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XVIII. Las potestades del mundo

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El viento sacudió los pétalos de las margaritas sobre la roca circular con el nombre de Lara. No se molestó en leer las fechas, habían perdido sentido para él e incluso si las leía, ¿qué cambiaría? ¿Por qué, aunque Lara había sido una de las personas más dulces y amables que había conocido en su vida, ahora estaba debajo de una roca sin color, un pedazo de nada? Memorias difuminadas. Olvidada para siempre.

«Perdón», pensó para él mismo, porque sabía que, si hablaba en voz alta, pensaría que esas palabras le llegarían, y él se rompería una vez más. Y no podía permitirse eso. Lo había prometido. A pesar de que cada día fuera como estarse ahogando, a pesar de que cada paso costara tanto, a pesar de querer dormir para siempre. Era demasiado tarde. Se sintió cansado de solo pensar aquello.

Se alejó del círculo de tumbas de la familia de Lara y descendió por la colina con un peso invisible en su espalda. No eran las mismas pequeñas potestades que solían colgarse de su ropa, era la sensación de saber algo, de que eso fuera certero, y no querer pensarlo en alto, porque se podría volver realidad...

Aun así, lo pensó. Ellos no volverían. Aquello no era un sueño.

Una mujer, la nieta de Lara, se acercó a él cuando bajó la colina, pero Evel no pudo escucharla, solo se detuvo, asintió a sus palabras mientras la mujer sostenía sus manos y luego siguieron como si las palabras dichas entre ellos tuvieran peso.

—Que Draimat te acompañe —dijo ella, pero Evel no creía en esas palabras.

Evel la miró. Estaba inclinada y agradecía su visita. Su despedida sonaba de corazón, pero por algún motivo, Evel no pudo decir nada significativo. No podía responderle con las mismas palabras que ella, porque sabía que ese mismo dios no haría nada por él, nunca lo había hecho para empezar. Kooristar y Sakradar lo habían llamado un dios falso, tal vez a eso se referían.

Pero deseaba que Lara hubiera tenido una vida feliz, y que en donde fuera que estuviera, fuera un buen lugar. Tampoco le dijo eso a la mujer, solo se inclinó y se dirigió a la carreta junto a su tío.

La niebla matutina de las lluvias de verano apenas dejaba ver algo a la distancia, así que los pensamientos de Evel volvieron a vagar entre las palabras que la potestad del rayo le había dicho un año atrás. Sakradar...

«Halthorn», pensó.

En la academia había descubierto suficiente información acerca de él, pero ¿qué era cierto y qué era falso entre los libros, los rumores y su percepción de él?

—¿Evel?

Mark lo sacó de sus pensamientos. Su voz sonaba clara por fin.

—¿Hmmm?

—¿Vas a volver a la academia o quieres quedarte unos días más? —preguntó Mark.

—Voy a pensarlo —dijo Evel.

Lo cierto es que no quería regresar aún. Había entrado apenas unos meses atrás a la Academia de Magos de Osvian, Osdier-tie-Magzu, en primavera. Había repetido los exámenes que habían causado todo, había recibido una carta similar a la que Lara le había dado con cariño y que había perdido, y aunque no había tenido una puntuación perfecta, había logrado quedarse ya que era una escuela relativamente nueva sin muchos alumnos.

No le molestaba estar en la academia, había pocos estudiantes y no tenía que compartir habitación, pero ese era el problema. Estaba siempre solo. Y estar solo lo obligaba a pasarse horas en la biblioteca buscando información sin hablar con nadie, o a pasarse en su habitación con un montón de pensamientos inundándolo. Estar en Berbentis no era mucho mejor. Era cierto que aliviaba un poco la soledad que sentía y el aire de provincia despejaba su mente, pero al mismo tiempo era inevitable recordar y pensar todo lo que había hecho mal al ver cómo había cambiado su hogar.

Necesitaba volver antes de que lo abrumara todo.

—¿Evel...? Sé que no soy tu padre. Solo quiero saber qué sucedió —dijo Mark sin verlo al rostro—. ¿En dónde estuviste todos estos años, Evel?

La pregunta tomó desprevenido a Evel y él desvió la mirada a la linterna del portón. La luz se dispersaba y se difuminaba dentro de la niebla. Era como si estuviera flotando en un mar oscuro, como si estuviera viendo el faro de una ciudad mientras navegaba en el mar con alguien más. Su cabeza dio vueltas, y negó varias veces para eliminar el recuerdo de Mosit.

Miró a Mark.

—¿Te sucedió algo relacionado con la magia?

—Sí —admitió—. Algunas cosas...

—¿Quieres...?

Mark no terminó la pregunta y Evel lo agradeció. «No te quiero arrastrar a mis problemas», se levantó de la carreta, sonrió un poco, y negó con la cabeza antes de apearse. Luego, ayudó a Mark a bajar. Mientras le ofrecía una mano, su mente regresó a Sakradar, a su despedida, a las palabras de la potestad y a lo que Kooristar le había advertido. Sakradar le había dicho que solo habían pasado unos meses. ¿Se había ido porque sabía la verdad?

Incluso entre más lo había pensado, menos tenía sentido. Era algo que no había querido indagar, pero cuando se conocieron... Evel sabía que él había tomado la decisión de abandonar su hogar, pero quien lo había sugerido, quien le había advertido que su padre moriría a pesar de que eso no sucedió en el tiempo previsto, quien le había dicho que lo acompañaría a buscar una cura había sido Sakradar. Sí, quizá Evel decidió entrar a He-Sker-Taín y había causado todo aquello, pero Sakradar... Él le había mentido.

Se detuvo en seco y Mark también, un escalón más arriba y cerca de la linterna del portón.

—¿Evel?

—Halthorn —susurró para sí mismo

—¿Qué dijiste, Evel?

¿Eran la misma persona? No. ¿Eran el mismo demonio? ¿Halthorn y Sakradar?

—Halthorn —susurró una voz en respuesta y luego rio.

Evel retrocedió y buscó a la voz a su alrededor. Entonces, miró a sus pies. Había una potestad viscosa y oscura, plana, que comenzó a cubrirlo.

—Halthorn, Halthorn, ¿em secuchas?

Evel tragó saliva, retrocedió, pero la masa no lo soltó. Evel decidió preguntar:

—¿Quién es Sakradar?

—¿Sakradar?

La potestad rio, pero no respondió y siguió trepando por la pierna de Evel. Él alzó un pie y lo sacudió, pero aquella masa de potestad se adhirió más. Evel volvió a retroceder, pero tropezó y cayó sobre su retaguardia.

—¡Halthorn! ¡Halthorn! —exclamó la potestad.

