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XIII. A quien aguardó pacientemente

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"En Sarkat había un cuento que los padres solían contar para que los niños se portaran bien. Era sobre Halthorn, la potestad de la podredumbre y de las sombras. Pero no era solo un cuento, él existió y traicionó a nuestra diosa

Era una potestad con mil formas que encontró su castigo al luchar contra catorce sabios en la Torre de Halthorn. Y que se vengó de nuestra diosa y de su encierro al apoyar la muerte de todos los magos de Sarkat en el país.

En los cuentos para niños, los adultos hablaban de evitar cometer malos actos para no terminar como aquella potestad: corrompido, encerrado y con deseos de venganza.

Es bien sabido que las potestades resentidas, en especial aquellas encerradas por milenios no perdonan, buscan venganza, buscan sangre y se alimentan del sufrimiento y del caos. Halthorn esperó por el momento adecuado para salir, para vengarse y regresar al mundo." de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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Su mano seguía sangrando, a pesar de que había cubierto la herida con un pedazo de su capa. Además, la modorra comenzaba a nublar su mente y sus ojos. Sabía que no había forma de salir de ahí luego de golpear la pared de roca en la entrada de la cueva al menos cincuenta veces, y después de gritar por ayuda otras cincuenta. Nadie respondió del otro lado, y la modorra aumentó con cada segundo.

Encender una luz había sido una decisión estúpida, pero necesitaba ver el espejo y comprobar que lo que había sucedido ahí era solo un sueño, que en realidad no había entrado ahí, que no había dejado atrapado a ningún mago. Pero era tonto creer eso... Y tal vez moriría ahí como castigo por ser el único que salió del dominio de Kooristar. Se obligó a mantenerse despierto.

No podía cerrar los ojos, no aún, no hasta encontrar una salida. Tenía que ir a Sighart, quería regresar con Hok, tenía que cumplirle su promesa a Sakradar, pero tenía tanto sueño...

Sabía que, si usaba magia en aquel momento, las cosas podrían terminar peor que cuando rompió los brazaletes, se enfrentó a la potestad en el puerto de Osvian o cuando entró a la torre de magos. No podía arriesgarse de esa manera, mucho menos estando solo, así que solo estaba en el suelo, recargado contra la pared helada de roca y con las piernas plegadas contra su pecho.

Cuando dejó de entrar luz y la cueva se oscureció, el frío comenzó a calar por su espalda y tuvo que alejarse de la roca y se encogió en su lugar. Su estómago rugía, y tenía escalofríos, además de la boca seca.

Tal vez sí iba a morir ahí.

Mirando atrás, era un idiota. ¿Por qué había pensado por un momento que tendría una oportunidad? Sí, había leído muchísimo por su cuenta, pero no sabía muchas cosas. No sabía dominar ciertas magias elementales, y no dominaba ni una sola de las magias avanzadas, y solo conocía pocos sortilegios de cada una. Al final, la rectora tenía razón: solo era un mago sin educación. Incluso si había practicado cómo mejorar su magia con Sliere y Sakradar, eso no era suficiente. Incluso si había logrado hacer algunos sortilegios de improviso, sabía que no podía repetirlos en una situación así. El problema nunca había sido su magia, sino él y su ignorancia.

Había una idea que vagó por su mente en aquel momento, mientras pensaba en lo que le habían dicho de He-Sker-Taín y en su decisión de entrar... Más bien, era una advertencia. Y quizá por la modorra, no sintió como si aquello fuera importante. El tiempo se escurría de sus manos... ¿y si había pasado demasiado tiempo? ¿Y si no quedaba nadie en esa isla que lo fuera a ayudar? ¿Y si no quedaba nadie en el mundo en realidad?

Recargó su frente en sus rodillas.

«Hok sigue vivo. Solo un poco más y él estará bien. Regresarás a casa», se dijo y su estómago gruñó. «Pero Kooristar dijo que ya no era necesaria una cura... quizá ni siquiera quiere que vuelva a casa».

Evel alzó la cabeza. Era una tontería lo que quería hacer, pero lo hizo de todos modos. Solo habló, con una voz pastosa y cansada, un susurro que ni siquiera él pudo escuchar:

—Ábrete.

No sucedió nada y lo sabía. Una palabra no haría nada, las palabras no cambiaban nada, no eran magia, no eran mágicas.

Una gota cayó en algún lado de la cueva.

