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Capítulo 04: Decisión Romántica (Al Voleibol)

Capítulo dedicado a: Kagehina_Canon, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

Apenas Kageyama llegó hasta donde ambos estaban, ni siquiera se fijó en la presencia del otro Alfa o de la rosa que el pequeño Omega tenía entre sus manos. El aroma a chocolate opacó por completo el de limón de Jiro y el de naranjas de Shoyo. Tobio estaba encerrado en su mundo, preso de sus propios deseos egoístas donde creía fielmente haber hallado un ángel y a la persona que quería a su lado: ¡porque saltaba alto!

—Entonces, nos vemos luego, mi pequeño Omega —relató con un aire melodioso y algo empalagoso Jiro, acercándose como en modo de advertencia todavía más al Omega y pasó uno de sus dedos por el uniforme rostro del de hebras naranjas, delineando con su yema de los dedos su piel hasta que por fin se alejó, mirando con burla al otro Alfa congelado que no supo cómo reaccionar ante esa respuesta, y antes de partir, Jiro le soltó un gruñido bien pronunciado de su boca y le dio un ligero empujón en el hombro al pasar a su lado.

Shoyo, pasando por alto ese tipo de tactos, como si ya estuviera acostumbrado, se encargó de mirar al chico atractivo del club de voleibol.

—¡Kageyama, ¿qué pas-...?! —Apenas y pudo soltar unas cuantas palabras el Omega, ya fue interrumpido de golpe por las dos manos del chico posándose en sus hombros. Hinata dejó escapar un chillido agudo ante la amenazante cercanía de ese Alfa puro con su cuerpo.

«¿Qué me va a hacer? ¿Me va a matar porque no quise jugar voleibol con él?», lloró mentalmente el chico, creyendo que su destino ya fue decidido como algo trágico, perdiéndose en su propio mundo y no permitiendo ver las acciones que tenía el Alfa ante él.

Claro, eso fue hasta que...

—Hinata... —La voz gruesa de Kageyama lo obligó a despertar de su trance, deteniendo todos sus temores y apretando por impulso la rosa roja entre sus manos, y sus pupilas cafés que poco antes estaban danzando entre el miedo, ahora se acoplaban a una melodía lenta, romántica.

Al tranquilizarse, Shoyo pudo ver mejor las facciones de ese Alfa, y pudo entender con rapidez, que el jugador de voleibol no buscaba lastimarlo: sus labios que antes había notado tenían un aspecto serio, ahora formaban un extraño zigzag; sus orbes azules temblaban con demasiada ilusión que Shoyo podía verse reflejado en éstos, y sus mejillas níveas estaban inundadas de un ardiente color rojizo.

Shoyo Kageyama (sí, Shoyo Kageyama, porque Hinata se cambió el nombre mentalmente apenas vio ese gesto) sintió que toda su cara ardió en rojo y el corazón latió demasiado rápido dentro de él, si eso seguía así, corría el riesgo de que el Alfa lo escuchara o que se le saliera del pecho.

—Kage-kageyama —susurró entre labios el chico de menor estatura, creyendo que el color rojizo se hacía cada vez más potente ante la expectante petición que podría salir de los labios ajenos.

Kageyama pronunció más el agarre en los delgados hombros del Omega y sus facciones se afilaron. Kageyama Tobio tenía un objetivo, uno muy claro, algo que encontró y no lo perdería: encontró a su alma gemela.

—Quiero... —susurró el azabache de hebras azules, bajando la vista hacia el suelo por unos segundos y permitiendo que todo el color rojizo llegara hasta sus orejas. Shoyo se sintió ilusionado y expectante ante esa realidad, ya que era el primer Alfa que realmente le pareció atractivo por su cuenta, y como nunca intentó seducir antes a un Alfa (por lo que podría salir un desastre), ésa podía ser una buena oportunidad.

