Capítulo 03: El Omega Vuela
Capítulo dedicado a: simpdeshoyo, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Que le haya llamado la atención un Omega, no tenía nada que ver con las insinuaciones burlonas de Tsukishima. Kageyama Tobio quería convencerse de eso, esa mañana del día siguiente, mientras tomaba agua con demasiada calma y alivio, tras la práctica matutina. En esa práctica, sólo se encontraban Sugawara Koushi, Yamaguchi Tadashi y Tanaka Ryunosuke, a parte de él. Dos Betas, un Alfa y un Épsilon.
—Las clases están a unos diez minutos de que inicien, hay que darnos prisa —indicó el Beta que era dos años mayor que él, acercándose a sus espaldas y dándole unas cuantas palmadas en forma de un extraño apoyo silencioso de ánimo. Tobio se ahogó al ser golpeado de esa forma, sólo teniendo que retener el agua fuera de sus pulmones y a duras penas pudiendo pasarla correctamente—. Nos regañarán si llegamos tarde. —Al mismo tiempo en que profesaba esas palabras Koushi, puso sus piernas afuera del gimnasio tras bajar los escalones y les hizo señas a sus demás compañeros de grupo.
Todos le siguieron el paso, Tobio incluido a pesar de que quería seguir jugando. En la sala del club, se cambiaron lo más rápido posible, ignorándose entre todos por la prisa, no molestándose en observar sus cuerpos sudorosos casi desnudos por la velocidad de colocarse el uniforme. En ese pequeño lapso de tiempo donde sólo fueron unos minutos, Kageyama volvió a reflexionar —rara vez lo hacía, era un milagro que lo estuviera haciendo justo ahora—, sobre sus impresiones con ese Omega.
Sí, lo miró más que a las otras personas que observaba diario, incluso aunque en el club hubiera un Épsilon con los que podría formar una familia, o incluso la hermosa mánager Beta, nunca pensó en esa posibilidad con ninguno; las únicas explicaciones lógicas que llegaron a su mente, fueron sin duda dos. La primera era que, al ser el único Alfa en el club (el voleibol no era un buen deporte si querías lucirte y ser el centro de atención, razón por la cual no había muchos Alfas en esa área), no se sintió amenazado y por eso observó demasiado a ese Omega de radiante sonrisa; la segunda fue porque se le hizo lindo, pero sólo porque nunca antes trató con un Omega más tiempo del necesario.
Además, Kageyama no tenía a alguien que le gustara o le llamara la atención. No era porque lo odiara o algo así, Kageyama, esa vez, mientras se abrochaba los botones de su suéter escolar, profesaba mentalmente que estaba abierto a la posibilidad de algún día encontrar a alguien del que se enamorara, que pudieran formar una familia (sólo si esa persona quería), y vivir esas tontas historias de amor. Pero hasta el momento no había llegado nadie, porque, tenía sólo una condición para que alguien le interesara...
Sí, sólo una.
«Que salte alto, que tenga potencia y velocidad en las piernas, alguien que alcance mis pases», pensó con seriedad, colocándose el último botón y sólo observando hacia donde estaba uno de sus superiores, cuando Tanaka caminaba hacia la puerta con una gran sonrisa.
—¡Me adelanto! —declaró Ryuu, saliendo con rapidez del cuarto y sólo despidiéndose a una velocidad impresionante de todos. Los demás asintieron.
—¡Ve directo a tu salón!, ¡no te vayas a saltar ninguna! —advirtió Sugawara antes de que la puerta se cerrara, sólo logrando que el helado Tanaka diera un honesto gesto de pánico y asintiera, algo retraído y asustado.
Durante esa advertencia, Kageyama también pudo terminar de cambiarse. A Sugawara sólo le faltaba el suéter y Yamaguchi se colocaba los pantalones.
—Yo también me iré adelantando. —Se despidió Tobio, siguiendo los pasos del Senpai de segundo y caminó hasta la puerta. Yamaguchi asintió y Koushi observó a ese serio chico a punto de irse. Por supuesto, no lo dejaría marcharse así porque sí.
—No te vayas a dormir en las clases —advirtió Koushi con simpleza, acomodando las mangas de su suéter y sólo permitiendo que el Alfa puro sintiera un escalofrío y terminara por asentir con torpeza. Sí, sólo había algo que asustaba realmente a un Alfa que hasta sus feromonas dominantes con olor a chocolate al ser de la categoría más fuerte de la jerarquía, se perturbaba cuando Koushi llegaba como si nada a regañarlo.