—Ábrete.

Cayó otra gota.

Evel miró hacia la oscuridad, y se detuvo a escuchar de dónde caía el agua. Aguardó casi una eternidad y cayó una gota más. Él se levantó de inmediato y su cabeza dolió. Otra gota más cayó y Evel corrió hacia donde escuchaba el agua. Evel tanteó y encontró una estalagmita humedecida. Lamió su mano, se apartó y escupió.

Aquella era otra decisión idiota. El agua estaba terriblemente salada y le había dejado un regusto en la boca. Hizo una mueca de disgusto y regresó a sentarse. Cerró los ojos.

—Ábrete, por favor —rogó.

Una gota cayó. Evel cerró los ojos.

—Ábrete, ábrete, ábrete.

Tocó la roca con su mano sana.

—Sakradar... Por favor...

Pero solo respondió el silencio y otra gota.

—Ábrete. Por favor.

Su mente se nubló aún más... No podía seguir despierto.

Antes de cerrar los ojos, algo rozó con su pie, y Evel dio un respingo. Y encontró una pequeña criatura que brincó sobre su pierna. Era indistinguible en la oscuridad, y justo cuando pensó eso, la criatura se iluminó en blanco y alumbró cada rincón de la cueva. Evel parpadeó varias veces y cuando su visión se ajustó de nuevo, encontró una potestad en forma de una esfera peluda.

Sus ojos negros lo miraron y resplandecieron y la criatura no se movió de su pierna.

—¿Sakradar? —preguntó Evel y tomó la esfera en su mano.

Apretó los labios, sus ojos se humedecieron y los enjugó. Sakradar se lo había dicho, iba a perder su forma si usaba su magia, posiblemente sería consumido por los magos de la isla para crear magia, pero ahí estaba. Vivo, bien. Quizá no podía hablar, pero lo había encontrado.

—Perdón —dijo y su voz se rompió—. Perdón... Saldremos de aquí, lo prometo.

—Sarkat —dijo por fin la potestad y Evel alzó la cabeza, no era la voz de Sakradar.

—¿Qué dijiste?

—Sarkat, út sere.

Evel apretó los labios, y miró a la potestad. Era un idiota.

—Agua, út —dijo la potestad—. Agua.

Evel frunció el ceño, la luz de la potestad tiritó.

—Repmor —dijo—. Yo.

Evel miró a la potestad sin poder responderle nada. Quería entenderle, quería saber que decía, pero no tenía energía... Solo quería cerrar los ojos.

—Trilcas, út omco Kooristar.

Evel sonrió un poco con tristeza.

—No te entiendo. ¿Eres Kooristar?

—On.

—¿Eres Sakradar?

—On.

La potestad respondió y el brillo de su luz se atenuó.

Evel la miró por un buen rato y decidió dejarla en el suelo. Suspiró. Esa potestad no era capaz de ayudarlo. Luego, se alejó y se fue a sentar en un rincón de la cueva... al menos tenía compañía.

—Yo repmor... permor... morper... premor —dijo la criatura y titubeó y corrigió cada vez la misma palabra—. Út Sarkat, út. Yo.

Evel la miró, pero no dijo nada. Realmente no quería verla esforzarse por nada, pero no pudo decírselo. La pequeña esfera rodó hacia una orilla de la cueva y las paredes se iluminaron con un cristal. Sacó dos pequeños brazos de su cuerpo y lo arrancó sin mucha dificultad. Luego, rodó de nuevo hacia Evel y ofreció el cristal.

Evel lo miró, y tomó el cristal con su mano sana para no mancharlo de sangre. Cuando lo tocó, lo pudo sentir. No era un cristal ordinario, vibraba con magia y supo de inmediato que era un cristal como los suyos.

Lo miró, pero su respiración ya era lo suficientemente pesada como para dejarse arrastrar y así lo hizo, decidió perderse en sus sueños.

—Nantsu —dijo una voz masculina que no podía identificar, pero que sin duda era familiar—. ¿Me prometes que vas a cuidar a tu abuelita y a tu tía y vas a ser un buen niño?

Su voz no respondió.

—No, no te preocupes, Nantsu... Volveré y estaremos juntos siempre.

»Solo quiero saber que vas a obedecer a tu abuelita.

Su voz no respondió, pero el hombre le acarició la cabeza hasta que el sueño comenzó a vencer.

—Duerme, mi niño —dijo y le dio un beso en la frente.

