XVI. El regreso a casa
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"El luto es una herida que no sana. Es el sentimiento que te provoca ver polvo y arena acumulándose por siempre en tu hogar, en un hogar vacío donde ningún recuerdo volverá, en un lugar donde nada volverá a lo que era antes.
Solo queda avanzar, avanzar y avanzar hasta dejar de sentir, hasta que recordar no sea tan doloroso como vivir sin nadie en el mundo. Hasta olvidar que ya no hay nadie en el mundo a quien llorarle en el hombro.
Hasta que lo único que exista sean tumbas del alma de miles, tumbas del alma de mis sentimientos, tumbas del alma que jamás regresaran lo que arrebataron." —de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan.
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Evel caminaba cuesta abajo, solo, con pensamientos yendo y viniendo sin parar y a través de un montón de roca oscura con menos nieve que en la cima. Aquel no era un camino que guiara a Sighart, ni a Agroupe, era el camino de quienes abandonaban a la potestad de la montaña luego de perder sus recuerdos.
La potestad le había pedido que bajara por ahí para no regresar a Agroupe, para mantener su reputación —lo que Evel pensaba que era una tontería—, y para no tener que encontrarse con Sakradar... Evel suspiró. No estaba seguro de que aquello fuera una buena idea, y en realidad, ese último motivo no lo había convencido. Sakradar lo había encontrado antes, por lo que no sería difícil para él encontrarlo de nuevo. Librarse de él no sería tan fácil como pensaba la potestad.
Pero Evel no quería librarse de él. Ni siquiera le había hecho algo malo, lo había ayudado durante todos esos meses, lo había esperado, le había salvado la vida muchas veces más, le había enseñado magia y lo había protegido...
Lo único malo que había hecho era el cambio en su magia, pero para él, su magia había sido así toda su vida. Si él lo dejaba, ¿su magia sería diferente? Lo dudaba. Evel sacudió la cabeza y siguió descendiendo con cuidado hasta que el sol cayó por completo.
Alzó su mano y convocó una pequeña luz, luego buscó algunas ramas de arbustos, las juntó y trató de hacer una fogata. Jamás había encendido una, así que primero trató con dos rocas y no pudo. Ni siquiera intentó encenderla con magia y solo se encogió a un lado de ella en la oscuridad. Era un tonto.
«Volveré por fin», pensó y el sentimiento se instaló en su corazón. Su estómago se retorcía. Sabía que nada sería igual, que no podría quedarse. Tenía que enfrentarse a los cargos por usar magia y atacar soldados con ella, tenía que fingir ser un extraño si quería salvar a Hok, a Mark, a Lara y a Alek. Cerró los ojos y plegó sus rodillas a su pecho mientras veía la fogata apagada. Se preguntó si Hok lo desconocería como su hijo cuando eso sucediera, o si le reclamaría y le prohibiría usar magia el resto de su vida. Quería creer que la respuesta era no, pero Evel no sabía que esperar... además, de cierta forma lo merecía.
Al menos Hok sobreviviría y eso era suficiente para él.
El viento sopló helado en su rostro y Evel cerró los ojos.
—Vaya camino que elegiste, Evel —dijo Sakradar.
Los vellos en la nuca de Evel se erizaron. Por supuesto que no se iba a librar de Sakradar tan fácil. Lo sabía. Abrió los ojos y se giró para saludarlo.
—Hola.
—Traje más madera —dijo Sakradar y se sentó a su lado, colocó la madera en la fogata sin encender—. ¿No la encendiste?
Evel negó.
—No sé cómo.
—¿Con magia?
—No puedo usar magia de fuego.
—Lo sé, Evel. Lo sé —dijo él—. Pero inténtalo al menos una vez.
Sakradar le dio unas palmadas en la espalda, chasqueó los dedos y una flama se encendió entre sus dedos. Luego la dirigió hacia la madera, y aunque tardó un tiempo en encenderse por el viento, al final logró hacerlo.
—Fácil.
Sakradar sonrió satisfecho.
—¿Cómo te fue?
Evel miró el fuego por largo rato sin responder.
—¿Evel?
«¿Cómo me encontraste?» quiso preguntarle, pero en lugar de eso sonrió a Sakradar, abrió un poco su abrigo y sacó una de las plumas.
—Ya encontré una cura para papá.
—Puedes regresar a casa, Evel —dijo Sakradar con una sonrisa genuina.
—Sí.
