X. La academia de magos
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"La magia es un arte poderoso. Es un instrumento y una habilidad que solo pocos tienen y muy pocos de los que nacen con ella logran dominar. En el mundo es bien sabido que hay países llenos de magia, y países que no la tienen. Y también es bien sabido que, en el mundo, solo existía una región donde todos nacían magos, un lugar donde la magia ancestral todavía seguía presente.
Hoy, sigo preguntándome cómo se sometió a una nación entera de magos y cómo fueron masacrados en una sola noche. Lo único que tengo seguro es que esa semana, en especial esa noche, las potestades y nuestra diosa nos abandonaron.
Quizá por odio, desdén, por venganza o porque crecimos arrogantes y sin conocer el mundo. Sin embargo, la muerte de inocentes sigue doliendo." — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan
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—Ev, abre los ojos —dijo una voz familiar, lejana, ronca.
Inhaló para desperezarse y entreabrió los ojos. La luz del cielo en la mañana lo cegó. Frotó sus ojos, se levantó, y encontró agua por todos lados a su alrededor. Azul y solo azul. Parpadeó varias veces para saber si no estaba soñando.
Estaba a la deriva en un pedazo de madera en medio del mar. Sin sus cosas, y sin señal de ir hacia algún lugar. Sacudió la cabeza, y trató de recordar, pero no había nada claro en su mente. Había sido arrojado al mar, las olas lo arrastraron lejos y luego el barco se hundió... Miró la madera debajo de él. Contuvo su aliento.
¿Y si era un trozo del barco?
Entonces, el pedazo de madera comenzó a moverse hacia el frente, aunque no había viento ni olas hacia ninguna dirección. Evel buscó qué era lo que lo empujaba y miró a un lado. Había dos manchas negras y largas, eran como peces, pero enormes. Evel se inclinó más y alargó su mano.
Una de las manchas dejó de empujar en aquel momento, saltó hacia arriba, se convirtió en un ave negra, voló hacia y aterrizó frente a Evel en el pequeño trozo de madera. Evel suspiró aliviado en cuanto cambió de forma.
—Creí que... —comenzó y suspiró—. Me alegra que estés bien.
—¿Dormiste bien, Evel? —preguntó Sakradar—. ¿Cómo te encuentras?
Evel abrió y cerró la boca y bajó la mirada para encontrar una respuesta, porque no estaba seguro. Recordaba haber caído al mar, el barco y luego nada... Luego miró al pez que seguía empujando el trozo de madera, cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—No entiendo nada... —admitió—. ¿Q-qué pasó?
Sakradar extendió sus alas negras y las agitó salpicando agua por todos lados.
—El barco se hundió —dijo y comenzó a picotearse debajo del ala.
Evel apretó los labios y bajó la mirada. Plegó sus rodillas a su pecho y la tabla se tambaleó. «Todos los de Sarkat debieron morir...». «¡Él está causando todo esto!». Las palabras se repitieron en su mente. Todos ellos estaban muertos ahora. No había podido hacer nada por ellos, pero no sintió remordimiento, no sintió nada. De todas formas, se atrevió a preguntar:
—¿Fue por no controlar bien mi magia? —preguntó Evel sin mirar a Sakradar a los ojos.
Tenía la sensación de qué sabía la respuesta. La pesadilla había sido demasiado intensa, su magia ya estaba extraña desde que los cristales brotaron de sus manos y empeoró con la potestad y todo lo que había sucedido en los días anteriores. Hok se lo había advertido muchas veces antes, la magia era peligrosa y ahora había muerto gente por no saber controlarla...
—No, Evel. No —dijo Sakradar con firmeza, Evel alzó la cabeza—. Sí, tu magia sigue un poco inestable por la potestad... pero no fuiste tú. No fue tu culpa.
Evel no supo qué decir, ni siquiera supo si creerle, si aquello no era algo que decía solo para consolarlo. Hok diría que había muerto gente de todas formas, pero después de que lo tiraron por la borda no sabía cómo sentirse.
—Las tormentas son cosas naturales, Evel. Un simple humano no puede controlarlas como si nada, mucho menos así... —explicó Sakradar—. Era imposible detenerla porque un dios del mar también se alteró cuando entramos a su dominio...
—¿Draimat se alteró? —preguntó Evel en voz baja.
La tabla se detuvo, sintió el peso de una mirada en la espalda, cuando miró hacia atrás, el pez que había estado empujando la madera dio un fuerte chapoteó con su cola y empapó a Evel. Sakradar bufó con una risa del otro lado.
—Ya se enojó... —rio Sakradar.
—¿Dije algo malo? —preguntó Evel.
—Tan malo que yo mismo te tiraría al agua... Pero te vas a ahogar de nuevo.
—No me estaba ahogando —dijo Evel con el ceño fruncido y luego inclinó la cabeza—. Perdón.
—Díselo al dios del mar al que ofendiste.
Evel alzó las cejas.
—¿E-era un dios del mar?
—Es una potestad, pero otras potestades lo consideran algo así... —dijo Sakradar—. De todas formas, discúlpate, estos mares son su dominio.
»Además, ese imbécil del que hablas no podría crear una tormenta ni en sus sueños.
Sakradar siguió picoteándose debajo del ala y Evel miró hacia el mar e inclinó la cabeza.
—Perdón, dios del mar... —pronunció y se detuvo antes de mencionar a Draimat con la misma palabrería de Osvian.
Algo se acercó desde uno de los lados del barco, se movía como seda, y ahora que lo miraba bien, no era negro, sino que tenía aletas traslúcidas azules, y su cuerpo estaba cubierto por escamas azul oscuro metálicas. Parecía una carpa, pero mucho más grande. La potestad de asomó a su lado.
—Sepperocu et on, goam —dijo—. Seltamo em on.
Evel miró ladeó la cabeza y Sakradar carraspeó a su lado.
—Dice que no te preocupes, Evel.
—¿Qué idioma es?
—Pescado —dijo Sakradar y luego soltó una risa.
El pescado saco la cabeza y miró a Sakradar con ojos de pescado muerto, y Evel lo miró con los ojos en blanco. Sakradar dejó de reírse y carraspeó.
—Ancestral —corrigió Sakradar—. Olvídalo, es tiempo de irnos. Todavía falta mucho para la costa.
