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VIII. La ciudad llena de soledad

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"Hoy todavía me pregunto cómo es que sigo vivo de entre todos los rostros sonrientes y amables que se volvieron arena. ¿Tiene que ver con un designio de los dioses? ¿O simplemente fue una casualidad?

Sin importar lo que sea, sigo pensando que, si no hubiera tomado un barco, decidido a explorar el mundo, a desafiar las costumbres de mi tierra y a conocer el cielo, quizá hubiera llegado a tiempo, quizá no estaría contando esta historia. Sería una viruta más, y no tendría que recordarme día a día que abandoné el hogar que jamás volveré a ver." — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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Dramaris era una ciudad completamente diferente a Osvian. Mientras que en Osvian, las casas tenían fachadas de color pastel y techos con tejas rojizas o marrones, con ventanas de metal formando florituras y cristales claros o ambarinos; en Dramaris todas las casas estaban pintadas con blanco, con dorado o plateado en los bordes. En general, los edificios típicos y más antiguos no poseían vidrio en las ventanas, y los edificios que sí tenían ventanas de vidrio parecían más osvianos o de los continentes del norte que de Setranyr

La luz del amanecer se reflejaba sobre las cúpulas redondas y blancas que terminaban en filos dorados con rombos o círculos. Las gaviotas volaban cerca y así, esa ciudad parecía sumergida en un eterno atardecer a pesar de que el movimiento apresurado de los mercaderes en el puerto demostraba lo contrario.

La impresión no duró mucho, pues escuchó el grito iracundo de un hombre en otro idioma y vio una hilera de personas vestidas en harapos grises con grilletes en sus pies y cuellos.

También por eso, Dramaris era diferente.

Evel evitó mirar al hombre gritando y pasó de largo siguiendo a Sakradar, que seguía con su forma de perro negro.

Caminó por las calles adoquinadas, esquivando las carretas con comerciantes, e ignorando a otros transeúntes que se detenían para cuchichear detrás de él con mala cara. Él era diferente, lo sabían por su piel, lo sabían por sus ojos, lo sabían por cómo vestía. Tragó saliva y pretendió no saber de qué hablaban mientras limpiaba en sudor de sus manos en su pantalón.

Fue más difícil ignorar a las criaturas oscuras que paseaban por ahí o que estaban sentadas a las orillas de las avenidas. Aunque fingiera no notarlas, sus cabezas se movían al verlo pasar frente a ellos. Lo extraño sucedió cuando vio algunas criaturas blancas sobre las cabezas de algunos mercaderes, o sobre las cúpulas de algunos edificios. Incluso vio a una con forma humana, de piel tan blanca y ojos completamente oscuros que caminaba en círculos en una calle.

—No te alejes, Evel —dijo Sakradar, se relamió los labios de perro.

Evel escuchó algo cortar el aire, y luego un estruendo y su corazón se detuvo, miró de soslayo atrás de él y vio como la multitud se apartaban del centro. Evel dio un paso atrás y volvió a escuchar aquel sonido como relámpago y el grito enfurecido de un hombre. Una carreta jalada por hombres en harapos y con cadenas en el cuello avanzó lentamente en el centro de la avenida. Un hombre vestido en telas finas iba sentado sobre la carreta y sostenía un látigo en la mano.

Evel sintió un escalofrío en su espalda y una vieja marca pareció arder como en antaño en su espalda baja. Apartó la vista cuando los seis esclavos caminaron frente a él. El hombre bien vestido frunció el ceño, levantó su mano y golpeó a los esclavos más cercanos. Las ropas se habían desgarrado y a pesar de las espaldas ensangrentadas de los esclavos, ellos seguían avanzando, el hombre seguía golpeado y nadie se acercaba a ayudar.

Quiso vomitar ahí mismo, el sudor frío resbalaba en su espalda y un pensamiento comenzaba a martillear en su cabeza, pero no había forma de avanzar entre lo que había frente a sus ojos. Evel desvió la mirada y sacudió la cabeza. Trató de pensar en otras cosas.

