XI. La cueva del dios
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"Alguna vez mi cabeza estuvo llena de sueños que narraba sin contenerme. Grenh los escuchaba atentamente y miraba al cielo nocturno antes de hablar de los suyos. Midas reía afirmando que los sueños eran para niños y Hulu escuchaba a escondidas mientras paseaba por los jardines del palacio.
Lamento jamás haberlos escuchado con atención. Creí que siempre estarían ahí, que algún día podría volverles a preguntar qué habían soñado y esa vez sí prestaría atención. Pero cuando me fui y regresé, ni siquiera sus voces ni sus rostros quedaron grabados en la arena.
Ahora, solo hay pesadillas en mi mente, vagando en las esquinas de mi consciencia. Hay recuerdos de arena, voces perdidas que hablan y un reflejo que no reconozco en el agua, pero los rostros de mis amigos a veces están ahí." — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan
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Sakradar miraba a la torre y las miles de estrellas sobre ella. Evel aguardó por una respuesta, aunque dudó si esta llegaría pronto. Sakradar —que ahora tenía forma de un león completamente negro—, por primera vez desde que partieron de Berbentis, lucía como si no estuviera seguro de qué hacer.
No supo si era porque en la isla, la magia se sentía distinta.
Después de pasar unos días en la torre, se había dado cuenta de que su magia se sentía clara, fuerte, indolora y que lo había agotado mucho menos en la torre a pesar de los brazaletes y a pesar de haber hecho sortilegios que requerían más energía. Pero Sakradar lucía distraído y somnoliento, esa misma noche tuvo que repetirle las cosas varias veces porque no parecía estar ahí.
Evel se preguntó si aquello tenía relación con que no había ni una sola potestad en aquella isla, y que no podía sentir ni un rastro de calor emitido por la magia a pesar de la cantidad de sortilegios que se hacían diariamente ahí.
El viento sopló y Evel se estremeció. La capa de estudiante era ligera, llegaba hasta sus rodillas, y no lo protegía del viento, a diferencia de su capa azul que había comprado antes de irse de Osvian, lo malo es que no podía usar su otra capa. Cerró los botones de la capa para evitar enfermarse y habló.
—No sé qué hacer.
Sakradar lo miró.
—No sé qué decirte, Evel. Tomaste la elección que pareció mejor en el momento, que te quiten la magia permanentemente no se debe tomar a la ligera...
»Pero tampoco sé si cumplan su palabra.
Evel miró los brazaletes de bronce en sus manos, y suspiró. Decidió cambiar el tema de conversación.
—¿De verdad no me ayudarás a quitarlos?
—La última vez terminé encogiéndome cuando lo hice... —dijo Sakradar—. Podría hacerlo de nuevo, pero si surge algo no podré protegerte...
Evel frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Esta isla es rara —explicó Sakradar—. ¿No has notado que no hay ninguna potestad? No quiero arriesgarme.
—Pero solo terminarías perdiendo tu tamaño...
—No, Evel.
Evel suspiró, de nuevo iba a ocultar cosas, si iba a ser así no tenía caso seguir hablando. Evel se dirigió hacia la puerta de la torre.
—Bueno, sí y no —cedió Sakradar y Evel lo miró de reojo—. Si te los quito pierdo mi tamaño, pero no podré recuperarlo tan rápido como antes... No hay magia en el aire, y ni una sola potestad.
Evel frunció el ceño, seguía sin entender qué decía. Sakradar gruñó.
—Las potestades y la magia son una sola cosa, Evel —explicó Sakradar—. Que no haya ninguna significa que algo las está bloqueando, o que los magos de la torre las están agotando...
—¿Qué significa? —preguntó Evel con cautela y temió por la respuesta.
—Por ahora puedo mantener mi forma y a mí mismo, pero si pierdo mi tamaño...
Evel lo miró horrorizado e interrumpió.
—Entonces deberíamos salir de aquí.
—Evel... —dijo Sakradar, su voz llena de cansancio—. Hiciste un trato, lo mejor que hemos encontrado hasta ahora, puede que no sea cierto, pero es lo mejor por ahora.
—¿Y si no resulta cierto?
Sakradar suspiró.
—Mantén un perfil bajo, te quitarán los brazaletes porque no te considerarán una amenaza.
—¿Y luego?
—Solo nos queda esperar —dijo Sakradar—. Pensaré en algo.
Evel hizo una mueca.
—No pongas ese rostro —dijo con cansancio.
—¿Me vas a decir?
—Lo prometo.
La mueca no se fue del rostro de Evel.
—Deberías ir a descansar, Evel.
Ambos caminaron hacia la puerta, Sakradar lo guio hasta ahí.
—¿No hay forma de que puedas entrar?
—Me encantaría entrar para evitar que sigas haciendo tonterías —admitió Sakradar—. Pero no puedo. Perdón.
»Asegúrate de dormir bien mientras estás solo.
Evel no dijo nada y se dio la vuelta antes de que Sakradar continuara o él replicara con: «Siempre he estado solo... No te preocupes por mí, estaré bien». Miró a Sakradar por encima de su hombro.
—Entra, hace frío —dijo Sakradar—. Ven a verme cuando puedas.
—Descansa.
—Tú también, Evel.