El pez volvió a su lugar. Sakradar abrió lentamente sus alas, alzó el vuelo y luego se arrojó hacia el agua, Evel se cubrió el rostro para evitar más salpicaduras y cuando miró detrás de la tabla, había otra sombra. Sonrió un poco al ver a Sakradar como un pez... Había crecido bastante desde la primera vez que lo vio, y también cambiaba de forma más seguido que antes.
Mientras avanzaban, Evel meditó la conversación y lo que Sakradar había dicho. Una potestad, algo que solo algunos magos podían ver según lo que Sliere dijo. Un dios, según Sakradar. Apretó los labios. Miró a Sakradar en forma de pez, inhaló profundo y decidió que era tiempo.
—¿Eres una potestad también?
Sakradar no respondió, siguió impulsando el barco como si esa pregunta jamás hubiera sido pronunciada, y cuando habló, dijo algo completamente diferente.
—Deberías agradecerle a la potestad —dijo Sakradar—. Te salvó y decidió ayudarnos.
Evel quiso gruñir, sacar a Sakradar del agua y hacerlo pescado frito con esa respuesta. Lo ignoró y se dirigió a la potestad en forma de pez.
—Gracias por la ayuda —dijo Evel e inclinó la cabeza.
—Dana se on, goam ed Sarkat —comenzó y Evel frunció el ceño al entender una de las palabras—. Cobar le hundí ose por... grolipe ne tasabse que rasnep zohi em mar le dofecatan y it ed doliensa gaima antat. Doperna.
»Cesantral gaima al por soddebenci sol ed onu a saraap le goal que mirperti díapo on.
Evel miró a Sakradar, él sacó su cabeza de pescado del agua y tradujo:
—Dijo que no es nada, que lo hizo porque creyó que estabas en peligro —dijo él—. Y que le alegra que estés bien, Evel.
Evel sonrió un poco e inclinó la cabeza hacia el pez, estiró la mano hacia el pez, pero no tocó sus escamas. No estaba seguro de si lo que había dicho Sakradar era lo mismo, pero quiso creer que sí.
Miró al frente, se quitó la capa mojada y la dobló.
—¿A dónde vamos? —preguntó Evel.
—Vamos a la Torre de los Magos —dijo Sarkat detrás de él—. Es una academia de magia de Sighart.
»La isla donde su ubica no queda lejos por suerte... Y espero que alguien nos ayude.
Recordó las palabras que Sliere le había dicho mientras viajaba con ella, y Evel sonrió y se inclinó hacia Sakradar.
—¿Crees que sí?
La brisa marina sopló y lo hizo temblar un poco, cerró los ojos y su magia calentó su sangre lentamente. Miró a Sakradar, y le pareció que estaba también de buen humor.
—Encontraremos lo que necesitas.
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Llegaron a una pequeña isla de arenas blancas y aguas cristalinas. Al fondo se alzaban tres colinas cubiertas por árboles, y frente a ellos había un camino de adoquines grises que se internaba al bosque y parecía dirigirse a la única edificación de la isla. Se trataba de una torre gris que se alzaba entre los árboles y las palmeras.
No se escuchaba nada más que el canto de algunas aves y el balbuceo de las olas contra la arena. Estaba demasiado silencioso para tratarse de una academia de magos, además, tampoco podía sentir el calor emitido por la magia que recordaba de algunos libros: «Si hay suficientes magos en un lugar, hasta para una persona común será fácil percibir la magia». Evel entrecerró los ojos.
Evel se acercó al agua, e inclinó su cabeza:
—Gracias por ayudar... y perdón por molestarte.
El pez azul oscuro sacó su cabeza del agua.
—Goam ed Sarkat, dana se on. Jeavi ut ne ertesu.
Evel miró a Sakradar para que tradujera, pero había vuelto a cambiar de forma y se sacudía sus plumas a su lado. Cuando miró de nuevo al pez, este se había dado la vuelta. Sus aletas se movieron como los pétalos de una flor y se perdió entre las olas.
Evel se quedó un buen rato mirando al mar, en búsqueda del pez hasta que Sakradar le dio un empujón, cuando miró detrás de él, había cambiado de forma de nuevo... Ahora era un lobo. Quiso decirle algo, pero Evel desistió y suspiró.
—¿Qué?
—Nada —dijo Evel.
—Entonces, vamos.
Siguieron el camino de adoquín a través del bosque hasta que llegaron a un claro, donde piedras y ruinas cubiertas de musgo rodeaban una torre. Cuando se acercó, vio que algunas de las rocas conservaban algunas escrituras, pero el resto se había deteriorado en el tiempo. Luego, miró hacia la entrada, era una puerta común de madera, también desgastada por el tiempo y podrida.
Evel miró a Sakradar, pero él lucía igual de confundido. Tenía la cabeza ladeada y el ceño fruncido.
—¿Es aquí? —preguntó Evel y caminó hacia la puerta.
—No estoy seguro —dijo Sakradar siguiéndolo—. Jamás había venido aquí... Pero se supone que es la academia.
Ambos se detuvieron en la entrada y Sakradar miró de hito en hito y entrecerró los ojos.
En aquel momento, un montón de gaviotas graznaron detrás de ellos e interrumpieron su silencio. Evel miró hacia atrás junto con Sakradar y vieron una parvada alineada perfectamente con dirección a la torre.
Evel frunció el ceño, ¿desde cuándo las gaviotas volaban así?
Las gaviotas bajaron en picada al camino de piedras y antes de aterrizar, brillaron en el aire, chasquearon, traquetearon y aterrizaron sobre el camino como humanos. Miles de plumas cayeron a su alrededor, ingrávidas y Evel las sacudió de su vista. En el lugar donde debían haber estado las gaviotas había un montón de adolescentes. Se estiraron, y aunque algunos miraron con curiosidad a Evel, no le dieron importancia después, como si no estuviera ahí. Evel miró a Sakradar.
Sin duda eran magos. Lucían mucho más jóvenes que él, llevaban capas grises que llegaban hasta sus cinturas, pantalones negros y una camisa blanca debajo de un chaleco negro con botones plateados. Se rieron y caminaron hacia la puerta, Evel se apartó a un lado, y ellos siguieron como si él no estuviera ahí.
—¿Te quedaste sin uñas otra vez? —preguntó alguien con tono burlón.
—Te dije que no me gustaba viajar así —suspiró otro chico.
—Eso es porque deberías estar criando puercos y no aquí —dijo el primer chico.
—¡Oye!
Evel se acercó hacia ellos para preguntarles, y uno de los niños le colocó una mano en el pecho y lo empujó. Evel trastabilló y un nudo se ató en su garganta, ¿cómo podían ser tan groseros con un desconocido?