«Setranyr es una ciudad hermosa solo en apariencia, pues debajo de todos los edificios hermosos, la gran cultura y avances que desarrollaron, masacraron a un reino entero en un mes, y tratan la vida humana como meros objetos. No olvidemos que otros países practican la esclavitud también, pero Setranyr destaca por sus prácticas crueles y arcaicas», recordó Evel en un libro de la biblioteca de Issa, en un intento de olvidar lo que estaba más allá de Osvian.

Cuando la multitud se cerró y volvieron a avanzar después de que el hombre diera la vuelta en otra avenida, Evel avanzó primero despacio, y luego apresuró el paso para salir de aquella multitud. Su cabeza le daba vueltas, y sus manos temblaban como si hubiera visto un demonio. Sostuvo la capa en su cuello en un intento de recuperar su postura, y para ocultarse.

«Eres un tonto... ¿Por qué no los ayudaste? Ni siquiera puedes hacer eso», se dijo mientras tragaba saliva. Hok hubiera hecho algo...

Entonces, una cabeza peluda se restregó contra su mano, Evel salió de sus pensamientos y tuvo que detenerse. Sakradar alzó la cabeza y se sentó, luego ladeó su cabeza.

—¿Estás bien?

Aquella pregunta le tomó desprevenido en medio de la multitud, luego de ver esa escena... Ahora que lo pensaba, era tonto haber reaccionado de esa manera, no había controlado bien sus emociones, hasta podía sentir la magia tantear dentro de él.

—Sí.

Sabía que esa respuesta no convenció a Sakradar, pero no insistió más en aquel momento, le dio una mirada significativa, se levantó y guio el camino de nuevo.

Tomaron otra dirección y giraron en un pasillo donde solo había agujeros como ventanas en los edificios. Caminó por buen rato escuchando solo las patas de Sakradar trotar en los adoquines, y sintió las miradas ocultas en aquellas calles solitarias. El calor ya había regresado a su cuerpo en aquel momento.

—¿A dónde vamos? —preguntó Evel casi inaudible, temiendo interrumpir el silencio.

—Todavía no lo sé —dijo él y se detuvo a oler los adoquines—. Sigo buscando algo que pueda ayudarnos.

Evel se detuvo a su lado.

—¿Algo?

Sakradar alzó su hocico y bajó su cola.

—Alguien que nos ayude, alguien con conocimientos de magia.

Sabía que Sakradar le había asegurado que conocía a alguien que sabía lidiar con esos casos en Setranyr, y que irían específicamente ahí para buscar una cura, pero fingió que no recordaba eso. No estaba en el humor para recordarle ni para discutir.

—¿Lo puedes oler? —preguntó Evel.

Sakradar gruñó y siguió olfateando. Luego volvió a la marcha y entraron a una avenida amplia y vacía con diversas tiendas y con el mar a un costado separado por una barda blanca. Evel caminó cerca de Sakradar y terminó viendo las tiendas.

No había nadie cuidando la mercancía afuera, así que se acercó un poco a ver sin detenerse. Vio algunos collares con piedras preciosas y conchas marinas, algunas figuras talladas en piedra, y al final, pinturas. Había una pintura que retrataba un castillo en medio de la arena, y otra pintura más pequeña con algo que reconoció. Se detuvo en seco.

Tragó saliva, sus pasos titubearon y al final, decidió seguir. Sakradar giró su cabeza y luego volvió a mirar al frente.

—Ese lugar... ¿cómo se llamaba? —dijo Sakradar regresando sus pasos—. ¿Lo conoces?

—Yo... No sé qué lugar es —dijo Evel agachando la cabeza y siguió avanzando.

Evel miró hacia el océano. ¿Cómo estaría ese lugar que nunca existió en aquel momento? Se detuvo y tragó saliva.

—¿Recuerdos, Evel? —preguntó.

