VII. El cielo y el mar
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"Todo comenzó con un sueño que no pude sacarme de la cabeza: conocer el mundo y explorarlo. Era el anhelo del corazón de un niño mirando al mar que se volvió en un hecho al crecer.
Me despedí de mi familia un día con un amanecer rosado y les dije adiós a mis amigos, porque sabía que era poco probable que volviera a entrar a Sarkat de la misma forma que me fui. Hubo llantos y bendiciones, subí al barco y agité la mano mientras el mar me mecía a mí y solo a mí. Y todos se despidieron. Sabíamos que sería difícil reencontrarnos, pero jamás supieron que sería la última vez que nos veríamos.
No sabía que sería la última vez que los vería con vida.
El mar me llevó lejos, y pasé por diferentes tripulaciones. Conocí tanta gente que mi corazón pareció llenarse de estrellas, una por cada alma que había brindado conmigo en cada embarcación. Me fui del fin del mundo, de mi hogar para conocer nuevos cielos y ver miles de lugares.
Yo sonreía, pero mi hogar en el fin del mundo me llamaba y me necesitaba, y yo no estaba ahí." —de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan
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Evel llegó al puerto en el condado de Histra al amanecer. Se había ocultado dentro del carromato lleno de libros y otros bienes que el padre de Issa iba a intercambiar al puerto. Se había ocultado durante todo el trayecto y había tenido cuidado para que el padre de Issa no lo notara, al menos así, si lo interrogaban, estaría bien.
El viaje fue un recorrido solitario solo con sus pensamientos, porque Sakradar se quedó en silencio sobre su hombro todo el trayecto. Durante esos dos días, durmió cuanto pudo para aliviar el dolor de cabeza de la magia, para recuperar un poco de fuerzas, calor y para que sus brazos cicatrizaran de nuevo.
Fue cuando el carromato se detuvo y los primeros de rayos de luz entraron entre los libros y costales a su alrededor que se desperezó, y Sakradar, que jugaba con las correas de su bolsa, le habló:
—Te buscarán pronto, tenemos que irnos ya, Evel.
Evel suspiró y asintió. Luego de asegurarse de que no había nadie alrededor, bajó del carromato. El padre se Issa se había detenido en una pequeña calle frente a una librería, pero no se veía por ningún lado en el asiento del conductor. Cuando estuvo seguro de que nadie lo veía y que él no estaba cerca, Evel se marchó.
—Necesitarás una capa para cubrirte de la lluvia en el mar, Evel —le indicó Sakradar.
Asintió. Había visitado el puerto antes, cuando era mucho menor. Había acompañado a Hok a lidiar con algunos papeles ahí, así que recordaba vagamente en dónde estaba la plaza central de ese lugar. Trató de evitar chocar con los mercaderes llenos de cajas, esquivó a los pescadores con sus cañas a los hombros, e incluso evitó estorbar a la gente que se movía a un ritmo inconstante.
Sin embargo, a varios metros en la multitud que se dirigía hacia él, vio a alguien extraño. Estaba todo vestido de negro, y aunque su cara no estaba cubierta por nada, no logró distinguir ninguna facción en su rostro. Era una cara completamente normal, pero nada destacaba, y al mismo tiempo eso lo hacía destacar. Evel bajó la mirada cuando creyó que sus ojos se encontraron y siguió avanzando hacia el frente. Pero eso no sirvió, pareció provocarlo aún más, porque evitó a los demás transeúntes como si simplemente no estuvieran ahí y se dirigió hacia Evel. Él alzó la mirada y trató de entender sus movimientos. Evel lo miró directo a los ojos para tratar de entender por qué se veía así.
—Evel, ¡Evel! —llamó Sakradar—. ¡No lo mires! ¡Deja de mirarlo!
Algo punzó en su hombro y salió del trance. Miró a Sakradar a su lado, ahora tenía forma de un ave pequeña y negra, sus garras se enterraban en el hombro de Evel. Miró de nuevo hacia el hombre y antes de volver a caer en el mismo trance, bajó la mirada de inmediato y se forzó a seguir.
—Finge que no lo viste —murmuró Sakradar y luego entre dientes—. ¡Evel!
Su corazón parecía desbocarse en su pecho, y siguió avanzando. Apretó los labios y agachó la cabeza para mirar solo a sus botas.
—Ahí viene, cuidado —advirtió Sakradar—. Solo no lo veas.
El hombre chocó hombro con hombro y Evel vio oscuridad. Todo estuvo en negro y en silencio, pero se obligó a caminar. Luego, una voz comenzó a llamar por él. Evel apretó los labios y siguió. Y en la misma oscuridad comenzó a sentir dedos y brazos, rozaron sus piernas y su espalda, se abalanzaron hacia él y apresuró el paso para librarse.
Y entonces, tropezó y cayó de bruces. Había luz de nuevo, cuando abrió los ojos su vista estaba borrosa y no lograba enfocar. Había un sabor metálico en su boca. Se concentró para enfocar la mirada, agitó la cabeza hasta que pudo volver a escuchar la voz de Sakradar y el bullicio del puerto. Luego, su vista volvió a la normalidad: estaba en un callejón solitario.
