IV. Un hogar a donde volver
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"Hubo una vez en la que creí que el mundo vivía solo para mí. Que las risas, el llanto, las canciones y las despedidas eran solo para que yo las escuchara.
Como extraño las canciones. Como extraño el amor. Como extraño mi hogar". — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan
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El aire era escaso, turbio, asfixiante, ardía en sus ojos y su nariz. El mar se arrastraba bajo sus pies, pero no diluía en humo frente a su rostro, y con cada paso, la arena lo engulló. Al final, no miró atrás, no se preguntó que quedó, no quería saberlo, y trató de solo concentrarse en el viento, y en avanzar.
El aire picó en su garganta y tosió, y tosió, no pudo más y despertó. Inhaló con fuerza por aire, y sus músculos protestaron con el movimiento. Sus ojos se adaptaron rápido: la luz pálida entraba a través de la ventana frente a su escritorio, como los fantasmas que soñó.
Negó con la cabeza. Ni siquiera sabía quiénes eran.
Su cuerpo se sentía horrible, como si hubiera sido aplastado, remolido y traído de nuevo a su forma original, pero peor. Su magia latía suavemente, no como la tormenta de siempre, sino como olas llegando a la playa. Supo que no era por los brazaletes. Abrió los ojos y miró sus manos, desde las palmas hasta el codo, estaba envuelto en vendajes gruesos.
Sus dedos temblaron, ¿qué había sucedido el día anterior? ¿Cómo había llegado a casa? Había peleado con Hok, lo sabía, y luego había ido a la biblioteca... pero después, todo era niebla.
¿Por qué se sentía tan mal?
No, eso no importaba. Había peleado con Hok, y no se había disculpado.
Se llevó las manos al rostro y el dolor de sus brazos lo atravesó hasta su espalda. Y entonces, la madera de la puerta crujió, Evel consideró acostarse y fingir estar dormido, pero no había tiempo. Miró a la puerta, ¿qué se suponía que diría? ¿Qué se suponía que haría si lo veían con lástima? Las bisagras chirriaron, y Hok entró con una bandeja en las manos.
Su corazón golpeó contra su garganta, y no se atrevió a moverse. Hok también se detuvo en la puerta, bajó la mirada y fingió una sonrisa antes de entrar.
—Estás despierto —dijo.
Evel desvió la mirada, y Hok cerró la puerta tras de sí antes de caminar hasta el escritorio, y luego se sentó en una silla a su lado. Tomó un frasco de la bandeja y forcejeó con el corcho por un minuto entero en un silencio incómodo.
Evel no supo qué hacer ni qué decir, vagó la vista a cada rincón del cuarto a excepción de Hok. Su vista fue a sus muñecas vendadas, a las repisas con libros, y no paró de preguntarse a dónde iría la conversación aquella vez. ¿Le diría qué no recordaba nada luego de haber huido después de pelear con él? ¿Qué todo se debía a...? Ni siquiera lo sabía.
El corcho chasqueó por fin.
Hok se dio la vuelta para tomar un vaso con agua. El silencio de sus movimientos, de sus gestos, de todo invadió cada milímetro de aquella habitación, como un peso más para respirar. Hok vertió el frasco en el vaso y tomó una cuchara para mezclar.
—Toma, Ev —dijo Hok dándose la vuelta y le ofreció el vaso.
Evel miró el vaso y sus manos, tan arrugadas por los años, las manos de un padre amable, pero que él no merecía... Titubeó, y decidió por fin alzar la cara.
Hok tenía ojeras, sus ojos estaban rojos, y las arrugas en su rostro eran mucho más profundas. Parecía haber envejecido diez años de golpe y aun así, Hok lo miró con la sonrisa afable y cariñosa de siempre.
¿Por qué le seguía sonriendo así después de todo? Después de todo lo que había hecho, después de haber peleado con él, después de haberlo evitado y haberlo preocupado así, ¿por qué seguía tratándolo de esa manera?
Tomó el vaso y bajó la mirada. El líquido era verde, y tenía algunas hojas frescas que no fueron bien molidas flotando en círculos. Apretó el vaso.
—Bébelo, te ayudará con el dolor —dijo él.
Inhaló aire y no dijo nada más, lo llevó a sus labios y lo bebió todo. El sabor amargo de la medicina rebuscó en su lengua, y a duras penas pudo tragar. Hizo una mueca al sentir el regusto amargo en la base de su garganta y Hok rio suavemente a su lado. Evel no supo qué hacer, así que solo preguntó:
—¿Qué era eso?
Hok sonrió.
—Ya te lo dije, es para el dolor —dijo Hok con calma—. Te estuviste quejando mucho, y lo necesitabas.
Evel desvió la mirada. ¿Qué le podía decir? ¿Qué podía hacer? Al ver a Hok, supo que él tampoco sabía qué decir o cómo actuar, y Evel se sintió más perdido.
—Evel... —habló Hok—. Tenemos que hablar.
Su corazón se apretujo, y Evel apretó las cobijas bajo sus manos hasta que el dolor de los brazos punzó hasta sus codos. No se atrevió a mirarlo. Sabía lo que vendría.
—Hiciste magia fuera de casa, Evel —dijo Hok.