Evel negó con la cabeza y siguió avanzando.

—Algo de hace tiempo —dijo—. Ya no importa ahora.

—¿Seguro que estás bien?

Evel se detuvo, sonrió con torpeza y asintió. Sí, estaba bien. Quizá había pesadillas, quizá se paralizaba frente a escenas como la de momentos atrás y al estar en un camarote durante todo el viaje en barco, pero se sentía bien, debía estar bien si quería ayudar a Hok. Aún así, no pudo evitar mirar al horizonte y perderse en pensamientos que no quería pensar.

Había alguien con mirada amable, tiempo atrás, alguien que nunca existió, alguien que lo sentaba en sus piernas para cantarle canciones de cuna. Pero ahora existía alguien con mirada amable y sonrisa larga que estuvo siempre para él y que lo esperaba en casa en Osvian. Apresuró el paso.

—¿Cuánto falta? —preguntó Evel cuando sus talones comenzaron a doler.

Se detuvo y sentó en la barda blanca que separaba al mar del camino. Sakradar regresó sobre sus pasos y se sentó a un lado.

—No entiendo algo, Evel.

Evel lo miró y encontró sus ojos oscuros casi mirándole el alma. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, aunque el sol golpeaba su espalda.

—No entiendo cómo decidiste quedarte tantos años ahí con tanta negligencia... Y después de lo que hizo Hok para llevarte ahí —comenzó Sakradar—. Sé bien lo que hizo.

»Podías irte en cualquier momento y aun así te quedaste.

Evel bajó la mirada y miró el último par de vendas que Hok le había comprado y que había empacado para su viaje. Seguramente la cicatriz no se abriría de nuevo, pero no podía quitárselas. En realidad, él mismo se había preguntado eso, y conocía la respuesta, pero no deseaba responderla. Era una tontería, pero era solo un niño y tuvo que aferrarse a esa tontería para vivir. Sabía lo que había hecho Hok, lo sabía muy bien, lo recordaba perfectamente, pero ¿qué podía hacer un niño de cinco años que por fin volvía a tener una oportunidad de paz y tranquilidad?

Apretó los labios. Sabía que estaba mal, que no era normal, pero no podía decir eso en voz alta.

—¿No era triste no tener alguien con quién hablar? —preguntó Sakradar—. ¿Saber cómo llegaste con ellos y no poder decir nada?

Evel alzó la cabeza.

—Yo no podía irme.

—Pero tú no les debes nada ahora, ni nunca. Estás lejos y afuera. Podrías regresar con la medicina e irte después, ¿no sería más fácil así? —dijo Sakradar.

»Ellos no tendrían que lidiar con algo que no entienden, y tú no tendrías que fingir que estás bien con todo lo que sucedió.

Evel meditó sus palabras.

—La magia solo puede lidiarse con magia. Y con lo que has hecho, Evel, no creo que sea fácil regresar.

Evel miró la punta de sus zapatos. Se levantó y comenzó a caminar. Su corazón estaba agitado y pudo sentir las punzadas de la magia en la puerta de su mente, recorriendo sus manos, su sangre. Inhaló profundo. Necesitaba controlarse.

—O podríamos irnos ahora a un lugar dónde puedas ser t-... —dijo Sakradar.

—No —interrumpió Evel—. Hice una promesa.

Antes de darse cuenta, la punzada había desaparecido tanto de su corazón como de su mente. Podía sentir de nuevo el viento fresco, miró a Sakradar y le sonrió.

—No puedo abandonar a Hok después de lo que hice.

»Sigue siendo mi padre, y le debo que me salvara. No importa lo que pasó, ni importa lo que pase cuando vuelva... Solo necesito ayudarlo.

Sakradar asintió como si estuviera esperando esa respuesta, pero parecía no entenderla y bufó. Se adelantó a Evel y dijo:

—Vamos, no falta mucho.