»Y no te olvides de comer bien.
Evel asintió, abrió la puerta, entró y la cerró. El vacío que quedó detrás de él pesó sobre su cuerpo, pero no podía hacer más. Tal vez Sakradar sí era una potestad, y si era así, solo esperaba que lo que Sakradar dijera fuera falso, que aquella isla no lo estuviera afectando, que no fuera a perder su tamaño...
Avanzó hacia su habitación con pasos lentos. Caminó alrededor del patio hasta el pabellón y luego se dirigió a los dormitorios de estudiantes. Las lámparas iluminaban tenuemente las estatuas blancas del jardín a su izquierda.
Cuando llegó a los dormitorios, apretó la llave en su mano y la observó. Sabía por qué le habían dado una habitación para él solo, quería creer que era amabilidad, pero sabía que no era así.
Quería creer que todo estaría bien, que nadie le estaba mintiendo, que ayudarían a Hok, que se recuperaría y viviría feliz el resto de su vida. Y él estudiaría magia como siempre quiso, alejado de todos, junto a otros magos, donde no pudiera dañar a nadie más...
Si Hok estaría bien si se quedaba ahí, estaba dispuesto a aceptarlo... Pero la sensación de que algo estaba mal, no lo dejaba en paz.
Escuchó el sonido de algo crujiendo, y al mirar a su alrededor no encontró nada.
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—Te favorecerá estudiar aquí, Evel —comentó la rectora Alassavi mientras leía los resultados de la prueba del día anterior.
La rectora lo había solicitado en su oficina desde temprano, ni siquiera se había alzado el sol todavía, y Evel trataba lo mejor que podía para contener los bostezos y el sueño luego de desvelarse para ver a Sakradar. A pesar de eso, cuando llamaron a su puerta, se levantó de inmediato, se arregló y corrió ahí para escuchar noticias sobre lo de Hok, lo que no esperaba era que los resultados de su prueba estuvieran listos tan rápido.
En realidad, la prueba del otro día no había sido tan difícil como pensó, tampoco incómoda. La maestra que le había hecho la prueba, Raschia, una maga ancestral, había sido bastante amable cuando lo evalúo. Incluso le respondió preguntas a Evel, que, recapitulando, parecían un poco groseras.
Le había evaluado con un examen escrito de conocimientos básicos con preguntas que fueron fáciles para Evel. Luego, le quitó los brazaletes un segundo para evaluar sus habilidades de magia con dos sortilegios bastante sencillos y eso había sido todo, además de preguntas sobre él mismo que respondió con dificultad.
—Creí que saldrías peor, considerando que jamás has pisado una academia —dijo la rectora.
Evel frunció el ceño ante el comentario, pero no dijo más.
—Aprenderás a usar tu magia de manera más eficiente, te lo prometo —dijo la rectora y sonrió—. Tu horario de clase debería de estar listo, si consultas a la secre-...
—¿Rectora? —interrumpió Evel.
La rectora detuvo sus palabras y se recompuso con una sonrisa claramente fingida.
—Dime.
—Mi padre... —comenzó Evel y carraspeó—. ¿Cuándo lo atenderán? ¿Qué tipo de datos necesitan?
La sonrisa de la rectora se desvaneció.
—Oh, eso... Por eso viniste tan temprano —dijo ella y se recargó en el respaldo de su silla—. Mira, Evel, por más que quiera acelerar esto, no podré ayudarte de inmediato. Pero mientras puedes estudiar sin preocupaciones y esper-...
—Pero hicimos un trato —dijo Evel.
—Lo lamento, pero hay asuntos mucho más importantes. Necesitas ser paciente.
Los brazaletes se apretaron alrededor de las muñecas de Evel, y comenzaron a calentarse.
—Prometió ayudarme, me amenazó con aceptar —dijo él.
—No te amenacé —dijo ella y sonrió—. ¿De qué hablas?
Luego se encogió de hombros.
—Hay asuntos más importantes justo ahora, como tu registro y tu llegada... Piénsalo, si pudiste encontrar la isla así de fácil, no estamos seguros aquí.
»Moveremos la entrada de Ir-Ton-Magzu esta semana a otro lugar, así que por el momento no hay tiempo para ayudarte.
—Pero lo prometió.
—Puedes esperar.
—No hay tiempo. Mi padre no puede esperar...
—Tal vez si hubiera estudiado en una academia de magia no estaría así, pero son consecuencias de su ineptitud, Evel.
Los brazaletes se apretaron tanto alrededor se sus muñecas que sintió como cortaban a través de su piel.
—Lo prometió...
—Por eso te ofrezco que comiences tus estudios ahora y cuando todo se resuelva ayudaremos a tu padre —dijo ella—. Acepta este trato.
—¿Y si me voy?
—Eso no se puede... ¿Quieres que te quitemos la magia?
Evel mordió su mejilla hasta que el sabor metálico inundó su boca, sus manos se calentaron al mismo tiempo que los brazaletes, y su mente fue a blanco. Tragó, inhaló y asintió a regañadientes, aunque su mente ya pensaba en otro plan.
La mujer asintió como si supiera que respondería eso, y era porque lo hacía. No iba a dejar que Evel se marchara, así como así. Evel hizo una mueca.