Evel pataleó y usó las manos para apartarla, pero no sirvió, cuando alzó la cabeza, Mark corrió con la linterna hacia él. La potestad abrió dos ojos blancos y miró en su dirección.

—¡No! —gritó Evel y alzó una mano para que Mark se detuviera.

—Evel, ¿qué está sucediendo?

Evel cerró los ojos, sus brazos se calentaron, la niebla se agitó en formas de remolinos a su alrededor hasta despejarse un poco, y dirigió el agua a la potestad, el hielo comenzó a crecer lentamente sobre la potestad en sus pies. La potestad aulló de dolor y retrocedió. Duró poco, la punzada atravesó su cráneo en aquel instante, y mientras la potestad se replegaba, el frío invadió el cuerpo de Evel. Los cristales comenzaron a crecer alrededor de sus piernas.

Evel gruñó, Mark se acercó, pero Evel alzó la mano de nuevo. Debía hacerlo solo, necesitaba hacerlo solo. Trató de usar de nuevo su magia, pero no cosquilleó en sus dedos, ni siquiera calentó su sangre, solo punzó con fuerza. Mark terminó por acercarse con la mirada llena de terror.

—¡Evel! —gritó Mark.

—Está bien —dijo Evel con la voz ronca.

—¡No, Evel!

Evel apretó los labios. Trató de nuevo usar su magia, pero en lugar del calor característico, sintió escalofríos, y hielo, como si hubiera agujas atravesando su piel.

—Necesito... —comenzó Evel, pero calló, su garganta ardía.

Mark lo miró sin entender a qué se refería, pero cuando llegó la siguiente ola de escalofríos, Evel se estremeció y colapso de lado en la tierra. Pudo escuchar a Mark gritando por ayuda, pero su visión se tornó borrosa. Pasó un minuto, una hora, no estaba inconsciente. O tal vez sí, porque solo podía ver eran manchas oscuras, borrones de luz yendo de un lado a otro, voces chirriantes en su cabeza. Casi creyó que estaba en el pasado, cuando le crecieron cristales en las manos. Pero aquella vez, dolía de verdad y no había memorias que apaciguaran nada. Quería que todo el mundo se callara. Quería silencio. Quería que el dolor se detuviera.

«¿Cuál es el sentido de todo esto, Evel? Solo desperdiciaste el tiempo. Sigues desperdiciando el tiempo», se dijo a él mismo y se permitió cerrar los ojos, porque era lo único que sabía hacer. Ni siquiera había podido llegar a tiempo...

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—Perdón, Evel —dijo Sakradar.

Era él. El mismo rostro pálido, el cabello negro, la vestimenta de traje, los botones plateados. Evel se quedó quieto, y Sakradar dijo:

—Si tienes suerte, jamás nos volveremos a ver.

Acto seguido, se deshizo en una masa negra y fue hacia él. Evel vio su reflejo entre esa mancha y comenzó a hundirlo lentamente. De inmediato abrió los ojos, y se incorporó en silencio. Tuvo que repetirse varias veces que solo se trataba de una pesadilla, hasta que por fin escuchó los murmullos y las voces fuera de su cuarto.

—Su magia es demasiado inestable con su estado justo ahora. En la academia podemos ayudarlo y monitorearlo —dijo la voz de un hombre—. No sé cómo pudieron hacer esto...

»Dejar a un mago así de solo... lo único que sucederá con su magia si sigue así será una tragedia.

—Lo lamento.

La voz de Mark estaba llena de culpa, al escucharla, la garganta de Evel se cerró y dejó un regusto amargo en su boca. Plegó sus piernas a su pecho. Tragedia. Sí, quizá esa era la palabra que Hok había tenido en mente cuando se dio cuenta de que su magia no era lo que él esperaba para la familia Berbentis.

—Eso dígaselo a él. Si nos hubieran notificado antes en lugar de que las cosas llegaran a esto... —dijo el hombre y luego suspiró—. Sé que fue difícil para su familia en estos años, pero confíe en el gobierno. Las cosas cambiaron para los magos en Osvian, y solo queremos ayudarlo.

—Perdón —repitió Mark—. Creí que era lo mejor para él.

—¿Dejarlo lidiar a él solo con todo eso? —preguntó el hombre con sorna—. Incluso si es el caso para ustedes, el estado mental de un mago es frágil, mucho más para alguien que ha crecido así...

—Volvió a Osvian hace poco —explicó Mark—. Acostumbrarse y saber sobre su padre ha sido difícil... No podía presionarlo para hacer lo que ustedes dicen.

Fue extraño escuchar a Mark decir eso, ni siquiera estaba seguro de si aquello era verdad, pero ¿era por eso que su magia era extraña? Sabía que no del todo. Sabía que incluso admitía la verdad en aquel punto, si decía que su magia era la de un mago de Sarkat y no la de un mago común, nadie le creería. Mucho menos si hablaba de las potestades.

—Es por eso que era importante que nos notificara de su estado y todo esto antes —dijo la voz del hombre—. Así no le hubiera atacado un demonio.

Evel decidió levantarse, pero no caminó hacia la puerta, fue a sentarse a su escritorio y miró afuera de la ventana.

—¿Es necesario que regrese de inmediato?

—Señor Berbentis, él debe regresar a la Academia para poder ayudarlo, tiene que poder controlarla o tendremos que quitarle su magia de manera permanente —dijo el hombre y añadió—. Él podrá elegir, pero cualquier opción es mejor que quedarse aquí justo ahora.

Los pasos se alejaron de la habitación, y la perilla chirrió antes de que Mark entrara a la recámara. Evel lo miró y Mark dio un sobresalto, luego cerró la puerta con cautela.

—¿Evel? Se supone que... El doctor acaba de decir que ibas a estar inconsciente todo el día de hoy.

Evel sonrió un poco sin mirarlo a los ojos, la expresión se borró de inmediato y dijo:

—No fue un demonio. Esas cosas no existen.

La expresión de Mark se suavizó, y se acercó hacia él.

—¿Entonces? ¿Qué fue esa cosa? ¿Qué te sucedió?

Evel desvió la mirada a su mesa.

«Es la única familia que tienes, Evel» se dijo. Apretó los labios. Por eso mismo quería no decirle, por eso mismo quería confesar todo. Eran contradicciones. Pero de todas formas le debía una explicación por todo lo que había pasado.

—E-era una potestad —dijo Evel.

Mark lo miró con confusión, pero siguió escuchando a pesar de todo. Su tío siempre había intentado escucharlo.

—Son espíritus que tienen magia y que la necesitan para vivir —continuó Evel—. Creo... Están en todo el mundo y han vivido más tiempo que nada, pero siempre han acompañado a la gente de Sarkat. Solo ellos pueden verlos.