Evel se atrevió a alzar la cabeza y vio como sus ojos se ensombrecieron junto a toda la habitación. Deseó haber fingido estar dormido en lugar de tener que enfrentarse a eso en aquel momento. Ni siquiera había usado magia, no era posible con los brazaletes en ese momento, pero las vendas... No lograba entenderlo. Tampoco tenía los brazaletes y aunque su magia no se sentía normal, fluía como un riachuelo.
Miró sus brazos... ¿Qué había sucedido?
Desvió la mirada para no verlo más. No quería ver la ira en sus ojos, el regaño, un sermón o una miranda en espera de una explicación que ciertamente él no tenía. Escuchó la respiración profunda de Hok, y luego un largo suspiro, y supo que aquello no era buena señal.
—Cuando decidí enseñarte magia prometiste que no la usarías fuera de aquí y mucho menos contra algui-...
—Perdón —susurró antes de dejarlo terminar, era su mejor opción.
Él no quiso hacer lo que hubiera hecho, jamás quiso romper la promesa, pero lo había hecho, ¿verdad? No había pensado, era un tonto. Y Alek... ¿Había lastimado a Alek? ¿A quién había lastimado para que Hok lo mirará así?
—Ev, mírame a los ojos —pidió Hok.
Evel obedeció. Y al ver su rostro, le vino a la mente la imagen de él sentado a un lado en una silla durante toda la noche, cuidándolo, aguardando a que despertara.
—¿Qué pasó...? ¿Qué te pasó? ¿Por qué usaste magia? —preguntó y se inclinó hacia él—. Necesito saberlo, Evel, necesito saber si la magia te está dañando, necesito saber qué tienes.
Evel abrió la boca para protestar, y la cerró. No sabía si era la magia, tal vez sí lo era, pero no quería admitirlo. La magia era suya, una parte de sí, el motivo por el que Hok lo adoptó y decidió enseñarle. A pesar de todo, era el motivo por el cual lo había llegado a tratar como a un hijo. Bajó la mirada...
¿Qué había sucedido? Se mordió el labio. Había salido de la biblioteca, y luego... ¿Luego qué? Había caminado a casa. Apretó los ojos, pero nada más iba a su cabeza.
No. Sí lo recordaba. Era algo que había pasado el día anterior, ¿no?
—Evel... —llamó Hok y tocó su brazo—. ¿Qué pasó?
Él no entendería. Negó con la cabeza.
—No lo sé —dijo él.
—Evel...
—No lo recuerdo, ¿está bien? —alzó la voz un poco.
Hok suspiró y se llevó su mano al puente de su nariz. Lo miró directo a los ojos, y Evel no encontró ira, encontró preocupación. Tal vez no debió salir sin permiso...
—¿No recuerdas las lámparas? ¿Ni los brazaletes? —preguntó Hok—. Los amigos de Alek... Ellos me dijeron qué sucedió.
Trató de respirar, pero el aire no entró. Sus brazos se calentaron y frunció el ceño cuando el dolor perforó en sus manos y muñecas. Necesitaba recordar.
«Contrólate, Evel» «Concéntrate, contrólate». Su cabeza punzó... Había salido y caminado, ¿no? Eso era cierto, y luego... luego apagó las lámparas. Los brazaletes se rompieron, y caminó a casa. Recordaba sangre. No podía ser posible. Apretó los ojos. «Cálmate, cálmate, no quieres perder tu magia, ¿no?», pensó, y apretó las mantas sobre sus piernas hasta que el dolor entumeció sus brazos.
—Evel... —llamó Hok y lo sacudió del hombro.
Evel alzó la mirada.
—¿Evel?
—Me... —trató de decir, pero no había palabras.
No entendía por qué algo tan sencillo de recordar era tan difícil de expresar, tampoco entendía por qué seguía insistiendo. No podía perder su magia... No si eso significaba quedarse sin lo único que le quedaba.
—Me persiguieron —comenzó y titubeó, ¿decirle que los amigos de Alek le habían golpeado? Imposible—. Los brazaletes se rompieron... Y apagué las lámparas.
Hok asintió, y apretó su hombro, sus ojos pararon en sus manos vendadas, pero no dijo nada más. Asintió de nuevo, pero Evel sabía que Hok jamás entendería.
—¿Tú rompiste los brazaletes? —preguntó Hok—. Tal vez... Tal vez por eso estuviste así toda la semana. Pero... ¿te vieron, Evel?
Tenía razón, Hok jamás entendería. Suspiró. No entendía por qué preguntaba eso, todos sabían que tenía magia, por eso habían protestado hasta obligarlo a tener clases en casa y no en una escuela, por eso lo ignoraban o lo trataban diferente, y aun así, Hok le preguntaba algo asó.
Hok se inclinó, y tomó su otro hombro.
—¿Te vieron?
Evel negó con la cabeza. Había pensado tantas veces en desaparecer de aquel lugar, quizá no era un deseo descabellado... Hok lo soltó.
—¿Los rompiste? —preguntó de nuevo—. ¿Qué pas-...?
»No te controlaste, ¿verdad?
Evel no respondió. Sabía que Hok no escucharía, ya había decidido que él era el culpable a pesar de que su espalda estaba llena de moretones. No tenía caso decirle nada más.
—Evel, necesitas decirme o podrías...