—¿Me va a quitar esto, entonces?
Señaló el brazalete dorado en su mano y la mujer volvió a sonreír, pero aquella sonrisa parecía más una burla.
—No puedo hacer eso, Evel —dijo—. Solo es por precaución, tu magia es demasiado peligrosa.
Evel se mordió la mejilla de nuevo. Había escuchado esas palabras toda su vida, pero dudó si ella las estaba diciendo en serio. Hok las había dicho por preocupación, quizá por ignorancia, Alek las había dicho por miedo, pero saliendo de los labios de la rectora parecían más una excusa.
—Está bien.
—Puedes retirarte ahora —dijo la rectora—. Seguro cuando comiences tus clases te sentirás mejor. Al fin de cuentas, ¿por qué te gustaría volver a un país donde serás perseguido solo por tener algo que nadie entiende?
Escuchó un cristal resquebrajarse, ambos miraron a la ventana de inmediato, pero no había ninguna grieta. Evel contuvo un suspiro, y los brazaletes se calentaron alrededor de sus muñecas.
—Que extraño... —dijo la rectora antes de mirar a Evel de nuevo—. Vamos, puedes retirarte ya.
—Sí —se rindió Evel y se levantó, inclinó su cabeza al frente—. Gracias.
Salió de ahí con pasos grandes y pesados. La luz matutina comenzaba a iluminar el pasillo frente al jardín de estatuas.
Miró su mano, cerró los ojos, el calor se expandió por sus brazos, pero no hubo punzada. Evel retrocedió hasta chocar con una pared e inhaló despacio, pero no sirvió. Un dolor agudo se propagó por su palma, su mano se tensó, luego, sintió la rigidez de un cristal en su piel. Se forzó a inhalar profundo, y luego todo terminó. Parpadeó para alejar las lágrimas
Dudó si mirar su mano, pero cuando lo hizo, había un cristal en su mano y el brazalete estaba intacto. Miró el cristal un buen rato antes de alejarse de ahí.
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A pesar de todo, las clases no estaban tan mal. Si bien era cierto que no se acostumbraba del todo a tener un profesor frente a él junto a más alumnos mientras explicaban un concepto que bien podría leer y entender en un libro, no era tan malo como recordaba de sus clases de niño. Aun así, Evel escuchó los primeros treinta minutos de una clase sobre magia elemental antes de distraerse en sus pensamientos. Recordó entonces una parte que nunca le había gustado de tomar clases en un salón y no en casa o en la biblioteca: el tiempo era mucho más lento ahí.
—¿Evel? —llamó el profesor y Evel salió de sus pensamientos.
Los ojos de toda esa clase estaban sobre él. El calor subió hasta sus mejillas y después enrojeció. Frente a tantos ojos era minúsculo y deseó desaparecer de ahí. Miró a cada uno en busca de una pista de lo que sucedía, y luego miró al profesor.
—¿Por qué no estás anotando nada?
Se había olvidado de eso. Evel siempre prefería tomar notas después de leer un tema, no mientras lo estudiaba, pero recordaba que, en clases, los profesores hablaban siempre demasiado rápido como para poder anotar algo coherente. Trató de pensar una respuesta.
—Es... es para transcribir después —dijo en la voz más baja que pudo.
—¿Qué dijiste?
—Los voy a transcribir después.
—Hmmm —dijo el profesor—. Está bien, pero trae algo para anotar la siguiente vez.
Escuchó una que otra risita, y el profesor regresó a escribir en el pizarrón. Evel no se movió, enderezó su espalda y se forzó a mirar al pizarrón en lugar de distraerse el resto de la clase. Sin embargo, no pasó mucho antes de que volviera a pensar en otras cosas y de pronto, todos se levantaron de sus asientos. Evel los siguió y salió del salón, y pudo escuchar cómo cuchicheaban acerca de él. Suspiró.
Aunque antes pensaba ir a ver a Sakradar de nuevo, decidió marcharse a su habitación hasta su siguiente clase. Realmente odiaba que hubiera tanta gente, y no quería que siguieran hablando de él. Cuando bajó al primer piso, alguien gritó su nombre.
—¡Evel! ¡Ven!
Cuando Evel miró hacia la fuente, encontró al muchacho del día anterior... Lo miró un rato tratando de recordar su nombre y él hizo señas para que se acercara. Caminó en su dirección y notó que estaba junto a otros dos chicos, cuando llegó junto a ellos uno de sus amigos preguntó con burla:
—Gabrijel, ¿no fue él quien te atacó ayer?
Evel los miró y se detuvo, ellos le sonrieron, pero lucían un poco cautelosos. Gabrijel asintió ante la pregunta, y se recorrió para permitir que Evel se sentara.
—Sí, pero ahora somos amigos —dijo Gabrijel—. Ven siéntate.
Evel asintió y se sentó, pero no dijo nada y escuchó la conversación. Gabrijel les contó todo su encuentro del día de ayer, y sobre las secretarias, y luego comenzaron a hablar de otras cosas. Fue entonces cuando Evel dejó de escuchar y sus pensamientos fueron de nuevo a Hok.
—¿De dónde eres? —preguntó uno de los amigos de Gabrijel.
Evel alzó la cabeza y parpadeó varias veces. Uno de los muchachos volvió a sonreír.