Mark frunció más el ceño, y Evel aguardó a que dijera algo, a que lo regañara o que le dijera que había leído muchos cuentos. Pero preguntó algo que Evel no esperaba.

—¿Estuviste en Sarkat todo este tiempo?

No cuestionó lo que había dicho, ni siquiera preguntó más acerca de las potestades, como si aquello fuera algo común, pero la mirada en sus ojos le indicó a Evel que quizá quería saber más. Evel abrió y cerró la boca sin saber qué decir exactamente. Mark se sentó a su lado.

—No —dijo Evel—. No estuve en Sarkat.

—Evel, ¿por qué te atacó ese dem-... potestad?

Evel miró sus manos, a la cicatriz rosada de los cristales que para él había sucedido un año atrás, pero que en realidad había sucedido hace años. Tal vez era mejor decirlo todo.

—No estoy muy seguro... Siempre me han buscado —admitió Evel—. Pero esta vez fue distinto... creo que tiene que ver con mi compañero de viaje.

—¿Tu compañero de viajes?

—Me convenció de irme de Berbentis cuando Hok enfermó.

Inhaló profundo y exhaló. No podía seguir haciendo aquello, no podía huir ante el mínimo problema, no quería hacerlo. No quería seguir ocultando tantas cosas si estas afectaban así a las personas que quedaban en su vida. Le importaba a Mark.

Seguramente, tanto él como Hok lo habían buscado por años, seguramente cuando pensaron que estaba muerto lloraron. Miró a Mark directo a sus ojos, deseó que aquello no fuera una decisión tonta y le contó todo lo que pudo.

Aquella noche transcurrió en palabras que hicieron que Mark se aferrara a la silla para no caer, en palabras difíciles de pronunciar y de explicar, y que se volvían fragmentos de espejos en el suelo cuando la expresión de su tío cambiaba. Pero era la verdad, era lo que Evel necesitaba explicar. Era dura, difícil de digerir, pero si contenía todo aquello, su magia causaría más problemas. Necesitaba que supiera a lo que se enfrentaba, no de la misma manera que Hok, pero de la manera que Evel entendía todo.

Nada había sido justo para Evel si lo miraba atrás. Quería odiar a Alek por tener una vida normal después de todo lo que le había hecho pasar cuando él también tenía su edad. Quería odiar a Mark por su indiferencia al ver todo lo que sucedía. Quería odiar a Hok porque jamás trató de entenderlo, por lo que había hecho y por pretender que sabía lo que hacía. Quería odiar a Sakradar por todo. Pero Evel no pudo, y siguió contando todo lo que había hecho.

«Fui un tonto».

Mark se llevó una mano a la frente cuando Evel terminó de hablar y no lo miró a los ojos. Evel suspiró porque se sentía aliviado de que, por fin, pudiera hablar con alguien. Y aunque deseó que Hok y Lara hubieran estado ahí para escuchar, se conformó y por fin, después de mucho sintió que podía respirar con tranquilidad.

Para aquel punto de la noche, había algunas pequeñas potestades en forma de esfera recostadas unas contra otras cerca de la ventana. Mientras aguardaba a que su tío le dijera que lo que había hecho estaba mal, mientras aguardaba a que su tío decidiera que era mejor que se deshicieran de su magia, Evel supo qué era lo que quería hacer, lo que debía hacer...

—Evel... —llamó su tío.

Evel aguardó el regaño, o el sermón, pero en lugar de eso, Mark lo abrazó. Evel se quedó estático hasta que Mark dijo:

—Gracias a Draimat que regresaste, gracias a Draimat que estés bien.

Los ojos de Evel se humedecieron y devolvió aquel abrazo... Había olvidado de nuevo que su mundo no era el mismo que cuando partió.

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Una semana después, había regresado a la academia de Osvian como habían acordado con los magos y los médicos que trabajaban ahí. Solo para supuestamente estabilizar su magia. Era periodo vacacional, por lo que solo había algunos estudiantes entre los pasillos —aquellos que no podían volver a casa o que no tenían a donde volver—, y algunos maestros que de vez en cuando acudían a estudiar o a preparar sus clases para el siguiente semestre.

Volver ahí, a la soledad de una pequeña recámara después de lo que había pasado en la última semana, después de hablar confesarle a Mark todo, y después de decidir qué era lo que haría fue asfixiante. Por eso, evitó lo más posible estar en su cuarto y se encerró en la biblioteca para investigar sobre Halthorn, sobre la magia de Sarkat y para escribirle cartas a Mark, y a sus sobrinos.

Como siempre, no habló mucho con otros estudiantes. Incluso si los pocos que había en la academia lo invitaban a sentarse a comer con ellos, incluso si le hacían preguntas, Evel solo asentía, respondía lo necesario y escuchaba lo que los demás decían. Escucharlos era mejor, al menos podía olvidarse un poco de todo. Sin embargo, nunca aprendió sus nombres.

El nombre de Halthorn aparecía en casi todos los libros que hablaban sobre Draimat, en los de mitología, en los de historia, en ficción. Tal vez debió leer más ese tipo de libros cuando era niño, pero no era demasiado tarde. En cada uno de esos libros, el autor le daba un nombre distinto al demonio que Draimat derrotó: Halthorn, Sombra, El demonio de mil caras... Nadie más lo conocía como Sakradar. Muchos lo describían como un ser despreciable hecho de sombras que devoraba la magia, el alma y la vida de las víctimas que habían hecho un trato con él. Además, destruía todo a su paso para intentar derrocar a Draimat.

Otros mencionaban cómo había luchado contra Draimat por el mundo y cómo destruyó civilizaciones enteras, incluida Sarkat. Encontró también libros de los últimos treinta años que hablaban acerca de cómo las iglesias de Draimat habían tratado cazarlo sin éxito desde que reapareció en el mundo.

Al leer todo eso, Evel no supo cómo sentirse. Era cierto que no sabía mucho de lo que había pasado en el mundo en los años en los que estuvo dentro de He-Sker-Taín, pero si Halthorn era Sakradar, él había vivido todos esos años de esa manera... ¿Por eso Evel no lo había encontrado en la isla cuando lo buscó? ¿Había vivido esa otra vida sabiendo cuánto tiempo había pasado? Cerró el libro.

Aquella noche, no pudo dormir y siguió buscando artículos de viejos periódicos que mencionaran aquello, pero no encontró mucho más, solo que quienes trataron de cazarlo habían muerto. Y mientras más leía no dejó de preguntarse si todo aquello era verdad, o solo había sido el intento de Sakradar por encontrar a su hijo. ¿Su hijo era humano siquiera?