Desvió la mirada, ojalá solo se fuera de ahí y lo dejara en paz. No quería seguir con eso. Hok no se movió y cuando Evel lo miró y encontró una sonrisa triste, volvió a desviar la mirada. En los últimos años, las conversaciones siempre tendían a fluir de esa manera.
—No lo sé.
Algo se retorció en sus entrañas, y se intensificó cuando Hok suspiró.
—Evel, esto no es un regaño —comenzó él—. Hay... Hay muchas cosas de las que deberíamos hablar, muchas cosas de las que no hemos hablado y que son importantes.
Evel desvió la mirada. ¿Por qué no podía verlo a los ojos cuando decía algo tan importante? ¿Por qué tenía que comportarse así?
—Eres mi hijo pese a todo, y me preocupas, porque hay algo que te... Hay algo que te lastima, ¿no es así? —comenzó—. Pero no sé cómo ayudarte...
»Yo solo quiero ayudarte, pero no sé cómo.
Evel alzó la mirada. Hok se había encogido en la silla, y ya ni siquiera lo miraba. No pudo decir lo que quería, no supo cómo.
—Sé que no quieres hablar de eso, y está bien —dijo Hok y su sonrisa no llegó hasta sus ojos—. Pero no quiero que te contengas, ni que pienses que hago esto porque no te quiero.
»Tú eres mi hijo, y por eso estamos aquí.
Sus orejas se calentaron. ¿Por qué era tan grosero cuando Hok era así con él? La mano de Hok acarició su cabeza.
—Ev, me gustaría que aprendieras más que magia —comenzó—. Me haría muy feliz que, en un futuro, si tú quieres, te quedaras y heredaras mi título junto a Alek.
Evel miró a Hok, un nudo se formó en su garganta.
—Ya sé que te gustaría aprender más magia, que buscas algo más —dijo Hok y sonrió—. Lo supe siempre, y me hará feliz el camino que quieras seguir, Evel.
»Solo... No me sigas apartando, ¿sí?
Evel lo miró.
—Siempre estaré aquí para ti, junto a Lara y a Mark —dijo y apretó su mano—. No estás solo, Evel, tienes un hogar que te apoyará y a dónde puedes volver.
»¿Lo recordarás?
Evel lo miró, decía la verdad, y el nudo se tensó tanto que no pudo respirar con calma. Sus ojos estaban cristalinos, y su boca titubeó. ¿Qué podía decirle?
Asintió una sola vez.
Hok sonrió, le alborotó el cabello, y se levantó con una sonrisa en el rostro. Tomó la bandeja, el vaso y caminó hacia la puerta. Pero Evel no entendía nada, ¿qué había sido eso? Apretó sus labios.
¿Por qué decía esas cosas con tanta facilidad luego de echarle en cara todo cuando ni siquiera era su hijo?
—No uses magia por ahora hasta que te recuperes —dijo Hok dirigiéndose a la puerta—. Y ya sé que llevas cuatro días así, pero será mejor que sigas descansando... Mandaré a alguien para que traiga tu desayuno.
¿Por qué era así con él después de todo?
Hok sonrió una última vez y salió antes de cerrar la puerta.
¿Por qué, aunque hubiera dicho todo eso de corazón, él no se sentía distinto? ¿Por qué solo se sentía peor? Solo quería cerrar los ojos, dormir para siempre... desaparecer de ahí y no seguir hiriendo a Hok. Se cubrió el rostro con las manos.
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A pesar de lo que Hok le había dicho, se sentó en el escritorio para estudiar. Todo su cuerpo pesaba, dolía por los golpes, y su magia estaba agotada, pero no podía quedarse un día más en cama. Cuatro días era demasiado y el examen sería pronto. Tampoco quería dejar que lo que había sucedido, y Alek y sus amigos lo afectaran mucho. ¿Qué le diría Hok si no lograba pasar el examen de admisión?
Inhaló. Solo no quería seguir preocupándolo, no quería volver a ver ese rostro.
Cuando sacó los libros de su mochila, agradeció que nadie más lo hubiera hecho. Las letras doradas del libro de cuero brillaron con un nombre que reconocía, pero que no significaba nada ya... Al menos Hok no lo había visto, porque sabía que, si hubiera sido así, la conversación hubiera ido a otro lado, a un lugar al que realmente no quería regresar.
No importaba, todo estaría bien una vez hiciera el examen. Todo estaría bien. No era tan malo irse, ¿verdad? No era tan malo estar alejado, ¿verdad? Al menos tendría su magia. Aunque, quedarse...
Dejó el libro en la mesa. ¿El camino que lo hiciera feliz? Miró a la ventana. ¿Estaba bien qué decidiera cualquier cosa luego de todo?
Lara estaba en el jardín, hablando con algunos niños que trabajaban en la granja, llevaban pequeños costales con granos de maíz, reían mientras se lanzaban granitos como proyectiles y se dirigieron al granero. Sonrió también.
Recordó cuando llegó ahí por primera vez. ¿Habría sido en primavera o en otoño? Realmente no lo recordaba, pero recordaba cómo la luz se coló por la ventana luego de mucho tiempo de oscuridad. Y aunque las orejas se le enrojecían cada vez que pensaba en eso, también recordaba cómo se había escondido de Hok debajo de la cama cuando despertó en Berbentis.
