Prólogo
— ¡Lucas, no! —Grito, llevando las manos a sus muñecas. — ¡Odio las cosquillas!
Mi pequeño hermano ríe y su alborotado cabello rubio se deja caer sobre sus hombros. Su melena es tan larga que sobrepasa incluso la mía, que con trabajo hace llegar las puntas de mi cabello al lóbulo de mis orejas.
El niño se lanza hacia mí e inevitablemente ambos caemos al césped golpeándonos con poca fuerza contra los tulipanes recién plantados de mamá.
Oh, no. Se avecinan problemas y una regañina de la que ni papá podrá salvarnos.
Lucas me retiene aferrándose a mí y pataleo para ser liberada por el chiquillo trepador de piernas. Lo observo dedicándole la mueca más caprichosa que puedo hacer.
—Eres un niño tonto, Lucas. Estaba mejor sola —me quejo, mientras me estiro e intento manotearlo tontamente sin siquiera llegar a rozarle el rostro. —Cuando tú no estabas papá me daba tres bolas de helado y no sólo dos.
—Dos bolas está bien para mí, lo que pasa es que tú eres una comemucho.
— ¡Esa palabra no existe!
—Sí existe porque yo la invente.
Chillo cuando me muerde la pierna. Estoy segura que eso dejará una marca en mi piel. Parece que a él le divierte mucho mi molestia porque se aferra con más fuerza a mis piernas mientras me arrastro por el suelo y en el proceso lleno de barro mi camisa rosa de Barbie.
Otra cosa más que molestará a mamá.
— ¡Niños no jueguen tan rudo! — Escucho gritar a mamá desde el otro lado del patio, seguramente desde el porche de la casa. Creo que repentinamente nota que hemos arruinado su palacio de jardinería porque empieza a soltar una pila de reclamos acompañados de "no verán televisión por dos semanas" y "no puedo creer que yo crié a estos niños maleducados".
Dejo salir un suspiro de cansancio y me rindo ante los jaloneos de Lucas. Mi mal hermano no tarda ni un segundo en tirarse sobre mi cuerpo gritando "¡Bolita!" antes de sentir el peso de su cuerpo cayendo sobre el mío. Gimoteo cuando lo hace, pero también me río con mucha fuerza. Entonces siento el ataque de besos húmedos del rubio sobre mi rostro y finjo muecas de disgusto.
—Baba de hermano menor: ¡Guacala, Lucas! Quítate.
—No-pe.
Lo dejo seguir haciéndolo porque en realidad no me molesta y me incorporo para tomar sus mejillas en mis manos y apretujarlas haciéndolo reír y quejarse. Papá se acerca a nosotros con una cámara en las manos y nos pide que no dejemos de hacer lo que hacemos mientras nos toma muchas fotos seguidas.
En algún momento Lucas me empuja al suelo de nuevo y vuelve a encimarse sobre mí, pero esta vez envolviéndome en un abrazo de costado y sin moverse. Le correspondo enrollando mis brazos a su alrededor y reposando mi mejilla derecha de su cabeza, ya que es varios centímetros más bajo que yo. Papá se nos une tirándose en el césped a mi lado y nos rodea a ambos apretándonos hacia él. Me echo a reír porque está lleno de harina para hot-cakes y ahora además de barro mi ropa está llena de harina.
No sé cuánto tiempo pasa desde que papá se va, pero Lucas y yo pasamos todo ese rato jugando con una pelota roja de plástico con un dibujo de un perro encima que Lucas adora. Estoy tan cansada que los párpados me pesan, así que pido pausa al juego, aunque Lucas me arroja la pelota a la cara de todas formas.
Me quejo y se la lanzo de regreso. Lucas tiene demasiada energía porque aún cuando yo estoy muy cansada para volver a ponerme de pie durante un rato él continúa dando saltos y gritos sin parar. Me levanto pesadamente y cruzo las piernas una sobre la otra. Llamo a mi hermano que hace rodar su pelota sobre el césped y me mira.
—Tengo sed, iré por agua —anuncio y me pongo de pie limpiándome las manos en el pantalón. —Ven conmigo.
Lucas dice que no con un sonidito nasal.
—Que sí, ven conmigo y sacamos el pote de helado del refri.
Se le iluminan los ojos por un momento, pero luego se encoje de hombros mirando su pelota rodar en el suelo. Parece que se divierte mucho aplastando las hormigas con ella. Hago una mueca porque Lucas siempre aplasta insectos con sus juguetes, incluso con sus dedos. Mamá lo regaña mucho por eso. Incluso tiene su propia colección de insectos aplastados. Iugh.
—No, ve tú, pero tráeme helado.
No insisto, me limito a encogerme de hombros.