Evel dejó los artículos, regresó los libros a sus estantes y caminó hacia su habitación en silencio. Las luces de la academia a esa hora ya estaban apagadas, así que hizo un sortilegio y una luz se formó entre sus dedos. Pensó que gastar su magia así lo ayudaría a dormir en la noche, pero cuando fue a acostarse, pensó en las palabras de Sakradar: «Vuelve a casa y vive una vida larga, próspera y feliz. Si tienes suerte, jamás nos volveremos a ver, pero si me necesitas...». ¿Y si él mismo no había entendido que habían pasado treinta años? ¿Y si no le había mentido? Le había dicho que era peligroso que lo acompañara, ¿era por todo eso?

A la mañana siguiente, fue por algo para que el sueño no le pesara, desayunó y volvió a meterse en la biblioteca el resto del día. Encontró un libro viejo de páginas amarillentas y con olor a humedad que hablaba sobre Sarkat. Describía una vieja historia de un rey que junto a algunos magos encerraron a Halthorn luego de una extensa batalla. No se explicaba por qué había sucedido la batalla, era una historia sencilla después de todo, pero finalizaba con las siguientes palabras:

«Cuando el reino de Sarkat caiga, será bajo las garras de la oscuridad, el demonio de las mil caras se librará de sus cadenas para devorar el mundo. Haz de atrapar ese demonio».

Pero no había ni un solo libro acerca de cómo deshacerse de su influencia, o sobre cómo estabilizar su magia, solo libros de cómo destruir demonios. Evel suspiró. Por un lado, estaba frustrado porque quizá no podría lograr lo que quería, pero por otro estaba aliviado. ¿Cuánto tiempo había vivido Sakradar? ¿Por qué lo había ayudado después de todo lo que había vivido? ¿En dónde estaba en aquel momento?

Cerró el libro, lo dejó en su lugar y decidió salir a despejarse. Jamás había visitado la biblioteca en Osvian, por lo que parecía una buena oportunidad. Eso y que quería enviar algunas cartas a su tío. No quería que se preocuparan por él mientras estaba fuera, pero los entendía. El único problema es que no sabía si debía decirles sobre su plan...

Su plan era su forma de disculparse con Hok, su forma de mostrarle que se había equivocado respecto a su magia, era la forma de proteger a Sakradar y de mostrarle que estaba molesto y quizá también de estabilizar su magia. Era algo que quería hacer. Sabía que Mark y Alek dirían que era venganza si se enteraban, pero Evel no pensaba lo mismo. No había nada por lo cual vengarse.

Salió de la academia, se colocó la capa obligatoria para todos los estudiantes de magia, y luego salió a las calles de Osvian. El sol de verano calentó su rostro después de días de pudrirse en la biblioteca y pensó en regresar a la academia solo por eso. Al final, se obligó a avanzar y caminó por las calles siempre pobladas de Osvian.

Mientras andaba, notó que una potestad caía ingrávida frente a él, y antes de que una gaviota la atrapara entre su pico, Evel alzó las manos y la refugió. Se detuvo en una sombra y al verla, encontró una pequeña potestad como una pelusa blanca con ojos negros, dos orejas y una pequeña boca. Casi parecía un conejo si no fuera por su tamaño y su redondez. Evel la dejó encima de un macetero y susurró:

—No deberías estar en la ciudad, es peligroso —dijo.

Y cuando Evel se alejó y miró sobre su hombro la pequeña potestad ya no estaba ahí. Suspiró. Así se iba una gran parte de sus días cuando salía de la academia. Terminaba salvando potestades de que fueran comida de gaviota o de que las aplastaran, a veces terminaba huyendo de vuelta a la academia si había alguna sospechosa y sentía un leve sabor metálico en la boca. Al menos se mantenían alejadas de la academia, y suponía que era similar a la Isla de Magos en Sighart.

Cuando llegó a la biblioteca, sintió un cosquilleó en el cuello y cuando se dio cuenta, la pequeña potestad se estaba refugiando en su hombro. Evel suspiró. No tenía caso hacer mucho, igual no era una potestad peligrosa, pero decidió que la llevaría después al bosque o lejos de la academia.

Aquella biblioteca era casi diez veces más grande que la biblioteca en Berbentis. Tenía varios pisos y varias salas de estudio, y libreros tras libreros repletos. Una vez que se recuperó de su estupor, caminó entre los estantes y leyó cada uno de los títulos, a veces se detenía a tomar alguno y hojeaba, pero la pequeña potestad chillaba un poco y entonces recordaba lo que estaba buscando.

Buscó en silencio entre los estantes hasta que una mujer se acercó a él.

—¿Buscas un libro, muchacho? —preguntó ella.

Evel miró los libros frente a él.

—Mmmm, estaba buscando algún libro de mitología o de magia —dijo sin verla directo a los ojos.

Cuando por fin la miró, ella estaba pasmada, y Evel frunció el ceño. Por algún motivo, el rostro se le hizo familiar, pero no supo por qué. Ella borró de inmediato su sorpresa, sonrió y asintió hasta ayudarlo a encontrar el pasillo.

—Gracias —dijo Evel.

—Espera —dijo ella—. ¿Te conozco de algún lado? Te ves familiar, pero no es posible...

Evel frunció el ceño.

—No creo.

Ella rascó su cabeza mientras lo miraba de arriba abajo.

—En Berbentis... pero no es posible, él se fue hace mucho tiempo. Jamás regresó.

Evel frunció el ceño aún más, y ella extendió la mano.

—Issa —dijo ella.

El mundo se tambaleó frente a Evel, sus piernas también temblaron. Era ella... Después de todos esos años, era ella. Su única amiga en Berbentis. Bajó la mirada. ¿Por eso no la había visto en Berbentis? Bueno, tampoco había ido a la biblioteca para evitar que eso sucediera.

Issa aguardó con su mano estirada, Evel trató de componer la mejor sonrisa que pudo y estrechó su mano.

—Issa... —dijo Evel sin saber qué más hacer.

No supo qué decirle. Ella había vivido su vida todos esos años sin saber qué le había sucedido, pero de todas formas sonrió.

—Entonces sí nos conocemos —dijo ella y sonrió amablemente—. ¿Cuál es tu nombre?

Evel titubeó.

—Nantsu... —mintió Evel—. Nantsu Berbentis...

Los ojos de ella se iluminaron un momento al escuchar aquel apellido, ella asintió y lo que Evel creyó que terminaría ahí, continuó. Issa se inclinó, luego, lo miró con tristeza.

—Tu apellido...

—Mi padre —mintió Evel sin mirarla a los ojos—. Es el apellido de mi padre.

La sonrisa en los labios de Issa se volvió amarga, pero no cambió su expresión. Evel no necesitó escuchar las palabras en su boca para saber qué estaba pensado: «Está vivo. ¿En dónde estuvo todo ese tiempo?».