Le habló como un padre, y le mostró a Malva, el oso de felpa que ahora reposaba en uno de los estantes de su cuarto junto a un cascabel sin sonido. Recargó su barbilla en su mano, y su codo punzó bajo su peso, pero no le importó.
Esa vez Hok le había dado un nombre, un nombre nuevo. Cerró los ojos. Antes de eso todo era distinto... Pero no importaba, no recordaba tener un nombre antes de Hok, antes de una marca de pertenencia, antes de nada.
Hok le había dado un nombre, un hogar, educación y un propósito... Y ahora, ¿quería olvidar todo eso e irse? Era un malagradecido, necesitaba pagar todo lo que le habían dado desde que lo llevaron ahí y su único pensamiento era huir.
Cuando abrió los ojos, algo flotó rápido por su ventana y serpenteó en el aire. Contuvo su respiración y se levantó de inmediato, se asomó, pero la cosa ya se había marchado. Se apresuró a abrir la ventana, pero no pudo, estaba demasiado pesada para sus brazos lastimados. Suspiró y se frotó los ojos. Seguro solo era cansancio.
Bajó la mirada, el libro frente a él lucía tentador. Inhaló. No podía estudiar ahí, y tampoco estaba dispuesto a descansar más tiempo. Tal vez no era la mejor idea salir, pero tampoco podía reprobar. Guardó el libro en su morral.
Después de vestirse, y cargar su morral con libros, bajó las escaleras en silencio, y al hacerlo escuchó voces hablando en el comedor. Se detuvo en seco y se asomó, todos los que trabajaban y vivían en la granja estaban desayunando juntos.
Lara les sonreía a sus hijos mientras discutían acerca de la tienda en el pueblo con Mark, Alek les contaba una historia a los hijos de los granjeros, Hok y los demás también escuchaban en silencio mientras comían. Casi como una familia.
Su corazón se apretó. ¿Por qué se sentían tan lejanos? No recordaba ninguna otra vez en la que hubieran desayunado todos juntos, al menos no con él... Tragó saliva y regresó sobre sus pasos.
Estaba debajo del agua, veía a los demás en la costa, pero por más que tratara, no lograba salir del océano. Y nunca lo haría, lo sabía desde que había llegado ahí. Evel no sabía cómo salir del agua.
Se dirigió a la puerta y justo antes de abrirla, escuchó pasos detrás. Se detuvo a pesar de que sabía que lo regañarían, y encontró a Lara, su sonrisa amable y sus mejillas arrugadas.
—¿Evel?
Un nudo se ató en su garganta, y fingió una sonrisa.
—Deberías descansar, Ev —dijo ella y se acercó hasta él—. Ven... Te ayudo a llegar a tu cuarto.
—No... —dijo Evel y retrocedió, pero sin borrar la sonrisa—. Tengo que devolver algo.
Lara colocó sus manos en las caderas.
—Mmmm —dijo ella—. Deja le digo a uno de mis hijos para que te acompañe.
—¡No! Está bien, estoy bien —aseguró y sonrió—. Me siento bien, volveré pronto.
—A Sir Hok no le gustará.
—Prometo volver pronto —dijo Evel y bajó la mirada—. No le digas a Sir Hok, por favor.
Alguien la llamó desde el comedor, y ella suspiró.
—Vale, cuídate, mi niño —dijo ella—. Y vuelve temprano. Si no vienes, iré yo misma a jalarte las orejas y a tumbarte en esa cama otra semana.
Evel asintió y dibujó una sonrisa que se sintió falsa y torpe. Se inclinó por cortesía, se dio la vuelta y salió de casa. La puerta se cerró sin fuerza detrás de él, y el viento del campo llenó sus pulmones. Miró detrás de él... Los había interrumpido. Suspiró.
Al bajar las escaleras, su mirada posó en una esfera peluda y oscura en el camino de tierra. Ladeó la cabeza y se acercó. Se acuclilló, y sus piernas temblaron y alargó la mano. Pensó que era un conejo lastimado o algún ratón.
Y cuando sus dedos estuvieron a punto de tocarla, la cosa abrió dos ojos blancos. Evel cayó sobre su trasero, una de sus manos punzó bajo su peso y se llevó la otra a la boca para ahogar su grito. No era un conejo, ni un ratón, sus ojos eran totalmente diferentes y parecía esperar algo. La cosa parpadeó dos veces y comenzó a rodar lejos de él.
La miró alejarse por el camino y cuando la perdió de vista, suspiró. «¿Qué fue eso?», se preguntó, y se levantó. Sacudió sus pantalones, y miró su brazo que había punzado, las vendas se habían teñido ligeramente de rojo. Miró de nuevo a su casa... ¿Estaría bien irse así?
Seguro no era nada, y se dirigió a Villa Berbentis de nuevo. Caminó por los mismos caminos de siempre, pero algo estaba diferente, era como caminar mientras era acechado por alguien, pero cuando miraba hacia los lados, no había nada.
Cuando llegó al río, se detuvo abruptamente, había por lo menos tres animales que jamás había visto en su vida, uno rechoncho como un cerdo, uno más pequeño que un niño cubierto bajo una manta y un reptil enrollado con plumas en su cuerpo. Las tres criaturas giraron su cabez ay lo miraron al mismo tiempo cuando Evel se acercó, y luego él corrió por el puente hacia Berbentis.