—¿De dónde vienes?
En realidad, sí había escuchado la pregunta, pero no sabía si era para él.
—Perdón —dijo Evel—. Soy de Osvian.
Las reacciones de los tres fueron inesperadas para Evel. Quien le hizo la pregunta frunció el ceño, el otro rio como burlándose, y Gabrijel sonrió avergonzado. El que reía le dio unos codazos a Gabrijel.
—¿No dijiste que era de...?
—Cállate.
—¿Estás jugando con nosotros? —volvió a preguntar el chico de antes.
Evel frunció el ceño y ladeó la cabeza.
—Está mintiendo —dijo el que había reído—. No hay magos en los países del norte de Sengrou desde hace más de diez años... La mayoría fue asesinada, les quitaron su magia o emigraron a Sighart.
—Sí, mmm, no creo que hayas nacido en Osvian —secundó el otro amigo.
—Oigan, les dije que era de Osvian... No que nació ahí —dijo Gabrijel.
—¿Tal vez era un migrante en alguna isla menor...? ¿O un sirviente en Osvian?
—Puede ser, pero eso no explica sus modales. Si hubiera crecido en una isla no debería tener conocimientos ni saber magia avanzada...
—No creo que sea mago —concluyó el que rio—. ¿Y si su magia es por un demonio?
—No seas tonto, los tratos con demonios no funcionan así...
Evel, que había permanecido callado en todo momento decidido a encontrar el momento perfecto para levantarse e irse antes de que los brazaletes causaran otro cristal o escuchar más ilaciones sin sentido, se sorprendió cuando lo miraron después de decir aquello. Sonrieron nerviosamente, desviaron la mirada y murmuraron entre ellos. Gabrijel por su parte se apartó un poco y se acercó para murmurar también. Lo miraron esperando a que hiciera algo, pero Evel suspiró y habló.
Si iba a permanecer ahí varios años, era mejor que no hubiera rumores extraños sobre él.
—No nací en Osvian —admitió, pero cada palabra se sintió amarga en su boca y garganta.
Los tres lo miraron expectantes, sin acercarse mucho, pero esperaron a que continuara, a que vomitara todos sus secretos frente a ellos. A que soltara todo lo que ni siquiera se había atrevido a admitirse a él mismo. Realmente odiaba eso... Realmente quería huir de ahí.
—Me adoptó un hechicero de Osvian... —dijo Evel a regañadientes y quiso levantarse e irse antes de continuar.
¿Por qué les estaba contando eso a ellos? Apenas los conocía. No entenderían incluso si les contaba, incluso si esforzaba en recordar, ellos no entenderían.
Uno de los chicos gruñó.
—Extraño —dijo el chico que se había reído antes—. Hasta los hechiceros se ocultaron con la caza de magos...
—Ya, déjalo —dijo Gabrijel, y luego miró a Evel—. Entonces... ¿dónde naciste, Evel?
Evel se mordió la mejilla. Él, quien más había evitado preguntarse eso porque tenía un hogar, quien había olvidado todo lo que se relacionaba con gritos y el aroma a chamuscado, quien no quería ni pensar en la respuesta, se sintió asqueado ante tal pregunta, e incluso el aire le pareció mucho más denso de lo normal. Se forzó a pensar en algo más, en la granja de Hok, en todos los que estaban esperándolo en Berbentis con la ayuda que prometió. Y esa era la única respuesta en su mente.
Para Evel, su hogar, el lugar de donde venía, el lugar donde nació era Berbentis. Quizá era una mentira, pero prefería esa mentira... Evel salió de su trance, los brazaletes le estaban apretando las manos, y las palabras titubearon en sus labios.
Justo en ese mismo momento, alguien abrió la puerta de la torre con tal fuerza que él mismo y los muchachos que lo habían cuestionado dieron un respingo. Todos los maestros y los alumnos en aquel patio miraron en la miraron en la misma dirección que Evel.
El estudiante en la puerta respiro hondo, jadeó y luego gritó a todo pulmón:
—¡Alguien salió de He-Sker-Taín!
Los maestros se apresuraron a la puerta volando y salieron de la torre. Luego, los estudiantes se miraron entre ellos, y uno de los chicos junto a Evel comenzó a gritar emocionado con acento de montañero de Sighart. Gabrijel y el otro muchacho rieron, y Evel los miró en espera de una explicación.
—Vamos antes de que se llene de niños —dijo Gabrijel y luego miró a Evel—. Ven, Evel.
Ellos se levantaron y aunque Evel quería regresar a su habitación, quería saber qué estaba sucediendo.
En una procesión lenta, olas y olas de estudiantes salieron de poco en poco, y cuando Evel estuvo afuera por fin, encontró a Sakradar en su forma de león. Él saltó de una de las rocas en ruinas y corrió hasta él.
—¿Qué está pasando, Evel? —preguntó mientras caminaba a su lado y evitaba que los estudiantes lo empujaran.
Evel se encogió de hombros y continuó siguiendo a la multitud de estudiantes mientras Eguía a los amigos de Gabrijel. Evel se acercó a Gabrijel y susurró:
—¿A dónde vamos?
Uno de sus amigos soltó una risotada y lo miró con burla.
