IX. La tempestad del mar
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"Cuando era joven, no sabía apreciar a Sarkat como lo hago ahora. La Gran Cordillera del Rey me parecía la vista más común y aburrida desde los patios del castillo. Los atardeceres color fuego del desierto eran una pintura bonita que podía ser ignorada, y los festivales llenos de luces eran los mismos de siempre.
Cuando salí del país en busca de nuevos cielos, me fui pensando que Sarkat seguiría ahí por una eternidad. Que las risas de la gente mientras jugaban con las potestades, que la magia que podía alzar murallas, que la comida de mi madre estaría ahí incluso después de años, incluso después de siglos, incluso si no volvía nunca.
Siempre estuve equivocado. Después de la guerra, de ver un país destrozado, mi país, no pude evitar preguntarme. ¿Esto es todo? ¿Fue un designio de los dioses del exterior de Sarkat por no alabarlos? Y los que habíamos sobrevivido, ¿tendríamos que cargar con el peso de haber perdido todo lo que siempre estuvo ahí para siempre?
¿Merecíamos perderlo todo? ¿Merecían algunos perder su libertad y jamás volver a ver las montañas y el desierto? ¿Merecían algunos perder su humanidad y volverse cristal, arena? ¿Merecíamos el dolor de mil tumbas y arena?
¿Es que acaso merecimos perder a nuestra diosa y nuestro reino, nuestro hogar?" — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan
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Evel miró la franja oscura y delgada que se alcanzaba a distinguir en el horizonte que era Dramaris hasta que dejó de verla entre las olas. El capitán gritó órdenes en setranés, e izaron las dos velas en los mástiles grandes y una triangular en el mástil pequeño cercano a la popa. Con eso, Sakradar se dio la vuelta y Evel lo siguió a su camarote.
Caminó desganado en la cubierta de madera y miró uno a uno a la tripulación de setraneses en sus labores. Era un barco comerciante que viajaba más allá del norte en el continente de Iriak hacia el sur para vender e intercambiar. Habían hecho una parada en Dramaris, por supuesto, porque no solo traían productos del norte, sino que también vendían esclavos.
En aquel momento solo había tres esclavos en cubierta trabajando. Llevaban camisas y pantalones de lino sucias y desgastadas. Y aunque no llevaban cadenas, sus caras lucían como si lo estuvieran. No hablaban ni se quejaban, pero le daban a Evel miradas de desgana.
Evel jamás se hubiera subido en aquella embarcación si otro barco también se dirigiera a Sighart, pero al final Sakradar lo convenció. «No tenemos tiempo. Recuerda a la bruja». Quiso preguntar a qué se refería, pero por el tono y por lo que escuchó antes de huir, se mordió la mejilla y se resignó a escucharlo.
Si tan solo hubiera llegado a tiempo al puerto hubiera viajado con Sliere a Sighart en lugar de tener que pasarla en su camarote todo el día recordando cosas que no deseaba recordar.
Abrió la puerta del camarote. Solo había una cama y su morral. Entraron y Evel cerró la puerta detrás de él.
—Ahora te gusta pasarla mucho aquí —dijo Sakradar y se subió a la cama—. Pensé que no te gustaba estar en un camarote, Evel.
Evel no quiso responder y se echó sobre la cama junto a Sakradar. Realmente odiaba estaba estar encerrado ahí, pero las náuseas le impidieron decir nada. Miró una de las paredes de madera para distraerse. Esperaba que ese viaje no se alargara más después de llegar a Sighart. No quería volver a viajar en barco si era posible.
—¿Qué tal si estudias alguno de los nuevos libros? —preguntó Sakradar caminando detrás de él—. Te gusta leer, ¿no? Así te podrías distraer.
Evel no quiso responder. Había muchas cosas en su cabeza, y los libros que Sakradar había conseguido en Dramaris antes de partir no eran una preocupación mayor para él en aquel momento. Estaba mareado y no podía dejar de preguntarse si su magia le había causado problemas a Sliere y a la bruja. Tal vez era por eso por lo que Sliere se había marchado, tal vez por eso la bruja se había molestado con él. Se llevó las manos a la cara y la oscuridad lo alivió un poco.
—Descansa, entonces —dijo Sakradar rendido y no volvió a hablar.
Sabía que ignorarlo no era la solución, pero sin respuestas claras no sabía qué hacer o qué decirle. Quería agradecerle por los libros, quería agradecerle por seguir acompañándolo, pero solo al recordar la oscuridad y los gruñidos en la casa de la bruja sus náuseas empeoraban y temblaba un poco... Había algo más que no podía dejar de pensar desde que la bruja lo dijo: había más magos en Sarkat.
Y si eso era cierto, ¿por qué esos magos jamás lo buscaron? ¿Por qué no dieron señales de siquiera seguir vivos? Sus ojos se humedecieron.
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Evel sabía que tarde o temprano tendría que dejar de evitar a Sakradar. Durante el día, mientras el permanecía en cama, luchando por no vomitar ignoraba a Sakradar. A pesar de eso, Sakradar le contaba cuentos tontos, hablaba sobre conceptos básicos de magia y sobre sus libros favoritos para estudiarla. Evel al final terminaba levantándose para tomar un poco de aire y Sakradar lo seguía. Cuando Sakradar le preguntaba entonces si estaba bien, Evel asentía sin decir nada.
Cuando tocaron las tierras de la capital de Osvian, Sakradar le sugirió comprar provisiones para distraerse un momento del barco, para no tener que depender de los suministros de la tripulación y para no salir de su camarote el resto del viaje. Aceptó, y después de convencer a Sakradar de que le diera espacio, y él de dictara qué cosas comprar, Evel desembarcó esa mañana.
Después de gastar una parte de los ahorros que había traído desde casa, notó en el rabillo de sus ojos a algunas potestades. Evel se apresuró hacia el puerto, y cuando por fin llegó, se arrepintió.