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Sakradar lo guio hasta un pequeño callejón donde apenas si la luz entraba. Atrás de él, en el mar, el sol se reflejaba en las olas de color anaranjado e iluminaba pobremente los adoquines de roca, y las paredes frente a él.

Subió una escalera que giraba a la izquierda y cuando estuvo en el punto más alto, comenzó a descender hacia las entrañas de la ciudad. Sakradar lo guiaba frente a él, pero ya no podía mantener el ritmo después de vagar sin rumbo en Dramaris. Después de un minuto más caminando, llegaron a una única puerta en aquella cerrada. Había un letrero colgante de madera podrida con letras poco visibles, y una lámpara blanquecina que apenas alumbraba el suelo y difuminaba las sombras en las paredes.

Sakradar, indistinguible en la oscuridad, se alzó en dos patas y las recargó sobre la puerta. Olfateó con su hocico negro.

—Es aquí.

Evel se acercó a la puerta y tocó tres veces con su puño. No hubo respuesta. Titubeó, pero al final decidió tocar de nuevo, y antes de dar el último golpe, una anciana abrió la puerta. La mujer dio un paso al frente y Evel retrocedió. Lo examinó de arriba a abajo e hizo una mueca.

No era más alta que Evel, tenía la piel blanca y arrugada, con manchas de sol en el rostro. Su cabello canoso estaba peinado hacia atrás en una coleta y llevaba un vestido negro que cubría todo su cuerpo. Su mirada era feroz, y lo miraba con asco. Conocía ese tipo de miradas, y se había acostumbrado con los años, pero aquella le aterró.

Por un momento, Evel deseó que sus ojos y piel fueran distintos. Eran parte de él, pero en el fondo sabía que eran el porqué de que siempre lo trataran de cierta manera en Osvian y el porqué de esa mirada. La mujer gruñó y regresó a su casa, antes de que cerrara la puerta, Evel tomó el marco.

—Perdón, ¿puede... puede hablar osviano? —preguntó Evel—. Necesito su ayuda.

La mujer alzó la mirada, nada en sus ojos se había suavizado. Ella gruñó de nuevo y no cedió. Sakradar se acercó al marco de la puerta y con su propio cuerpo ayudó a Evel a abrirla de nuevo.

La mujer le habló en setranés y Evel negó con la cabeza sin entender. Tal vez la estaba molestando demasiado, tal vez no fue la mejor idea ir ahí, pero si era la forma... Luego, la mujer frunció su ceño y habló en otra lengua, era familiar, pero entre todo lo que habló, solo pudo entender la palabra tú.

Ella entrecerró los ojos.

—Perdón por las molestias —se apresuró a decir Evel—. Solo... ¿Puede hablar osviano? Si no... Lo lamento, perdón por molestarla, me iré.

Ella abrió la puerta de nuevo.

—¿Por qué habla osviano? —preguntó pronunciando con dificultad—. Olvídalo. Pasa y diga que quiere, rápido.

La mujer se dio la vuelta y abrió el paso. Evel asintió y se inclinó como agradecimiento. Cerró la puerta detrás de Evel y luego ella lo guio a través de un pasillo oscuro hacia otra habitación.

El cuarto estaba iluminado por una lámpara grande en el centro, y velas derretidas en cada esquina, aun así, Evel no podía saber si había algo en las paredes, o algo más allá de la pequeña mesa redonda y las sillas. Sakradar alzó la cabeza y tocó su mano con su hocico.

—No fue la mejor idea traerte aquí, Evel.

Evel no pudo responderle cuando sintió la mirada de soslayo de la mujer mientras le daba la vuelta a la habitación. Ella se inclinó y se perdió en la oscuridad, y Sakradar continuó:

—Es una bruja, Evel —continuó—. Pensé que era buena idea porque ellas conocen un poco de magia y un poco de hechicería... Y antes ayudó a otros magos.

»Pensé que-...