—Hazte a un lado —dijo el niño—. Afuera de la academia no nos pueden molestar, ¿recuerdas?
Luego se dirigió a su grupo de amigos.
—¿Y este qué hace afuera cuando hay evaluaciones para su generacióm?
Evel frunció el ceño y retrocedió, apretó sus labios y se repitió mil veces que solo eran niños. El niño que le había empujado abrió la puerta y dejó entrar a sus compañeros antes de entrar él mismo. Sakradar recargó su cabeza en la mano de Evel.
—Los jóvenes de ahora...
—Sí... —dijo Evel, aunque quizá solo les llevaba tres o cuatro años.
—Creo que deberías entrar, Evel —dijo Sakradar.
—Vamos.
Evel comenzó a caminar hacia la entrada, pero Sakradar se quedó ahí, parado en medio del camino.
—Esta vez no puedo ir contigo —dijo Sakradar—. No hay entrada ni lugar para seres como yo en lugares como este.
—Pero...
Evel quiso replicar, pero calló al mirar los ojos rendidos de Sakradar.
—No puedo entrar, Evel —soltó—. Perdón, tendrás que ir solo esta vez.
—Está bien.
—Ten cuidado. Estaré aquí afuera por si me necesitas.
—Está bien...
Evel lo miró una última vez y avanzó hacia la puerta, le dio una última mirada a Sakradar y luego colocó su mano en el pomo de la puerta y jaló. Entró y la puerta se cerró detrás de él, y lo que vio dentro de la torre fue completamente diferente a lo que esperaba.
El recinto era mucho más grande y amplio que la torre por fuera. Frente a él había un amplio patio redondo iluminado desde arriba por una luz ambarina. En el centro había una fuente blanca rodeada de rosales, otras flores y bancas. Había algunos magos envueltos en sus capas leyendo, o hablando, y otros caminaban alrededor del jardín sin acercarse a la luz del centro.
Además de todo eso, había una rampa detrás de la fuente pegada a la pared y que subía en espiral hasta el último piso y rodeaba el jardín y la luz que caía. Al seguir la rampa en espiral, había puertas con placas de metal cada cierta distancia que se abrían de vez en vez revelando algún mago con túnica color vino hablando junto a un pizarrón.
Al fondo del recinto, más allá de las escaleras, había una abertura ojival que se extendía hacia el fondo y por la que entraba una luz blanca y más estudiantes con libros en mano.
Evel salió de su asombro cuando la puerta se abrió detrás de él de nuevo y más magos entraron empujándolo. Se apartó a un lado, dejó que pasaran y observó el lugar y a los magos.
Casi todos llevaban capas grises. Quienes parecían tener menos de dieciséis usaban capas hasta la cintura, y los que parecían tener su edad usaban capas hasta la rodilla. Los magos más grandes usaban capas color vino hasta los talones y se paseaban observando a los magos jóvenes, o subían apresurados a alguna de las puertas de los pisos superiores. Evel supuso que los que llevaban capas color guinda eran profesores y el resto eran estudiantes.
Evel apretó los labios, debía apresurarse. Si de verdad había una cura, era mejor buscarla que quedarse dos horas más mirando. Caminó lento hacia la abertura del fondo e imitó a los demás: rodeó el jardín en lugar de atravesar y mostrarse ante la luz. Un maestro le dio una mirada de reojo y Evel bajó la vista.
Si esa era una academia, seguramente habría una biblioteca y era posible que ahí encontrara lo que estaba buscando. Al menos aquella vez sería fácil. A nadie parecía molestarle su presencia, nadie parecía cuestionarla. Quizá pensaban que era un mago como ellos a pesar de que su capa era distinta y su aspecto no era el mejor.
—Oye, amigo —preguntó alguien tocando su espalda.
Evel se tensó, se detuvo y lo miró de soslayo. Era un estudiante y parecía tener su edad, tenía una mirada amable, pero cansada y llevaba una libreta debajo de su brazo.
—¿No tenías examen? ¿No te avisaron que tu clase comenzaría después de la mía? —preguntó—. ¡Y no llevas tu capa! ¡Gullivan te a matar si vas así! Ay...
Luego, la sonrisa del mago se borró, comenzó a fruncir el ceño de poco en poco, lo miró de arriba abajo, y Evel tragó saliva. El estudiante frunció el ceño y ladeó la cabeza.
—Espera...
Evel retrocedió.
—¿Un intruso?
Evel retrocedió de nuevo y chocó con alguien, cuando miró a su espalda, había un maestro que lo miraba con extrañeza. Evel se apartó y se alejó de ambos en dirección contraria, pero antes de poder alejarse más, tanto el muchacho como el maestro lo habían alcanzado.
Para ese punto, estaba a punto de vomitar su corazón, y como instinto, una punzada fue a su cabeza, fuerte, clara e indolora. La magia calentó su cuerpo entero en menos de un parpadeó y antes de que el maestro lo tocara, el estudiante lo tomó del hombro. Y Evel no pudo hacer nada.
El agua de la fuente salió como una ola enorme —mucho más grande de lo que alguna vez había podido hacer—, y arrasó con el estudiante antes de que pudiera hablar. El maestro saltó para atrás y logró esquivarla. La ola lo arrastró y estrelló al estudiante contra la pared de piedra. Evel se paralizó cuando el maestro frunció el ceño.
—Perdón... —susurró.
Pero la mirada de todos los demás ya estaba sobre él. Un mago con capa color guinda se dirigía hacia él, y Evel supo que era demasiado tarde. Corrió hacia el lado contrario e ignoró los gritos del profesor, a los otros magos que fueron a ayudar al chico detrás de él, a las miradas impactadas. Ya había hecho una tontería, necesitaba pensar, necesitaba calmarse, ¿cómo había pasado eso?
Mientras corría, los estudiantes abrieron paso y no intentaron detenerlo.
Su estómago comenzaba a revolverse, ¿qué acababa de hacer? Era un idiota.
Su boca estaba seca, ¿y si decidían sacarlo de la torre y le prohibían la entrada? ¿Y si usaban magia contra él? ¿Y si había herido al estudiante? Tal vez no debió correr... Tal vez solo hubiera hablado las cosas. Era un idiota, se repitió mientras huía.
Aunque su magia se había sentido distinta. No, no importaba eso en aquel momento. Necesitaba apurarse, tal vez si lo hacía lograría conseguir un libro con información para una cura. Podría terminar por fin ese viaje.