«Tal vez debí quedarme en casa», pensó y sacudió la cabeza.
Al alzar la cabeza cuando llegó al final del puente, encontró una masa amorfa blanca de dos metros de ancho, sin brazos ni piernas, pero con dos brillantes ojos negros. Lo miró fijamente sin hacer nada, y Evel se detuvo abruptamente.
Fuera o no una alucinación, decidió retroceder dos pasos, y esa misma distancia la criatura avanzó con velocidad de caracol. Evel retrocedió otra vez y se dio la vuelta, y caminó con paso apresurado hasta el final del puente. La criatura avanzó esa distancia, pero no lo miraba, y cuando llegó al borde, la criatura siguió su camino sin prestarle atención a Evel. Evel miró a la criatura marcharse y se apresuró a la villa sacudiendo la cabeza.
Se preguntó si había sido la medicina, o el cansancio por desgastar su magia, pero no tenía sentido.
Al llegar a la villa, Evel evitó el caminó que siempre había tomado, no quería volver a pasar por ahí en caso de que los amigos de Alek estuvieran cerca, y tampoco quería ver el desastre de aquella noche. Estaba en un dilema, podía tratar de buscar otro camino, o caminar directo por las calles, donde seguramente lo verían y susurrarían las mismas cosas de siempre. Suspiró.
Desenrolló sus mangas arremangadas hasta que cubrieron sus brazos y muñecas. Al menos así no sería tan obvio, no verían las manchas de sangre, no habría rumores acerca de lo que sucedió días atrás, sobre su apariencia no había mucho qué hacer. Incluso si pudiera cambiar, todos sabrían quién era...
Se tuvo que convencer que era el mejor camino antes de seguir avanzando. Cuando por fin salió a las calles principales, el olor de las flores, y el pan inundó su nariz, el ruido de los comerciantes y la chachara de algunas mujeres, sus oídos. Tal vez no sería tan difícil
Mientras más avanzaba, más sentía los ojos sobre él, los cuchicheos, los vendedores con sus miradas de soslayo, aquellos que decidían ignorarlo. Inhaló, no pasaba nada, era mejor así. Y mientras seguía caminando hacia la plaza central, comenzó a notar más de esas criaturas, y nadie más parecía verlas. Hizo una mueca ante un viejo recuerdo que no dejó salir a flote, y se convenció de que era efecto de la medicina.
Siguió su camino, el sol quemó su piel, y el sudor se resbaló por su espalda. Sus brazos punzaban de nuevo, y mordió su mejilla hasta que llegó a la plaza. Los niños que jugaban lo vieron y corrieron lejos de ahí, no les dio mucha atención y se dirigió a la biblioteca.
De nuevo la puerta estaba abierta y cuando entro a la recepción, no pasó ni un segundo antes de que Issa bajara el libro.
—¡Evel! —exclamó—. ¿Qué te pasó?
Evel sonrió y se rascó la cabeza.
—Solo fue un accidente.
—¿Y estás bien? —preguntó ella—. Porque Sir Hok le dij-...
Evel asintió.
—Sí, estoy bien.
Issa volvió a sentarse en la recepción y bajó la mirada.
—Mi mamá dijo que sacaste un libro sobre la conquista de Sarkat, y que te veías muy interesado ... —comenzó ella.
Algo se apretó en el pecho de Evel, y se tensó todo su cuerpo. ¿Por qué le había dicho?
—Papá volvió hace unos días con libros, dice que son del extranjero y me preguntaba si querías ayudarme a ordenar los libros... —dijo ella y sus mejillas se sonrojaron—. ¡No te estoy obligando! Pero... ¿Tal vez encuentras algo de Sarkat que te sirva?
Su cabeza estaba en blanco, su magia se estrelló contra él como una ola contra las rocas, el calor de la magia quemó en sus brazos y luego los entumeció.
—¡Evel! —gritó ella y apretó su brazo.
Miró a Issa, ignoró su brazo adolorido, y trató de sonreír. Ella lo miraba con las cejas alzadas y supo que la había preocupado. ¿Había pasado mucho tiempo pensando? Inhaló profundo, porque era lo único que podía aliviar las olas de pensamientos.
—Sí... Está bien —dijo sin pensar.
Aunque seguramente su brazo ahora sí sangraba, no importaba. No era tan grave.
—¿Seguro? Te veías muy...
—No, estoy bien.
Sonrió, pero en realidad, no sabía por qué se había sentido así. Las palabras habían volado, las palabras de Issa, los recuerdos... Todo. Pero no importaba, Issa no le tomó importancia y lo guio a través de la biblioteca hasta que llegaron al almacén, donde había cajas de madera repletas de libros. Evel miró y no pudo evitar sonreír.
—¿Tantos consiguió?
—¡Sí! —dijo ella—. Dice que fue uno de sus viajes más productivos, y todo gracias a la ayuda de Lord Berbentis.
Evel se aproximó junto a Issa hacia una de las cajas para comenzar a buscar y a organizar. Al principio, tomar los libros con una sola mano dolió, así que optó por tomarlos con ambas manos para que Issa no se preocupara.
Decidieron agrupar los libros por categorías, en un montón colocaron libros de ciencia, en otros libros de ficción y en otro de historia del país. En algún momento, mientras él hojeaba nuevos libros e Issa acomodaba los que ella había revisado, ella decidió preguntar:
—¿Ya hablaste con Hok? —preguntó ella—. Sobre... Bueno, sobre todo.