Al final, después de incorporarse, lo último que se desvaneció fue el frío calándole el cuerpo, y los temblores.
—¿Q-qué era eso? —preguntó Evel—. ¿C-cómo llegué aquí?
Sakradar, como una pequeña ave negra similar a un mochuelo, pero completamente oscuro lo miró de arriba abajo mientras aleteaba en el aire. Evel retrocedió de nuevo ante su apariencia.
—Solo es una forma temporal —dijo él—. Así puedo hacer algo si otro de esos se acerca.
Evel alzó la mano, y Sakradar se posó sobre su brazo sin enterrar las uñas.
—¿Qué era eso? —volvió a preguntar.
—Una potestad, quizá es mejor que no sepas qué tipo de potestad —dijo Sakradar—. Las has estado viendo desde hace un tiempo, ¿no?
»Es más seguro si finges no verlas.
»Es mejor no meterse con cosas que no entiendes, Evel.
«¿Qué eres tú, entonces?» fue una de las preguntas que quiso hacer, pero no se atrevió a soltar. Sakradar abrió las alas y voló hasta posarse en su hombro.
—Prometo explicarte cuando lleguemos a Setranyr, aquí es peligroso —dijo Sakradar casi como si le hubiera leído la mente y quisiera responder su pregunta.
Sin embargo, eso no calmó a Evel, el sabor metálico persistió en su boca, y la sensación de los brazos jalándolo en la oscuridad también.
Compró una capa azul con bordados plateados en las orillas de la plaza a un bajo precio, tal vez por la tela de no tan buena calidad, tal vez porque se veía usada, aunque si Hok lo viera comprando algo así, se ofrecería a comprarle algo mejor. El vendedor que la vendía aseguró que alguna vez le había pertenecido a alguien importante, y Evel estaba seguro de que el hombre solo sabía hablar, pero no le importó. Si el mar era tan tosco como decían, como narraban las historias y como él mismo recordaba, seguía siendo útil.
Después de comprarla, Sakradar le dijo:
—Desde ahora, yo administraré tu dinero.
—¿Por qué? —preguntó Evel tratando de ocultar su sorpresa.
—Te timaron. No sabes regatear, Evel —respondió Sakradar con una pequeña risa que calló de inmediato cuando Evel le dio una mirada de soslayo.
Luego siguieron su camino al puerto, y una vez ahí, trató de ignorar a las criaturas que había ahí. Muchas de ellas se movían lentamente sin forma ni voz ni propósito, así que fingir que no las veía fue mucha más fácil que con la que se había cruzado antes.
—Ahora necesitamos un barco, Evel.
—Lo sé, no soy tonto.
Pero Sakradar no lo escuchó y solo procedió a rascarse debajo del ala con el pico. Evel suspiró, miró los barcos frente a él y luego a Sakradar, que no parecía querer ayudarle mientras seguía picoteándose...Tal vez, buscar un barco sería más difícil que hacer magia. Inhaló profundo. «Tranquilo, es fácil, solo tienes que preguntar», se dijo, pero su mente ya trabajaba en miles de escenarios y las respuestas que recibiría en cada uno de llos.
Primero se acercó a un marinero por detrás, y este lo ignoró antes de que Evel hablara, y se marchó. Suspiró para sí mismo.
Se dirigió hacia otro de los barcos, donde algunos marineros subían cajas de madera tras cajas de madera. Uno de los marineros le dio una mirada rápida, y Evel se alejó de inmediato con las mejillas calientes y la palabra en la boca. Apretó los labios, era un desastre, a ese ritmo no iba a poder partir.
—Seguimos necesitando un barco, Evel —recordó Sakradar en su hombro—. A menos de que quieras quedarte a dormir en el puerto... O aprender a nadar.
Evel pensó para sí: «No creo que pueda», y caminó a lo largo del puerto. Se acercó a una mujer de abrigo azul largo que llevaba una pipa en la boca, y cabello encanecido. Ella vigilaba una tripulación que subía cosas a una embarcación de tres mástiles.
Justo cuando estuvo a un metro de él, Evel se rindió y se dio la vuelta antes de que la mujer se percatara de su presencia. Suspiró y caminó de regreso por el puerto en búsqueda de otro barco.
—Oye —dijo una voz ronca—. ¿Buscabas algo, muchacho?
Evel miró sobre su hombro y encontró a la mujer de la pipa, con ojos claros y mirada serena. Evel tragó saliva y se forzó a hablar:
—Busco un barco que me lleve a Setranyr.
La mujer sacó la pipa de su boca, y sonrió, luego se acercó a Evel y colocó un brazo alrededor de sus hombros, Sakradar tuvo que abrir las alas, se tambaleó en el aire y terminó volando al suelo.
—¡Te encuentras de suerte, muchacho! —dijo la mujer y suspiró el humo de tabaco en su rostro—. Zarpamos a Setranyr en una hora. También llevamos algunos turistas, así que por un precio justo puedes venir a bordo del Marysom.
—¿En serio?
—Claro —dijo ella y lo soltó—. Ven conmigo.
