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Capítulo 5

Vomito en el baño de la casa de Karl hasta que mi estómago está completamente vacío. Allison me toma el cabello y le grita a alguien que le dé un vaso agua. Dejo caer la tapa del retrete y me recargo en ella, mareada. Tengo un dolor de cabeza tan fuerte que no puedo pensar bien. Sé que no estoy borracha, ni un poco, es el efecto de los medicamentos y el alcohol lo que me está pasando factura.

—Mierda, Kristel, ¿por qué le aceptaste las cervezas a Josh? —La castaña me pasa un pañuelo por la cara y se arrodilla a mi lado. —Tú no deberías tomar.

—Tampoco debería estar aquí —balbuceo con resentimiento.

Yo no quería estar aquí y aunque me gusto hablar con Karl y ponernos al día, estar rodeada da tanta gente, escuchando las preguntas estúpidas de la gente, la asquerosa música a todo volumen y sintiéndome constantemente presionada me hizo explotar de repente. Yo no quería estar aquí, mirar a esta gente, sentirme tan vulnerable frente a los demás. Me aferro en culpar a Allison, quien me convenció de venir aquí, porque siento que necesito culpar a alguien de mis idioteces.

—Sí, no debimos venir.

Tras treinta minutos en el baño salgo de la casa de Karl con Ally y Josh ayudándome a caminar. Nos detenemos frente al auto de Allison y me separo de ellos, negándome a entrar a él. Me caigo al piso en cuanto soy incapaz de sostenerme por mí misma. Se siente como que algo en mi cabeza está a punto de estallar.

—Por favor, Kris. Sube al auto. Necesitamos llevarte a casa, o al hospital, no lo sé.

Allison se arrodilla a mi lado e intenta tomar mi mano. Me separo con brusquedad porque estoy molesta. Odio sentirme de esta forma, sentir que hay un vacío enorme en mi cuerpo que no puede ser llenado con nada. El miedo me inmoviliza, siento cada parte temblar de absoluto terror. Estoy molesta, con ella y con el mundo entero porque no puedo dejar de sentir miedo.

—¡Te dije que no quería venir! —Me llevo las manos al rostro y lucho por no llorar. No quiero más llanto, no quiero llorar frente a Allison ni Josh. Menos ante Josh. No me siento capaz de ser fuerte ahora. —No tenías que obligarme a venir.

Josh suspira y me mira con mala cara.

—No culpes a Allison por una decisión que tú tomaste.

Lo miro con los ojos llorosos y estoy por atinarle una patada en la pierna, pero me detengo. Siento el suelo moverse debajo de mí. Algo no está bien dentro mío. Un horrible escalofrío me sube por la espalada y reconozco el sentimiento de inmediato, mi cuerpo se estremece, los dedos se me entumen y siento como si el aire se expulsara repentinamente de mis pulmones.

Me acurruco en el suelo y comienzo a llorar en cuanto tengo un ataque de pánico. Mi mejor amiga se sienta a mi lado y me acaricia el cabello, sin saber qué más hacer. A pesar de los años que hemos sido amigas, Ally nunca sabe cómo reaccionar ante esto, pero es que no hay nada que ella pueda hacer para evitar que me destroce.

Me giro mirando al cielo, tirada de espaldas y sollozando. La inmensidad de la oscuridad me hace sentir terror. No quiero pensar en nada, pero no puedo evitar pensar en Lucas, como siempre lo hago. Tal vez, si no lo hubiera dejado solo él tendría la oportunidad de mirar el cielo como lo hago ahora, tal vez seríamos diferentes, la continuación de lo que alguna vez fuimos cuando él se marchó.

Mi pecho se comprime y no puedo dejar de sentir dolor. Me siento miserable, mi existencia se siente como un enorme agujero en estómago. Siento que no puedo seguir siendo lo que soy ahora, que, si sigo siendo yo, pronto no seré nada.

—Calma, Kris, estoy contigo —es la voz de Allison lo último que escucho al cerrar los ojos. Ella, que se acuesta a mi lado sin importarle que el suelo esté frío y sucio y que Josh haya preferido dejarnos que lidiar conmigo. —Siempre estaré contigo.

Ahora, justo en este momento, no tengo que ser la decepcionante hermana que provocó la muerte de su pequeño hermano. Ahora no soy nada.

...

—Te pudo haber sucedido algo mucho peor —me recrimina, el señor Richards, con una mirada de reproche. —Sabes que no debes combinar los medicamentos con alcohol.

Lo miro con vergüenza. Lo cierto es que no sé con certeza qué me llevó a tomar la decisión de beber en casa de Karl. Creo que, dentro mío, deseaba resolver mis problemas como lo hace el resto del mundo; tomando en exceso sin importar nada.

—No lo volverá a hacer —habla Allison, dirigiéndome la misma mirada que el hombre frente a mí, pero añadiendo total arrepentimiento a sus ojos. —Debí cuidarla mejor y no llevarla a una fiesta. Lo siento tanto.