Evel sonrió un poco, pero por dentro no sabía como sentirse cuando Sakradar dijo eso. «Tú no les debes nada ahora ni nunca... Estás lejos y afuera. Podrías regresar con la medicina e irte después», eso también se lo dijo Sakradar en Setranyr, eran palabras similares a la de la potestad de la montaña. ¿Cuáles eran las ciertas? Podía volver a casa... Apretó los labios en una línea.
Sakradar lo miró.
—¿Te pasa algo?
Sakradar le dio unas palmadas en la espalda de nuevo, agregó unas ramas a la fogata, y luego le dio algo envuelto en papel, era una especie de pan, le dijo que lo había tomado al dejar Agroupe, pero no le dijo de dónde ni cómo, como siempre. Evel comió en silencio y lo miró, no había ninguna señal que confirmara lo que la potestad del rayo le había dicho, quizá... tal vez podría irse con Sakradar después. Tragó el bocado de pan para que el nudo en su garganta se disipara.
—¿Por qué?
—¿Qué? —preguntó Sakradar distraído y luego miró al pan en las manos de Evel—. Porque necesitas comer, Evel.
—No, eso no... ¿por qué me ayudaste?
Sakradar sonrió.
—Ya te lo había dicho, ¿no? —dijo Sakradar—. ¿No lo recuerdas?
—¿Tu hijo?
—En parte —dijo Sakradar—. ¿Recuerdas que te dije que me recordabas a un amigo? ¿O ya estabas inconsciente?
Evel sonrió un poco, lo recordaba vagamente. Sakradar procedió a explicar.
—Tuve un amigo hace mucho tiempo que me recuerda a ti, Evel. Aunque claro que era menos impulsivo y más carismático.
Aunque Evel quiso quejarse, siguió escuchando en silencio.
—En realidad, no te ayudé en nada —continuó Sakradar—. Solo estuve aquí y ya.
Evel negó.
—Pero tú me ayudaste muchas veces. Muchas gracias.
Sakradar le devolvió la sonrisa y miró al cielo por largo rato. Evel estaba en lo correcto, Sakradar no quería hacerle daño, lo había ayudado durante todo su viaje, y si quisiera algo de él, como su vida o su magia, ya las habría tomado. La potestad del rayo se equivocaba, no era un demonio, era una potestad que había dejado de ser un humano, pero a pesar de todo, seguía recordando y mirando a las estrellas.
Evel sonrió para sí mismo, aliviado, pero a pesar de eso no pudo preguntar ni decirle más, no pudo escupir todo lo que sentía por volver a casa. Desvió la mirada y se echó sobre las rocas para mirar al cielo también.
Quería creer que todo estaría bien cuando regresara a casa, quería aferrarse a esa idea... Ayudaría a Hok, él no se molestaría, ayudaría a Sakradar a encontrar a su hijo, y luego regresaría a Berbentis a vivir una vida larga y tranquila. Era lo que quería hacer y lo que deseó mientras miraba el cielo, era lo que debía hacer para poder mirar el mismo cielo que todo el mundo.
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Caminaron por unas semanas a través del valle cercano a las montañas de Sighart y en dirección hacia Osvian. Siguieron la corriente del río hacia el oeste, y aunque el ruido del movimiento del agua no les permitió hablar demasiado mientras seguían al pie de las montañas, Evel se sentía de buen ánimo y Sakradar parecía feliz también.
Evel había decidido olvidar las palabras de la potestad del rayo, porque en aquel momento no parecían tener relevancia. Y aunque quería preguntarle a Sakradar sobre Sarkat o ese otro nombre, sabía que Sakradar no estaba involucrado en lo que había pasado, sino, algún libro lo mencionaría. Y aunque era cierto que se cansaba más rápido que antes con su magia, Evel sabía que eso había sucedido desde antes de conocer a Sakradar, con los brazaletes.
Después de andar por días entre bosques y bosques, Sakradar lo guio entre pequeñas colinas verdes con algunas casas típicas de los pueblos de Osvian. Caminaron a través de los pastizales, encontraron pequeñas granjas y ovejas por todos lados, y conforme más se dirigían al norte, Evel sentía su corazón agitado, porque estaba cerca de casa. Estaba aterrado, pero al mismo tiempo aliviado.