—¿D-dónde vive? —preguntó ella y luego rio—. Perdona por la descortesía, Draimat me va a castigar. Pero lo cierto es que tu padre y yo éramos buenos amigos, cuando se marchó me sentí muy mal por no ayudarlo y... sí...

»¿Tu padre es Evel Berbentis?

Evel se mordió la mejilla.

—Él... él murió —dijo Evel.

La sonrisa en el rostro de Issa murió por completo solo con esas palabras, había decepción y tristeza en su rostro, pero no dijo nada de eso. Volvió a componer su mejor sonrisa y dijo:

—Oh, lo lamento muchísimo —dijo ella—. Sé que esto es raro, perdón.

»T-te dejo aquí, Nantsu. Si necesitas mi ayuda... sí...

Dicho eso, ella lo miró por un buen rato como si quisiera memorizar su rostro y unos segundos después, se alejó de ahí. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, Evel ingresó entre los libreros, soltó el aire y se acuclilló en el suelo y cerró los ojos.

Su corazón se apretó. Las mentiras, aunque necesarias, no se sentían bien... dolían. Todo aquello dolía. El mundo había cambiado, la corriente había seguido, pero a él solo lo había asfixiado en el mismo lugar, congelado y estático. Si hubiera vuelto antes, si no hubiera entrado a He-Sker-Taín... No quiso seguir el hilo de pensamientos. Estaba agobiado. Cuando seguía aquel hilo de pensamientos terminaba de nuevo en el mismo sitio.

La pequeña potestad chilló débilmente y se frotó contra su mejilla. Evel abrió los ojos... No quería seguir ahí. Se levantó, se dirigió a la entrada con cuidado de que nadie lo notara, y mientras la potestad chillaba porque no se fuera, Evel solo siguió pensando en lo mismo de siempre, lo mismo que había pensado desde que entró y salió, desde que regresó, desde que todo había cambiado para él.

Era suficiente. Por más que se lo repitiera en su cabeza, por más que todos los días él mismo se lo recordara, decirlo no cambiaría nada. Lo sabía y lo sabía, lo sabía demasiado bien y no quería seguir con aquello.

Su vida perdida no regresaría así. Ya lo había comprobado toda su vida lamentándose por una casa en llamas y repitiéndose cómo era un peligro para todos.

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Antes del inicio del siguiente semestre, su magia se había estabilizado lo suficiente como para volver a casa por un tiempo y así lo hizo después de que obtuvo los permisos necesarios en la academia. Pidió un libro prestado a la academia, era el mismo que hablaba sobre cómo habían encerrado a Halthorn en Sarkat. Mientras iba en la carreta a casa, leyó más.

La historia hablaba sobre cómo tres magos de un linaje que solían lidiar con potestades corrompidas usaron toda su magia hasta estar al borde de la muerte solo para encerrar a Halthorn. También narraba acerca de cómo él había asesinado al rey previo para provocar una guerra y alimentarse de sus almas. Los magos lidiaron con él en lo que antes fue un templo para él y lo atraparon en una esfera de cristales de Odocanto. Lo llevaron al Templo de la Diosa Fukurai para que jamás volviera a dañar al mundo.

Aunque Evel seguía pensando que la historia era dramática y exagerada, no se explicaba por qué o cómo escapó, ni cómo lo encerraron. Pero aquello era un cuento. Y solo por eso, cuando regresó a Berbentis, decidió preguntar a aquellos que sabían de historias del pasado, de otras potestades y de los magos de Sarkat.

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No podía vivir ignorando aquello que nadie más veía toda su vida. No al menos si debía encontrarse con Sakradar de nuevo, no si quería vivir el resto de su vida en paz. Era, al final de cuentas, algo a lo que debía enfrentarse.

Por eso, al día siguiente al que llegó, le avisó a Mark, a Alek y a Hannia —la esposa de Alek—, que iría al bosque. Lo había pensado por mucho tiempo, todas las veces anteriores que se encontró con potestades y decidió pedirles algo o enfrentarlas habían salido mal. No podía actuar como todas esas veces, porque si algo salía mal su familia podía terminar pagando las consecuencias también. Por eso, les respondió cada una de sus preguntas y explicó lo que iba a hacer antes de pedir la llave al sótano.

Cuando Mark se la dio, lo miró fijamente y no la soltó incluso cuando Evel la tomó entre sus dedos.

—Evel... —dijo su tío—. Tu padre siempre trató de protegerte.

»Jamás lo hizo de la mejor manera, pero creyó que era lo mejor para ti.

—Lo sé —admitió Evel bajando la mirada.

El tiempo, y el cariño, todo lo que Hok había hecho por él no cambiaba el hecho de que la forma en que Hok trató de protegerlo de la magia, de los peligros y de que alguien descubriera que la poseía lo habían lastimado. Era cierto que no podía culparlo de las propias decisiones que él había tomado en su viaje, pero al mismo tiempo, Evel no podía seguir como si nada de lo que Hok había hecho no tuviera impacto en su vida. No podía pretender y recordarlo sin pensar en todas las veces que él lo vio como un peligro, por más que lo extrañara, por más que mirara la carta que le había dejado.

—No estoy de acuerdo con lo que hizo —dijo Mark—. Pero en esa entonces, el hecho de que no interviniera...

Evel suspiró.

—Lo que quiero decir es que debí involucrarme más al educarte —dijo Mark—. No te voy a prohibir que hagas magia, ni que tomes tus propias decisiones, pero si te voy a prohibir hacer cualquier cosa que te ponga en peligro.

Mark soltó la llave y Evel miró a Mark directo a los ojos. Quería asegurarle que todo estaría bien una vez terminara su plan, pero ni siquiera él estaba seguro de eso.

Una vez dicho eso, Evel se levantó de la mesa y caminó hacia el sótano que tanto había amado antes con el estómago retorcido. La pequeña potestad que había encontrado en Osvian y que no se había apartado de su lado desde entonces se frotó contra su oreja como para consolarlo. Evel inhaló y ensartó la llave sin saber qué era lo que esperaba ver.

Cuando abrió la puerta, lo recibieron los escalones de madera que había visto por última vez cuando Hok le puso brazaletes.

Descendió los escalones y fue directo hacia lo que buscaba. Se movió hacia una de las mesas, y buscó entre las cajas. Abrió una caja y un par de brazaletes rotos lo saludaron. Evel sintió el regusto amargo en su boca con solo verlos y los apartó para buscar los cristales que él mismo había hecho. Una vez los encontró, la pequeña potestad en su hombro brincoteó hasta saltar a la caja. Mientras caía ingrávida como pluma en el aire, Evel la atrapó, la colocó de nuevo en su hombro y guardó los cristales.

Una vez guardó todos los que pudo en su bolsa, miró a la pequeña potestad.

