención de un tercero. Shoyo motivado por querer entender el gusto de Tobio hacía algo, porque quizás le tenía envidia: él nunca había encontrado algo que le gustara de forma genuina.
Tobio sólo se le quedó viendo por un buen rato, sin hacer o decir sonido alguno. Eso sirvió demasiado para que Shoyo entrara en pánico, bajando sus manos rápidamente de golpe y quisiera corregirse.
—¿M-me equivoqué en el nombre de tu posición? —respondió con otra pregunta a la expectativa, sólo llevándose la negación de Tobio y dándole un poco más de confianza para que siguiera hablando—. ¿Es una posición que te gusta? ¡Ya sabes!, no es una posición que destaque mucho, cuando yo veía los partidos del Festival Deportivo de mi secundaria, podía ver como los rematadores golpeaban el balón demasiado rápido, ¡algo así! —destacó, moviendo su mano con torpeza hacia adelante, como si golpeara un balón invisible y atravesaba la red. Sin darse cuenta de sus propias palabras, dejó al descubierto de Kageyama que el colocador no era un punto de interés de Shoyo, y que le prestaba más atención a Tobio que a los demás jugadores... sólo por ser Tobio.
Tobio tuvo un temblor, un ataque de pánico ante esas extrañas situaciones que le tocaron con un jugador. Apretó más los puños a sus costados, bajó la vista, y dejó que el color rojizo le recorriera la cara con todo un cosquilleo.
—El colocador es la torre de control del equipo, es el que más toca el balón durante el partido, ¡es el que asume el rol dominante! ¡Es el mejor! —En lo último, se le escapó un grito, dejando mudo a Shoyo porque esos pocos días de conocerlo lo estaba catalogando como un serio chico con temperamento cambiante—. Incluso el rematador no puede rematar si no tiene un colocador.
—¿Eh? —dijo Shoyo, siendo testigo de como las acciones tímidas y reservadas de Kageyama cambiaban de golpe: ahora parecía un tipo alegre, con ojos brillantes y emoción pura que contaba algo que le gustaba. Y él quiso seguir haciéndole plática sólo por ese factor—. ¿Aunque el colocador no sea tan llamativo?
Tobio detuvo su monólogo emocionado de golpe, para tronar su lengua con cierto desdén a esa idea y Shoyo rezó mil idiomas diferentes, queriendo no haberlo arruinado.
—¿Acaso no has visto ningún torneo grande en persona? —reiteró el más alto de hebras lacias, posando sus dos manos en su cadera y listo para nutrir al Omega de conocimiento.
—No lo he visto.
—Es difícil de apreciar debido a los ángulos de la TV, pero si lo ves en vivo desde una parte trasera, puedes ver lo veloz que es la levantada de un colocador —incentivó, siendo Shoyo quien le dio la razón al asentir, recordando que él mismo destacó la velocidad de la levantada de Kageyama—. Fiush, de un lado a otro de la cancha —atestiguó, estirando uno de sus brazos y haciéndolo pasar con emoción hasta el otro extremo de su cuerpo, emocionado—. El balón pasa a través del bloqueo del enemigo, y piensas: «¿de verdad puede devolver eso?». Pero justo antes de que la levante completamente, el rematador salta y lo golpea —confesó a una velocidad impresionante, ahora siendo él quién simulaba mover su brazo y golpeaba el aire. Para ese entonces, Shoyo se quedó sin palabras—. ¡Boom! O algo así...
Kageyama terminó su discurso, dando una respiración irregular como consecuencia, como si se hubiera cansado de gritar mucho y haber pasado gran parte perdiendo los estribos. Shoyo lo contempló en silencio, sus mejillas se encendieron todavía más en carmesí y el latir de su corazón tuvo que ser apaciguado al apartar la vista y volver a mirar el cartel. Luego, alternó y vio el de su compañera de clase.
Lo vio por unos segundos sin decir palabra alguna.
Un Omega no servía más que para satisfacer a un Alfa, servía para ser una cara bonita y una máquina de hijos. Su sola presencia no cambiará o beneficiará algo, eso Hinata lo sabe muy bien.
Aun así, su poco autocontrol lo obligaron a ignorarlo, saltándose todas las señales y giró su rostro decidido hacia Tobio, no perdiendo el tiempo para tomar una de sus manos que anteriormente fue la fingió rematar. Kageyama se paralizó al ver ese gesto, quedándose mudo al sentir como la penetrante mirada de Shoyo lo consumía por completo y su mano era atrapada por las dos ajenas, que en definitiva, eran mucho más pequeñas y suaves que las suyas. Las manos de un Omega.
—Creo que no lo entiendo del todo —confesó, refiriéndose a la pasión creciente de Tobio hacia un deporte—. Quizás no pueda entender sus deseos de ir al campamento, ¡pero me esforzaré! ¡M-me esforzaré para que puedan ir al campamento!
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