Llegaron a Garamond después de unos días, pero no se detuvieron y continuaron hacia Histra, y una vez ahí, sus manos se entumecieron de emoción. Evel intercambió los abrigos que la maga en Agroupe le había dado y los que Sakradar había conseguido por un poco de dinero, y luego de que Sakradar negociara todo el día con un granjero de Berbentis, encontró transporte.
Mientras Evel hablaba con el granjero, Sakradar se alejó y un rato después regresó con una capa en una mano, y una sobre su cabeza, con una mirada perdida, y con una mano oculta en su capa. Le dio la capa a Evel mientras el granjero estaba ocupado farfullando y alimentando a su caballo. Evel sonrió, antes de mirarlo de arriba abajo.
—¿Para qué la capa?
—Seguramente te estarán buscando —explicó Sakradar—. Necesitas ver a tu padre antes.
Evel le dio una mirada en blanco, no era eso a lo que se refería, pero luego de ver que Sakradar miraba a sus alrededores como si estuviera cuidándose de algo, Evel frunció el ceño y asintió lentamente.
—Vamos a casa, Sakradar —dijo Evel y se movió para hacerle espacio en la carreta.
Esas palabras... Evel lo vio. La boca de Sakradar se crispó un momento, y alzó ligeramente las cejas, pero no explicó qué estaba sucediendo, ni dijo nada más. El corazón de Evel se apretujó, y Sakradar miró al lugar por donde había venido. Evel miró ahí también, pero solo había una calle vacía. Jamás había entendido a Sakradar.
—No vas a venir conmigo —afirmó Evel.
Decirlo pesó en su pecho.
—Perdón —dijo Sakradar y bajó la mirada—. Es el momento de despedirnos.
Solo habían sido compañeros de viaje. Apenas se conocían. Pero le había salvado la vida. ¿Por qué se despedía así sin más? Después de todo lo que habían pasado... Evel negó con la cabeza.
—Prometiste venir conmigo.
—Prometí ir contigo, pero no regresar, Evel.
»No puedo ir contigo.
—¿Por qué? —preguntó Evel—. ¿Por qué no me dijiste antes?
—Vuelve con tu familia, Evel.
—Pero te prometí que te ayudaría a buscar a tu hijo.
Sakradar le alborotó el cabello.
—Siempre seguirás siendo ese niño en la orilla, ¿eh?
—¿Qué?
—Nada —dijo Sakradar—. No puedo pedirte que cumplas eso, es peligroso para ti, Evel. Ve con tu padre, Evel.
—Pero...
«Pero no quiero quedarme en Berbentis» pensó.
—Es mejor así, Evel. Es mejor así para ti.
¿Por qué sentía que de nuevo estaba en una pequeña casa rodeada de campos verdes? Un nudo comenzó a atarse en la garganta de Evel, apretó los labios y tragó saliva antes de preguntar:
—¿A dónde irás?
Casi pudo escuchar palabras que había querido olvidar, «No, no te preocupes, Nan-...»
—No te preocupes, Evel —dijo Sakradar.
Sakradar entonces desvió su mirada al puerto, a dónde las velas de los barcos pintaban el cielo como nubes, donde las gaviotas graznaban y sobrevolaban, donde las potestades flotaban en círculos o volaban para cazar aves pequeñas. Evel al mirar a Sakradar supo entonces que no lo entendía, que no entendía por qué hacía eso y se preguntó si era porque Sakradar era más potestad que humano, no... no era por eso y lo sabía, era simplemente que Evel no lo podía aceptar y ya.
Lo que Sakradar había hecho por él, sin pedir nada a cambio... ¿había sido un capricho? ¿Buena voluntad? ¿Algo más? No conocía a Sakradar, y dudaba que fuera a conocerlo bien después de aquello. Seguía siendo su amigo, pero Evel conocía tan poco de él que se preguntó si en realidad, Evel se había aprovechado de él en todo el viaje. Y ahora que estaban ahí, Sakradar parecía preocupado por algo. Evel sabía que no se lo iba a decir.
—Tengo que irme, Evel —dijo Sakradar.
—¿Y luego?
Sakradar lo miró con una sonrisa triste, luego suspiró y admitió algo que Evel no esperaba escuchar.
—Iré a Sarkat.
Evel frunció el ceño.
—No espero que lo entiendas, Evel. También es un lugar importante para mí.
—¿Nos... nos volveremos a ver?
Sakradar sonrió, no respondió y se dio la vuelta. Antes de que se alejara, Evel se apresuró a bajar de la carreta y cuando Sakradar miró en su dirección, Evel se inclinó por completo y luchó por mantener su compostura. Al menos esa vez...