Un hombre noble cerca de la embarcación hablaba con el capitán y uno de los mercaderes que había venido desde Setranyr. Detrás de los tres hombres, atados con una cadena en el cuello, había una niña y un niño de piel morena, ocultos detrás del mercader y con la cabeza baja.
—Claro que sí —dijo el mercader—. Estos dos le serán útiles, mi Lord. Los dos podrían ser los últimos de Sa-...
—¿Entonces por qué son tan jóvenes? La caída de Sarkat fue hace más de diez años —dijo el hombre alzando una ceja—. Si me está tratando de estafar...
Evel se detuvo en seco al ver la escena. A pesar de que quiso irse de inmediato, no pudo moverse, y sabía que no era él. El tiempo fluyó lento, luego frío en su hombro, su vista se tornó borrosa y las sombras se hicieron más nítidas en el borde de su visión. Y luego, un siseó sobre todo lo demás.
—Mago solitario, mago solitario, ¿por qué no vienes conmigo?
»Mago triste, mago triste, ¿por qué no vienes conmigo?
Los vellos en su nuca se erizaron, pero al mirar detrás, solo estaban las sombras de los edificios... Y ocultaban algo que deseaba evitar la luz del día. Entrecerró los ojos, las sombras se dispersaron y su vista volvió a la normalidad, como remanente solo quedó el sabor a metal. Como en el puerto de Histra.
Acomodó la capa alrededor de su cuello, y removió la correa de su morral. Sacudió la cabeza, tal vez se estaba equivocando, pero cuando buscó a la potestad en el puerto encontró a alguien que antes no estuvo ahí.
Era un hombre cuyas facciones no parecían reales, parecían imitadas de mil caras más y mal definidas. Su piel era más blanca que el papel, y por donde andaba, sus pasos absorbían la luz matutina. No era humano. Una gaviota se atrevió a aterrizar sobre su sombra, y sin más, desapareció dentro de esta, como un agujero. Y aquella cosa que no era un humano se dirigía a los niños traficados.
No debía ayudarlos, sabía que la magia era la única forma de hacerlo, pero si lo hacía tendría que lidiar con esa cosa y con que descubrieran que era un mago.
«Evel, tienes un don único y peligroso que debes controlar. Pero debes dominarla, debes de esforzarte para que puedas ayudar a otros con ella y no solo a ti... Así como yo te ayudé, prométeme que te esforzaras y tu magia será para otros». Esa vez, en su quinceavo cumpleaños, Hok le había regalado un libro del control de la magia traído desde Levorian y traducido al osviano por su propia cuenta. Y Evel prometió que cumpliría sin entender bien el peso de esa promesa...
Evel volvió a sí mismo, vio cómo la criatura trataba de llamar la atención de ambos niños, y ellos se removieron incómodos sin indicios de poder ver a la criatura. Sus cadenas repiquetearon y el capitán les dio una mirada de soslayo.
—Le aseguro que son de sangre pura —dijo el mercader—. Nacieron en Sarkat.
—Pero no nacieron antes de que sus bárbaros invadieran sus tierras —dijo el noble—. Seguramente no tienen magia. Es una pena la ignorancia de la gente de Setranyr...
La sonrisa del mercader se crispó un momento, inspiró hondo y miró al hombre. Evel dejó de prestar atención a la conversación, y observó a la criatura, la magia comenzó a titubear en sus venas. La criatura se inclinó hacia los niños y su sombra se alargó lentamente hacia ellos en el suelo, Los niños se removieron y se acercaron el uno a la otra. Y el noble y el mercader comenzaron a discutir mientras el capitán trataba de calmarlos.
—Niños solos, niños solos, ¿por qué no vienen conmigo? —preguntó la criatura ladeando la cabeza.
La voz se escuchaba como si estuviera detrás de Evel y no a varios metros de él. Su corazón palpitó con fuerza, pero sabía que era lo que debía hacer. El fuego fue a sus ojos, apretó la boca y lo expandió por su sangre, su mente punzó, sus palmas se calentaron. La niña gritó. Evel abrió los ojos.
—¿Ya lo ve? —dijo el mercader—. Ellos también pueden ver.
—No lo creo.
Evel avanzó hacia la criatura, su mano se calentaba. Apretó el puño, tal vez si hacia un cristal llamaría más su atención...
¿Por qué había hecho una promesa absurda? Sabía que, si la cumplía en ese momento, no podría cumplirla con Hok. Ni siquiera tenía por qué meterse en asuntos de otros... Pero quizá, si podía hacer eso, si su magia servía para algo bueno.
Su mente pesó con sueño, se esforzó por mantener los ojos abiertos y miró directo a la criatura.
«Tu magia es peligrosa, Evel. Evita usarla aquí en Berbentis», le dijo Hok cuando cumplió dieciséis, después de quedarse en cama por una semana. Esa vez, Alek y él habían peleado, Alek terminó con algunas costillas rotas porque Evel no supo controlarse. Alek había dicho que la única razón por la que lo habían adoptado era por lástima.
—Mago solo, mago solo, los humanos son tan extraños, tan groseros, tan conflictivos, ¿por qué no vienes conmigo?
Reaccionó. La mirada de ojos falsos de la criatura se posaba sobre él, pero no pudo saber si sonreía o si era solo una fachada. Su mano ardía en calor. Detuvo la magia, miró a la criatura y luego se dirigió caminando hacia el barco.
Los niños estaban temblando, los hombres seguían discutiendo y todos ellos le dieron una mirada de reojo a Evel mientras él pasaba a su lado. Y la criatura detrás de él susurró a sus oídos.
—Mago solo, mago solo... Ven.
Evel apresuró el paso y sobre su hombro encontró a la criatura a sus talones, su sombra a punto de devorarlo. Sus manos sudaban y aunque sabía que correr o usar magia era la mejor opción para huir, no quería llamar la atención, no quería lastimar a nadie.