Y entonces, el suelo se movió debajo de sus pies, y de entre las baldosas brotaron un montón de enredaderas delgadas y pequeñas. Se alargaron y fracturaron el suelo conforme engrosaron, y luego se alzaron frente a Evel. Él alcanzó a rodearlas y corrió por el patio.
Miró lo que había pasado y se estrelló contra alguien. Retrocedió aturdido, y el calor en sus brazos desapareció de inmediato. Antes de poder notarlo, una de las enredaderas se enroscó en sus piernas y lo jaló. Cayó de bruces y el golpe le sacó el aire de los pulmones. La enredadera comenzó a jalarlo en la dirección contraria, pero Evel se forzó a recuperarse y se aferró con uñas y dientes a las baldosas. Sus nudillos se tornaron blancos y sus brazos ardieron ante la fuerza.
«Piensa».
Cerró los ojos y la punzada resonó clara, fuerte, alto, como el llamado para el ganado en las montañas, como el relámpago de una tormenta que se acerca desde el mar... como gritos de un recuerdo. El calor se extendió por todo su cuerpo, y pensó en el brote.
Abrió los ojos y la enredadera se retiró sin más, y regresó a la tierra. Evel se apuró y trató de levantarse, colocó una mano en el suelo y se impulsó, pero antes de levantarse, la roca creció y la tierra engulló su mano. La jaló, pero no cedió. Colocó los pies en el suelo y jaló, pero la roca siguió creciendo.
Miró a su alrededor, dos magos con capas color guinda se acercaban a él. Otra punzada llegó en aquel momento sin que cerrara los ojos, y el suelo se estremeció debajo de sus pies, los magos se tambalearon y algunas virutas cayeron del techo, escuchó gritos. Luego, sus ojos pesaron más y más conforme los tremores incrementaron, y el deseo de cerrar los ojos le tentó.
«No ahora...», pensó. «¡Tienes que huir!»
Jaló su brazo de nuevo, pero solo sintió la tierra rasgando su piel y su cicatriz. Abrió los ojos cuando su brazo se liberó, alzó su mano a los magos, pero su mente estaba cansada, quería cerrar los ojos y dormir. Y dejó de resistirse, quedó ahí, con uno de sus brazos libre y apuntando a los magos y el cabello cubriéndole los ojos. Se forzó a mantener su brazo alzado, pero cerró los ojos. Estaba durmiéndose...
Estaba exhausto.
Su mente comenzaba a dormirse, y no entendía por qué justo en aquel momento, ¿por qué cuando estaba indefenso? Era la magia, lo sabía, pero ¿por qué en aquel momento? Su mano libre cayó a su lado sin fuerzas.
Sus piernas flaquearon y sus rodillas se golpearon contra las baldosas, se obligó a abrir los ojos y miró a su alrededor, pero no entendía lo que veía. Giró la cabeza a un lado y solo encontró una capa color guinda. Sus ojos pesaban, los cerró de nuevo e inhaló despacio.
Luego, el metal helado se ciñó en la muñeca de su mano libre. Y luego, la presión en su otra mano se desvaneció y cayó al suelo. No pudo abrir los ojos, pero escuchó y sintió lo que pudo antes de desvanecerse.
—Ya no podrá hacer nada —indicó una voz—. ¡Todos a clase! ¡Cálmense! Sigue siendo día de exámenes.
Luego, sintió brazos envolviendo su cuerpo. Alguien lo alzó, y antes de poder removerse, el sueño ganó por fin.
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¿Por qué existían los recuerdos? ¿Por qué no podía olvidar las cosas dolorosas? ¿Por qué tenía que revivirlas así, atorado, estático, sin poder cambiar nada? ¿Estaba pagando el pecado de estar vivo? Siempre se preguntó eso con cada sueño.
Escuchó una voz masculina tarareando una canción olvidada, mientras unas manos arrugadas lo sostenían de los costados.
—Mira, Nantsu, mira.
Señaló la mano. Y él miró arriba, al mar y luego a las nubes naranjas. La mano señaló de nuevo y él miró la campana de viento. Tintineó como en un sueño.
—¿Sabes cómo se llaman, Nan?
La voz masculina se detuvo y escuchó una risa.
—Mamá, solo tiene tres.
—¿Y? Se supone que ya debería ser capaz de verlas—dijo ella—. O al menos hacer un poquito de magia...
—Sigue siendo pequeño. Si fuerzas su magia, pasara su infancia durmiendo.
Y lo tomó de los brazos de la mujer y lo alzó frente a él, pero Evel no pudo distinguir su rostro. Y entonces todo cambió, había un sendero verde y un hombre se alejaba de él con una espada en mano. Al principio, parecía un recuerdo, el mismo hombre del sueño se iba mientras una anciana lo sostenía... Pero después, el hombre giró sobre sí mismo.
Evel ya no estaba en un sendero verde, estaba rodeado de campos de frutos, y su capa se agitó cuando vio el rostro de Hok en el lugar de otra persona. Nadie lo sostenía ahora, estaba solo y Hok se alejó con su rostro pálido y labios morados. Evel corrió hacia Hok, pero él simplemente lo ignoró y se marchó.
—¡No! —gritó Evel antes de alcanzarlo.
Despertó sudoroso e inclinó la cabeza hacia adelante, su cuello estaba adolorido. Trató de llevarse una mano a la cara, pero fue en vano: estaba atado y cada intento hizo que sus muñecas escocieran. Cuando entendió qué estaba sucediendo, analizó en dónde estaba. Era algún tipo de oficina, había un escritorio frente a él, un librero al fondo y una gran ventana que mostraba el mar. Las paredes estaban tapizadas de rojo, y él estaba en una silla, atado y con dos brazaletes metálicos en sus manos.
Se mordió las mejillas al ver los brazaletes, y buscó a su alrededor, pero Sakradar no estaba por ningún lado. Sacudió la cabeza.
—Ah, despertaste por fin —dijo alguien detrás de él—. Perfecto.
»Ahora vas a responder mis preguntas.
Evel trató de mirar sobre su hombro para ver el rosto de la mujer que le estaba hablando, pero no sirvió de mucho. Luego, al regresar la mirada, ella caminó hasta sentarse del otro lado del escritorio. Entrelazó las manos sobre la mesa, y lo miró intensamente con sus ojos azules. Evel se mordió la mejilla. Todavía no terminaba de desperezarse, pero sin duda se había equivocado al pensar que las cosas serían fáciles...