Mientras Kageyama trataba de decidirse en que decir, Shoyo miró hacia el techo, e ilusionando, cerró sus ojos: ¿acaso ésa era una señal? ¿Él será su verdadero ser amado?

—Quiero jugar al voleibol contigo toda la vida —murmuró entre facilidades y andando sin rodeos el que olía a chocolate, deteniendo a Hinata en medio de su alabanza a los Dioses y tragándose sus propios sentimientos de emoción que en algún momento creyó que podría tener por ese colocador. Su mirada se oscureció un poco y se sintió humillado—. ¡Quiero jugar al voleibol contigo toda la vida! —habló por fin en un grito, levantando su cabeza hacia arriba y empezando por sacudir al pequeño mánager con impaciencia.

—No —soltó Shoyo sin darle muchas vueltas al asunto, con su mirada seria y todas las pasiones que en algún momento creyó sentir, fueron pisoteadas por el mismo Alfa.

—¿Qué? ¿Por qué no? —respondió con una ofensa certera el más alto, acercándose un poco más al rostro del chico apenado y avergonzado que al sentir las cercanías de su rostro, volvió a enrojecer y apartó la mirada, a otro lado. El potente aroma a chocolate de Kageyama era adictivo, tan delicioso, Shoyo en ningún momento había sentido tanto agrado hacia el aroma de un Alfa, no importando que éstos tuvieran olores que en otras cosas en definitiva le gustarían, pero con Tobio era extrañamente diferente, y eso le gustaba, pero a la vez lo aterraba.

—Porque no me gusta el voleibol. —Se excusó con una verdad absoluta, sólo tratando de evadir la mirada del chico de ojos azules, que ahora parecían un tanto amenazadores y molestos, como si sus pensamientos estuviera turbados por las incoherencias que ese Omega le presentaba.

—¿Entonces por qué te uniste al club de voleibol como mánager? —preguntó, queriendo encontrar una respuesta lógica. Tobio se conformaría con la primera explicación que éste le diera, por muy tonta que fuera, sólo era curiosidad.

El silencio inundó el ambiente. Shoyo bajó la mirada al suelo, mientras toda su cara se volvía un tomate y algo dentro de su cuerpo le daba vueltas, demasiadas vueltas. Realmente, estaba completamente quieto por fuera, pero por dentro gritaba del pánico y la vergüenza. ¿Lo tomaría como loco si dijera que entró sólo por su rostro? ¡Como un Omega pervertido!

No debía de decir palabra alguna-...

—¡Entré porque me gustaba tu rostro...! —Y aun tras haber debatido mentalmente sobre lo que debía o no debía decir, para él fue demasiada carga mental que mejor prefirió sacar la verdad.

¡Noooooooooooooo!

Por supuesto, que alguien te dijera eso de repente, era algo que podía descolocar en definitiva el ambiente tranquilo que se formó entre ambos. Todo a partir de los colores que se mostraron en el rostro de Tobio, el humo incluso salió de sus orejas y sus dos grandes manos las tuvo que posar sobre su rostro, completamente avergonzado por esa afirmación tan intrépida del nuevo mánager.

Fue cuestión de tiempo antes de que Hinata copiara su acción, al sentirse avergonzado y teniendo que cubrir su cara. Las feromonas de ambos que estaban en el ambiente, en el pequeño espacio donde eran absorbidas, temblaban entre la pena que por unos instantes olvidaron controlarlas.

No fue hasta dentro de un minuto exacto donde Shoyo sólo deseó que la tierra se lo tragara, que, Kageyama, tras sentirse en el poder de controlar a su corazón ante esa afirmación porque era la primera vez que le decían eso, pudo suspirar con demasiada calma. El suspiro que escapó de su boca fue seco y sonoro, largo y apenas entendible, seguido de eso, vio al chico queriendo hacerse bolita en el sitio donde estaba, que por fin pudo reaccionar.