Y durmió.

Luego, otra voz le habló, una voz conocida con la que había crecido, la voz de Hok.

—Abre los ojos, Evel.

Evel abrió los ojos y las lágrimas resbalaron hacia sus sienes y mejillas, y cayeron al suelo. Se incorporó del suelo, sus costados dolieron y notó que se había dormido en una posición extraña, como si se hubiera caído.

Se detuvo a pensar en el sueño, había sido demasiado corto, pero realmente no había soñado algo tranquilo desde hacía bastante tiempo... Incluso así, apretó los labios... Si él siguiera vivo, ¿diría que era un buen niño?

Sacudió la cabeza, era un pensamiento tonto. Necesitaba pensar cómo salir, no en memorias sin sentido. Y después de haber dormido aunque fuera un poco, trató de encender una luz de nuevo, pero el calor no llegó. Suspiró y se levantó.

¿Y la potestad de la noche anterior? Estaba oscuro de nuevo, así que tal vez se había ido.

—¿Potestad? —llamó, pero solo pudo escuchar la gota de agua.

Se había ido. Tal vez era mejor así.

Dio un paso hacia el frente, se tambaleó hacia donde estaba la pared, pero solo encontró vacío. Dio trompicones, y luego sintió arena en lugar de roca dura bajo sus pies. Alzó la cabeza al cielo y encontró estrellas, titilaron lejanas en el cielo, en el frío y le dijeron que estaba afuera, que había salido de la cueva.

Evel se cayó al suelo, en la arena. Miró las estrellas.

Estaba afuera, y ni siquiera había podido agradecer a la potestad.

Apretó los labios, ¿qué había estado haciendo todo aquel viaje? Sus ojos se humedecieron y los cerró.

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La luz hirió sus ojos, y así despertó. Cuando Evel se incorporó, todo su cuerpo pesaba, y el viento frío del mar del sur de Arierund erizó su nuca. Los rayos del sol iluminaron de poco en poco las copas de los árboles en la parte baja de la isla, y pronto, Ir-Ton-Magzu apareció como una sombra, deteriorada, olvidada en ese confín del mundo.

Evel miró hacia la cueva. Los cristales de las paredes estaban hechos añicos en el suelo y al fondo, los remanentes del espejo que ahora solo era vidrio ya no estaban. Había hecho una estupidez...

Además de eso, no había señales de la potestad que lo había ayudado a salir, ni de Sakradar. Suspiró.

Evel se incorporó. Miró a la cueva una vez más y aunque quiso intentar miles de cosas, no podía hacer nada más que prometer que lo repararía cuando pudiera y seguir, porque solo podía avanzar.

Aún así, murmuró:

—Perdón, Kooristar.

Descendió la colina con el peso de todo lo que había pasado y las palabras de Kooristar repitiéndose como fuego en su mente. Suspiró de nuevo y decidió llamar a Sakradar para olvidarse de lo que había sucedido, tal vez si pensaba en otras cosas no terminaría rompiéndose, podría seguir...

—¿Sakradar? —preguntó sin muchas ganas y con la cabeza todavía hecha un desastre—. Sakradar...

Se detuvo a medio camino. ¿Y si Sakradar sabía lo que había pasado y había decidido abandonarlo? ¿Y si Sakradar había sido consumido por la magia después de ayudarlo? ¿Y si los maestros lo habían derrotado y Sakradar había dejado de existir? Sus ojos se humedecieron, y miró hacia la cueva, pero todo seguía igual que antes, no había señal de Sakradar, ni remanentes de la magia de los maestros o de él. Necesitaba seguir avanzando.

Siguió camino a la torre y se estremeció, pero al mirar atrás, no había nadie. ¿Y si los maestros sabían lo que le había hecho a los magos en He-Sker-Taín?

Continuó su camino, y al mirar detrás de él, encontró por lo menos a diez pequeñas potestades. Se detuvo atónito. Si había potestades...

—¡Sakradar! —llamó, pero de nuevo, no obtuvo respuesta y decidió seguir.

Cuando llegó al camino de roca hacia la torre y miró sobre su hombro, había más potestades. Tantas que ni siquiera podía contarlas. Algunas eran claras, otras oscuras y cada una de ellas tenía una forma distinta. Cuando miró frente a él, se había llenado de ellas y ahora estaba rodeado. Caminó con cuidado mientras se dirigía a la entrada y frunció el ceño.