—No sé cómo encontraste la torre, y por qué tu magia es así de volátil —dijo ella—. Y no entiendo cómo pudiste contra magos experimentados y contra un mago ancestral... O por qué decidiste herir a los estudiantes.
Evel bajó la vista.
—Perdón. No fue a propósi-...
—No, déjame terminar. Un simple perdón no te va a salvar —dijo ella y sonrió antes de continuar—. Necesito que me respondas, y quiero que sea con la verdad.
»Necesito entender esto. ¿Eres un mago con experiencia y no fuiste registrado por algún error? ¿O algún demonio está influenciando en ti? —. La mujer frunció el ceño y luego recargó su barbilla en su mano y miró al techo—. La primera no tiene sentido porque eres muy joven para poder hacer esos sortilegios y los errores en los registros de magos son raros.
»La segunda puede explicar cómo canalizas tanta magia sin terminar con un rebote más grave... También explicaría por qué tu presencia se siente... eh... extraña. Pero ningún demonio puede entrar aquí...
»O, algo que no tiene sentido, porque todos los sobrevivientes rescatados fueron registrados ante el Consejo... ¿Eres de Sarkat o tus padres lo fueron?
Evel frunció el ceño y miró a la mujer con confusión. No estaba entendiendo mucho de lo que estaba diciendo, pero no supo si era por los brazaletes, por su magia o porque sus palabras en general sonaban extrañas. Evel negó la cabeza lentamente y la mujer enarcó una ceja. Se recargó en el respaldo de su asiento antes de continuar.
—Me estás mintiendo —dijo ella—. Pero no importa por ahora. Sarkat ya no existe, así que eres un mago común y corriente.
Evel se mordió la mejilla ante esas palabras, y los brazaletes se apretaron alrededor de sus muñecas.
—Lo único que me sigue molestando es que, si posees magia, ¿por qué no estás en ningún registro? ¿No tuviste estudios de magia? Entonces solo deberías ser capaz de sortilegios básicos.
»Vuelvo a preguntar —dijo y se inclinó hacia adelante—. ¿Tienes alguna conexión con algún demonio? ¿O qué mago te dio educación a espaldas de la academia? Responde. O tendré que averiguarlo a la fuerza.
La mujer miró a Evel y sonrió. Evel frunció el ceño de nuevo. No entendía qué estaba diciendo, o porqué era tan grave que no estuviera registrado... La mujer no dio señales de rendirse y siguió esperando una respuesta con una sonrisa terrible.
—Soy de Osvian —dijo Evel por fin—. Nací en Osvian. Mi padre me enseñó a hacer magia y también aprendí de algunos libros...
Las cuerdas se tensaron alrededor de las muñecas de Evel, y el metal de los brazaletes ardió. Evel apretó los ojos y una gota de sudor frío resbaló por su frente. Se forzó a calmar su respiración y sus pensamientos... No quería lidiar con los cristales de nuevo. La mujer aprovechó ese momento, se levantó y caminó alrededor de su escritorio.
—En ese caso, debes conocer el precio de hacer magia, sobre todo si has vivido todo este tiempo en Osvian. Y aun así, la usas. No tiene sentido para mí.
»¿Por qué arriesgarías tu vida aprendiendo magia? Sobre todo, ¿aprendiendo cosas como hacer que la tierra tiemble o manipulando el agua así? —preguntó ella y se detuvo, cruzó los brazos y lo miró con lástima—. ¡Oh! Tal vez eso no te lo enseñó tu padre...
—¿Q-qué?
—Las bases para realizar magia sin arriesgar tu vida. Es una lástima como un mal maestro puede corromper algo con potencial.
»Tu magia es tan volátil que no parece que sepas usarla.
—¿Qué? —susurró Evel y miró a la mujer.
—Que mal padre y maestro has tenido. Es una lástima...
La mujer sonrió. Evel tragó saliva. Los brazaletes se apretaron más alrededor de sus manos. Ella no sabía de lo que hablaba. Sí, tal vez no había ido a una academia como esa, tal vez era un poco inestable, pero ella no sabía lo que él había vivido, todo lo que había sacrificado para poder aprender a usar su magia. Ella no sabía de todas las noches que se desveló leyendo y practicando en un sótano solitario, todos los libros que había leído para poder ser un mago de Berbentis como el abuelo de Hok. Ella no sabía de todos los errores y todas las veces que se había lastimado para mejorar su magia y no volver a cometerlos... Quizá Hok no era un mago, pero le había enseñado todo lo que sabía de magia, y él había aprendido mucho más por su cuenta. Podía apostar que incluso más que cualquier estudiante de ahí.
La mujer continuó hasta pararse detrás de él.
—Los magos deben entender los poderes que tienen y sus consecuencias. Por eso entran desde jóvenes a las academias, para tener las mentes claras y el corazón sin una sola emoción que cause un sortilegio que hiera a otros o los mate a ellos mismos —dijo ella—. Dime, ¿tu magia ha herido a alguien?
Evel estuvo a punto de responder, pero cuando salió la última pregunta, calló y desvió la mirada. Sí... pero ahora lo sabía, había aprendido. No volvería a cometer el mismo error de nuevo.
—No pareces estar comiendo bien, se ve en todo tu rostro que no sabes suprimir tus emociones al hacer magia, no admites ser de Sarkat, no sabes magia y no la has estudiado, y haces sortilegios complejos que requieren un poder que mataría a cualquiera... Estás al servicio de un demonio.
Aquella sin duda, no era una pregunta. Evel alzó la cabeza e inhaló despacio.
—No conozco a ningún demonio —respondió Evel.
—Entonces no entiendo cómo sigues vivo así —habló lento y se inclinó a su lado—. Usaré todos mis métodos si no eres honesto, última oportunidad, ¿tus padres eran de Sarkat?
—¡No lo sé! —gritó Evel y las cuerdas se apretaron tanto en sus muñecas que se pusieron rojas.
La mujer se apartó con una sonrisa de satisfacción. Cuando vio su mirada, Evel se obligó a inhalar profundo, y las cuerdas dejaron de estrujar sus muñecas, respiró una vez más y miró a la mujer.
—No lo sé —repitió—. Me adoptaron, no conocí a mis verdaderos padres.
La mujer asintió como si entendiera lo que decía y caminó por detrás de Evel hacia la ventana con vista hacia el mar. La mujer miró afuera y luego a Evel.
—¿Cómo encontraste este lugar? ¿Por qué decidiste venir? —preguntó—. Dudo que solo hayas venido a atacar estudiantes... ¿Por qué no viniste antes?