—¿No conoces nada sobre He-Sker-Taín? —dijo riendo—. No puedo creer que no lo sepas.
Evel sintió sus mejillas y orejas enrojecer, pero decidió ignorar al chico y a su orgullo.
—No —dijo—. ¿Qué es? ¿Por qué todos están así...?
—Es un reto para algunos magos de Sighart que se hace desde hace siglos —explicó Gabrijel—. Solo pocos de los que han entrado han logrado salir... Muchos se quedan atrapados ahí por mucho tiempo o para siempre.
»Es raro que alguien salga, ¡estás de suerte, Evel!
—¿Por qué se quedan atrapados? —preguntó
—Es por no conocer su reflejo, ¿creo? —dijo Gabrijel.
—Es un reto idiota —terció el otro muchacho—. Solo los sabios logran salir en menos de un año. Y los idiotas que se creen listos siempre se quedan atrapados.
—Debería ser una prueba para ingresar a la academia —dijo el chico que se había reído antes, y cuando Gabrijel y su amigo le dieron una mirada en blanco, por fin se calló.
Sakradar en su forma de león intercambió miradas con Evel, y él miró de nuevo a los chicos para seguir preguntando, pero se detuvo al escuchar los cuchicheos de dos jóvenes magas a su espalda.
—No tiene sombra.
—Shhh, nos va a escuchar —respondió su amiga.
—¿Y si es un demonio?
—Shhh, vamos.
Evel frunció el ceño, miró a Gabrijel y a sus amigos, ya estaban hablando de otro tema, y al parecer no habían escuchado nada. Decidió revisar su sombra de soslayo, pero estaba ahí, no había nada extraño. Y entonces, escuchó algo fracturándose en el aire... como si fuera vidrio. Frunció el ceño de nuevo.
Miró a los amigos de Gabrijel, pero seguían avanzando y riendo como si nada, luego miró a Sakradar, pero solo lucía adormilado. Evel sacudió la cabeza...
Continuaron caminando hasta subir por la ladera de una colina, y pronto se aproximaron a un agujero dentro de la roca donde un montón de profesores bloqueaban la vista. Evel miró a Sakradar en busca de respuestas, pero él ni siquiera lo notó, estaba observando los movimientos de los magos, casi juzgándolos. Evel decidió dejarlo y se acercó con los amigos de Gabrijel para escucharlos.
—No lo sé, no creo que haya un dios ahí —dijo uno de los chicos—. La verdad, ni siquiera creo que exista Draimat... Y si existiera, ¿por qué estaría viviendo en una cueva, Gabrijel?
—Solo era una teoría.
—Oye, Sinise, que no te escuche el «chico de Osvian» —respondió el otro mirando a Evel de soslayo con una sonrisa en los labios y gesticuló las comillas al hablar.
Evel hizo una mueca. Realmente comenzaba a fastidiarle aquel sujeto... Tenía la misma personalidad odiosa que Alek, pero combinada con la de Grot y Gillian. Al menos ahora conocía el nombre de otro en ese grupo. Luego, el chico continuó.
—Creo que debe haber un dios, o no habría magia.
—No sabía que eras religioso —dijo Sinise.
—Cállate, no estoy diciendo eso —dijo y lo empujó—. Mira, si fuera un demonio, nadie se acercaría a la cueva y la rectora en su nombramiento hubiera elegido cualquier otro lugar para la entrada de Ir-Ton-Magzu.
»Obvio es un dios, aunque no se pueda confirmar... Si fuera otra cosa, hubieran pedido mover la Academia.
»¡Oh, ahí viene!
Evel desvió la mirada hacia donde estaban apuntando. Un grupo de profesores en sus capas color vino rodeaba a una chica joven y sonriente con una capa larga con la misma longitud que la de los profesores, pero de color verde y con bordados plateados en las orillas. Los maestros la siguieron mientras hacían preguntas, y la escoltaron hasta aquel camino donde los estudiantes aguardaban.
—¡Es Luz! —dijo Gabrijel.
—Me debes dinero, Ivozar —indicó Sinise al otro chico—. Te dije que sí era una prodigio.
—Ugh.
La chica alzó el brazo, y todos los estudiantes gritaron, silbaron y aplaudieron. Evel miró a Sakradar, pero no encontró respuesta en sus ojos, así que solo se limitó a aplaudir también. Gabrijel se acercó.
—Vaya que sí tienes suerte, Evel. ¡Llegaste justo a tiempo para presenciar historia!
Evel lo miró confundido, pero antes de tener oportunidad de preguntar, otros estudiantes comenzaron a empujarlo para acercarse a saludar a la muchacha. Sakradar lo mordió de su capa, lo jaló antes de ser aplastado y luego apuntó con su hocico hacia la cueva. Evel miró también hacia ahí, y al ver la oscuridad, se estremeció... Pero una idea llegó a su mente: ¿y si había algo ahí para ayudar a su padre?
Entonces, Evel pudo escuchar sobre los gritos y aplausos un tenue sonido de agrietamiento, como un vidrio a punto de romperse. Evel miró a Sakradar y a los demás, pero nadie pareció notar aquel sonido además de él, de nuevo.
—Era de esperarse de Luz —dijo Gabrijel cuando llegó a su lado—. ¿Sabías que tiene dieciocho y ya se graduó?