—¿Eres idiota? ¿Por qué entrarías a un club por alguien más? —empezó relatando sus preguntas, no teniendo ni una mínima pizca de tacto al soltar las cosas. Las pupilas de Shoyo se dilataron y sus irises cafés temblaron, poco a poco, separó sus manos de su rostro, con la sorpresa acumulada—. ¿Por qué no ingresas mejor a un club que sí te guste? —Shoyo se quedó en blanco, al entender que Kageyama era muy cambiante: de pedirle que jugaran voleibol, ahora lo estaba riñendo por no unirse a otro club.

Hinata arqueó sus cejas hacia abajo, sintiendo como el enojo empezaba a poblar su cara. Tobio tenía razón, pero le resultó frustrante oír eso de alguien que tenía muchas opciones abiertas, y no necesitaba depender de alguien para tener una vida feliz: ¿quién se creía que era? ¿Su mamá?

—¡No me había unido a un club porque no hay nada que me llame la atención! ¡Nada me llama la atención! —replicó Hinata con enojo, sólo dejando que sus propias acciones se reforzaran con la decisión plasmada en sus ojos cafés al encarar a Kageyama. Tobio se mostró sorprendido al principio, pero rápidamente volvió a su típica cara de pocos amigos y alzó sus hombros.

—Entonces juega voleibol, haré que te guste —invitó sin nada de tacto, y hablando en serio. Shoyo con eso supo que el azabache de potentes ojos azules iba en serio con él: ¡tal parecía que de una u otra forma quería llevarlo a la cancha! Hinata tragó grueso, aferrando más la rosa que la había regalado contra su pecho y lo pensó con seriedad.

En definitiva, lo que Tobio le pedía era imposible, lo hacía sonar tan fácil.

—Si hago deporte me... excitaré —citó lo que muchos profesores les habían dicho durante las clases de Educación Física especiales para Omegas, donde siempre hacían un entrenamiento ligero dependiendo del funcionamiento del cuerpo de cada uno. El de menor estatura sintió su cara arder en rojo, ante esa petición y fue un instinto extremo de supervivencia el simple hecho de apartarle la mirada—. Ya sabes, no hay nada que prohíba que los Omegas hagan ejercicio, pero se recomienda no hacer deporte si no han sido reclamados por un Alfa. El simple hecho de llegar a la escuela en bicicleta hizo que me sintiera agitado, tuve que tomarme mi medicamento —aseguró con absoluta decisión, dando un asentimiento bien definido y empezando a girar el pequeño tallo de la rosa.

El de hebras naranjas no dijo nada después de eso, sólo viendo como una chica Alfa llegaba a la entrada de la puerta donde ambos estaban, y él se tuvo que apartar de ahí, cuando uno de los chicos Omega salió a recibirla, ruborizado. Shoyo se recargó de la pared y observó de reojo la situación íntima. La mujer Alfa y el chico Omega eran Chika y Kazuma, la única pareja que involucraba a uno de primero que ya fue mordido. Era el único que podía llegar a la escuela por su cuenta, y se unió recientemente al club de fútbol. En definitiva, su libertad aumentaría, pero seguía sin querer estar con alguien al que no quería.

—Si te muerdo, ¿vendrás conmigo? —La voz de Kageyama fue sincera, fue rápida y sin ningún tipo de disfraz a sus verdaderas intenciones. Shoyo se quedó congelado, pensando en si Tobio sabía lo que significaba esa marca—. ¿Podrás jugar voleibol así? —Enmarcó su gesto serio, arqueando una de sus cejas y haciendo un puchero de sus labios.

Shoyo, entendió con facilidad que por esa expresión, que Kageyama no se le estaba insinuando, tampoco estaba siendo altanero. Por el tamaño de su voz, sus facciones y las circunstancias ante la pregunta, sólo eran las de alguien que quería sacar una solución genuina al problema.

Lo único que podía hacer Hinata ante esa extraña invitación para hacerse pareja, fue soltar un grito y se pegó más contra la pared, apretando más la rosa contra su pecho. Ahí fue por fin cuando Tobio notó esa flor entre sus manos y se mostró curioso.