Evel se detuvo al ver el título de un libro y lo llevó a uno de los montones.
—Algo así...
Fue Issa la que se levantó esa vez para ir por más libros, y Evel la alcanzó poco después.
—¿Puedo preguntarte algo?
Evel sonrió un poco y asintió.
—¿Por qué estás leyendo de Sarkat? —preguntó ella y Evel se volvió a detener, pero ni siquiera había mirado el título del libro—. ¿Estás averiguando sobre tus pa-...?
—No —interrumpió Evel antes de que terminara.
Issa dio un respingo. Fue entonces que se percató de que había alzado la voz. Evel desvió la mirada a los libros bajo sus manos, no pudo mirarla a los ojos. Ni siquiera él sabía por qué buscaba libros de Sarkat... Aunque era más una pregunta a la que se había obligado a olvidar la respuesta.
Notó que su brazo había teñido su camisa, su magia recorría su sangre como hielo, la habitación se había helado e Issa frotaba sus manos. Inhaló. «Todo iba a estar bien», se repitió.
—Perdón —susurró.
—Está bien.
—Me tengo que ir —dijo—. Perdón.
—No te disculpes —suplicó Issa—. No debí preguntar eso.
Evel negó y sonrió.
—No... Eh, ¿puedo dejar los libros que saqué en la recepción? —preguntó él señalando a su bolso en el suelo—. Tengo que regresar pronto.
Issa sonrió y asintió.
—Si quieres dámelos a mí, yo los registro —dijo ella con una sonrisa.
Evel le sonrió como respuesta, tomó los libros y los colocó uno por uno en una mesa libre. Issa leyó título por título y cuando Evel tomó el libro de Sarkat lo apretó en sus manos y lo sostuvo. ¿Realmente lo quería dejar? Ni siquiera había podido leer... No importaba, Sarkat no importaba, había dejado de existir, él había decidido olvidar. Lo colocó en la mesa.
Issa le dio una mirada de soslayo.
—Gracias por buscar, pero... —comenzó y se rascó la cabeza—. No sigas buscando, solo... Gracias.
—No es nada —soltó Issa en silencio y miró los libros antes de mirar a Evel—. Suerte en los exámenes...
Evel se inclinó ante ella y se apresuró a la recepción. Para su suerte, la madre de Issa no estaba cerca, y al parecer su padre tampoco, y salió a la calle con el corazón y la cabeza hecha nudos. Ni siquiera se atrevió a mirar atrás. El sol le devolvió la calma, un momento.
Quizá era lo único que no cambiaba.
A pesar de lo que le había dicho a Issa, no tenía ganas de volver a casa pronto, mucho menos así. Caminó alrededor de la plaza frente al templo, pero no se atrevió a entrar, aunque estaba vacío. A nadie le había gustado que él entrara ahí. Decidió marcharse.
Mientras caminaba, una opresión se asentó como polvo en su pecho, pero no había a dónde correr, no había en dónde esconderse, y en realidad no tenía por qué hacerlo. Se sentó en la fuente a pesar de que todos lo podían ver ahí, a pesar de las miradas de reojo, o las miradas fijas que decían: «No perteneces aquí». «No puedes sentarte ahí, no te pertenece». «Lárgate».
Su vista se nubló y sus ojos se humedecieron, y las lágrimas brotaron sin que él quisiera. No entendía por qué dolía tanto, no entendía por qué reaccionaba así. Eran desconocidos. No entendía por qué sentía que había perdido algo importante... ¿Por qué no podía olvidar y seguir como si él hubiera nacido ahí? ¿Por qué nadie podía pretender que no tenía magia, que era igual a ellos, que sí era el hijo de Hok?
Tenía la espalda encorvada y estaba con la cabeza gacha. Se enjugó los ojos con la palma de la mano, y su brazo punzó por completo. Trató de controlar su respiración ... Ya había sido suficiente.
Haría el examen para demostrar que era un buen hijo, que había aprendido de Hok, que pertenecía ahí, para pagarle todos los años que lo cuidó, para pertenecer ahí, para olvidar todo lo que quedó atrás y para irse lejos. Era necesario y era lo que deseaba.
Alzó la cabeza y encontró al menos cinco criaturas del tamaño de un niño sentadas frente a él, tenían todas formas distintas y difusas, ni siquiera lucían como animales o como personas. Lo miraron fijamente con pequeños ojos circulares. Evel frunció el ceño y entonces una de esas criaturas abrió una pequeña boca.
—Nos... Da-... —balbuceó una de las esferas y alargó los brazos hacia él— No... Llor-...
Evel ahogó un grito de sorpresa, recargó su mano en la fuente, el dolor fue por todo su cuerpo, y gimió de dolor. Tragó saliva, sacudió su mano y se levantó. Miró a su alrededor, no había mucha gente por lo que nadie lo había escuchado, y nadie le estaba prestando atención.
Los ojos de las criaturas seguían fijos en él, pero ellas no se movieron por un buen rato. Evel las analizó, y entonces decidió correr. Y las criaturas se arrastraron detrás de él.