Su mente se tambaleó con la magia, pero se obligó a concentrarse al frente.
—Mago de Sarkat, mago de Sarkat, ¿por qué huyes? ¿Por qué sigues huyendo?
Evel se mordió la mejilla. Tenía que deshacerse de aquella cosa, sino Hok...
Una vez en cubierta, caminó en zancadas y algunas miradas confundidas cayeron sobre él. «Evel... Concéntrate», se dijo y corrió por fin. La criatura quería devorarlo, y su sombra se alargó hacia él.
Descendió los escalones para dirigirse a su camarote, sus manos sudaban. Había hecho una promesa, iba a volver, iba a salvar a Hok, estaría bien, no lo perdería, volvería con la cura que le prometió. Tragó saliva.
—Mago, mago, mago, mago, mago, mago. Ven —ordenó—. ¡Ven!
Evel se lanzó sobre la puerta del camarote y la abrió con un empujón. Pero la criatura estaba detrás de él, y sombras, había sombras en el rabillo de sus ojos, vacío detrás de su espalda, debajo de sus talones, a su alrededor.
Sakradar levantó la cabeza.
—¿Evel?
Alzó la mano, su mente punzó, entrecerró los ojos. Caía, era demasiado tarde. Se dio la vuelta, había agua, mar, oscuridad. Apretó más los ojos y la imagen se hizo más nítida, no todavía no caía.
—¡Cuidado! —gritó Sakradar.
Evel se obligó a abrir los ojos, la criatura estaba frente a él, sin su fachada de cara falsa, solo había oscuridad. Lo había alzado, estaba apretando su tórax entre sus manos, no podía moverse, abajo había vacío. Evel miró a la criatura. Estaba temblando, pero era como si aquel no fuera su cuerpo, como si él no estuviera ahí.
Y luego, cuando la criatura habló, volvió en sí.
—Mago, mago querido, ¿sigues soñando con tu hogar en llamas? ¿Sigues soñando con un mar gris y olas frías?
—¿Qué?
—¡Evel, cierra los ojos!
Una luz lo cegó. La criatura lo soltó, Evel salió de su estupor y cayó por suerte sobre madera y no en el vacío. Miró a la criatura frente a él encogerse hasta no ser nada, y quizá escuchó un grito, pero no estaba seguro. Un instante entre un parpadeo y el mundo seguía moviéndose. Pero el mundo había cubierto sus oídos, y su vista se volvió borrosa. Sus manos temblaban, y tal vez cayó de costado, se golpeó la cabeza... no estaba seguro.
«Perdón, Hok... No pude hacer más».
Cuando dejó de ver puntos negros, respiraba con calma, y encontró la puerta del camarote entreabierta. No había señal de la potestad que lo había atacado, solo estaba Sakradar con sus ojos negros y llenos de lástima.
Seguro lucía patético, seguro había hecho una tontería al decidir ayudarlos. La magia era muy peligrosa, después de todo, él era un mago patético y un peligro para todos. Sakradar cerró la puerta con su hocico y luego regresó junto a él.
Evel se enjugó las lágrimas, pero el movimiento pesó como si sus brazos estuvieran hechos de plomo. Era un tonto, ¿por qué estaba llorando? Había cumplido su promesa a medias, los había ayudado.
—Perdón... había unos niños, y... No debí hacer eso. Yo-...
—Hiciste lo correcto, Evel.
Él apretó los labios, y cerró un poco los ojos, los abrió y miró la madera a su lado. Un recuerdo amargo inundó su cabeza, pero siguió hablando para olvidar.
—Ojalá hubiera hecho lo mismo en casa... Con los soldados... Así Hok... —tartamudeó Evel—. Los dioses jamás me perdonarán, ¿verdad?
Sakradar se acercó a él y frotó su cabeza contra él.
—Evel, ¿importa eso? ¿Importa más lo que piensa un dios falso de tus acciones que sus resultados y lo que piensas tú?
»Hiciste lo correcto, y es lo que importa.
Evel deseó cerrar los ojos, pero seguía temblando y la oscuridad... No quería verla, no quería ver hogares en llamas de nuevo. No dijo más y acarició la cabeza de Sakradar para calmarse.
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Habían pasado tres días desde que dejaron el puerto de la capital y del incidente con la potestad, y había de nuevo una costa lejana en el horizonte. Según los marineros, era Usurmar y sería lo último que verían de tierra por lo menos en un mes. La embarcación no arribaría al puerto, ya tenían las provisiones necesarias, pero era un punto de referencia para quienes se dirigían al sur de los mares del continente de Sengrou.
Evel quería evitar estar en su camarote el tiempo necesario, necesitaba aire, y aunque la cubierta no era mucho mejor, al menos ahí había aire freso.
Decidió quedarse el resto de la tarde para ver la costa de su país una última vez y para leer uno de los libros que Sakradar le había dado cuando todavía viajaban con Sliere. Aunque fuera de magia, no le preocupó que los marineros lo vieran, estaba en osviano y aunque algunos hablaban el idioma, no significaba que lo entendieran.
Se sentó cerca de la proa. La costa dejó de ser visible un rato después y solo quedó el océano. Pudo escuchar las indicaciones del capitán en setranés mientras leía, pero no entendió nada y terminó releyendo el párrafo frente a él. El libro hablaba sobre las consecuencias y los requerimientos para la magia, Sakradar le había sugerido que comenzara a leer ese después del incidente, pero cada vez que intentaba seguir, su mente iba a la potestad que lo persiguió.
Se frotó los ojos y vio que un esclavo estaba cerca de él, lo miraba de reojo mientras limpiaba la cubierta. Evel no había notado cuando se acercó, pero decidió no darle importancia y desvió la vista hacia el mar.