Evel desvió la mirada al suelo y las cuerdas se tensaron alrededor de sus manos y comenzaron a girar. Trató de pensar si era buena opción decirle lo del barco de la noche anterior y de cómo dos potestades lo ayudaron. ¿Y si no conocía la existencia de las potestades? Entonces solo terminaría en problemas si ella pensaba que eran demonios...
—Dime a qué viniste —dijo ella—. Si no me respondes, tendré que bloquear tu magia.
Evel alzó la cabeza y las cuerdas apretaron con fuerza sus muñecas. La mujer sonreía ligeramente como si aquello no fuera una amenaza, como si no hubiera dicho algo que para un mago equivalía casi a cortar ambas piernas, como si aquello solo fuera un juego. Evel se mordió la mejilla y se apresuró a responder al menos esa pregunta.
—Necesito una cura para una enfermedad por magia —respondió y se apresuró a añadir—. Alguien... Una maga me dijo que podía encontrar ayuda aquí.
—¿Una cura para una enfermedad por magia? Pero si tú no te ves enfermo...
—No es para mí, es para mi padre —dijo Evel—. Por favor... Morirá sin ayuda.
Ella se llevó una mano a la cintura y miró al techo, antes de mirarlo con la barbilla alzada.
—Ya veo —dijo la mujer—. Por eso estás aquí. Que tontería. ¿Creíste que podías entrar y salir como si nada de la Academia?
»¿Qué maga te dijo esa tontería?
Evel tragó saliva y la mujer se acercó a su rostro, tanto que creyó que sus ojos azules como el hielo lo perforarían.
—Si necesitas ayuda, ¿es tan urgente para todo lo que hiciste?
Evel asintió sin apartar la vista, pero sin mirarla tampoco directo a los ojos.
—Entonces, haremos un trato —dijo ella—. No puedo dejar que un mago sin registrar se vaya así sin más. Es peligroso para ti y podrías terminar como tu padre, o atacar a otra gente.
Evel bajó la vista...
—Aquí no está lo que buscas, pero te ayudaré. Llevaré a tu padre a Sighart para tratarlo.
Evel alzó la mirada y las cejas. Abrió la boca y no pudo contenerse, las cuerdas se apretaron de nuevo, pero no le importó.
—¿E-es en serio?
Ella asintió, se alejó de Evel y se recargó en su escritorio.
—Gracias, en seri-...
—Pero tendrás que quedarte aquí en Ir-Ton-Magzu para estudiar magia —interrumpió—. Y no podrás irte hasta haber terminado tus estudios. Si no, tendré que bloquear tu magia.
Evel cerró la boca y la miró con el ceño fruncido. Sabía que algunas academias de magia funcionaban así, los magos entraban desde jóvenes y debían quedarse por años hasta graduarse, u obtener un permiso para irse. Era cierto que cuando hizo su examen para la universidad y consideró una escuela de magia, había esperado algo similar... Pero en aquel momento, no podía hacer eso, el tiempo para ayudar a Hok se agotaba.
Se mordió la mejilla. Era lo que siempre había soñado, estar rodeado de otros magos, aprender más magia, pero aceptar, así como así cuando su padre estaba muriendo en Osvian y tardarían años en volverse a ver... Sabía que no había otra opción, pero no le agradaba la idea.
Necesitaba tiempo para pensar.
—¿Y...? Creo que es mejor que aceptes —indicó la mujer.
Pero no había tiempo para pensar.
Asintió.
Las sogas se liberaron dejando una marca roja alrededor de sus muñecas y la sensación de que todavía estaba atado. Los brazaletes tintinearon.
—Aceptó... —susurró Evel.
La mujer asintió también, se acercó a él y le tendió una mano.
—¿Cómo te llamas?
—Evel Berbentis, señorita —respondió Evel.
Y cuando le dio la mano a la mujer, las marcas de sus muñecas desaparecieron y solo quedó la sensación de las sogas. Evel miró los brazaletes, no se los había quitado...
—Los brazaletes...
—Esos te los quedarás por precaución, Evel, querido —dijo la mujer y llevó sus manos a los brazaletes—. Hasta que puedas controlar tu magia.
—Pero...
La mujer sonrió y tocó las cicatrices en las manos de Evel, ya se habían curado después de más de un mes, pero sabía que aquellas marcas rosadas, enormes e irregulares se quedarían el resto de su vida como una advertencia de lo que Hok le había advertido, y ella le recordaba en ese momento.
—No te preocupes, esto no volverá a suceder —dijo ella—. No con el control adecuado.
»Pero primero, tendrás que cambiar.
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Ninguna de esas palabras le había sentado bien a Evel después de reflexionarlas. Tal vez debió preguntarle si podía pensarlas antes. ¿Y si era una mentira? ¿Importaba de verdad más su magia que ir a disculparse con Hok y enfrentar sus errores? Seguía martilleándose la cabeza con eso incluso después de una hora de haber aceptado.
Al parecer, la maga con la que había hablado era la rectora de la Academia de Magos en Ir-Ton-Magzu, Alassavi Etrav. Eso le dijo la mujer que lo estaba guiando a través de la Torre, la secretaria de la rectora.
Después de que salieron de la oficina de la rectora, ella se había ofrecido para guiar a Evel, mostrarle la Academia, su dormitorio y hablarle sobre sus clases a partir de ahora. Pero nada de aquello se sentía como una escuela normal. Al principio pensó que se debía a todos los años que se había educado en casa, pero entre más cuchicheos escuchaba, entre más pensaba en los brazaletes y en todo el tiempo que tendría que quedarse, más sentía que estaba en algún tipo de prisión.
Caminaron a través de un pabellón alargado donde entraba luz natural y caía sobre un jardín lleno de estatuas blancas y la mujer le explicó qué era cada una de las puertas al otro lado. Servicios escolares, una enfermería, la biblioteca... Evel se detuvo mientras la secretaria explicaba.
La entrada estaba cerrada por dos puertas de madera oscura. Tenían tallados de gente encapuchada que alzaba los brazos. Parecía más la entrada a una cueva que las puertas de una biblioteca entre más las miraba.
—No podemos entrar justo ahora... Es periodo de exámenes —explicó—. Pero ya sabrás mejor cómo funciona después.
Evel asintió y siguió a la mujer. Al menos, ahora podía entrar a la biblioteca sin problemas. Inhaló. Era un idiota.