—¿Crees que sirvan para encontrar otras potestades? —le preguntó.

La pequeña potestad abrió sus pequeños ojos, los cerró y brincoteó. Evel sonrió un poco... Incluso si seguían dándole escalofríos y lo asustaban de vez en cuando, algunas potestades realmente eran muy bonitas, otras eran amables e incluso tiernas.

Evel subió las escaleras, cerró el sótano y regresó la llave a Mark antes de despedirse.

—Ten cuidado, Evel —dijo Mark.

—Si no regreso en unos días... —comenzó Evel y conforme la mirada de Mark se volvía severa, Evel borró la expresión sería de su rostro—. Volveré en la tarde.

Una vez dijo eso, se marchó en dirección al bosque, a través de los campos frutales, a través de caminos que recordaba de dos años atrás, o mejor dicho, de varios años atrás. La potestad en su hombro comenzó a tararear mientras caminaban por el bosque, y Evel pensó cómo lograría obtener información. Los magos comunes solían realizar invocaciones al trazar círculos, pero era una magia casi obsoleta. Para invocar demonios solían usar sangre, y aunque pensaba que se referían a las potestades, pensaba que el método que él había pensado probar funcionaría mejor... O eso esperaba.

Evel sonrió al escuchar la canción que la pequeña potestad cantaba, y aunque resultaba familiar, no la pudo reconocer. La tomó de su hombro y la miró directamente:

—¿Sabes quién tiene información de Sakr-... Halthorn? —preguntó Evel.

A pesar de que la potestad se detuvo un momento para escuchar su pregunta, al siguiente había vuelto a cantar y a girar sobre sí misma. Evel suspiró y la volvió a colocar sobre su hombro.

—Ten cuidado, si te pierdes aquí no voy a poder encontrarte.

La potestad siguió cantando y cuando repitió la melodía unas tres veces más, se calló de repente y solo se agitó mientras Evel avanzaba. Unos minutos después, cuando Evel encontró la cueva en donde había conocido a Sakradar, se detuvo en seco. Al menos no estaba solo.

Cuando miró a su hombro, la pequeña potestad ya no estaba ahí. Evel miró detrás de él, pero no se había caído, cuando regresó sobre sus pasos tampoco la encontró. Entonces decidió llamarla:

—¿Potestad?

Pero no hubo respuesta. Evel suspiró, su pecho se estrujo y contuvo las lágrimas. Solo esperaba que estuviera bien y viviera una vida a salvo. Regresó hacia la cueva y cuando llegó ahí, había una especie de cabra blanca con cuernos torcidos llenos de vides. Y sobre su cabeza, estaba la pequeña potestad blanca brincoteando y bailando.

—¿Buscabas a tu amigo? —dijo la cabra.

Evel corrió hacia la pequeña potestad y ella brincó hacia él. Evel la tomó entre sus manos y quiso aplastarla un poco solo por hacer eso.

—Te dije que tuvieras cuidado —regañó Evel.

La pequeña potestad chilló un poco y luego brincoteó. Evel miró a la cabra frente a él, y luego a la pequeña potestad. Lo había ayudado así sin más...

—Me dijo que buscas información de Halthorn —dijo la cabra e inclinó la cabeza—. Mi nombre es Berben, soy el guardián de este bosque. ¿Qué quieres saber de Halthorn?

Evel también la inclinó, no sabía si decirle su nombre, así como así era una buena idea después de lo de Sakradar, así que decidió preguntar.

—¿Sabes quién es Halthorn?

—Necesitas pagar un precio —dijo Berben y bajó la cabeza.

—Claro —dijo Evel y señaló su bolsa con cristales—. ¿Bastará con esto?

Los ojos negros de Berben se iluminaron con anheló y asintió.

Y tanto la cabra, como Evel y la pequeña potestad se sentaron afuera de la cueva. Evel le dio la bolsa con los cristales y tomó uno para la pequeña potestad, mientras lo rompía para dárselo, Berben respondió su pregunta.

—Halthorn vivió en mi bosque desde que llegaste a Berbentis —dijo Berben—. No me molesta que otras potestades entren aquí, pero siempre hubo algo extraño en él.

»Hasta hace poco supe por otras potestades viajeras que devoró Sarkat.

Evel frunció el ceño, ¿cómo sabía cuándo llegó él ahí? ¿Era porque era un mago de Sarkat? ¿Habían llegado al mismo tiempo? Evel le dio un fragmento de cristal a la potestad y preguntó a Berben:

—¿Sabes cómo salió de su encierro? ¿Por qué devoró Sarkat o cómo?

—Solo él lo sabe.

—¿Cómo lo encerraron?

Berben inclinó la cabeza para masticar un cristal, lo tragó y movió la cabeza arriba y abajo.

—Fueron magos de Sarkat, la magia de los Bangk —respondió la potestad—. Es uno de los viejos linajes de Sarkat.

Evel comenzaba a desesperarse de que no le respondiera exactamente lo que quería, pero mantuvo su compostura. Era la potestad que había guardado el bosque donde había crecido, debía ser cuidadoso si no quería molestarle... Después de todo, en ese bosque también abundaban leyendas de demonios.

—¿Cómo lo hicieron? ¿Qué tipo de magia usaron?

—Mmmm —dijo la cabra.

—Por favor... es importante, ¿cómo puedo encerrar a Sakradar? Puedo traerte más cristales.

—Los cristales son suficientes —aseguró Berben—. Si te doy la respuesta, ¿qué piensas hacer?

Evel no respondió aquella pregunta, hasta la pequeña potestad dejó de masticar y miró a Evel esperando una respuesta.

—Los libros con los sortilegios que usaron deberían estar en el Templo de Fukurai —dijo Berben y añadió—. Pero sé que ninguno de ellos sobrevivió por mucho después del sortilegio.

—¿Sabes si fue un sortilegio de exorcismo?

—No... debe haber sido otro tipo —dijo Berben—. Por lo que me contaron, estuvo encerrado en el Templo de Fukurai por un buen tiempo. Debe ser algo de los magos de Sarkat, no de magos comunes.

Evel meditó sus palabras. No era un sortilegio de exorcismo, eso tenía sentido, requería demasiada energía y era permanente, y Sakradar no parecía haber sufrido ese tipo de magia, sino, no tendría un cuerpo completo e incluso habría desaparecido.

Se rascó la cabeza y pensó en qué tipo de magia usaron.

—¿Drenaron su magia?

—Para encerrarlo, pero más que eso, fue una atadura. Había un mago que tenía ese tipo de magia en el mundo, pero murió bastante joven... Dicen que era de Sarkat.