Se interrumpió, y Evel sostuvo con fuerza la correa de su morral cuando la mujer lo miró en la oscuridad. No supo por cuánto tiempo le había estado mirando así, con su rostro pobremente iluminado con la luz de la lámpara y sus facciones grotescamente remarcadas con sombras. Le señaló una silla frente a la mesa y Evel avanzó con cuidado hasta sentarse.

Su corazón golpeteaba con su garganta. En Setranyr la magia estaba prohibida y era condenada, las leyes ahí eran mucho más estrictas y todos conocían la brutalidad que existía en contra de los magos: eran asesinados o vendidos después de que sellaran la magia el resto de su vida.

Sellar la magia era una práctica común en países donde había alto control de los magos, donde la magia estaba prohibida o para evitar enfermedades. Evel había leído sobre el procedimiento cuando era niño, y aunque recordaba vagamente las palabras exactas, los métodos o cómo era, sabía que era un proceso terriblemente doloroso, y a veces hasta podía ocasionar la muerte de los magos. Por ese mismo motivo, siempre había sido cuidadoso de su propia magia...

En Setranyr, era un proceso forzoso si descubrían que eras mago. Incluso si no eras un nativo, en Setranyr, si eras mago era preferible ser asesinado rápidamente que ser descubierto y sufrir el dolor del sellamiento. A diferencia de las brujas y los hechiceros en Setranyr, para ellos solo existía la esclavitud o la muerte después de un juicio. O eso recordaba haber leído, aunque parecía exagerado.

Por eso, no entendió las palabras de Sakradar cuando le dijo que fuera ahí —podía ser peligroso si lo descubrían, pero para Evel era una parada corta—. Y por eso, tampoco el motivo de que aquella bruja siguiera ahí después de todo. Si había ayudado a otros magos en un país demasiado peligroso para existir con magia o acercarse a alguien con ella, ¿por qué estaba justo en una de las ciudades más importantes? Sus manos comenzaban a sudar...

La mujer no se sentó, abrió una puerta y entró a la oscuridad. Cuando volvió a ver su silueta, ella tenía un cuenco con palillos largos, algo oscuro y cuadrado en una mano, y una caja de madera bajo el brazo. Evel frotó las manos en su pantalón para secar el sudor y miró los movimientos de la bruja. Sakradar a su lado también tenía la vista fija sobre ella.

La mujer dejó el cuenco en la mesa, y colocó la caja de madera y el cuadrado desconocido frente a este. Luego empujó la caja de madera hacia Evel, la abrió y lo miró directamente a los ojos. Evel sintió las heridas cicatrizadas en sus manos arder.

—¿Para... para qué son?

—No voy a arriesgarme —dijo ella—. Te los pones o no te escucho.

Evel los miró y luego a Sakradar, asintió a su lado.

—Si pasa algo, estoy aquí —aseguró.

Aquello no lo hizo sentir mejor, y tomó uno entre sus dedos. La magia en sus dedos hormigueó al tacto del metal helado. Colocó el primer brazalete con cuidado, y luego el otro. De inmediato, sintió como su magia se adormecía, como su sangre pesaba como metal, y los brazaletes se incrustaban en su piel. Inhaló despacio.

La mujer asintió, y quitó la lámpara del centro de la mesa. Todas las sombras se movieron como espectros y un nudo se formó en la garganta de Evel. Tal vez solo era efecto de los brazaletes, pero todo parecía mucho más oscuro en aquel momento que antes.

La mujer colocó el cuadrado oscuro sobre la mesa y lo desdobló. Era un mantel negro que cubrió todo como un pozo, y luego, sobre este colocó de nuevo la lámpara, pero su luz parecía ser devorada por la tela. Luego, colocó el cuenco con inciensos y los encendió con el fuego de una de las velas cercanas.

El olor a incienso flotó en la habitación, pero todo lo demás se perdió... tal vez él mismo estaba perdido. La mujer se sentó en la mesa, sus ojos eran sombríos y había cierta ira en ellos. Ella cruzó los brazos sobre la mesa.