Evel se sintió aliviado, y siguió la mujer en dirección al barco. Cuando buscó a Sakradar, él se había convertido en un reptil de cola alargada, y simplemente caminó a su lado.
—Bien hecho.
Las mejillas de Evel se enrojecieron y desvió la mirada para seguir a la capitana de aquel barco. Los marineros seguían cargando cajas dentro de la embarcación con ayuda de poleas o mediante un puente en sus propios brazos. Así que abrieron paso a su capitana y a Evel para subir a la cubierta del barco.
En la cubierta había personas vestidas con telas caras, hablaban en murmullos, recargados en el barco o miraban hacia el puerto como si nadie más existiera. Evel supo de inmediato que eran nobles. La capitana guio a Evel hasta el grupo antes de detenerse.
—Son tres monedas si deseas un camarote lujoso, una si prefieres uno estándar —indicó la mujer—. Además, habrá comida en cualquiera de los dos.
—Solo saca una —interrumpió Sakradar a sus pies.
Evel quiso responderle algo, ni siquiera pensaba gastar tanto para que le dijera eso, pero no pudo decirle nada porque nadie lo veía además de él. Buscó en su morral, sacó una moneda y se la entregó a la capitana. La mujer le dedicó una sonrisa antes de cerrar el puño alrededor de la moneda y se dio la vuelta sin más preguntas o explicaciones.
Evil miró a Sakradar para preguntar algo, pero él solo estaba sentado en la madera del bote tomando el sol de la mañana y con los ojos cerrados. Decidió ignorarlo y caminó hacia el borde del barco para mirar el puerto, tal vez esa sería la última vez que vería Osvian.
Una hora después, como prometió la mujer, alguien indicó que elevaran anclas y que soltaran las amarras. El tambor resonó el todo el puerto y los remos comenzaron a mover la embarcación. Las gaviotas graznaron sobre su cabeza y volaron desde los tejados de las casas del puerto hacia la embarcación y de regresó.
Evel miró la ciudad de Histra una vez más, y mientras los rayos de luz caían sobre lluvia entre los callejones, vio una criatura negra con dos puntos blancos como ojos en donde habían estado las amarras del barco. La criatura estiró el cuello y en un parpadeo, capturó una gaviota. La criatura giró la cabeza y antes de que sus miradas se encontraran, Evel se dio la vuelta. Y así, partió de casa.
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Evel se quedó solo en la cubierta, cerca de la popa a un lado del borde del barco. Aquella mañana había amanecido con mejor tiempo que el día que zarpó, así que decidió salir de su camarote a tomar un poco de aire. El viento soplaba con fuerza, y de vez en vez alguna gota le salpicaba el rostro, pero estar en esa calma, con el sonido del viento y del mar no le traía mucho consuelo.
No había nada alrededor más que agua que se extendía al infinito y que se extendería por lo menos un mes más hasta llegar al puerto de Dramaris en Setranyr. Eso le habían indicado los marineros. Igual, sabía que no era tan malo como estar en un camarote estrujado que olía a mar, con una hamaca y un portillo que le estrujaba el estómago y no se atrevía a tocar.
Para no desesperarse, leía los libros de magia que Hok le había comprado y que había llevado para el viaje, pero no contenían nada nuevo, así que al final terminaba mirando a dónde recordaba la costa y se perdía en sus pensamientos. Había tantas cosas que pensar, que incluso cuando los marineros le hablaban para que fuera a comer, tenían que repetirle las cosas hasta que él escuchaba.
Al quinto día, llegaron al puerto de Dosian. Sakradrar bajó del barco por la mañana con forma de lagarto y solo le dijo:
—Ten cuidado, no uses magia ni te asomes por los bordes.
Aquello hizo que Evel se molestara un poco, porque se había ido sin explicarle nada, y le había hablado como si solo fuera un niño. Sin embargo, conforme pasaba el día en cubierta, y aguardaba por él, comenzó a sentir la urgencia de bajar a buscarlo. ¿Y si lo había abandonado? ¿Y si al final se había hartado de él? Y justo cuando el barco estuvo listo para zarpar, Sakradar regresó con la forma de un perro mediano, y una bolsa de cuero en su hocico. Al abrir la bolsa, Evel encontró tres libros de magia, más monedas y carne seca.
De inmediato la regresó a Sakradar.
—¿D-de dónde...? —trató de preguntar.
—Los encontré —interrumpió Sakradar—. No lo he robado ni nada.
—Pero...
—Necesitas libros de magia, ¿no?
Evel no pudo responder a aquello, y no intercambiaron más palabras ese día. No tocó las monedas el resto de su viaje.
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A la semana y media de navegar en el mar, Evel ya se había hartado de solo ver azul por todos lados y de que la embarcación no fuera más rápida. Lo pensó demasiado, sobre todo después de las advertencias de Hok, pero en el mar no había nadie que lo notara, ¿y qué era lo peor que podría pasar? Apenas lo había leído en uno de los libros nuevos de magia que Sakradar había traído, pero sería buena forma de practicar y no aburrirse.
Había cambiado las vendas aquella mañana, sus brazos habían vuelto a cicatrizar, pero igual debía tener cuidado. Se sentó en la popa y cerró los ojos para encontrar su magia.