Una sombra se asomó un segundo entre las olas del agua y salpicó espuma. Evel decidió seguir viendo. Parecía algún tipo de pez largo o quizá solo lo estaba engañando la falta de luz en el estribor. El sol comenzaba a caer del otro lado y no había dormido bien, tal vez era eso también.
—Es un libro de magia, ¿verdad?
Evel se dio la vuelta de inmediato, cerró el libro y antes de replicar, vio que era el esclavo de antes. Tenía la barbilla recargada sobre la escoba y estaba demasiado cerca de Evel. Él cubrió de inmediato el título con su brazo y lo miró con los ojos entrecerrados. No podía ver su expresión a contraluz, así que solo apretó los labios y giró el libro.
—No les diré —dijo el esclavo con voz ronca—. ¿Eres un mago?
Evel se levantó de inmediato y lo miró. Por fin vio su rostro, tenía la cara demacrada, piel bronceada por el sol y ojos azules. Era rubio y tenía una barba un poco crecida. Evel le calculó al menos 30 años, pero era más bajo que Evel por una cabeza.
—¿Q-qué necesita? —preguntó Evel—. Es de Osvian.
—Lo soy —dijo y sonrió.
—¿Habla setranés?
—No. No te preocupes, no diré nada... Solo una pequeña pregunta, ¿eres de Sarkat?
Evel negó con la cabeza y retrocedió. Siguió observando al hombre, sus ojos azules se oscurecieron y miró al suelo. Evel no supo qué hacer, y solo aguardó mientras pensaba cómo zafarse de aquella situación.
Entonces, el hombre alzó la cabeza, miró fijamente a Evel y luego se lanzó hacia él. Lo tomó por el cuello de su camisa y lo empujó a la orilla de la proa. Evel reaccionó y logró poner una de sus manos en el borde, pero su libro cayó en cubierta. El hombre lo miró intensamente y apretó la tela de su cuello.
—Escucha. Necesitas ayudarme —habló entre dientes.
—¡Déjame en paz!
Evel forcejeó y trató de soltarse, pero el hombre lo sostuvo con fuerza.
—Solo tú puedes hacerlo.
Alguien gritó detrás del esclavo, y el hombre bajó las manos hasta los hombros de Evel y enterró sus dedos. Evel se aferró a la madera y forcejeó para apartarse.
—Necesitas ayudarme —suplicó y lo apartaron de Evel—. ¡No quiero seguir con esto! ¡Por favor!
Y apartaron al hombre. Evel se pudo incorporar, pero no estaba bien, la magia palpitaba en la punta de sus dedos sin siquiera haberla llamado, y sus brazos temblaban. Los marineros que apartaron al esclavo lo arrojaron contra el borde del babor, y luego uno de los marineros pateó su rostro como si nada.
Evel apartó la mirada y retrocedió después de recoger su libro. El esclavo miró a Evel con los ojos llenos de miedo, con una mueca en los labios. Temblaba descontroladamente. El marinero se giró hacia él y pidió disculpas que Evel no pudo entender, era la magia que corría en sus venas, la maldita magia que siempre entumecía su cabeza en momentos así. Apenas pudo responder algo que ni él mismo entendió y se marchó.
Sus dedos seguían calentándose a pesar de que él mismo no estaba buscando la magia, y una punzada fuerte atravesó su cabeza. Se tambaleó y cerró los ojos. Caminó a su camarote, y los gritos del esclavo perforaron sus oídos. Apretó los ojos y al abrirlos y avanzar notó que el suelo estaba repleto de potestades. Evel retrocedió.
El mercader de los esclavos, el que había traficado con dos niños como si nada, se acercó a él con una sonrisa falsa, y a su paso pisó las criaturas. Aullaron de dolor. Evel creyó que iba a vomitar, se forzó a ignorar a las potestades. El traficante le habló en osviano, pero Evel no entendió nada, así que se negó, se disculpó arrastrando las palabras y supo por la expresión del hombre que sus palabras no tenían sentido.
El hombre hizo gestos y pasó de largo de Evel hacia el esclavo. Evel no lo miró, todo daba vueltas, el calor se expandía por sus mejillas, y huyó. Necesitaba estar solo...
¿Por qué sentía una sombra a sus pies?
Miró detrás de él, pero no había nada. Tragó saliva y apenas logró contener una arcada cuando bajó las escaleras.
Abrió la puerta de su camarote y Sakradar se levantó de inmediato. Evel arrojó el libro al suelo, corrió al portillo y sacó la cabeza para vomitar. Y cuando terminó, un dolor que conocía bastante bien atravesó su mano, cuando miró su palma, había un cristal.
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Luego del incidente, su magia siguió calentando su sangre y punzando en su cabeza. Apenas si podía abrir los ojos y había pequeños cristales a su alrededor en la cama. Sakradar se había quedado en todo momento junto a él, y no entendió por qué. Cuando recargaba su hocico en alguna de sus manos, el calor se aliviaba un poco y la magia se disipaba. Quiso preguntarle, pero no se atrevió a hablar, sentía que si lo hacia saldría un cristal de su lengua.
—¿Te sucedió esto antes, Evel? —susurró.
Quiso responder que sí, pero nunca de aquella manera, no constante, como si estuviera muriéndose. Tal vez sí estaba muriéndose... Y había tantas cosas de las que se arrepentía y que no había podido arreglar. Respondió con una queja.
—Es tu magia, Evel... Es inestable. Creo que la potestad la inestabilizó más.
»Evel, piensa en otra cosa. Piensa en tu pad-...
Pero no pudo seguir escuchado, y todo se perdió en oscuridad.
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Varios días después, Evel se sintió mejor. Durmió un día entero tras desmayarse, y aunque Sakradar se había angustiado, no sucedió nada más y despertó como si nada. Sakradar que había permanecido a su lado todo el tiempo había aumentado de tamaño un poco.
Después de despertar, el traficante no había parado de insistirle en que le podía vender uno a menor precio en modo de disculpa, y aunque Evel se negó, el hombre fue varias veces a tocar su puerta. Y después de negarse varios días, el hombre no se acercó de nuevo.