Evel miró las estatuas mientras escuchaba la palabrería de la secretaria. Sabía que era importante, pero estaba agotado, y por más que trató de escucharla, terminó pensando otras cosas.
—Esas estatuas representan a cada uno de los rectores de la Academia —explicó la secretaria.
Evel no dijo nada y siguió a la mujer hasta donde ella le indicó que sería su dormitorio. Cuando ella abrió la puerta a los dormitorios de los chicos, quienes estaban en el pasillo los miraron y callaron sus conversaciones animadas. Evel se mordió la mejilla y bajó la mirada... Si lo pensaba bien, después del alboroto que había armado, todos conocían su rostro y todos sabían qué había hecho. Quiso desaparecer en aquel instante.
La secretaria guio el camino a través de un pasillo enorme y alargado que se extendía hasta que Evel era incapaz de distinguir el fondo.
—Como puedes ver, es bastante largo —dijo ella—. Pero no te preocupes, una vez te de la llave de tu habitación bastará con que la uses en la puerta principal y te llevará a tu dormitorio.
Evel frunció el ceño y trató de recordar algún libro donde mencionaran una magia similar. Al final, se acercó a la secretaria y preguntó casi en susurro:
—¿Cómo se logra eso?
—¿Qué cosa?
—Lo de las habitaciones.
—Eso es gracias a la magia de los magos ancestrales que fundaron la academia y de quienes la mantienen —explicó ella.
«Magos ancestrales...» pensó Evel. Era la segunda vez que escuchaba ese término en el día, pero por más que trataba de recordar de entre los libros que solía leer, las únicas cosas que iba a su mente eran los sortilegios ancestrales, y el idioma ancestral. Los primeros eran sortilegios perdidos en el tiempo que eran difíciles de ejecutar y que solo se mencionaban sin explicar en los libros que había leído, el segundo era una lengua muerta... o eso creía hasta que el pez que lo salvó habló.
Evel alzó la cabeza, realmente había cosas que no conocía por más libros que hubiera leído. Decidió preguntar.
—¿Qué es un mago ancestral?
—Pues son magos que hacen sortilegios ancestrales y conocen el idioma ancestral, ¿no es obvio?
Evel frunció el ceño ante la respuesta, y titubeó antes de volver a preguntar.
—¿Es un tipo de magia o son un tipo de mago?
—¿No sabes qué son los magos ancestrales, pero sabes usar magia avanzada?
»Con razón dicen que la educación en casa pudre a un mago con potencial.
Evel frunció el ceño y ladeó la cabeza. No entendía por qué la secretaria había hecho ese comentario ante una simple pregunta. Hok le había dicho que ignorar ciertas cosas era normal, y por lo tanto, si no sabía algo debía preguntar. Pero Evel decidió no volver a abrir la boca frente a esa secretaria... Había una biblioteca y por lo menos, los libros no eran groseros.
—Te quedaras aquí desde ahora, al menos será una habitación solo para ti —indicó la secretaria sacándolo de sus pensamientos—. Y tu uniforme ya está dentro, espero que te quede.
»Es grosero ignorar a otros cuando te hablan, ¿sabes?
Evel la miró directo a los ojos y sintió sus mejillas enrojecer. Ni siquiera la estaba ignorando, titubeó al hablar y abrió y cerró varias veces la boca para decirle algo.
—Perdón —fue lo único que pudo decir antes de que saliera un reclamo.
—Si necesitas algo, puedes decirme en lugar de molestar a la rectora —indicó ella y se dio la vuelta—. Tienes una prueba esta tarde en el primer salón del segundo piso. No faltes por favor.
Antes de que la secretaria se marchara, Evel se acercó y se inclinó.
—Muchas gracias por la hospitalidad —dijo Evel y repitió lo mismo de siempre—. Que Draimat la acompañe.
—¿Osviano?
Evel alzó la cabeza, y aunque no estaba acostumbrado y nunca le había gustado hablar tan cortésmente como la nobleza de Osvian, se forzó a hablar con ese mismo tono y las palabras endulzadas que Hok le había enseñado alguna vez. Era infantil hacer eso, pero realmente le había molestado la forma en que respondió a su pregunta.
—Antes de que se marche, me gustaría saber cuándo sabré de mi padre. Estoy seguro de que la rectora le comentó la situación —dijo Evel.
—Claro —respondió la secretaria y su sonrisa se borró—. Te avisaré.
—Que Draimat le traiga fortuna —dijo y se inclinó de nuevo, aunque esa vez las palabras de verdad se sintieron falsas.
Permaneció inclinado hasta que escuchó los tacones alejarse por el pasillo y Evel alzó la cabeza. Inhaló profundo y exhaló despacio, y los brazaletes dejaron de apretar de poco en poco. Si Sakradar hubiera estado ahí, le hubiera molestado el resto del día por mencionar a Draimat... No, si Sakradar hubiera estado ahí, ni siquiera se hubiera molestado, él habría respondido las preguntas o le hubiera prometido que le explicaría. Tal vez incluso se quejaría de la secretaria con él...
Evel entró a su habitación, se colocó el dichoso uniforme, solo porque su ropa seguía húmeda y andar así no era cómodo. Apenas se puso el uniforme, salió de su habitación usando la llave, y en lugar de encontrar el pasillo, encontró el pabellón de antes.
Salió de la habitación de inmediato y justo después de poner un pie fuera, la puerta detrás de él se abrió y alguien chocó con él. Evel se apartó y un estudiante mucho más joven que él corrió a través del pasillo con los brazos llenos con cuadernos. Evel suspiró y se dirigió hacia la biblioteca.
Evel se aproximó a las puertas de madera oscura y en ese mismo momento, un alumno salió con un libro bajo el brazo, le dio una mirada de reojo y siguió su camino. Evel desvió la mirada y alargó la mano a la manija de una de las puertas. Estaba fría y lisa, como si aquello fuera metal y no madera. Frunció el ceño y jaló, pero la puerta no se movió. Jaló de nuevo, pero la puerta no cedió ni un poco. Decidió empujar, pero tampoco sucedió nada. Suspiró. ¿Por qué no podía entrar? Intentó abrirla de nuevo, empujándola.
—Hola —dijo alguien detrás de él.
Evel sintió de inmediato sus mejillas y orejas enrojecerse, se alejó de la puerta y esperó que no hubiera visto nada de eso, pero era seguro que lo había visto un segundo atrás. Evel quiso desaparecer... Cuando se dio la vuelta, de verdad deseó desaparecer. Reconoció de inmediato al chico al que había atacado con magia y bajó la mirada. Luego, se inclinó de inmediato.