Su mente punzó, la calidez de su sangre recorrió desde su corazón hasta sus brazos, sus cicatrices picaron. El viento sopló a su alrededor y abrió los ojos. Trató de dispersar el calor de su cuerpo con el viento, mientras que impulsaba el barco con las olas. Se asomó de reojo por la cubierta, pero las olas seguían moviéndose naturalmente, como si nada hubiera sucedido.
Sus ojos comenzaron a pesarle con sueño, la picazón incrementó en sus brazos y su mente comenzó a perderse en el mar, y en el azul que se extendía para siempre. Sacudió la cabeza y continuó bajo el sol. Sus mejillas estaban calientes y sus brazos ardieron un poco. Decidió parar. Inhaló para calmar su respiración y enjugó el sudor de su frente.
—Con que tú eras quien estaba haciendo magia —dijo la mujer de abrigo azul.
Evel dio un respingo. Ella estaba recargada sobre un barril mirando su pipa humear.
—Y-yo, no... No es cierto, perdón —se apresuró a decir y se levantó rápidamente—. No estaba haciendo magia... Perdón.
Se inclinó varias veces, pero ni eso inmutó a la mujer. Evel se inclinó hacia adelante y mantuvo esa posición. Sudaba y su boca estaba seca.
—No le diga a nadie, por favor.
Ella lo miró con seriedad y luego cedió con una carcajada.
—No te preocupes. Jamás delataría a un mago de Sarkat —dijo ella y le dio una palmada en el hombro.
Evel alzó la cabeza de inmediato.
—No soy de... ¿Cómo supo que hice magia?
La capitana sacó la pipa de su boca.
—Los magos reconocemos a los magos, ¿no es así?
Ella sonrió y ajustó el cuello de su abrigo.
—¿C-cómo? Pero si la magia está prohibida en Osvian...
La mujer suspiró.
—La magia de vientos y para navegar siempre es necesaria incluso si prohíben la magia —aclaró—. Y soy del sur de Sighart, no de Osvian.
—Oh.
—Solo no me digas maga ni hables de magia frente a los demás pasajeros y estaremos bien.
Ella le dio una palmada en el hombro.
—Tu secreto está a salvo —dijo ella—. Y deja de tratar de domar los vientos si no los has estudiado. No se pueden domar, y tampoco tiene caso intentarlo si no los conoces.
Aquellas palabras supieron amargas en su boca. Las había estudiado, por eso estaba intentando practicarla, de todas formas, no pudo decir nada de esto y murmuró:
—Perdón.
—Cuando uno es joven quiere todo demasiado rápido. Llegaremos a nuestro destino tarde o temprano. No te agotes así.
Evel agachó la mirada.
—Si quieres practicar tu magia, mejor hazlo por la noche, nadie en la tripulación te dirá nada.
Le dio palmadas en el hombro y alguien la llamó, le sonrió una última vez a Evel y se fue con las manos en los bolsillos del abrigo. Evel se dejó caer de nuevo con las piernas cansadas y los ojos adormilados a su asiento.
El viento marino sacudió su cabello, y entreabrió los ojos, Sakradar se acercó en forma de perro hacia él.
—¿Qué no te dijeron que no hicieras magia en público? —habló—. Pudo ser peligroso si alguien más te veía.
Evel lo ignoró y volvió a cerrar los ojos. No quería lidiar con esa criatura, y menos si iba a regañarlo como Hok.
—¿Evel? —llamó.
»¿Me estás ignorando?
Pero en realidad ya no lo estaba escuchando, se estaba perdiendo en un sueño de antaño, uno que le revolvía el estómago en un espacio confinado con poca luz, con un olor nauseabundo que jamás podría olvidar. «Nos abandonaste», decía una voz desconocida con ojos grises como los suyos, y no podía explicarle nada.
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Evel despertó buscando aire como un pescado. Sudaba y temblaba y solo por eso, la hamaca se tambaleó de un lado a otro y las sombras se intensificaron a su alrededor. Trató de bajarse, su pie tropezó en la oscuridad, se estrelló contra una pared y cuando su vista se ajustó, estaba en el camarote. En aquel espacio confinado y pequeño con una puerta cerrada. Su corazón golpeteó contra sus oídos.
Tomó su capa y decidió salir de ahí. Sakradar, que dormía en una esquina del camarote, junto al portillo había alzado la cabeza y habló con modorra en la voz:
—¿Evel?
Pero lo ignoró, él no podría ayudarlo, nadie podía, y decidió subir a tomar aire. Sus manos temblaban debajo de la capa, así que las enredó y apretó los ojos mientras subía a la cubierta. Una vez arriba el aire helado le impactó el rostro y las lágrimas se helaron en sus mejillas. Las enjugó de inmediato.
Caminó por la cubierta con cuidado hasta la orilla y miró al horizonte. Estaba tan oscuro que ni siquiera podía distinguir los límites del cielo y del océano, pero cuando su vista enfocó y vio las estrellas, inhaló más despacio. Había tantas estrellas que solo con mirarlas, la pesadilla se hundió en el fondo de su memoria.