Una noche, sin poder dormir al pensar en lo que había sucedido y en la potestad que lo persiguió, se incorporó y decidió subir a la cubierta de nuevo. No quería permanecer más tiempo viendo un techo de madera humedecida, así que se fue a hurtadillas del camarote mientras Sakradar dormía.
Se estremeció con la brisa nocturna y ajustó los botones de su capa al cuello. Se dirigió hacia la proa para estar solo, pero cuando escuchó las cadenas repiquetear luego de acercarse, se dio cuenta de que había alguien en una orilla en la oscuridad. Supo que era la misma persona que le había pedido ayuda unos días atrás.
Evel apretó los labios y dudó si debía acercarse, al final lo hizo y se acuclilló frente a él. Estaba dormido y respiraba con tranquilidad a pesar del ojo morado y los moretones en su rostro. Decidió alejarse y se movió más allá del mástil para mirar las estrellas.
Estaba cansado. No entendía si era el viaje, si era el no tener a nadie con quién hablar, la potestad o lo de que había pasado con el esclavo. Quería seguir durmiendo, pero estar en el camarote le ponía enfermo, quería despejarse, pero estar ahí arriba con la mirada de los esclavos y el traficante sobre él lo ponía nervioso. Solo podía sentirse asfixiado.
—Eres tú —interrumpió una voz ronca en la oscuridad.
Evel giró la cabeza. El hombre se incorporó, las cadenas repiquetearon y Evel dudó en acercarse, al final, se sentó frente a él, lo más alejado posible en caso de que tratara de hacer algo de nuevo.
—Te asusté el otro día, perdona —dijo—. Pero en serio necesito tu ayuda.
—Perdón —comenzó Evel e ignoró lo que había dicho—. No hiciste nada malo. Yo no quería... No quería que te golpearan.
Evel bajó la vista.
—Lo sé —dijo el hombre—. Está bien, soy un hombre de honor y aceptaré tus disculpas... Si me ayudas, y si me das algo de comer.
Evel apretó sus labios, quizá era lo poco que podía hacer de todas formas luego de causarle problemas. Metió sus manos en los bolsillos de su capa y sacó un pedazo de pan que había comprado unos días atrás en el puerto. También sacó una de las velas que usaba para iluminar su camarote, derritió la base con el calor de su magia y luego la encendió con un fósforo.
Contra el fuego, Evel lo pudo ver bien por fin, no solo tenía el ojo morado y cicatrices, su cara estaba hinchada y había sangre seca en su frente. El hombre lo estaba mirando fijamente con una ceja enarcada y le dio un mordisco a la hogaza. Evel apartó la vista de inmediato, si antes no hubiera reaccionado tan mal, aquel hombre no estaría ahí herido y hambriento.
—Así que sí eres mago —trató de hablar con comida en la boca—. Entonces, ¿por qué no encendiste la vela con tu magia?
Evel miró su regazo, no tenía una respuesta. Se apresuró a decir algo
—Y-yo...
—Ese libro que tienes no te sirve —interrumpió con la boca llena.
El hombre tragó el bocado y se recargó contra la borda.
—¿A qué se refiere?
—Eres mago, el que leías el otro día es un libro falso, es para humanos.
Evel frunció el ceño y miró la llama de la vela.
—Lo sé porque era hechicero —continuó—. En Osvian. Tenía que lidiar con estafadores que vendían esos libros casi todo el tiempo.
—¿Por qué ya no es hechicero? —preguntó Evel antes de poder evitarlo.
—Cuando la magia fue prohibida en Osvian hace años, yo era un hechicero conocido —dijo—. Tuve un duelo con un noble y gané, pero él no estaba feliz y me acusó de haber usado magia.
»Al final, me enteré antes de que me arrestaran, y pude envenenarlo —dijo y sonrió con crueldad en las comisuras de sus labios—. Honestamente, morir de esa forma es mejor que vivir así.
»Pero no puedo hacer nada. Al final de cuentas todo sigue y el sol siempre se alzará no importa lo que uno haga.
Evel no tenía palabras, estaba sobresaltado, y pensó que tal vez no fue la mejor idea salir esa noche, o siquiera hablarle. Apretó su antebrazo debajo de la capa, carraspeó y miró la llama de la vela. La mirada de aquel hombre estaba fija sobre él. Se obligó a hablar.
—¿P-por qué...? No, olvídelo. Que tenga una lind-...
—Lo hice porque no le iba a permitir vivir luego de mentir —confesó—. Los mentirosos, los ladrones, los asesinos, aquellos que se llaman nobles, pero lo único noble es su título, todos ellos merecen morir.
»No espero que lo entiendas... Tú no estás en la misma situación.
Evel desvió la mirada y tragó saliva. Se incorporó y ajustó la capa al cuello.
—Oye, no te vayas —dijo—. No he tenido nadie con quién hablar... Y me debes un favor. Además, prometiste ayudarme...
Evel lo miró de reojo. Se arrepintió de haberle hablado antes. Debió quedarse en su camarote. Se mordió la mejilla y aguardó a que hablara.
—Siéntate, tengo mucho de qué hablar.
—Es noche... Quiero...
—Siéntate.
Evel mordió su mejilla, por el tono de su voz y la mirada a la luz de la vela, no pudo hacer nada. No podía arriesgarse cuando aquel hombre sabía que podía hacer magia.
—Sigo preguntándome cómo es que un mago de Sarkat habla osviano.
—Nunca he estado en Sarkat —se apresuró a responder.
El hombre se rascó la barba.
—Tal vez eras muy joven para recordarlo. ¿Tus padres huyeron de Sarkat? Porque no entiendo como sobreviviste una masacre sin ser capturado por los traficantes...
—No soy de Sarkat —repitió con voz firme—. Si no tiene nada más que decir, me voy. No sé de qué habla.