Evel lo miró. Tenía dieciocho... La misma edad que ellos. Se mordió la mejilla y miró a la muchacha.
—¿Crees que vaya a ser reina de los magos un día?
—Una semana en He-Sker-Taín no es un requisito —dijo Ivozar.
—Pero sí indica talento, deja de ser imbécil.
—Yo sí quiero que sea reina —indicó Gabrijel.
Evel los miró. Su estómago se apretó ante el pensamiento, pero no perdía mucho igual si preguntaba.
—¿Qué hay dentro?
—Nadie lo sabe —respondió Gabrijel—. Los que logran salir no pueden hablar de eso directamente, pero creen que hay espejos y alguna clase de magia que habla con los magos. Aunque te decía que solo los grandes magos logran salir.
Evel miró a Sakradar, y él asintió ante la información. ¿Entonces él lo sabía también? ¿Por qué no se lo había dicho antes?
—También dicen que, si entras, puedes hacer una pregunta y siempre tendrás la respuesta correcta. El futuro, el pasado, profecías, destinos, conocimiento, todo tipo de pregunta... —añadió Sinise.
—Y hasta puede responder preguntas sin respuesta —añadió Gabrijel.
—Huh, si son respondidas ya no son sin respuesta, Gabrijel —dijo Ivozar y Sinise le dio un golpe en el hombro—. ¡Oye!
Luego, Ivozar añadió mientras se frotaba el brazo:
—Por eso les decía que hay un dios... Pero son unos idiotas.
—Sí, sí, lo que digas —respondió Sinise y luego cambió de tema—. ¿Qué creen que haya preguntado Luz?
»Espero que algo bueno... ¿o habrá desperdiciado su oportunidad?
—No creo que las reglas sean verdad —dijo Ivozar.
—Crees que hay un dios, pero no crees en las reglas...
—Ya, ya, no discutan... Tampoco lo sabremos nunca.
Tanto Ivozar como Sinise asintieron ante eso.
—No pienso entrar ahí ni, aunque sea el genio de los tres —dijo Ivozar.
—Como si lo fueras, seguro te tardarías dos mil años en salir —dijo Sinise y rio.
—Oigan, ¿creen que haya alguien que se tarde menos que Luz? —interrumpió Gabrijel.
—¿En mil años, quizá?
Evel reflexionó aquellas palabras y aquella conversación... Tal vez sí había una esperanza después de todo, tal vez no tendría que quedarse más tiempo en la Academia si lo lograba.
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Una hora después, cuando Luz se marchó y la mayoría de los estudiantes había regresado a la torre, Gabrijel, Ivozar y Sinise caminaron frente a Evel mientras se dirigían a clase. Evel decidió quedarse hasta atrás del grupo para discutir con Sakradar.
Sakradar tenía su vista fija en la maestra frente a ellos, esperando a que no volteara, pidiera algo o hiciera alguna pregunta. Y una vez Evel estuvo seguro de que estaba lo suficientemente lejos del último grupo de magos en dirección a la torre, preguntó sin mirar a Sakradar.
—¿Crees que...?
—No, Evel. No pienses ni por un segundo entrar a ese lugar. Por nada del mundo debes entrar ahí.
—Pero estabas mirand-...
—No te dije nada. Si de mi boca no salieron palabras, no dije nada —dijo Sakradar y avanzó más rápido—. No vas a entrar ahí, Evel. No eres un mago prodigio, ni un sabio...
—Pero no tendríamos que quedarnos en la isla.
Sakradar se detuvo, y Evel lo imitó.
—Evel, escucha, si entras ahí podrías quedarte atorado para siempre o por mucho tiempo. No podré ayudarte, y no podrás salvar a Hok.
Evel se mordió la mejilla. Sabía que no era un prodigio en magia, pero la conocía bien, y había aprendido a dominarla. Sí, era volátil, pero había podido contra algunos profesores como se lo indicó la rectora. Además, era su única oportunidad... Y si lo lograba, ¿no sería más fácil para él estar en la academia y que ayudaran a Hok?
—Ahí puedo encontrar una cura —dijo Evel—. Y ayudar a H-..
—¡Evel! —llamó Sakradar alzando la voz—. Détente y piénsalo un momento.
Evel se mordió la mejilla, bajó la mirada y retrocedió, pero Sakradar dio un paso al frente en su forma de león y Evel volvió a retroceder, pero se tropezó y cayó sobre su retaguardia. Sakradar rugió, y Evel cerró los ojos y se encogió por instinto, pero contrario a lo que esperaba, no llegó ningún zarpazo.
—Evel...
—Saldré antes, lo prometo —dijo Evel y abrió los ojos.
Sakradar ya no estaba avanzando, pero sus garras estaban lo suficientemente cerca como para lastimarlo.
—No vas a ir a esa cueva, Evel —habló con firmeza—. Si quieres regresar con tu padre, si quieres ayudarlo, si quieres vivir, si quieres que te ayude, no entraras en la cueva.
»Prométeme que no entraras en la cueva.
Evel lo miró y bajó la mirada. Si Sakradar desaparecía por su culpa, si todo lo que la rectora le había dicho era una mentira, si no quedaba tiempo... No podía permitir que sus errores los resolviera alguien más, necesitaba hacerlo, necesitaba hacerlo él mismo.