Nunca había aprendido a distinguir bien las constelaciones como Alek o Hok, y ahora, que podía ver más de ellas, le fue imposible identificar alguna. Se movió hacia la proa para estar lo más lejos posible de todos y se envolvió en su capa cuando el viento marino rozó en su cuello. Miró al cielo, y cerró los ojos.
«Fue solo un sueño» se dijo, se abrazó a sí mismo y se recargó contra un barril.
No recordó cuándo terminó durmiéndose, pero despertó con la luz de un farol en el rostro. Se talló los ojos y encontró a la maga del barco frente a él, la mujer anciana de pipa y abrigo azul que le había regañado antes.
—Estaba seguro de haber escuchado algo hace buen rato —dijo frunciendo el ceño—. ¿Estás bien, muchacho?
—Sí —alcanzó a responder.
—¿Seguro? ¿No tienes frío aquí afuera?
Evel se incorporó hasta pararse y asintió. Sus orejas estaban calientes, seguro había pensado miles de cosas cuando lo vio ahí. Desvió la mirada.
—Sí... Estoy bien.
—En ese caso, deberías volver a tu camarote —dijo ella—. Sé que te dije que podías practicar de noche, pero hoy hace frío.
—¿Puedo qu-...? No, ¿puedo preguntarle algo?
La mujer asintió y caminaron juntos hacia el palo mayor, Evel la siguió de cerca.
—¿Por qué creyó que era de Sarkat? —preguntó Evel apretando los bordes de su capa para que evitar que el viento erizara su piel.
La mujer alzó su linterna y se la ofreció, Evel la tomó con cuidado para no tirarla. Ella se inclinó hacia el palo, colocó sus manos y comenzó a murmurar con los ojos perdidos en el mar, pero no sucedió nada.
—¿Qué está haciendo?
—Shhh.
Evel retrocedió un paso y observó lo que hacía. No estaba haciendo magia, lo sabía porque no sentía el calor desprendido por los sortilegios. Tampoco las palabras que ella murmuraba tenían sentido. Había leído antes acerca de magos que hablaban en voz alta los sortilegios que entramaban para concentrarse mejor, pero aquello era distinto.
La mujer se detuvo y alzó la mano de la madera. Se incorporó y miró a Evel, él le ofreció la lámpara de nuevo y la capitana negó con la cabeza.
—Ayúdame esta noche, ¿quieres?
Caminaron hacia el castillo de la popa y subieron las escaleras. Caminaron hacia el timón y la mujer miró toda la cubierta. Evel esperó a que hablara. Ella sacó una brújula de su abrigo y la guardó de nuevo antes de hablarle a Evel.
—No era magia, ¿te diste cuenta?
—¿Qué estaba haciendo? —preguntó Evel.
—Rezaba a los dioses —dijo—. No sirve de mucho, pero puedo relajarme.
Evel ladeó la cabeza sin entender cuál había sido el punto de aquello, pero no se atrevió a decirle nada más. La mujer sostuvo el timón, pero no lo movió.
—Preguntaste por qué creo que eres de Sarkat —susurró mirando al frente y luego lo vio a los ojos—. Si te soy sincera, no estoy segura, pero tienes ojos brillantes, como los de alguien que ve las potestades.
—¿Potestades? —preguntó Evel.
La mujer suspiró y miró al océano.
—Entonces, ¿no ves potestades? —preguntó ella, su voz decaída—. O eres el primer mago de Sarkat que no las ve, o no eres de Sarkat... En todo caso, perdón por confundirte.
»Tu magia también se siente distinta... Tenía esperanza de que siguieran vivos.
»Pero los magos de Sarkat ya no están en este mundo, es iluso pensar que todavía quedan algunos.
Evel miró a sus zapatos, no tenía nada que decir respecto aquello. Conocía vagamente lo que le había sucedido a ese país, y tal vez sabría más si no hubiera regresado el libro que tomó de la librería de Issa. Pero no se atrevió a preguntar, y además, parecía que la mujer ya no estaba dispuesta a hablar.Evel suspiró... Tal vez debía volver a su camarote.
—La magia actual no se compara con la magia del imperio de Sarkat —soltó de repente.
—¿Q-qué?
—Alguna vez conocí gente de Sarkat —explicó—. A veces pienso que lo que nos enseñan en la academia no llegará nunca a ser lo que ellos fueron.
»En fin, ¿te gustaría que te ayudara con tu magia?
Evel meditó las palabras. Toda la vida Hok le había enseñado lo que sabía de magia, pero él no era mago, era un simple hechicero. Una parte de él quería negarse y seguir por su cuenta con lo que Hok le había enseñado, otra parte le gritó que aceptara, que tal vez no habría otra oportunidad de aprender magia directamente de un mago. Después de morderse la mejilla, titubeó y habló:
—Sí... estaría muy agradecido —respondió Evel y se inclinó hasta la mitad.
Si Hok lo escuchara en aquel momento, ¿estaría triste o aliviado? No lo supo.
—No seas tan formal.
—Perdón.
La mujer sonrió con tristeza en sus labios y le hizo una seña para acercarse. Ella le habló a Evel hasta el amanecer, y fue mucho más tolerable que pasar en un camarote en donde todo se mecía y solo lo rodeaban paredes de madera.