Si ahora había miles de potestades, ¿entonces los magos se habían ido en ese tiempo? ¿En dónde estaba Sakradar en ese caso?

Cuando se paró frente a la Torre de los Magos, frunció el ceño. No parecía que fuera el mismo lugar de unos días atrás, se veía abandonado, cambiado incluso. Miró a su alrededor y los ojos de las potestades siguieron cada uno de sus movimientos, todas en silencio.

Evel tragó saliva y decidió abrir la puerta. Encontró una torre hueca del mismo tamaño que afuera, pocos muebles y silencio. Evel cerró la puerta detrás de él y trató de invocar una luz. Aquella vez, funcionó y nació de sus dedos una luz mortecina que iluminó sus alrededores.

¿Qué había sucedido ahí? Fue una de las primeras preguntas que le rondó la cabeza mientras trataba de no pensar en el tiempo. Caminó hacia el único estante, donde había algunos libros empolvados y frascos con líquidos de colores etiquetados. Evel buscó algo que le diera una respuesta, pero solo encontró telarañas y más polvo. Frunció el ceño.

Recordaba vagamente que la rectora había dicho algo de mover la academia, pero no estaba del todo seguro, los recuerdos con los brazaletes eran difíciles de percibir como reales.

«¿Cuánto tiempo pasó?», se preguntó mientras miraba aquel pequeño estante. No obtuvo respuesta, y no estaba seguro de si quería escucharla.

Tomó uno de los libros, lo abrió con su mano libre y acercó la luz, pero no entendió lo que decía, estaba en otro idioma. Lo regresó a su lugar y decidió mirar los frascos en la otra parte del estante, estaban etiquetados con palabras en otro idioma y algunos tenían dibujados animales o plantas. Evel alargó la mano y tomó uno de ellos, pero con solo ver el líquido no pudo saber si era lo que creía a pesar de la etiqueta tenía dibujada una rana.

Luego, escuchó un crujido entre las sombras no iluminadas por su luz, y miró a su alrededor, no había nada ni nadie.

—¿Hay alguien? —preguntó, pero obviamente no hubo respuesta.

Aguardó a que su eco cesará y caminó de vuelta a la entrada, con el corazón agitado. Algo estaba mal en esa isla. Tenía que encontrar a Sakradar.

Cuando abrió la puerta, encontró en la entrada a un montón de potestades arremolinándose, luchando por avanzar hasta la entrada de la puerta de la torre. Cuando lo vieron, las más pequeñas alargaron las manos hacia él, y las más grandes —que no eran mayores que un gato—, corrieron en su dirección y aplastaron a las que se cruzaban en su camino. Evel cerró la puerta de inmediato e inhaló profundo mientras sostenía la puerta.

Pero ni siquiera la puerta de madera pudo evitar que los sonidos de las potestades se colaran y resonaran en la torre.

—Mago, mago.

—Sarkat...

—Danos tu magia.

Nunca había visto tantas juntas, ni siquiera desde que las volvió a ver. Y tampoco tenía sentido que hubiera tantas ahí. Evel frunció el ceño, ¿qué había pasado? ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Y sí...? Recordó las palabras de Kooristar, pero no quiso pensar en esa posibilidad...

—¿Sakradar? —llamó de nuevo—. ¿Sakradar, estás aquí?  

El eco resonó por toda la torre, pero de nuevo, sabía que nadie le respondería. Sakradar no iba a salir de la nada, aunque fuera una potestad, aunque fuera un demonio, aunque fuera lo que fuera. Evel suspiró resignado.

Luego, miró los frascos en el estante, se mordió las mejillas. Eran la única opción, pero no quería apostar por eso. Con su mano lastimada no podría usar bien esa magia, además, tenía hambre. En cualquier caso, usar las pociones era su último recurso considerando eso y que tal vez la magia de transformación no era la misma para todos los magos.

Sabía que las potestades afuera no iban a ayudarlo, en cualquier caso, se parecían a las que había encontrado en los puertos de Osvian e Histra, pero más pequeñas. Evel caminó de un lado a otro. Además, en aquel momento, su magia estaba débil por sostener a He-Sker-Taín, por los sortilegios al salir, por no comer y por su herida. Se mordió la mejilla.