Evel miró a Sakradar, pero no pudo prometerle nada. Sabía que era un tonto, pero era su mejor oportunidad.
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Evel alzó la cabeza y se levantó del suelo al escuchar los pasos cerca de la fuente. Su corazón latió mucho más rápido y su modorra se desvaneció al ver a quien había esperado por lo menos una hora. Gabrijel se quitó la capucha y se acercó lentamente.
Evel suspiró aliviado cuando lo miró... Realmente pensaba que después de todo lo que habían dicho de él, Gabrijel no iría por temor o que incluso lo delataría con la rectora, pero no fue así. Evel solo esperaba que, si alguien se enteraba, no le sucediera nada.
Se acercó a Gabrijel y ambos se dirigieron hacia la puerta de la torre. Él no lo miraba al rostro, tenía la vista baja y ocultaba las manos. Evel se mordió la mejilla porque sabía que ya no había marcha atrás después de pedirle aquel favor, y mucho menos ahora que estaba frente a él.
—¿Nadie te siguió? —preguntó Evel.
—No... —dijo y calló—. Evel, no deberías hacer esto.
Evel miró a los alrededores, trató de ordenar sus ideas y suspiró. Incluso si trataba de explicarle, él no entendería. A sus ojos, Evel era lo que todos siempre habían creído de él: un peligro y un mentiroso. Evel supo que jamás sería amigo de él ni de los otros...
—Por favor —dijo y alzó ambas muñecas—. Ayúdame a quitarme esto.
El chico miró los brazaletes y luego a Evel, él colocó ambas manos palmas arriba y las estiró hacia Gabrijel. Él acercó sus manos lentamente a las muñecas de Evel, el calor de la magia se expandió alrededor de los dos y los brazaletes se abrieron con un chasquido antes de caer al suelo y vibrar.
Gabrijel se apresuró a recogerlos del suelo mientras Evel tocaba las heridas por el metal. Dolían y estaba seguro de que se veían peor de lo que se sentían, pero aquellas cadenas pesadas que existían cuando los brazaletes buscaban su magia desaparecieron, y su magia cosquilleó en sus dedos.
Alzó sus dedos y aquella punzada débil que conocía demasiado bien regresó a su cabeza, y respiró como si por fin pudiera salir del agua. Una luz comenzó a iluminar un poco la oscuridad, y luego se volvió un destello. Realmente su magia se comportaba diferente ahí también... Luego, bajó la mano y disipó la luz.
—Gracias, Gabrijel —dijo mirando directo a sus ojos.
El muchacho estaba anonadado y asintió.
—Que Draimat te acompañe en tu destino y que te proteja —dijo Evel inclinándose—. Y gracias por todo.
Evel se dio la vuelta y abrió la puerta, pero antes de salir, Gabrijel lo tomó de la muñeca, justo donde estaban sus cicatrices de los cristales y lo jaló hacia dentro. Evel hizo una mueca y se preparó por si tenía que pelear de nuevo.
—¿A dónde vas? ¿Por qué haces esto? ¿No te gustó Ir-Ton-Magzu?
Evel lo miró bien. No podía ver sus facciones o su expresión en la oscuridad, pero por su tono de voz, supo que estaba preocupado y aquello... La fuerza del agarre disminuyó y Evel alejó su mano.
—No tienes que preocuparte por mí —dijo—. Ni siquiera nos conocemos.
—Te llamas Evel, con eso me basta, ¿a dónde vas? —preguntó—. Sabes que si te atrapan te quitaran tu magia...
»No vale la pena. Quédate.
Evel bajó la mirada y sonrió para sí. ¿No valía la pena arriesgarse por su familia? ¿Por su única familia? ¿Por lo único que le quedaba? Si pudiera regresar atrás, hubiera preferido vomitar sangre a tener que huir en la arena... Evel sonrió porque no podía decirle nada de eso. Era algo que alguien como Gabrijel no entendería, algo que nadie entendería.
—No... Dime que no vas a ir a He-Sker-Taín.
—No tengo qué decirte a dónde voy —dijo Evel—. Mi papá me necesita.
»Muchas gracias por todo.
Evel se dio la vuelta y salió por la puerta, Gabrijel se acercó y sostuvo su capa.
—No te vayas —dijo él—. No lo hagas, no vale la pena, ¡te quedarás atorado ahí!
Evel sonrió un poco. No se quedaría atorado, sabía magia, saldría. Quizá no era un prodigio, pero se había esforzado lo suficiente toda su vida con su magia.
—No lo haré —dijo y salió de la torre de los magos.
La puerta se azotó detrás de su espalda con el viento y sus ojos pesaron. La punzada en su cabeza aumento y tuvo que recargarse un instante contra la torre para no tambalearse. Buscó a Sakradar, pero no vio ningún rastro de él, estaba aliviado, pero esperó que estuviera bien y se marchó.
Tardó un buen rato en subir hasta la cueva y cuando llegó a la entrada, encontró a Sakradar acurrucado como un león sobre una roca. El cuerpo de Evel pareció pesar una tonelada más al verlo, y la punzada en su cabeza aumentó tanto que tuvo que cerrar un ojo.