—¿Qué quieres? —preguntó ella y el humo del incienso flotó hasta el techo—. Dices venir de Osvian, pero todo te delata...

—Necesito su ayuda —murmuró.

—¿Un mago que necesita ayuda de una bruja? —rio.

Ella hizo una mueca de disgusto y alzó la barbilla.

—¿Y tu magia? Ayúdate tú solo, ¿crees que me arriesgaría por escoria como tú de nuevo?

Evel apretó los labios, y trató de calmar su respiración.

—No soy... No es para mí, es para mi padre. Necesito algo para mi padre, necesito curarlo.

—Entonces cúralo tú solo, no quiero saber nada de magos.

—Él no es un mago... Hizo magia y ahora está enfermo, pero no sé cómo ayudarlo.

—Arrogantes cuando pueden, y arrastran la cola entre las patas cuando no. Que asco.

Evel apretó sus labios, el brazalete se estaba enterrando ligeramente en su mano.

—Por favor...

—Eres un mago de Sarkat, ¿crees que te voy a ayudar?

»¿Sabes cuánto he perdido por gente como tú? ¿Sabes cuánto?

Evel bajó la mirada y se hizo pequeño en la silla mientras ella alzaba la voz.

—Me dijeron que podría ayudarme.

—¿Quién te dijo que alguien te ayudaría aquí, mago? —preguntó ella recargando su barbilla en su mano—. ¿Quién te mintió para hacerte creer que volvería a pasar por lo mismo por un mago de Sarkat?

—No soy de Sarkat —corrigió Evel.

—Como digas. ¿Quién te dijo?

Evel apretó los labios y miró a Sakradar. Luego miró a la mujer, que tamborileaba los dedos esperando.

—Lo leí.

—Siempre mintiendo, siempre pecando, siempre arrogantes, por eso dios rogó porque todos ustedes murieran.

—Solo necesito su ayuda, le pagaré.

—¿Crees que fue inteligente venir aquí? —preguntó ella y sonrió—. ¿Crees que lo que me pagues valdrá más que lo que recibiré por entregarte?

»Un mago de Sarkat, con magia... Es algo que no se ve todos los días.

El mundo se movió alrededor de Evel. Los brazaletes se incrustaron más en sus manos. Su boca estaba seca, y su mente gritaba que huyera mientras comenzaba a adormilarse.

—Yo...

»No soy de Sarkat.

—Deje de mentir —cortó ella—. Podría reconocerlos a kilómetros, puedo sentir la magia impura de dioses paganos en su sangre. Puedo sentir la magia de demonios cuando los veo.

»Y piel morena y ojos grises... ¿Crees que soy tonta?

La mujer se había levantado en aquel momento y caminó hasta estar frente a Evel. Colocó la mano sobre la mesa y se inclinó hacia él, y al mismo instante Sakradar comenzó a gruñir a un lado de Evel.

—No volveré a ayudar para que solo se aprovechen de mí, para que me abandonen y me quiten todo otra vez —dijo ella—. Ni a ti, ni a un mago más.

—Pero la necesito... Por favor —insistió Evel—. Por favor.

—Suficiente.

Lo tomó de la muñeca y encajó los dedos sobre la venda, sobre la herida recién cicatrizada. Evel gritó y trató de soltarse de su agarre. Las luces de las velas se atenuaron y la oscuridad se avorazó sobre toda la habitación. Evel siguió tirando, y una sombra se movió a su lado como una ráfaga. Lo siguiente fue un gritó en la oscuridad y gruñidos a su lado. Evel pudo liberarse y se levantó de la silla. Retrocedió hasta chocar con una pared.

—¡¿Qué es esto?! —gritó la bruja.

Evel no podía discernir nada, las velas se habían apagado y solo podía escuchar gruñidos y forcejeos.

—¡Demonio! —gritó la bruja.

—¡Vete! —gritó Sakradar entre jadeos—. ¡Rápido, Evel!