No había leído mucho sobre pociones y sobre magia de transformación porque jamás le había interesado, pero sabía que era un proceso doloroso y que requería concentración y una mente clara, cosa que en ese momento no tenía. Pero algo que siempre le había angustiado y lo había mantenido alejado de ese tipo de magia era Hok.

Le había advertido que jamás bebiera o tratara de hacer un sortilegio de transformación, porque si lo hacía, podría olvidar quien era, perder su identidad y volverse un animal más. E incluso si lograba recuperar su forma humana, podría perder su memoria, podría quedarse con algunas características del animal o perder una parte de él si había un rebote, si la magia no era suficiente o la dosis era la incorrecta. Y además, beber de una poción preparada por alguien más era peligroso, porque las dosis eran diferentes para cada persona. Y si estaba lastimado, una herida pequeña podía amplificarse y volverse mortal, e incluso incrementar de tamaño cuando volviera a su forma.

Además, le había advertido a Evel que si para los otros magos los efectos eran así de terribles, para él podían ser mucho peor por su tipo de magia. Antes no lo había entendido, pero ahora sabía a qué se refería exactamente.

Evel se dirigió al estante. Sabía que no era una buena opción, sabía por supuesto que era una decisión estúpida y en realidad no quería hacerla. Pero no había señales de Sakradar, y no había nada en la torre más que eso, y las potestades acechando afuera.

Tragó saliva. Era un precio demasiado alto solo para escapar de aquella torre, para sobrevivir, pero no había muchas alternativas... Y tal vez si lograba encontrar a Sakradar mientras volaba, nada habría sido en vano.

Buscó en el estante y tomó el único frasco etiquetado con un ave. Aferró el frasco entre sus dedos y cuando estuvo completamente seguro de lo que estaba haciendo, caminó hacia la puerta. Ahora venía lo difícil, lo sabía de leer libros de aventuras en sus ratos libres... En cualquier caso, los autores y por lo que había leído antes, iba a doler.

Inhaló hondo detrás de la puerta y apagó la luz en su mano. Evel abrió el frasco, y se mordió la mejilla al pensar en la dosis. Sabía que cada dosis duraba cierto tiempo... Acercó el frasco a sus labios.

Inhaló profundo y se convenció tres veces más de que era la única forma. Abrió la puerta, retrocedió y bebió parte del líquido. Cerró el frasco de inmediato, y escuchó las voces de las potestades, incluso pudo ver sus ojos fijos en él, pero no pudo prestarles mucha atención cuando el sortilegio comenzó,

El regusto amargo de la poción recorrió su boca, su garganta, su cuerpo, todo. Las potestades reptaron dentro de la torre. Evel trató de retroceder, pero terminó cayendo.

Su cuerpo estaba tenso, se resistía a cambiar de forma. Evel apretó los ojos y pateó a las potestades mientras cambiaba. Luego, algo crujió en su espalda, Evel gritó y su grito ahogó los murmullos de las potestades y sus propios pensamientos. Algo más crujió y todo se volvió una sombra...

¿Por qué el mundo se había convertido en sombras desde que abandonó a su familia?

Algo más crujió y sintió una mano en su espalda.

Abrió los ojos y el mundo pareció claro, las manos oscuras se envolvían a su alrededor, pero el cielo más allá parecía llamarlo. Abrió las alas, una estaba más tensa que la otra y ardía, aleteó y las potestades rodaron con el viento de sus aleteos. Entonces, se alzó al vuelo. Batió el aire con torpeza a su alrededor y salió por la puerta de la torre. Pero tenía que volar más alto, quería volar más alto.

Su ala herida no se lo permitió, pero se forzó a sobrevolar rápido aunque tambaleante a las sombras en el suelo y aleteó hacia el sol, hacia donde nadie lo alcanzaría, hacia donde nadie le pediría nada, hacia donde nadie esperaría nada de él y los recuerdos no existían. Donde no había nadie.

Se tambaleó en el aire con un ala que ardía como fuego.

«¡Evel! ¡Concéntrate!», se gritó a sí mismo y salió del estupor. Se alzó aún más. «¡Evel!» gritó, pero el nombre no sonaba muy familiar, y agitó sus alas en el aire.

Estaba volando. Y abajo, las potestades alzaban sus manos tratando de alcanzarlo. Frente a él, el sol se alzaba sobre un mar infinito. Evel salió del estupor de nuevo e inclinó su ala a un costado para regresar su curso hacia la torre, todavía debía buscar a Sakradar.