Le contó acerca de su trabajo como maga en el mar, y le dijo que se graduó como maga meteoróloga en Sighart. Le habló acerca de sus experiencias en el mar, y le contó que aquel barco había pertenecido por tres generaciones a su familia. Que ella se había jubilado de ser capitana unos años de atrás, pero seguía con algunas de las responsabilidades mientras enseñaba a su sobrino.
Le habló sobre las academias de magos en Sighart, sobre las palabras y sobre los cristales producidos por la magia y cómo se podían usar como una forma de energía para alimentar sortilegios. Y le habló sobre qué cosas debía comer y cuánto debía dormir si quería recuperarse luego de hacer sortilegios complicados.
Y, por último, le habló sobre Dramaris y todo lo que vería ahí. No volvió a mencionar a Sarkat y no supo si aquello lo alegró o lo entristeció un poco. Por algún motivo, quería entender por qué aquella que hablaba tan alegremente de su vida en el mar y de la magia perdía el brillo en sus ojos al hablar de ese lugar.
Cuando el sol se alzó en uno de los horizontes, Evel habló por fin:
—Discúlpeme por mi descortesía... —repitió lo que siempre le habían educado a decir con la cabeza inclinada, se rascó la cabeza cuando recordó lo que ella le había pedido y decidió solo preguntar—. ¿Cuál es su nombre?
—Sliere —respondió.
—¿Qué hay de ti?
—Evel.
—Bueno, Evel, seguro estás cansado, deberías ir a dormir...
»Si te parece, puedo enseñarte algunas cosas mañana por la noche.
Sus ojos pesaban tanto que no se negó, se despidió inclinando la cabeza y se fue. Cuando abrió la puerta del camarote, encontró a Sakradar en su forma de perro sentado frente a la puerta, como si lo hubiera esperado toda la noche. Evel entró al camarote y cerró la puerta detrás de él. Y solo entonces, Sakradar habló:
—¿Tuviste pesadillas?
—No —mintió Evel con una sonrisa mientras iba hacia su hamaca.
—¿Entonces por qué saliste del camarote anoche?
Evel apretó los labios mientras se sentaba en la hamaca.
—Para...
Pensó las palabras.
—Tienes problemas con la magia, y no se van a solucionar si sigues ignorando lo que te incomoda.
Evel no pudo evitar hacer una mueca. Fue Sakradar el que se movió y se sentó frente a él.
—Te voy a ayudar, pero tenemos que practicar.
Así, Sakradar le hizo prometer que al menos practicarían su magia una hora al día, que escucharía lo que Sakradar le dijera y que dormiría bien el resto del viaje. Después de varios días, la rutina de Evel consistió en practicar por la tarde con Sakradar, subir a la cubierta en la noche con Sliere para practicar de nuevo, y luego irse a dormir toda la mañana.
Nueve días después, arribaron a Urut, y tres días después, a la capital de Osvian. Y una vez el barco partió de las costas de Osvian, supo que ya no había marcha atrás, su hogar de toda una vida quedaba atrás.
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La cabeza de Evel punzaba y sus mejillas estaban enrojecidas por la magia. Sakradar lo miró desde una de las esquinas en su forma de lobo.
—Basta —ordenó—. No te estás relajando.
—Estoy relajado.
—Si lo estuvieras, entonces no estarías sufriendo tanto, Evel —indicó Sakradar y se levantó—. Siéntate, comencemos otra vez.
Aquella era la quinta vez que escuchaba palabras similares en la tarde. Dejó salir un suspiro de frustración y se sentó de nuevo en la hamaca. No podía creer que Sakradar le estuviera diciendo aquello, ¿cómo iba a saber magia una criatura como él? Seguro en su vida ni siquiera había podido tomar un libro considerando que no tenía pulgares.
—¿Estás molesto?
—No.
No estaba molesto, tal vez un poco, ¿pero qué caso tenía decirle que se sentía molesto? Le volvería a decir que se calmara. Inhaló profundo. Debía controlarse si no quería que la magia que todavía corría en sus venas saliera de control. Era peligrosa. Inhaló profundo.
—No parece que te estés calmando.
Evel cerró los ojos para ignorarlo. Tenía que pensar en otras cosas, se obligó a pensar en otras cosas. «Cálmate. No hay motivo para enojarse, solo te está ayudando», se dijo a sí mismo. Necesitaba vaciar su mente, necesitaba hacerlo si quería que aquella tortura de Sakradar acabara.
—Deberíamos terminar la lección de hoy —indicó Sakradar.
Evel de inmediato lo miró con incredulidad. Los ojos negros de Sakradar decían todo lo que Evel no quería oír: no lo estaba haciendo bien, no estaba haciendo bien la magia que tanto presumía saber en Berbentis.
—Mira, Evel —dijo Sakradar—. Sé que no quieres que te diga nada, pero te vas a estancar si no eres más abierto.
—Pero no estoy estancado —rebatió Evel—. Sé hacer magia.
—Pero te lastima.
Evel cerró la boca de inmediato, y desvió la mirada. Sakradar caminó con su forma de perro hasta él y se sentó a su lado.
