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Capítulo 6

Cedric

Camino hacia el hospital con las piernas casi temblándome, está haciendo un clima cálido, pero me cubro con una bufanda y una chaqueta a pesar de eso. Me gustan las bufandas y me gustan las chaquetas, podríamos estar derritiéndonos de calor y yo estaría vestido de la misma forma.

Hasta hace poco no habría ni imaginado que volvería a este hospital, una vez más, como paciente, pero la vida es así de irónica y yo estoy así de desesperado. No me gusta la idea de pensar en mí como una persona enferma, es más, no creo que lo sea, un par de problemas para dormir y ataques de ansiedad no me hacen un enfermo. Sin embargo, y muy a mi pesar, me presento a mi cita con un nuevo psiquiatra que me dirige la mirada más fría que he visto jamás.

Para trabajar consolando a la gente es bastante inaccesible.

— Entonces... no puedes dormir —dice, con voz pausada, tecleando sin parar en su computadora sin mirarme siquiera.

—Así es, tengo problemas para conciliar el sueño y... descanso muy poco.

—¿Cuántas horas duermes? —Esta vez sus ojos me miran a través de los anteojos y me siento repentinamente intimidado.

—Como cuatro o cinco horas.

— ¿Trabajas? ¿A qué hora vas a dormir y a qué hora despiertas?

Trago saliva. Son preguntas de rutina, pero siempre me es difícil contestarlas.

—Trabajo en un local de música, señor —respondo, con cierta vergüenza. A mi edad casi todo el mundo espera que yo tenga un trabajo estable y un oficio más que definido y aunque mi trabajo sí que es estable, pues he estado en él por casi cinco años, la gente no piensa en él como un oficio —Me duermo entre las tres y las cuatro de la madrugada y despierto a las ocho de la mañana.

Es considerablemente cansado llevar una rutina tan desorganizada y me siento verdaderamente fastidiado por eso, pero, más allá de unos cuantos problemas para dormir y un par de miedos a medias, estoy más que bien. Lo que me hace pensar que, dejarme llevar por la insistencia de mi hermana para que acudiera a una cita psiquiátrica fue más que un error, lo que confirmo con la mirada de reprensión del hombre frente a mí.

—No tienes insomnio, solo tienes un desajuste en tu ciclo del sueño. Intenta dormir más temprano. Haz ejercicio para que puedas conciliar el sueño en las noches y come bien, no te saltes comidas —resuelve zanjando el tema sin esperar más.

—Pero... señor, pienso que... es más que un simple desajuste de horarios. Yo he intentado de tantas formas llevar una rutina adecuada de sueño, pero me es imposible dormir, yo... —me detengo justo antes de decirle que son mis propios pensamientos lo que me impiden el sueño. Veo en él un muro imperturbable que me dice que, ni me cree, ni le importa—, no puedo.

—El ejercicio te ayudará con eso, pero te daré un medicamento que también será de ayuda.

Sonrió y asiento, eso es justo lo que necesitaba.

Quince minutos más tarde salgo con una receta firmada y tres cajas de melatonina en las manos. Maldigo a Venus por obligarme a venir y al doctor, por ser como todos los otros y recetarme ese maldito medicamento que no sirve para nada.

Llamo a mi hermana en cuanto salgo del hospital y la escucho gruñirme del otro lado de la línea. A penas son las ocho de la mañana y ella está de vacaciones, por lo que asumo que la he despertado.

—¿Qué quieres?

—Quiero decirte que me hiciste perder el tiempo. Me recetaron esas estúpidas pastillas de nuevo. Jamás volveré a hacerte caso.

—No puede ser... —parece verdaderamente indignada—. ¿Es en serio? ¿A caso le dijiste que esas porquerías no te sirvieron de nada?

Ruedo los ojos porque mi hermana siempre es así de malhablada.

—¿Para qué? Él me hubiera insistido en que las tomara.

—¡Cedric! Tuve que haber ido contigo.

Hago una mueca con los labios. Eso no hubiera cambiado nada, estoy seguro. Lo que sea que ella podría haberle dicho, fácilmente hubiera sido ignorado por ese hombre. Este es mi problema con el asunto de los psicólogos, psiquiatras y los grupos de apoyo, prometen cambiar tu vida, mejorarla, pero al final te recetan un par de medicamentos y te mandan a hacer pilates para tener energía. Y eso es todo, el típico discurso de "tú puedes hacerlo", "sé fuerte" y regresas a casa siendo el mismo que eras antes.

—Por supuesto que no. Estoy seguro de que le hubieras contado lo de las pesadillas y no quiero más problemas ni más medicamentos inútiles.

Venus resopla y parece que tira algo suelo.