Reaccionó por fin, entendió lo que estaba sucediendo. No supo si acercarse y ayudar a la bruja o correr y obedecer a Sakradar. No tenía magia, apretó los ojos y corrió por el pasillo, y se estrelló contra la puerta. Escuchó una risa en la oscuridad, pero no pertenecía a la bruja. Evel jaló la puerta, pero esta no cedió.

Los brazaletes se apretaron contra sus muñecas, y cerró los ojos. Tanteó en la oscuridad por algún objeto, pero no encontró nada. El forcejeó incrementaba detrás de él, y luego silencio. Evel miró hacia la habitación, era una oscuridad terrible, como si el hecho de mirar también lo fuera atrapar a él. Luego, una risa se alzó en la oscuridad, una risa femenina.

—¡Estás maldito hoy! ¡Estarás maldito mañana y el resto de tu vida! ¡Maldito mago de Sarkat!

—¡Corre, Evel! —gruñó Sakradar.

Y la puerta se abrió hacia afuera como si siempre hubiera estado abierta. Evel cerró de inmediato, y escuchó un aullido de dolor. Evel corrió por el pasillo, subió las escaleras rápidamente, trastabilló, giró y descendió las escaleras en trompicones hacia el puerto.

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Evel corrió por Dramaris sin un rumbo fijo. Estaba oscuro todavía cuando salió de la casa de la bruja, pero ahora, comenzaba a amanecer. El sol volvía a iluminar las cúpulas blancas de la ciudad, y aunque seguían siendo hermosas, también lucían ajenas, como si se tratara de solo una pintura.

Cuando huyó, no supo qué hacer, si pedir ayuda para la bruja, si regresar a ver qué había sucedido con Sakradar o si simplemente aguardar. Al final, como siempre, había terminado huyendo. Corrió lejos de ahí como un cobarde, con el corazón contra sus oídos y las piernas pesadas, la cabeza llena de pensamientos.

Se había sentado con las piernas pegadas al pecho en el suelo junto a una fuente blanca en una pequeña plaza. Y se había concentrado en el mar, en un rompeolas de rocas a la distancia y en los barcos de vela que zarparon desde temprano. «Respira», se había repetido una y otra vez. Los brazaletes ya no estaban enterrados en sus muñecas, pero tampoco podía quitarlos.

El latido de un tambor resonó desde la distancia, Evel alzó la cabeza. Vio un barco largo con remos y sin velas. Cada vez que resonaba, los remos se movían. Apretó los labios al reconocer ese tipo de embarcación, no pudo recordar el nombre, pero sabía bien para qué eran.

Esa era la embarcación común para transportar esclavos a los puertos de Setranyr. Los que se aventuraban fuera de Setranyr y de Sengrou solían llevar barcos de velas por los viajes largos, y así disimulaban para transportar mercancía y humanos sin problemas.

Una vieja marca punzó en su espalda y decidió pensar en otra cosa.

Ahora que lo pensaba, no podía volver a casa. Se había quedado con las manos vacías, no tenía una cura, no tenía su magia, y estaba solo de nuevo. Cerró los ojos. Cuando llegó a Berbentis por primera vez tampoco tenía nada, ni siquiera un nombre.

Tal vez si Hok jamás lo hubiera adoptado, nada de eso estaría pasando. Tendría una vida feliz y larga con Alek.

Recordaba cómo se había escondido debajo de las cobijas cuando despertó sin entender en dónde estaba, y cómo Hok trató de hablar con él. Incluso en ese entonces, era un cobarde. Al final, Hok logró sacarlo al mostrarle a Malva, el oso de felpa que lo había acompañado toda su niñez.

—¿Cómo te llamas, pequeño? —preguntó Hok.

—No sé... —había respondido él con los ojos llorosos y un puchero.

—No pasa nada... Shh, shh.