Al salir, caminar por el pequeño pasillo donde había otros salones de clubes deportivos masculinos, y bajar las escaleras, sintió como la brisa fresca de verano golpeó contra su rostro. Sus cabellos se movieron a un lento compás mientras caminaba por el pequeño terreno donde sólo había uno que otro estudiante que llegaba tarde, en el estacionamiento donde se aparcaban las bicicletas. Ahí fue donde pudo levantar la mirada a la enorme institución de tres pisos. El Alfa no dijo nada al principio, sólo observando que los alumnos de la categoría especial tenían balcones al estar en el segundo piso (que no se notara el favoritismo). No era muy grande, las barandas pintadas de color blanco.
Tobio volvió a apartar la mirada, apenas ese pensamiento de que el gobierno quería más a los Omegas que a los demás se hizo presente, sólo para que al instante, el fuerte aroma a naranja hace poco conocido empezara a inundar sus fosas nasales. Sus pasos se detuvieron, y ante los dos minutos que faltaban para que las clases iniciaran, Tobio dilató sus pupilas, detuvo sus pasos, y su mirada viajó hacia el pequeño estacionamiento de bicicletas.
Ahí, vio la delgada figura del Omega, bastante nervioso y agitado, metiendo su bicicleta en uno de los espacios vacíos. Estaba sudado y agitado, su rostro se notaba asustado y sus pupilas cafés se enfocaban en buscar en la mochila que colgaba en uno de sus hombros, lo que parecía ser una pastilla especial que los Omegas tomaban para controlarse ante la excitación por esfuerzo físico y absorber el fuerte aroma de sus feromonas.
Sí, en efecto, Shoyo sacó una pequeña pastilla apenas la encontró, se la metió a la boca y la tragó sin tomar agua. Al menos el Alfa pudo aceptar su valentía por hacer eso, él necesitaba cortarla en pedazos diminutos o disolverla en agua para tomarse sus medicamentos cuando se enfermaba.
Seguido de eso, sólo pasó muy poco tiempo, antes de que su fuerte aroma natural del Omega se regulara, se redujera demasiado que a duras penas y podía ser percibido, el olor a naranja desapareció.
Kageyama a veces creía que era injusto que los Omegas fueran obligados a suprimir sus instintos naturales, cuando a los Alfas se les dejaba andar a sus anchas. Él siempre se tomaba sus medicamentos para calmarlos, conocía algunos compañeros de su aula que también lo hacían, pero la mayoría prefería no hacerlo.
—¿Por qué llegó solo? ¿No se suponía que un autobús especial iba a recogerlo? —pensó Kageyama en voz alta, arqueando una de sus cejas y sólo dando un bostezo perezoso al recordar que la primera clase sería matemáticas, decidiendo ignorar a ese lindo Omega y continuar con su camino.
—¡Llegué tarde! —gritó Hinata con demasiada fuerza, seguido de sus pies golpeando con fuerza el piso, logrando que Kageyama no pudiera evitar escucharlos por lo ruidoso que era. Escuchó los jadeos agitados de Shoyo, y Tobio sólo pudo pensar en que quizás los profesores de esa clase especial eran demasiado estrictos por el horario.
Quiso girar para ver, y sólo se topó con una escena nunca antes vista. El chico, al parecer, ni siquiera notó su presencia, en su lugar, estaba demasiado enfocado en llegar a clases sí o sí, tanto que, ante sólo un minuto de diferencia para que las clases iniciaran y el razonamiento veloz de que sí entraba por la puerta principal se tardaría mucho tiempo, tomó la decisión de saltar hacia el segundo piso, sólo tomando impulso con sus pies y despegando, como si volara.
Kageyama se quedó paralizado, abriendo levemente sus labios y encerrando en sus ojos la figura de la persona que saltaba más alto que cualquiera que haya visto en su vida.
«Balance, intuición, grandes habilidades físicas... no importa su condición Omega, él sabe cómo mover su cuerpo», cruzó por la mente de Kageyama, prometiéndose inconscientemente guardar esa imagen que logró captar: un pequeño Omega, delgado, esbelto, de potentes ojos rasgados y cabellos alborotados de color naranja, voló. El pequeño mánager nuevo a duras penas y pudo llegar, colocando sus pies en el largo tubo acostado del balcón y sólo sintiendo que perdía el equilibrio al no calcular bien.
El mánager dio un grito ahogado, y apenas encontró el equilibrio perfecto, pudo respirar tranquilo. Kageyama sintió como su pecho se aceleraba, al ver la figura de pie del chico que olía a naranjas y el grito asustado de una chica rubia y un chico azabache al salir al balcón para ver a Hinata, el chico que casi le genera un paro cardíaco.