—Gracias por todo, Sakradar —dijo con la voz a punto de quebrarse—. Y que tengas un buen viaje.
Al menos esa vez quería despedirse sin llorar, sin rogar porque se quedara o lo llevara con él.
—Cuídate, Evel —susurró Sakradar—. Vuelve a casa y vive una vida larga, próspera y feliz.
»Si tienes suerte, jamás nos volveremos a ver, pero si me necesitas...
Cuando Evel se incorporó, el viento impactó contra su rostro. Cerró los ojos y al abrirlos, Sakradar se había marchado para siempre. Fuera a dónde fuera, supo que jamás volverían a verse...
Evel trató de contener las lágrimas. Necesitaba contenerlas, no podía ser ese mismo niño de nuevo.
Se dio la vuelta, subió a la carreta junto al hombre, le dio el dinero y ambos se dirigieron hacia la salida de Histra, hacia Hirent y luego hacia Berbentis.
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El granjero lo dejó cerca del pueblo de Berbentis y aunque su corazón palpitó con fuerza cuando reconoció el bosque, los campos y la villa, también sentía como si algo faltara... Como si en realidad aquello fuera un sueño. Apretó los ojos. Estaba en casa.
Caminó dos horas más a través de los campos recién plantados de maíz, bajo un sol de primavera, y eso ayudó a que pensara en lo que diría, en lo que haría, en todo a lo que tenía que enfrentarse.
Cuando por fin llegó al pueblo, el ruido de la plaza lo inundó como un recuerdo de cien años atrás y se cubrió con la capucha para pasar desapercibido. Caminó por la plaza un rato tratando de reconocerla y para asegurarse de que sus memorias de Berbentis seguían intactas luego de dejar la montaña. Para su sorpresa y mala suerte, lucía diferente, las fachadas tenían otros colores o se veían demasiado viejas.
Cuando decidió salir del pueblo hacia el camino que lo guiaba a los campos hacia casa, todo se volvió confuso. Dio varias vueltas, pero solo se encontró con callejones sin salida, caminos bloqueado o nuevos caminos que no había visto antes... o que no lograba recordar. Al final, regresaba hacia la plaza para intentar con otro camino
Trató otro de los caminos, pero había más gente de lo común y no pudo llegar a ningún lado antes de engentarse. Se dio la vuelta, resignado y regresó a la plaza. Se sentó junto a la fuente, donde había algunas chicas de su edad que no recordaba, y unos niños jugando alrededor de la fuente.
Se llevó las manos al rostro y se restregó. A ese paso, tendría que preguntarle a alguien para llegar a casa, pero obviamente lo reconocerían al instante si lo seguían buscando. Era un tonto, debió pedirle a la potestad que le dejara sus recuerdos funcionales por lo menos...
Aunque en realidad, al mirar a la plaza, la estructura era similar a lo que podía recordar... solo era distinta. Como si la hubieran redecorado. Y los pasillos que recorrió antes solo se habían sentido más amplios. ¿Eso era efecto de perder recuerdos?
Antes de poder seguir pensando, algo helado impactó contra su mejilla, y se desmoronó en su capa. Entonces, Evel giró bruscamente y vio a uno de los niños ocultar sus manos detrás de su espalda. Lo supo al verlo, lo sintió en el aire. Era plena primavera y un niño le había lanzado una bola de nieve por accidente, tenía otra detrás de su espalda. El niño se acercó a él con la mirada gacha.
Evel buscó entre la plaza... Buscó ojos. ¿Alguien lo había visto? No. Su magia cosquilleó conforme el niño se acercó.
—Perdón, estábamos jugando —dijo y mostró la bola de nieve en su mano.
Evel abrió los ojos. No podía dejar que a ese niño le pasara algo. Evel se levantó deprisa, una punzada que se sintió como un golpe en el rostro y lo dejó aturdido. En su vista se dibujaron puntos oscuros y el calor en sus brazos llegó hasta la bola de nieve.
En un parpadeo, la nieve se derritió en las manos del niño, al siguiente, Evel se estaba sosteniendo del borde de la banca en donde se había sentado. Evel inhaló despacio para que el dolor disminuyera y miró al niño.
—No hagas magia en público... —pidió Evel con la respiración pesada—. Si alguien más se hubiera dado cuenta...