—No fue tu culpa —murmuro, con la cabeza agachada, porque es verdad. Ayer le grite cosas horribles solo porque necesitaba alguien con quién desquitarme. Ella no es mi saco de boxear, no tiene que soportar mi mierda.

Luego de haberme quedado dormida en el suelo fuera de la casa de Karl, Allison me llevo en su auto a toda velocidad al hospital, donde estoy ahora. Decidieron que no debían hacerme un lavado gástrico 'porque expulse cada rastro de medicamento y alcohol antes de llegar allí. Así que solo me dieron una intravenosa y me mantuvieron en vigilancia toda la noche.

—Descansa este día y mañana vuelves a tus actividades normales —el señor Richards se dirige a la puerta y me mira antes de salir —Cuídate, Kristel.

Pasa un rato en silencio hasta que Allison habla.

—Sé que es tu terapeuta, pero ¿qué hace aquí? —cuestiona, tomando asiento a mi lado, en la cama.

—El hospital quería que viera a un terapeuta, pero no soportaría una más de esas citas incomodas, así que les dije que ya tenía un terapeuta y lo llamé para que me dejarán salir de aquí.

Allison suspira y niega con la cabeza.

—Sé que hice mal en insistirte para ir a la fiesta de Karl. Lo siento de verdad, Kris, fue mi error.

—No —digo, sosteniendo su mano. —Josh tenía razón. Tomé una decisión y no puedo culparte por eso.

—No hablemos de ese idiota porque no me olvido de que nos dejó solas —ella me atrae a un abrazo y susurra —Estamos bien así, tú y yo podemos con esto.

Sonrío sin sentirme realmente alegre.

Quiero creer en ello, que podré escapar de este agujero algún día, pero cada día me veo cavando más profundo, cayendo más rápido, rindiéndome sin siquiera intentarlo. Tal vez Allison o el señor Richards crean que pueden hacer eso por mí, darme esperanza, pelear por mí. Y, sin embargo, sigue siendo una lucha que enfrento en completa soledad. Soy yo luchando contra mi propio ser.

...

—Debo aprender a manejar pronto.

—Creo que ya habíamos intentado eso y no dio los mejores resultados.

Nos dirigimos al estacionamiento del hospital a paso lento. A pesar de haber pasado un día entero desde que me intoxique con alcohol, aún me siento algo mareada. Por lo que camino sin mucho ánimo comiendo mi gelatina de limón que estuve recibiendo en cada comida.

—Pero ahora es diferente, debo hacerlo, por Marianne.

—¿Sabes que si la horrenda hija de tu jefa te despide puedes seguir viéndola? No necesitas trabajar para ella para poder verla. —Allison parece furiosa, aunque no la conoce, le desgrada Alia casi tanto como a mí. —Además. Ella no te puede exigir que aprendas a conducir. ¡Es un abuso!

—No es ningún abuso, ella tiene razón. Si Marianne volviera a enfermarse, o se cayera en las escaleras o sucediera una emergencia, ¿cómo haría para ayudarla si no puedo manejar? Ni siquiera podría subir a un taxi. —Hago una mueca con mis labios sabiendo que la posibilidad de que aprenda a conducir pronto es casi nula.

—Puedes llamarme, yo seré su chofer.

—Gracias, pero, sabes que esa no es lo solución.

Allison echa la cabeza para atrás en señal de rendición. Sin poder encontrar una solución a todos mis 'problemas.

—Ta vez... —dejo de escuchar a la pelinegra cuando miro enfrente de mí.

Un hombre camina directamente en mi dirección, sin mirarme. Es un castaño que, a la luz del día, parece casi tan rubio como yo. Sus piernas son largas y su cuerpo es fornido, pero no demasiado. Viste un saco marrón y, a pesar de que estamos como a 23°, lleva una bufanda que lo cubre hasta la barbilla. Reconozco de inmediato a Cedric.

—Oh no, no otra vez.

Me escondo detrás de Allison para que no me reconozca, pero él pasa a mi lado sin siquiera mirarnos, parece estar muy concentrado en sus propios pensamientos. Y, aunque, pasa solo por un segundo a mi lado, observo que sus ojos están rojos e hinchados. ¿Ha estado llorando?

—¿Ese no es el chico que casi arrollas hace como dos semanas?

—Sí, es él.

—¿Acaso lo conoces? —Mi amiga levanta ambas de sus cejas mirándome con curiosidad. Hay un rastro de algo en sus ojos que no me gusta.

—Se puede decir que sí.

—Tienes mucho que decirme, Kristel, y quiero que me des cada detalle.

...

—¡¿Qué estás haciendo?!

Dejo caer la crayola verde que sostenía en la mano y bajo la mirada, sin poder mirarla a los ojos.

—Dibujar —susurro, en un hilo de voz.

—¡No debiste tomar eso! —Mi madre camina dando zancadas en mi dirección y me arrebata la libreta de dibujo que tenía enfrente de mí. —¡No es tuya!