Al final, Evel había terminado llorando. Siempre lloraba por las cosas más pequeñas hasta incomodar a otros. Siempre había sido tan débil como para que las mínimas palabras le afectaran así. Apretó los ojos en aquel momento, aferrado a seguir recordando. Los brazaletes se incrustaron en su piel.

—¿Y si te ponemos un nombre? ¿Qué te parece?

Le había dicho varios nombres, pero ninguno convenció a Evel. Tal vez debió ser menos exigente, tal vez no debió pedir demasiado, debió conformarse con lo que había, con lo que tendría.

—¿Qué te parece Evel? —preguntó Hok con la sonrisa amplia—. Es el silencio antes de las tormentas en gáhlico.

Sonaba bien: Evel. Un nombre que no era suyo, pero el único que conocía y el único que conoció por mucho tiempo.

—Yo me llamo Hok —dijo su padre sonriendo—. ¿Y tú?

—Evel —respondió tantos años atrás con las mejillas rojas e hinchadas..

—¡Evel! —llamó Sakradar—.¡Evel! ¿En dónde estás?

Él alzó la cabeza. Un nombre que no era suyo, pero que era suyo, un pasado y algo que no merecía. Hok lo miraría con decepción si lo viera sentado ahí, miserable en lugar de ayudar a aquella mujer, a pesar de su maldición, a pesar de todo lo que le dijo.

Su visión estaba borrosa debajo de las lágrimas, pero vio a Sakradar detenerse a la mitad de la calle: un pelaje oscuro contra la luz del día. Apretó los labios, y volvió a enterrar la cabeza en sus rodillas. No podía llorar, no podía verse así frente a Sakradar.

Escuchó sus patas sobre los adoquines y se enterró aún más en sus rodillas. Luego, lo escuchó sentarse a su lado.

—Está bien, Evel —dijo—. Llora, deja salir todo.

»No estás solo, estoy aquí.

Evel apretó los labios y luego los ojos. Inhaló despacio. Realmente daba vergüenza. Si Hok lo mirara en aquel momento...

—Todo estará bien, lo prometo —aseguró Sakradar—. Solo llora.

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Recordó la promesa de Sliere, y antes de que el sol se alzara más, caminaron en silencio hacia el puerto en donde habían desembarcado. No recordaba del todo el camino, así que solo recorrió toda la orilla hacia el muelle. Sakradar no protestó. Después de quitarlo los brazaletes con una mordida, se encogió de nuevo a un mochuelo y se quedó el resto del camino en silencio en su hombro.

Ignoró las criaturas, que también lo ignoraron, ignoró a las personas que lo vieron con curiosidad, y solo siguió su camino. Al llegar a una sección que recordaba, sus pies lo guiaron a la misma pintura que había visto el día anterior. Aquella vez sí se detuvo.

Ahí estaba primero la pintura del castillo en la arena, pudo notar soldados caminando hacia el edificio en la noche. Luego, miró la otra pintura, era mucho más pequeña. Tenía las mismas montañas cubiertas en nieve que alguna vez había visto, y un bosque lleno de verde. Podría ser cualquier lugar en realidad, pero la pequeña franja de mar y un farol con un estilo que reconocía le indicaban otra cosa.

Sakradar no dijo nada aquella vez, y siguieron caminando hacia la costa de Dramaris. Luego, se cruzaron con otro lugar donde vendían objetos viejos, libros deteriorados por la intemperie, relojes con la cubierta oxidada, y una placa con una mujer con capucha y un búho de grandes ojos en el medio del desierto. Aquella vez, vio que los ojos de Sakradar brillaron, y se quedó quieto en su hombro por primera vez mientras se movían.

—Vámonos —dijo un momento después y así lo hicieron. Evel decidió no preguntar.

Cuando estuvieron de nuevo en el bullicio de Dramaris, el sol ya estaba un poco más alto. Evel decidió hablar entonces.

—¿En dónde estuviste?

—Estaba resolviendo un asunto.

—¿Y la bruja?

Pero Sakradar no respondió y miró hacia el puerto.


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