El contraviento golpeó sus alas y se tambaleó. Trató de mantenerse arriba, aunque era difícil encontrar equilibrio con su ala lastimada... Solo estaba esperando que no estuviera sangrando de nuevo.

Sobrevoló la torre sin ver nada más que potestades, y voló un poco más bajo hacia las costas. Su ala amenazó con tirarlo al mar, pero se recuperó en tiempo y gritó:

—¡Sakradar!

Pero de su voz, solo salió el chillido de un halcón, y continuó así por la costa, pero no había señales de Sakradar por ningún lado.

Y se elevó más, pero su ala lastimada comenzaba a pesar y a volverse un problema que ya no podía ignorar. Voló a He-Sker-Taín y gritó. Algo se removió entre la roca sobre la cueva. Evel se acercó y gritó de nuevo, la roca volvió a removerse y entonces, brotó una sombra como humo hacia él.

Evel se apresuró y voló hacia otro lado mientras gritaba por Sakradar. Al mirar atrás, había un animal enorme, una potestad del doble del tamaño que Evel, con garras y que se acercaba con sigilo hacia él.

Sus alas se sintieron el doble de pesadas, su ala lastimada ardió y tuvo que descender a la fuerza al sentir el peso en su cuerpo. Miró al suelo y aleteó con fuerza, gritó una vez más el nombre de Sakradar y entonces, unas garras aferraron su ala herida. Chilló y picoteó, se sacudió, pero la potestad lo arrastró por el aire y lo alzó.

Evel picoteó y usó sus garras, pero nada de eso sirvió. Las garras se enterraron con más fuerza y Evel chilló en el aire.

Y entonces, una sombra el triple de grande que Evel y la potestad se aproximó hacia ellos. La potestad emitió un chillido, Evel aprovechó y picoteó y la potestad lo dejó caer en el aire.

Evel no pudo girar, no pudo moverse, y entonces, una ráfaga, un remolino. No estaba cayendo, lo sostenían de una de sus garras. La otra potestad lo colocó en el suelo con cuidado y Evel sintió una mano en su cabeza y luego en su cuerpo, una mano enorme.

—Vas a estar bien —dijo Sakradar mientras lo sostenía contra su pecho—. Vas a estar bien.

Evel entreabrió un ojo, y las sombras tomaron forma. Sakradar tenía un rostro humano apenas diferenciable, un rostro que no conocía, borroso quizá porque estaba muriendo... Evel quiso sonreírle, pero tenía un pico, así que solo cerró los ojos.

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Había estrellas en el cielo, muchas. Tardó tiempo en procesar cuando las vio, por un momento había pensado que estaba viendo de nuevo cristales en el suelo y una cueva oscura, pero no era así. Claro que no. Podía escuchar el tarareo de una canción y el sonido de los remos en el agua.

Evel se incorporó y Sakradar en su forma humano lo miró. No era el rostro que esperaba de alguien a quien había conocido como una masa sin forma. Tenía cabello y ojos negros, piel pálida, vestía todo de negro, parecía un poco más alto que él, y sin duda su aspecto era mucho mayor que el suyo.

—Bienvenido al mundo de nuevo, Evel —saludó Sakradar y siguió remando.

—Hola... —saludó Evel sin saber qué más decir.

Sakradar dejó salir un suspiro que sonó como alivio y se giró hacia Evel, dejó de remar.

—Si vuelves a hacer una cosa así sin preguntarme antes, te juro que sí te voy a tirar al agua —amenazó Sakradar—. No puedo creer que hayas entrado a la cueva y que hayas usado una poción de transformación sin pensarlo dos veces...

Sakradar se llevó una mano a la nariz y negó varias veces. Evel tragó saliva al ver su rostro ensombrecido y desvió la mirada. No estaba acostumbrado a verlo como humano y mucho menos a escucharlo así de molesto. Ni siquiera se atrevió a recordarle que él lo había ayudado a entrar a la cueva. Sakradar alzó la mirada.

—La próxima vez que hagas algo así, te detendré, Evel —dijo Sakradar—. No me importa lo que pienses, o si termino lastimándote, no vas a hacer algo así de nuevo.

—Perdón.

»Pero era lo único que...

Evel se calló. Eso era una mentira. Lo único que había podido hacer había costado la vida de otros, de muchos, ni siquiera sabía cuántos. Sakradar negó con la cabeza.