—Sé que hay cosas que te enseñaron que es difícil desaprender, pero si quieres tener un mejor control sobre tu magi-...
—Sé controlar mi magia —interrumpió Evel y se levantó—. No quiero seguir con esto. No me estás ayudando.
Evel se levantó y se dirigió a la puerta. En un parpadeo, Sakradar se movió como una sombra y bloqueó la salida con su cuerpo.
—¿Vas a seguir huyendo de todo?
Evel se sobresaltó, trató de sostenerle la mirada y al final la desvió antes de retroceder. No tenía una respuesta, no quería responder eso. Sakradar también pareció rendirse por fin.
—Todavía falta para que anochezca —indicó él—. Te prometí que te diría qué fue lo que vimos en Histra.
Evel no respondió, siguió mirando la puerta del camarote. Su corazón golpeteaba contra su garganta. Las náuseas que siempre estaban ahí cuando se encontraba en el camarote se habían intensificado, pero solo por curiosidad, se quedó un momento más, solo para escucharlo.
—Era una potestad —indicó Sakradar—. Son criaturas que algunos pocos magos pueden ver.
Evel suspiró.
—¿Solo me ibas a decir eso?
Sakradar no respondió y Evel no quiso seguir ni un segundo más allí. Abrió la puerta del camarote y la cerró detrás de él. Mientras subía los escalones hacia la cubierta, la culpa comenzó a engullirlo. Tal vez Sakradar tenía razón, tal vez había sido demasiado grosero con él... Él lo estaba ayudando. Pero no pudo reunir el valor para regresar y decirle nada.
El viento de la tarde golpeó contra su rostro y agitó su cabello. Despejó su fleco de su frente y se movió hacia la orilla, donde se sentó a ver el mar iluminado en naranja y el sol muriendo a la distancia. Cerró los ojos para olvidar.
Se lo había preguntado mucho antes, cuando leía los libros que Hok le traía y los que el abuelo de Hok había dejado: ¿y si Hok no le estaba enseñando del todo bien? Había veces que sentía que había algo que faltaba en sus palabras, algo que no encajaba del todo con lo que decía y con los libros. Tal vez Sakradar tenía razón y se estaba haciendo daño al hacer magia así, se ató un nudo a su garganta. Tal vez era momento de dejar los libros y las palabras de Hok... Pero, ¿qué pensaría él?
—¿Por qué querías mover el viento ese día? —preguntó Sliere detrás de él.
Evel dio un respingo y abrió los ojos, Sliere lo miró con pipa en boca y sonrió, antes de asentir y sentarse junto a Evel.
—Viniste temprano hoy.
Evel desvió la mirada al mar antes de responder.
—No me agrada estar en mi camarote.
Sliere meditó sus palabras y dejó salir una bocanada de humo hacia el mar. Se fue como una nube contra las olas y se desvaneció. Evel arrugó la nariz, realmente odiaba ese aroma, pero no se atrevía a decirle nada por respeto. Era su barco, después de todo.
—Tengo la sensación de que estás huyendo de algo —soltó Sliere.
Evel mordió su mejilla y bajó la mirada a sus manos. Todavía llevaba las vendas, no tenía sentido, pero había una cicatriz rosada irregular y grande en cada brazo que no quería mostrar. Esperaba que el tiempo borrara aquellas marcas de un error, de una estupidez. Volteó los brazos cuando la maga lo miró.
—Yo... —comenzó y Sliere carraspeó.
—¿Estás huyendo de algo?
—No —se apresuró a corregir Evel—. En realidad, necesito ayuda.
Sliere arqueó una ceja y dejó salir otra bocanada de humo.
—¿En qué?
Evel se mordió la mejilla, realmente odiaba hablar con extraños, pero aquellos ojos claros que tenía eran de confianza. Tal vez era mejor contarle todo, tal vez esa mujer podía ayudarlo después de todo. Y le contó. Sliere se quedó en silencio un buen rato, sin fumar y sin hacer ruido, asintió con cada palabra y aguardó a que Evel terminara para hablar:
—No vas a encontrar nada en Dramaris, la magia ha estado prohibida por años.
»Pero si crees que la encontraras, ve a buscarla.
Evel desvió la mirada al mar, a dónde pensaba que quedaba Dramaris.
—Rezaré para que encuentres una cura —continuó ella—. Pero si no lo logras, ve a la Torre de los magos en Sighart, ahí seguro habrá alguien que te ayude.
Miró a Sliere sonreír, y luego ella se levantó.
—Hoy no podré enseñarte nada —dijo Sliere—. Tengo que hablar con mi sobrino, pero puedes quedarte aquí el tiempo que sea necesario.
—Gracias.
La mujer asintió y se dio la vuelta. Y Evel se quedó viendo cómo el atardecer moría, mientras una pregunta martillaba su cabeza: ¿y si no lograba encontrar nada Setranyr ni en Sighart? ¿Y si no lograba encontrar una cura en menos de un año? Quiso cerrar los ojos, pero no pudo hacerlo y siguió con la vista en el horizonte.