—Te conseguiremos otro psiquiatra.

—Claro, porque nadamos en dinero —ironizo. —Eso no sirve de nada. Ya estoy yendo a ese grupo al que mamá y tú me obligaron a ir, no necesito más de todo este...drama.

—¡Pero Cedric

—Nada —la corto antes de que empiece con su charla larga —, nos vemos en casa —y cuelgo.

Camino alrededor del hospital durante un rato, pensando, tratando de tranquilizarme. Me siento exasperado. Una pequeña parte de mí esperaba que ese psiquiatra me ayudara en algo; una ingenua y tonta esperanza. Aprieto los párpados para no llorar, porque de verdad quiero hacerlo, pero tengo que ser fuerte, ser más que esta mierda, más que esta mierda que no es nada.

Si papá estuviera aquí me diría que debo de ser fuerte, por mamá, por Venus, por la familia. Tengo que serlo porque si yo no soy fuerte ¿quién lo será? Han pasado ya dos años y mi familia sigue sufriendo las consecuencias de la pérdida de la cabeza de la familia. Siento que me vuelvo pequeño, que todo a mi alrededor se hizo minúsculo.

Estoy a punto de entrar a la cafetería del hospital cuando la veo. Es ella, Kristel, extremadamente rubia, alta y bastante más delgada de lo que debería. Esta vestida con ropa de paciente y me pregunto qué demonios tuvo que haber pasado para que la internaran en un hospital. Me quedo un rato hasta que se marcha y tomo asiento en alguna banca fuera del hospital.

Me pongo a llorar sin poder evitarlo un segundo más. Me recrimino por eso, pero lloro de todas formas. Verla aquí por algún motivo me hace sentir triste, desde el pasado día en el grupo de apoyo sé que ella está tan rota como yo, sufriendo la pérdida de alguien a quien amábamos a morir, pero ella es más fuerte que yo, ella ha pasado por eso desde que era una niña, yo ya era un adulto independiente cuando papá murió y la situación de cualquier manera me sobrepaso.

Desearía ser más fuerte, pero esto es todo lo que puedo ser.

Me dirijo a mi auto y vuelvo a encontrármela en el camino, comiendo una gelatina y caminando a lado de una castaña. Hago como que no la he visto y subo a mi auto que me cuesta un par de minutos arrancar, es algo viejo porque lleva más de diez años en la familia y papá lo compró de segunda mano en algún lugar de la ciudad. Este era el auto de papá, el que me cedió a mí cuando cumplí dieciocho, es una de las pocas cosas que aún conservo de él, por lo que comprar otro está fuera de las decisiones a futuro.

Cuando llego a casa Venus está sentada en las escaleras del pórtico mirándome con una cara decepción. Bajo del auto azotando la puerta más de lo que quisiera y me acerco a ella para sentarme a su lado.

—Lamento que te volvieran a hacer la misma mierda.

Guardo silencio durante un momento.

—No pasa nada, tampoco tenía muchas esperanzas.

—Pero, mierda, Cedric, esto debería ser jodidamente diferente, no debería de ser así.

—Muchas cosas no deberían ser como son, Venus, y aún así vivimos como vivimos y no podemos hacer nada al respecto.

—No me vengas con esa mierda conformista.

Suspiro—. De cualquier forma, ya da igual.

—Sigo creyendo que deberías buscar otro psiquiatra.

—Ya no tenemos dinero para eso, por si no te habías dado cuenta —saco las bolsas de mis bolsillos para dar a entender que no hay nada y ella tuerce los labios —. Debemos dejar de malgastar el dinero en cosas que no sirven.

—Ya veremos la forma de pagarlo, lo importante es que vayas.

Le doy una palmadita en la pierna descubierta y me levanto.

—Entremos, tengo que ir a trabajar y a Malcolm no le hará mucha gracia que llegue tarde.

—Yo no entraré, iré a casa de Abigail.

Me detengo a medio paso y me giro para mirarla.

—¿No vas a ir a la escuela?

—No, tengo otras cosas que hacer.

—A mamá no le gusta que faltes tanto, podrías atrasarte y

—Basta, Cedric, no necesito que tú también me reproches por estupideces —gruñe y su ceño se frunce. Venus es solo una adolescente de diecisiete años y creo firmemente que sus decisiones no son a conciencia —, mamá ya hace bastante bien ese trabajo. Dile que tengo un proyecto escolar que terminar. Nos vemos.

Se adelanta por el camino sin esperar respuesta y dejo ir un suspiro de frustración. Nuestra madre no es una mujer paciente y sé que las cosas se le salen de las manos cuando se trata de mi hermana, por lo que intento ayudarla en lo más que pueda, pero Venus es algún tipo de espíritu incontrolable.