—Evel, no es lo único que podías hacer —dijo Sakradar—. Pudiste no hacerlo. Pudimos buscar otra manera...

—Perdón.

—No voy a aceptar tu perdón —dijo Sakradar y se cruzó de brazos—. Estabas casi muerto cuando te encontré, estabas desangrándote...

—Solo era una cortada en mi palma...

—No —dijo Sakradar—. Tenías una cortada por todo el brazo hasta el hombro. Ni siquiera sé por qué pensaste en transformarte con el estómago vacío y con tu magia así.

»Y luego, usaste una dosis equivocada... Esperé semanas a que el efecto se pasara, y que pudieras volver a ser tú. Creí que te ibas a quedar como pájaro, o qué se yo, sin memorias.

—Perdón —dijo Evel y bajó la mirada.

Miró la palma de su mano, pero ya no había ni cicatriz ni sangre, y se sentía más como él que cuando tomó la poción... Tal vez Sakradar estaba diciendo la verdad. Sakradar le dio la espalda y volvió a remar.

Evel decidió mirar atrás, y vio que ya no había señal de la isla de los magos, solo un cielo lleno de estrellas. Y mientras miraba al horizonte, decidió preguntar:

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

Sakradar paró de remar y no habló por un buen rato. Evel miró en su dirección, pero él no se dio la vuelta para responder.

—Eh... creo que dos meses —dijo Sakradar—. No estoy seguro.

»Los magos se fueron dos días después de que entraste a He-Sker-Taín, porque me temían demasiado como para quedarse. Y saliste recientemente... Sí... Deben ser dos meses.

Evel plegó sus rodillas contra su pecho. Dos meses... Cerró los ojos sin poder recordar exactamente cuánto tiempo había pasado desde que se marchó, tal vez sí había perdido parte de sus memorias después de todo. Recargó su cabeza en sus rodillas.

Decidió preguntar algo que no entendía.

—Solo yo puedo ver las potestades —susurró—. Y solo yo te podía ver antes... Pero los profesores te pudieron ver.

»¿Qué clase de potestad eres?

Sakradar lo miró, parpadeó varias veces incrédulo y sonrió.

—¿Cómo lo sabes?

—No lo sé —dijo Evel—. No sé cómo, pero eres una potestad.

Sakradar no mostró señales de confirmar o negar lo que Evel había dicho, pero frunció el ceño.

—¿Sucedió algo en He-Sker-Taín, Evel?

Evel se mordió las mejillas, abrió la boca, pero no pudo responder, no debía responder, debía seguir las reglas de Kooristar, debía... Además... Sus ojos se humedecieron, pero se esforzó para hablar a pesar del nudo en su garganta.

—Tenemos que ir a las montañas de Sighart —dijo Evel evadiendo la pregunta—. Ahí está la cura para mi padre.

—¿Qué viste ahí, Evel? —insistió Sakradar.

Evel no respondió. Sakradar lo miró por un buen rato antes de rendirse, darle la espalda y volver a remar.

—Está bien, vamos a Sighart —dijo Sakradar y tomó los remos de nuevo.

Evel apretó los ojos y decidió preguntar algo distinto.

—¿Sakradar?

—¿Qué pasó?

—¿Crees que hay algo malo conmigo?

Sakradar detuvo los remos y los alzó, pero no se dio la vuelta.

—¿Por qué preguntas eso?

—Es que...

No pudo decirlo. Aunque quisiera confesar que por su culpa mucha gente había muerto, no pudo soltarlo. Tenía miedo de decirle en voz alta.

—No, Evel —habló Sakradar antes de que continuara—. No hay nada malo contigo. Nada.

»No sé qué te sucedió en He-Sker-Taín, y sí hay cosas que pudiste hacer mejor, pero eso no hace que haya nada malo contigo.

Sakradar se giró con una sonrisa casi paternal. Por un momento, aquella expresión le recordó a Hok, y a su propio padre. Apretó los labios.

—Solo haz lo mejor que puedas y piensa dos veces antes de actuar.

Evel lo miró, el nudo en su garganta estaba a punto de reventarse. Sakradar asintió un poco y se dio la vuelta.

—¿Puedes ayudarme?

—¿Con qué cosa?

—Mi magia.

Sakradar asintió.

—Sí. Hay muchas cosas por aprender.

Y volvió a remar. Evel apretó sus labios y miró al cielo estrellado, y pronto este se distorsionó entre lágrimas silenciosas.

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