Evel se mordió la mejilla, una vieja marca en su espalda escoció como la primera vez.
—Oye, espera. No te lo tomes a mal —dijo—. Tal vez eres de otro lugar, pero en serio tu apariencia es similar a la gente del norte de Sarkat, ojos grises, piel morena y dedos finos para la magia...
Evel pensó lo que dijo. El norte... Era una tontería. Inhaló y se levantó. ¿Qué iba a saber aquel hombre de Sarkat? ¿O siquiera de él? Era un desconocido, y un asesino.
—No voy a escuchar más, me voy.
—¡Oye! ¡Toma!
Algo se deslizó por la madera y antes de que Evel pudiera evitarlo, se estrelló contra sus botas. Luego del silencio, Evel se inclinó y tomó eso. Era un libro con una portada de cuero y florituras doradas en las esquinas, miró al esclavo sin entender sus acciones.
—Es lo único que tengo, nadie más puede leerlo —dijo—. Es tuyo, y no diré nada acerca de tu magia o de tu origen, pero me vas a ayudar a escapar cuando estemos en tierra.
Evel frunció el ceño, abrió el libro. Olía a humedad, tenía las esquinas roídas y las páginas estaban amarillentas y frágiles, pero el contenido estaba intacto. Buscó el título y lo leyó: «Principios básicos de la magia de tormentas, de Mistr Berbentis». Evel leyó el título una y otra vez para comprobar lo que leía. «¿Cómo?» fue lo único que pudo pensar cuando vio el autor.
Evel alzó el rostro y miró al hombre. Sonreía de una forma que heló sus huesos. El hombre apagó la llama después de meterse los dedos en la boca, y Evel retrocedió. Tragó saliva.
—Gracias por el libro —dijo en voz baja—. Que Draimat...
—Es un trato, niño de Sarkat —respondió en la oscuridad—. Tu vida depende de que me ayudes.
Evel no pudo terminar de hablar, se mordió la lengua, se dio la vuelta y se apresuró a su camarote. Mientras bajaba las escaleras se repitió una y otra vez que no volvería a subir solo mientras viajaba ahí.
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Al frente, en un sendero de tierra rodeado de campos verdes, un mar azul y pequeñas casas, alguien sin rostro le revolvió el cabello mientras hablaba con una mujer de voz ronca.
—Te estaremos esperando.
Eran palabras que recordaba, nada más. Y luego, ese alguien se alejó sin mirar atrás, su cabello castaño atado en coleta se agitaba para siempre en un camino eterno. No miraría atrás por más que le gritara, por más que tratara de alcanzarlo, estiraría la mano, trataría de correr detrás de él, y alguien lo detendría. Lloraría y lo abrazarían.
Luego, había cabras a su alrededor, y él tenía un cascabel en las manos, tintineaba en el viento. El humo gris escocía en sus ojos y una brisa caliente no le permitía respirar un parpadeo después. En el cascabel brillaban como un atardecer, bailaban con el viento, eran las llamas engullendo una pequeña villa. Alargó la mano hacia el mar y el cascabel cayó a sus pies sin tintinear. Las olas salpicaban su rostro, pero huían. Cerró los ojos.
Los abrió. Hok estaba sentado en el sótano, la espalda encorvada, la cabeza inclinada, pluma en mano, el cabello caía alrededor de su rostro. Evel se acercó, él traía un mortero con hierbas sin moler, seguramente se lo había pedido antes.
—¿Has pensado en lo que hiciste, Evel? —preguntó Hok sin alzar la cabeza, su pluma se movía en su mano sin parar.
Evel se detuvo en seco.
—¿No sabes lo qué hiciste? Piensa en ello —dijo Hok—. Pudiste haber hecho más.
Evel se mordió la mejilla, no supo si llevarle el mortero o escucharlo, no entendía a qué se refería.
—Yo te ayudé, yo te salvé, pero tú no hiciste nada por ellos.
Sabía a quienes se refería. Evel se mordió la mejilla más fuerte, quería decirle que no había tenido otra opción, quería reclamarle que él mismo le había advertido acerca de usar magia, quiso decirle que todo pudo haber salido mal, que no quería hacer lo mismo que Hok. Y también quiso gritarle que no podía usar dinero para comprar una vida, que eso no era salvar a alguien, pero las palabras se atoraron en su lengua...
—Tienes la oportunidad de ayudar a alguien, de seguir mi ejemplo, de mostrar que tu magia no te llevará por un mal camino y estás dudando —siguió.
Evel bajó la mirada.
—Te consentí demasiado. Te has vuelto egoísta, y crees que tienes el derecho de autocompadecerte.
»¿No vas a decir nada?
No reconocía ninguna de las hierbas en el mortero, no entendía qué estaba haciendo Hok.
—No debí ayudarte —dijo y por fin dejó de escribir—. Quizá así la vida sería más justa para todos.
La vida no era justa, era lo que Evel siempre había pensado. No era justa para nadie, excepto para él. Lo había tenido todo, y aun así era un malagradecido. No podía hacer lo mínimo de lo que Hok esperaba de él. No pensaba ni hacía lo correcto, siempre hacía estupideces y con sus emociones sin suprimir su magia solo traía desgracias y problemas.
—Perdón.
Hok por fin se giró hacia él, tenía una mirada triste, la cara pálida y los labios morados como la última vez que lo vio. Abrió la boca para decir algo, pero sus palabras no salieron como las agujas de antes. Evel dio un paso adelante, sin entender qué era lo que decía.
El cuarto comenzó a sacudirse debajo de sus pies, y el día oscureció fuera de los ventanales del sótano. El frío caló en Evel y sus pies se mojaron. El agua comenzó a aumentar hasta cubrirle la cintura a Evel, y el pecho a Hok, pero era demasiado tarde.