Sus pies resonaron en la plaza mientras corría, y las miradas fueron a parar en él. Agachó la mirada y esperó que nadie le prestara más atención. Luego pensó, la calle principal no era opción si no quería que los demás lo vieran, pero la idea del pasillo...
Apretó los ojos e ignoró el dolor en su pecho, solo era un camino. Corrió hacia allí, y cuando miró detrás de él, no encontró a ninguna de las criaturas.
Se detuvo y jadeó. Luego se ajustó la bolsa y decidió seguir caminando por ahí hasta estar seguro de que nada lo seguía. Avanzó, y entonces, al pasar frente a un callejón que conectaba a la calle principal, vio al fondo una criatura similar a las otras, pero mucho más grande.
Evel se detuvo, y la criatura lo miró con sus ojos blancos y redondos.
—Da... Nos... Nos... Da —balbuceó—. Mag-...
Y Evel corrió, cuando miró detrás de sí, la criatura salió disparada, no alcanzó a dar la vuelta y se estrelló contra una pared donde las tiendas ya estaban cerradas, antes de tomar el camino recto y perseguirlo.
¿Qué diablos era eso? Se preguntó Evel y corrió lo más rápido que sus pulmones le permitieron. En algún momento mientras daba la vuelta por otra calle, chocó con alguien. La persona trastabilló hasta caer y él salió hacia el otro lado.
—Pero mira a quien tenemos aquí, Kirh —dijo uno de ellos—. Al parecer el sirviente de Berbentis sí sobrevivió...
Su corazón se paralizó, y un nudo se ató en su estómago, pero no tenía tiempo para lamentarse si quería vivir. Se levantó, retrocedió lo suficiente para que no se acercaran a él, y salió de la calle para tomar otro camino.
—¡Perdón! —gritó y corrió
La criatura se había acercado más, pero él siguió corriendo. Sabía que solo lo seguiría a él, y aun así, decidió escoger un camino más largo. Quizá sí era un tonto, pero siguió corriendo hasta que estuvo en los caminos de tierra hacia la granja.
—¡Dame! ¡Dame! ¡Dame! —gritó la criatura.
Si tan solo tuviera su magia estable, si no tuviera un brazo sangrando... Pensó mientras sus mejillas se calentaban y sus pies trastabillaban, no podía caerse, no debía caerse. Estaba seguro de que si se detenía todo iría de mal en peor.
Y cuando llegó al puente del rio y vio a Gillian y Grot caminar hacia la casa Berbentis, supo que no había opción. Miró alrededor del río, pero las criaturas que había visto antes ya no estaban. Miró su brazo, la venda ya estaba humedecida y teñida por rojos irregulares, pero no importaba.
Se paró de espaldas al rio, y cerró los ojos buscando su magia, latió suavemente como respuesta a su llamado, y se esparció cálidamente por su cuerpo, pero no era suficiente. Apretó los ojos y su cabeza punzó.
La magia era peligrosa, un poder que no traía nada bueno. Y supo que no solo era algo que su padre decía por miedo a que lastimara a otros, porqye sabía que ese sortilegio no saldría bien.
Sus manos cosquillearon en calor y abrió los ojos, la criatura estaba a tan solo unos metros, algunas gotas se habían alzado a su alrededor y comenzaban a solidificarse. Retrocedió hasta estar sobre las rocas, y la criatura se alzó en el aire, Evel dio un paso más atrás y resbaló con una roca.
Antes de darse cuenta, el agua de su sortilegio cayó sobre él y él cayó al río. Alzó la cabeza sin tener tiempo para procesar, pero la criatura se alejaba volando hacia el frente, hacia el bosque. Suspiró de alivió y toda la magia que había cosquilleado en él, se disipó sin más.
Echó su cabeza hacia atrás, y las risas de Gillian y Grot llegaron a sus oídos. Se miró, estaba empapado. Y al mirar su bolsa, vio que también estaba húmeda. Decidió abrirla, y sus notas estaban diluidas y hechas puré.
—¿Tanto querías nadar? —preguntó Gillian sonriendo.
—Déjalo —rio Grot—. Tal vez aprenda los peces sí vayan a aceptarlo como uno de los suyos.
Gillian rio ante su comentario.
—Que tonto
—¡Ojalá te disculpes con Alek! —gritó Grot.
Y ambos se fueron caminando como si nada. Evel mordió su mejilla, y bajó la mirada hasta que dejó de escuchar sus pasos.
Se levantó por fin y toda el agua escurrió por su ropa, la sangre en los vendajes se había diluido y había llenado de rojo todo su brazo. Caminó hacia la orilla, y tembló cuando el viento sopló.
No podía ir a casa así, pero realmente tampoco quería usar magia para intentar secarse... No después de todo. Miró las espaldas de Gillian y Grot a la distancia, tenían razón: era un tonto.
Subió por la pequeña colina hasta que llegó al puente. Su camisa y su pantalón se pegaban al caminar y era incómodo, pero realmente no podía hacer nada más. El viento sopló de nuevo y estornudó.
Su mente fue a la criatura que lo había perseguido, y a las que había visto antes. ¿Por qué nadie más las veía? Era la primera pregunta que le iba a la cabeza. ¿Por qué solo él las podía ver? Era la pregunta que le preocupaba. Igual, no importaba, seguro solo habían sido alucinaciones por usar magia. Sí, seguro era eso, pero no estaba convencido.