Lágrimas en los ojos del niño, ni siquiera lo terminó de escuchar antes de huir junto a su amigo lejos de la plaza. Nadie más lo miró, no había miradas sobre él. Evel suspiró, y cuando su cabeza dejó de sentirse pesada, y el dolor se disipó con el borboteo de la fuente, se levantó. Fingió estar lo mejor que pudo para no lucir extraño y caminó lentamente.
Decidió que era suficiente y que era momento de ir a casa, quisiera o no. Sin la capucha sobre su cabeza, se acercó a una mujer que vendía tomates en la avenida principal. Después de un buen rato esperando, la mujer le señaló el camino con una mirada curiosa y una amabilidad que Evel no esperó, que incluso pareció irreal. De nuevo se preguntó si estaba soñando, si estaba siendo manipulado por una potestad o si era efecto de la magia. Evel evitó mirar a los ojos, le agradeció inclinándose y ella inclinó la cabeza como respuesta...
Siguió las indicaciones de la mujer. Atravesó multitudes de personas paseando en una tarde de primavera, evitó soldados que recorrían por las calles, y se detuvo entre la gente al notar algo extraño.
Sacudió su cabeza para salir de su ensimismamiento, y caminó hacia una casa en ruinas en medio de todo el bullicio. Estaba completamente destruida, ignorada y vacía, eso no estaba ahí antes... era una panadería. El suelo estaba lleno de polvo gris, los ladrillos que bordeaban el perímetro lucían viejos, y quedaban algunas columnas manchadas por el fuego, ya no había techo. Parpadeó varias veces para asimilar aquella visión ennegrecida en un pueblo de luces y fachadas pintorescas.
Después de mirar por un largo rato, decidió marcharse antes de que los guardias lo vieran, y en su camino a casa, encontró varias casas así, un bloque entero al menos... ¿Qué había sucedido exactamente mientras estaba lejos?
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Aquellos campos que recordaba haber recorrido en soledad, aquellos campos donde solo había algunos granjeros de vez en cuando entre la hierba y en temporada de cosecha ahora estaban repletos de niños jugando, y a lo lejos, había más casas de las que recordaba, incluso los caminos de tierra estaban adoquinados ahora. Berbentis había cambiado mientras estaba fuera, pero aquella parte lucía especialmente desconocida para él... como si no estuviera regresando a casa. Y de pronto, tuvo una mala sensación que prefirió ignorar.
Avanzó a través de los campos, a través del punto, y observó sus alrededores. ¿Estaba durmiendo o por fin estaba en casa? Hasta He-Sker-Taín y la cueva de la potestad en la montaña se sentían mucho más reales.
Siguió caminando y por fin, al final vio su hogar alzándose en el horizonte. Evel apretó sus labios y avanzó. ¿Qué le diría Hok cuando despertara por fin? ¿Qué le diría Mark? ¿Y Lara? Suspiró, tal vez volvería a escuchar a Alek gritándole para que se marchara... No estaba seguro. Sentía como si hubieran pasado años desde que estuvo en casa.
Subió los viejos escalones de madera, y con cada escalón, escuchó un crujido familiar. Se acercó lentamente a la puerta, su corazón se aceleró. Se dio la vuelta y secó sus palmas en su capa antes de acercarse y tocar.
Aguardó con la brisa de primavera y el sudor en su cuello. La perilla repiqueteó, y la puerta chirrió y Evel encontró algo que no esperaba. Se tensó de inmediato.
Una niña de cabello rojizo y un niño con cabello oscuro asomaron sus caritas y abrieron la puerta. La niña intercambió una mirada con el niño. Evel parpadeó, retrocedió un paso sin pensarlo. Las palabras se atoraron en su boca.
—¿Es...?
Evel carraspeó.
—¿Sir Hok Berbentis ya no vive aquí?
Los niños intercambiaron miradas de nuevo y cerraron la puerta. Evel parpadeó varias veces ante la puerta y se rascó la cabeza sin saber qué más hacer. Conforme los minutos pasaban y la puerta no se abría de nuevo, los pensamientos lo inundaron. ¿Y si se habían ido? ¿Y si habían perdido la casa por su culpa? ¿Y si los habían arrestado a todos por esconderlo? Se llevó una mano a la frente y caminó de un lado a otro. Tal vez había buscado mal... Necesitaba ir a Osvian, al palacio del rey. Tal vez si se entregaba...