—¿O ya tienes a alguien que te guste? —cuestionó con honesta curiosidad Kageyama, dando un paso hacia el frente y quedando más cerca del Omega, que, aterrado, rápidamente negó con la cabeza.

—No tengo a nadie que me guste, sin embargo, ¿estás consciente de que para realizar una marca debes de tener s-... sexo? —comentó, bajando la voz cuando expulsó la última palabra, y sólo logró que Tobio asintiera con facilidad.

—Nunca lo he hecho, pero me esforzaré para no lastimarte y que se sienta bien —dijo con absoluta facilidad, sólo logrando que el aire se expulsara de los pulmones de Shoyo, agitado.

En definitiva, Kageyama no conocía lo que era la vergüenza.

—N-no quiero —atisbó por fin de sus labios su decisión final—. Una mordida no es algo que pueda tomar a la ligera. Los Alfas pueden morder a alguien más cuando se cansen de estar con ese Omega, pero los Omegas son los que sufren. Además, no quiero entregarle mi vida a alguien que no quiero —aseguró, viendo como las facciones simples del de ojos azules se hacían cada vez más afiladas, ante esa repentina respuesta.

La seriedad innata de un Alfa puro se mezcló con el ambiente fuerte del chocolate, y se acercó lo suficiente hasta donde estaba Hinata, recargando uno de sus brazos en la pared e inclinó un poco su cuerpo para poder quedar más cerca del Omega, que apenas notó el rostro atractivo del chico demasiado cerca, empezó a enrojecer con demasiada fuerza. Para colmo, al levantar su rostro, sus narices rozaron y sus bocas estaban a una distancia de tocarse. ¿Cómo era posible que Kageyama no se sintiera avergonzado?

—Dices que no quieres estar con alguien que no quieras, pero ¿las cosas serían diferentes si te cortejo? ¿Eso es lo que hace un Alfa cuando le gusta un Omega? —preguntó Tobio, siendo serio en todo momento y dejando sin palabras a Shoyo, al sentir el aliento de Tobio golpeando su rostro. Un cosquilleo lo inundó, y el reconfortante aroma a chocolate que le gustó a Hinata, volvía a envolverlo. Tobio siguió serio, iba en serio—. Si tú me das permiso de cortejarte, lo haré. Si te niegas en este momento, no voy a insistir y te dejaré tranquilo como mánager del Karasuno.

Hinata volvió a perderse en esos ojos azules, sus labios temblaron con lentitud y una de sus manos que sostenía la rosa se alejó y llegó a parar hasta donde estaba el brazo de Kageyama. Al tenerlo a su alcance, se aferró de él y apartó la mirada: lo peor era que no le desagradaba la idea.

Pero aun así, las cosas seguirían desequilibradas, Kageyama sólo lo iba a cortejar porque quería jugar al voleibol (aunque francamente Shoyo no sabía por qué de repente se lo pedía), no porque buscara algo romántico.

Las cosas sin amor no servirían en una relación.

Lo mejor era rechazar la propuesta.

Si lo que decía Kageyama era cierto, lo dejaría en paz. Era el primer Alfa que le preguntaba si quería ser cortejado. Usualmente llegaban a él con: «oye, Omega, serás mío», «te voy a cortejar», «quiero marcarte, así que te voy a seducir» o «quiero que seas de mi propiedad, Omega».

—Aceptaré el cortejo, siempre y cuando tú dejes que te seduzca —declaró su última condición ante esa petición Shoyo, levantando su rostro y congelándose con el color rojo bien explotado en su cara.

Otra vez, volvía a hacer lo contrario a lo que decidía su mente en sus debates mentales.

El rostro de Tobio se cohibió una vez más, pintando de rojo sus cachetes y apartó la vista por unos breves segundos.

—Está bien...

Tal vez eran idiotas.

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