Evel pensaba no hacer ruido, pero era demasiado tarde, Sakradar alzó la cabeza y sus ojos negros vieron a Evel con una tristeza infinita, casi humana, pensó Evel. Y no supo si aquella mirada le recordaba a su padre o a Hok, pero un nudo se ató en su garganta y se obligó a tragar.
—¿Irás aunque te lo diga mil veces, Evel?
Él asintió, pero no habló, sabía que su hablaba su voz se rompería. ¿Qué estaba haciendo?
—¿Aunque te diga que es peligroso y que nadie te podrá ayudar una vez estés dentro?
Quiso decirle que solo él y Hok se habían esforzado por ayudarle, nadie más, pero ellos no estuvieron siempre con él, que todo saldría bien y que cualquier problema podría resolverlo él mismo, pero solo lo miró en silencio y apretó los labios... ¿Valía la pena entrar?
—No quiero pelear contigo... Ni siquiera creo poder hacerlo —admitió—. Evel, solo te puedo decir que lo que te enfrentes ahí es desconocido hasta para las potestades, para aquél a quien llamas dios, para los dioses de otros y tal vez hasta para las mismas estrellas...
»Y ahí dentro, solo estarás tú y lo que haya dentro.
Sakradar se levantó de la roca y caminó hacia Evel, él bajó la mirada y Sakradar detuvo sus pasos.
—Cuídate, Evel. Regresa por favor, hay quienes te necesitan y esperan tu regreso. Yo incluido —dijo Sakradar y alzó la cabeza.
Evel creyó que sonreía y no supo qué pensar.
—Me quedaré afuera. Te estaré esperando.
Evel asintió y cerró los ojos. Luego los abrió, vio la oscuridad de la cueva y caminó hacia allí. Alzó su mano, el calor recorrió cada parte de su cuerpo y una luz tenue iluminó la noche. Evel miró a Sakradar, pero él miraba colina abajo.
Evel miró también y vio luces, y capas color vino acercándose por el camino hacia la cueva.
—Evel, tienes que seguir —dijo Sakradar.
Evel se apresuró hacia la cueva, y cuando llegó frente a la entrada, su luz iluminó una amplia y larga cámara de roca con pequeños cristales creciendo en las orillas.
Evel entró de inmediato, y justo donde estuvo un momento atrás, un ataque golpeó y congeló una roca. Cuando Evel miró a su espalda, las capas color guinda ondearon en la poca luz y danzaron alrededor de la entrada. Un rugido resonó desde las profundidades de la tierra y un dolor atravesó el corazón de Evel. Se llevó su mano libre y se obligó a caminar mientras escuchaba la respiración entrecortada a su espalda, la tela desgarrada, el rugido de un león y sus garras rompiendo la roca.
Entonces, vio una luz y un brilló acercándose a él desde el fondo de la cueva, y se acercó más y más hasta que se encontró con su propio rostro, pero su reflejo estaba agrietado. Algo punzó con más fuerza en su cabeza y tuvo que cerrar de nuevo su ojo. Su respiración se volvió superficial y cayó sobre sus rodillas. Miró detrás de él, a la entrada de la cueva.
Ya no había un león en el lugar en el que Sakradar estuvo antes, ahora había un humano dándole la espalda, con su cuerpo protegía la entrada de la cueva y moviendo sus manos atacaba a los profesores que querían atrapar a Evel. Alzó las manos y de ellas brotaron miles y miles de hilos apenas invisibles que crearon una red a su espalda, y luego vides con espinas que rodearon a los magos.
—¡No puede ser! —gritó un mago.
—¡Retrocedan! ¡Es un demonio!
—¡La isla!
—¡Alguien vaya a evacuar la torre!
Los maestros retrocedieron, el estrépito de los ataques retumbó en la cueva y algunos fragmentos de roca comenzaron a caer del techo. Sakradar giró su cabeza, y aunque no pudo distinguir sus facciones, sabía lo que le decía: «Corre, Evel».
Luego, toda la cueva se estremeció, roca a roca perdió de vista a Sakradar, y cada estrella en el firmamento. Todo se sacudió y Evel se hizo ovillo para evitar que las rocas cayeran sobre él.
Luego, todo fue silencio, el dolor cesó, y ya no podía ver nada fuera de la cueva. Evel inhaló profundo y se levantó en la oscuridad.
Su luz se había extinguido, pero estaba seguro de que el espejo seguía frente a él, y que su reflejo seguía mirándolo, pero Evel solo vio oscuridad infinita, no su rostro, no sus ojos, nada que fuera él. Su reflejo era nada, era oscuridad.
Alargó los dedos al cristal, y el tacto frío recorrió desde sus dedos hasta su pecho. Luego, sintió ondas, como agua, y pudo imaginarlas extendiéndose por todo el espejo antes de calmarse.
—Nev —dijo algo en su cabeza y lo entendió de inmediato, sin pensarlo, sin meditarlo, porque fue casi como escuchar «Ven».
Miró a su espalda, donde Sakradar seguía luchando. Luego miró al espejo, dio un paso y entró, y mientras entraba, un pensamiento asaltó a Evel: «Ah... Sakradar también es una potestad».
Y atravesó el espejo
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