Pero antes de bajar de nuevo por las escaleras de madera, la puerta se abrió. Evel miró atrás, y una mujer de cabello rojizo recogido en trenzas le sonrió a Evel. Los dos niños se refugiaron detrás de ella, curiosos, pero sin duda, con miedo. Evel se acercó de nuevo, se inclinó en una reverencia, cuando se levantó, habló.
—Disculpe... eh, ¿sabe qué les pasó...? Digo, ¿sabe usted en dónde están viviendo los Berbentis?
La mujer abrió su boca y la cerró, miró detrás de ella y luego a Evel. Él apretó los labios ante su reacción, y su magia cosquilleó en sus dedos.
—¿Quién desea saberlo? —preguntó la mujer titubeando.
Las manos de Evel sudaron. Realmente no quería hacer eso.
—Busco a Sir Hok Berbentis —dijo Evel.
La mujer asintió para sí, miró al suelo y luego le sonrió a Evel. Dejó la puerta abierta y regresó al interior de la casa, y los niños la siguieron, pero Evel se quedó ahí, en la entrada. No podía entrar así como así.
Pero desde ahí, pudo oler una tarta y el olor de su mermelada casera favorita, la de naranja. Evel apretó los labios y trató de contenerse de entrar, trató de contenerse de entrar y abrazar a Lara como antes, de llorar sobre su hombro como un niño pequeño... Decidió aguardar.
Mientras estaba ahí, miró hacia los campos, la penumbra de una tarde de primavera caía suavemente, los grillos cantaron con la luz, y las ranas croaron como todos los años. A lo lejos, los campos se iluminaban lentamente por las luces ambarinas de las casas. Evel cerró los ojos, y el viento entre los cultivos siseó, las ramas de los árboles se mecían y había una sutil risa infantil. Era como la primera vez que había llegado ahí... cuando Hok lo llevó en carreta hasta casa, y él estaba dormido. Recordaba cómo lo cargaron, y la discusión entre Lara y Mark, por la decisión repentina de Hok, por su capricho.
Evel abrió los ojos... Por más que supiera la verdad detrás de esos recuerdos, no podía dejar de recordarlos con cariño. Si pudiera volver a aquel momento, lo haría, trataría de ser el hijo que Hok quería que fuera, no lo desobedecería. Quizá así no estaría recordando aquello en ese momento.
Escuchó pisadas familiares en el piso de madera y se dio la vuelta de inmediato. Su corazón se apretujó y se destrozó de mil formas al ver una figura que conocía muy bien. Las palabras se ahogaron en su garganta, había querido saludarle de nuevo, disculparse, decirle por todo lo que le agradecía, decirle que por fin había entendido su magia y qué sabía qué era lo que quería hacer, decirle que no quería quedarse en Berbentis después de lo que fuera a pasar, decirle que necesitaba partir... pero ni una sola de esas palabras fue a su boca.
—¿Evel?
Hok estaba de pie, sano, detenido ahí en el vestíbulo. Evel apretó los labios y sonrió, sus ojos se humedecieron. Dio un paso, luego otro, y luego se abalanzó hacia él y lo abrazó. Estaba bien, estaba sano, Hok estaba vivo. Evel estaba en casa por fin.
Estaba en su hogar.
—Estoy en casa, papá.
Hok no le devolvió el abrazo y lo separó de él. Su mirada lo decía todo, como sombras oscuras de las nubes en una tormenta, un augurio. Sus ojos tristes, su confusión, las facciones que no eran las de...
Alek apretó los hombros de Evel con sus manos viejas y ásperas.
—¿Evel? —preguntó—. ¿Evel? ¿Eres tú? Evel, yo no...
Evel se apartó de inmediato y retrocedió hasta tropezarse con sus pies. Se aferró al marco de la puerta y negó con la cabeza. Miró a Alek, porque no entendía, no entendía, simplemente no entendía.
Alek preguntó algo más, pero Evel no lo escuchó.
Alek se movió a su lado y ofreció su mano, Evel retrocedió aún más. Lo miró, no estaba seguro...
Estaba soñando.
¿Cuál era el sentido?
Ninguna palabra llegaba a sus oídos.
Evel miró a Alek. Sus ojos llorosos lo decían todo. ¿Por qué? Las lágrimas escurrieron por los ojos de Evel, pero no se sentían como suyas...
Se desplomó al piso y ahí, se rompió.
Estaba en casa.
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