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Tal como Sliere le había prometido, llegaron a Dramaris casi un mes después desde que la embarcación partió en Histra. Un día antes, no había practicado su magia con Sliere, así que durmió esa vez por la noche, y despertó al escuchar las órdenes del capitán y a la tripulación moviéndose de un lado a otro. Sakradar despertó al mismo tiempo y fue a recargar su cabeza junto a él.
Después de desperezarse y estirarse, Evel guardó todas sus pertenencias y se colocó las botas.
—¿Crees que encontremos algo? —preguntó Evel con la mirada distraída.
—La encontraremos —aseguró Sakradar—. ¿Cómo te sientes?
Aquella pregunta tomó desprevenido a Evel, pero respondió con una sonrisa fabricada.
—Bien.
Luego siguió a Sakradar hacia la cubierta, todavía estaba oscuro y faltaba poco para el amanecer, pero desde ahí, en el mar, se veía la silueta oscura de una ciudad con torres y edificios anchos de cúpulas redondas. Contempló un momento desde la borda, lejos del paso de la tripulación que corría con sogas hacia la proa.
—Deberías reconsiderarlo, hijo —dijo Sliere llegando como el viento a su lado—. Esta tierra solo te quitará.
Aquellas palabras no le sentaron bien, sobre todo que lo llamara hijo, pero pretendió que no escuchó nada. Buscó su rostro en la oscuridad, pero no la distinguió. Aunque ahí estaba el amargo humo del tabaco que siempre cargaba.
—Tengo que ir de todas formas.
—¿Y si sí eres de Sarkat? —preguntó—. Podrías venir conmigo, iremos a Sighart, seguro allá podrás encontrar mejor ayuda... Será mucho menos peligroso.
Evel hizo una mueca en la oscuridad.
—No soy de Sarkat —murmuró más para sí que para ella y luego agregó—. No puedo... Lo siento.
»Pero gracias por todo.
Sliere no dijo nada por un rato y suspiró.
—Ya veo —dijo Sliere y alguien la llamó desde el castillo de la popa—. Hablamos después.
Evel suspiró. La distancia que se había cerrado en esos días de nuevo estaba ahí. Quizá era mejor, era diferente a Sliere, Evel tenía algo que hacer, tenía que enmendar algo, no podía pretender que todo estaba bien y quedarse en ese barco. Igual, aquello le ató un nudo en su garganta y su nariz picó. Sakradar se quedó en silencio todo el rato y lo observó.
Que no dijera nada al respecto no hizo que Evel se sintiera mejor.
Una hora después, atracaron el barco en el muelle y una gaviota voló hasta posarse en el palo mayor. Graznó y una criatura negra que no parecía una gaviota se posó junto a ella. Evel la miró, y cuando sintió el empujón de Sakradar se recordó que debía ignorarlas. Tal vez era lo mejor mientras estaba en Setranyr, el país donde la magia se condenaba con la muerte, y donde solo los dioses tenían permitido hacer milagros.
El sol salió detrás de Dramaris e iluminó de poco en poco cada cúpula puntiaguda y cada edificio hasta tocar el puerto. Las gaviotas graznaban y volaban en todas direcciones cuando el calor tocó el palo mayor. Más tarde, les indicaron que ya podían bajar a quienes paraban su viaje ahí, y bajaron.
Evel decidió aguardar a un lado del barco mientras los demás pasajeros se marchaban uno a uno, y entonces, Sliere bajó también para despedirse. Cuando Evel la vio se acercó con vacilación.
—Muchas gracias por el viaje pacífico, y por... sus enseñanzas —dijo inclinándose y recitó lo de siempre—. Que Draimat acompañe su viaje desde ahora.
Sliere carcajeó con fuerza, y exhaló el humo del tabaco. Evel notó como las miradas de los setraneses y de los otros marineros caían sobre ambos y sus mejillas se enrojecieron. Alzó la cabeza, y se sintió indefenso ante todas las miradas. Cuando buscó ayuda en Sakradar, él solo se sentó en su forma de perro, miró al cielo y comenzó a rascarse una oreja.
Evel quiso decirle algo, pero solo pudo mirarla mientras reía.
—Perdona, la cortesía osviana siempre me resulta graciosa —dijo ella y las mejillas de Evel enrojecieron más—. Agradece al mar y no a mí que tuvimos un viaje tranquilo.
Le colocó una mano en el hombro y lo apretó.
—Mucha suerte, hijo —dijo ella—. Tu viaje será difícil, pero solo debes de seguir. Consigue lo que necesites y sigue incluso si no lo logras ahora.
»Marysom se va antes del amanecer de mañana, vamos a ir al norte del continente y luego de regreso al sur. Quizá te parezca mucho tiempo, pero te prometo que encontrarás lo que necesitas en Sighart.
Evel vaciló al hablar, y solo pudo soltar palabras vacías a pesar de que lo que le había dicho merecía mucho más que eso.
—Muchas gracias por la oferta —dijo Evel y se inclinó—. Que D-...
La mujer se había dado vuelta antes de que Evel le pudiera decir nada más. Un rato después se enderezó de nuevo, tomó su equipaje, Sakradar se levantó también y se alejaron del puerto.
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