Ella se ve furiosa. No puedo comprender por qué está tan molesta, pero me hago pequeña en mi lugar mientras ella hojea la libreta y su cara se distorsiona cada vez que pasa la página.

—¿A caso coloreaste sobre estos dibujos? —Su voz sale ronca y baja, como si estuviera decidiendo entre explotar de enojo o llorar —Son los dibujos de tu hermano. ¿Por qué lo hiciste?

—Solo quería terminar los que no acabó.

Lucas, como cualquier niño de cinco años, amaba dibujar. Se pasaba el día entero garabateando en su libreta, era su forma de interactuar con los demás. Él hacía retratos de cada persona nueva a la que conocía, por lo que siempre cargábamos con nosotros lápices de colores y hojas. Sus libretas, que son muchas, están llenas de dibujos de niños del jardín de niños, maestros, personas de la calle y claro, dibujos nuestros.

Desde que Lucas murió, no hay risas en toda la casa, sus llantos fueron reemplazados por los llantos de mis padres, todo lo que queda de él son sus cosas; juguetes, dibujos y fotografías. Mi única forma de sentirlo cerca últimamente ha sido ver sus dibujos e intentar hacerlos yo misma, algunos, que quedaron incompletos, los coloreo para completarlos.

—¡No puedes tocar sus cosas! —Mamá explota en llanto y voltea el rostro para que no la mire llorar una vez más. —Esto está mal, Kristel. Hiciste muy mal.

Aprieto los labios para no acabar llorando junto a ella. No deseaba hacerla infeliz, lo único que quería era volver a sentir a Lucas cerca. Han pasado meses desde el accidente y se sigue sintiendo como que fue ayer, cada día se siente como entrar a un agujero cada vez más profundo.

—¿Qué está pasando aquí?

Papa entra 'por la puerta de mi habitación y ambas volteamos a verlo Me estremezco de inmediato porque, si mamá no se molestó del todo por esto, papá definitivamente lo va a hacer, y mucho. Me levanto de la cama y pego la espalda a la pared. Papá me mira con el ceño fruncido, sin comprender.

—Esto pasó —ella le entrega la libreta y, por un segundo, él la observa con confusión. —Kristel rayó sobre los dibujos de Lucas. —Mamá sorbe su nariz y se abraza a él.

Empiezo a temblar cuando papá se acerca a mí apresuradamente y me jala del brazo tan fuerte que caigo al suelo. Me suelto a llorar y le pido, gritando, que me perdone.

—¡Te dijimos que no tocaras las cosas de tu hermano! ¡Eres una malagradecida!

—N-no quería hacerlo, p-papá, por favor, p-perdóname —La voz me tiembla en cada palabra.

Me repito una y otra vez que papá no es así. Él siempre fue un buen padre, el tipo de padre que prepara el desayuno cada mañana, aunque esté cansado por trabajar, el padre que me deja en la puerta de la escuela sin falta cada día, el que me abraza y besa cada noche antes de dormir. Ése era mi padre, éste, enfrente de mí, el que apareció luego de la muerte de Lucas, no es el padre que yo conozco.

Las lágrimas me caen sobre las manos y me agacho, arrodillada y con la cabeza sobre el suelo. Todas las alarmas suenan en mi cabeza. Cada día él parece más molesto y triste, ya no es el mismo, es hostil, indiferente, y me da esa mirada, como si se preguntara por qué fue Lucas quien murió y no yo.

—Tienes tantas cosas para ti misma y solo te dedicas a arruinar las cosas de tu hermano muerto —gruñe y sus manos se vuelven un puño —No eres la hija que yo críe.

Estallo rogándole que me perdone. Necesito su perdón, él no puede odiarme, él no debería odiarme.

—¡Cierra la boca!

Levanta la mano en el aire y la impacta contra mi mejilla derecha. Mi piel se enrojece y dejo de llorar en cuento siento un líquido caliente en la boca. Hay sangre en mi labio y estoy tan sorprendida y aterrada que no me atrevo a decir nada. Papá me mira tan o más sorprendido que yo, retrocede alejándose de mí.

—Cariño... ¿qué hiciste? —Mamá corre a mi lado y me toma el rostro con ambas manos.

—Fue tu culpa —dice, con voz firme. —No debiste hacerlo y lo sabes. Tú lo provocaste.

Me levanto del sillón con las mejillas húmedas. Bonnie sale corriendo sobresaltada y se golpea contra el suelo al no poder pisar con su pata enyesada. Aprieto la tela en mis manos, aterrada. Esa fue la única vez que papá se atrevió a golpearme, pero sueño con eso tan seguido que se siente como si hubiera pasado mil veces.

Mi vida con el padre que me quedó después de Lucas ha sido más larga que mi vida con el padre que alguna vez conocí. Estoy tan acostumbrado a verlo molesto y decepcionado que se siente familiar, pero aún hoy, me aterra lo que veo en sus ojos al verme. La mirada que me dice que desearía que la muerta fuera yo.

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