Cuando llegó a la puerta de casa, todavía con agua goteando, decidió que no quería entrar a casa, no así. Se dio la vuelta y caminó hacia los árboles de la granja.
Atravesó los árboles frutales sin mirar atrás y cuando llegó al final, al inició del bosque y encontró un viejo árbol. Decidió sentarse bajo su sombra para no tener que regresar a casa así, y cerró los ojos un momento.
¿Por qué dolía tanto recordar? ¿Por qué dolía tanto hablar con Hok? ¿Por qué se sentía así de mal cuando hacia magia?
Cuando abrió los ojos, el cielo estaba teñido de naranja, como el fuego. Su ropa seguía húmeda, pero al menos ya no escurría. Se levantó y tomó su bolso, con suerte tal vez podría reescribirlos después... Suspiró.
Mientras avanzaba a casa, recordó lo que Lara le había dicho e hizo una mueca. Se iban a enojar seguramente, se dio un golpe en la frente y su mano punzó. Se quejó y corrió a casa.
Se dio la vuelta por el camino de tierra para entrar por la puerta principal, y al abrirla, para su suerte, no encontró a nadie. Cuando entró, no había nadie en los sillones, y la luz del día moría alzando polvo en ese pequeño rincón del mundo.
Suspiró y entró. Decidió dirigirse a su cuarto para que Hok no le dijera nada, y justo cuando caminaba hacia ese pasillo, los zapatos de Lara resonaron en la madera. Giró su cabeza, ella se limpiaba en su mandil y tenía el rostro lleno de preocupación.
Caminó hacia él.
—¿En dónde estabas? —preguntó con la voz a punto de quebrarse—. Te dije que volvieras temprano, mi niño.
Evel bajó la mirada.
—Perdón... Issa necesitaba ayuda en la biblioteca.
Lara llevó una mano a su pecho, lo examinó de arriba abajo y sus ojos se abrieron.
—¡Tu brazo!
Evel lo ocultó detrás de su espalda. Sus mejillas se calentaron.
—No es nada —dijo—. Estoy bien.
—¿Cómo vas a estar bien, niño? —preguntó Lara y colocó sus manos en sus caderas—. Más tarde te desinfecto eso...
Evel bajó la mirada sin saber qué más decir.
—Hok te espera en el sótano —dijo Lara.
Su corazón se detuvo, y su magia punzó en su cuerpo, era miedo. ¿Había abierto el sótano de nuevo? Desvió la mirada. Eso no era buena señal, ¿era por qué había decidido algo? ¿Era por escaparse sin avisar? Apretó los labios sin saber qué pensar... ¿Era egoísta querer conservar su magia?
Un nudo se ató en su garganta. Y entonces, una mano reposó sobre su frente, al alzar la cabeza, encontró a Lara frunciendo el ceño.
—Mmmm, tienes fiebre —susurró.
Evel retrocedió y se inclinó.
—Gracias por decirme —dijo.
Lara le colocó una mano en el cabello y lo alborotó.
—Ya sabes que no es necesario que me trates así, pequeño —dijo—. Con qué en la biblioteca, ¿dices?
Sus mejillas se enrojecieron de nuevo y sonrió con algo que se sintió como una mueca de vergüenza. Lara le sonrió.
—No le diré, no te preocupes —dijo ella—. Pero ve a acostarte después de hablar con Hok, ¿vale? Te llevaré té.
Evel asintió, y ella sonrió antes de darse la vuelta al comedor. Evel suspiró y se tocó la frente, pero no sintió nada, como siempre. Y caminó por el pasillo. La puerta del sótano estaba abierta, pero no quería entrar... Cerró los ojos.
¿Por qué no había decisiones sencillas? Miró su brazo ensangrentado, no quería seguir preocupando a Hok. Ya habría tiempo de hablar, pensó y un nudo se ató en su garganta. Se dio la vuelta y siguió al fondo del pasillo hasta subir las escaleras.
Pudo escuchar las risas de Alek, de Gillian y de Grot en el cuarto frente al suyo, pero no se atrevió a mirar. Cerró los ojos y entró a su cuarto.
Dejó su mochila húmeda en una esquina, y se sentó en el escritorio en lugar de ir a cama. Recargó su cabeza en la mesa, bajo sus brazos y miró la pila de libros que había estudiado una y otra vez durante los últimos meses.
¿Realmente hacer magia estaba bien? Era peligrosa, era horrible, era atroz. Podía destruir todo, podía destruir a todos, latía como un animal salvaje en su sangre, y debía ser reprimida. No traía nada bueno... Ni siquiera para él.
¿Realmente la necesitaba? No lo sabía. Había vivido buen tiempo sin que sus poderes se manifestaran, y no hubo ningún problema, incluso había sido bastante feliz antes de todo eso. Y, además, había leído que todos magos de Osvian cuya magia fue sellada durante la reforma pudieron seguir sus vidas sin problema. Por lo que no era necesaria, ¿no? Incluso Hok estaría feliz y menos preocupado, tal vez podría llevarse bien de nuevo con Alek y sus amigos, Issa no se sentiría incómoda con su presencia.
Pero el pensamiento de no sentirla, de que algo la aplastara para siempre lo hizo temblar. No sabía qué hacer.
Si se fuera, ¿sería más sencillo para los demás?
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