—Está bien—digo, empezando a caminar al pórtico de la casa dejando atrás al niñito que juega con los insectos. Pateo una piedra y volteo a ver a Lucas una última vez. Ahora está lanzando su pelota contra los girasoles de mamá.
Arrastro los pies por la entrada de la casa, dejando un rastro de suciedad proveniente de mis zapatos rosados de lucecitas. Papá sonríe al verme y revuelve mi cabello enmarañado. Él viste un delantal negro con el dibujo de Darth Vader que dice "El mejor padre de la galaxia" y en su mano lleva una palita de plástico para hot-cakes con forma de cara sonriente.
— ¿Y tu hermano? —Pregunta, buscando detrás de mí.
—En el patio aplastando insectos.
Papá hace una mueca de asco y luego deja un beso en mi frente.
—No lo dejes solo mucho tiempo, es pequeño y tú eres su hermana mayor; debes cuidarlo.
Asiento casi ignorando su declaración y le doy una sonrisa de boca abierta que muestra todos mis dientes inclinados. Mamá está viendo algún programa televisivo sobre ejercicios matutinos. Ella me saluda desde el sofá de la sala y sigue viendo el televisor. Continúo mi camino hacia la cocina y luego al refrigerador y saco el pote de helado de crema y galletas. Estoy sirviendo la limonada cuando escucho el chirrido de llantas contra el pavimento.
Papá alza la cabeza de inmediato y se queda viendo un momento al frente. Mamá, por el contrario, sale corriendo por el pasillo de la entrada hacia la calle. Volteo a ver papá a quien le cuesta un poco reaccionar y apagar la estufa antes de apresurarse a la salida pasando por mi lado y por poco golpearme el hombro con su costado. Me quedo paralizada con la jarra de limonada en mis manos sin saber muy bien por qué el corazón me late con tanta fuerza en el pecho.
Creo que tiemblo mientras me aproximo a la salida de la casa. De repente escucho mucho ruido afuera y me veo no queriendo salir de casa para no saber qué pasa. Asomo la cabeza antes de salir y veo una pila de personas que rodean algo. No me atrevo a mirarlas por mucho tiempo y desvío la mirada hacia las marcas de llantas en el pavimento, las miro durante varios segundos antes de notar la pelota de plástico de Lucas al otro lado de la calle. Mi corazón se desboca con mucha más fuerza y empiezo a llorar.
— ¡Lucas! ¡Lucas, despierta! ¡Abre los ojos, mi amor, por favor!
Me acerco para estar junto a mamá y alcanzo a ver que está tirada en el suelo abrazando a Lucas contra su pecho. Se mece con fuerza y solloza con mucha desesperación, grita, jadea y dice un montón de palabras que nunca la había escuchado decir.
Un hombre, que reconozco como uno de los vecinos, me toma por los hombros y me obliga a girar para mirarlo. El resto de vecinos continúan mirando a mamá y algunos me miran a mí también.
—Oye, cariño. ¿Por qué no entras a casa y esperas a que mamá y papá lo hagan también? Vamos, te acompañaré adentro —su voz tiembla cuando dice eso. Me tiende una mano, pero la rechazo. No puedo hablar con extraños y mucho menos ir a ningún lado con ellos.
Volteo de nuevo hacia mamá y noto algo que no había visto antes... sangre, mucha sangre. Un montón de sangre en el suelo y en su camisa. Mis piernas tiemblan fuertemente y me dejo caer de rodillas. Lloro porque mamá lo hace y porque nunca había visto tanta sangre.
Lucas no está bien, mamá no lloraría si él estuviera bien.
—Cariño, por favor, ven conmigo. Te llevaré a tu casa y luego podrás hablar con tu mamá.
— ¡Mamá! —Chillo, porque empiezo a sentirme agobiada con la situación y con la insistencia del hombre.
Ella ni siquiera me mira, en cambio papá se acerca a mí y me toma de los hombros. Cierro los ojos con fuerza porque los suyos están rojos y parece enfadado y muy alterado.
—Te dije que no lo dejarás solo —su voz suena como una súplica. — ¿Por qué lo dejaste solo? ¿Por qué no te quedaste a su lado? —Me sacude con rudeza y lloro más fuerte porque me duele cómo me aprieta. Él nunca me había hablado así, él es un buen papá. Papá nunca me grita de esa forma — ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué lo hiciste?!
Los brazos del otro hombre nos separan y se acerca a papá para tratar de calmarlo. Yo vuelvo al suelo y me abrazo las rodillas sin querer mirar a ningún lado. Otras personas se acercan a mí, pero no presto atención a lo que me dicen.
¿Por qué lo dejé solo? ¿Por qué lo hice? ¿Lucas estaría bien si no lo hubiera dejado solo o lo hubiera obligado a acompañarme? ¿Lucas va a morir?
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