—P-perdón por lo de hoy... Yo —comenzó e inhaló—. Perdón, fui un tonto. Que Draimat me sancione por mis actos... No quería... En realidad...
Evel se mordió la mejilla y esperó un reclamó, molestia, cualquier cosa.
—Tranquilo —dijo el chico—. Mira, estoy muy bien
Evel alzó la cabeza, y él muchacho colocó una mano en la cintura.
—¿Ves? Estoy perfectamente bien, no es necesario disculparse
»Oye, pero tu magia... Jamás había visto algo igual.
Evel se incorporó y sintió sus mejillas arder. El muchacho sonrió y le ofreció una mano. Evel titubeó antes de que el chico tomara su mano a la fuerza y lo estrechara con una sonrisa en los labios.
—Mi nombre es Gabrijel, ¿y el tuyo? —dijo él.
—Evel —dijo en voz baja.
—¿Querías entrar a la biblioteca?
Evel desvió la mirada al suelo y asintió.
—Creo que todavía no puedes —indicó—. No llevas ni medio día aquí, creo que todavía no aceptan tu solicitud de estudios en Ir-Ton-Magzu.
Evel soltó la mano del chico y se mordió la mejilla. Entonces, la única forma de entrar a la biblioteca era quedarse ahí y cumplir el trato. Pero ¿y si la rectora no cumplía la parte del trato? ¿Y si Evel tenía que marcharse por si Hok se complicaba más? Entonces jamás podría entrar a esa biblioteca. Había sido un tonto, ¿por qué había ido ahí en primer lugar? Cerró los ojos.
Sintió una mano en su frente y abrió de inmediato los ojos y retrocedió. Gabrijel tenía la mano estática en el aire justo donde la frente de Evel había estado, sonrió antes de bajar la mano.
—Creí que tenías fiebre —indicó y sonrió—. Por la magia... Es que lo que hiciste antes fue demasiado incluso para cualquiera de nuestros maestros.
»Pero no... ¡Es sorprendente!
Evel lo miró con confusión sin saber qué decir exactamente. Siempre había sido terrible haciendo amigos y hablando con otra gente, incluso pensó en huir antes de que le hiciera más preguntas y entonces, se dio cuenta de algo. Frente a él había un estudiante de la academia, alguien que podía entrar a la biblioteca sin problemas y darle el libro. Evel se mordió la mejilla.
—¿Crees que podrías...? —comenzó Evel, se convenció de que era la mejor opción y lo escupió—. ¿Puedes sacar un libro por mí?
Gabrijel negó con la cabeza.
—No, lo lamento —dijo—. El bibliotecario se va a enterar, y no me gustaría enfrentarme a un ancestral...
De nuevo estaba ahí esa palabra. Evel se mordió la mejilla.
—Pero puedes sacarlo en secreto.
—No, no estás entendiendo —dijo Gabrijel y negó—. ¡Es un mago ancestral! Sabes cómo son. Va a saber de inmediato lo que haré si entro y me mira con sus ojos de borrego.
Evel frunció el ceño.
—No es una excusa —dijo y mostró sus palmas—. No puedo hacer nada, siempre es molesto cuando vas a sacar un libro porque te mira con su cara de cabra loca.
Evel suspiró. Ahora no tenía un plan, más que esperar... pero no había tiempo. ¿Cuándo iba a poder entrar a la biblioteca? ¿Cuándo iban a ayudar a su padre? Tenía la sensación de que debía apresurarse, aunque quedaran algunos meses, pero no podía hacer más, estaba atorado. Comenzó a juguetear con los brazaletes mientras pensaba y se mordió la mejilla.
—Puedo guiarte a tu salón —dijo el muchacho frente a él—. La secretaria me pidió que si te veía te ayudara a adaptarte.
Evel lo miró... Entonces le había hablado por eso.
—Apenas llegaste.
Evel se rindió y asintió. Tal vez era buena decisión, tal vez no se había equivocado. Necesitaba despejarse de todo lo que había en su mente. Siguió a Gabrijel, y él le habló de nuevo sobre las estatuas, le dijo la historia de cada uno de los rectores y luego le explicó sobre las flores en el jardón. Caminaron hacia el patio circular cerca de la entrada y subieron las escaleras de caracol.
Gabrijel le contó sobre las lecciones que había tomado en cada salón, y también le habló de sus amigos.
—Ahora que te vas a quedar, podemos ser amigos.
«¿Amigos?» pensó Evel y bajó la mirada.
—Por cierto, ¿quién es tu compañero de cuarto?
—Estoy solo —dijo Evel.
—¡Genial! Una habitación solo para ti. Dime qué número es para hacerte compañía.
Gabrijel siguió hablando mientras guiaba a Evel al salón para la prueba, pero sus palabras no le entraban a la cabeza, podía escucharlas, pero no las entendía, como si estuviera en otro lugar...
—Llegamos.
La puerta estaba cerrada, y Evel miró a Gabrijel.
—Gracias —dijo Evel, aunque se sintió culpable por ignorar la mitad de la conversación.
—Fue un placer, Evel —dijo él—. ¿Nos vemos luego? Quiero que conozcas a mis amigos.
Evel asintió, pero aquello no se sentía bien. Como si todo aquello fuera un desperdicio de tiempo, una distracción de lo que debía de estar haciendo en realidad. Evel se inclinó para despedirse y cuando Gabrijel se marchó por fin, Evel tocó la puerta y esta se abrió.
Adentro, había una mujer en túnica color vino, con el cabello trenzado y de color oscuro. Estaba leyendo un libro y alzó la cabeza cuando vio a Evel. Sus ojos, sin embargo, no eran normales. Evel no entró de inmediato mientras miraba sus pupilas de lagarto.
—Evel Berbentis, ¿no? Puedes entrar —dijo la mujer—. Vamos a comenzar tu prueba.
Evel tragó saliva y entró a la habitación.
Había un pensamiento que martilleaba su mente, y no sabía si era porque los brazaletes lo estaban entumeciendo por fin junto a la magia que había usado aquel día, o si era debido al ambiente de la torre o todo lo que había pasado aquel día eterno. Ir a una universidad de magos había sido su sueño desde que Hok le dijo cuándo comenzó a enseñarle magia, aquello era su sueño... Pero sabía que no podía quedarse, no quería quedarse.
Era solo una ilusión de un sueño a punto de romperse como miles de espejos.
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