Evel le dio otro fragmento a la pequeña potestad. Frunció el ceño. Era magia de Sarkat, exclusiva de ese país... quizá por eso nada de lo que recordaba de los libros tenía sentido. Pero si estaba en lo correcto, dudaba que fuera a lograrlo... No sabía mucho de su propia magia después de todo. Y estaba seguro de que fuera de Sarkat, no había ni un solo libro con la información necesaria para encerrar a Halthorn.

—Es mejor que no vayas, Evel.

Cuando Evel escuchó su nombre, alzó la cabeza y le pareció que la potestad sonreía. Las palabras se atoraron en su garganta, ¿lo conocía? ¿Cuándo le había dicho su nombre? Evel abrió y cerró la boca.

—Es bueno saber que estás bien, Evel —dijo Berben—. Puede que no nos recuerdes, pero nosotros sí te recordamos.

Evel frunció el ceño.

—¿N-nos conocimos?

—Tú a nosotros no, pero sí te recordamos, y recordamos tu nombre. Como cuando venías a atrapar sapos.

Evel desvió la mirada un poco avergonzado.

—N-no lo recuerdo.

—Vi a varias potestades tratando de ayudarte muchas veces a atraparlos, a algunas nos dijiste tu nombre —dijo Berben—. También las veces que subías a los árboles en la granja, siempre alguno de nosotros vigilaba que no te fueras a caer.

—¿E-en serio?

La potestad asintió.

—Es bueno que puedas vernos a todos por fin.

Evel abrió y cerró la boca.

—¿Por qué no podía verlos antes?

—Halthorn bloqueaba lo que veías para que tuvieras una vida normal. Estábamos de acuerdo, pero era un poco triste.

Evel escuchó con atención.

—A veces te veíamos solo, como si no quisieras regresar a esa casa, como si quisieras marcharte de ahí. Pero incluso si alguna de nosotras trataba de acompañarte, no nos podías ver ni escuchar.

»También cuando te estaban persiguiendo. Si no hubiera sido por potestades que controlan la lluvia, y las que distrajeron esos soldados...

Había un nudo en su garganta, pero trató de ignorarlo.

—Entonces...

—Siempre estuvimos aquí.

Evel miró a la pequeña potestad comiéndose los últimos fragmentos de cristal. No era a lo que se refería con ese «entonces», pero sonrió para que el nudo se deshiciera. Al final, cuando Berben terminó los cristales y Evel le preguntó lo necesario, y se despidieron.

—Estaremos aquí por si deseas hablar, Evel —dijo Berben e inclinó la cabeza—. También si necesitas capturar sapos. Y no es necesario que traigas cristales.

Evel asintió, se despidió con la mano y salió del bosque. Mientras Evel caminaba a casa, se dio cuenta de algo. Al final, tendría que abandonar Berbentis una vez más...

━━━━━━ ◦ ❖ ◦ ━━━━━━

La niebla matutina del verano helaba la piel, pero los rayos de luz se dispersaban bajo el sauce llorón, casi pensó que aquella luz solo la podría hacer una potestad... Evel se incorporó luego de dejar a Malva sobre la roca con el nombre de Hok. Se quedó unos minutos ahí, pero nada, no fue ninguna palabra nueva a su mente. Solo perdón y gracias. Sabía que era momento de dejar de hablarle a alguien que jamás volvería.

—Tengo que irme —le dijo por última vez—. Solo quería agradecerte...

»Adiós.

No dijo «Volveré», eso lo haría si regresaba a Berbentis, si alguna vez decidía volver. Y no miró atrás.

━━━━━━ ◦ ❖ ◦ ━━━━━━

Habían pasado algunos años ya, pero incluso después de idas y vueltas a la academia, aquella casa en Berbentis seguía pareciéndole ajena, como cuando regresó después de mucho tiempo. Había cosas que no cambiaban, como Mark sentado en la sala leyendo un libro o como el ruido de las aves, o los niños jugando, pero era distinto. Nada volvería a ser como cuando se marchó.

Se había graduado de la academia apenas unos meses atrás, y todos habían estado ahí cuando a Evel le dieron su broche y su capa blanca grisácea. Lo que en el pasado habría sido un momento inolvidable donde tal vez hubiera recibido una capa de otro color mientras Hok le ponía el broche, había sido un procedimiento más. Se sintió ajeno mientras Alek le colocaba en broche, se había sentido ajeno esos años en la academia, había elegido lo más común, lo más sencillo, algo que ya no era su sueño.

El silencio permeaba aquella casa, porque todos habían temido que llegaran esos días. Era momento de irse de Berbentis... Si volvería o no, no estaba seguro, pero lo pensaría después.

La pequeña potestad que había recogido años atrás dormía plácidamente en su cama, sin hacer ni un sonido y ocupando más espacio del que tenía cuando la recogió unos años atrás. Era gracias a ella, a otras potestades, a los médicos y a algunos profesores que su magia se había regulado. Era cierto que seguía agotándose, y dolía y necesitaba dormir por más horas de las necesarias, pero no era como aquella vez cuando salió de He-Sker-Taín, que ni siquiera podía contenerla dentro de él.

Después de ordenar sus cosas en su cuarto y empacar las últimas maletas, un olor conocido inundó su nariz y decidió ir a la cocina. Frunció el ceño. No era posible que alguien conociera esa receta... Cuando llegó a la cocina, vio cáscaras de naranja en una mesa, y a Alek mirando una olla en la estufa.

Evel lo miró por un buen rato. Incluso después de todos los años que habían pasado, Evel jamás intentó hablarle a Alek. Las cosas que habían sucedido en el pasado y que Alek recordaba de vez en cuando, para Evel era difícil olvidarlas... Entendía que trató de mejorar, pero eso no cambiaba nada.

Aun así, decidió entrar a la cocina y hablar:

—¿Sabes hacer mermelada?

Alek dio un respingo y luego suspiró aliviado al ver a Evel en la puerta, sonrió y le hizo señas para entrar a la cocina antes de regresar a su labor. No era solo el pasado, su apariencia también era un motivo por el cuál prefería evitar hablar a solas con él.

El olor a cítrico flotaba por toda la cocina, y Alek explicó:

—La estoy haciendo para que te lleves un poco. Lara me dijo que te gustaba mucho —dijo él—. Me enseñó a hacerla antes de que falle...

—Mmmm —dijo Evel interrumpiendo sus palabras, no quería recordar aquello—. ¿Te queda igual que ella?

La pregunta que había pensado para que no dijera esas palabras salió diferente a lo que esperaba.

—Perdón —se disculpó de inmediato.

—No te preocupes —dijo Alek.