Abro la puerta de casa y lo primero que me encuentro al entrar es a Sasha, mi perra maltes de minúsculo tamaño que me mira con ojos esperanzadores en espera de que haya traído conmigo algo para ella. Me agacho para acariciarla con ahínco.

—Cedric, mi amor, ¿cómo te ha ido con el doctor?

Mamá lleva un enorme cesto de ropa sucia en los brazos y me adelanto para ayudarla a cargar.

—No fue precisamente lo que esperaba —le sonrío con tristeza y ella me mira con decepción. —Pero estoy bien, de verdad, no lo necesito. Lo único que yo necesito es a mi increíble madre y a mi rebelde hermana.

—Oh cariño, tú tienes todo lo que necesitas. Te dije que dejarte convencer por tu hermana era una tontería, tú no necesitas esas cosas, ya sabes lo que pienso de todo eso. No son más que ridiculeces. Todo lo que necesitas ya lo tienes aquí, con mamá, en casa.

Le sonrío sin saber muy bien que sentir al respecto. Mamá es una mujer fuerte, de creencias algo duras, pero nos ama y ha vivido toda su vida dedicándose a nosotros. Es por ello por lo que me molesta tanto los problemas que Venus tiene con ella, mi hermana es algo salvaje y vive para llevarle la contraria, algo muy propio de su edad, pero que a mamá y a mí nos rompe la cabeza, especialmente a mamá.

—Tienes razón.

—¿Y tu hermana? ¿Sigue dormida? Ya debería estar camino a la escuela, si puedes, llévala en el auto.

—Bueno ella... fue a casa de Abigail.

—¿Qué? —dice mirándome con los ojos enfurecidos—. Esto no es lo que acorde con ella. ¡Prometió que iría a la escuela! Lleva más de un mes sin ir a clases.

—Ella tenía un proyecto escolar que terminar.

—¡Eso es mentira!

Mamá se lleva las manos a la cabeza y se gira para subir los escalones hasta la habitación de mi hermana.

—Mamá, espera, ¿qué vas a hacer?

Dejo el cesto de ropa sucia en el suelo y la sigo a la planta alta con zancadas largas.

—Esa niña ya me tiene harta con todas sus actitudes estúpidas. Sé que es una adolescente, pero no voy a seguir tolerando estas cosas.

La observo arrancar los pósteres de bandas de rock que Venus tiene regados por las paredes de su habitación. Ver eso hace que algo se oprima en mi pecho. Muchos de esos pósteres eran de papá, cosas que Venus adoptó de él cuando murió. Todo lo que yo tengo de él es su auto y todo lo que ella tiene de él son esos pósteres y sus instrumentos viejos.

Mamá rompe un póster tras otro, el cuarto está totalmente tapizado de ellos, por lo que no es tarea fácil. Cuando está por romper uno con la cara de Ozzy Osbourne plasmada me acerco para detenerla.

—Mamá, para, esas cosas eran de papá.

—¡Por esas estupideces tu hermana está así, todo esto es culpa de tu padre!

Doy dos pasos atrás para alejarme en cuanto dice eso. Nosotros jamás hablamos de papá. Las únicas veces que hablo de él es en el grupo de apoyo, pero en casa ha sido tan difícil asimilar su muerte que ninguno de nosotros se atreve a traerlo a colación, mucho menos para culparlo de algo como la actitud descarada y atrevida de mi hermana.

Escucho a mamá sollozar y me acerco para tomarla de los hombros. Ha roto varios de los objetos preciados de Venus y cuando ella vea este caos, quedará destrozada y muy molesta.

—Todo lo que quiero es que sea una chica normal. ¿Por qué no puede ser más como tú y hacerme caso? Soy su madre, se supone que yo deba ayudarla, guiarla, pero nunca soy capaz de controlarla, ella se niega a obedecerme.

—Mamá... ella te ama. Solo... ha sido difícil para ella, para todos.

—Ella no tiene derecho, no tiene derecho a hacerme esto.

La abraso con fuerza sintiendo como se remueve entre mis brazos.

—Todo está bien, mamá. Es solo una fase, se le pasará en un año o dos cuando sea más madura y sé de cuenta de las estupideces que hace ahora.

—No lo sé, amor, cada día la veo peor.

Eso me hace sentir más miserable. Es verdad que Venus está cada día peor, pero no porque tapice su habitación con pósteres de bandas de rock y metal, ni porque use ropa negra y escuche música tan alto que tiemblan las ventanas, sino porque la veo más triste, más decaída. Cada día pierde más el interés en la escuela, en las cosas que amaba hacer, ahora solo sale a algún lado con sus amigas y llega hasta el anochecer. Me preocupa en demasía.