—¡Hi-hinata! —exclamó en un grito aterrado la chica de cabellos cortos, mientras el azabache se encontró maravillado por el salto de su amigo.
—¡Buenos días, Yachi-san, Yato-san! —saludó Shoyo a ambos, aun sin bajarse de la barra de seguridad y rascando su nuca. Tobio creyó que no fue su imaginación que el color rojizo empezó a poblar sus mejillas, perdiéndose en el chico de espaldas que alzaba su orgullo ante el terror de la fémina y la emoción del otro chico.
—¡No estabas en el autobús, pensé que no ibas a venir! —comentó Yachi, todavía alarmada y pensando en que su amigo sería reñido por los profesores por llegar sólo a la escuela.
—Lo siento, se me hizo tarde. —Dio una excusa Hinata, posando una de sus manos a su nuca. Mentía.
—¡Recuerda que no puedes salir por tu cuenta! ¡Si el autobús te deja porque se te hizo tarde, debías de quedarte en casa! —exclamó más alarmada la rubia de cortos cabellos y Shoyo sólo pudo atinar a reír, más apenado—. ¿Nadie te acompañó? ¿Te dejaron venir solo?
—Mis padres no estaban y mi hermanita está en casa de su amiga... —asimiló con completa lentitud, mirando por primera vez a la rubia que chilló con terror, creyendo que su amigo se convirtió en un rebelde.
Kageyama observó cada una de sus acciones y sus palabras, como si estuviera cautivado.
Amor a primera vista.
O en caso de Tobio, amor a primer salto.
No podía dejarlo ir.
—¡Oye! —Tobio ni siquiera se dio cuenta cuando tomó la iniciativa, cuando pudo entenderlo, sus labios ya se estaban moviendo solos y el que fue llamado giró un poco su rostro para verlo a la cara. Shoyo apenas vio la figura alta del atractivo chico que le gustaba en cuanto a apariencia, sólo pudo atinar a dilatar sus pupilas y sentir como el color rojizo llegaba a sus cachetes, apenado: ¿lo había visto saltar? ¡Lo había visto saltar! ¡Noooooo! ¿Qué haría ahora? ¡Le daría una mala impresión! Y él que estaba interesado en intentar seducirlo—. ¡Ven a jugar voleibol conmigo! —Invitó sin una pizca de tacto, sólo dejando que una sonrisa mal hecha que enseñaba sus dientes se hiciera presente en sus atractivas facciones. Se vio aterrador, pero, en ese caso, Shoyo no le prestó mucha atención a esa mueca, sólo atinando a que el color rojizo apenas presente en su cara se hiciera más marcado.
Shoyo Hinata, un Omega cualquiera tenía toda la frente, orejas y mejillas pintadas de rojo. Sin querer, un puchero diminuto se dibujó en sus labios y sus temblorosos orbes cafés que miraban al Alfa que lo veía sonriendo desde abajo, lo obligaron a apartar la mirada, avergonzado: ¿eso era alguna clase de código romántico? ¿Era una declaración que sólo los jugadores de voleibol entendían?
Fuera como fuera, el pánico lo empezó a inyectar, sintiéndose como una presa frente a su depredador por los potentes ojos azules del Alfa penetrando su ser. Entró en pánico, se quedó mudo por unos segundos, y sin pensarlo mucho, en un arranque de querer huir, encaró con su mirada al chico que le hizo una petición certera y negó con rapidez.
—¡No quiero! —contestó por fin, dando un salto para caer sobre el piso del balcón y entrar corriendo rápidamente a su aula.
Cuando la campana del primer descanso sonó, Hinata se sintió regocijado y liberado de una gran carga, teniendo que soportar el peso porque durante la primera clase fue llamado a la oficina del director donde recibió un severo regaño del director por su imprudencia, su irresponsabilidad de andar solo en las calles siendo un Omega y fue obligado a que le hicieran un estudio detallado en la enfermería para ver si no daba señales de un celo acelerado ante tanta actividad física.
Y cuando estaba preparado para comer su bento, tras sacarlo de su mochila y pasar su lengua por sus labios, satisfecho por el aroma que desprendía éste aun sin abrirlo, quitó la tapa y los palillos los separó, listo para comer verduras asadas con sardinas de lata, la voz de unos de los pocos alumnos del salón llamándolo lo hicieron temblar.