Evel trató de acercarse, pero parecía atascado en un lugar fijo en la habitación. Por más que nadaba, no se acercaba ni un poco. Un pez negro saltó frente a él, y entonces Evel miró a Hok mientras el agua comenzaba a cubrir su barbilla.
—¿Por qué te fuiste, Evel? —preguntó—. ¿Por qué sigues abandonando cosas importantes?
Evel luchó por avanzar y el pez se agitó. Evel perdió el contacto con el suelo y el pez le dio un aletazo en el rostro, se hundió en el agua fría. Y despertó de golpe buscando aliento. Buscó a Sakradar, y lo encontró con las orejas pegadas al cráneo y balanceándose de un lado a otro.
—¡Evel!
El cuarto se iluminó un instante y encontró agua en el suelo, y luego, el cielo rugió.
El barco se mecía de un lado a otro y rechinaba como un animal agonizando, y el ruido de las olas chocando con la madera eran imposibles de ignorar. El barco se inclinó hacia un lado, y Evel chocó con la pared. Evel miró hacia el portillo, pero solo encontró oscuridad, luego luz y un rugido, una ola chocó con la ventana y los sumergió.
En ese mismo momento, alguien golpeteó la puerta. Evel se colocó las botas como pudo y corrió hacia la entrada. Encontró un marinero desesperado que gritaba en setranés mientras señalaba hacia cubierta.
Al mismo tiempo, el cielo se iluminó y su trueno estremeció el aire. El barco se inclinó hacia un lado, y Evel se aferró al marco de la puerta y asintió al marinero. El marinero volvió a señalar la cubierta y corrió al fondo de los camarotes.
Evel se apresuró, se puso la capa y guardó los libros que había recolectado en esas semanas en su morral. Luego, buscó el libro que el hombre le había dado, pero no lo encontró debajo de su cama, ni en alguna esquina. Antes de seguir buscando, Sakradar se interpuso y lo miró directo a los ojos.
—¡Vámonos, Evel! —gritó sobre la tormenta—. Es peligroso estar aquí.
El barco se inclinó hacia un lado y Evel se deslizó hasta estrellarse con una pared.
—¡Es importante!
—¡Tú vida es más importante!
Y jaló su capa con el hocico. Evel miró una última vez a su camarote, pero el libro no apareció. Se colgó el morral y salió, alguien se estrelló con su espalda y antes de que pudiera hacer algo, el marinero lo obligó a avanzar mientras gritaba en setranés.
Cuando subieron a la cubierta, las gotas azotaron sus mejillas como agujas, y un rayo iluminó a la tripulación que se movía de un lado a otro con cuerdas en manos. El marinero le señaló una cuerda atada en uno de los costados y lo guio hasta ahí para atarlo.
El barco se inclinó y la cuerda resbaló de las manos del hombre. Ambos trastabillaron y Evel cayó sobre su retaguardia cerca del estribor. Los demás marineros que no estaban atados se asieron de los bordes del barco y del mástil como pudieron. Sakradar permaneció inmutable.
El barco se inclinó hacia el otro lado y Evel se aferró de la borda. Una ola se alzó frente a él y salpicó su rostro. Cerró los ojos, pero el agua salada entro en su boca, comenzó a toser con fuerza mientras seguía aferrándose. Sus nudillos en aquel punto se habían vuelto blancos.
Luego, una ola se alzó unos metros a un lado de Evel. Alzó la cabeza, pero nada lo preparó para el golpe frío y violento. Se aferró con uñas y dientes a la borda, pero no pudo respirar y terminó tragando más agua.
«No quiero morir... No quiero morir», pensó y luego la ola regresó al mar. Tosió el agua a un lado mientras la tripulación gritaba órdenes y alzó la cabeza. Sakradar se había convertido en un ave rapaz negra casi del tamaño de su torso y aplastaba las manos de Evel a la borda con sus garras. Sakradar lo miró de arriba, Evel sonrió a medias, apretó los labios y comenzó a temblar.
—¡Usa tu magia, Evel!
Evel miró a Sakradar. Arrastró el resto de su cuerpo hasta sentarse, y tosió más agua. Cerró los ojos, y una punzada fue a su cabeza como una débil flama en mitad del agua helada, y sus brazos recuperaron un poco de calor, dejó de estremecerse. Sakradar asintió.
—Todo estará bien, te lo prometo.
—No puedo hacer más... Perdón.
—Está bien, es suficiente. No te sobreesfuerces —indicó Sakradar.
Controlar el mar era algo que no podía hacer, apretó los ojos. Estaba bien, Sakradar decía que estaba bien y Sliere se lo había dicho antes, controlar el mar sin experiencia no era buena idea. Pero si podía hacer algo más...
—¡Esto no resistirá! —gritó el traficante de esclavos en la oscuridad y luego comenzó a hablar en setranés.
Una ola se alzó de nuevo y se enfocó simplemente en mantener el calor, en calmarse y respirar a pesar de los temblores. Se encogió junto a la borda y alzó la cabeza, la ola se hizo más y más grande con cada uno de los latidos de Evel. Comenzó a temblar más.
—¡Todo estará bien, Evel!
Y la ola impactó contra la cubierta, pero apenas pudo escuchar los gritos ajenos. Sus manos se soltaron, y no pudo sentir las patas de Sakradar. La ola lo arrastró por cubierta, y pensó en salir a respirar, en no caerse al océano. Evel se estrelló con el palo mayor, pero no le importó el dolor, trató de aferrarse. Cuando la ola terminó, se estremeció y buscó a Sakradar, había volado hasta su lado.
—¿Estás bien?
Evel negó con la cabeza. Cuando miró, algunos marineros habían caído al agua y gritaban desde ahí. El barco se agitó de un lado a otro y Evel se aferró con fuerza, sus brazos estaban fríos y su cuerpo también. Apretó los ojos... No debió irse de casa.
—¡Usa tu magia, Evel! —gritó Sakradar.