—Tranquila, ya reveremos qué hacer.

...

—Llegas tarde —me reprocha, Malcolm, en cuanto entro al local.

—Lo siento, he tenido que solucionar unas cosas en casa —me excuso sabiendo que eso lo hará preguntarme qué sucedió.

—¿Qué cosas? —pregunta de inmediato.

Malcolm es el mejor amigo de mi padre, la razón por la que tengo este trabajo y por lo que puedo presumir de que es estable es debido a él, sé que nunca se atrevería a negarme trabajo por la gran amistad que compartió con papá.

—Ya sabes, Venus y sus cosas.

Malcolm niega con la cabeza y me mira con cansancio.

—De verdad creo que tu madre y tú deberían hacer algo con ella, no creo que esto sea una fase, sino, más bien, un duelo mal llevado —empieza, con ese discurso tan conocido que me tiene agotado. Es por él que mi hermana se metió a la cabeza conseguirme un psiquiatra. —Deberías pagarle un par de sesiones de terapia o, tal vez, llevarla a ese grupo de apoyo al que vas.

—Estamos bien y Venus está bien. Solo está en su etapa rebelde, no tienes que preocuparte por nosotros —le quitó importancia al tema, porque sé lo mucho que él se aferra a querer ayudarnos, a su manera, una manera que mamá y yo no compartimos.

Lo observo y sé con certeza que no he logrado tranquilizarlo ni un poco. Malcolm se pasa la mano por su cabello y sonríe lentamente.

—Cualquier cosa que necesites, estoy aquí para ti, hijo.

—Te lo agradezco, de verdad.

Me dirijo detrás del mostrador y tomo asiento, esperando a que lleguen clientes. Esta tienda es un legado, mi padre ayudó a Malcolm a abrirla hace quince años, razón por la cual está bien posicionada y tiene una larga lista de clientes habituales. Para papá, este lugar, aunque no era suyo, fue como un segundo hogar. Cuando cumplíamos años nos traía aquí y nos compraba cualquier instrumento o baratija que nos llamara la atención.

Recordar a papá es doloroso, más cuando siento que no puedo dejar de pensar en él. Hace tan poco que se fue y hace tanto que siento que lo extraño, que ya casi no recuerdo cómo era vivir con él. Es un sufrimiento constante ser consciente de lo rápido que lo estoy olvidando, de cómo he olvidado su risa, sus reacciones, su forma de ser conmigo. Empiezo a olvidar quién era él y eso es tan indescriptiblemente horrible que siento que no puedo respirar.

Llevo en todas partes el recuerdo de él, de su frialdad típica, su dureza de carácter, su pasión por la vida, pero me duele saber que ni sus amigos, ni su familia, ni su amor por las cosas, fueron suficientes para retenerlo conmigo. A diferencia de miles de millones de personas en el mundo, papá no se fue sin la voluntad de hacerlo, él decidió hacerlo. Decidió dejarnos, decidió que morir era mejor que seguir con su familia. Y me destroza tanto que lo único que puedo hacer es considerarlo un cobarde. Toda su persona se reduce a esa cobarde decisión.

Empiezo a sentir que el cuerpo me tiembla. No lo entiendo, nunca lo entiendo, pero lo siento de igual forma. Una irrefrenable necesidad de moverme me lleva a levantarme de mi asiento abruptamente. Unas cuantas personas que se dedicaban a mirar los estantes se giran para mirarme, pero los ignoro dirigiéndome a la bodega.

Golpeó la pared con las palmas en cuanto me encierro en el lugar y creo que podría vomitar. No siento otra cosa más que la necesidad de moverme, por lo que me retuerzo sintiendo incomodidad en todas partes. Trato de relajarme, tomo aire, pienso en Jimmy, quien me dice siempre que cuando esto suceda puedo comenzar a contar, a pensar en la letra de una canción o hacer cuentas mentalmente, pero ninguna de esas tonterías me sirve en este momento.

—Carajo, Cedric, ¿dónde estás? —escucho la voz de Malcolm del otro lado de la puerta. —Alguien se ha robado un capotaste y un par de cuerdas de guitarra.

Maldigo, pero no pienso demasiado en eso en cuanto siento que todo arde dentro de mí, podría explotar en cualquier momento. Tomo una caja que contiene no sé cuántas cosas dentro y la estampo contra la pared, sintiéndome, repentinamente, mejor que antes.

Malcolm abre la puerta y me mira con gesto de sorpresa, que casi al momento pasa a molestia. Finalmente me siento aliviado, pero sé que he metido la pata en grande.

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