—Hinata, ¡te busca tu pretendiente! —exclamó el chico que estaba más cerca de la puerta almorzando, ya que no era un secreto que un chiste local entre Omegas era decir directamente esas palabras porque nadie llegaba a ese salón especial por nada más que intenciones de cortejo. Las pupilas de Hinata se dilataron por esa afirmación, y el leve enojo plasmado en su cara con una ceja temblando se presentó, cuando notó en el umbral de la puerta, a un impaciente Alfa que desde hace una semana atrás, trataba de cortejarlo.
El chico era atractivo, eso no se negaba; pero su carácter que tenía era algo que a Hinata no le gustaba. Su nombre era Jiro Ogowo, un Alfa de cabellos castaños y ojos del mismo color, sus facciones eran finas, su rostro era ligeramente afilado, pocas pecas en sus mejillas, nariz respingada, delgados labios y piel nívea. Shoyo ocultó su enojo, mostrando una sonrisa radiante ante la imagen que sus profesores les habían enseñado a mostrar ante pretendientes, y se puso de pie de su pupitre, caminando a paso lento hacia el sitio en que el chico esperaba, paciente y expectante.
Hinata en definitiva lo rechazaría cuando acabara el cortejo, no le agradaba mucho Jiro, tampoco le gustaba la idea de iniciar un romance con él, y eventualmente casarse, porque su nombre con el cambio de apellido sería vergonzoso por el exceso de «O»: Shoyo Ogowo, ¡no sonaba bien!
—Mi pequeño Omega... —cantó con emoción Jiro, cuando la figura del mencionado que era mucho más bajo llegó a parar sólo a unos cuantos centímetros de distancia. Sus ojos castaños brillaban demasiado, y lo que sea que estuviera ocultando en su espalda, se convertía en una rosa roja cuando la dejaba escapar de su vista.
Hinata abrió sus ojos como platos, sintiéndose avergonzado ante ese evidente detalle y no pudiendo evitar ruborizarse, sólo atinando a reír con torpeza, avergonzado. Shoyo aceptó las rosa, tomándola entre sus manos y mirando por fin a la cara al joven que intentaba seguir con su cortejo, a pesar de que tenía todas las de perder.
—Gracias —agradeció Shoyo, volviendo a bajar su vista hacia la pequeña rosa que le había entregado. Jiro se mostró satisfecho ante las reacciones de «su pequeño Omega».
—¿Te gustó? —cuestionó con un pequeño tono coqueto de sus labios, mientras con una de sus manos llegaba a atrapar la piel de Shoyo, al colocar sus dedos en la barbilla del mismo, inclinándolo hacia arriba sin buscar lastimarlo para que lo viera a la cara. Hinata dio un pequeño sonido asustado ante las acciones de Jiro, viendo como el mayor se recargaba del marco de la puerta con la única mano libre que no sostenía la barbilla de Hinata, y se inclinaba a su altura un poco, en el punto en que sus narices rozaron y sus respiraciones se mezclaron ante la cercanía. Shoyo se quedó paralizado.
En efecto, la razón por la que no aceptaría a Jiro, era porque lo tocaba mucho, se acercaba mucho y aunque una vez le dijo que no le gustaban ese tipo de coqueteos, él lo siguió haciendo.
Una vez más, Shoyo arqueó sus cejas hacia abajo, y con una de sus manos que sostenía la rosa, apartó de un empujón al chico, para que tomaran sus distancias. Por supuesto, en su mayoría, uno pensaría que esas acciones serían desagradables para los Alfas, pero no, todo lo contrario, tal parecía, que la mayoría disfrutaban de ese tipo de Omegas con carácter, que en lugar de alejarse, querían acercarse más. Ése era el caso de Jiro, complacido ante el empuje de Shoyo y sólo atinando a pasar su lengua por sus labios, divertido.
Hinata respiró tranquilo al poder tomar aire sin tener encima de él literalmente a Jiro. Inhaló y exhaló tranquilo, encarando con sus ojos rasgados al alto chico serio de segundo año que se mostraba complacido, encantado con él.
Lo de todos los días.
O casi...
—¡Hi-hinata! —Los gritos agitados e irritados de una voz conocida de alguien con el que Shoyo no trató mucho lo despertaron, sólo girando su cabeza en la dirección derecha del pasillo del segundo piso, pudo ver al Alfa del club de voleibol con la mirada afilada y dando grandes zancadas hacia donde se encontraban el Omega y el Alfa.
Shoyo abrió su boca con pánico en su mueca aterrada, al ver que ahora tenía a dos Alfas detrás de él: ¿por qué le pasaba eso a él? ¿Qué quería Kageyama?
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