Un rayo golpeó en la proa al mismo tiempo que pensó eso y sus oídos zumbaron. Luego, vio fuego iluminando más allá de sus ojos, en la proa, ¿o en un recuerdo? Inhaló en búsqueda de aire. «No... por favor». El barco volvió a mecerse con una violencia anormal de un lado a otro, y otro rayo cayó en el mismo sitio.
—¡Evel, abre los ojos! Necesitas calmarte.
Si se hubiera quedado en casa... Si hubiera sido buen hijo, si jamás hubiera abandonado a nadie... Si pudiera hacer más...
Evel entreabrió los ojos, había una silueta conocida dándole la espalda al fuego y con una cuerda atada en su cintura. Su rostro era indistinguible en la oscuridad, pero supo quién era por la forma en la que cojeaba al caminar. Era el esclavo.
—No puede ser... —dijo Sakradar.
—¡Él es de Sarkat! —gritó y Evel estuvo seguro de que lo señalaba, pero había cerrado los ojos—. ¡Él está causando todo esto! ¡Está haciendo magia!
Evel abrió los ojos, las miradas de los marineros y de quienes seguían en cubierta estaban sobre él. Evel no dejó de aferrarse al palo mayor. Y luego miró a Sakradar, pero era demasiado tarde, se había transformado en un gato enorme, ¿eso era un león? No estaba seguro, pero se había lanzado al esclavo, y solo pudo escuchar los gritos desgarrando el aire.
—No...
Evel negó con la cabeza. Él no había querido nada de eso... Había prometido ayudarlo.
Los demás marineros comenzaron a gritar a su alrededor sobre la tormenta. Su corazón golpeteó más rápido, pero su mente estaba demasiado adormilada por la magia como para entender qué estaba sucediendo. El barco comenzó a sacudirse de nuevo.
—¡Detente! —gritó otra voz.
Y antes de que pudiera hacer algo para calmarse, un puño se aproximó a su rostro, cayó sobre su retaguardia y vio estrellas, el dolor se propagó por su mejilla. Evel miró al hombre frente a él, era el capitán. Otro rayo cayó sobre la proa en aquel momento.
El capitán lo tomó por el cuello de su ropa y lo orilló hasta la borda. Evel se dejó arrastrar, pero luego pataleó.
—¡Evel! —gritó Sakradar.
—¡Bastardo! Arregla esto —ordenó el capitán con un acento forzado mientras lo inclinaba sobre la borda.
—¡No puedo!
El barco se meció con más violencia al ritmo de su respiración.
—Todos los de Sarkat debieron morir...
—¡No soy de Sarkat! —gritó y un rayo cayó de nuevo sobre la proa.
—¡Bastardo!
Y entonces, las manos del hombre se enroscaron sobre el cuello de Evel. El aire escaseó y Evel luchó por soltarse, pataleó y comenzó a rasguñar, pero faltaba aire, no podía respirar.
—No... Soy... —gimió por aire.
—¡Evel!
Su vista comenzó a nublarse, sus manos se sentían más débiles, y al mismo tiempo, la tormenta amainó de poco en poco. Los vientos no podían ser domados, pero él jamás había tratado de domarlos... Iba a morir. Mientras su vista se ennegrecía, recordó al pez de su sueño.
—El mar te conoce, Nantsu —susurró una voz en su recuerdo.
Y entonces, pudo respirar de nuevo, Sakradar se había lanzado sobre el capitán. Evel comenzó a toser, y al mismo tiempo el barco comenzó a agitarse con violencia. Evel miró a Sakradar, y al capitán. El capitán lo miró, Sakradar se movió demasiado tarde, y el capitán se volvió a lanzar hacia Evel, lo tomó por el cuello y lo empujó.
—¡Evel!
Cayó. El impacto con las olas se expandió por todos sus huesos, su piel y su mente se helaron apenas tocó el agua, pero no podía morir, no así. Luchó para salir del agua, y solo encontró la madera del barco. Las olas chocaron con su cabeza. Trató de calmarse, pero el frío y el dolor se lo impidieron, y las olas que entraban a su boca también.
Una ola se impactó contra él y luego lo arrastró lejos del barco. Evel trató de nadar en sentido contrario, pero sus piernas estaban heladas, todo su cuerpo dolía.
—¡Sakradar!
El barco se alejaba cada vez más y más, y la tormenta también parecía empeorar. Una ola se alzó a su lado y lo revolcó, tragó agua, pero salió de nuevo a la superficie. Algo chapoteó frente a él y lanzó gotas de agua al aire, no le dio importancia.
Y en ese instante, una ola enorme se alzó a un lado del barco, era enorme, tanto que parecía haber cubierto el cielo y su tormenta. Antes de azotar, Evel pudo escuchar los gritos desesperados de la tripulación, las últimas ordenes antes de hundirse, y la madera del barco crujió como si conociera su destino. Evel se detuvo y flotó a la deriva mientras la ola se alzaba. Y cerró los ojos, otra ola se estrelló contra él, luego otra más lo alzó y cuando miró hacia el barco, solo había olas como montañas, madera desperdigada, y el ruido de la lluvia y los truenos.
Evel se mantuvo a flote, pero el frío era insoportable. Trató de nadar hacia allá de nuevo cuando las olas pasaron y llamó a Sakradar, pero no estaba seguro de si lo hizo en realidad o solo lo pensó. Estaba cansado... Era suficiente. Cerró los ojos. Estaba cansado.
—Nos olvidaste, Nantsu —susurró una voz en la oscuridad del mar.
Abrió los ojos y siguió nadando.
—¿Olvidaste Sarkat?
No estaba seguro, solo quería dormir, descansar, olvidarse de que existía un mundo, olvidarse de que no había hecho lo suficiente, olvidarse de que no había hecho lo correcto, olvidarse de que había gente esperando por él, olvidarse de que existió gente que esperó por él. Cerró los ojos en medio del mar.
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