Se quedaron en silencio y él continuó girando la cuchara. Evel se dio la vuelta para irse, pero justo en ese momento, Alek sacó la cuchara y se la tendió a Evel. Él la tomó sin entender, pero antes de poder replicar, Alek se había dirigido a la puerta de la cocina y la cerró. Luego, lo miró con los mismos ojos que Hok y preguntó:

—¿Es necesario que te vayas otra vez, Evel? ¿Por qué? —preguntó—. Si es por lo que pasó... Eso...

Evel apretó los labios y desvió la mirada. Incluso si sabían algunas cosas, no podía contarle los detalles por completo.

—Trataré de volver —dijo Evel, pero sabía que aquella promesa era una mentira.

Ni siquiera estaba seguro de querer volver a Berbentis.

—¿Es por mí? —preguntó Alek—. Mira, sé que lo que te hice estuvo mal. Todos los días desde que te fuiste no paré de recordármelo.

»Si hubiera sido bueno contigo, ¿crees que nada de esto habría pasado? —preguntó Alek.

Evel no pudo responder, porque la voz de Alek comenzaba a romperse.

—¿Crees que yo lo iba a saber? —preguntó Alek—. Era joven. Papá te hacía más caso a ti que a mí, siempre estaba enseñándote solo porque tú tenías magia... Pero ¿yo qué?

Alek respiró profundamente.

—Si es por eso, perdón —dijo Alek y añadió—. Esta es tu casa también, y puedes vivir aquí... Debí decirte eso en esa entonces y no ahora.

—Alek...

Evel dejó la cuchara en la mesa y se dirigió a Alek, pero en lugar de decirle nada más, solo abrió la puerta de la cocina.

—Te perdoné hace mucho —dijo Evel sosteniendo la puerta y sin mirarlo al rostro—. Pero...

Pero no podía olvidar, no podía pretender que todo estaba bien entre ellos, que lo que Alek había tardado treinta años en entender mientras maduraba, él lo había entendido y superado en tan poco tiempo. No dijo nada de eso.

—Volveré después, no te preocupes.

Salió de la cocina y mientras se alejaba, pudo ver de reojo cómo él se encogía en donde Evel lo había dejado, pero Evel no podía hacer nada por Alek. Hok quizá le hubiera dicho que superara todo eso y que se reconciliaran, pero él estaba muerto... Evel necesitaba seguir.

━━━━━━ ◦ ❖ ◦ ━━━━━━

Evel sostuvo su maleta con firmeza, su capa gris clara se agitó con el viento, pero era más decorativa que funcional, quizá nunca la usaría para ejercer. Mark, Alek, Hannia y los niños estaban todos en la puerta para despedirse de Evel, y la pequeña potestad a su lado no paraba de agitarse en el viento también.

—Ten cuidado en Setranyr, Evel —dijo Mark—. Ya sabes cómo son con los magos. Te empaqué otra capa por si acaso.

Evel le dio unas palmadas en el hombro y negó con la cabeza.

—Te he colocado un libro de hierbas medicinales de mi madre —dijo Hannia—. Para que puedas realizar tu trabajo y no tengas problemas con las traducciones en el norte.

Evel asintió.

—Pero Ev va a volver, mamá —dijo su hija.

—No te vayas —pidió el hijo de Mark, con ojos lloros y sosteniendo la capa de Evel.

Él les sonrió a ambos niños antes de acariciarles la cabezas. Se acuclilló para quedar a su altura y les dijo:

—Obedezcan a sus padres, estudien y coman bien —les dijo—. Si lo hacen, volveré pronto, ¿está bien?

—Más te vale cumplirlo, Evel —dijo Alek desde una esquina de la puerta—. Tienes que volver.

Aquellas palabras pesaron en Evel. Se mordió la mejilla, y les sonrió sin decir nada más. Evel se levantó.

—Tengo que irme o no alcanzaré transporte —dijo Evel.

—Cierto, cierto —recordó Mark.

—Niños —llamó Alek.

Los niños juntaron sus manos al frente, y los cinco dijeron al mismo tiempo a diferentes alturas:

—Que Draimat acompañe tu camino.

Aunque Evel había decidido jamás decir esas palabras de nuevo, quiso que aquella fuera la excepción. Sonrió y se inclinó también.

—Que Draimat los proteja.

Cuando se levantó, Mark lo miró entre sus ojos arrugados con tristeza, una despedida quizá para siempre, aunque ellos no lo supieran. Tal vez esa sería la última vez que se verían en aquella vida. Pero tal vez en otra vida, tal vez si Evel no hubiera nacido con magia y hubiera sido un hijo de sangre de Hok, tal vez, aquella despedida sería distinta. Evel se preguntó si hubiera preferido esa vida...

Evel les sonrió y se dio la vuelta hacia los campos. Sabía que atrás quedaba parte de algo que jamás recuperaría, algo a lo que había anhelado pertenecer por años, algo de lo que había huido, y había vuelto para alejarse una vez más. Pero era lo que debía hacer si quería una vida así en el futuro. Por más que había querido quedarse, no podía hacerlo, era demasiado doloroso y ajeno como para aceptarlo.

Ni siquiera se preguntó qué diría Hok... Decidió no hacerlo porque temía que aquello fuera a cambiar su resolución. Siguió avanzando hacia los campos, y sintió las miradas atrás que seguían viéndolo partir. Y pensó que era extraño que cada paso se sintiera como si estuvieran desgarrando su corazón.

—¡Cuídate mucho, Evel! ¡Te estaremos esperando! —gritó la esposa de Alek a la distancia.

Miró hacia atrás un momento, apretó los labios y alzó la mano para despedirse. Su garganta se apretó y sus ojos se nublaron.

Siempre había deseado pertenecer a esa casa, a Berbentis, a un lugar en concreto, no a su pasado. Mucho tiempo había pensado que había perdido todo cuando era un niño, pero en aquel momento lo supo con certeza: aquel era su hogar, siempre pudo pertenecer ahí, con todos, había amado ese hogar y lo había extrañado. Fue todo lo que había sucedido y su propia percepción lo que le había dicho lo contrario. Al mismo tiempo había pertenecido a Sarkat, todo ese tiempo... Esas dos ideas podían existir al mismo tiempo sin contradecirse, pero quizá para ellos, sería difícil entender.

Había mentido diciéndoles que iría al norte, pero no era precisamente al lugar que ellos creían. Al final, por más que amara un lugar, quería seguir un camino elegido por él mismo. Se dio la vuelta.

«Gracias por todo. Adiós».

Y mientras se alejaba, habló:

—Potestad —llamó a la pequeña potestad que para entonces ya había crecido al tamaño de un perro mediano y suplicó—. Protégelos.

La pequeña potestad se agitó en el aire, en una danza, se frotó contra la mano de Evel y se dirigió hacia la casa de los Berbentis para protegerla y a sus habitantes el resto de su existencia. Evel siguió su camino.

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